Manolete, en la mirada del maestro Horacio Reiba, Alcalino
La carrera de Manolete, ya como figura eje del toreo de su tiempo, la dividió claramente en dos etapas su paso por México. Entre la fecha de su presentación en El Toreo de la Condesa (09.12.1945) y la de su muerte (Linares, 29.08.47).
Participó en 38 corridas en territorio mexicano –más otras 16 en América del Sur– y apenas 22 en España. En la temporada europea de 1946 solamente toreó en su país la corrida de Beneficencia
(19.09.46).
Y su última campaña allí la inició tardíamente (22.06.47) y con más ganas de acabar pronto que de reasumir el mando de la Fiesta.
Un movimiento hostil de gran intensidad, orquestado desde lo oscuro, convertiría sus postreras actuaciones en un verdadero suplicio. Del que paradójicamente lo liberó “Islero”, el trágico miura de Linares.
Manolete y Madrid… Madrid y Manolete.
Naturalmente, Las Ventas fue una plaza clave para el Monstruo de Córdoba. Desde su confirmación por Marcial Lalanda, en corrida que la lluvia dividió en dos (15 y 17.10.39), su arte fue reconocido, aclamado o discutido por la cátedra madrileña a lo largo de las 26 tardes que ahí toreó, con los vaivenes y las exigencias naturales a una máxima figura.
Mas cuando se encontró con “Ratón” –el célebre sobrero de Pinto Barreiro–, el cónclave venteño no dudó en consagrarlo como el torero de la época (06.07.44), apoteosis simbolizada por la frase del Conde de Foxá: “Dios, no nos lo merecemos”.
Ese año sumó en España 92 corridas, la cifra más alta de sus siete años de matador: no era su meta amontonar fechas ni romper marcas, pero tampoco los percances –cuando menos uno por temporada—se lo hubieran permitido.
Su balance final, en plazas de Europa y América, es de 509 corridas y 46 novilladas.
Como simple curiosidad conviene recordar que la primera aparición en Madrid del imberbe y desconocido novillero Manuel Rodríguez Sánchez –anunciado erróneamente como Ángel Rodríguez “Manolete”– se produjo en 1 de mayo de 1935 en Tetuán de las Victorias; y quiso la casualidad que uno de sus alternantes fuera el mexicano Silverio Pérez, a cuyo lado brilló intensamente durante su breve pero memorable etapa mexicana
(cartel de cuatro espadas el de Tetuán –con utreros del hierro de Esteban Hernández–, completado por el orizabeño Liborio Ruiz y el hispano Félix Fresnillo “Varelito Chico”).
De la Beneficencia del 46 a la campaña de 1947.
A la vuelta de su primer periplo por América, que dejaría huella imborrable en su ánimo y en su historia, Manolete se hizo el propósito de tomarse un año sabático sin torear en España, a fin de reordenar mente y estrategias de cara al futuro.
No obstante, participó en la corrida de Beneficencia del 9 de septiembre en Madrid, al parecer por “sugerencia” expresa del dictador Francisco Franco.
Es sabido que con el cartel prácticamente cerrado, Dominguín padre se apareció por la sede de la Comunidad madrileña para ofrecer la participación de su hijo Luis Miguel, reforzando la solicitud con un generoso donativo (en ese tiempo, en corridas benéficas los toreros no cobraban ni un duro).
De modo que aquel jueves partieron plaza en Las Ventas el rejoneador Domecq y los diestros Gitanillo de Triana, Manolete, Antonio Bienvenida y Luis Miguel Dominguín, que si a números vamos fue quien llevó el gato al agua al cortarle tres apéndices al mejor lote de Carlos Núñez.
Claro que Manolete no se fue sin obsequiar a los madrileños una faena de las suyas, la que le valió las orejas de su segundo astado.
El guante lanzado por Luis Miguel no pasó inadvertido, aviso y preámbulo de lo que sería, a los pocos meses y estando Manolete por segunda vez en México, la ruptura del Convenio hispanomexicano, por intrigas dirigidas por su padre a romper la hegemonía de la dupla Manolete-Carlos Arruza, con el consecuente asalto del menor de su dinastía al puesto que ambos ocupaban.
Manolete iba a vivir bajo esa tensión su campaña de 1947. Sangriento adiós.
Para la corrida de Beneficencia del 47, la municipalidad madrileña volvió a recurrir al gancho infalible de Manuel Rodríguez como base de un cartel en el que volvió a figurar su compadre Rafael Vega “Gitanillo de Triana” y como complemento Pepín Martín Vázquez, artista joven en pleno florecimiento.
Con toros jerezanos de Fermín Bohórquez, la corrida se programó para el miércoles 16 de julio.
Gitanillo hizo un esfuerzo no demasiado convincente por contrariar la idea, cada vez más arraigada, de que su constante presencia en los carteles del Monstruo obedecía a imposición de éste.
Pero como era de esperar, todas las miradas se enfocaron, ávidas, en Manuel Rodríguez y lo que de su capote, su muleta y estoque pudieran emanar, presionado como estaba por prensa, públicos e interesados agoreros.
Manolete vio cómo su primer toro era protestado por chico, pero supo sobreponerse. Y al sobrero, de Vicente Charro –negro lucero y algo soso—, le cuajó una faena empeñosa, de menos a más, basada en su aguante y temple legendarios.
Y aunque pinchó tres veces lo llamaron a dar la vuelta al ruedo, imponiéndose los aplausos a los gritos de los discrepantes.
El último toro que Manolo lidiaría en Madrid fue “Babilonio”, de Bohórquez (negro, con 492 kg), carente de clase y con tendencia a puntear.
Dispuesto a imponerse al enrarecido ambiente, Manolo planteó su faena en los medios y fue encelando al burel en el engaño hasta conseguir ligarle tandas muy meritorias por ambos pitones.
La cornada, en el curso de un ceñido derechazo, fue casi imperceptible, pues no hubo derribo y el torero, imperturbable.
Continuó la serie, mientras la sangre emanada del muslo izquierdo le iba tiñendo la media hasta la zapatilla.
Cuando la pierna dejó de responderle, exigió que le llevaran la espada de verdad, cuadró rápidamente al toro y se volcó en el volapié.
Antes de caer en brazos de las asistencias bajo una clamorosa ovación de reconocimiento.
Que se tradujo en la concesión de dos orejas, últimas de la veintena de ellas que cortó en Madrid.
Crónica de “Giraldillo”.
“En cuanto al cordobés, lleno de gloria y fortuna, figura que siendo de plena actualidad ya tiene calidad de histórica, su gesto de torear gratis debe ser tomado muy en cuenta como ejemplar… Y con ganado con la presencia debida… Ayer venía en gesto, un poco amargo del que lo tiene todo hecho y es juzgado como si aún tuviera algo por hacer.
El gesto comenzó en torear gratis y concluyó con el caro y honroso estipendio de una cornada… Ya herido, prosigue la gran faena… Hay en la plaza una emoción honda. Todos reaccionan contra el grito disidente… Manolete se impone. Está solo, en el centro del ruedo, y no deja que nadie se acerque a él. Se perfila, y surge el gran matador que fue olvidado por el muletero genial. Viene la gran estocada… Manolete ya no puede sostenerse, y cuando el fiel Guillermo le ata un pañuelo en la pierna herida, cae en brazos de las asistencias… A la enfermería le llevan las dos orejas, que son concedidas por aclamación unánime… A Manolete, para recordarle quién es no hay que gritarle.
En la cumbre, él sabe que hay que jugárselo todo a la cara o cruz de su destino de torero impar. Que, además, sabe ofrendar su sangre y aguantar el dolor».
(ABC, 17 de julio de 1947).
Un texto con sabor a ensayo para muerte que le aguardaba 40 días después, en Linares.
Efímera apoteosis.
La presencia imperial de Manolete y el drama de su triunfo y cornada, distrajeron la atención del protagonista artístico de la tarde.
Un sevillano con apenas 19 años llamado Pepín Martín Vázquez.
Cumplía Pepín como muy pocos la excepción a la regla consabida, al reunir en su toreo “el arte de los que no tienen valor y el valor de los que no tienen arte”.
Artista con sello y clase para dar y prestar, parecía llamado a grandes
cosas.
Pero el toreo es impredecible. Y le arruinó el futuro una cornada a destiempo, gravísima, que le arrebataría el sitio, el valor y las ilusiones. Ocurrió muy poco después (Valdepeñas, 09.08.47) de que “Giraldillo” describiera así sus dos faenones de esta tarde.
“¿A dónde va a llegar Martín Vázquez? –me preguntaba un aficionado–.
Pues adonde está, a la primera línea –le respondo–, con categoría de figura en su gran temporada…
Apartado de los grupos en que, para mal de la Fiesta, están divididos los toreros, viniendo a Madrid una tarde y otra, aceptando toros mansos e indeseables, se ha hecho figura… Ayer se consagró en Madrid.
Consagración del arte juvenil, gracioso y bravo… Ya se había revelado en su primer quite, que fue la ovación primera de la tarde, cuando al salir el tercero, con muchos pies, supo cogerlo de largo con unos lances, asombro de arte y valor.
Y vino el quite primoroso, jugando el capote por la espalda con la gracia de unas alas… faena abierta con un pase cambiándose la franela por la espalda para ligar seis naturales soberanos…
En el centro, torea sin ayuda de la espada, que arroja al suelo, y así le vemos otra serie de seis naturales que cierra con uno de pecho, formidable…
Hay un pase afarolado con las rodillas en tierra. El público, puesto en pie, sigue enardecido la faena, llena de color y bravura.
Entrando con mucho coraje da la estocada, contraria… Descabella a pulso y concédesele la oreja, que el público quiere que sean dos… El sexto, descarado de pitones, acusó mal estilo y desarmó en banderillas… Y este torero tan joven nos recordó a los toreros antiguos…
Los ayudados por bajo, cargando mucho el castigo… Para sacarlo más allá de los medios, y darle distancia en el desafío, de espalda al toril…
Un trote muy lento alarga la angustia de los espectadores, y consigue así dos naturales impecables, y luego tres más, que remata con el pase de pecho, soberbio.
Molinetes, adornos y una gran estocada. Rueda el toro y Martín Vázquez corta otra oreja. En triunfo y a hombros deja la plaza… La gracia y el valor en equilibrio triunfaban, calle de Alcalá arriba… para mí no ha sido una sorpresa”
(Ibídem).
Con el triunfo de Pepín Martín y Manolete en la enfermería se cerraba una tarde marcada por una paradoja siniestra, pues la luz de la eufórica salida en hombros del sevillano muy pronto sería eclipsada por una doble tragedia: la suya y la del Monstruo del toreo.
Para perdurar tan solo en la pequeña historia del cartel y la tarde aquí rememorados.
MANOLETE, heroico, rumbo a la enfermería; PEPÍN, apoteósico, gran natural y enorme el de pecho