Restos de cráneo de uro encontrados en la provincia de Sevilla. Las excavaciones arqueológicas promovidas en el sector septentrional del yacimiento que albergan los términos municipales de Valencina de la Concepción y Castilleja de Guzmán (Sevilla).
Fruto del asentamiento humano que acogía dicho entorno durante la Edad del Cobre, han deparado el descubrimiento de un «cráneo de uro —un precedente de los actuales toros— salvaje prácticamente completo, interpretado como unaofrenda ritual» de aquella antigua cultura.
Se trata de una zona de casi 780 hectáreas protegidas como zona arqueológica.
Debido a los múltiples vestigios prehistóricos localizados en esta zona de la comarca del Aljarafe.
¿QUÉS ES LA EDAD DE COBRE?
La Edad del Cobre, también llamada Calcolítico o Eneolítico es una etapa cultural prehistórica que sucedió después del Neolítico (la nueva Edad de la Piedra).
Período que señaló el inicio del uso de los metales y el consiguiente desarrollo de las técnicas metalúrgicas.
La mayoría de estos restos arqueológicos están relacionados con el asentamiento humano que habría acogido este territorio durante la Edad del Cobre.
Con los tholos de La Pastora, Matarrubilla y Montelirio como máximos exponentes de dicha cultura.
Un estudio publicado en la revista científica Journal of World Prehistory y recogido por Europa Press exponía que con una extensión calculada de unas 450 hectáreas, unas 230 de ellas como necrópolis y unas 220 de poblado.
Este asentamiento calcolítico sería «de lejos el mayor asentamiento de la Edad del Cobre en toda la península ibérica y posiblemente uno de los mayores de Europa occidental en la Prehistoria tardía».
Paquirri, padre, fue un torero enorme pero por esas cosas de la vida tras su trágica muerte después de la cornada en Pozoblanco, se ha mezclado lo personal con lo taurino, la herencia, sus recuerdos materiales que son historia viva del toreo y por eso Frank, su hijo mayor decía:
«Está todo en Cantora. (es la finca que pasó a manos de Isabel Pantoja la segunda esposa del malogrado torero de Barbate y allí están trajes, trofeos, espuerta, fundones, muletas, capotes que pertenecieron a Francisco Rivera. Mi padre quería que sus hijos tuviesen esas cosas», insiste Frank.
Antonio Lorca cuenta:
La trágica cita de Pozoblanco, el 26 de septiembre de 1984, lo convirtió en un mito; la reaparición artística de su viuda fue todo un acontecimiento solo superado por sus peripecias sentimentales y judiciales; para entonces, sus tres hijos ya habían asumido su protagonismo popular; y la muerte de Carmina, su primera mujer, proporcionó una sobredosis de morbo.
Una historia interminable, cuyo capítulo actual desgrana una controversia entre madre e hijo, habitual en cualquier familia, pero que en esta adquiere connotaciones de gran exclusiva.
Sobre la herencia de Paquirri se ha escrito mucho y se ha sabido poco. Sin duda, lo más certero lo publicó el periodista Juan Méndez en este periódico el 25 de septiembre de 1987.
Decía así: “La herencia del matador de toros Francisco Rivera Paquirri quedó ayer (dos días antes del tercer aniversario de su muerte) definitivamente resuelta, después de que las tres partes interesadas -su familia, su mujer Isabel Pantoja y su hijo, y su ex mujer Carmina Ordóñez y los dos hijos mayores del torero- firmaran el acuerdo para la repartición de los bienes del diestro, que alcanzan una cifra superior a los 1.000 millones de pesetas.
El patrimonio incluye varias explotaciones agrícolas, varios vehículos y embarcaciones, joyas y trajes de luces, además de otros bienes. El acuerdo definitivo otorga el 45% de los bienes de Paquirri, y la finca La Cantora, a su viuda, Isabel Pantoja, y a su hijo Francisco José. Otro 40% y la finca Los Rosales será para los hijos de su ex mujer Carmina Ordóñez: Francisco de Asís y Antonio Cayetano.
El 15% restante y la finca El Robledo será para su padre Antonio Rivera y sus tres hermanos: Antonio, José y Teresa Rivera”.
Lo sorprendente es que esta herencia, de la que poco más se ha conocido, aún colee. Por fortuna, el legado de Francisco Rivera supera a su patrimonio material. Paquirri, nacido el 23 de marzo de 1948 en la localidad gaditana de Zahara de los Atunes, fue torero desde su más tierna infancia y a su vocación dedicó plenamente su vida hasta alcanzar la consideración de torero muy relevante durante la década de los años setenta.
EL ABOGADO JOAQUIN MOECKEL CREE QUE ESOS OBJETOS PASARÁN A SUS HIJOS
“Reactivar procesalmente la ejecución de la sentencia por la que se obligaba a Isabel Pantoja a entregar esos objetos”. La razón es clara: lo anterior prescribe, pero una sentencia jamás prescribe.
Por tanto, según Moeckel, siempre y cuando esos objetos existan, (hay varios testigos que afirman haberlos vistos en fecha reciente) Francisco y Cayetano podrán recuperar algo que va mucho más allá de los enseres en si. Recuperan la memoria artística de la trayectoria de Paquirri.
Alcalino y la época de los Manolos: Capetillo y Martínez. Muchos aficionados siguen pensando que la irrupción arrolladora de Manolo Martínez a la escena taurina tuvo como primer golpe de efecto la retirada de su tocayo Capetillo.
A consecuencia de un mano a mano famoso que habría representado una especie de abdicación del viejo monarca en favor del delfín impaciente.
Doble error, porque ni el veterano sufrió en dicha ocasión aplastante derrota (Toreo, 03.12.67) ni existía tal hegemonía de Capeto sobre el resto de los coletudos nacionales.
Su emparejamiento con Martínez se dio de manera circunstancial.
En una época de abundantes toreros de cartel entre los cuales el principal, Joselito Huerta, se movía por entonces en un circuito más restringido debido a que permaneció fiel a la Unión de Matadores.
En tanto la mayoría se afiliaba a una sismática Asociación, que la empresa de la Plaza México había impulsado a su conveniencia, en medio de la guerra declarada entre el administrador de la Monumental.
El cubano Ángel Vázquez, más familiarizado con el beisbol que con el mundillo taurino, y Leodegario Hernández, que administraba los principales cosos de los estados.
Construyó la Monumental de Jalisco (hoy Nuevo Progreso), escenario del mano a mano Huerta-Martínez de este 15 de noviembre de 1970.
No está de más recordar que fue Leodegario quien organizó la alternativa de Manolo en otra de sus plazas (Monterrey, 07.11.65), y que el joven regiomontano siempre le guardó fidelidad, incluso a costa de una larga enemistad con la ensoberbecida empresa capitalina.
Pero volviendo al primer punto, el de la primera retirada de Capetillo, no es de extrañar que, pese a su escaso fundamento, la leyenda de su retirada forzado por Martínez fructificara.
El México de los toros carece, aún hoy, de memoria escrita. También influyó en parte el temperamento expansivo y alharaquiento del gran muletero tapatío, en contraste con la reserva y discreción del León de Tetela.
Pero sería éste, en su papel de primera figura, el que ofreció verdadera resistencia al empuje de Martínez durante tres años de enconada rivalidad, y a lo largo los 68 festejos en los que el poblano y el regiomontano compartieron cartel, incluidos 27 manos a mano.
Yo presencié tres de dichos duelos, el primero en Tlaxcala, luego de la gravísima cornada de “Pablito” a Huerta en Cuatro Caminos que, entre recaídas, cirugías y convalecencias, lo mantuvo más de un año alejado de los ruedos.
Esa tarde tlaxcalteca José se alzó con las dos únicas orejas que se cortaron (02.11.71).
La segunda fue en la México, una corrida de la Cruz Roja frustrada por inclemente ventarrón (16.04.72), y la tercera en El Toreo de Puebla (05.05.72).
Corrida ésta sí redonda, en la que Manolo Martínez cuajó antológico faenón con el cuarto de San Martín, malogrado con la espada, y Huerta estuvo asombroso de valor y maestría con el geniudo y remiso quinto, al que primero le bajó los humos a fuerza de aguante y ciencia torera hasta convertirlo en auténtico corderito: entonces lo bordó a placer.
El balance numérico de estas tres confrontaciones fue de cinco apéndices auriculares para Huerta contra ninguno de Manolo, lo que no hace justicia a la tensión y paridad prevalecientes, pero sí da cuenta del ímpetu y motivaciones del poblano cuando se encontraba cara a cara con el de Monterrey.
Si llevamos la estadística a las veces en que alternaron juntos en la capital –aparte del mano a mano mencionado fueron cinco en la México (dos en terna y par de Estoques de Oro) y tres más en El Toreo de Naucalpan de Juárez–, las cifras siguen favoreciendo a Huerta a razón de cuatro orejas, dos rabos y un Estoque, frente a cuatro auriculares y un rabo para Manolo.
Y la misma superioridad en favor del serrano arroja el recuento de apéndices que hace Luis Ruiz Quiroz sobre el total de veces en que alternaron juntos: 89 orejas y diez rabos para el torero de Tetela y 71 y nueve, respectivamente, para el norteño (Cantú, Guillermo H. Manolo Martínez un demonio de pasión. Edit. Diana, México, 1990. p. 431). Allí mismo consta que los manos a mano Capetillo-Martínez no pasaron de seis, concentrados en el verano y otoño de 1967.
Guadalajara y la tradición
Nunca fue plaza fácil. Ni toro chico ni carteles cojos ni público consentidor. Le favoreció contar con empresas estables –don Nacho García Aceves durante más de medio siglo, con Leodegario Hernández como competidor enconado de la segunda mitad de los años 60 del XX a principios de la década siguiente–, temporadas tanto de corridas como de novilladas bien definidas y seriamente organizadas, autoridades responsables y una prensa vigilante y profesional.
En aquel momento tenía, con sus dos cosos en activo, la segunda afición más competente del país (hoy es, con diferencia, la primera de América). Y fue precisamente en ese ambiente que se dio el memorable mano a mano Huerta-Martínez que aquí se comenta.
Gran ambiente
Aquel domingo 15 de noviembre del año 70 se anunciaron dos festejos en la capital tapatía, una novillada en el antiguo Progreso, con la despedida del triunfador de la temporada chica capitalina Adrián Romero, y el mano a mano que nos ocupa en la Monumental de Jalisco, que fue como inicialmente llamó a su plaza Leodegario Hernández.
Hubo público para ambas, con la Monumental registrando un lleno digno de la ocasión. Mucho prometía el cuajado encierro de Torrecilla y ambos alternantes contaban con triunfales trayectorias y abundantes y fervientes partidarios en la Perla de occidente.
Una corrida soñada
En los hechos, la confrontación Huerta-Martínez superaría las expectativas más optimistas. José tuvo, ante un gran lote de bravísimos torrecillas, la tarde más completa de su vida.
Completa y por añadidura inspirada, porque siendo un maestro más seco que florido, esa tarde de noviembre su arte alcanzó cadencias insospechadas.
Manolo Martínez volvía de una floja campaña española y a ratos se le notó dubitativo y descentrado con los toros, complicado su primero.
Débil el último y magnífico el cuarto de la tarde, “Farolito”.
Le cortó también el rabo como contrapunto de la impresionante cosecha de su alternante, que fue de seis orejas y tres rabos, nada menos.
En el medio siglo transcurrido Guadalajara ha vivido corridas por centenares.
Todavía no hay torero iguales o siquiera se aproxime a la marca histórica que firmó el Indio de Tetela.
La apoteosis huertista
Para dar una idea de lo que fue transcribimos el relato que hizo “Rafaelillo”, corresponsal del diario Ovaciones, de la primera faena de José; el toro se llamaba “Cantador”, 450 kilos de buena casta y alegre embestir.
Y ocurrió lo siguiente:
“Joselito (lo) recibió con una tanda de lances admirables de ligazón, temple y aguante… la faena a este gran toro fue iniciada de rodillas con un pase cambiado por la espalda, para ahí mismo ligar seis altos entre aclamaciones.
De pie, tandas de derechazos rematadas con los de la firma, cambios de mano y de pecho, todo con un temple y ajuste maravillosos. Molinetes de rodillas, altos y de trinchera.
Lo grande vino cuando se puso la muleta en la zurda y ligó doce naturales, sin un solo tocamiento de muleta por los pitones, de gran limpieza y hermoso trazo, que pusieron de pie al respetable.
Todavía toreó con la derecha con arte impecable, adornándose.
Un estoconazo que hizo polvo al toro, para las orejas y el rabo, dos vueltas y salida a los medios.”
(Ovaciones, 16 de noviembre de 1970).
En efecto, Huerta no se ahorró nada y desde el principio dejó bien claro lo que significaba su rivalidad personal con Martínez.
El relato del corresponsal no será literariamente brillante pero sí muy expresivo, y prácticamente lo reprodujo al referirse a los otros dos faenones de José con los toros “Valenciano” y “Brillante”.
Éste último, quinto de la tarde, terminó tan entregado, suave y repetidor los efectos del temple.
El delirio imperante alcanzó tal intensidad que el público pidió y consiguió que le fuera perdonada la vida.
“Brillante” desapareció tras la puerta de chiqueros y numerosos espontáneos invadieron el ruedo para levantar en hombros al arrollador diestro poblano.
Que ya paseaba dos orejas y un rabo traídos del destazadero, y había llamado a compartir su apoteosis al granadero de Torrecilla José Antonio Llaguno, asimismo aupado por los entusiastas.
La gesta de José en perspectiva histórica
Un veterano cronista capitalino, Cutberto Pérez “Tapabocas”, haciendo memoria escribió lo siguiente:
“No se habla de otra cosa en los medios taurinos que no sea la tarde auténticamente excepcional de Joselito Huerta en la plaza Monumental de Jalisco.
Tenía que ser un torero de su talla quien diera esa nota insólita…
Cuando desde Guadalajara llegó la noticia, inmediatamente volvimos a vivir, al cabo de tantos años, aquella hazaña inmortal del 20 de diciembre de 1936 en El Toreo de la Condesa, cuando Fermín Espinosa “Armillita” cinceló tres obras maestras del toreo con “Cantarito”, “Garboso” y “Pardito”, tres toros de bravura, casta y estilo de San Mateo.
¡La hazaña del siglo!Así encabezaron algunas crónicas de esa época sus comentarios a la tarde cumbre en que Fermín cortó seis orejas, dos rabos y la única pata que se ha concedido en México, aunque por respeto al reglamento el Chato Zamora y Rosendo Béjar, juez y asesor técnico de entonces, multaron a Juan Espinosa por cortar para su hermano esa pata que 20 mil aficionados a coro pidieron y CONCEDIERON al Coloso de Saltillo, pues en esa época el público mandaba y se hacía respetar…
A 33 años de aquella tarde histórica, Joselito Huerta ha agigantado su personalidad de torero NON, maestro de la tauromaquia moderna, convertido ya en un pozo de ciencia y un artista privilegiado…
“Cantador”, “Valenciano” y “Brillante” salieron al ruedo tapatío para ser toreados por mano de rey… En la Monumental de Jalisco ha quedado escrita una página gloriosa del toreo y de la vida profesional de Joselito Huerta…” (Ovaciones, 17 de noviembre de 1970)
Hace 29 años falleció Hernán Restrepo Duque. Mi querido y apreciado maestro en estas lides nació en Medellín el 6 de junio de 1927 en el hogar que formaron Antonio Restrepo Vásquez y Teresa Duque Santamaría. En los colegios San José y San Ignacio realizó sus estudios secundarios que no terminó.
Recibió alguna preparación como dibujante, labor que desempeñó durante 10 años. Periodista por naturaleza y aficionado a la fiesta de los toros se vinculó a El Colombiano como director de la columna Taurinadas. Sección que también dirigió en El Diario.
Conocedor a fondo de las intimidades de la fiesta brava, de sus protagonistas y comentarista por excelencia, realizó la trasmisión de cientos de corridas de toros en Medellín. Organizó además una biblioteca especializada en tauromaquia que muy pocas personas pudieron darse el lujo de poseer.
En 1952 Hernán Restrepo Duque, ingresó a la radio Caracol con su programa Radiolente que fue el primer espacio radial que tuvo el disco como noticia y alcanzó a publicar varias revistas con temas de la farándula.
Espacio que también durante varios años publicó en El Espectador y posteriormente en El Colombiano. En 1953 comenzó a trabajar en Sonolux, primero como Jefe de Propaganda, luego como Director Artístico y también como Director Artístico de la RCA Victor.
Escribía unas notas históricas en las contra carátulas de los discos que fueron para mí y para muchas personas más las primeras lecciones de la historia de la canción popular. Cómo sentimos su retiro de Sonolux en 1974. Ya las contra carátulas de los discos estuvieron vacías.
Hernán Restrepo Duque, fundó entonces su empresa disquera: el sello PRELUDIO en 1975 e inicialmente le colaboraron Jaime Llano González, Garzón y Collazos, el dueto Pampa y Cielo y Lucho y Nilhem.
Posteriormente se dedicó a recuperar repertorio musical de antaño, en acetatos con un sonido bastante deficiente, por cuanto en esos años no existían los medios de restauración de sonido que hoy se conocen.
Y con grandes esfuerzos por las dificultades económicas que tenía pudo mantener su empresa hasta que la vida se le terminó en un lamentable accidente de tránsito el 11 de noviembre de 1991. Chocó contra un poste de la energía eléctrica y quedó en muy mal estado.
Obras muy importantes dejó escritas. Primero “Lo que cuentan las canciones”, que le editó en 1971 la editorial Tercer Mundo y que se agotó sin que nunca fuera reeditada.
Él quería que yo reeditara la obra y llegamos a un acuerdo pero tenía primero que actualizar los datos, muchos de ellos obsoletos. Pero no alcanzó a hacerlo. También escribió “La gran crónica de Julio Flórez”, publicado en 1972 por el Instituto Colombiano de Cultura. En 1985 escribió “Tartarín Moreira, cancionero, verso y prosa”.
La Dirección de Extensión Cultural de Antioquia le editó en 1986 la obra “A mí cánteme un bambuco”. En 1991 escribió para RCN “Las cien mejores canciones colombianas y sus autores”. Después de su muerte, yo le edité ese material y lo publiqué con el nombre de “Lo que cuentan los boleros” en 1992 y en 1998 la Secretaría de Educación y Cultura de Antioquia le editó “La Música Popular en Colombia” – Crónica de nueve canciones.
Su discoteca llena de tesoros discográficos (unos 17.000 L.P. cientos de discos de 78 r.p.m., de 45 r.p.m. y de casetes) y su biblioteca fueron adquiridos por la Gobernación de Antioquia, supuestamente para que sirviera como un fondo de investigación musical.
Han pasado 29 años desde su muerte y su discoteca, lo que queda de ella, no está al alcance del público. Y de su biblioteca ya no quedan sino unos cuantos libros. Los demás desaparecieron.
Y le llegó “El día de la fuga” y no se la pudimos cantar como él se merecía. Muchas veces manifestó que cuando muriera le cantaran “El día de la fuga”. Pero su esposa Marina Monsalve (†) prohibió la presencia de músicos en el funeral. Y no hubo más alternativa que respetar tan absurda decisión.
Para Hernán la música fue la razón de vivir y se merecía una gran despedida musical. Celebrando la misa María América Samudio subió al altar de la iglesia y le cantó “a capella” el “Ave María”. En el cementerio cuando bajaban el féretro a la fosa, estábamos el Dr. Fernando Calle, (†) Héctor Castrillón, Jorge Luis Guardia, mi esposa María América Samudio (†) y yo, nos miramos y sin instrumentos le cantamos “El día de la fuga”. Cumplimos con el deseo que tantas veces le expresó a sus amigos.
Ese día todos los bambucos, los valses, los pasillos, los tangos y los boleros tuvieron que llorar su ausencia en silencio.
La tauromaquia encaja en el concepto universal de cultura. PABLO J. GÓMEZ DEBARBIERI dialoga con el filósofo y catedrático francés François Zumbiehl
El antropólogo galo explica por qué la tauromaquia es una manifestación cultural según los principios de Unesco y expone la base filosófica del rito taurino.
–¿Por qué debería considerarse que la tauromaquia es una manifestación cultural y una expresión de la diversidad cultural?
Con el concepto del término cultura nos tenemos que referir a lo que la Unesco considera en dos importantes convenciones, la de 2003 acerca de la promoción y protección del patrimonio cultural inmaterial y la de 2005, de la protección de la diversidad de las culturas; ambas convenciones muy influenciadas por los trabajos del gran antropólogo francés Claude Lévi-Strauss, que considera que una cultura es la relación entre una comunidad humana y un objeto cultural, que podría ser un monumento, un patrimonio inmaterial, con el cual esta comunidad se identifica y que refleja sus valores y sentimientos.
Es clarísimo que la tauromaquia refleja los valores con que nosotros, los aficionados de varias comunidades y países, nos identificamos.
Siempre es una relación entre un objeto, material o inmaterial, y los sentimientos de un pueblo o comunidad que se identifica con ellos.
Conocemos el lema de los antitaurinos, que quieren negar esto y dicen “tortura no es cultura”, pero tanto el concepto de cultura como el de tortura no es que sean subjetivos, pero tienen que ser razonados a la luz de los valores y sentimientos de las comunidades donde existe afición a la tauromaquia. La tauromaquia encaja en el concepto universal de cultura.
–Se usa el término “tortura” con mucha ligereza, pero valdría la pena explicar por qué no es tortura.
Decir que la tauromaquia es tortura es un insulto. Me sorprende que las organizaciones que defienden los derechos humanos; aquellos que cultivan la memoria de las víctimas que sufrieron tortura a lo largo de la historia, especialmente en el siglo XX, no se sientan insultados con la relación que algunos hacen entre tauromaquia y tortura.
La tortura supone, primero, un humano consciente lo que está sufriendo; maniatado e impedido de moverse. Además, un verdugo que está a sus anchas y puede infligir daño sin correr el menor riesgo.
Es evidente que en la tauromaquia nada de esto se da. El toro no es un ser consciente pero está luchando y superando, al luchar, el posible dolor con las endorfinas; esto lo explican perfectamente los veterinarios, haciendo una analogía con los atletas –en el box o en el rugby, por ejemplo– que superan el dolor gracias a esas hormonas. Al mismo tiempo, el toro representa un enorme riesgo para el torero, que es el artista que se enfrenta con él.
Por lo tanto, la tauromaquia es una relación entre dos seres, pero ninguno está maniatado ni en actitud de pasividad. Por eso, la noción de tortura en las fiestas de toros es totalmente desquiciada. La tauromaquia encaja en el concepto universal de cultura.
–Hay quien sostiene que Unesco no podría reconocer a la tauromaquia como cultura porque hay un sacrificio ritual.
No solo la Unesco; también los tratados europeos. La Unesco, desde la primera década de este siglo, se atiene al concepto de cultura definido por Lévi-Strauss, que es esa relación entre sentimientos y valores de una comunidad que las comparte y que se refleja en las manifestaciones inmateriales.
Hay dos ejemplos muy claros reconocidos por la Unesco como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Uno es el Sanké Mon, sacrificio ritual de gallos y cabras en Mali, para que los dioses del río permitan una abundante pesca colectiva, en la que se matan miles de peces.
También hay una caza ritual, la cetrería, reconocida por la Unesco, la que fue presentada por países árabes y europeos. En ella, el halcón está al servicio del hombre para matar perdices u otras aves.
–Francia es un fenómeno social notable por el auge de la tauromaquia en las últimas décadas y por el gusto que manifiestan por la pureza de la suerte de varas y por la perfección con el estoque; la cuadra de caballos y las puyas de Alain Bonijol son un ejemplo de ello. ¿A qué lo atribuyes?
Hay consideraciones sociales, antropológicas e históricas. Tienes razón cuando describes la afición francesa. Respecto a Francia, son un grupo minoritario que se reconoce como tal, porque la franja taurina de Francia comprende algunas regiones del sur y del suroeste. Pero esa minoría es muy estructurada y desea manifestar su identidad a través de las fiestas de toros. Fue una larga lucha histórica que se resolvió a mediados del siglo XX.
Por ello, los aficionados franceses que defienden su cultura quieren que la tauromaquia se manifieste en todo su rigor y autenticidad, lo que presupone integridad en todas las fases del ritual y en particular en los tres tercios y especialmente en el primero: la suerte de varas. En Francia se exige el toro íntegro y con toda su capacidad para manifestar toda su bravura en el primer tercio; que no se le castigue en exceso, que se dé todo el espacio para expresar su bravura. Además, que el espectáculo sea completo; que la corrida no se reduzca a las faenas de muleta; que hay espectáculo auténtico en la suerte de varas, en banderillas; luego, por supuesto, después en la muleta y, claro, que la estocada esté bien dada. La afición francesa lo exige así de íntegro y no reducido a la muleta.
–Es lo más acertado, porque la faena empieza con el primer capotazo y termina con la estocada y esa integridad debe estar estructurada y con una arquitectura que satisfaga al aficionado en este rito.
Absolutamente, y en ese sentido, el acierto de Bonijol ha sido adiestrar a sus caballos ligeros, para que sin un peso excesivo se puedan mover y obedecer al picador, que debe ser –ante todo– un buen jinete. Que sus petos tengan poco peso y que el pitón del toro pueda resbalar sobre el peto sin atracarse. Además, que el hierro de la puya no sea excesivo. Lo de la puya es una reforma que está haciendo la Unión de las Ciudades Taurinas de Francia (UVTF) para que en todas sus plazas se utilice esa puya; esa reforma se está estudiando en España, pero eso es otro tema. Lo que se busca es no castigar en exceso al toro para que pueda mantener su acometividad hasta el final de la faena.
–Y para que el caballo no sea una pared inamovible contra la que el toro se rompe aún más que con la puya.
¡Exactamente! Que no sea una muralla, que desmoviliza de alguna manera al toro, al sentir que no podrá con ella, lo que es tremendo, porque la corrida siempre debe ser un equilibrio. El toro tiene el destino de morir en la plaza, pero debe ser un animal respetado. No hay tauromaquia si no hay respeto y admiración por el animal. La tauromaquia encaja en el concepto universal de cultura.
–Hay una frase que sé que te gusta, que me parece es de Pepe Alameda, que dice que la tauromaquia es como la vida misma.
Sí; la tauromaquia es como la vida misma porque, al fin y al cabo, es la representación y una realidad, al mismo tiempo. El término representación debe utilizarse con prudencia, porque lo que se desarrolla en el ruedo es al mismo tiempo una realidad. El toro muere de verdad, pero también el torero puede morir o ser herido de verdad; se lo dijo un torero a un actor que lo silbaba desde el tendido: “Aquí, señor, se muere de verdad”.
Pero también es representación; una metáfora del destino de la vida.
La metáfora consiste en que el torero reproduce el viejo mito esencial de la lucha entre Teseo y el Minotauro; entre el espíritu humano, la habilidad del artista, de la inteligencia humana, frente a un ser instintivo y salvaje que representa la amenaza que pende sobre nuestras cabezas de mortales, que es la propia muerte.
El torero, al matar al toro, de alguna manera vence, en el rito, a la muerte. Pero es un triunfo efímero y absolutamente provisional, porque para todos nosotros, la muerte siempre será el final.
Es, por lo tanto, un ritual de cómo la inteligencia con el arte, dialogando con la naturaleza del toro puede producir belleza y al mismo tiempo vencer a las amenazas y a la muerte misma.
Pero en ese ritual hay una identificación con el toro. De alguna manera, nosotros los aficionados, finalmente nos identificamos con el toro bravo. La prueba es que cuando un toro ha sido de verdad bravo; cuando realmente ha asumido el final de su vida con toda su bravura, nosotros lo respetamos y lo admiramos y cuando muere, los aficionados se levantan, lo aplauden y manifiestan ese respeto, porque de alguna manera, ese destino del toro es el nuestro, pues representa nuestro destino ante la muerte.
Esa ambigüedad, esa ambivalencia de lo que pasa en una corrida es de una profunda riqueza que tiene sus raíces en todos los sentimientos y pensamientos del universo mediterráneo, del cual somos herederos y que atravesó el Atlántico para llegar a Hispanoamérica. Todo eso sucede durante una corrida.
–También se produce la esencia de un drama griego, que es cómo contamos las historias y los relatos. En el primer acto, en el primer tercio, ya conoces a los dos oponentes, pero tú no sabes cuál va a ser desenlace y ese desenlace desconocido nos mantendrá atentos para ver qué sucederá y todo ello, dentro de un marco y una escenografía muy artística.
Tienes toda la razón. Hay mucha semejanza entre la corrida y la tragedia griega, que termina mal. La corrida termina con la muerte del toro, pero la tragedia griega termina con la muerte del héroe. Nosotros, somos –como te dije– tanto el matador como el toro que, al final, muere.
Pero además, en la corrida, que tiene una estructura dramáticamente marcada con los tres tercios, que son como los tres actos de una tragedia, todo está marcado por el código ritual pero también es imprevisible. Nadie sabe qué va a pasar. No sabemos si el torero será cogido; si una suerte se podrá realizar o no.
Es más; toda la belleza del toreo está ligada al sentimiento de lo efímero; que todo está absolutamente sometido al tiempo y que ese es nuestro destino en la vida; nosotros estamos sometidos al tiempo. Por ello, lo que hace un torero nos emociona tanto más porque sabemos que no lo volveremos a ver; sabemos que es para ese momento y para nuestro huidizo recuerdo. Y en ese intento de contrarrestar el destino artístico, el torero necesita templar.
¿Por qué necesita templar? Indudablemente, por razones técnicas de la lidia, en primer lugar; pero también porque necesita lentificar lo que hace; porque, de alguna manera, está dominando el tiempo, esculpiéndolo. Recuerdo que el gran maestro Antonio Bienvenida le explicaba a un señor que le preguntó por qué se esforzaba tanto por templar, por lentificar lo que le hacía a los toros, lo siguiente: “Porque siento que en cada pase se está muriendo mi faena”. Es decir, sabemos que la belleza que vemos está abocada a morir. El torero no solo matar al toro, al estoquear; mata y remata una faena que nunca más se volverá a producir. Eso también es nuestro destino de mortales.
–Gracias François, por tu tiempo. Ha sido muy interesante lo que has dicho. Dejaremos para otra ocasión el tema del antiespecismo, ese movimiento seudofilosófico, que desde que Singer lo creó ha terminado en este animalismo desbocado que vemos en el siglo XXI.
Será muy importante hablar de eso porque es una amenaza a nuestra civilización grecolatina, es decir, a nuestro humanismo.
Pero por otro lado, la pena es que no has visto aún una corrida en Acho. Salvo aquel sábado de hace muchos años, que te llevé temprano a la plaza y la vimos desocupada.
¡Pues sí, claro que me acuerdo! Y tú me enseñaste el museo taurino y había allí un traje de luces de Belmonte.
–Sí, y hay uno de Joselito y otro de un torero al que admiras mucho: de Manolete.
Al que admiro mucho y acerca del cual –como sabes– he escrito.
Espero que haya otra oportunidad y que pueda ver una corrida en Acho.
En cuanto termine la pandemia tendré que programar un viaje a Lima.
La tauromaquia encaja en el concepto universal de cultura.
TAUROMAQUIA Historia de un cartel – Alcalino. Si Jorge Aguilar no fue lo que se dice un mandón absoluto, sí se erigió triunfador máximo de una de las temporadas capitalinas mejor armadas durante la larga gestión de Alfonso Gaona al frente de la Plaza México.
Como ninguna feria española o sudamericana se atrevió nunca a hacer, en ese invierno mexicano reunió un elenco extraordinario.
Lo mejor de la torería de ambos continentes, desde Silverio Pérez, Carlos Arruza y Luis Miguel Dominguín Dominguín hasta Manolo dos Santos y César Girón.
Constó de veinte corridas en las que se cortaron 34 orejas y cuatro rabos, pero la faena cumbre llegó apenas en el segundo festejo, al que la gente acudió en tropel luego que el de inauguración, siete días antes, había revelado el ímpetu de dos jóvenes toreros mexicanos, anunciados al lado de una figura española, Manolo González, que en el invierno anterior dejara en Insurgentes muy alto su cartel.
Esta vez, sin embargo, el sevillano no se mostró a igual nivel pese a cortar una oreja.
En cambio, Manuel Capetillo bordó un faenón memorable con “Fistol”, el quinto de una bravísima corrida de Zotoluca, y Jorge Aguilar, el modesto de la terna, sorprendió al cortarles una oreja a “Dinamito” y dos al cierraplaza “Fundador” para salir en hombros al lado de Capetillo, de los tres Mosqueteros del 48 el que más tiempo tardó en cuajar.
Pero cuando lo hizo fue para colocarse en un sitio envidiable.
Gran ambiente y logros escasos
Así las cosas, para la segunda corrida de la temporada Gaona urdió una combinación de cuatro toreros y ocho toros, cuatro de San Mateo y cuatro de La Laguna.
Repetían los triunfadores González y Aguilar y se presentaban el portugués Dos Santos y Juanito Silveti, cachorro del Meco y reciente triunfador de Madrid con los del Conde la Corte en la famosa corrida del Montepío de Toreros (12.10.52).
A Manolo González, más inseguro y movido que el año anterior, le protestaron la oreja del sanmateíno “Pasajero”, segundo suyo, tras un trasteo más efectista que profundo.
Y peor lo pasó Dos Santos, perdido en el zarzal de varias cornadas graves el sitio que alguna vez tuvo:
si apuntó su toreo de reposada finura con “Azucarillo” de San Mateo y hasta lo llamaron a dar la vuelta al ruedo, mucho decepcionó su impotencia ante el espléndido “Urraco”, un lagunero de clase superior a cuya altura jamás consiguió ponerse.
Quedaba la tarde en manos de dos jóvenes mexicanos doctorados en el mismo ruedo de Insurgentes, primero Silveti (15.01.50) y al año siguiente Aguilar (28.01.51).
Juanito veroniqueó superiormente al primero que le soltaron –“Motorista” de La Laguna–, un burel suavote pero que llegó apurado de facultades a la muleta; de cualquier manera, el capitalino, nervioso por la cálida bienvenida que el público le había dispensado luego de dos temporadas ausente, no consiguió asentarse con él:
de cualquier manera, en la vuelta al ruedo se hizo acompañar de su padre, con puro y mechón el viejo.
Más tarde andaría desconfiado y torpe con “Brujito”, de don Antonio Llaguno, cuyo buen pitón izquierdo le pasó de noche.
Quedaba, como depositario de las esperanzas de disfrutar de una buena tarde, el recio “Ranchero” tlaxcalteca, triunfador de la corrida anterior. Pero de entrada se desdibujó completamente ante su primero.
De modo que cuando los clarines anunciaron la salida del último de la larga y tediosa corrida, el sentir dominante estaba más cerca de la resignación que del entusiasmo inicial.
Sobre la pizarra del toril, ya en sombras, estaba escrito un nombre –“Montero”—y un peso –475 kilos–.
El famoso “Montero” de San Mateo. El de la faena que haría botar en el tendido al ilustre Maestro de Saltillo.
Así lo vio El Tío Carlos
“Jorge Aguilar se ha consagrado como un apasionado y apasionante artista del toreo mexicano y como un nuevo maestro de la mano izquierda…
Al lado de todas las faenas inmarcesibles que por naturales se hayan cuajado en el ruedo de la Plaza México, ésta de Jorge Aguilar ha conquistado un puesto de igual rango a los naturales de Armillita a “Nacarillo” de Piedras Negras,
a los naturales de Manolete a “Manzanito” de Pastejé, porque tal es el sitial de los veinte naturales de Jorge Aguilar a “Montero” de San Mateo.
Y mientras exista memoria en el arte de torear, las lenguas de fuego de esta faena tlaxcalteca seguirán lamiendo los muros del imborrable recuerdo…
Tosco, le dijeron el día de su presentación. ¡Pues que vivan hoy y siempre los toreros toscos porque su corazón encierra las más exquisitas esencias del arte…! Tosca es la encina en cuyo torno mueren todas las enredaderas, tosco es el hierro, y en el fuego se vuelve rosa y arabesco;
tosca a es la cera y el calor la transforma en la gracia transparente de la miel, tosca es la plata en las vetas de la tierra madre y sin embargo en ella está la materia prima de delicados artificios.
Atributo del toreo tosco que nunca podrá tener el toreo bonito es su capacidad de transfiguración… esa imponente belleza de tempestad en que se acrece la figura ruda es patrimonio de Jorge Aguilar, que no es ningún adonis… Y como esa transfiguración se cumple en el centro de un ruedo, ante la embestida de una fiera y bajo las miradas de una muchedumbre;
como es fruto de una magia interior y milagro de un sentimiento, el torero tosco poseedor del don del arte será siempre más genuino y más perdurable.
Pues lo que vale en él no es la epidermis sino la llama del espíritu.” (El Universal, 10 de noviembre de 1952).
Así lo sintió Juan Pellicer
“Desde ayer y para siempre el nombre de Jorge Aguilar será recordado como el de uno de los autores concepcionales del toreo.
La belleza llevada al colmo.
La clásica realización del arte de torear, valedera en cualquier época y en cualquier lugar, brotó ayer de la muleta de este torero, que al encumbrarse ha encumbrado a la tauromaquia mexicana.
El grito formidable ¡Torero! ¡Torero! saludó la hazaña histórica, y esas voces iban cargadas de la emoción con que se sitúa, haciéndolo imperecedero, un hecho magno.” (La Prensa, ídem).
Así lo calificó Alfonso de Icaza “Ojo”
“Después del raro y emotivo pase cambiado vinieron unos magníficos pases naturales, rematados con el pase de pecho para volver a empezar en la misma forma …
¿Qué cuántos fueron los naturales de maravilla con que nos obsequió Aguilar? ¡Cualquiera los cuenta en esos momentos de locura colectiva!
Pero sepa el lector que no haya presenciado tamaña cátedra taurina que ligó muchos, dos docenas quizás, todos en un palmo de terreno y tan bueno el primero como el último…
En una de las sinfonías por naturales más extensas y mejor ejecutadas que hayamos visto en nuestra vida.” (El Redondel, 9 de noviembre de 1952).
Y así lo describió “Josene”
“Pocas veces se torea como en este trasteo, cumbre de principio a fin.
Desde aquella dosantina que encendió el ambiente adormecido de la plaza hasta el relámpago de la arrucina final, pasando por cada uno de los veintitantos naturales de tan enorme faena.
Tras la dosantina se abrió la amplitud generosa de tres soberbios naturales. Y el relámpago inicial dio paso a una tormenta de ovaciones.
Luego otra dosantina y cinco naturales inenarrables, lentos, templados, largos a toda la extensión del brazo poderoso y suave, y como remate un estupendísimo pase de pecho izquierdista.
La plaza era un manicomio… Otros cuatro naturales, aún más grandes si esto fuera posible, y otro de pecho con la zurda.
Los tendidos rugían.
Y todavía más naturales: uno, dos, tres, hasta seis, perfectamente ligados, cada uno iniciado en el punto mismo donde terminaba el anterior, cada uno curvándose tersamente para entregar al siguiente el rendido homenaje de las astas vencidas, prendidas a la muleta genial.
Cuando esta serie interminable fue rubricada con el pase de pecho colosal, la plaza trepidaba con un solo clamor: ¡Torero, Torero! …
Dio Aguilar un pinchazo, bordó un doblón de oro, otro más, un rotundo firmazo, una preciosa arrucina y, como remate, la flor roja de la estocada final.
Y alzado en hombros, levantó en sus manos victoriosas las orejas y el rabo de “Montero”. (El Universal Gráfico, ídem).
A lo que Josene vio como dosantina –cambiado por la espalda prendiendo la embestida en redondo para rematarla como pase de pecho, lance bello y meritorio sin duda– pronto se le denominaría ranchera, atendiendo a la innovación de Jorge Aguilar al prolongar en curva el remate para generar el primero de una tanda de naturales, previo cambio de la muleta de la mano derecha a la zurda sin solución de continuidad.
Una belleza de pase.
Como bella, conmocionante y arrebatadora debió ser la faena por naturales de Jorge a “Montero”, a tono con los hermosos y muy ilustrativos textos que inspiró.
Mis amigos del baúl taurino me recuerdan un aniversario mas de la muerte del maestro Agustín Lara que tan cercano estuvo el creador mexicano de la tauromaquia.
Un día como hoy pero de 1970, fallece en la Ciudad de México «El Flaco de Oro»; Agustín Lara, el compositor Veracruzano fue un gran aficionado taurino. Los americanos no podemos olvidar que nos legó » Granada»
Granada, tierra soñada por mí Mi cantar, se vuelve gitano Cuando es para ti
Mi cantar, hecho de fantasía Mi cantar, flor de melancolía Que yo te que vengo a dar
Granada, tierra ensangrentada en tardes de toros Mujer que conserva el embrujo de los ojos morosTe sueño rebelde gitana cubierta de flores
Y beso tu boca de grana Jugosa manzana que me habla de amores
Granada, «manola» cantada en coplas preciosas No tengo otra cosa que darte Que un ramo de rosas
Conoció al torero español Manuel Rodríguez «Manolete» cuando inauguró la Plaza de Toros México, a Manuel Benítez «El Cordobés» quien le brindó una faena, y al torero mexicano Silverio Pérez a quien le compuso un pasodoble.
También cabe destacar que en la Monumental Plaza de Toros de la Ciudad de México existe en la actualidad la «Barra Agustín Lara», en la cual se encuentra una escultura que tiene la frase: «No cambio por un trono mi barrera de sol» (extracto del paso doble que le compuso a Silverio Pérez).
Aquella tarde de «Finito» en Antequera. Hay momentos que nos dejan recuerdos (de los maravillosos porque los que dan pena en estas horas de pandemia para qué referirnos a ellos), instantes emocionantes que nos conmueven las mas intimas fibras.
La primera salida del maestro Rincón aquella tarde de mayo en Las Ventas tras desorejar a «Santanerito» de Baltasar Ibán , un recorte «gallista » de Morante en Latacunga, un cambio de mano exquisito de Ponce, esos regalos del temple de Manzanares (los dos, padre e hijo).
La lidia de poder a poder a poder de Rafaelillo, esas cacerinas del maestro Pepe (¿hace falta decir que José Eslava Cáceres ?), una vara en todo lo alto y recargando el toro en el peto, con la cara abajo, con casta, con clase, del «viejo» Anderson Murillo o ese electrizante par de Montoliú en su última visita a Cali , o ver un toro embistiendo de Achury, de Barbero, del maestro Rincón, de Gutiérrez, de Salento, de Guachicono, de Ambaló , de Ernesto Gonzalez, o de Vistahermosa… O ese olé de Arciniegas, potente, sonoro desde «La Barra5» en el momento justo, oportuno.
Me he ido por los cerros de Ubeda. De esas remembranzas que da gusto volver a ellas, la faena de Finito al toro «Doctor» de Zalduendo en Antequera, modélica, templada, repleta de detalles toreros, mágica por momentos ( el toreo es efímero pero se eterniza en la memoria, en el corazón). Así la recuerda el propio torero en «Avance Taurino» :
Cuentan y no hablan de Antequera…
La tarde de Antequera fue emotiva. Me hizo sentirme muy feliz. El toro Dorado de Zalduendo me hizo vivir sensaciones muy bonitas. En un año tan extraño como este, tan atípico para nosotros y con tantas desgracias que están pasado en el mundo, fue como una bocanada de aire fresco.
Aquella tarde de «Finito» en Antequera
Y qué curioso que el toro se llamase precisamente Doctor. Por eso, aquello va por todos los médicos y toda la gente de la medicina y la sanidad que se están todos están entregando, sufriendo y padeciendo por sus semejantes todos estos meses.
Un toro de gran clase…
Lo cierto es que con el capote el toro no me gustó, hizo cosas extrañas de salida. Pero luego mi banderillero Lipi le dio una buena lidia. El toro, a pesar de su deficiente salida, tuvo de entrada dos virtudes, ya que humillaba y obedecía mucho.
Luego, el toro escarbó, pero no como defecto sino, por así decirlo, para coger velocidad para embestir con más entrega. Porque tuvo ritmo, se atemperaba mucho en el embroque, colocaba bien la cara, tenía flexibilidad en el cuello, y bondad en la mirada.
Fue un gran toro y el indulto lo pidieron todos los espectadores, aquella tarde de «Finito» en Antequera
El tema de los indultos no deja de generar polémicas.
Yo soy consciente que los indultos están levantando debates, pero pienso que la fiesta gana con cosas como ésta. El toro ya está en casa y se está curando bien. En todos los indultos, a los ganaderos les corresponde aceptarlos, pero esta vez también lo pidieron todos los espectadores.
Y todos salimos ganando.
Dicen que la mirada del toro dice mucho.
A mí me impresiona más la mirada de un toro que el trapío, que los pitones. Por encima de todo, es lo primero en lo que me fijo en un astado. Qué es lo que en realidad me asusta y me puede llegar a agobiar.
El trapío es relativo. El volumen y los pitones no me imponen tanto. No me da miedo el tamaño o las puntas de un toro, sino que le temo a su mirada y a sus ideas. Y es que a mí me gusta comunicarme con él, estudiar e intuir sus reacciones. En 33 años que llevo en la procesión, esto me ha ayudado a estudiar sus reacciones, a corregir y a mejorar”.
Sigo creyendo que gracias a momentos tan sublimes como ese (lo vimos por televisión, gracias a Dios), es que podemos aliviar las penas de una fiesta en mínimos en estos tiempos oscuros.
Las sevillanas están de luto. En la mañana de este miércoles ha fallecido con 59 años José Manuel Rodríguez Olivares, conocido por su nombre artístico El Mani.
Tras permanecer casi un mes ingresado en un hospital a consecuencia de diversos problemas de salud que se han visto agravados por la diabetes severa que padece desde hace años.
Sus restos mortales velados en El Tronío, el teatro municipal de Gines.
La capilla ardiente estuvo abierta este miércoles de 17:00 a 21:00 y el funeral se celebró en la parroquia de Belén.
La localidad del Aljarafe ha decretado tres días de luto por el fallecimiento de este vecino, que encumbró el género de las sevillanas.
El cantante sevillano ha dedicado parte de su vida a cantar al mundo del toro, tanto él con sevillanas muy conocidas cómo otros cantantes con las letras de canciones compuestas por él.
El mundo del toro ha recibido la noticia cómo si de un compañero de profesión se tratara.
Pues el cantante sevillano era amigo y admirador de un gran número de toreros no sólo sevillanos si no de toda España.
La historia reciente de las sevillanas tiene en este vecino de Gines, patria de la que siempre ha hecho gala.
Uno de sus pilares fundamentales con el que contribuyó a que este cante alcanzara fama mundial en la década de los 80.
Su voz enérgica y personal le dieron un sello inconfundible durante los más de 30 años que ha durado su trayectoria artística.
Su apodo le llegó en plena adolescencia, cuando la serie de televisión Mannix entretenía a niños y jóvenes en la década de los 70. En aquella época este ginense se integró en el mítico coro de la Hermandad del Rocío de su pueblo.
Con sólo 12 años ya desempeñó la función de solista, al comprobar el director de esta formación, Manolo El Pescadero, las sobradas cualidades vocales que atesoraba.
La vinculación del Mani con este coro, con la hermandad y con El Rocío se mantendría a lo largo de su vida.
En la Navidad de 1987 le llegó su primera oportunidad para dar el salto a la fama durante un certamen de villancicos en Lebrija en el que participó con el coro rociero.
Los representantes de la firma Senador le propusieron grabar su primer disco, que llevó por título Mi amor se llama Sevilla.
Fue acogido con gran éxito de crítica.
La fama y la consolidación como cantante de sevillanas le vino en 1988, en pleno auge de este género, cuando en el álbum Cosas de Sevilla incluye el tema compuesto por Tate Montoya: Candela, candela.
A partir de entonces no faltó en ninguna fiesta que se preciara.
El autor de la letra se la había ofrecido previamente a otros cantantes, hasta que le tocó el turno al Mani, que supo llevársela a su estilo personal y convertirla en otro icono de referencia de este cante.
De este disco se vendieron más de 200.000 copias.
Aquel vecino de Gines competía en lo más alto de las sevillanas con Los Cantores de Híspalis y María del Monte. Terna de oro que marcó época.
Además de Tate Montoya, entre los autores de las letras que ha cantado se encuentran Fernando Camino, Paco Lola, Juan de Dios Pareja-Obregón, Paco Coria y Aurelio Verde.
A la guitarra le han acompañado Manolo Nieto y el Niño Pura, entre otros.
Y como arreglistas musicales, Manolo Marvizón, Manolo Soler y Jesús Bola.
Bético, cofrade y rociero, llegó a salir de costalero de la Virgen de los Dolores de su pueblo y de nazareno en la cofradía sevillana de Las Aguas.
Tal fue su arraigo con Gines, que rechazó actuar en EEUU al considerar que estaba «muy lejos» del municipio del Aljarafe.
Su vida cambió a partir de 2012.
Con una diabetes severa que, entre otras consecuencias, obligó a amputarle una pierna y a perder casi toda la visión.
Nada de ello le impidió que cada primavera, al llegar Pentecostés, se reuniera con sus amigos, Los Tristes, los incondicionales de Gines, y emprendiera el camino hacia la Blanca Paloma, cuya devoción siempre ha expresado, como pocos, a través del cante.
El artículo fue escrito por don Enrique «kike» Alvarez en la revista Semana. Agradecemos su gentileza para la reproducción
Definitivamente, Colombia es un país de minorías…
Hay minorías religiosas, étnicas, sexuales, incluso de algunos deportes minoritarios como caza, pesca o tejo. También en los espectáculos son minorías los galleros, los del coleo, los de las corralejas y, por supuesto, los TAURINOS.
Curiosamente, el espectáculo más sangriento de este país, no es ninguno de los anteriores.
Es, sin duda, el deporte nacional, el fútbol. El cual, en años recientes según datos oficiales, ha dejado cerca de 150 seres humanos muertos por cuenta de las llamadas ‘barras bravas’. Pero ese tema no lo tocan los políticos.
No hace falta ir muy lejos para que, a pesar de estos datos lamentables, el conocido ex guerrillero, ex presidiario y ex alcalde de Bogotá, hoy ‘Padre de la Patria’, no haya suprimido el fútbol, sino los espectáculos taurinos en la Plaza de Santa María porque NO TOLERABA LOS ESPECTÁCULOS SANGRIENTOS.
A pesar de haber votado a favor de la Ley de Toros, siendo representante a la Cámara por el Polo Democrático en el 2004.
Tampoco se oyen a esos jóvenes que insultan y escupen a quienes asisten a una corrida, pero callan cuando, por ejemplo, la guerrilla Asesina a once soldados mientras Duermen. Son seres humanos y pareciera que esta sangre vale menos que la de unos toros.
Los toros, han sido criados en los últimos 500 años en España, Portugal, Francia, México, Perú, Ecuador, Venezuela y Colombia, hasta lograr la actual casta del toro bravo.
Casta que hace al becerro recién nacido, dar sus primeros pasos embistiendo al vaquero que va a comprobar el sexo.
Sin negar la presencia de la sangre en la corrida, y que no tiene por qué gustar a mucha gente, se debe entender que hay un factor en la genética del toro que reduce su sufrimiento durante los veinte minutos de la lidia, y es, la adrenalina.
De la misma manera como el torero está bajo una intensa adrenalina de cara a los pitones en los que se juega su vida y puede recibir una grave cornada y seguir toreando hasta matar al toro (recordemos casos como el de José Tomás o Juan José Padilla), igualmente el toro soporta la lida para la que ha sido criado.
Esto está comprobado en estudios de la Universidad de Córdoba en España, que hizo una investigación sobre el efecto de la adrenalina, en 4 mil toros de lidia.
Invitamos entonces a esos defensores de la Fauna a que vayan a un matadero donde se sacrifican anualmente 3.400.000 reses que se comen en Colombia y las vean cómo llegan después de un viaje de días del Putumayo o Caquetá; muchas veces muertas en el camión pisoteadas.
O que las escuchen mugir y vean temblar mientras huelen la sangre durante horas. Nuestros toros viajan en cajones individuales en los que se pueden acostar y recibir agua y comida.
O que salgan estos mismos anti- taurinos a defender a los cientos de personas que anualmente se intoxican – y mueren- porque sólo el 14% de las plantas de procesamientos cárnicos; (bovinos, porcinos y aves), cuentan con licencia sanitaria para operar según el Invima.
O porque los animales ya vienen intoxicados con venenos, mordeduras de serpientes o atiborrados de algún garrapaticida.
Esto jamás sucedería en una ganadería brava. Hoy consideradas en el mundo como enclaves de protección de ecosistemas.
Es una pena que las mismas autoridades gubernamentales y municipales que, anteriormente suplicaban y lagartean boletas y palcos por las corridas de Cali, sean quienes hoy en día y en aras de unos votos, promuevan este ataque contra la Tauromaquia y callen, por ejemplo, ante la compraventa de aletas de tiburón, en Buenaventura para vender en el Japón, o ante el tráfico ilegal de animales silvestres en Colombia.
¿Por qué no hablan estos mismos políticos de los beneficios económicos que genera y les ha generado la fiesta brava en todo Colombia?
Sólo en Cali, recordemos como en Cali, nuestra supuesta ‘sangrienta’ fiesta aportó, sólo en hospitales, diez y siete mil millones de pesos en los cuales se salvan aún muchas vidas, y se evita que corra sangre humana. ¿Y qué sucedería sin los millones que genera Manizales con su feria? Pero esto ningún político lo quiere ver y si lo vio no lo recuerda.
Qué le vamos a hacer. Es obvio que protestar por la lidia y muerte de unos toros produce más votos que protestar por los hechos sangrientos que se viven a diario en Colombia.
Y aunque se está haciendo una gran labor de defensa de la Tauromaquia en este país y en el resto del mundo, quizás debemos revisar mejor qué están haciendo las otras minorías – algunas de ellas sin duda muy violentas y sangrientas- para que los políticos se las pasen todas.
Escrito de; Don Enrique Alvarez Q. Propietario de La Ganadería de Toros Bravos de Lidia ‘Paispamba’.
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