¿Qué nos queda a los taurófilos? Mantenernos en pie de lucha, armados de todas las razones que nos asisten. Hermosa columna del maestro Alcalino

¿Qué nos queda a los taurófilos? Mantenernos en pie de lucha, armados de todas las razones que nos asisten. Hermosa columna del maestro Alcalino

Apura el paso 2022, año de juicio sumario y sentencia condenatoria contra las corridas de
toros en la ciudad de México. Aunque los aficionados de este país quisiéramos borrarlo de
la memoria se trata de un empeño imposible, pues no hay fecha de caducidad para la
impotencia ante un golpeteo que no concede tregua. Ni deja de causar asombro que
quienes podrían enfrentarlo desde posiciones de poder prefieran mirar hacia otro lado al
estilo de los avestruces, en lugar de hacer valer sus influencias en defensa de la fiesta.
Suponiendo tal vez que el problema se resolverá solo. Sólo tal vez, porque vox populi
insiste en imaginar cálculos especulativos acerca del rendimiento inmobiliario que
pudieran arrojar los terrenos de lo que nació bajo la denominación de Ciudad de los
deportes. Cuando al antiguo Distrito Federal no le cabían aún tres millones de habitantes,
y cincuenta mil asaltaban la flamante Plaza México los domingos por la tarde.


No es cosa de insistir ahora en los pormenores de la deplorable situación actual, tema
central de tantas columnas propias y ajenas en los últimos tiempos. Sí llama la atención
comprobar que mientras en otros países la defensa de la fiesta es prioridad para sus
taurinos, en el nuestro campa la indiferencia, solamente rota por unos cuantos festejos en
regiones bien identificadas donde se mantiene precariamente viva lo que va quedando de
un pasado taurómaco espléndido. a tauromaquia. Más que nunca, conviene identificar el
proceso que nos condujo a la presente decadencia. Pues es así, decadencia, como hay que
nombrarla.


El decálogo perverso. Mal orientados estaríamos si vertiésemos todas las culpas de lo que
sucede sobre al año que va de salida, o las achacáramos sin más a la fantasmal ONG
Justicia Justa y de paso al juez que dictó la sentencia fatal, el errátil e inepto –o acaso bien
aleccionado y obsecuente—Jonathan Bass Herrera, prestamente secundado por sus
colegas de cierto tribunal de apelaciones. Porque lo vivido en 2022 es solo la culminación
de un proceso engendrado tiempo atrás y trufado de avisos numerosos y continuas
advertencias torpemente desoídas.


1) La primera señal nefasta viene de cuando José Chafick pasó a apoderar a Manolo
Martínez e inició campaña para reducir la casta brava mexicana a una única sangre
–Saltillo-Llaguno–, que casualmente él cultivaba con esmero en su propia ganadería –San
Martín–, venero de sementales que generosamente se dedicó a venderles a sus colegas
como condición para permitirles figurar en los carteles del mexicano de oro, mandón
absoluto de su época.


2) La dictadura que Manolo-Chafick extendieron por todo el país incluyó el acaparamiento
por las figuras de moda –Martínez, Cavazos, Rivera– de plazas y ferias menores, antes
reservadas al cultivo de la novillería emergente. No por eso dejó México de ser un vivero
inacabable de aspirantes a la gloria taurina, pero su campo de acción quedó
drásticamente reducido.

3) Los pocos chavales que alcanzaban la alternativa y no terminaban en ella su andadura,
se encontraron con animales de procedencia y estilo monocordes –docilidad sin bravura,
repetitividad sin malicia, codicia sin poder, antesala perfecta del post toro de lidia
mexicano. Era esa, para el torero joven, la escuela menos a propósito para ejercitarse en
el conocimiento y lidia de los diversos encastes eliminados en beneficio de uno solo, cada
vez más alejado por cierto de los productos cimeros de la sangre Saltillo-Llaguno, ya muy
rebajada a esas alturas en beneficio del “arte” sin el estorbo de la bravura. Solitaria perla,
demostrativa por contraste de tal situación: la faena de Mariano Ramos a “Timbalero” de
Piedras Negras (21.03.82).


4) Cuando, con la retirada de Martínez, sonó la hora del cambio de régimen, ya buena
parte del gran público de toros se estaba alejando del espectáculo monótono y previsible
que se le ofrecía. La Plaza México, eje de la fiesta en el país, redujo como nunca sus
actividades, con apenas 105 corridas de toros entre 1980 y 1990, récord a la baja
solamente superado en estos años de pandemia y prohibición ominosamente asociadas.


5) Los capitalinos dieron una última demostración de su ilusionado y ancestral apego a la
tauromaquia en cuanto la Monumental reabrió sus puertas tras el receso de 1988-89 al
llenarla de nuevo hasta el reloj; este ilusionado despertar se prolongaría más allá de la
mitad de la década siguiente. ¿Que cómo correspondieron a tal desborde de afición los
dueños del tinglado? Pues aprovechando ese envión para llenarse los bolsillos a cambio
de continuar envileciendo la esencia de la fiesta.


6) El rescate de la Monumental había corrido por cuenta del gobierno del Distrito Federal,
Patronato y Comisión Taurina de por medio. Y a su ofrecimiento de pasar la estafeta a los
privados respondió presta Televisa, con toda su fama de volver basura cuanto toca, como
efectivamente ocurrió. No consiguió, sin embargo, que el negocio resultase tan productivo
como tantos otros que tenía entre manos –ejemplo paradigmático, el futbol; ejemplo
barato y vulgar, las telenovelas y los reality shows–, por lo que más pronto que tarde
urdió su traspaso a los Miguel Alemán, aventajados cachorros del régimen revolucionario.


7) Los Alemán, políticos avezados pero no empresarios taurinos, se acercaron en busca de
consejo a Manolo Martínez, hacía tiempo retirado. Y Manolo, más atento a sus labores de
ganadero destacado y buscador de nuevos talentos, les recomendó entrar en tratos con
un inquieto elemento dedicado a su protección personal en sus tiempos de figura.
Hablamos del inefable veterinario Rafael Herrerías Olea.


8) Herrerías toma el mando operativo de la Plaza México en la primavera de 1993 y durará
en el puesto casi un cuarto de siglo. En realidad le bastaron menos de dos lustros para
expulsar al grueso de la afición capitalina del coso que habitualmente llenaba, convertida
la autoridad de la Benito Juárez en cómplice suyo a espaldas del reglamento; evidencias
de esto brotaban por doquier, desde la supresión de los exámenes post mortem de los
supuestos cuatreños lidiados en su feudo al cese fulminante de jueces de plaza renuentes

a plegarse a sus designios, incluida la peregrina presunción de que poniendo las orejas en
barata se avivaría el interés del público por un espectáculo en precipitada cuesta abajo.


9) La lista de atentados de lesa tauromaquia cometidas por la empresa de la Plaza México
durante el cuarto de siglo de referencia fue rigurosamente sistémica y demasiado larga
para entrar ahora en detalles. Pero no puede dejarse de mencionar, entre sus logros más
abyectos, el retroceso de cerca de 100 años que supuso el entronizar como base de sus
temporadas a unas cuantas figuras hispanas mientras relegaba sistemáticamente al
elemento nacional, ya bastante golpeado por la simultánea reducción de los festejos
novilleriles a su mínima expresión. Congruente con su neocolonialismo de emergencia, la
empresa capitalina, obsequiosa como nunca con las figuras de fuera, iba a facilitar el
imperio de los ganaderos que llevaron a su culminación el predominio del post toro de
lidia mexicano (bofo, soso y mocho) en sus diversas modalidades, desde el impresentable
utrero hasta el apacible gordinflón, que convertirían la suerte de varas –prueba antaño
clásica para medir la casta y poderío de las reses— en ocioso e insustancial simulacro. Y el
arte de parar, templar, mandar y ligar en impenitentes sesiones de encimismo.


10) Bajo tales parámetros, lo extraño habría sido que una afición tan sensible y capaz
como la capitalina continuara apoyando la gestión empresarial de marras. A medida que
los despropósitos se sucedían y normalizaban, la Plaza México se fue vaciando. El
incesante aumento de los precios de las localidades sin duda contribuyó al alejamiento de
la gente, pero la causa de fondo fue el abandono por la autoridad de sus obligaciones para
con el reglamento y el público, dejando manos libres a la aplicación por la empresa de la
autorregulación por la que clamaba, acorde con los valores del capitalismo salvaje.


¿Qué nos queda a los taurófilos? Mantenernos en pie de lucha, armados de todas las
razones que nos asisten como participantes apasionados de una tradición que no se
sustenta en el cálculo económico ni en la sumisión a lo políticamente correcto, sino en el
amor a un patrimonio histórico y artístico con cinco siglos de vigencia en México.


Posdata. Acabo de recibir una felicitación navideña de lo más simpática, procedente de
EU. Nada que ver con la Nochebuena ni el Nacimiento, se trata de dibujos animados y la
protagoniza una familia de perritos que acoge generosamente a un congénere esmirriado
y solo que, en pago, arriesgará su vida por salvar a uno de los pequeños de la amorosa
prole canina. Nada que objetar, excepto que no hay seres humanos en la historieta. Es
simplemente una tierna muestra del animalismo emocional que los anglosajones le han
impuesto al mundo globalizado.


Valor civil. Reciente aún el deceso del gobernador de Puebla Miguel Barbosa Huerta,
recordaba su enjundiosa confesión pública de gusto por la tauromaquia, en respuesta al
intento de suprimir las corridas de 2021 emprendido por la alcaldesa de la capital de su
estado. A eso le llamaban antes valor civil, frase ya en desuso, suplantada a raíz de la
globalización y sus autorregulados por la mojigatería de lo políticamente correcto.

Mensaje. Lo cual no me impide desear a cada amable y paciente lector de esta columna la
gozosa liberación de la alegría fraterna propia de estas fechas, y su prolongación y
acrecentamiento a lo largo del año venidero. Con un mensaje optimista por la atinada
defensa, entre todos, de nuestra bienamada fiesta de toros.

Deja un comentario


  Utilizamos cookies para mejorar tu experiencia en nuestro sitio web. Al seguir navegando, aceptas el uso de cookies. Más información en nuestra política de privacidad.    Más información
Privacidad