Ocho años duró la suspensión del intercambio de toreros entre México y España. En ese largo ínterin, la torería nuestra alcanzó su mayor esplendor, mientras la guerra civil destrozaba a España y, de entre los escombros, surgía “Manolete”, en primerísimo lugar, y otros toreros tan considerables como Pepe Luis Vázquez y Antonio Bienvenida.
Marcial Lalanda, artífice del boicot de 1936, se despedía a finales del 42, y Domingo Ortega, sin perder un ápice de su personalidad, vio cómo su toreo recio y dominador desmerecía ante los utreros sobrevivientes a una contienda feroz que acabó con muchas ganaderías.
En 1944, la empresa de El Toreo, operada por Antonio Algara con Maximino Ávila Camacho como poder tras del trono, decidió que era tiempo de promover el regreso de los españoles.
Y voluntarioso como era, el hermano del presidente de la república despachó a Algara a España con la encomienda de negociar lo que fuera necesario.
La fórmula propuesta consistía en una reparación:
que el intercambio se reanudara con la vuelta de los mexicanos a las plazas de donde se les había expulsado, en justo anticipo del retorno a México de diestros españoles.
Así se llegó a la firma del primer Convenio entre los sindicatos taurinos de ambos países; la contraparte ibera se aseguró en él que sólo viajaran a la península espadas aztecas con un mínimo de tres contratos en la bolsa, limitante que no existía en los tiempos del boicot del miedo.
Sólo restaba elegir al mexicano que sellaría, en la plaza de Las Ventas, el anhelado concordato.
¿Cómo? y ¿porqué Arruza?.
Carlos Ruiz-Arruza Camino (México DF, 17.02.1920-La Marquesa, 20.05.1966), hijo de españoles pero mexicanísimo en su trato, sus costumbres y su toreo, se encontraba en Lisboa cuando le avisaron, con pocos días de anticipación, que era el elegido para participar en la corrida madrileña del martes 18 de julio de 1944.
Entre los nombres que se habían barajado quedaron dos finalistas: Fermín Rivera y el propio Carlos. Y Algara le indicó a la empresa que Arruza era el más afín, incluso por su origen criollo, a los gustos del aficionado hispano.
Así fue como entró en el histórico cartel.
Mucho se ha escrito –y Carlos Arruza lo recordaría siempre—acerca de las vicisitudes del apresurado viaje desde Portugal, la demora para que el sastre al que acudió terminara su vestido de torear.
Al grado que se estaba enfundado en una taleguilla prestada por el mismísimo Manolete cuando llegó al hotel el terno celeste y oro con el que partiría plaza hora y media después, y también sobre sus temores a ser violentado, dentro o fuera del coso, por toreros españoles contrarios a la firma del Convenio.
Nada de esto sucedió y, por el contrario, una prolongada ovación saludó la presencia del cavaleiro portugués Simao da Veiga y las cuadrillas encabezadas por el caraqueño-sevillano Antonio Bienvenida, el mexicano Carlos Arruza y el toledano Emiliano de la Casa “Morenito de Talavera”.
Los toros salmantinos de Vicente Muriel pesaron entre 415 y 482 kilos en pie: una corrida ni más chica ni más grande que las que se acostumbraba lidiar por entonces.
Simao, de largo magisterio como rejoneador, fue muy ovacionado al abrir plaza. El sobrio y elegante Bienvenida dio vuelta al ruedo en sus dos toros. Morenito de Talavera no pasó de discreto.
Y el desconocido mexicano ofreció un concierto banderillero de tal magnitud que la plaza era un frenético tremolar de pañuelos durante el segundo tercio del cuarto toro, algo jamás visto ni repetido en Madrid; los cuatro pares de su antológico recital banderillero precedieron a una faena de gran emotividad, por su entrega y torerismo, que se premió con las dos orejas.
Y, al final, con una tumultuosa salida en hombros.
Impresiones y recuerdos.
En sus memorias, aparecidas en la revista mexicana Tiempo –que dirigía Martín Luis Guzmán—Arruza refiere con sencillez sus sensaciones del día del debut.
Señala que, excepto en banderillas, se sintió incómodo y nervioso con el toro de la confirmación, bronco y huidizo; y que en el cuarto, luego del formidable escándalo del segundo tercio, anduvo como entre nubes hasta que se vio con las orejas del toro en las manos, entre el entusiasmo del público y la euforia incontenible de los suyos.
Ahora bien, ¿cómo vio la crítica hispana su debut?
“Giraldillo” (Manuel Sánchez del Arco)
“Cuarto– Chorreao en verdugo. Arruza da unos lances, parando en la ejecución. Cuatro varas con una caída… Arruza torea con el capote a la espalda. Antonio por chicuelinas y Morenito a la verónica… Ovaciones a los tres. De nuevo toma las banderillas el mejicano. Dos pares, llegando a la cara de manera sencillamente formidable.
Los palos quedan en las péndolas. (Ovaciones). Cuarteo otro, monumental, y previo permiso, pone un par más reuniéndose con el toro de manera fantástica… la gente comienza a pedir la oreja. Arruza brinda a sus compañeros, Antonio y Morenito. Cinco pases con la izquierda, ajustándose mucho. (Olés). Sigue toreando al natural, y hay unos pases de pecho de gran valor.
En cuanto el toro se cuadra, entra muy recto y mete todo el estoque, saliendo rebotado. El toro rueda sin puntilla. (Ovación muy grande, vuelta al ruedo, entusiasmo y oreja)… El público madrileño le ovacionó clamorosamente lo mucho que hizo como banderillero, lo que mejor le hemos visto.
Llega y cuadra con arrojo y elegancia. Muleteo bien, valeroso, aunque sin la plasticidad de la moderna escuela española, tan depurada y excelsa, y mató con seguridad… En suma, un gran torero, que nos mostró que en México vive la fiesta española, vida que es continuidad de la nuestra…”
Peso de los toros: 415, 416, 420, 482, 481 y 436 kilos.
(ABC, 19 de julio de 1944)
“K-Hito” (Ricardo García
“Los que hemos seguido paso a paso la evolución de la fiesta en los países hispanoamericanos, singularmente en México, donde el toreo ha logrado un esplendor magnífico, esperábamos el éxito de Carlos Arruza y sabíamos que es un torero largo y florido, un rehiletero asombroso, un lidiador con la muleta eficaz y valiente y un estoqueador fácil y seguro.
Durante los ocho años sin intercambio entre toreros mexicanos y españoles, se ha operado aquí una verdadera revolución en la lidia de reses bravas. Es un afán de depuración y, en un sentido loable, de superación, donde se ha desarrollado, cabe decir, el culto al pase natural. Se torea casi exclusivamente al natural y se cuentan los milímetros que separan el cuerpo del torero del pitón del toro.
Arte parsimonioso, rítmico, que ha ganado en calidad lo que ha perdido en cantidad. Esta escuela, que puede llamarse cordobesa, la consideramos la quintaesencia del toreo. Sería pretensión absurda tratar de situar a Carlos Arruza en esta escuela tan nuestra que acaba de conocer… Carlos Arruza es nada menos que eso que hemos dicho. Y basta…. Con ser todo eso, con manejar el capote maravillosamente, con valerse bien de la muleta y con la facilidad para matar a los toros por las agujas, donde radica su extraordinario mérito es en la suerte de banderillas.
Sólo el esfuerzo de Pepe Bienvenida nos hablaba aquí del segundo tercio, que Arruza ha revalorizado ante el público de Madrid. Así, llegando y cuadrando, levantando los brazos al clavar, baderilleaban Fuentes y Blanquito, Gaona y Facultades… Los pares de Arruza, por su factura, por su precisión, fueron asombrosos.”
(Dígame, semanario. 23 de julio de 1944).
Puntos sobre las íes
Evidentemente, K-Hito presume de más: ¿que lo sabía todo sobre lo que ocurría con el toreo en México, incluida la ignorancia del “culto al pase natural” operado en la península a partir de Manolete? ¡Como si no existieran Armilla, Garza y Silverio, vaya! Ambos cronistas ponderan, eso sí, la grandeza de los segundos tercios de Carlos Arruza al hacer su presentación en España.
Pálido anuncio de lo que se venía, cuando la crítica hispana en pleno no dudó en aclamar a Carlos de manera unánime.
Ah, y las fotografías lo muestran con las dos orejas del toro de su apoteosis y no solamente con una, como lo reportaron algunas crónicas por quién sabe qué motivos.
Claves evolutivas de Arruza
Carlos y su hermano Manuel empezaron su andadura como becerristas bajo la tutela de Samuel Solís, contemporáneo de Rodolfo Gaona y discípulo, como el leonés, de Saturnino Frutos “Ojitos”.
Manolo –nacido en Madrid y víctima, muy joven aún, de un accidente mortal—apuntaba hacia un estilo de severidad castellana. Carlitos, en cambio, derrochaba alegría por los cuatro costados. Pero no una alegría andaluza, sino la pícara del capitalino amiguero y relajiento que fue, inquieto de temperamento, de despierta inteligencia y carácter tenaz.
Sobre esas pautas se fue desarrollando un torero dominador sin drama, con arrebatos de risueña valentía. Así era cuando “Armillita” le dio la alternativa (Toreo, 01.12.40) y por ahí continuó durante las temporadas siguientes, de triunfos frecuentes pero discretos, pues aún carecía de un sello rotundamente propio que lo equiparara con las figuras señeras de la época de oro.
Y entonces vio torear a Manolete. Y nada menos que como alternante suyo (Lisboa, 04.06.44). Quedó Carlos profundamente impresionado con el estilo del cordobés: “O invado sus terrenos o no tengo nada que hacer aquí”.
Y en cuanto pudo dio ese paso adelante –pero cruzándose—que no sólo electrizó a los públicos, lo distinguió del Monstruo y le permitió competir con él al tú por tú. De paso indujo a un errático José María Cossío a llamarlo “torero deportivo”; un arrebato a la mexicana –basado en su poderío natural, una audacia jovial y una irrefrenable pasión de mando— que la crítica tardó en captar pero la afición española notó y aceptó de inmediato.
Algo de eso está ya reflejado en los textos repasados, pero sin que avizoraran sus 108 corridas de 1945.
La madurez del Arruza inmortal –poderoso, largo, emotivo, alegre y personalísimo—llegaría con el tiempo hasta culminar a principios de la década del 50. De sus andanzas finales, a caballo y a pie –que fue como lo conocí y me maravilló, en pleno auge de El Cordobés—ya habrá ocasión de platicar en la historia del cartel correspondiente.