Camino, Viti, Ostos, en la mirada de Alcalino
Todo mundo sabe que Paco Camino es el torero con más apéndices cortados en San Isidro desde que esta feria existe (40 orejas y diez puertas grandes, apenas dos menos que El Viti). Pero su mérito se acrecienta cuando recordamos lo mucho que se le resistió al sabio de Camas la plaza de Las Ventas −que no había pisado de novillero −, su triple fracaso el año de la confirmación (1961, con cornada incluida) y el desdén con que se recibió su primera gran faena al año siguiente, con un toro de Antonio Pérez de San Fernando.
A su isidrada decisiva, la del año 63, Camino llegó con la leyenda de una decena mágica en México (en sólo diez días de marzo vivió las apoteosis de Guadalajara, «Catrín» de Pastejé y los berrendos de Santo Domingo) y el contrapeso de su inesperado revés de Sevilla. En Madrid topó el 16 de mayo con un encierro imposible de APE, compartió triunfos de oreja por coleta con Diego Puerta y El Viti al día siguiente, e hizo su tercer paseíllo el sábado 18 al lado de Jaime Ostos y Santiago Martín para despachar una corrida de Galache.
Ostos, encumbrado por su gran temporada anterior, se adentraba en su año más negro, como si la cornada que en un descuido le infligió el abreplaza fuese anticipo de la gravísima de Tarazona de Aragón (17 −07 −63); El Viti, por su parte, intentó oponerse a pura casta, dejando casi de lado su característica solemnidad, a un Paco Camino imparable, arrollador.
Mas no por eso consiguió el torero de Camas rendir totalmente la otra plaza, la mediática. Don Antonio, en El Ruedo, y su tocayo Díaz-Cañabate en ABC, procedentes ambos del premanoletismo, sin atreverse a negar lo evidente deslizaron en sus crónicas de la corrida una especie de si-pero-no. Tuvo que ser un mexicano, el enviado del diario Novedades, quien, ajeno al revuelto ambiente taurino local, pusiera las cosas en claro para sus lectores de este lado del Atlántico.
Lo comprobamos en seguida.
Don Antonio
«Apoteosis de Paco Camino. Una, dos, tres faenas exquisitas. ¿Este pase ha salido perfecto? Pues éste, mejor. Y éste, aún más depurado. Y éste, el colmo del refinamiento. Paco Camino esculpe el toreo. Y, como todos los escultores, necesita barro maleable, materia inerte, cera que mansamente se moldee entre sus dedos. Y su obra bellísima, inspirada, es perfecta como una estatua griega de mármol blanco. Pero a mí me gusta el arte barroco, el español, el que cuida más de la emoción que de la quintaesencia (…) Sin un tendido asustado, nunca habrá esa gran faena que a mí me emociona.
Tres faenas portentosas de Paco Camino. Y el público, sentado. Olés de magnetofón. Aunque volasen a miles los pañuelos.» (El Ruedo, semanario. 23 de mayo de 1963)
Díaz-Cañabate
«El segundo, un borrego. Tres varas doblándosele las manitas (…) A la muleta de Camino no quiere ir (…) Pero éste no ceja. Se ha propuesto torearle. Y lo consigue de manera admirable a fuerza de tirar de él, de templarle, de llevarle con suavidad, con enorme habilidad, con arte. En una de sus porfías por lograr un pase de pecho el borrego le coge. No le hace nada. Camino sigue tan valiente y tan torero como antes (…) Entra a matar muy bien. Media estocada. Dos orejas.
(…) De ahora en adelante, lo confieso, me considero impotente para relatar, por lo menudo, lo que sucedió. Dos faenas de Camino y una de El Viti compuestas exclusivamente de naturales, redondos y de pecho (…) Faenas idénticas, sólo diferenciadas por el matiz de cada pase y de cada serie de pases. En Camino fue más acentuado que en El Viti el matiz del temple, de la profundidad, del mando, de la armonía de los pases. Sobre todo en el quinto, un buen toro que ayudó mucho al torero. Gran faena ésta. Sí, desde luego, gran faena. Todo perfecto. ¡Pero, Dios mío, siempre lo mismo! Naturales. Pecho. Redondos. Pecho. Redondos. Pecho. Naturales. Pecho. Perfectos. Pero también son perfectas las clásicas perdices, y a toda hora perdiz estraga el paladar (…) El sexto iba poco pero El Viti lo hizo ir (…) Pero… ¡Hombre, lo veo y no lo creo! ¡El Viti instrumentó un afarolado!¡Un rayito de sol en medio de tanta perfección incursa en monotonía! Media estocada. El toro atropella al buen banderillero Antonio Labrador «Pinturas», que pasa a la enfermería. El Viti corta una oreja.
Por la calle de Alcalá, el público va repitiendo ¡Colosal! ¡Enorme! ¡Seis orejas! Y yo me acordaba de un torero (Jaime Ostos) en lo alto de un pitón». (ABC, 19 de mayo de 1963)
La versión de Carlos León
«Tarde totalmente franciscana: por don Francisco Galache y por don Francisco Camino. Porque eso de seguir llamado Paquito al niño milagroso resulta un diminutivo inadecuado para un torero de tan grandes proporciones. A sus dos toros de la dehesa de Hernandinos les ha tumbado cuatro orejas. Y en otro más tuvo petición de apéndice y poco faltó para que lo cortara. Una tarde apoteósica, completísima (…)
Habrá quien piense, despectivamente: −Bueno, sí, un gran triunfo. Pero con Galaches −. Y es que a estos toros salmantinos hasta les dicen galachitos, como para restarles importancia, pues suelen ser unos bombones. Pero resulta que estos inocentes borreguitos han cogido a los tres toreros. A Jaime Ostos lo mandaron a la enfermería con dos cornadas grandes en el muslo izquierdo; a Camino lo han zarandeado horrorosamente; a El Viti, uno solo, le pegó cuatro volteretas; y el sexto, ya agonizante, cogió al banderillero Pinturas y le infligió una cornada grave en el instante final de la corrida. ¡Como para que vuelvan a hablar, desdeñosamente, de los galachitos!
Mala suerte la de Jaime (Ostos). Apenas se estaba reponiendo de dos graves cornadas, cuando ya se ha llevado otro par de ellas (…) Y éstas de ahora se las ha dado un bicho flojo de remos, al que casi no se le picó y sólo se le pusieron cuatro banderillas. ¡Ah!, pero aun sin gran fuerza tenía trapío, edad cumplida, 519 kilogramos y los pitones intactos (…) Cuando Ostos lo citaba para iniciar la faena, el toro volvió la cara y empezó a huir, como espantado, acobardado de pronto (…) Cuando se cansó de correr, el ecijano lo obligó a embestir y el toro se fue entregando.
Ya era el matador quien imponía su mandato para empezar a ligar las series de naturales, garbosos, con la buena planta torera que luce en la arena. Así, varias tandas sobre la zurda. Pero, al rematar una de ellas, se alejó del toro sin darle importancia. Y acá no se puede hacer eso ni con reses con fama de bombones. Arrancó el bicho sobre Jaime y allá está, otra vez, fuera de combate (…) Aún se erigió, en plan heroico, para dar más naturales, cuando su propia sangre le escurría hasta la zapatilla. Entró a matar, ya sin fuerzas, hasta derrumbarse desmayado. Mientras Camino descabellaba, el público pedía la oreja (…) Les fue entregada a sus peones, para que dieran la vuelta al ruedo y recibieran la ovación tributada al infortunado torero de Écija.
«Hoy, El Viti fue otra cosa. Parece mentira que ese torero geométrico, arquitectónico, que apenas ayer trazó una obra maestra de precisión en este mismo ruedo diera hoy la impresión de ser un chalao que se echaba al bicho encima, torpe, engarrotado, codillero. Como cualquier mamarracho fue volteado cuatro veces (…) Con el sexto no tuvo más remedio que jugarse el físico, cuando ya Camino había hecho faenas excepcionales (…) Gracias a su honrada temeridad también fue orejeado.
Cuesta trabajo imaginar una actuación más redonda que la que ha cuajado don Francisco Camino. Se cansó de tanto cuento, de que se murmurara que sus éxitos en México eran una leyenda publicitaria (…) Fueron tres obras maestras del toreo caminista, tres faenas de alarido, de apoteosis (…) Me propuse anotar el número exacto de naturales que brotaron de su muleta mágica. Fueron ochenta y seis, en tres faenas. Se dice pronto (…) Y a esa cantidad agreguen ustedes la calidad de un artista de excepción, como es el genial diestro de Camas (…) Hubo un instante supremo: llevaba tan baja, tan lenta, tan arrastrada la muleta, que llegó un momento en que el toro se la pisó con las patas delanteras y se quedó frenado. Pero él no se movió. Se quedó allí, sembrado, sin irse de la cara del toro, en unos segundos angustiosos.
El expectante silencio, el suspenso de la espera, dejaron al público sin aliento. Hasta que el toro, como asustado por aquella increíble audacia, movió las patas y el trapo quedó libre. Sin la menor enmienda, volvió a prender la embestida y consumó un natural –¡un sobrenatural!—como nunca se había visto (…) ¡Un asombro de torero! El pueblo, que no se engaña, lo alzó sobre sus hombros, como símbolo triunfal de que hay que izarlo por encima de todos». (Novedades, diario. 22 de mayo de 1963)
Efectivamente, de ahí en más la comunión entre Madrid y el maestro de Camas fue un hecho inquebrantable. Cada mayo se le esperaba con plena convicción en sus excepcionales condiciones toreras, y rara vez tales expectativas quedaron defraudadas. Actualmente, la perfección técnica y estética, la proverbial exquisitez y la privilegiada cabeza torera de Paco Camino forman ya parte de la historia grande del toreo. Y después de acontecimientos tan extraordinarios como su encerrona en la Beneficencia del 4 de junio de 1970, o faenas como las de «Serranito» de Pablo Romero (29 −05 −71) o «Emplazado», el legendario sobrero de Jaral de la Mira (22 −05 −75), ni el más rancio y puntilloso de los cronistas se hubiera atrevido a ponerle peros a uno de los artistas de los ruedos más reconocidos y mejor dotados y recordados de todos los tiempos.