Pepe Ortiz, uno de los toreros más creativos de la historia, según crónica de Alcalino
José Ortiz Puga (Guadalajara 12.12.1902-DF, 16.04.75) ha sido uno de los toreros más
creativos de la historia, famoso por la invención de una serie de quites que ejecutaba con
cadencia musical. También fue un favorito en los afectos de la afición mexicana, y sin
pretenderse un diestro de pelea, su valor sin exhibicionismos le permitió sobreponerse a
las muy graves heridas sufridas en sus años mozos –Chicuelo lo había hecho matador en El
Toreo (02.11.1925)–, cada una de las cuales le cortó las alas cuando parecía en
condiciones de remontar el vuelo. Como resultado, las empresas lo fueron relegando,
pero un público que tenía memoria y sabía de la lucha de Ortiz y de su autenticidad torera
no dejó de querer y estimular a quien había merecido el sobrenombre de Orfebre Tapatío
en homenaje a sus dotes artísticas, su fértil inventiva, su delicada manera de manejar el
capotillo y de interpretar el toreo. Un genio del primer tercio que no llegó a ser gente
muleta en mano, aunque la armonía no haya abandonado nunca sus procedimientos.
Hacía tiempo que Ortiz no daba con el éxito en la capital, donde toreaba poco –su famosa
tarde de la larga cordobesa databa de enero del 39–, pero la nostalgia de sus antiguos
seguidores sufrió un vuelco sentimental cuando rico, casado con la actriz Lupita Gallardo y
confortablemente instalado en su rancho de San Miguel de Allende –donde llegó a criar
ganado de lidia– anunció su adiós definitivo de la profesión para el 14 de marzo de 1943.
Lorenzo Garza, viejo admirador suyo, no tuvo inconveniente en dejarse anunciar mano a
mano con Pepe para ocasión tan señalada. Por cierto, las desavenencias de Lorenzo con
Maximino Ávila Camacho, quien sobre funcionar como poder detrás del trono dentro de la
empresa de El Toreo era secretario federal de Comunicaciones y Transportes y hermano
del presidente de la república, llevaron al regiomontano a anunciar a su vez una
“despedida” más bien estratégica para el domingo siguiente, cuando se encerró con seis
toros de San Mateo que, por primera vez, iban a fallarle.
Crónica del Tío Carlos. Pero estamos en el día final de la carrera de Pepe Ortiz. Nada
mejor que repasar lo escrito por Carlos Septién García con motivo de la despedida del
Orfebre:
“Decíamos hace un año: “… Pepe Ortiz es lo barroco del toreo. Gira y mariposea frente al
toro (…) Una serie de tapatías es como esos derroches de volutas que hacen cantar a la
piedra en la fachada del Sagrario (…) No serán lo fundamental de la arquitectura, pero
tienen un valor inmenso para el arte…”.
Y ese fue, en realidad, el sentido del toreo de Ortiz. Sólo que fue el suyo un barroco leve y
aéreo; gracia pura, exenta de angustia o de tragedia. También Silverio Pérez fue barroco
con “Peluquero” (pero) en Pepe Ortiz (…) el barroco fue tan inmaterial, tan desligado de la
gravedad como lo es la arquitectura de su Guadalajara “en donde las piedras parecen
flotar en el aire”. Todo su arte fue como un afán de vuelo, truncado a hachazos en mil
ocasiones; pero el toreo orticista fue más y más suave conforme más cornadas recibía su
cuerpo. En sangre de torero está mojado el capote que creó los giros ondulantes de la
orticina, la majestad del quite de oro, la fantasía de los remates con que ennobleció la
lidia. Al rojo precio de sus venas pagó Pepe el cumplimiento de su misión en el toreo
mundial. Porque el hombre no puede ser creador de balde.”
Toreros como Ortiz sólo se conciben en México (…) son ellos los que más llegan al público
independientemente de su intrínseco valor como lidiadores. En el fondo de todo mexicano
hay un barroco: un adorador de la complicación y el estallido, un apasionado buscador de
la belleza con temblor y arrebato. Y a ese fondo entrañable es al que le habló durante
largos veinte años Pepe Ortiz cuando hacía revolotear su capote estremeciendo de ritmos
el aire, convirtiendo la fiereza del toro en una bella figura de embestidas a compás,
llevando a límites inexpresables de gracia los lances fundamentales del toreo (…) fueron
sus lances y sus pases la aparición de la suavidad en la fiesta de la fuerza y el empuje. Y es
claro que en ese cambio sustancial de conceptos quedó deshecho su organismo. Los toros
no saben de transformaciones estéticas (…)
Fue además un torero caballero. En la plaza y en la vida (…) llevó la gloria sin arrogancia
falsa ni orgullo desproporcionado. Fue escrupuloso en su respeto al público. Y nunca buscó
exculpantes en la derrota ni practicó el teatro para ganarse compasión o simpatías (…) a él
le habían de ovacionar su creación como torero, no sus capacidades de político o de
dominador de multitudes. Y eso, tan precioso, tan extraño ya, es sinceridad artística, es
honradez de torero.
El público despidió a Pepe con emoción verdadera en su tarde última. Le pagó en instantes
inolvidables su sangre y sus esfuerzos, sus creaciones artísticas y su amor a la fiesta. En la
historia deja escritas las páginas originales de los lances orticistas, que prolongarán el
nombre de Pepe a través en el tiempo mientras haya un ruedo, un público y un torero que
sepan vibrar al impulso del arte creador del tapatío.” (Septién García, Carlos. Crónicas de
toros. Edit. Jus. México. 1948. pp 68-71).
Su última tarde. No encontró Pepe Ortiz mayor colaboración en ninguno de los astados
tlaxcaltecas, “Cubanito” de Piedras Negras y “Bajista” de La Laguna—, aunque al primero
lo lanceó exquisitamente por verónicas y le hizo un quite bellamente giratorio; y con la
franela, nos dice Don Tancredo, “un trasteo muy vistoso, muy tranquilo y muy confiado, en
el que Ortiz se hizo aplaudir con entusiasmo, finalizándolo con un pinchazo y una estocada
casi entera.” (La Lidia, semanario. 19 de marzo de 1943). El lagunero (3º), relata la misma
fuente, además de soso tenía problemas en la visual. Pepe lo aliñó acertadamente.
La misma revista especializada hace, bajo la firma de El Resucitado, pormenorizado relato
de la última lidia en la vida de Pepe Ortiz al negro entrepelado “Vigía”, de La Laguna,
marcado con el número 35. Sabemos por él que abandonó al toril a las 17 horas 11
minutos y fue corrido a una mano por Francisco Gómez “El Zángano”, que también se
cortaría la coleta esa misma tarde. De su detallada crónica entresacamos lo siguiente:
“Con los pies juntos y frente a la puerta de la enfermería (Ortiz) le dio cuatro verónicas
toreando de brazos y despidiendo perfectamente que se ovacionaron con calor (…) En la
primera vara, en la querencia, Lázaro Zabala “Pegote” fue derribado estrepitosamente,
haciéndole Ortiz su quite Guadalupano en dos lances por delante para levantar el capote
en los tres siguientes, a la manera de la chicuelina, y rematando con lucida revolera. El
toro recibió dos varas más, de Felipe Mota, ejecutando Pepe en su segundo turno la
orticina para escuchar dianas y aclamaciones (…) dos quites consecutivos por encontrarse
Garza en la enfermería (…) “El Zángano” cuarteó un par abierto y delantero, cumpliendo
Rafael López en su turno (…) Exactamente a las 17 horas y 19 minutos la autoridad ordenó
el cambio de tercio y Ortiz, de violeta y plata, se dirigió al centro de la plaza para brindar
su último toro mientras la música tocaba “La Golondrina” (…) En el tercio de la contraporra
inició su faena con un pase alto cargando la suerte por el lado derecho; otro pase alto, por
el derecho, y un pase de costado, con los pies juntos, por el izquierdo, que era el más claro
del toro. Dos naturales, en los que el toro se queda al final de la suerte (…) En el centro de
la plaza un ayudado por alto, un molinete por el lado izquierdo y otro por el derecho que
resultó muy ceñido. Dos derechazos y un pase cambiándose la muleta de mano, en el que
el toro dobló las manos (…) Perfilado Ortiz frente a la puerta de caballos dio un pinchazo
en lo alto (…), otro pinchazo, delantero (…) y en el mismo terreno, entrando recto y rápido,
dejó todo el acero en lo alto (…) “Vigía” rodó sin puntilla exactamente a las 17 horas con
25 minutos (…) La autoridad, en un rasgo por demás simpático, ordenó que se le entregara
una oreja (…) Cuando la autoridad ordenó la salida del sexto toro, Ortiz había sido
felicitado, homenajeado y aclamado durante exactamente 12 minutos” (La Lidia…).
Gran tarde de Lorenzo. El regiomontano, a las puertas también él de la retirada, sólo que
en su caso las razones no eran taurinas sino políticas, no podía irse sin manifestar con
hechos su tantas veces probada grandeza. Y salió a comerse crudos a sus toros, sin
importarle que favorecieran o no su intención de triunfar a cualquier costa.
De acuerdo con la crónica de Don Tancredo (Sosa Ferreyro) “tuvo una tarde imponente de
valor y torerismo, de arte y de maestría, pues hizo gala de su casta y de su pundonor,
acallando con lances imponderables y con trasteos de indiscutible mérito la hostilidad de
los antigarcistas (…) con astados nada propicios al triunfo. Fue cogido aparatosamente, y
reaccionó con mayor valor aún, con más celo de gloria y de aplausos (…) A su primer
enemigo, “Alhajito” de Piedras Negras, le hizo faena de pelea, con ayudados por bajo
largos y mandones y derechazos de exquisita calidad (…) Y después cortó las orejas del
cuarto y del sexto, “Cirquero” y “Marinero”, de La Laguna (…) por faenas de intensa
emoción, de absoluta verdad y de positivo mérito, haciéndolos pasar con su prodigioso
aguante y su portentoso temple. Fueron dos faenas típicamente garcistas, con naturales,
pases de pecho, de costadillo, derechazos y toreo de rodillas… Fue cogido y zarandeado
por los dos broncos astados (…) pero les cortó las orejas entre frenéticos aplausos, vueltas
al ruedo, y la salida en hombros en compañía de Pepe Ortiz.” (La Lidia…)
¿Será que una fértil vida torera pueda quedar clausurada del todo una vez escrito su
capítulo final? ¿O al contrario, según premonizara Septién García en sus líneas dedicadas
a la despedida de Pepe Ortiz, la pervivencia de los quites orticistas “prolongarán el
nombre de Pepe en el tiempo mientras haya un ruedo, un público y un torero que sepan
vibrar al impulso del arte creador del tapatío.”?
Uno quisiera aferrarse a esta ilusoria, hermosa y hoy tan lejana posibilidad.