Belmonte en la pluma de Alcalino
¿Quién era Juan Belmonte en la primavera de 1914? Un torerito sevillano idolatrado por pandillas de mozos trianeros que de la Maestranza sólo conocían la fachada; un extraño y desgarbado novillero inflado por la crítica de Madrid, que más tardó en denominarlo fenómeno que en tener que tragarse el fiasco de su tarde de alternativa, en la que se vieron desfilar por el ruedo capitalino nada menos que once astados, la mayoría impresentables, entre protestas y broncas sin cuento (16.10.13). Lo siguiente que del tal Belmonte se supo fue que se había embarcado a México para alternar con Rodolfo Gaona. Y que allí, según las vagas reseñas de la época, su innovador estilo causó sensación.
España lo recibió de vuelta con marcado escepticismo. Es verdad que lo promovían con furor los seguidores de Ricardo Torres “Bombita”, al que, según vox populi, había retirado de los ruedos el bárbaro empuje de José Gómez “Gallito”, quien lo odiaba cordialmente como vengador que se sentía de su hermano Rafael, postergado, de acuerdo a consejas que corrían, por las politiquerías del “Bomba”. Se les había metido en la cabeza que Belmonte era el más indicado para hacerle sombra a Joselito –como la gente llamaba a “Gallito”–, idea que movía a risa a los partidarios del todopoderoso José y su precoz y prodigiosa maestría. Él sí, pregonaban sus huestes, un auténtico fenómeno, no el pelele de Triana, que más tardaba en abrir el capote que en salir achuchado y por los aires. Si Don Modesto (José de la Loma, popular crítico de El Liberal y capitán general del bombismo) había bendecido a Juan, nada más presentarse como novillero en Madrid (26.03.13), con su famosa crónica titulada “¡Cinco verónicas sin enmendarse!”, cuando a Rafael Guerra “Guerrita” le preguntaron por Belmonte, el retirado Califa cordobés enlazó dos escuetas y contundentes sentencias: “Así no se pue toreá” y “El que quiera verlo, que se apresure”. O sea: “lo que no puede ser no puede ser y además es imposible”, otra de las frases célebres del viejo patriarca.
Y sin embargo, se mueve… Pero el emparejamiento, desde el punto de vista empresarial, era muy apetecible, y Joselito y Belmonte abrieron la temporada del 14 compartiendo cartel en Barcelona, Castellón y Valencia. Nadie ignoraba, sin embargo, que la prueba de fuego para la viabilidad de la pareja radicaba en Madrid y Sevilla. El 12 de abril, domingo de Resurrección, Belmonte compareció en la Maestranza al lado de Gaona y Vázquez II, ganado de Surga, sin que pasara nada. Y otro tanto ocurrió al día siguiente en Madrid con mansos de Benjumea para el fenómeno, Vicente Pastor y “Cocherito de Bilbao”.
El siguiente paseíllo de Juan fue el día 15 en Murcia al lado del “Cochero”, Paco Madrid y su compañero de andanzas novilleriles Curro Posada. Al entrar a matar a su primer Veragua el toro lo cogió de mala manera y le produjo una dolorosa distensión en un pie que lo imposibilitaba para cumplir con dos citas clave en la feria sevillana, anunciado para alternar en ambas con los Gallos –Rafael y José—el 18 y el 20 de abril. A nadie sorprendió que los gallistas más apasionados juraran que lo de Murcia era un camelo aprovechado por Belmonte para eludir la confrontación. Enterado Juan del rumor mandó avisar que llegaría por tren desde Madrid la mañana del martes 21 a fin de torear la corrida de Miura con Gaona y Gallito, tal como estaba anunciado. Pero no todos lo creyeron y menos aún los seguidores de José. Como quiera, esa mañana la estación hervía de curiosos, ansiosos por comprobar si era cierto que el de Triana realmente arribaría. Y causó conmoción su lento descenso por la escalerilla del expreso: a sus partidarios les preocupó verlo cojear lastimosamente, apoyado en su banderillero Calderón, mientras los gallistas hacían correr la voz de que el taimado trianero planeaba un golpe de efecto: partir plaza y enseguida retirarse poniendo como pretexto su incapacidad física. En todo caso, nadie lo notó con la fuerza requerida para entenderse con esos miuras cuyo respetable trapío e imponentes pitones habían causado admiración en la cercana Venta de Antequera donde se exponían al público los encierros de la feria.
La tarde del Pasmo. Con Rodolfo Gaona a su izquierda (azul y oro) y Joselito a su derecha (rosa y negro) partió plaza Juan Belmonte (plomo y oro), pálido el semblante y tan cojitranco como de costumbre. La Maestranza había agotado el papel y la hermosa tarde abrileña zumbaba de comentarios, con los gallistas apostando a que la presencia del trianero era una farsa, agravada por la indelicadeza de, seguramente, dejarles el encierro completo a sus alternantes mientras él se iba pa´dentro con tal de no dar la cara ante los miuras.
Pero Belmonte no se fue. Economizó su presencia todo lo posible durante la lidia de los dos primeros astados, cuya aspereza poco o nada permitió hacer al mexicano ni al de Gelves. Juan contendió por delante con “Lentejo”, berrendo en negro capirote, y luego con “Rabicano”, el negro bragado que cerró la corrida. Y mantuvo a la multitud en permanente tensión con su manera de invadir constantemente la línea de fuego con valor espartano y pleno dominio de los terríficos astados. La cojera ni mermó su decisión ni afectó la estética de sus recias y personalísimas faenas, y cuando, una vez superada la aspereza del berrendo, le retiró la muleta de la cara, interpuso tranquilamente el cuerpo y acarició los acaramelados pitones del miureño, la plaza se quería caer, subrayando su admiración y alborozo con una lluvia de puros y sombreros.
El escritor y cronista andaluz Enrique Vila resumió así la histórica tarde: “Aquello fue la consagración definitiva del belmontismo como teoría y práctica de un nuevo modo de torear. La reválida absoluta de que el toreo es, de verdad, “una fuerza del espíritu”. Fue aquella tarde cuando Belmonte inició la vuelta al ruedo al revés (¡Como que acababa de estar en México!, añadido del autor). Muy pocos se dieron cuenta de esa anomalía hasta que el torero, acabado el triunfal paseo, entró en el burladero con la cara lívida y una contracción de dolor. Todavía reservaba Juan otra sorpresa. La de torear a su segundo toro de la misma impresionante manera. Pero el mismo me dijo, años más tarde: –El segundo toro era francamente bueno. El primero, no… –” (Vila, Enrique. Miuras. Más de cien años de gloria y de tragedia. Edit. Escelicer, S. A. Madrid, 1968. pp 110-111).
Crónica de “Don Criterio”. La apoteosis belmontista fue vista de esta manera por “Don Criterio”, serio, conciso y bien reputado crítico del diario sevillano El Liberal: “En donde más se destacó ayer el torero de Triana fue en las faenas de muleta que practicó con los bichos tercero y sexto, mansurrones los dos. En ambos derrochó Belmonte verdadera valentía hasta convertir a aquellos dos miureños, dos toros con pitones y kilos, no monas, en verdaderas babosas, y jugar materialmente con ellos. Si enorme fue la valentía de su primera faena, no menos estupenda resultó la segunda, pues si en aquella se cogía a cada momento a los afilados pitones del enemigo, apoderándose de ellos y consintiéndole de manera brutal, con el sexto fue el descacharren. Más valentía, más guapeza, mayor exposición no caben; pues aparte de permanecer entre los mismos pitones con una tranquilidad pasmosa, sobresalieron en una y otra faena buen número de pases magníficos, entre ellos algunos molinetes y de pecho que causaron verdadero entusiasmo en el público, que no dejaba de aclamar al de Triana.” (El Liberal, 22 de abril de 1914).
Gaona, también triunfador. La leyenda se centra en la gesta de Belmonte y su rivalidad con Joselito pero pasa por alto lo realizado por el mexicano, a quien algún historiógrafo reciente consideró mero “convidado de piedra” en la histórica tarde; pero la verdad es que el emparedado por sus alternantes resultó ser Joselito, enfrentado a un par de bichos de cuidado. La crónica anónima del ABC reporta pitos y palmas para José tras liquidar a su primer toro y palmas a la muerte del quinto, con el que se mantuvo “cerca y valiente”.
La misma reseña se refiere a la actuación de Gaona en el cuarto toro en los términos siguientes: “Cuarto, “Jabato”, negro y grande –continúa la ovación a Belmonte–. “Jabato”, de salida, destroza un caballo. Gaona veroniquea, perdiendo terreno en algunos lances. El toro toma cuatro varas y mata dos jacos. Los matadores se lucen en quites. En los tendidos se registran varias broncas entre los apasionados de uno y otro bando.
Segurita y Palomino parean pronto y bien. Gaona muletea cerca y valiente, dando un pase de molinete muy ceñido y uno por bajo con la rodilla en tierra (muchas palmas). El toro tarda en cuadrar, pero el espada se mantiene cerca y adornado. Entrando bien deja Rodolfo media estocada desprendida; descabella, rompiéndole el estoque la postrer tarascada de “Jabato”. Gran ovación y vuelta al anillo.” (ABC, 22 de abril de 1914).
No sobra aclarar que en 1914 aún no se rompía la costumbre, tenida a gala por los sevillanos, de que no se cortaran apéndices en la Real Maestranza. La primera oreja allí concedida sería para Joselito durante la feria de San Miguel del año siguiente (30.09.15, de “Cantinero” de Santa Coloma); de modo que los triunfos de Belmonte y Gaona con los miuras del 21 de abril de 1914 sólo se tradujeron en aclamaciones, vueltas al ruedo y, para Juan, en una tumultuosa salida en hombros por la puerta del Príncipe que se prolongaría hasta que lo depositaron a la entrada de su domicilio, al otro lado del puente de Triana.
La cólera de don Eduardo. Por razones de salud Eduardo Miura, el patriarca de la temible divisa verde y grana, no pudo asistir a la Maestranza aquel año. Se cuenta que cuando Antonio, el conocedor de la vacada, llegó agitado al cortijo después de la corrida para dar cuenta a su patrón de lo ocurrido, al oírle hablar de las tocaduras de pitón de Juan con el berrendo, don Eduardo lo atajó bruscamente: –¡Estás aquí para informarme cómo se portaron mis toros, no para venir con mentiras!¡Lo que dices es falso! ¡Rotundamente falso! ¡Que Belmonte le tocó los pitones al berrendo… imposible… imposible!…—