Día: 5 de octubre de 2020

El toreo se pone los hábitos… De la prohibición papal a los sacerdotes que torean. Me hace ilusión torear con sotana, dice el cura en un tentadero

Monseñor Baltazar Porras en una imagen tan explícita que es todo un mundo

De la prohibición papal a los sacerdotes que torean. «Existe el mismo peligro exponerse a las astas de un toro que a las uñas o los dientes de un león», sentenciaron los concilios de Basilea y de Florencia en el siglo XV.

Detrás de esta reflexión estaban las páginas inflamadas escritas por los teólogos cristianos del siglo III y IV encabezados por San Agustín, censurando las fiestas paganas en el circo, del mismo modo que lo habían hecho Cicerón y Séneca.

En 1567 , Pio VI decretó en la bula «De salutis gregis dominici» que quienes participaran o presenciaran las corridas de toros incurrían automáticamente ( «latae sententiae» ) en la pena de excomunión.

Pocos años después, en 1575, ante la reacción de las autoridades en los reinos dependientes de la poderosa corona española – Castilla, Leon, Nápoles y Portugal – que interpretaron que el documento pontificio era un ataque a España.

Una muestra de la «incomprensión» hacia su «historia y su cultura», Gregorio XIII moderó el riguroso decreto de su antecesor en el breve «Exponis nobis super», excluyendo de la excomunión a los laicos que presenciaran el espectáculo, y reservando la sanción solo a los sacerdotes y religiosos.

Ocho años mas tarde, el Papa Sixto V, volvió a poner en pleno vigor la bula de Pio V, haciéndose eco de las denuncias de obispos y teólogos españoles acerca de los abusos interpretativos con los que se aplicaba la bula de Gregorio XIII. De la prohibición papal a los sacerdotes que torean.

Curas Toreros / Vicente Arnás vía deltoroalinfinito.blogspot.com

El colega López Lago nos revela detalles muy interantes de un cura-torero. Imperdible.

De la prohibición papal a los sacerdotes que torean. Hernando pone a Robe Iniesta en su casa, un tema reciente, de los tranquilos del líder de Extremoduro, como ‘Suspiro acompasado’ o ‘Del tiempo perdido’.

Suenan los acordes, agarra su muleta, coloca los pies, alarga un brazo, retuerce su cintura y empieza a hacer toreo de salón abstraído en cada movimiento.

Es la manera que tiene de entrenar para hacer un papel digno si le invitan a tentar otra vaca. Pero si el ofrecimiento fuera para un domingo por la mañana tendría que rechazarlo, ya que Fernando da misa en Aliseda y Herreruela, donde ejerce de párroco.

«Lo de torear ha sido para mí un descubrimiento que me hace mucho bien porque así se puede expresar la belleza. Es un medio como puede ser la oración y me alegro de que la vida me haya dado la oportunidad de conocerlo», decía esta semana a HOY.

«Me aburría el gimnasio, así que encontré esta afición, que me parece mucho más expresiva»

Como aficionado, Luis Fernando Valiente Clemente (Coria, 1978), debutó delante una vaca brava el año pasado. En total ha pasado de la tapia a la arena en tres tentaderos con suerte desigual.

En algunos ha salido a hombros, pero en otros se ha llevado más de un revolcón.

Aficionado taurino de toda la vida, a sus 42 años el sacerdote extremeño está encantado de compaginar su devoción cristiana con una vocación taurina recién revelada. «A mis feligreses les parece bien. Saben que soy sacerdote, pero también persona. Y al que no, no me lo dice».

El sacerdote a hombros deepués de un tentadero.
El sacerdote a hombros deepués de un tentadero.

Don Fernando, como le llaman sus fieles, se ordenó un 18 de octubre de 2003. Tiene dos hermanos y un tío sacerdote trabajando en Las Hurdes que lo llevó a sentir atracción por la palabra de Dios.

Con 11 años recaló en el Seminario de Cáceres mientras sus padres regentaban bares en el centro de Coria (Cáceres), en la plaza del Rollo, por donde pasan los encierros de los Sanjuanes cada verano.

«Yo corría el toro en mi pueblo sin que mis padres se enteraran, luego me aficioné a las corridas que daban en Canal Plus, pero a las plazas no iba por mi trabajo de cura. Mis amigos me decían que me animara porque sabían que me gustaba mucho.

Así que hace poco me compré una muleta en Talavera la Real con el corte de Antonio Ferrera, maestro al que admiro mucho, y le puse mis apellidos: Valiente Clemente.

La llevo en el coche y a veces paro a torear en el campo yo solo. Me parece una experiencia artística muy bonita. Me podía haber dado por escribir, por el pádel o por la fotografía porque cada uno tiene una afición.

A mí me aburría el gimnasio, así que encontré esto, que me parece mucho más expresivo. Comencé de una manera privada, toreando solo, pero los amigos me animaron a dar el siguiente paso», relata.

Sus tres intervenciones

Ese otro paso fue ponerse delante de un animal. Y su presencia en la plaza impactó por su atuendo, la sotana, la cual eligió llevar desde 2008, motivo por el que dejó de correr los Sanjuanes de Coria, ya que no es precisamente la indumentaria más segura para hacer una carrera a vida o muerte delante de un toro de 500 kilos.

Lo que sí ha hecho don Fernando es darle pases a vaquillas con ella puesta. Y le ha encantado.

Debutó en la primavera de 2019 en una finca de Monfragüe, donde la Escuela Taurina de Cáceres organizó unas clases prácticas para aficionados y a él le tocó una becerra de un año.

«La primera sensación fue preguntarme qué hago yo delante de este animal. Pero luego me di cuenta de que a través de él enfrentaba mis miedos y el cariño hacia los animales. Sientes su respiración, su olor, la fuerza y todo es muy bonito porque de juntar la inteligencia del hombre con la energía del animal sale algo que emociona», rememora sin ocultar que aquel día le entró el veneno del toreo.

La segunda vez la tienta tuvo lugar gracias a la Escuela Taurina de Badajoz. Fue en una finca de Herreruela.

«Ahí la vaca ya era más grande y yo no sabía cómo colocarme. Primero toreamos en la plaza y luego en campo abierto con más amigos del ganadero. Esta ya tenía unos buenos cuernos, pero me dije que ya no podía echarme atrás porque no hay valor sin miedo. Al final me dio algún revolcón y acabé con algún moratón»,

confiesa humilde.

La tercera y última vez que toreó fue a mediados del pasado mes de julio en El Rocío, durante un curso de aficionados prácticos con toros de la ganadería Partido de Resines. Había treinta inscritos más pero todos se fijaron en él.

Su atuendo desveló que no era un alumno cualquiera.

«Me hacía ilusión torear con la sotana. No es lo más práctico, pero así me sentía con más fuerza. Fue un momento personal, en el que agradecí a Dios tener una afición que me permitiera disfrutar de algo tan bonito.

Yo veo a los toreros como santos de la tauromaquia porque es algo por lo que dan la vida. Aprendo de su actitud, de su entrega, de torear de verdad y de frente, cosas que a veces también veo en Jesucristo. Los dos se juegan la vida por su verdad.

Además, existe una conexión tradicional entre las fiestas religiosas y las taurinas», explica este extremeño, que bromea ante la posibilidad de convertirse un día en matador.

De momento, dice, tiene previsto volver a correr los Sanjuanes en 2021. Además, le están haciendo un traje corto.

«A lo único que aspiro es a ponerme delante del animal con más eficacia y calidad porque un pase lo da cualquiera, otra cosa distinta es torear». De la prohibición papal a los sacerdotes que torean.

TAUROMAQUIA. Alcalino- Hora de adioses: Juanita Aparicio y Castella

TAUROMAQUIA. Alcalino– Hora de adioses: Juanita Aparicio y Castella. ¿Primero las damas? ¿No será esto un remanente misógino adjunto a los de mi generación?

En cualquier caso, vaya por delante mi pesar sincero por el deceso de Juanita Aparicio que, aunque sea nebulosamente, siempre me pareció la torera con más gracia y arrojo que vi.

Aun creo admirarla, como entre sueños, con su atuendo charro y su bella sonrisa adolescente, imponiéndose con torerismo y garra a más de un ¿becerro? ¿novillote? en el Toreo de Puebla.

Pero, sobre todo, recuerdo la sencillez y gentileza de su conversación cuando me la presentó Ricardo Morales “Cañero” a finales de los años ochenta, y tuve ocasión de grabar con ella una larga conversación que pasó por la radio y lamento mucho no conservar.

Su palabra era la de una gran señora, residente por entonces en Querétaro, que rezumaba sabiduría sin asomo de ostentación.

Me habló de su familiaridad desde pequeña con el campo, el caballo y el toro.

Su padre, Paco Aparicio, había sido uno de los charros completos más destacados de este país además de enjundioso novillero, capaz de disputarles las palmas a los Fermín Espinosa, Heriberto García, Carmelo Pérez, Alberto Balderas, Chucho Solórzano, “El Negro” Muñoz…

Y en cuanto a sus méritos como torera, pudorosamente soslayados durante nuestra plática, Juanita Aparicio se los adjudicaba por entero a su cercanía con maestros de la talla de Armillita, Carlos Arruza, Manolo dos Santos, El Ranchero Aguilar.

De Arruza se refirió, maravillada, a una faena que le vio hacer en Torreón con un toro grande, potente y de mucho sentido, y de cómo le cortó el rabo “sin necesidad de darle un solo pase natural”, luego de levantar al público de sus asientos con un toreo de puro dominio, pero de una emotividad, un sabor y una clase apabullantes.

Juanita Aparicio se retiró muy joven –con apenas 20 años—, ya que, según propia confesión,

“en ese tiempo no existían condiciones para que una mujer hiciera carrera en los toros”.

Y casi nadie lo recuerda, pero ella cortó varias orejas y hasta el rabo de un novillo de Coaxamaluca en la Plaza México, llena hasta los topes en los pocos festejos cuyo cartel encabezó, allá por 1953.

Buscándole competidoras, la empresa dio con varias chicas norteamericanas, y la propia Juanita Aparicio hablaba con entusiasmo de la valentía y el buen toreo de Pat McCormick y la clase y finura de Bette Ford, sus compañeras de triunfos y cornadas, que también las sufrió en carne propia la hermosa charra-torera –torera y charra sin par— fallecida el miércoles pasado a los 85 años de edad.

Mi sentido adiós a su clase de gran dama y al recuerdo de su paso triunfal por los ruedos de México.

En la seguridad de que algo le habrá heredado su sobrino, el célebre y silencioso maestro Mariano Ramos.

La retirada de Castella.

Sebastián Castella ha dado a conocer, mediante una carta abierta que envió a los medios, su decisión de dejar de torear.

Se trata, desde luego, del matador francés más importante de la historia. Pero dejarlo sólo en eso es quedarnos muy cortos.

Habría que contar entre sus muchos logros el que es, a la fecha, el matador de toros con mayor número de orejas cortadas en Madrid en lo que llevamos de siglo XXI –exactamente 24, más que ningún otro de cualquier nacionalidad, españoles incluidos—y, como consecuencia lógica, quien ha abierto más veces la puerta grande de Las Ventas, igualado en cinco con Alejandro Talavante: el galo lo consiguió por primera vez en 2007, dos más en 2009, y otras tantas en 2015 y 2018.

Faenas suyas como las de “Jabatillo” de Alcurrucén o “Hebreo” de Jandilla han quedado con letra capitular en los anales del coso venteño.

En la Plaza México sumó 23 paseíllos, 18 orejas y el indulto del teofileño “Guadalupano” (12.12.2010), y la última vez que toreó en nuestro país lo hizo en Guadalajara, que es la plaza más seria de América, y luego de su faenón a “Barquero” se le perdonó la vida al noble ejemplar de Arroyo Zarco (09.03.20).

Indudablemente, la carta dada a conocer por Castella el miércoles pasado –perfectamente escrita y razonada– es valiosa en sí misma pero nada dice de despojarse del añadido o cosa parecida, y huele más bien a alejamiento estratégico.

Como el de Talavante hace un par de otoños, como el de José Tomás en 2002 y como tantos otros a lo largo de la historia de la fiesta.

Treinta y siete años es una edad idónea para torear, como muy bien explicaba El Zapata, que tiene cuarenta y cinco:

Si ha sabido cuidarse, uno se encuentra entero físicamente y taurinamente más maduro que nunca”, me platicaba Uriel.

Son palabras que cuadran perfectamente con Sebastián Castella, en quien últimamente se habían hermanando muy armoniosamente el arte con la técnica y lo ecuánime y firme de su ánimo.

Castella tomó la alternativa del 12 de agosto de 2000, cuando en su natal Bézierz Enrique Ponce le cedió muleta y espada bajo el testimonio de José Tomás; y a partir de entonces, ha participado en 1214 corridas en las que lidió 2400 astados y les cortó 1480 orejas y 45 rabos, con 23 indultos, 8 encierros como único matador e infinidad de puertas grandes esparcidas en plazas de todos los tamaños y categorías de Europa y América.

Encastes.

Un dato fundamental, que mal haría en ocultarse, reside en la variedada procedencia del ganado al que se ha enfrentado Le Coq, sin rehuir Albaserrada y Miura, ni tampoco Parladé, Santa Coloma, Carlos Núñez o Pablo Romero, además de los recurrentes Domecq que acostumbran los astros actuales.

Ésa, que no la de los vetos e imposiciones hoy tan usuales, ha sido la ejecutoria de siempre en las grandes figuras del toreo.

Y esa es la altura a la que ha sabido poner este torero el estandarte taurino de Francia.

Reflexión mexicanista.

Lo anterior da idea no de sólo un diestro destacado, el más importante de los nacidos al otro lado de los Pirineos (Béziers, 31 de enero de 1983), sino de una de las mayores figuras de los últimos tiempos.

Qué diéramos los mexicanos por contar con un artista capaz no ya de unos logros semejantes, sino siquiera de la mitad de ellos.

Como es sabido, el último paisano que abrió la puerta grande de Madrid fue Eloy Cavazos el 27 de mayo de 1972; cinco días antes, el lunes 22, Curro Rivera había paseado ahí mismo cuatro orejas, las dos de “Cigarrero” y las dos de “Pitillo”, de Atanasio Fernández Cobaleda (22.05.72).

Ambos hicieron honor a un pasado glorioso que se remonta a los tiempos de Rodolfo Gaona, pero sus éxitos no encubren, más bien resaltan, la sequía de triunfos madrileños por parte de nuestros posteriores coletas, una sequía que dura ya 48 años, cuatro meses y ocho días.

Es decir, por lo menos tres generaciones de toreros.

Para mayor inri, durante ese interminable lapso han abierto el celoso cerrojo de la puerta grande de Las Ventas un colombiano –su nombre huele a torero desde lejos, se llama César Rincón y en Madrid salió en hombros seis veces entre 1991 y 2005–, un portugués –Víctor Mendes, en 1985 y 1987–, y además de Castella otro par de franceses: tres veces Juan Bautista, una de ellas siendo novillero, y antes  el primer galo en abrir el mágico portón venteño, que fue Lucien Orlewski “Chinito de Francia”.

Todo esto por no hablar del peruano Andrés Roca Rey, palabras mayores, que lleva tres paseos en andas en cinco años, uno de novillero y dos de matador.

Como para que no pese y duela, en éste que fue por derecho propio el segundo país taurino del mundo, el que esté a punto de cumplirse  medio siglo sin que ningún mexicano sea capaz de emular a cualquiera de los nombrados.

Apenas nos queda rumiar nuestra contrariedad mientras se sigue desgastando la imagen ya lejana de Eloy, con su sonrisa contagiosa de siempre y las orejas de aquel torazo colorado de Amelia Pérez Tabernero en alto, un sábado de San Isidro de 1972.

Algo debe indicar que el casi medio siglo transcurrido desde  entonces coincida en el tiempo con el desarrollo en nuestros campos del lamentable post toro de lidia mexicano.

Juanita Aparicio

¿Por qué sigue viva la tauromaquia?

¿Por qué sigue viva la tauromaquia?. Acaba de aparecer un libro que da muchas pistas sobre la pertinencia de la fiesta, por su rigor, por sus raíces, por su capacidad para emocionar, porque es un arte, una escuela de valores.

«En defensa de la tauromaquia» nos ofrece oportunas reflexiones frente a la industria animalista que intenta ya no solo prohibir sino arrasar la fiesta.

Y responde a esa inquietante pregunta: ¿Quiénes son los enemigos de la cultura taurina?.

Y un apartado muy sugerente: Ética y Estética, lo que es y lo que no es.

La fiesta de los toros está una vez más en entredicho. Coincidiendo con la crisis económica mundial iniciada en el año 2008 resurgió el debate sobre la necesidad de poner fin a las corridas de toros.

Bajo una aparente unidad, distintos motivos e intereses se han agrupado para denunciar un espectáculo que definen como cruel. Ante este ataque la gran mayoría de los seguidores y aficionados a los toros se han mantenido impasibles, permitiendo que la desinformación calara, poco a poco, en una sociedad cada vez más ajena a la realidad animal.


La sociedad actual tiene una nueva sensibilidad con los animales. Ello ha permitido —entre otras cosas— cambiar nuestra forma de relacionarnos con los animales. Esta realidad ha sido utilizada por la minoría antitaurina con el fin de atraer hacia sus posicionamientos a buena parte de la nueva sociedad. El gran éxito de los antitaurinos ha sido el de identificar una distinta sensibilidad animal con la necesidad de acabar con la fiesta de los toros. Frente a ello hay que dar razones para disociar ambas realidades. De ello va este libro.


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