El 14 de abril de 1931, los españoles acudieron a las urnas decididos a darse una república que rompiera las amarras de la desigualdad y la pobreza ancestrales. Tal decisión cayó como bomba entre las clases acomodadas de un país instalado en los hábitos del feudalismo tardío, las cuales, desde ese momento, utilizaron todos los recursos a la mano, lícitos o ilícitos, para revertir la voluntad popular. Mal respaldada por gobiernos sin unidad ni talento, la situación iba a desembocar, al cabo de cinco años tormentosos, en un desmesurado baño de sangre.
Tiempo de cornadas. Pero, a despecho de las sacudidas políticas, la Fiesta mantuvo su pulso y el abono madrileño siguió adelante. Y los toros –aquellos toros de “antes de la guerra”—continuaron dando cornadas. Ya había caído Enrique Torres en la segunda de abono (abril 6) y, con la república proclamada, los pitones se empeñaron en mantener ocupados al doctor Jacinto Segovia y su equipo. El 7 de mayo, Cagancho llegó a sus manos gravemente herido en un muslo. El día 10 tocó turno al modesto espada valenciano Manolo Martínez, al que un Cobaleda le abrió el vientre. Y faltaba lo peor: en la octava de abono, el domingo 31, el primero del encierro de Graciliano Pérez Tabernero se llevó por delante al banderillero Manuel Prieto (femoral rota), y el tercero, “Fandanguero”, pasaría a la historia como autor de la mortal cornada que condujo a la tumba al gran Curro Puya, Francisco Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana”, luego de 75 días de dolorosa agonía.
Solórzano y “Revistero”. Jesús Solórzano Dávalos, mexicano nacido en Morelia (10.01.1908), recién doctorado en Sevilla (28.09.30) y confirmado en Madrid (06.04.31), figuraba en el cartel de la novena corrida, una combinación sin mayores pretensiones que incluía a Valencia II y Pepe Amorós con astados de Manuel Aleas, de Colmenar Viejo. Chucho, admirador y amigo cercano de Gitanillo, lo había visitado en la clínica, y tan impresionado quedó al verlo que hizo correr la voz de que se desistía de torear. El rumor recorrió los mentideros, por lo que causó cierta sorpresa verlo aparecer, ese 7 de junio, por la puerta de cuadrillas de la plaza de la carretera de Aragón, muy bien vestido de celeste y oro. Esa tarde, el moreliano iba a cuajar con “Revistero”, el 3º , una de ésas faenas que dejan recuerdo imperecedero en quienes tienen la suerte de presenciarlas. Los que no, mejor dejarles a los cronistas de la época el relato, en caliente, de la epopeya.
Maximiliano Calvo “Corinto y Oro”: “Entra el tercero en escena. Es un “mozo”, “colorao” retinto… Se acerca el momento cumbre de la corrida. Solórzano le ofrece el capote… Tres lances preciosos y una serpentina entre los mismos pitones inician el alboroto. Otros tres más, los pies juntos y clavados y media verónica formidable. ¡Qué bien torea este “Chuchito”! El bicho tardea, pero tiene buen estilo. Y viene un tercio de quites que se recordará toda la temporada. Solórzano borda materialmente el toreo. Valencia derrocha tanto valor… que cae al ruedo un ramo de claveles. Amorós no se deja ganar la pelea y dibuja cuatro chicuelinas. El público, frenético de entusiasmo, obliga a los tres a salir a los medios montera en mano. Solórzano coge los palos y banderillea al colmenareño con tres pares llegándole hasta la cara, el segundo gramaticalmente monumental. El alboroto sigue sin interrupción, para verse inmediatamente coronado por una faena que es un asombro de valor y arte. La comienza con un pase alto, al que liga uno de pecho estatuario. Enseguida se echa la muleta a la zurda y torea al natural y en redondo cuatro o cinco veces, ligando los maravillosos pases en una pugna de valor ciego y elegancia muy personal. Con los naturales mezcla los de pecho con un estoicismo británico. La ovación y los olés puede que se oyeran hasta en el mismo Chapultepec. Dos pinchazos en lo alto, en los que el diestro se va tras la espada; un estoconazo y el toro rueda. Ovación inenarrable, la oreja, vueltas al ruedo entre merecidas aclamaciones. También al colmenareño se le da la vuelta al redondel. Esta decisión es un poco arbitraria, porque el toro, aunque dócil, ha embestido obligado realmente por el torero. El toro no ha sido de bandera ni mucho menos; el que ha sido de bandera es el nuevo embajador de la tauromaquia mejicana, al que sin reservas ha proclamado el público figura del toreo.” (La Voz, 9 de junio de 1931).
Manuel Reverte: “¡Bien se deleitó el público que acudió a la novena corrida viendo torear a Solórzano! ¡Buena tarde para este torero, que cortó las dos orejas de su enemigo y salió de la plaza en hombros! Podemos asegurar que fue una de las faenas más completas que hemos visto esta temporada en Madrid. Fue en el toro corrido en tercer lugar. Un bicho de D. Manuel Aleas precioso de tipo, gordo, fino, bravo y noble… La serie de verónicas con que lo saludó Solórzano fueron algo verdaderamente admirable. Quieto, mandando, echando las manos abajo y tirando del enemigo suavemente… En dos quites volvió Jesús a mostrar su dominio y su arte… Solórzano prendió un par de banderillas que quedó desigual, luego lo enmendó con dos pares magníficos, llegándole paso a paso hasta la cara… ¡Cómo estaba aquel magnífico toro a la hora de la muerte!¡Qué deleite para los que, además de admirar al torero, saben ver al toro!… La faena de muleta fue sencillamente admirable por la serenidad, el arte, el dominio y la gracia del torero. No se puede aprovechar mejor un gran toro. Dos buenos pinchazos y una entera, entrando bravamente… Estalló la ovación grande para el torero, para D. Manuel Aleas y para su toro, al que se le dio la vuelta al ruedo.” (Blanco y Negro, suplemento semanal del ABC. 14 de junio de 1931)
Don Quijote: “Solórzano realizó en la 9ª la única faena de escándalo del segundo abono. Le tocó un toro pastueño, de Aleas, de los que se dejan colocar a placer: un toro ideal. Y lo aprovechó a las mil maravillas y en todos los tercios y suertes. Desarrolló una faena de un arte, un temple y una belleza que nos recordó a las mejores de Márquez, sobre todo en los naturales, absolutamente perfectos. Lo mató muy bien y cortó una de las orejas mejor concedidas de la temporada.” (La Fiesta Brava, semanario. 17 de julio de 1931)
Gregorio Corrochano: “El toro bueno, magnífico, le tocó a Solórzano. .. y lo aprovechó todo, con el capote, las banderillas, la muleta y el estoque. Todo. Siento que por buscar algunos efectos que no hacían falta se desligara la faena admirable. Hubo naturales perfectísimos, tirando del toro, pisándole descaradamente el terreno con tranquilidad y pasándoselo en arco desde el hocico hasta el rabo. Pases magníficos en los que hacía pasar al toro, que no es lo mismo que dejarlo pasar. Toreaba el torero, no el toro. Y las tres veces entró a matar muy bien. Los pinchazos tuvieron el valor de grandes estocadas… Fue una faena de suma elegancia y maestría, que le valió ovaciones inacabables, y la oreja, y dos vueltas al ruedo, y lo que vale más: un gran crédito artístico.” (ABC, 9 de junio 1931)
Las orejas, todo un tema. Las discrepancias en cuanto a los trofeos son una constante a lo largo de todo el primer tercio del siglo XX, particularmente en España. Los cortaba un banderillero, sabedor de que la vista de la gente estaría más en el ruedo que en el palco. Y las reseñas correspondientes se manejaban de manera antojadiza. De ahí, seguramente, la siguiente rectificación de José Alameda a la crónica de Corrochano: “Eso es lo que dice Corrochano, que como se sabe, no es santo de mi devoción… Y debo señalar que comete un error respecto a los hechos, al decir que a Solórzano le dieron una oreja. Con su permiso, le dieron dos. Y después de entrar a matar tres veces. ¡Cómo sería la faena!… A Chucho le quedaron cortos los cronistas.” (El Heraldo de México, 27 de diciembre de 1981)
José Alameda: ”Ninguno dijo que después de los dos primeros pases por alto el toro se le quedó, y Solórzano, que ya se había puesto la muleta en la izquierda, permaneció frente a él casi un minuto, impávido. Un minuto frente a un toro es un siglo. Dos estatuas, frente a frente. Y cuando el toro se arrancó, le cargó levemente la suerte y le dio un natural perfecto. Y luego tres más, y el de pecho, que no los mejora ni el que inventó el toreo… Pero la espera, aquella larga espera, con el público en tensión y el toro y el torero mirándose, como abismados –abismo frente a abismo–, eso lo he visto muy pocas veces. ¡Cómo sería que todavía lo recuerdo!” (El Heraldo de México, 27 de diciembre de 1981)
Mexicanos. No fue Jesús el único paisano en salir triunfante del ruedo madrileño en 1931. El 24 de mayo, Fermín Armilla –que inauguró con miuras el abono– había desorejado a un toro de Terrones por una faena magistral, cantada por Don Quijote como una de las mejores del año. Alberto Balderas, que confirmó grismente su alternativa (03.05.31), no volvería más a la Villa y Corte. Tampoco Pepe Ortiz, aunque en su caso hubo una marcada injusticia, luego que le cortara la oreja a un torazo de Pallarés, tras provocar asombro con su mágico capotillo (12.07.31).
En cuanto a David Liceaga, su faenón a un sobrero de Clairac que más que novillo era todo un toro, le valió, la víspera de la desgracia de Gitanillo y “Fandanguero”, la salida en hombros por la puerta de Madrid y el pasaporte a la alternativa (Barcelona, 21.07.31).
CHUCHO Y REVISTERO: Verónica y natural solorzanistas y un apunte de ANTONIO CASERO