Alcalino escribe sobre Granero justo cuando aparece la biografía de José Luis Cantos
Manuel Granero Valls, natural de Valencia (08.04.1902), era un joven tranquilo y sensible que aprendió a tocar el violín antes que a torear. Alimentó las esperanzas de la afición desde temprano, cuando, en pleno apogeo de Joselito y Belmonte, empezó a circular por los mentideros el runrún de que en el campo bravo de Salamanca se estaban probando tres adolescentes que apuntaban alto: el sevillano Manuel Jiménez “Chicuelo”, el valenciano Manuel Granero y el salmantino José Amorós. A poco se les unía un jerezano, Juan Luis de la Rosa, no menos prometedor. A La Rosa le dio la alternativa Joselito El Gallo en la Monumental de Sevilla casi a la misma hora en que Juan Belmonte hacía matador a “Chicuelo” en la Maestranza (28.09.19). Un año más joven, Granero tomaba allí mismo su doctorado en la sanmiguelada de 1920, de manos de Rafael “El Gallo”. Aun así, fue quien primero se colocó a la vanguardia del toreo, desmembrada por la trágica muerte de Joselito; y muchos se apresuraron a señalarlo como el más indicado para sucederlo al mando de la fiesta. Había en el estilo del valenciano trasuntos del añorado poderío gallista, pero al mismo tiempo representaba un paso adelante en la evolución hacia un toreo más asentado y suave en comparación con el poderío devastador de Gallito.
Ya en su primera temporada de matador, la de 1921, Granero lideró el escalafón con 94 actuaciones, cifra abrumadora para un primerizo.
Entre Sevilla y Madrid. La cuarta corrida del abono madrileño de 1922 reunía en su cartel a Granero, La Rosa y el toledano Marcial Lalanda, que confirmaría su reciente alternativa sevillana (29.09.21): tres toros del Marqués de Albaserrada y tres del Duque de Veragua. Era la de aquel 7 de mayo una tarde radiante, y el paseo de cuadrillas fue saludado con la algarabía que suscitan las corridas capaces de despertar ilusiones. Nada que ver con el clima que imperó en la recién concluida feria sevillana, una de las más tormentosas y deslucidas de que se tenga memoria. Sin la participación de Belmonte el Grande, la cartelería la cubrieron las promesas surgidas en los últimos años, insuficientemente preparados para suplir a los ases de la edad de oro. Uno de ellos, Manuel Varé “Varelito”, fue mortalmente herido en la cuarta de feria por “Bombito” de Guadalest, tan bronco casi como los sevillanos cuya gritería acalló momentáneamente la terrible escena de la cogida. La agonía de Varelito se prolongaría hasta casi un mes. Esa tarde, Granero era uno de los alternantes.
Último día, última faena. Residente en su natal Valencia, Manolo Granero se hospedaba en Madrid en casa de un amigo. La rareza de que recién acabado de almorzar le pidiera a “Finezas”, su mozo de espadas, que lo enfundara en aquel terno negro y oro de riguroso estreno obedeció al compromiso que tenía de acudir al estudio del fotógrafo Kaulak para fotografiarse vestido de torero. Allí permaneció más de una hora, posando y conversando mientras llegaba la hora de partir rumbo al repleto coso de la carretera de Aragón. La gente, molesta con la impune reventa, saludó no obstante con beneplácito el paseo de cuadrillas, pero el ganado, duro y resabiado, se encargó de ir apagando los entusiasmos. La excepción fue el tercero, al que dio Granero lidia completa, desde la suavidad de las verónicas y los adornados quites hasta le certera estocada que derribó al de Albaserrada tras una faena magistral del valenciano, cada vez más dueño de un sitio y un estilo propios. Hubo fuerte petición de oreja y Granero recorrió en triunfo el anillo mostrando su melancólica sonrisa. Sería el único triunfo del día y la última vuelta al ruedo de su vida.
Porque Juan Luis de la Rosa, medroso y dubitativo, fracasó en sus dos toros y fue avisado en el cuarto. Y entre pitos pasó a la enfermería, con un esguince de muñeca que se causó al pinchar. Ya sonaban parches y metales anunciando la salida del quinto de la tarde.
“Pocapena”. Así se llamaba el veragüeño que saltó a la arena en el lugar de honor. Parece ser que perteneció a una corrida que el Duque envió a la feria de Murcia del año anterior, donde fue sorteado y cayó precisamente en el lote de Manuel Granero, que formaba parte del cartel, mas al suspenderse por lluvia el festejo el encierro completo fue embarcado de regreso a la ganadería. Según vox populi, el nombre del toro había sido tomado del personaje central de un juguete cómico que se había puesto de moda y resultó muy del agrado del propio Granero, asistente más de una vez al teatro donde se anunciaba para disfrutarlo en compañía de una linda madrileña.
Sobre la trágica cogida, remito al lector al relato de dos calificados testigos presenciales.
Eduardo Palacio Valdez (ABC). “Manuel Granero, que vestía flamante terno negro y oro, salió el domingo con más voluntad que nunca y buscando un éxito que creía necesitar, dado el puesto que ocupaba en la torería y lo que le exigen los públicos. Ocasión propicia para lograr su deseo le prestó su primer toro, al que saludó con unas verónicas muy buenas, tres de las cuales fueron materialmente dibujadas. Se adornó de firme en los quites primero y cuarto y, cambiado el tercio, tomó banderillas, clavando un par de frente bueno, siguiendo con uno a cabeza pasada y cerrando con otro de frente parando más. Fue muy ovacionado. Granero tomó espada y muleta y después de brindar mandó retirar a su gente y se fue al de Albaserrada. Comenzó con un ayudado por alto ceñido y quieto al que siguieron un natural y otro de pecho, sin parar ni ligar; después de salirse del toro volvió a él, y cerca, quieto, erguido, tranquilo, reposado, sereno, prosiguió la faena por naturales y de pecho admirablemente ligados, con suavidad y temple extraordinarios. Cuadró a la res, y arrancando recto y de largo dejó una estocada casi entera, algo delanterilla. Dobló el toro, oyendo Granero una cariñosa ovación y dando la vuelta al ruedo por última vez en su vida.
La cornada. Al lancear Granero a su segundo enemigo no le fue posible lucirse porque el bicho, pegajoso y burriciego, se paraba en seco sin seguir el viaje que el diestro le marcaba. Se limitó a darle unos capotazos para fijarlo, cumpliendo el toro en varas y pasando a la jurisdicción de los rehileteros, que cumplieron brevemente su cometido. “Pocapena” quedó frente al 2 mirando hacia el 3, y allí fue Granero a su encuentro, tanteándolo con en pase ayudado aguantando el diestro cuanto pudo, volviéndose rápidamente el bicho y, prendiendo al espada por la parte posterior del muslo derecho, lo arrojó contra la barrera, quedando la cabeza del diestro bajo el estribo, al lado derecho de la puerta del 3. “Pocapena” dio sobre el bulto una nueva cabezada, entrando el pitón por el ojo derecho del caído y levantándolo un poco del suelo… El cuerpo del diestro se sacudió en un leve estremecimiento y los que estábamos cerca adivinamos la catástrofe… el bicho aún engendró nuevo viaje sobre el herido, lo cual se pudo evitar con el esfuerzo de todos… Eran las seis menos veinte de la tarde.” (ABC, 9 de mayo de 1922).
Don Quijote (José Díaz de Quijano). “A Granero lo cogió el veragüeño “Pocapena” en el primer pase, ayudado por alto por el lado derecho, afuera del tercio, y una vez en el suelo el infortunado diestro, no volvió a levantarlo: lo que hizo fue ir hocicándolo y empujándolo, a rastras, hasta meterlo debajo del estribo: y allí, boca abajo el torero, le tiró la cornada seca que, pasando por debajo del sobaco, le entró por el ojo y le llegó al cerebro.” (La Fiesta Brava, semanario. Barcelona, 12 de junio de 1931)
Parte facultativo. “Durante la lidia del quinto toro ha ingresado en esta enfermería el diestro Manuel Granero con una herida por cornada que, penetrando la región orbitaria derecha, fractura el fondo de esta cavidad, y sigue por la fase cerebral media atravesándola en toda su extensión, destrozando la masa encefálica con fractura conminuta de los huesos frontal, etmoides, esferoides, parietal, temporal, maxilar superior y malar, con desgarramiento de las partes blandas del pericráneo desde la órbita derecha hasta la región mastoidea del mismo lado, con salida de masa encefálica y fractura de cráneo… Lesión mortal de necesidad. Además, presenta una lesión contusa de tres centímetros en la cara inferointerna del muslo derecho. El herido falleció a los pocos segundos de ingresar en esta enfermería. Dr. Hinojar.”
Suspensión y sepelio. La cornada de Granero produjo tal estupor entre los espectadores que, una vez que Lalanda se deshiciera del astado tras breve trasteo, rematado mediante dos pinchazos y un descabello, muchos de ellos invadieron el albero reclamando la suspensión del espectáculo, a lo que accedió el presidente.
El sepelio de Granero reunió multitudes sólo comparables a las que siguieron el de Joselito por las calles madrileñas menos de dos años atrás; en ambos casos el traslado concluyó en la estación ferroviaria: el féretro donde reposaban los restos de Granero viajaría a Valencia, donde las manifestaciones de duelo, no menos multitudinarias, sobrecogieron a la ciudad.
Leyendas en torno. Sin duda la tauromaquia, en su fase más trágica, se presta a la proliferación de consejas y rumores que las circunstancias de la muerte de Granero multiplicaron en apretado y hasta supersticioso legajo. Adquirieron carta de naturaleza, por ejemplo, las premoniciones de Enrique Belenguer “Blanquet”, gran subalterno de a pie en la mejor tradición valenciana, que olió a cera en el patio de cuadrillas de Talavera la tarde en que “Bailaor” abatió a Joselito, su jefe de filas, y, recolocado con su paisano Granero, se percibió la tarde de aquel 22 de mayo en Madrid el mismo fatídico tufo, según juraran él mismo y compañeros de filas con quienes en ese momento lo comentó. Colocado en la cuadrilla de Ignacio Sánchez Mejías, volvió a percibir olor a cera antes de una corrida de la feria sevillana de San Miguel de 1927, sólo que esta vez el funesto aviso lo alcanzaría a él personalmente; no fue durante la lidia, que transcurrió sin incidentes, sino cuando, finalizada la corrida, Mejías y los suyos abordaban el tren para torear al día siguiente en Ciudad Real, y Blanquet, vestido todavía de torero, se desplomó inesperadamente: un infarto masivo lo había matado.
Violines mortuorios, más cera y cadáver incorrupto. No menos inquietante es la coincidencia en su triste final de dos toreros violinistas, el valenciano Granero y el mexicano Alberto Balderas, ambos muertos por cornada. Por fortuna, un tercer matador de toros con talento y gusto por la ejecución de tan difícil instrumento, el portugués Víctor Mendes, goza de buen retiro y cabal salud.
Por otro lado, la escena de la cornada de “Pocapena” a Manuel Granero el 22 de mayo de 1922 tiene una patética reproducción de bulto en el actual Museo de Cera de Madrid. Y es auténtico el hecho de que, en 1960, al ser exhumados los restos para algunos trabajos en el cementerio de Valencia, se encontró que el cadáver de Granero estaba incorrupto. Se atribuyó entonces al cuidadoso embalsamamiento de que había sido objeto en Madrid a fin de que resistiera sin descomponerse, en pleno mes de mayo, el traslado a su ciudad natal y los días de duelo y homenajes previos al sepelio.
Historia del ojo. Tal es el título de la novela publicada en 1928 por el renombrado filósofo, antropólogo, sociólogo y semiólogo francés Georges Bataille, misma que causó revuelo entre la sociedad de su tiempo debido al subido tono sexual del argumento. El personaje central es una ninfómana adolescente, Marcelle, a la que el autor ubica en una barrera de la plaza de Madrid el día de la cogida y muerte de Granero –de ahí el título de la obra–. Marcelle alcanza el éxtasis erótico jugando con unos testículos de toro adquiridos en el destazadero del coso durante la corrida. Independientemente de la calidad de la novela, la referencia taurina da cuenta de la resonancia universal que tuvo el suceso de la muerte de un torero al que el cuerno de su victimario astado le vació un ojo y, profundizando por el orbital, alcanzó el cerebro con exteriorización de masa encefálica.