Los victorinos están en Cali

Los victorinos están en Cali

Fernando Fernández Román, arquitecto, dibujante , presentador y director muchos años de » Tendido 0″ y del programa radiofónico » Clarín» de radio Nacional ,mantiene un magnífico blog que llama » Obispo y Oro». En su más reciente artículo habla de Cali, la presencia de los victorinos y apuesta por el resurgimiento de Cañaveralejo que otrora ( no muy lejano en años ) era epicentro del cierre y apertura del año taurino.

Tauroemoción se ha encargado del timón y por tres años conducirá la nave a buen puerto, eso creo firmemente.

Con esa arrogancia y altivez que es patrimonio de su casta, el toro de Victorino Martín ventea el aire de una tierra profundamente desconocida. Las arrugas del cuello y el rizo de la frente son señales inequívocas de veteranía; y para certificarlo, los cuernos largos de pitones vueltos, algo mellados de tanto hurgar entre las breñas de un campo ya muy lejano, muestran el anillado de la mazorca que, en los toros, da cuenta de los años de vida.

Este guapo mozo tiene cinco, para seis, que cumplirá en febrero próximo. Está en los corrales de la Plaza de Cañaveralejo, preparado para reparar fuerzas de un viaje en el avión, sencillamente, agotador. Véanle, mirando con curiosidad en su derredor, con esos ojos redondos y brillantes, profundamente negros, como –según Esplá—el caparazón de las cucarachas. Dentro de nueve días saldrá a la arena de este palenque, amplio y hermoso, que la ciudad colombiana de Cali utiliza para celebrar el final de la última hoja del calendario, con una semana larga y festera, en la que desde hace más de medio siglo (64 años, exactamente) las corridas de toros son, a nivel mundial, una de sus más celebradas referencias.

Allí siempre se dieron cita los toreros más importantes y atractivos del país y de los países taurinos por excelencia (creo que no yerro al afirmar que todas las grandes figuras del toreo se han vestido de luces en Cali) y hasta allí hemos tenido que viajar para dar cuenta de uno de los ciclos taurinos de mayor relevancia de la temporada. Cali es una ciudad hermosa y “salsera”, capital del valle del Cauca; pero he de reconocer que no la conozco en profundidad, porque allí, el tema taurino empieza (o empezaba) de nueve a diez de la mañana (literal) con programas de radio acerca del próximo sorteo de los toros y terminan con programas radiofónicos –lo que llaman “el remate” de la corrida– que analizan el resultado del festejo, con participación de los protagonistas principales y contertulios de acreditada solvencia. Total, que el quehacer informativo diario –el micrófono de la cadena radiofónica RCN formaba parte de mi indumentaria– se repartía entre el Hotel Intercontinental y la Plaza de Cañaveralejo. Hablando de toros, siempre de toros. Y de toreros, naturalmente.

Ahora bien, debo manifestar que, desde el punto de vista arquitectónico, me interesó vivamente el edificio, la Plaza, en sí: un arriesgado diseño sobre estructura de hormigón armado, apoyada en pilastras que se prolongan hacia fuera con ménsulas zunchadas perimetralmente. Resultado: un conjunto de aspecto “espacial”, volátil, de una limpidez de formas que asombra a quien lo contempla. Se le comparó, certeramente, con una copa de Martini. Y así parecía esta obra excepcional de la moderna arquitectura taurina. Pero, en su interior, el supuesto líquido elemento, es decir, el público, era espectáculo aparte. En Cali la gente –la inmensa mayoría, con gran aporte de mujeres– va a los toros a ver torear y a gozar con el arte del toreo.

La Plaza es un volcán de ovaciones cuando lo que ocurre en el ruedo es del agrado de quienes se sientan en el graderío –quince mil gentes, más o menos— cada tarde de toros; o de protestas, cuando se cambian las tornas. Se aplaude o se censura apasionadamente. Es el pragmatismo hecho fiesta. El dogmatismo, es aplastantemente minoritario en Cali, digan lo que digan quienes hayan pretendido manipular el estado de opinión ancestral de los vallecaucanos. En Cañaveralejo he presenciado tardes de toros inolvidables, protagonizadas por Ortega CanoPonceRincón y, sobre todo –lo que es la vida– de Pedrito de Portugal, ídolo indiscutible en la América taurina de mediados los 90. Y también una tragedia: la muerte Antonio Suárez, entonces mozo de estoques de joven diestro portugués, brutalmente corneado en el callejón por un toro de Achury Viejo. Fue en una corrida nocturna –“de luces”, dicen allí–; el toro estaba pendiente de Antonio constantemente. Le seguía con la mirada… hasta que, por sorpresa, el animal saltó al callejón y cazó al hombre en un santiamén, corneándole con saña. Todo sucedió a un par de metros escasos de mi localidad, en un palco del callejón. Me impresiona todavía recordarlo; pero me alegra sobremanera que esta feria taurina de América levante el vuelo de la mano de un joven empresario español, Alberto García, director de la empresa Tauroemoción.

Ha conseguido Alberto reunir a una baraja de grandes figuras españolas, colombianas, peruanas y mexicanas y, al propio tiempo, incorporar novedades como los recortadores o un festival con toreros retirados –excepto Manuel Díaz, sorprendentemente incluido—, además de novilleros con o sin picadores, que son novedades muy interesantes. Las ganaderías, también son de reconocido prestigio, dentro las limitaciones de hierros nacionales. Pero, eso sí, la palma ganadera se la lleva  el debutante Victorino. La llegada de sus toros ha sido todo un acontecimiento. Un triunfo anticipado del empresario, desde luego. ¿Cómo reaccionará el público de Cali con el juego de los victorinos? Depende.

Si meten la cara por abajo, gozarán lo caleños con Emilio de Justo  y Bolívar, que son los toreros anunciados para este acontecimiento. Y si les da por acordarse de sus alimañas antepasadas… pues no duden que también sabrán apreciar las dificultades del toro a la defensiva, pero encastado. En cualquier caso, la incógnita está servida. Una bendita incógnita. A ver qué pasa. El misterio siempre va de bracete con Victorino.

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