Se nos están yendo gentes cercanas a nuestro mundo taurino y duele la partida de un torero-cómico con mayúsculas pues Manolín que nos ha dejado era uno de los dos hijos de don Pablo el fundador del espectáculo «El Bombero Torero».
La raíz de nuestra afición a los toros deviene de asistir a esos delirantes espectáculos ( El Bombero, El Empastre, El Chino torero. Superlandia,) y en esos años felices de a infancia el recuerdo es imborrable por las piruetas de los cómicos que entre cosas toreaban muy bien.
Manuel Celis poseía una gran destreza atlética, lo que le permitía realizar numerosos ejercicios en el ruedo, como los saltos en plancha sobre los astados. Todo ello, con una indumentaria que imitaba el estilo de las universidades americanas de aquella época.
Fue en la década de los setenta cuando Manuel Celis recibió de manos de su hermano Eugenio el casco de Bombero Torero. A partir de ahí, tomó de manera definitiva las riendas del espectáculo de ‘El Bombero Torero’ y sus enanitos toreros hasta su retirada en la primera década del nuevo milenio.
Don Pablo se retiró justamente en La Santamaría y sus hijos y nietos prosiguieron la tarea de endulzar la vida de los niños de 8 a 80 años.
El emblemático espectáculo cómico taurino del El Bombero Torero” se despidió definitivamente de los ruedos un 15 de septiembre hace 4 años en Almodóvar del Campo (Ciudad Real). Puso fin así a 91 años de historia taurina, en la que alcanzó un lugar realmente importante, tanto cuando estaba dirigido por Pablo Celis, como cuando le sucedieron sus hijos y sus nietos.
HA MUERTO MANOLIN
Manuel Celis Díez «El Bombero Torero» ha fallecido en la mañana de este jueves, 25 de marzo, a los 87 años de edad por causas naturales. Nacido en Madrid el 21 de julio de 1933, sintió desde muy joven la afición taurina y muy pronto quiso incorporarse al espectáculo El Bombero Torero que fundó su padre, Pablo Celis Cuevas. Tras la negativa de su progenitor, Manuel Celis entró a formar parte de un espectáculo de la competencia y sus buenas actuaciones llegaron a oídos de su padre quien, rendido ante la evidencia, decidió sumarlo a la nómina de artistas de su espectáculo.
DON PABLO…
El santanderino Pablo Celis Cuevas, en los carteles “El Bombero Torero”, ha sido un verdadero personaje del mundo taurino, lleno además de humanidad, de una importante relevancia en toda la primera mitad del siglo pasado, como luego hicieron sus hijos y continuadores.
Con unos antecedentes de más de un siglo, el toreo cómico se desarrolla durante todo el siglo XIX e incluso antes. En los inicios del siglo XX comenzó poco a poco a ganarse el favor del público taurino. Personajes como Tancredo López “Don Tancredo” o Rafael Dutrús “Llapisera”, o formaciones como la Banda de El Empastre, marcan toda una época. En esta tradición engarza la figura de “El Bombero Torero”. Que no fue una anécdota lo demuestra la historia.
Un espectáculo que pasaba cada año de las 100 actuaciones, que en su haber tenía numerosísimos “no hay billetes”, que en muchísimas ferias era el verdadero apagafuegos de los huecos que se habían producido en la taquilla, que permitió la formación de numerosos toreros que luego alcanzaron el entorchado de figura… Quien ha hecho todo eso, necesariamente se gana el respeto del mundo taurino, que es lo que ocurrió con Pablo Celis.
Tras 43 temporadas en activo, Pablo Celis se retiró en 1961 en Bogotá, abriendo después un supermercado en Valencia, su habitual lugar de residencia. El espectáculo continuó en manos de sus hijos Eugenio y Manuel y, a partir de 2002 fueron sus nietos Rafael y Carlos quienes siguieron la tradición. Otros dos hijos de Pablo, Rafael y Pablo, se dedicaron al toreo «serio»: el primero como picador y el segundo como banderillero.
Se ha marchado un hombre de medios. En torno a las 23.00 horas del miércoles 24 de marzo, el corazón de Federico Carlos Sánchez Aguilar (82 años) dejaba de latir. Nació en Valencia, pero pasó toda su vida en Madrid, ciudad por la que sentía adoración. Era radiofonista, periodista y técnico de relaciones públicas, nos cuenta Libertad Digital.
Estuvo muy vinculado a Colombia en lo taurino. Vino muchos años a nuestras ferias y especialmente a Cartagena donde por su amor a la «Ciudad Amurallada «, su difusión de los valores del » Corralito de Piedra » fue declarado hijo ilustre de esa ciudad patrimonio de la humanidad.
Le conocí, le traté y me da pena su partida pues se lo llevó una neumonía a sus 82 años.
A lo largo de su dilatada carrera profesional, fue jefe de sección de los periódicos Informaciones y Diario 16, coordinador jefe de los Servicios Informativos de Radio Nacional de España, director de Programas y Emisiones de Radiocadena Española y subdirector de Programas para el Exterior de TVE.
En la actualidad, ostentaba el cargo de presidente de la Federación de Asociaciones de Radio y TV, que otorga dos de los reconocimientos a profesionales de los medios de comunicación más populares, las Antenas de Oro y Plata.
Durante cinco años, Sánchez Aguilar fue responsable de la crónica taurina del programa Déjate de Historias, que presentaba y dirigía María José Peláez, quien le profesaba un gran cariño y admiración. «A él le gustaba definirse como un clásico, y así vivirá en mi recuerdo», ha afirmado para LD, tras conocer la noticia de su fallecimiento.
Su cuerpo estará, desde las diez de la mañana, en la Sala 19 delTanatorio de San Isidro (C/Comuneros de Castilla, 15).
Especialista en tauromaquia, zarzuela e historia de España
Como especialista en Tauromaquia, fue cronista taurino de Radio Nacional, Onda Cero, Punto Radio, Capital Radio, TVE, Antena 3 y Onda 6 TV. Retransmitió las primeras corridas desde América para España —vía satélite— desde Santafé de Bogotá y Cartagena de Indias. Y en América, narró corridas para Inravisión y RCN (Colombia) y Teleamazonas (Ecuador). Fue corresponsal de RCN y Radio Centro (México), así como de Radio Baviera y revista ECOS (Alemania).
Otra de sus grandes pasiones fue la Zarzuela, a la que dedico muchas horas de radio, en distintos programas de RCE y Radio Nacional, y alguno de sus libros. Publicó una veintena, la mayoría sobre historia de España: ‘España desgajada: 1810-1898’ (1999), ‘El Lago Español: Hispanoasia’ (2003), ‘Ciento veintiuno para el XXI: Madrileños’ (2003), ‘La España Oriental: Cuatrocientos años de España en Asia y Oceanía’ (2005), ‘La España olvidada’ (2006), ‘De Eméritas a las Méridas’ (2007), o ‘Consecuencias militares de la Constitución de 1812’ (2012).
Reconocimientos en todo el mundo
Era miembro de las Academias de la Historia de Colombia, de Cartagena de Indias y de la Hispanidad, Doctor Honoris Causa de la Universidad de Veracruz (México) y Beca de la Universidad Alfonso XII de El Escorial.
Le nombraron Hijo Adoptivo de Cartagena de Indias (Colombia) Veracruz y La Puebla de los Ángeles (México) Baler y Cebú (Filipinas) y Huésped de Honor de San José de Costa Rica. Y en España, Hijo Adoptivo de La Solana, Morata de Tajuña y Borox.
Entre otras condecoraciones nacionales y extranjeras, posee las Grandes Cruces de las Órdenes de Cisneros y del Mérito Civil y la Gran Placa de la Orden Imperial de Carlos V.
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«Respetarás al hombre, defenderás al toro». Jorge Bustos, jefe de opinión de El Mundo.
Los toros hay que defenderlos sobre todo si no te gustan.
No es mi caso, porque a mí me gustan los toros, aunque entiendo de toros mucho menos de lo que me gustaría.
Pero al menos sé que no sé de toros porque soy un ignorante, no porque una civilización superior me haya enviado desde el futuro a una España de carnívoros primarios para evangelizar a sus santas especies y salvar el condenado planeta.
Para empezar, al planeta le da exactamente lo mismo si sobre su superficie mugen poderosos victorinos recortando su cárdena estampa al sol de una dehesa, o si toda la biodiversidad terrestre ha quedado reducida al gambeteo de las cucarachas bajo las piedras tiznadas por un holocausto nuclear.
La bola cósmica donde azarosamente vivimos no tiene preferencias bioéticas ni sentimientos antropomorfos, y esta vieja evidencia debemos recordársela a todos los niños de 50 años de nuestros días:
el planeta no necesita que lo salve ningún activista con los nervios destrozados por nueve décadas de animismo Disney.
Los que necesitamos salvación, y de manera urgente, somos los homínidos de la especie sapiens sapiens.
Y la mayor amenaza para nuestra supervivencia la representan otros sapiens sapiens que se han propuesto que este sea el siglo más gilipollas desde que bajamos de un árbol en África hace 300.000 años.
Defender los toros cuando te gustan tiene poco mérito.
Si te conmueve el valor de un hombre enfrentado a un animal salvaje con un trapo rojo y un código estético bajo la mirada frecuentemente enfurecida de una plaza llena, entonces defenderás los toros como el hijo reivindica el carácter peculiar de su madre o el clérigo protege a su iglesia de ciertas desviaciones.
Esa clase de defensa está bien, no deja de tener lógica que los taurinos defiendan los toros; pero no es lo ideal.
Tampoco estoy sugiriendo que enviemos misioneros a tierras de animalistas: bastante tienen con no desatar un fratricidio cuando uno se entera de que otro miembro de la tribu ha cedido a unas aceitunas rellenas de anchoa, no digamos ya a un plato de jamón.
Lo que digo es que la tauromaquia solo puede perdurar mientras los indiferentes entiendan que en esa plaza a la que jamás acudirá se defiende la libertad del ser humano.
No la del ser humano español, ni mucho menos la del ser humano español de derechas: en esa plaza aún se defiende la amenazada autonomía del hombre que es dueño de su rito, soberano de su criterio y heredero de su civilización.
Y allí donde se defiende la libertad de unos, se defiende la de todos.
No es la conservación del toro de lidia, no es el calor patriotero de la fiesta nacional, no son ni siquiera los cuadros de Picasso ni los versos de Lorca.
Ninguno de esos argumentos me convencen.
Hay que tirar por elevación: los toros se defienden porque los hombres se respetan.
Se respeta su amor al toro esmeradamente criado.
Su dinero ganado y gastado en un abono. Su ilusión y su decepción, ambas invencibles en el buen aficionado.
La complejidad del pueblo genuinamente retratado en un tendido, tan lejos de la caricatura del placer sádico y tan cerca del ideal crítico -kantiano- que a la política hace mucho nadie le exige.
Y se respeta, por supuesto, a San Isidro.
De modo que a los toros hay que ir como siempre se fue, sin rencor y sin petulancia, pero decididos a repasar aquel borroso trazo en la arena donde empezaba nuestra pasión de hombres libres.
El toreo, rito y poesía. “¡No hemos aprendido nada!”, exclamó Pablo Picasso al verse por vez primera en La Sala de los Toros de la cueva de Lascaux, pintura cuya antigüedad se remonta a 13 mil quinientos años a. C.
La misma asombrosa visión que inspiró esta reflexión de Jean Clottes, contenida en su documental “La Cueva de los Sueños Olvidados”:
“No somos Homo Sapiens sino Homo Espiritualis… porque Sapiens significa “el que sabe”, y en realidad no sabemos gran cosa… pero, en cambio, tenemos el arte, que es pura manifestación espiritual.”
Desde los tiempos sin tiempo, la relación arte-toro ha estado presente en el devenir de la humanidad.
Se trata de dos referencias entre muchas, develadas por Alfonso López Monreal durante su charla-conferencia de la semana pasada a la pudimos asistir gracias a la Peña Taurina El Toreo.
Tiene su sede en Monterrey e invitó al eminente pintor zacatecano a compartir una parte sustanciosa de su experiencia, sensibilidad y sabiduría con un nutrido auditorio reunido en torno al inevitable zoom.
Una noche memorable.
Sin abandonar el tono de amistosa sencillez que lo caracteriza, López Monreal fue exponiendo detalles de su oficio y práctica profesionales, entreverados con anécdotas de sus pintores-fetiche y vivencias personales, para terminar mostrando algo de su obra taurina.
Que aúna tradición con originalidad y refleja una pasión desbordante por la fiesta de toros.
Al mismo tiempo que el rigor intelectual y el trasfondo espiritual y poético que distingue a todo creador genuino.
El toreo, rito y poesía.
Nacido en 1953 en la capital zacatecana y artista de vocación muy temprana, Alfonso López Monreal cumplió la mayor parte de su aprendizaje en Europa.
Sin abandonar ni por un momento su afición a los toros, reflejada en sus trabajos de manera muy personal.
“Nuestro toro es la tela en blanco a la que nos enfrentamos los pintores… y nuestro compromiso, como el del torero, consiste en poner y exponer sobre el lienzo el misterio de nuestra verdad más íntima…
Los autores de los históricos frescos de Lascaux y Altamira seguramente los pintaron vestidos de luces.
Es decir, con el cuerpo cubierto con las mismas sustancias colorantes y motivos semejantes a los que dejaron plasmados allí, para asombro de las generaciones futuras.”
Más cercanas a nuestro tiempo están las tauromaquias de Francisco de Goya, Pablo Ruiz Picasso e Ignacio Zuloaga, destacadas por el zacatecano sobre las de tantos creadores más, pues es bien sabida la atracción ejercida por la tauromaquia sobre las más diversas sensibilidades artísticas.
Si el genio de Goya introdujo en las escenas de sus cuadros al populacho en el Siglo de las Luces, y Picasso representa la irrupción de las vanguardias del XX, del bilbaíno Zuloaga dijo Juan Belmonte que “no pintaba figuras, pintaba almas”.
Quizá por eso entre los cuadros principales que se exponen en el museo de La Habana esté el retrato más logrado del Pasmo de Triana, descubierto ahí por López Monreal a su paso por la isla junto con otro.
No menos asombroso, del “Buñolero”, el viejo torilero de la plaza de Madrid que fue amigo personal de Curro “Cúchares” y seguía en su puesto a principios del siglo XX.
Cuadro éste al que el gobierno cubano dedicó un timbre postal.
Zuloaga pintaba sobre todo al óleo, Goya produjo su célebre Tauromaquia sobre láminas procesadas al aguafuerte y Picasso la suya (1957), no menos conocida, en planchas de cobre al azúcar.
El toreo, rito y poesía; refirió el zacatecano su asistencia a un ritual huichol en algún lugar impreciso de la frontera entre Durango y su estado natal, en el cual el oficiante de la ceremonia.
Lo bautizó con sangre de un bovino que había sido sacrificado para el efecto de acuerdo con antiguo ceremonial.
También nos habló de un mito local sobre Ramón López Velarde, el centenario de cuya muerte se conmemora este año.
El cual el poeta de Jerez, cuando componía un nuevo poema, lo memorizaba bien para poner a prueba la efectividad de su ritmo.
Recitándolo en voz alta durante solitarios paseos por calles solitarias y veredas cercanas.
Procedimiento que le permitía corregirlo, pulirlo o de plano desecharlo, de acuerdo con el resultado de dicha práctica.
López Monreal compara la andadura poética de su paisano López Velarde con la de Morante de la Puebla “andándole al toro” del tercio a los medios en su inicio de faena a “Peregrino” de Teófilo Gómez (11.12.2016).
En una muestra de que el toreo, en sus momentos grandes, también puede ser poesía.
Tauromaquias.
La Tauromaquia de Goya la integran 33 láminas al aguafuerte.
Por cierto, uno de los pocos museos que, fuera de España, tienen completa esa obra crucial del aragonés es el Pedro Coronel de Zacatecas.
Como homenaje al maestro de Fuendetodos, López Monreal produjo a su vez una Tauromaquia de 33 cuadros divididos en tres tercios: Infancia, madurez y senectud.
Editado en abril de 2016 bajo la forma de un muy hermoso libro, del cual me permito presentar tres muestras para deleite del lector de esta columna.
Aunque pudiera decirse que dicho volumen representa la culminación de la obra taurina del zacatecano.
Incluye ésta diversas manifestaciones que son otras tantas muestras de un estilo en permanente evolución.
Fiel al compromiso de expresar invariablemente “su verdad” sobre un ruedo que puede ser lienzo, muro o vitral.
Planta firme y zapatillas atornilladas en la arena. Hoy se dan pases y lances pero pocas veces se ve torear, en contadas ocasiones el toreo que se exhibe tiene raíces clásicas.
Ese bien hacer que comporta este arte total y que se traduce en una emocionante búsqueda de la felicidad para el espectador en el tendido.
Por eso volver al santanderino Félix Rodríguez es retornar a las bases mismas del toreo, al clasicismo, a lo que corresponde a este arte misterioso, efímero y eterno, de planta firme y zapatillas atornilladas en la arena.
Félix Rodríguez Ruiz nació en Santander el 23 de junio de 1905.
Al poco tiempo, la familia se trasladó a Valencia debido al trabajo de su padre, empleado de ferrocarril.
En la capital del Turia, comenzó el joven Félix su andadura en el mundo del toro, actuando por primera vez en la plaza de la ciudad levantina el 19 de abril de 1922.
La primavera de ese mismo año, se presentó en dicho coso la denominada Cuadrilla de Niños Valencianos, en la que figuraban Félix Rodríguez y Alpargaterito.
El pasado 21 de enero se cumplieron setenta y ocho años de la muerte (21-01-1943) de uno de los toreros que mayores y mejores cualidades poseía para interpretar el toreo, Félix Rodríguez.
Sin duda, fue uno de los matadores que más ilusionó a la afición en los años veinte, ávida de nuevos ídolos a los que admirar tras el trágico fallecimiento de Joselito El Gallo en Talavera de la Reina.
Por desgracia, unas veces por su debilitada salud y otras por su apatía e indolencia, Félix Rodríguez no llegó a alcanzar ese puesto de privilegio a pesar de sus múltiples dotes artísticas, que deslumbraron a público y crítica de la época, como lo cuenta Taurología.com
A pesar de que estuvo pocos años en activo, Félix Rodríguez consiguió poner de acuerdo a la práctica totalidad de la afición, que siempre le esperó, y de la prensa, sabedores de sus innatas cualidades para ocupar un lugar de privilegio en la Fiesta.
Valentía, dominio, poder, arte, elegancia…, eran algunas de las virtudes más cantadas del torero valenciano, que gozó de gran cartel en las plazas de mayor relevancia del país.
Aunque el capítulo que escribió en la profesión fue corto y de trazos irregulares.
El recuerdo de su toreo excelso permaneció por largo tiempo en la mente de los que lo vieron torear.
Junto a los cronistas de la época, supieron transmitir a las generaciones venideras la auténtica dimensión de la figura de Félix Rodríguez, por encima de números y cifras.
Conmocionante ha sido la partida hoy por causas naturales del matador y ganadero Don Gabino Aguilar León, hasta la fecha titular del hierro mexicano de «El Batán» del que fue propietario desde 1984.
El Maestro Gabino nació en la hacienda de San Mateo Huiscolotepec, asiento de la ganadería de Piedras Negras en el año de 1941.
Hijo de un torero del mismo nombre cuya carrera no tuvo tanto renombre como el de él, nos revela Formaficiontoros.
Llevó a cabo una campaña de novilladas en España durante1963, en la que toreó 25 tardes, destacando 4 en Las Ventas y 2 en Sevilla, Al año siguiente, actuó en siete novilladas, antes de convertirse en uno de tres mexicanos que tomaron la alternativa en Las Ventas de Madrid, él lo hizo de manos de Andrés Hernando, ante el testimonio de Manuel Benítez «El Cordobés» en la Corrida de Beneficencia de 1964, lo que representó para la fiesta brava de México, un hecho histórico.
Gabino Aguilar toreó 16 corridas más en España y posteriormente confirmó en la Plaza México, el 17 de enero de 1965, llevando como padrino a Alfredo Leal y a Santiago Martín «El Viti», como testigo.
El toro de la ceremonia se llamó Juerguista del hierro de Torrecilla.
Hombre cabal y de excelente trato.
Diariamente buscaba enaltecer sus profesiones de Matador y Ganadero, trabajando con honradez, ética y dignidad por el toro bravo.
Amante de un toro que transmitiera sensación de peligro, de amenaza verdadera conjuntada con una buena embestida.
Sinónimo de buen espectáculo.
Compartiendo los créditos de las faenas camperas con su familia y; principalmente su hijo Paco, quien era el lo apoyaba de forma activa en las labores de su rancho de Amealco, Querétaro.
A Astor Piazzolla un taxista se negó a llevarlo porque «usted mató al tango», le increpó el hombre furioso que nunca entendió la grandeza de uno de los creadores musicales mas brillantes del siglo XX.
El que le dio un nuevo aire a la música bonaerense, el tango, que tiene reminiscencias africanas con el vocablo «tangó».
Curiosamente Astor Piazzolla amaba el día, el mar, la luz y no le gustaba la noche y el tango es noche, decía. Solo habría que escuchar «Libertango» o «Adiós nonino» para entender la maravilla de sus creaciones.
Hoy, 11 de marzo, Astor Piazzolla cumpliría 100 años, os recuerda página 12.
Por esa inescrutable forma de persuasión que tienen los números redondos, la recurrencia es motivo válido para volver a prestar atención a su obra.
En plena vigencia, y a recorrer una vez más su historia, a esta altura abundantemente explicada y retratada.
En ese trajín, en el momento medular de este “Año Piazzolla” se multiplican los recuerdos y homenajes en el mundo. También en Buenos Aires, epicentro sentimental de su música.
El Teatro Colón, por ejemplo, reabrió sus puertas tras la pausa provocada por pandemia y por estos días ofrece una serie de conciertos, en colaboración con la Fundación Astor Piazzolla, Sadaic y Aadi y la curaduría artística de Daniel “Pipi” Piazzolla y Nicolás Guerschberg.
En el Centro Cultural Kirchner, hoy a las 19 se inaugura la muestra Astor Piazzolla 100 y a las 21, en el Auditorio Nacional, habrá un concierto con numerosas figuras del tango y alrededores, con el que comenzará una serie de recitales que se prolongará durante todo el año.
Holgadamente sensual para ser popular y suficientemente compleja para desbordar los macizos terraplenes del entretenimiento, la obra de Astor Piazzolla goza de todos los derechos entre los clásicos del siglo XX.
Mezcla intrigante de audacia y candor, gozo y melancolía, oralidad y escritura.
La música del bandoneonista todavía es capaz de parecerse al mundo que la circunda.
Con esa chapa transita el siglo XXI y así circula desde hace décadas por salas de concierto, festivales de jazz, clubes nocturnos y escenarios de las más variadas layas.
Sin dejar de ser, por sobre todas las cosas, emblema sonoro de esa ciudad, Buenos Aires, la que antes supo engendrar al tango.
Tango que mal hiciste
Hacia fines de la década del ‘40, la parábola del tango comenzaba a descender.
El género fundamentalmente bailable había dado lo mejor de sí y al mercado local del entretenimiento, empezaban a penetrar propuestas de otras formas de danza y de músicas internacionales.
Pero el bajón tiene que ver también por cierto estancamiento de las que en su momento habían sido sus fórmulas más exitosas del tango.
En los ’50 ya existía la vacuna BCG, pero las milonguitas seguían tosiendo en las letras de tangos muy parecidos unos a otros.
Amparados en un conservadurismo estético que en su anacronismo, al final de cuentas expresaba una moral pacata.
Piazzolla, que había pasado por la de Aníbal Troilo, gozaba de consideración como arreglador en las orquestas de primera línea –un poco raro, pero interesante–.
Incluso había tenido su propia orquesta en 1946, con la que si bien no tuvo éxito comercial hizo cosas como “Villeguita”.
Dedicado a su amigo Enrique “Mono” Villegas.
Curioso, vehemente, estudioso yprovocador –en ese orden–, Piazzolla arremetió sobre el núcleo expresivo del tango, delimitando con lucidez las zonas útiles y el descarte, las luces y las sombras de un género con el que construirá una relación de amor-odio.
Sobre la estrategia de entrar y salir continuamente del universo tanguero y sus circunstancias, Piazzolla logró hacer del tango un fondo sobre el que su música, expuesta siempre a partir de la palabra “Nuevo”, contrastaba.
Aunque abierta y enriquecida con novedades del jazz, rasgos sonoros de Bartok y Stravinsky y antigüedades de Bach, no dejaba de medirse con el tango y su tradición.
Ese submundo al que Piazzolla le marcaba los límites de su conservadurismo.
Haciendo un tango fuera del tango, Piazzolla logró elaborar una voz propia, original e inconfundible.
Un estilo que terminaba de definirse más allá de la escritura, en la ejecución, en la forma de tocar. La suya y la de los músicos que elegía cuidadosamente.
Además de escribir para el virtuosismo del solista, el compositor habilitaba una importante dosis de repentismo en la ejecución, en los fraseos, las respiraciones, en el juego con el tiempo y otros yeites que venían de la tradición ejecutiva del tango.
Piazzolla sulfuraba como una forma de mantener la frescura, la tensión de lo imprevisto.
Más allá de lo atractivo de sus influencias, lo elaborado de sus esquemas compositivos, había, sobre todo, una manera de interpretarlos. Ahí se completaba su música y ahí recuperaba el tango.
Aquí y allá
Astor Pantaleón Piazzolla nació el 11 de marzo de 1921 en Mar del Plata; fue el único hijo de Vicente Piazzolla y Asunta Manetti.
De ahí en más, un relato sobre su vida podría comenzar en cualquier punto, porque más allá del orden cronológico, los hitos de su existencia convergen de manera vertiginosa y coherente en un mismo punto: una idea superadora de música.
Su infancia en Nueva York, las lecciones de bandoneón en las que estudiaba Schumann y Bach, el encuentro con Carlos Gardel –que le dijo que tocaba el fueye “como un gallego”.
El regreso a Mar del Plata en la adolescencia, la revelación del sexteto de Elvino Vardaro través de la radio, la partida a Buenos Aires a los 18 años, la orquesta de Troilo, el “concierto” para piano que le mostró a Arthur Rubinstein.
La recomendación para estudiar con Alberto Ginastera, la Sinfonía con dos bandoneones que le valió la beca para estudiar en París con Nadia Boulanger.
Estos son algunos de los hitos preparatorios de quien a esta altura parecía un infiel del tango.
En París, como corresponde, se produjo uno de sus innumerables comienzos.
Piazzolla llegó a la capital francesa en los ‘50 para estudiar con Boulanger, una de las pedagogas más importantes de su tiempo:
Alumna de Gabriel Fauré, amiga de Ravel y Stravisnky, y por entonces elegida por los jóvenes compositores norteamericanos (Aaron Copland, Leonard Bernstein, Philip Glass y más tarde Quincy Jones), entre muchísimos otros.
De París, además de la recomendación de su maestra de dedicarse a esa música en la que él “estaba” –se lo dijo después que le hizo escuchar una versión de “Triunfal”– Piazzolla volvió a Buenos Aires con la grabación de música propia, con músicos de la Orquesta de la Ópera de París, y Martial Solal y Lalo Schifrin alternándose en el piano. También con la fascinación por el Tentet de Gerry Mulligan, donde entre otros tocaba el trompetista Chet Baker.
Sobre esos estímulos, en 1957 formó el Octeto Buenos Aires, con algunos de los más importantes músicos del ambiente del tango y más allá: Enrique Mario Francini y Hugo Baralis en violines, Atilio Stampone en piano, Leopoldo Federico como segundo bandoneón, Horacio Malvicino en guitarra eléctrica, José Bragato en violoncello y Juan Vasallo en contrabajo. “Era necesario sacar al tango de esa monotonía que lo envolvía, tanto armónica como melódica, rítmica y estética.
Fue un impulso irresistible el de jerarquizarlo musicalmente y darles otras formas de lucimiento a los instrumentistas.
En dos palabras, lograr que el tango entusiasme y no canse al ejecutante y al oyente, sin que deje de ser tango, y que sea, más que nunca, música”, escribió el mismo Piazzolla en la contratapa de uno de los dos discos del Octeto.
Más allá del tono desafiante de las palabras, la provocación estaba en la música. Arreglos de tangos clásicos y temas nuevos hacían estallar la línea decariana que hasta entonces había delimitado la modernidad del tango.
Piazzolla fundó un nuevo territorio y fue condenado por parricida.
Pero la vida efímera del Octeto resultó inversamente proporcional a su importancia.
Con la idea de conjunto de solistas, que venía del jazz y también de la música barroca, quedó planteada una actitud.
Que será cardinal para el vital ida y vuelta entre composición y ejecución en la música de Piazzolla.
La máquina expresiva
A fines de los ’50 Piazzolla estaba en Nueva York.
Había llegado con una idea de jazz-tango de la que termina desistiendo, refutando que esa música pueda incorporarse a la categoría “latino” –que por entonces quería decir congas y otros arneses ajenos a la blancura porteña– y mucho menos ser bailable.
De regreso en Buenos Aires, formó el Quinteto Nuevo Tango, para muchos, en sus sucesivas formaciones, la máquina que mejor expresó el lenguaje de Piazzolla.
Jaime Gosis en piano, Szymsya Bajour en violín, Kicho Díaz en contrabajo y Horacio Malvicino en guitarra, integraron la primera formación, con la que entre otras cosas en 1961 grabó la primera versión de “Adiós Nonino”, que había compuesto en memoria de su padre.
Después de completar la grabación del primer LP y de dejar registradas las partes de violín para la música de la película Quinto año Nacional, Bajour dejó el quinteto y partió a La Habana, contratado como concertino de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba en los primeros años de la Revolución. En su lugar entró Antonio Agri.
Las estaciones (“Verano porteño”, “Otoño porteño”, “Invierno porteño” y “Primavera porteña”), la Serie del Ángel (“Introducción al ángel”, “Milonga del ángel”, “Muerte del ángel” y “Resurrección del ángel”), La Serie del Diablo (“Tango diablo”, “Vayamos al diablo” y “Romance del diablo”), además de temas como “Revirado”, “Fracanapa”, “Calambre”, “Buenos Aires hora cero”, “Decarísimo” y “Michelángelo ’70”, fueron, muchos en varias versiones.
El núcleo duro del repertorio del quinteto.
A lo largo de más de dos décadas, pasaron por allí los pianistas Osvaldo Manzi, Dante Amicarelli y Pablo Ziegler.
Los violinistas Antonio Agri y Fernando Suárez Paz, el guitarrista Oscar López Ruiz, el contrabajista Héctor Console.
También tuvo cantantes, como Héctor De Rosas, con quien entre otras cosas grabó memorables versiones de “Milonga triste” y “Cafetín de Buenos Aires”, y ocasionalmente un Roberto Goyeneche a punto caramelo, con quien compartió un registro en vivo en el Teatro Regina en 1982.
En 1967, Piazzolla comenzó su colaboración con el poeta Horacio Ferrer.
Al año siguiente estrenaron el primer fruto del trabajo conjunto, María de Buenos Aires, la “operita” que hoy constituye uno de los fracasos más exitosos de la historia de la música argentina.
El estilo de Ferrer, plagado de neologismos, imágenes de un prudente surrealismo, controlada psicodelia y actualizaciones del lunfardo, era la correspondencia directa del estilo musical de Piazzolla, que encontró en Amelita Baltar una voz “aguardentosa” para esa maqueta existencialista.
Sobre esa línea llegarían enseguida “Balada para un loco” y “Chiquilín de Bachín”, temas que Baltar y Goyeneche grabaron prácticamente al mismo tiempo.
Sobre la base del Quinteto Nuevo Tango, en 1971 Piazzolla sumó un segundo violín, viola, violoncello y batería, y formó el Conjunto 9, en muchos sentidos punto de llegada y al mismo tiempo la plataforma para un próximo salto.
Detrás habían quedado las batallas por la legitimidad de su música:
Piazzolla ya era Piazzolla y estaba en un punto del que no tendría sentido volver.
En el conjunto, que entre otros integraron Jose Bragato en violoncello y los violinistas Antonio Agri y Hugo Baralis.
Estaban las marcas del Octeto y las del Quinteto, pero sobre todo se escuchaba en buena medida mucho de lo que será el futuro próximo del compositor y bandoneonista.
Que, afianzado en su estilo, se permitió con el noneto texturas más complejas y soluciones formales un poco más amplias.
Esa idea de diálogo entusiasmado que traía del cool jazz, la armonía modal y la politonalidad, las referencias a la música barroca, están en lo que muchos consideran un punto altísimo en la producción de Piazzolla, con páginas notables como el elegíaco “Vardarito”, “Onda 9” y “Homenaje a Córdoba” –la de “El Cordobazo”–, entre otros temas incluidos en los dos volúmenes de Música Popular Contemporánea de la Ciudad de Buenos Aires, los disco editados en 1972.
Ahí está también la primera versión de “Tristezas de un Doble A”.
Con el mismo noneto grabó la que no fue la columna sonora de Último tango en París, la película de Bernardo Bertolucci que al final tuvo música de Gato Barbieri.
Eléctrico ardor
En 1974, tras recuperarse de un infarto, Piazzolla se instaló en Italia y formó un conjunto con músicos europeos.
Órgano Hammond, bajo eléctrico, batería y sintetizadores caracterizaron otra etapa del bandoneonista, que terminó envuelto en un sonido internacional.
Que al mismo tiempo que incorporaba la electrónica como emblema de la modernidad, sacrificaba mucho de ese nervio prodigioso que en la ejecución hacía que su música fuese su música.
El encuentro con el saxofonista Gerry Mulligan, con el que grabó Reunión cumbre, y Libertango, son muestras de esta etapa. En 1975, tras la muerte de Aníbal Troilo, compuso la Suite Troileana y para la grabación llamó a Antonio Agri.
Ahí se perfilaba el Octeto Electrónico, que en una de sus formaciones tuvo a además a Enrique Roizner en batería, Adalberto Cevasco en bajo eléctrico, Horacio Malvicino en Guitarra, Juan Carlos Cirigliano en piano, Santiago Giacobbe en órgano eléctrico, Daniel Piazzolla en sintetizadores y la voz de José Ángel Trelles.
Con cierta cercanía conceptual con el jazz rock –en particular con Emerson Like & Palmer, de quienes era confeso admirador–, Piazzolla trazó un puente hacia la cultura joven.
Naturalmente, fue criticado en la Argentina. Sus detractores, ahora en nombre del tango, reivindicaban al Piazzolla del quinteto.
En la década del ‘80, Piazzolla era un músico importante. Si bien con el reconstruido quinteto ya era en un lector de sí mismo, la dinámica ejecutiva de su música seguía siendo vertiginosa y atractiva.
Tocaba por el mundo, tenía un estilo propio y un público fiel.
Componía para cine, estrenaba obras para orquesta y tocaba con la cantante italiana Milva, el vibrafonista Gary Burton, el cantautor Georges Moustaki y el Kronos Quartet, para quien en 1989 escribió las Five Tango Sensations para cuerdas y bandoneón.
En 1983 tocó su música en el Teatro Colón junto a la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires dirigida por Pedro Ignacio Calderón.
Si todavía quedaba algún margen para discutirlo, aquel concierto histórico terminó de cerrarlo.
Con el reconocimiento de Ciudadano ilustre de Buenos Aires, terminó de hacer las paces con la ciudad; a la que era imposible comprender sin esa música poderosamente asociada a una manera de tocarla.
En 1989 disolvió el sexteto que fue su última formación. El 5 de agosto de 1990 fue internado con infarto cerebral en París.
Una semana más tarde lo trasladaron a Buenos Aires, donde murió, después de una larga agonía, el 4 de julio de 1992.
Tango sí, tango no, Piazzolla atravesó su tiempo eligiendo cuidadosamente los bordes por donde transitar.
Los elementos con los que forjar un sonido original e inconfundible.
En el mundo, la de Piazzolla es la música de un músico argentino, que por amplia e inclusiva hoy muchos celebran como propia. Para los argentinos, apóstata o revolucionario, Astor fue antes que nada el que cambió el tango. Nada menos.
Separó la paja del trigo y estableció nuevas categorías de valor. No fue el único, claro, porque reformistas hubo siempre. También en el tango. Después de todo, el cambio suele ser un aditivo comercial necesario para lubricar los engranajes de la industria del entretenimiento.
Pero Astor Piazzolla fue más allá. No quedarse quieto fue su obsesión, por la que hizo todo lo que había que hacer.
A cien años de su nacimiento, Astor Piazzolla encarna el triunfo del talento y la perseverancia sobre la poco inocente pereza de lo establecido.
Sentimental y poderosa, popular y de una erudición ligera pero categórica, su obra sostiene la idea de modernidad en el tango desde más allá que la condición moral del éxito.
Su música todavía suena fresca, retumba en la sensibilidad de las generaciones que van llegando, su herencia se transforma y se multiplica.
Así, pareciera capaz de sobrevivir, como dijo Shakespeare de su poesía, al tiempo, las guerras y los tumultos. Y si no, que venga otro Astor Piazzolla, si es que nace, a barajar y dar de nuevo.
En el CCK
Conciertos y muestra
El Centro Cultural Kirchner se sumó a la celebración del centenario del nacimiento de Astor Piazzolla con un ciclo de treinta conciertos y una exposición, además de proyectos especiales.
Hoy a las 19 se inaugurará la exposición Piazzolla 100 en las salas del segundo piso, organizada en torno a momentos clave de la creación del bandoneonista y a los hechos más relevantes de su vida, con piezas audiovisuales, fotografías y material de archivo.
A las 21, en la sala principal de la Ballena, tendrá lugar el concierto de apertura del ciclo.
Reunirá a Amelita Baltar con el Sexteto Mayor, José Colángelo con Franco Luciani, Néstor Marconi, Luis Salinas con Horacio Avilano, José Angel Trelles, Paralelo 33°, el Dúo Eva Wolff – Hernán Possetti junto a Lucía Luque, Trueno, el organista Matías Sagreras y las pianistas Lilia Salsano y Daniela Salinas.
El ciclo continuará el domingo 14 de marzo, con cuatro pianistas -Lilia Salsano, Iván Rutkauskas, Marcelo Ayub y Daniela Salinas- interpretando las célebres Cuatro estaciones porteñas, entre otras obras.
A lo largo del año habrá conciertos de Ensambles históricos, que el 17 de abril recreará Orquesta del ’46; el 8 de mayo el Octeto Buenos Aires.
También se reconstruirá en vivo el sonido de la Orquesta de Cuerdas, el primer Quinteto de Astor Piazzolla, el Noneto, el Octeto Electrónico.
Su segundo Quinteto y el Sexteto, y habrá una presentación dedicada al repertorio de su binomio autoral junto a Horacio Ferrer.
La sección Discos esenciales anuncia el 8 de abril al saxofonista Jorge Retamoza, junto su sexteto, abordando el repertorio del disco “Reunión cumbre (Astor Piazzolla & Gerry Mulligan); y el 13 de mayo, el vibrafonista Fabián Keoroglanian con músicos invitados recreando el material del disco The New Tango. Astor Piazzolla & Gary Burton.
Reedición
El mal entendido
Este “Año Piazzolla” propició la reedición de Piazzolla. El mal entendido (Debate), de Diego Fischerman y Abel Gilbert.
Concebido como un estudio cultural en torno a la figura y la obra del músico marplatense, este trabajo fue editado por primera vez en 2009 y si naturalmente su contendido resiste el paso del tiempo, los autores advierten que muchas cosas cambiaron desde entonces.
“Era otro mundo”, escriben en el prólogo a esta nueva edición y puntualizan que en 2009 el rol de las redes sociales eran incipientes y las plataformas digitales.
Para la distribución de música recién comenzaban “su expansión mundial, cambiando para siempre las maneras de circulación, el intercambio, la apropiación y hasta los hábitos de escucha de la música”.
Con las actualizaciones pertinentes, en Piazzolla. El mal entendido Fischerman y Gilbert articulan una trama de efectos y consecuencias que permite comprender, más allá de los datos biográficos, la música y el tiempo de uno de los compositores argentinos más importantes y su proyección en el mundo.
“Las obras de arte y las palabras que intentan dar cuenta de ellas a veces corren por carriles distintos y hasta divergentes.
Los propios músicos no siempre son claros acerca de sus intenciones y sus logros. La verdad no habita en sus explicaciones o apologías sobre las obras. Para acercarse a ellas ir sobre sus pasos como si se trata de cazar la propia sombra, está, ante todo, la música.
Después, solo después, se pone en funcionamiento una máquina interpretativa, afloran los discursos.
Con sus paráfrasis y analogías, los análisis y los contextos, la ponderación y la crítica”, sostienen.
La distancia que los autores establecen con el objeto estudiado libera a esta obra de sentencias afectivas y la convierte en uno de los libros menos “apiazzollados”.
De los que se han escrito en torno a la figura del gran bandoneonista y compositor nacido hace 100 años en Mar del Plata.
Escrito con rigor periodístico, el relato de Fischerman y Gilbert no se detiene a idolatrar al personaje.
Más bien lo miran pasar, lo fotografían en movimiento, exponen hechos y razones y lo sitúan en el contexto social y cultural de una época.
Desde ahí escuchan cómo escucha un compositor original en su estilo, pero sobre todo en su manera de entender y sintetizar influencias y aprendizajes.
Ni fiestas ni corridas en San Isidro en Madrid. Nos lo temíamos. No será posible ni la feria de San Isidro y corridas de toros en las fechas del patrón de la Corte y Villa, según comunicó el alcalde de Madrid Martínez Almeyda.
Así que el coso venteño seguirá cerrado a cal y canto «pues no hay condiciones sanitarias viables «, dijo el funcionario para autorizar la feria de San Isidro.
Y ahora la incógnita es Sevilla… Con ganaderías, toreros, todo preparado sin saber si autorizan mínimo el 50 por ciento del ingreso de aficionados a La Maestranza.
El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, asegura que «no se dan las condiciones» para poder celebrar las Fiestas de San Isidro.
Con la actual pandemia de Covid-19, por lo que en el mes de mayo «no va a haber fiestas tal y como las conocíamos».
Así lo indicó en una entrevista concedida a Servimedia.
Recordó que por ahora el Ayuntamiento de Madrid tiene suspendidas todas las fiestas de barrio y de distrito.
Lo que «afecta también a las Fiestas de San Isidro, sin perjuicio de que podamos hacer actividades» puntuales.
En este sentido, el regidor madrileño recalcó que:
«lo que no va a haber son fiestas tal y como las conocíamos, porque no se dan los escenarios adecuados».
«SEAMOS REALISTAS»
Almeida demandó que «seamos realistas» y recordó que hay un proceso de vacunación en marcha y que «hay motivos más que legítimos para poder dudar que no llegaremos al 70% de la población vacunada en verano«, por lo que, «mientras no se culmine, no podemos plantearnos fiestas de esas características».
Sobre las fiestas de La Paloma y San Cayetano que se celebran a mediados de agosto, el alcalde apuntó que no se quiere anticipar, porque «los escenarios son muy difíciles de prever», aunque señaló que «sobre La Paloma no puedo dar una respuesta tajante».
«Lo que sí sé es que para mayo no se van a dar las condiciones para que se puedan producir esas fiestas», incidió.
Respecto a la feria taurina de San Isidro, Almeida comentó que «es muy complicada en estos momentos», pero matizó que «sería una pregunta para el Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid».
«Creo que es un objetivo complicado, pero será la Comunidad de Madrid la que tendrá que decir al respecto», concluyó.
Manuel Benítez El Cordobés ha acudido al polideportivo de Posadas para vacunarse de la primera dosis de la Pfizer. Benítez llegó acompañado de su pareja María Ángeles y de su inseparable amigo y hombre de confianza Fernando Sacromonte, cuenta El Diario de Córdoba.
La vacuna se le ha puesto en el coche y posteriormente ha mantenido un periodo de quince minutos de espera por si había reacción. En este espacio de tiempo ha realizado unas declaraciones para Córdoba en las que ha animado a todo el mundo a que se vacune. «Ahora mismo lo único que puede derrotar a este bicho es la vacuna y afortunadamente nosotros podemos disponer de ella, cuando hay millones de criaturas en el mundo que no la tienen. No entiendo como hay personas que no se quieren vacunar. Hay que ser muy torpes porque este enemigo te ataca por todos lados. Cuando yo toreaba sabía a lo que me enfrentaba, pero a este enemigo no se le ve venir, no sabes contra que luchas. Hay que vacunarse si se quiere derrotar. Estamos en un punto que no tenemos otra salida».
«Este virus ha venido a fastidiar al mundo. Y le tenemos que hacer frente de la mejor manera posible y esa, hoy por hoy, es la vacuna. A mi si me quieren poner tres seguidas…que me las pongan».
Cuando El Cordobés ha llegado al puesto de vacunación lo ha hecho derrochando el buen humor que le caracteriza e incluso le dijo a la enfermera: «Póngame la otra dosis en el otro brazo».
Respecto a la situación de la temporada taurina de 2020, debido a la pandemia ha contestado: » Yo estoy retirado de todo, pero esto es un relío, los toros, las personas, los negocios, todo...Yo pasé una guerra y hasta que salimos adelante fue una lucha tremenda y ahora aparece esto y no sabemos cómo será el final. Los toreros, como cuando hacemos el paseíllo decimos: suerte para todo el mundo. Pero es una lástima que pase esto cuando todo caminaba bien y la gente disfrutaba de la vida. Yo estoy apartado de todo, no salgo de la casa nada más que para dar una vuelta por las fincas, tengo mucha precaución y si dicen que hay que ponerse la mascarilla…pues a ponérsela»
Estamos dispuestos a jugarnos la vida por casi nada pero vale la pena, dice el sevillano Pablo Aguado.
Pablo Aguado con Juan Ortega son las últimas promesas de una fiesta que se renueva aun en medio de las crisis como esta pandemia que nos lleva por la calle de la amargura (hace un año comenzó el viacrucis).
Pues ha dicho con claridad en Antena3: Tenemos que revisar todo en el toreo y lo primero rebajar honorarios para salvar los 55 mil puestos directos de trabajo que en España da el toreo al año.
Es optimista en cuanto a la fortaleza de este ritual. Unos 40 millones de espectadores en las plazas y los populares, y por eso este espectáculo está vivo e interesa y de la crisis saldremos reforzados, expresa.
Lo primordial es que el espectáculo siga vivo.
Los toreros estamos convencidos que nos jugaremos la vida por nada pero es importante contribuir a que las cuadrillas lleven el pan a casa y a los ganaderos que no reciben ingreso puedan ser auxiliados con una inyección económica que les permita salvar las dehesas.
Por eso son unos héroes ya que en medio de las mas grandes penurias salvan a riesgo de su propio peculio esa especie que es el toro bravo.
Hoy el dinero, para nosotros, importa menos que el valor que le damos a la continuación de la fiesta de los toros, agrega el torero de Sevilla
Pablo Aguado se retrata :
Nací en Sevilla. Desde niño me llamó la atención el mundo del toro, pero lo dejé de lado y seguí la vida de un chaval normal (mis estudios, mi carrera, mi afición por el fútbol y los amigos). Llegó un momento en mi vida en el que volvió a prenderse la llama que tuve de niño, así que cometí la locura de seguir el instinto.
P. ¿Esa afición a los toros de dónde procede?
R. Mi abuelo fue ganadero y escuchaba sus historias de pequeño. En casa había afición, pero la mayor influencia creo que procede de mi tierra, porque en Sevilla se habla de toros y hay referencias casi en cualquier esquina. Eso sí, para ponerte delante de un toro eso no basta, hay algo interior que no sé muy bien cómo llamarlo que tiene que estar en ti.
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