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Joselito y Belmonte en la pluma de Alcalino en su Tauromaquia

En la pluma de Alcalino empezamos a ver como en la tarde en que Joselito El Gallo murió, Juan Belmonte permaneció en su casa de Madrid.

Lluvioso y gris se presentó aquel 16 de mayo de 1920, y Juan mataba el tiempo jugando a las cartas con algunos amigos cuando, ya anochecido, el teléfono empezó a sonar con insistencia.

Tal como puede leerse en “Juan Belmonte (Matador de toros)”, una de las biografías de mayor hondura literaria y humana que se han escrito en castellano, obra de su paisano Manuel Chaves Nogales y producto de meses de conversaciones entre ambos.


Rememora […] Belmonte: “Se puso al aparato no sé quién y nos dijo: “–Me han dado la noticia de que a Joselito lo ha matado un toro en Talavera—“. “—Anda, anda, cuelga el teléfono—“, le dije […] sin soltar las cartas ni levantar la cabeza. Seguimos jugando.

Al rato llegó jadeante Antoñito, mi mozo de estoques, y repitió: “—En Teléfonos corre el rumor de que a Joselito le ha matado un toro en la corrida de Talavera.“

“–¡No traes más que infundios!”—le repliqué malhumorado.

Era frecuente entonces que los domingos por la tarde circularan noticiones que luego no se confirmaban. Estaba reciente la implantación del descanso dominical para los periódicos, y la falta de noticias ciertas sobre las corridas poblaba el mundillo taurino de falsos rumores.

Al rato volvió a sonar el teléfono. Esta vez era ya una persona de crédito, un conocido ganadero, quien daba la terrible noticia.

“–¡Es verdad! ¡Es verdad!—“, decía con acento estremecido….Aquella espantosa certeza nos hizo mirarnos unos a otros con espanto. Dejamos caer los naipes sobre el tapete… nadie dijo nada… Mis amigos fueron levantándose uno a uno y, sin pronunciar una sílaba, se marcharon… En soledad, estuve repitiéndome mil veces aquellas palabras que me golpeaban el cráneo como martillazos:

“¡A Joselito le ha matado un toro!¡A Joselito le ha matado un toro!” Poco a poco fue invadiéndome una espantosa congoja.

Miré a mi alrededor y tuve miedo. ¿De qué? No lo sé… hasta que no pude contenerme por más tiempo y estallé en sollozos. Lloré como no he llorado nunca en mi vida… la extraña onmoción del llanto me libraba de aquel martilleo seco que repetía en mi cerebro:

“¡A Joselito le ha matado un toro!”.

(Chaves Nogales, M. Juan Belmonte (Matador de toros). Alianza Editorial-6 Toros 6, tomo 2. pp 265-266.

Interregno para el estupor. Pocas veces, la sociedad española habrá experimentado un pasmo emocional como el que provocó la muerte del gran José Gómez Ortega. La vida mantuvo su pulso, seguían celebrándose corridas, pero el país tardaba en reaccionar.

Naturalmente, para el medio taurino el golpe fue devastador, todo se pobló de augurios sombríos y manifestaciones espasmódicas.

Don Pío (Alejandro Pérez Lugín)

El paladín más radical del gallismo entre quienes escribían de toros, creyó ver en esa tragedia inaudita una conspiración en toda forma y, más por desesperación que por otra cosa, embistió ciegamente contra todo lo que oliera a Belmonte.

La tauromaquia de Juan no valía nada, comparada con la de su ídolo. Y su violentísima campaña golpeó cuanta cosa representara el trianero. Por supuesto, el gallismo más recalcitrante lo secundó sin miramientos.


Historia de un cartel

La corrida del 15 de mayo en Madrid –última en la que alternaron
Joselito y Belmonte, y que constituyó un fracaso total—empezó a torcerse cuando los veterinarios rechazaron el anunciado encierro de Albaserrada –ganadería famosa por la casta y poderío de sus astados–, y el terciado sexteto de reemplazo, de doña Carmen de Federico, irritó por su invalidez.

De modo que cuando la empresa anunció la reaparición del trianero precisamente con albaserradas, el solo anuncio alborotó al cotarro. Aquel
domingo 20 de junio de 1920 Juan iba a alternar con Curro Martín Vázquez y Fortuna, dos segundones; sería que, rota la pareja más célebre del toreo, no había más de quién echar mano.

Como Belmonte era Belmonte, el papel se agotó rápidamente. Con tal de ver si era capaz de sobreponerse al vacío que se abría ante él y la Fiesta toda. Y de comprobar si les podría a los temibles albaserradas. O si se confirmaban las punzantes diatribas de Don Pío.

Apoteosis.

De tabaco y oro, contrito y adusto, partió plaza el trianero. El primero de Albaserrada mandó a la enfermería a Curro Martín Vázquez –gran estoqueador a la antigua, ya muy desgastado a esas alturas—y Juan, como segundo espada, tendría que despachar cuatro bureles.

Al heridor lo pasaportó de un espadazo fácil. Con los otros tres iba a protagonizar la tarde más redonda de su vida. La vieja plaza de la carretera de Aragón vivió una de sus jornadas más gloriosas, y la leyenda de Belmonte creció hasta al infinito.

Como es natural, la crítica se volcó en loas al trianero. En medio de la apoteosis, la plaza en pleno se había alzado contra Don Pío, reprochándole su injusta y ruin campaña.

Versión de Barbadillo:

“Cuando soltó Belmonte el trapo milagroso que fue ayer en sus manos una bandera de gloria y de triunfo… era la gente quien cogía imaginariamente un capote fantástico, una ilusoria muleta de grana y se ponía a torear… por la calle de Alcalá, un mozo del tropel alegre y bullicioso marcaba una lenta verónica, el cuello doblado, el gesto gentil y despacioso del torero genial… un poco más allá se veía al señor don Paco… tendiendo al aire el brazo izquierdo en el pausado semicírculo de un pase natural… y en todas partes gestos, voces, corrillos, algarabía, contagios del entusiasmo popular… Siempre que se quiera poner una corrida de toros como ejemplo será necesario mentar ésta de Albaserrada».

¡Qué reses, que finura, qué tipos, qué temple, que codicia, que poder, qué estilo en los tres tercios, sin discrepancias, con leves variantes en la bravura y la nobleza!.

Cuanto hizo (Belmonte) fue cosa de pasmo y maravilla. Cada lance un milagro, cada quite un prodigio, cada pase de la muleta mágica un deslumbramiento de asombro, cada momento una ovación frenética… Verónicas, faroles, medias verónicas.

¡Ah, las medias verónicas de Juan Belmonte!

(Don Pío había escrito el día antes: “Estamos de medias verónicas hasta más arriba del cimborrio de San Francisco”).

Faenas ligadas, magnas, inverosímiles… tenía el toro que pararse ante el hombre triunfante, como si le dijera –Hombre, apártese un poco, que no tengo sitio para moverme. Y entonces, el hombre se acercaba más y más. Y no a un toro sino a tres, porque a los tres los toreó así: soberbios naturales, molinetes de farol… gracia, arte enorme, y un dominio y un temple de tal índole que, así que se iba agotando el empuje de las reses, iba el torero tirando de ellas, obligándolas y toreándolas más.

Y todo con la izquierda (Don Pío había escrito el día antes):

“Señor Belmonte, ¿quiere usted hacerme el favor de no dejarse olvidada en casa la mano izquierda? Porque es ya excesivo su abuso de la derecha”)…

De una estocada en los rubios el segundo albaserrada murió sin puntilla. Un pinchazo y una entera caída, atacando con idéntico brío, al cuarto de la tarde, que murió sin puntilla; y media en las agujas al quinto, que quedó muerto sin puntilla también. Por cada hazaña dio la vuelta al ruedo. Cortó la oreja del segundo bicho. Cortó las dos y el rabo, que se cortaba por primera vez en Madrid, de su último cornúpeto.

Cayeron a sus pies sombreros, ropa, flores; fue y vino tantas veces del estribo al centro del ruedo que, al final, ya no podía ni andar; y entonces fue cuando entró en el burladero y, como un hombre valiente, modesto y generoso, rompió a llorar de emoción y gratitud.”

(El Imparcial, 22 de junio de 1920) Versión de Corrochano:

“Precisamente cuando se hablaba de la decadencia de Belmonte, ha dado Belmonte su tarde más completa… y cuánto no se ensañaría el público aplaudiendo, que le hicieron llorar de emoción. Váyase por las veces en que su toreo hizo llorar al público.

No desaprovechó Belmonte ni un toro, ni un momento, ni una ocasión para torear maravillosamente.

Sus lances de capa, sus quites, su media verónica, fueron impecables; esa media verónica que es hija legítima de Belmonte y uno de los momentos más sublimes del toreo, y que acaba de ser censurada por una pluma chabacana con gustos de feriante….

Belmonte estuvo superior como torero y superior como matador… es un torero tan completo que toro que torea bien lo mata bien. Y estuvo tan sobrado que mató cuatro toros sin fatiga, y hubiera matado seis».

Versión de Clarito:

“Rodó el quinto toro de Albaserrada. Continuaba de pie el público y los pañuelos salieron a flote. El puntillero, por mandato del presidente, cortó a la res una oreja, luego otra, después el rabo… Terminó Juan su vuelta ritual, y cuando iba a retirarse al estribo, de súbito, la multitud rompió a aplaudir más y más fuerte.

Ovación larga, rotunda como no recuerdo otra, y que tenía un significado tan especial que, comprendiéndolo, este diestro, todo arte y todo corazón, la agradeció con firmeza desde los medios y en seguida fue a refugiarse en el burladero… para llorar, escondido en los hospitalarios tableros…

De nuevo estaba en pie la muchedumbre, pero ahora en actitud airada; por sobre las cabezas no albeaban los pañuelos, sino que enarbolábanse los bastones.

Y sonaba el nombre de un revistero que, según unos por ignorancia, y según otros por mala intención, y a mi juicio por las dos cosas, ha sostenido contra Belmonte una de las campañas más vocingleras e inicuas que se recuerden.”

“Don Pío” se retracta. Aludido en las tres crónicas de referencia, Pérez Lugín no tuvo más remedio que reconocer la grandeza de Belmonte y el carácter histórico de su gesta:

“¡Ha resucitado Juan Belmonte! ¡Aleluya!… Ahora que ya no vive el pobre y admirado Gallito, el torero de las grandes series de grandes naturales, –¡Con la izquierda!, había que gritarle a Juan. Y anteayer, toreando con la izquierda, tuvo Juan la tarde más grande de su vida torera… ¡Viva Belmonte… la izquierda… La Libertad!«.

La pugna sin cuartel entre cronistas es reflejo fiel de lo que se vivía en la calle, por algo España identificaría ese tiempo como la época de oro del toreo. Puede afirmarse que esta histórica corrida del 20 de junio de 1920 clausura una era de esplendor sin precedentes.

Muerto José y repatriado Gaona, que ofrecerá en México los mejores frutos de su madurez torera, Belmonte se quedó dramáticamente solo.

Aún resistió, sin llegar a emular ya su memorable triunfo con los albaserradas, las campañas completas del año 20 y del 21, antes de dar por clausurada la etapa más apasionante de su carrera, fundamental para la construcción del mito belmontino.

Porque en sus idas y vueltas posteriores circularía por las plazas en calidad de pieza única y aparte, objeto más de veneración que de escrutinio, y sin la pretensión de dirimir con nadie la supremacía que su puro nombre le otorgaba.

Tauromaquia.Alcalino.- Las dos grandiosas tardes de José Tomas en Madrid

Uno de los sucesos clave de la tauromaquia del siglo XXI aconteció en Madrid los días 5 y 15 de junio de 2008, doble presentación de José Tomás precedida por arduas negociaciones en las que intervinieron no sólo la empresa Taurodelta y Salvador Boix, apoderado del diestro, sino incluso –y nunca se sabrá hasta qué punto– la presidenta de la Comunidad madrileña Esperanza Aguirre, que los apremió a arreglarse cuando las pláticas estaban prácticamente rotas. Aun descontando una sustanciosa rebaja, el de Galapagar rompió todas las marcas salariales, y, como se esperaba, las taquillas para ambos festejos se cerraron con mucha anticipación. Pero además, el resultado artístico superó las expectativas más optimistas, y José Tomás Román Martín puso su nombre a la altura de los mayores de la historia de las corridas de toros. De su historia, su leyenda, su mitología…

Jueves 5 de junio. Con el de Galapagar parten plaza Javier Conde y Daniel Luque, al que el primero va a confirmarle la alternativa. El agitanado Conde no se atreve con el mejor lote y redondea una tarde fatal; el toricantano, por el contrario, se enfrenta a lo peor con gran entereza, y su sello y clase cosecharon dos ovaciones macizas. Y José Tomás levanta en vilo a la plaza y al toreo mismo con una actuación prodigiosa, que aúna entrega total, arte personalísimo y un poderío fuera de lo común; corta las dos orejas de “Dakar”, de Toros de Cortés, y las dos de “Comunero”; más noble el primero y más encastado el segundo. Victoriano del Río ha enviado un encierro admirable. Sólo el lote de Luque flojeó.

Unanimidad sin tacha. A tono con una tarde no ya consagratoria sino decisiva para la construcción del mito tomasista, la prensa se volcó con el triunfador como tal vez no lo haya hecho nunca con torero alguno. Los diarios de circulación nacional colocaron el suceso en sus primeras planas, y los cronistas emprendieron involuntario concurso de loas y ditirambos, del que recogemos este breve muestrario:                                                    Zabala de la Serna (ABC): “José Tomás es el toreo. José Tomás es el toreo puro y absoluto. José Tomás convirtió su reencuentro con Madrid en una antología, en una página de oro de la tauromaquia… Nada puede igualar la experiencia de 24,000 almas unidas en una sola aclamación: “Torero, torero, torero”. Las Ventas se rindió al torero más grande, a la tarde más redonda y pletórica de las últimas décadas… Las campañas insidiosas se van ahora mismo a la letrina del ridículo: José Tomás salió a torear: ¡Y cómo toreó!… el toreo todo por abajo, vaciarlo hacia atrás, vaciarse con él; el toreo es cruzado, con un toro que pegaba un tornillazo y de entrada le quitó el capote de las manos, unas manos y muñecas que habría que clonar. En un principio el toreo fue Belmonte; hoy es José Tomás…”

Antonio Lorca (El País): La leyenda se engrandece. Un genio llamado José Tomás bordó el toreo y lo elevó a las más altas cumbres de la belleza. Madrid vivió una de las tardes más apoteósicas de las últimas décadas. La vuelta al ruedo con las dos orejas de su segundo toro fue inenarrable. Sonreía Tomás, siempre tan aparentemente triste. La plaza coreaba “torero, torero”… un momento emocionantísimo, como fue la faena a ese quinto toro, primorosa por ambas manos. Sobrecogió a los tendidos con la más pura concepción de la tauromaquia. Una obra de arte total… Noble y muy blando había sido el segundo, y Tomás se ganó a la plaza cuando prefirió brindar al respetable antes que al Rey… la faena fue un dechado de temple y lentitud… dibujó un natural ceñidísimo y otro que fue sobrenatural por su largura, hondura y despaciosidad. Crujió la plaza… (Pero) La verdadera conmoción llegó en el quinto, con el que realizó un quite por verónicas monumentales. Lo cuidó en los caballos y lo esperó en los medios, el cuerpo erguido, las zapatillas ancladas en la arena, la muleta plana. El toro acudió con presteza y los estatuarios surgieron como borbotones de pasión… aparece el viento y ondea la muleta, pero Tomás ni se inmuta… muletazos largos, poderosos, ligados… un trincherazo de cartel… el toro desafiante, encastado, y los naturales preñados de hermosura y abrochados con un pase de pecho absolutamente genial… se desata por primera vez el “torero, torero”… el toro se da por vencido y huye a las tablas. La estocada, recibiendo, quedó sepultada hasta la empuñadura… El clamor de la perfección… Y tres noticias para los incrédulos: primera, que José Tomás no sufrió ninguna voltereta; segundo, no hubo dramatismo ni corazones encogidos; y tercera, lo que sí hubo fue un genio en plenitud para cantar la auténtica verdad del arte del toreo.”

Carlos Abella (El País): “Enmudecieron los intereses, callaron los mercaderes del falso templo. Triunfó la verdad eterna del valor sereno, consciente y cabal de un torero privilegiado, capaz de asustar al mismo miedo y de imponer sin hablar su desnuda verdad… la de quien además de enfrentarse al toro se enfrenta a los miuras del conservadurismo, al victorino de los mediocres, al pablorromero de los que prefieren vetar que retar, medrar en vez de rivalizar y levantar falsos antes de aceptar que el toreo es y será siempre esto. Valor de verdad, arte para dejarse ver en los cites, en los remates, y dejar en el cielo azul de Madrid el recuerdo de una tarde histórica.”

 Hay aquí una alusión nada velada a los panegiristas de Enrique Ponce y su mercenaria campaña para empañar la reciente vuelta a los ruedos de José Tomás.

Joaquín Sabina (El País): “Aunque a los aficionados las estadísticas nos importan, y porque las emociones de hoy se pusieron de acuerdo con las estadísticas, había unanimidad en el 7, en el 9, en el 10, en el 11 y en la madre que los parió… Desde el paseíllo se notó que José Tomás venía a decir algo alto y claro, a tapar bocas, que dicen los taurinos. Desde el primer quite, con un toro que no era el suyo, hasta la clamorosa salida en hombros por la Puerta de Madrid, la tarde fue, más que perfecta, sublime… Hacía cuatro décadas que ningún torero cortaba cuatro orejas en Madrid, en la misma tarde. Fue José Tomás. Yo lo vi. Iba de purísima y oro. Y tuvo una tarde sublime. No lo digo yo, lo dice todo Dios.

Paladín silencioso de la arena / de vértigo y poesía la tarde impregna // Cerebro, corazón, pulso, muñecas / cadencia de percales y muletas // De torería, de entrega, de fragancia / transformó la escasez en abundancia

Domingo 15 de junio. Ante dos astados indómitos, geniudos, peligrosísimos, José Tomás ofreció la versión opuesta, la del samurái capaz de cambiar la vida por la honra. Y por el arte. Tarde de escalofrío, de insoportable tensión. Cuatro veces entre los cuernos, impertérrito ante las probaturas, los arreones, las embestidas al bulto. A su primero, atrincherado en tablas, violentísimo, le cortó una oreja. Ante el sentido del sobrero de El Torero –“Caribello” de nombre, desmesurado de cuerpo y pitones–, la ofrenda alcanzó caracteres insoportables. Llevaba ya dos cornadas –en el de pecho izquierdista, el animal se le cruzó y lo levantó ¡con el pitón zurdo!—cuando puso a la plaza al borde del infarto con unas manoletinas espeluznantes; no consiguió, ni le importaba, pasar la aduana de las astas en la estocada, lo que le costó una herida más. La imagen del hombre de tabaco y oro que cruzó la plaza rumbo a la enfermería luego de demostrar escuetamente las dos orejas que premiaran su entrega increíble –chorreando sangre, la ropa estropeada, el corbatín desecho, pero sin perder un ápice de dignidad– será inolvidable.

Muy olvidables, en cambio, la actuaciones de El Fundi y Juan Bautista, sin toros ni ánimo para enfrentar el tsunami tomasista. José Pedro Prados, primer espada del cartel, lo reconoció sin ambages: “José Tomás, que ha estado monstruoso, monstruoso…”

Juan Posada (La Razón): La faena a su primero, manso querencioso y violento, tuvo momentos sublimes… Con el quinto, dio una lección de lo que es torear, con cites a media distancia, cruzado, el engaño en el lugar preciso; como no lo retiraba del hocico al final de cada pase, los ligó de manera magistral…Se la jugó con la izquierda y fue volteado… Siguió con la derecha como si nada, muy cruzado y ceñido. Las manoletinas, ajustadísimas. Los volteos fueron consecuencia de su desmedido arrojo y ganas de triunfar…

Antonio Lorca (El País).José Tomás llegó a Madrid dispuesto a superar lo insuperable; es decir, a dejarse matar antes que perder la batalla contra sí mismo… lo demostró con una entrega absoluta, con una heroicidad sobrehumana y un rotundo desprecio a la vida. Salió dispuesto a morir y estuvo a punto de conseguirlo… con toros mansos, rajados, huidizos y de pésima clase… Se le premió la disposición, el desafío, el poder, la gallardía… ¿Por qué lo cornean tanto los toros? Quizás porque se arrima más que ninguno… con las dos orejas concedidas atravesó el redondel, en esa imagen que figura ya en los anales de esta plaza.”

Andrés Sánchez Magro (La Razón): El héroe ha afianzado su ética del compromiso… Enfrentado a su propio mito y a la historia, que será imposible de superar, el de Galapagar ha acallado voces adversas e interesadas… Madrid volvió a ser fiel a su marchamo de primera plaza del mundo y se rompió en gritos roncos que decían “¡torero, torero, torero!”

Zabala de la Serna (ABC):El valor de José Tomás no conoce límites, transgrede la razón, la atropella, supera y destroza. Rotos los esquemas, rota la taleguilla, desgajadas las carnes. Ni un paso atrás. Todo hacia adelante, ni siquiera cuando el sobrero de El Torero se lo pasó de pitón a pitón en el remate de una serie zurda. No lo soltaba, y cuando lo hizo, José Tomás volvió a la carga. La sangre caía por los boquetes de seda del dios de piedra de Galapagar… Y el corbatín, ese corbatín que ya perece soga al cuello, suelto otra vez de un pitonazo… José Tomás se enfrontiló por manoletinas, se tiró a matar a topacarnero… La batalla había sido a bayoneta calada desde el anterior, un toro de Puerto de San Lorenzo cinqueño, con mucha cara y manso navajero… sus dentelladas le rozaban las femorales… Tenebrosa la gloria de José Tomás. Patetismo trágico belmontista para una nueva Edad de Oro… Puerta Grande abierta. Puerta Grande cerrada y cambiada por la de la enfermería. 

TAUROMAQUIA. Alcalino.- Historia de un cartel

cartel  El 5 de junio de 1932, en el cierre de una tarde lluviosa, Fermín Espinosa “Armillita Chico” va a cuajar en Madrid su inmortal faena a “Centello” de Aleas. Hasta el Cossío, tan poco hospitalario con el toreo y los toreros de México, destaca que “fue para Armillita Chico una tarde apoteósica, pues en ella realizó una hazaña inolvidable, de las que quedarán grabadas para solaz de los aficionados presentes, testigos de ellas, y enseñanza y avidez de los aficionados venideros… Armillita quedó superiormente con su primero, mansote y bronco. A su segundo lo toreó de capa y lo banderilleó estupendamente, y le hizo una de las faenas cumbres que se han realizado en nuestra plaza. Fue toda ella a base de pases naturales y de pecho. Algo extraordinario, asombroso. La emoción del público fue intensísima. Las ovaciones, en relación con la faena, en la que Armillita derrochó maestría, valor, quietud, clasicismo, arte estilizado, y hasta una alegría insospechada en él…” (Cossío, José Ma. de. Los Toros. Tratado técnico e histórico. Tomo III, p. 264)

Crítica sesgada vs crítica veraz. Las diversas reacciones de la prensa vienen de maravilla para ilustrar la distancia que va de la crítica interesadamente falaz a la imparcial y sincera, ilustrada la primera por Federico M. Alcázar, quien tuerce abiertamente las cosas para hacer prevalecer su adhesión a Domingo Ortega, y la segunda por “Don Quijote”, que le enmendó la plana con argumentos irrefutables y puso los puntos sobre las íes. El meollo de la discusión gira en torno al pase natural, al que Fermín levantó esa tarde un auténtico monumento. Para el lector que busca una crónica honesta y veraz, reflejo genuino de los hechos, la diferencia entre ambas versiones despeja dudas sobre lo realmente ocurrido.     

Federico M. Alcázar: “Estuve con Ortega en Salamanca. Después de verle torear magistralmente a una vaca, cuando el animal estaba completamente agotado… un amigo le dijo: “Déjala que se refresque, échale de nuevo la muleta al hocico y verás que todavía se puede torear”. Y la toreó como Ortega torea. Y a partir de entonces no tropieza con un toro quedado que no le eche las bambas, lo enganche y provoque el entusiasmo del público… El domingo empleó ese recurso Armillita innecesariamente, pues el toro era bravísimo, de bandera, y en cuanto le pisaban el terreno se arrancaba veloz. Pero el público se entusiasmó más por el detalle imitativo que por los naturales en sí. La gente no reparó que el toro no necesitaba ese recurso para torearle reposadamente al natural… Y esto no es restarle mérito a sus cuatro naturales, que fueron colosales. Los muletazos con la mano derecha me gustaron menos. Pases sueltos… Una faena monumental, que desbordó el entusiasmo, pero un poco sosota, desangelada. Ya conoce usted a Armillita. Pinchó cuatro veces y le dieron la oreja” (El Imparcial, 7 de junio de 1932)

“Don Quijote” (José Díaz de Quijano): “No estoy conforme con Alcázar en quitar mérito a Armillita por hacer uso del recurso que tanto pondera en Ortega. Los cinco naturales que ligó Fermín prodigiosamente al principio de la faena, después de un pase por alto con la derecha, los dio normalmente, sin adelantar la muleta. No lo necesitaba el toro, y Armillita no empleó el recurso. Si Alcázar cree recordar otra cosa, está trascordado. Si achaca el entusiasmo del público a ese recurso (no empleado por el mexicano), “más que a los naturales en sí”, nuevamente se equivoca. Fueron cinco naturales en redondo atrozmente ceñidos, limpios, perfectísimos, en los que Fermín se enroscó al toro completamente a la cintura. Luego sí, cuando volvió a “Centello” después de interrumpir la faena para recoger la estruendosa ovación, y porque quiso dejar refrescar al toro, que después del quinto natural se quedó castigado e inmóvil; con la muleta otra vez en la zurda, la meció y provocó la arrancada para engendrar y completar otro natural maravilloso, que ligó al pase de pecho…  Y lo hizo más sobriamente, menos teatralmente (que Ortega), más natural la figura y sin moverse después del mecimiento, toreando y despidiendo ceñida y elegantemente… El modo de echar la muleta al hocico fue, en Ortega (alusión a la corrida del jueves anterior), tan exagerado, que primero echó el brazo y la muleta, cuanto dieron de sí, hacia atrás, quedándose enteramente al descubierto (alarde de valor muy teatral, adelantada la pierna, exageradamente torcido el busto, el brazo derecho en arco) para adelantarla luego pausadamente hasta tocar con la tela el hocico del toro que, al arrancarse, lo obligó a enmendar la postura. Armillita, por el contrario, la adelantó naturalmente, compuesta la figura, y sin perder la línea engendró y consumó el pase con absoluta quietud. Que ahí está el mérito: en el pase, no en el cite… Antes hizo Armillita un quite primoroso con el capote a la espalda, dando así un lance de frente, o gaonera, y otro de espaldas, o aragonesa… difícil es reflejar con palabras la grandiosidad de la faena cumbre de Armillita, el entusiasmo que produjo y la cualidad de cosa genial que tuvo… Sin el broche de tal faenón, hubiera sido más resonante el brillante éxito que tuvo Bejarano en esta corrida.” (La Fiesta Brava, semanario. 17 de junio de 1932).

Zanjada la discusión, pasemos a otras crónicas sobre la memorable faena de Fermín.

“Clarito” (César Jalón): “Después de un pase por alto, Armillita Chico deja su mano izquierda no correr ni andar siquiera, sino mandar poquito a poco el paso de “Centello” en cinco estupendos pases naturales… apretados y sin embargo con holgura, limpios, tersos… Sigue la gran faena cuando pasa a la mano derecha. Pases enteros, muy largos, la figura estatuaria, inconmovible. Después de unos pases por alto se queda, por azar acaso, con el engaño en la izquierda; y sobreviene, inesperadamente, un pase natural que recaba para mí todas las cualidades de la faena: quietud, templanza, desenvoltura. Y sigue el bordado, hermanándose la tenacidad y la finura como en todo trabajo primoroso de los indios. Pincha cuatro veces Armillita Chico y le dan una oreja y lo sacan en hombros. Si acierta a la primera, el toro hubiera sido poco.” (El Liberal, 7 de junio de 1932).

“Corinto y Oro” (Maximiliano Calvo): “Armillita ofrece a todo el público, desde el centro del ruedo, “lo que va a venir”. Y lo que viene es una faena de muleta que deja un sabor torero de los que no se borran, de los que nunca podrán borrarse… Una faena de muleta que es todo un asombro, porque es todo un poema taurino. Al primer muletazo por alto, arrogante y perfecto, le siguen cinco naturales grandiosos por lo impecables, grandiosos por lo sencillo del ademán, grandiosos por la lentitud al correr la mano, grandiosos por la estética inmaculada que les supo impregnar el ejecutor de la bellísima suerte. Cuando en el gentío se ha producido una mudez, hija de la emoción, liga un natural más, espejo de naturalidad, con el de pecho… Cinco pases por alto, sacando la muleta por la cola, y la faena sigue, con sus adornos de buen gusto, con sus variaciones, con sus alegrías… Armillita es derribado por poner demasiada seriedad a la alegría del afarolado. Se incorpora y exprime la codicia del hermoso animal, ya agotado, tornando a torear por naturales ¡Qué faena tan grande!… el público ha llegado al delirio cuando el diestro marca el primer pinchazo y luego dos más, entrando muy recto pero sin coger los blandos. Al fin, media estocada en su sitio… Y el público sale de éxtasis para pedir la oreja, antes de morir el toro, para el torero grande de la gran naturalidad, y de sacarlo en hombros…  ¡Con qué orgullo va a recibir esta noticia el México de los toreros!… ¿Pero es que antes de ponerse el cartel de esta octava corrida de abono no sabíamos los que tenemos el deber de saberlo quién es Fermín Espinosa “Armillita Chico”? ¿Pero es que hay quien crea en conciencia que hay un torero mejor? ¿Por qué este torero no firma tantas corridas como el que más firme, y no cobra como el que más cobre? Si he dicho alguna insensatez que me busquen a mí, antes que a nadie, un médico alienista.” (La Voz, 7 de junio de 1932)

Otro cronista, Federico Morena, de El Heraldo de Madrid, encabezó su texto de esta manera: “El ilustre naturalista azteca”. Lo mismo pudo referirse a su prodigiosa manera de engarzar los naturales que a la sencillez y naturalidad con que envolvió su obra inmortal.

Apunte final. Repasar el último párrafo de “Corinto y Oro” –tan lleno de vitalidad y convicción— equivale a topar con algo realmente inquietante: por un  lado, confirma un trato injusto hacia el mexicano, tanto de las empresas como del periodismo que más o menos veladamente les hacía el juego. Asombra saber que ésta del 5 de junio era apenas la sexta corrida de Armillita durante su temporada de 1932. Y en un cartel de segundones –Fortuna y Fuentes Bejarano, quien según apunta Don Quijote tuvo una tarde bastante afortunada. Como no era ya posible tapar el sol con un dedo, y menos después de semejante hazaña, a partir de ahí, Fermín empezó a ser tomado en cuenta. Pero tan tardía y tibiamente que ese año no pasaron de 22 las corridas que toreó, 7 de ellas en Francia y otra en Portugal. Mas sus triunfos en Bilbao y Sevilla fueron tan concluyentes, superando en ambas plazas a las figuras principales, que para 1933 participó ya en 52 festejos, todos en carteles estelares; y en lo sucesivo no hubo poder empresarial ni mediático que frenara su marcha hacia la cumbre (63 corridas el año 34, 65 en 35 como líder del escalafón). Para 1936 tenía firmadas cerca de 100 corridas, lo cual movió a sus “colegas” hispanos a urdir el famoso boicot del miedo que expulsó de España a toda la torería mexicana, pues Fermín no estaba solo en la preferencia de aquellos públicos, con el cartel de Garza y El Soldado en plena escalada. Encabezó el movimiento Marcial Lalanda, contando siempre con la rencorosa satisfacción de sus demás paisanos toreros empezando por Domingo Ortega y Manolo Bienvenida, ases mayores de la baraja.


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