Roberto Dominguez, medio siglo de grandeza
Otro grandioso torero que alcanza los 50 años de alternativa es el vallisoletano Roberto Domínguez, componente de esa gloriosa baraja castellana compartida con El Niño de la Capea y Julio Robles, quintos de ceremonia y compañeros de viaje en la carrera profesional, nos cuenta Paco Cañamero.
Roberto, torerazo siempre, artista e intelectual, hombre de profundas inquietudes culturales, introvertido de carácter, dejó el recuerdo de su grandes, especialmente a finales de la pasada década de los ochenta al resurgir de sus cenizas y convertirse en un destacado eslabón de la generación de los setenta.
Roberto, nacido en la capital vallisoletana el veintiuno de febrero de 1951 era sobrino carnal de Fernando Domínguez, elegante torero en los años previos a la Guerra Civil, a quien Roberto, desde muy niño, acompaña a tentaderos e incluso las veces que actúa en festivales. Una de ellas sirve para torear por primera vez una becerra en la ganadería de los hermanos Molero.
Desde entonces, su tío Fernando, pone todo el interés en enseñarlo e incluso le prepara el debut para que haga su presentación en un festejo público y lo hace dándole la bienvenida el día que él se retira en la plaza de Segovia. Es el doce de octubre de 1966 y el cartel lo conforman Fernando Domínguez, Manolo Lozano, Gabriel de la Casa, José Luis de la Casa y Roberto Domínguez. El festejo se salda con triunfo y el reflejo de la añoranza del viejo maestro que se va y ha dejado la semilla sembrada para que nazca un nuevo torero.
La ocasión de dar el salto a las novilladas picadas llega el quince de agosto de 1969, en Guijuelo (Salamanca). Ese día se lidian novillos de Hijos de Juan Luis Fraile –años después los famosos hermanos Juan Luis, Lorenzo, Nicolás y Moisés Fraile-. No fue el debut soñado, pero sí quedó un buen resultado y encaminó sus pasos a otras plazas con la ayuda del ganadero Luis Molero y del bodeguero Pablo Barrigón. Mas tarde lo haría Manolo Blázquez, el torero de Medina del Campo, tan vinculado a la casa Balañá. Las cosas en ese tiempo no acaban de marchar y Roberto, a sugerencia de su hermano Félix, decide ingresar en la Escuela de Arquitectura de Madrid.
Entre las escasas actuaciones llega la presentación en Barcelona, gracias a Manolo Blázquez. Esa tarde, el buen hacer de Roberto anima a Pedro Balañá para darle la alternativa en el Coliseum Balear de Palma. Es el veinte de agosto de 1972 y con una corrida de Cebada Gago se hace matador con el padrinazgo de José María Manzanares, quien cede a Torero –curioso nombre para un toro y más en una alternativa- logrando el premio de la vuelta el ruedo. En esa ocasión el testigo fue su íntimo Julio Robles.
Ya de matador, la carrera de Roberto no es fácil y ese invierno llega la obligada mili y, por sorteo, le corresponde ir destinado a Ceuta. Esa razón provoca que en 1973 toree únicamente las ocasiones que tiene permiso de sus mandos. En una de esas ellas acude a Valladolid para disfrutar de un permiso y se interesa por él Emilio Ortuño Jumillano, convencido por el tío Fernando, por la familia Molero y por más amigos comunes para que se haga cargo de su carrera. Jumillano se anima y firma el contrato de apoderamiento, logrando además que Roberto Domínguez debute ante sus paisanos en la feria de 1973.
Ahí decide colgar los libros y dedicarse íntegramente al toreo curtiéndose en numerosas plazas, hasta que en 1975 llega su presentación en Madrid. Lo hace el diecinueve de mayo con Ángel Teruel y su fiel amigo Julio Robles, con una corrida de Martín Berrocal remendada con reses de Tassara y Antonio Pérez. Ese día gusta Roberto Domínguez y es contratado para la Beneficencia –última que preside el general Franco-, junto al Niño de la Capea y Ruiz Miguel, con toros de Sepúlveda.
Sin acabar de romper a figura, la carrera de Roberto Domínguez se mantiene en un buen nivel. No faltan triunfos en provincias e incluso viaja a México. De nuevo en ruedos españoles, en 1976, llega un aldabonazo en la siempre seria y exigente plaza de Bilbao al torear de manera magistral a un toro de Miura, aún sin cortar orejas.
Poco después muere en Valladolid su tío Fernando dejando a Roberto huérfano de sus consejos. Por otra parte la siguiente temporada rompe con Jumillano para ser apoderado por la Casa Camará y en 1978 corta la primera oreja en Madrid a un toro de Lázaro Soria.
Hasta 1982 mantiene su buen nivel, aunque con la falta de un triunfo grande en Las Ventas comienza su lenta decadencia de lo que pudo ser y no fue. Finalmente y para tratar de encontrar respuesta a tantos interrogantes, al finalizar la temporada de 1986, decide hacer un parón y recapacitar. Lo hace como fruto de no ver su carrera despejada tras anunciarse en San Isidro con una corrida de Juan Luis Fraile y tocarle en suerte un toro con movilidad y recorrido que enseguida llega al público, quien se pone a favor del animal. Esa circunstancia provoca que Roberto acabe por hacer un alto y marcha a Inglaterra a tratar de encontrar un camino despejado.
Regresa a España y coincide con Manolo Lozano en la feria del Pilar de 1986 y ese encuentro es primordial para ambos. Aquel invierno fue intenso y era sabedor que tenía ante sí la gran oportunidad en la reaparición anunciada para el trece de mayo de 1987, en su Valladolid natal, con motivo de San Pedro Regalado, en corrida televisada y ofrece una enorme dimensión. Sorprende al tratarse de un torero nuevo y hasta asombra con su destreza y arte con el descabello, algo que entusiasmaba a los públicos. Un descabello que a los viejos aficionados le recordaba el del valenciano Vicente Barrera.
Tras el triunfo de San Pedro Regalado y no ocurrir nada en Madrid, la nueva baza era apostar fuerte en San Fermín con la de Miura. Esa mañana al llegar el apoderado del sorteo trata de suavizarle la morfología del segundo toro de su lote, con tan descomunal cornamenta que de punta a punta de pitón superaba el metro. Ese toro se llamaba Ojeroso y fue el más grande lidiado en su carrera, cuajándole una faena plena de valor y dominio para cortar una oreja. Sí, una sola oreja valió para que al final de esa tarde de domingo que cerraba San Fermín, Roberto Domínguez saliese de Pamplona con el sello de figura del toreo.
Desde ese momento y hasta final de 1992 vive su eclosión, ganándose un sitio de honor en los mejores carteles y aliándose con el triunfo en todas las plazas. En lo más alto, reconocido y con el sello de figura, el doce de octubre de 1992 viste por última vez de luces. Es en su querida plaza de Madrid –donde más paseíllos realizó a lo largo de su carrera- compartiendo cartel con Pepe Luis Vázquez y Óscar Higares, anunciados con reses de Manolo González.
Alejado del toreo únicamente vuelve a torear en púbico en el festival homenaje a su tío Fernando Domínguez celebrado en Valladolid en mayo de 1999. Durante unos años fue comentarista de toros en un canal de televisión, cautivando a los públicos con su palabra fluida y su amplia cultura. Más tarde apodera durante varias temporadas a Julián López El Juli y, una vez finalizado ese compromiso, se hace cargo de la carrera de Roca Rey, a quien lleva en estos momentos.
Vaya desde aquí este homenaje de admiración y respeto a Roberto Domínguez en el momento que alcanza el 50 aniversario de su alternativa. De uno de los toreros que acabó convertido en un destacado eslabón de la generación de los setenta.
PD: Para conocer y analizar la figura de este grandioso diestro es necesario leer la magnífica biografía que escribió sobre él el prestigioso crítico taurino Santos García Catalán. La obra denominada ‘Roberto, a secas’ no debe faltar en la biblioteca de ningún aficionado.