Manolete , Armillita y Silverio en la pluma de Alcalino
Fermín “Armilla” no había alternado con Manolete sino en una ocasión, en la corrida de
Beneficencia del año anterior, en Madrid (30.05.45), de la que Silverio Pérez se quitó a
última hora con el pretexto de una dolencia visual inventada (en realidad, el texcocano
nunca llegó a confirmar en Las Ventas su alternativa poblana); ninguno de los dos tuvo
una buena tarde ni sería Fermín el alternante más asiduo de Manuel Rodríguez en plazas
mexicanas, si bien ese invierno coincidieron en tres carteles capitalinos.
Manolete acababa de reaparecer tras un mes entero convaleciendo de la cornada que
selló con sangre su clamorosa presentación en El Toreo (09.12.45). Y en esta su segunda
comparecencia en la capital alternaría con Fermín Espinosa y Jesús Solórzano, dos viejas
glorias del toreo nacional, algo empolvado el moreliano pero en plena sazón el saltillense.
Los toros de La Punta, procedencia Parladé, constituían una corrida terciada, nada que ver
con los imponentes encierros punteños de pocos años atrás. Se hacía ostensible la mano
del astuto apoderado de Manolete José Flores “Camará”. El mismo que eligió a Silverio
–no a Armilla—como el compañero más frecuente de su poderdante en cosos mexicanos,
donde Manuel Rodríguez tampoco alternó nunca con Carlos Arruza, una anomalía de la
que más de una vez el avezado cronista José Alameda responsabilizó asimismo a Camará.
Solórzano, verónicas de ensueño. Chucho Solórzano, que ya toreaba poco, estuvo a la
altura de la ocasión. Como era, además de fino artista, un lidiador que conocía a los toros
y podía con ellos, redondeó una magnífica tarde, la última suya a gran nivel en el primer
ruedo de América. Su capote se movió con la cadenciosa elegancia que le valiera en otro
tiempo el sobrenombre de rey del temple. Y un lote bastante propicio sacó a flor en Jesús
escondidos ímpetus juveniles, para sorpresa de quienes lo habían prejuzgado con desdén
por la ostensible calva y los parsimoniosos movimientos de veterano. Los mismos
escépticos que, entusiasmados, le harían dar la vuelta al ruedo la muerte de su primer
toro y lo aclamaron con fuerza mientras paseaba la oreja del quinto. Pero su momento
grande, cima artística de una gran corrida, lo había tenido al veroniquear a ”Batanero”.
El Tío Carlos (Septién García) lo describió así: “Cuando Jesús se irguió en el tercio y recibió
a “Batanero”, quinto de la tarde, con un lance lleno de elegante pereza, la gente gritó de
gusto. Pero cuando Jesús tendió los brazos nuevamente y sin mover un centímetro los pies
recibió nuevamente al toro y así dejó caer 7 verónicas impregnadas de finísima esencia, la
gente saltaba, se abrazaba y un grito unánime salió de todas las bocas: –¡Viva Morelia!…
(…) Ovacionaza. Que no paró hasta que había terminado el primer tercio. Cuando Jesús fue
obligado a salir a saludar a la enardecida multitud.” (El Universal, 17 de enero de 1946).
La misma memorable escena, relatada por Don Tancredo (Roque Armando Sosa Ferreyro):
“Su triunfo indiscutible fue con el quinto punteño, “Batanero”, al que inmortalizó con siete
y medio lances de milagro, que Jesús Solórzano legó a la posteridad como un testimonio de
que se va de los ruedos tan artista como siempre. Después del primer lance rectificó
levemente su posición y, sin moverse, ligó los cuatro siguientes, para enmendarse otra vez
y dar los dos finales y la media que remató esta memorable serie, que puso otra vez en
circulación el prestigio de El Rey del Temple.” (La Fiesta, semanario. 23 de enero de 1946)
Manolete, otra vez triunfador. El Monstruo no sólo agotó por segunda vez el boletaje sin
importar que fuera día laborable –aquel 16 de enero cayó en miércoles–; imperturbable,
reiteró la tremenda impresión causada el día de su debut y se llevó en prenda el rabo del
primer punteño que le soltaron.
El Tío Carlos, primer manoletista de México, no pudo ser
más descriptivo: “Molinero”, negro, astifino, chico y abiertillo (…) era el segundo toro que
había de lidiar en El Toreo (…) Anduvo abanto y suelto hasta que Manolete lo recortó
imperiosamente con esa su media verónica que es un decreto (…) La segunda vara fue baja
y el toro salió suelto, pero ahí estaba Fermín para prender la mecha con cuatro faroles
rodilla en tierra y jubilosa revolera final (…) El animal tropezó con la barrera y derrotó en
banderillas, tal vez por un defecto visual (…) Manuel Rodríguez se armó de toda arma,
irguió su personalísima figura (…) el toro cerrado en el tercio, el torero imperioso e inmóvil
(…) Dos muletazos altos, afinados y rectos como una aguja gótica (…) Y luego el portento:
cuatro naturales jalando al toro, metiéndolo en la muleta, obligándolo a trazar el arco
rotundo de cada pase, dejándoselo a la espalda en un alarde de mando (…) En seguida,
alternó una serie de derechazos por bajo con otra de derechazos por alto y cerró el
conjunto con dos orteguistas purísimos (…) Y con el toro ya agotado, vino lo más
grandioso: tres pases naturales, obligando materialmente al aplomado, tirando de él firme
y suavemente. Y cuando en el centro de la suerte el bicho de plano se quedó, Manuel no
enmendó un ápice, simplemente acentuó el imperio de su muleta, imprimió al trazo un
mando enérgico e hizo girar al toro como hechizado una y otra vez (…) Y con el toro
desigualado, una estocada ligeramente delantera, entrando con verdadero ímpetu . La
oreja, el rabo, la vuelta al ruedo, la salida a los medios (…) Habíamos visto la magia del
poderío y la plástica del toreo con la izquierda (…) con un toro que no era materia prima
para una obra de aliento”. (El Universal…)
Menos exaltado, Don Tancredo situó las cosas con ecuanimidad, sin dejar de reconocer la
grandeza del cordobés: “Con los dos toros menos propicios para el éxito (…) se llevó la
oreja y el rabo de su primer enemigo, “Molinero” (…) Lo lanceó repetidas veces, con
extraordinario aguante pero sin lucimiento, y en quites, Armillita armó la escandalera con
cuatro faroles de rodillas, aprovechando inteligentemente la embestida alta del toro (…)
Con la franela, Manolete inició su labor recogiendo al astado con dos chicotazos, no
doblones, y tras un derechazo instrumentó seis naturales –con ayuda de la espada—un
ayudado por alto, dos derechazos, otro por alto y el de la firma (…) con aguante
prodigioso, a mínima distancia, aunque sin cruzarse con el astado, de perfil, ligó tres
naturales más, y finalizó su trasteo con una manoletina y otros magníficos derechazos.
Cambió la espadita de palo por el acero, y atizó media caída y tendenciosa. Gran ovación,
vuelta al ruedo y salida a los medios después de que se premió su faena con los apéndices
de “Molinero”.” (La Fiesta…)
Armilla, inconmensurable. Seguimos con Don Tancredo, que abrió su crónica así: “Como
primer espada y máximo triunfador, Armillita merece la atención de las primeras
referencias y los más cumplidos elogios, pues ésta ha sido una de sus más grandes tardes,
quizá la de mayor relieve en México por cuanto hizo gala de toda su maestría, de un valor
sereno y positivo, de facultades portentosas, y además –y ojalá así sea siempre—de celo
con el toro y con la gloria, dando a su toreo una emoción, una gallardía, una finura y
elegancia que don Fermín Espinosa no acostumbra prodigar (…) Puso cátedra, y en
cantidad y calidad superó al famoso y admirado diestro cuyo nombre es actualmente el
eje de la fiesta en España y en América.
Verdadera apoteosis la de Armillita, que con la
capichuela, las banderillas, la muleta y la espada obtuvo un triunfo grande, clamoroso,
definitivo, sintetizado en un grito que surgió del graderío: “¡Saltillo, capital de Córdoba!”
Fermín, colosal en los tres tercios y en todos los momentos de la tarde, les cortó los rabos
al abreplaza “Consentido” y a “Pituso”, el cuarto punteño, siendo con éste con el que
mayor asombro produjo al enhilarse con el toro, ponerse de perfil y reproducir la técnica
de Manolete con una precisión, un temple, un mando y un ajuste que enloquecieron al
respetable. Para Don Tancredo, “A “Pituso” le hizo un trasteo inolvidable. El animal se
ceñía por el lado derecho y Armillita lo lanceó muy bien por el izquierdo (…) De nuevo pidió
los garapullos y encendió el entusiasmo, la emoción y la alegría con tres soberbios pares
de banderillas (..) Y vino lo sensacional, lo extraordinario, la enorme, histórica faena: tras
dos muletazos de tanteo, quince pases naturales en tres tandas (…) al estilo de Manolete,
de perfil, acortando la distancia que lo separaba del toro con pasos menudos y flameando
suavemente el engaño, que llevaron al frenesí a los aficionados, mientras se extendía por
el ruedo una alfombra de sombreros y la ovación se hacía interminable. Y como remate,
muletazos de adorno, medios pases por la cara, molinetes y cambios de muleta por la
espalda. Echándose fuera atizó media estocada, y después una honda en todo lo alto.
Ovación, oreja y rabo, música, el delirio. Tres vueltas al ruedo y dos salidas a los medios…
¿No decían que Armillita era un torero caduco, en plena decadencia?” (La Fiesta…)
Para El Tío Carlos no fueron 15 sino 17 los pases naturales de Armillita a “Pituso”: “La
mayor gloria de la tarde para ti, Fermín Espinosa, que, favorecido por el don de la
sabiduría, eres armonioso y equilibrado, fuerte y prudente, poderoso y sagaz. Para ti, que
el leve ondeo de tu breve muleta tejida con hilos de Saltillo has trazado los 17 arcos
triunfales de tus naturales, y has formado con ellos una trama de tan profundo saber, de
tan robusta organización, de tan radiante armonía (…) Si alguna vez, con “Clarinero”,
mostraste que en la clave del pase natural de largo eres amo y señor, ahora, en el
intrincado y noble secreto del pase natural en corto has demostrado la fuerza de tu brazo y
el acerado temple de tu corazón. Para ti, maestro de México, grande y perfilado como sus
serranías, extenso y vasto como las llanuras de tu brava tierra norteña… (El Universal…)
Sí, Saltillo capital de Córdoba. Sólo en cuatro ocasiones alternaron Armilla y Manolete
ante el público de la capital.
Y el balance favorece al maestro mexicano, que, transfigurado por el estímulo de la competencia, sumó en esas cuatro corridas cinco orejas y tres rabos (ya hemos visto que el reglamento de entonces, absurdamente, omitía
el segundo auricular en caso de corte del rabo), por tres y dos rabos para Manolete.
Inclusive Carlos Septién García, máximo aedo de las glorias del Monstruo en nuestro país,
hubo de reconocer, en sus crónicas de El Universal, que las faenas de Fermín a “Pituso” de
La Punta y “Nacarillo” de Piedras Negras (15.12.46, la única vez que el de Saltillo alternó
con el de Córdoba en la recién estrenada Plaza México) supusieron dos hitos inolvidables,
toreramente superiores a cuanto haya podido realizar Manolete en tales ocasiones.
Naturalmente, Camará continuó prefiriendo como asiduo compañero de cartel de su
hierático pupilo a Silverio Pérez, el genial pero muy desigual Faraón de Texcoco.