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Sostiene Alcalino: Nos aguarda un trabajo de fondo si queremos que la fiesta de toros permanezca entre nosotros

Nos aguarda un trabajo de fondo si queremos que la fiesta de toros permanezca entre nosotros. Si el rápido crecimiento de la taurofobia es resultado de un activismo perfectamente orquestado y oscuramente fondeado desde el extranjero, la respuesta del taurinismo tendría que basarse en convicción, oposición a la censura y cariño auténtico por la Fiesta.

Fatal sería darnos por vencidos de antemano.

Y completamente estéril basar la defensa de lo nuestro en meras reacciones emocionales o memes y proclamas para consumo interno y a espaldas de la sociedad.

Pero si de veras buscamos la permanencia de la tauromaquia, no será la de su lánguida versión mexicana de los últimos tiempos –justo lo que la convirtió en una presa fácil, vulnerable y apetecible– sino la búsqueda resuelta del esplendor perdido, la lucha asociada por su retorno urgente.

Tarea que se presenta cuesta arriba pero no es irrealizable.

Y precisamente a eso está dedicada la tercera y última de esta serie de reflexiones.

Ganaderos.

Mucho habrá que hacer para que la casta y la bravura regresen a nuestras plazas. No vale escudarse en la autocomplacencia, soslayando la evidencia del post toro de lidia mexicano que ha echado a la gente de nuestras plazas.

Que aún existe sangre brava en México es evidente, pero es preciso sacarla a la luz haciendo justamente lo opuesto a lo que el empresariado predominante acostumbra en su entreguismo a las exigencias de comodidad de los ases extranjeros.

Se trata de uno de los cuellos de botella de la situación que vive nuestra tauromaquia. Pero hay signos alentadores, aunque vengan de fuera.

Como se sabe, la ganadería española pasó por una crisis de falta de fuerza y pérdida de raza en sus toros a lo largo del último tercio del siglo XX, período comprendido entre las utreradas que despachaba el Cordobés y el boom de corridas –que no de bravura– de los años noventa.

Y justamente cuando el número de festejos decrecía, sobre el cambio de siglo, los criadores se apretaron los machos en pro de recuperar al auténtico toro de lidia.

Años les llevó esa búsqueda, pero lo visto en los cosos hispanos durante el último lustro resulta francamente alentador. Misión cumplida, pueden decir tales señores.

Indudablemente, ahí hay un mensaje positivo que debieran atender nuestros ganaderos.

Empresas.

Para que nuestra fiesta tenga futuro se requiere la profesionalización de su empresariado, tradicionalmente instalado en el medievo.

Que quienes manejan la fiesta desde su trastienda entiendan su función como un proyecto coherente y rentable, con una visión de mediano y largo plazo perfectamente definida.

Como es obvio, se requiere la total seguridad de su permanencia al frente de sus respectivas plazas.

Y un organigrama que incluya veedores expertos.

Al menos uno destinado a revisar constantemente el estado de la cabaña brava y otro para la detección y seguimiento de aspirantes novatos.

Publicistas avezados e innovadores y una fluida relación con el medio, incluidas otras empresas, así como estar al tanto del acontecer taurino global.

Y su presencia en medios debe ser constante, especialmente antes y durante el desarrollo de sus temporadas, que se establecerán sobre una preparación previa de varios meses, tiempos claramente definidos y una difusión amplia, constante e imaginativa.

Además, el empresario del futuro necesitará herramientas para mantenerse en contacto con el sentir del aficionado, sus gustos, opiniones y sugerencias. Desechar el vicioso apego cartelerías armadas de antemano –útiles en ferias, nunca para temporadas—y volver a los carteles a base de triunfadores recientes.

Es recomendable que adopte para sus series de festejos un sistema de abonos pagables a plazos, incluso recurriendo a convenios con empresas de todo tipo –industria, servicios, etc.—para facilitarlas a sus empleados.

Y tomando en cuenta que el auge de la tauromaquia moderna descansó sobre una base democrática, procurará establecer tarifas razonables y promover el acceso de menores y ancianos a precios especiales, además de acordar con medios de difusión programas de concurso sobre conocimientos taurinos a cambio de entradas para sus festejos y libros y utensilios que fomenten la cultura taurina.

Una actividad muy provechosa sería la programación –a título propio o en asociación con organizaciones gubernamentales o privadas– de exposiciones, mesas redondas, conferencias, coloquios y visualizaciones de películas y documentales que contribuyan a extender entre la sociedad en general el conocimiento y afición por la fiesta de toros.

Afición.

El aficionado a toros debe asumirse como tal dentro y fuera de la plaza. Durante la corrida, como un participante interesado y atento a los avatares de la lidia, al mismo tiempo que justo y entusiasta.

Y fuera de ella defendiendo su gusto por la Fiesta cuando las circunstancias lo demanden.

Seguro de sus argumentos y de las razones históricas, culturales, ecológicas y artísticas, que justifican el esplendor y permanencia de la tauromaquia en México, y en todos los países donde hay corridas de toros.

Procurará, además, acrecentar libremente su cultura taurina mediante lecturas, películas y videos.

Charlas y cuanta ocasión, y medio le permita satisfacer su gusto por la Fiesta, su evolución y protagonistas históricos, su anecdotario y su actualidad.

En fin, los aspectos finos de la técnica y la estética taurinas.

Y lo hará por placer pero también para enriquecer sus argumentos en defensa de su fiesta  de toros.

Para lo cual es indispensable la independencia y pericia de los jueces de plaza y los veterinarios a cargo.

Designados entre personas probadamente idóneas.

Debería existir además un consejo o grupo capacitado para vigilar el cumplimiento de la ley taurina vigente y  evaluar posibles cambios o modificaciones a la misma que la actualicen y mejoren su funcionalidad.

Y dadas las amenazas que se ciernen sobre esta tradición centenaria, habría que alentar, tanto al gobierno como a los aficionados de prosapia.

Para que activen las vías legales conducentes al reconocimiento oficial de la tauromaquia como una pieza insustituible del patrimonio cultural de este país.

Sería un paso indispensable para protegerla porque los furiosos ataques de la taurofobia están yendo a más. 

Medios de masas.

Su desapego general de la tauromaquia –como no sea para difundir declaraciones y manifestaciones minoritarias en su contra— ha sido un factor fundamental para sustraer el acontecer taurino de la escena pública, a diferencia de lo  que ocurría en el país hasta finales del siglo XX.

No repetiré mi punto de vista acerca de la gravedad que tuvo el absurdo veto sobre las transmisiones televisivas llevado a cabo por las organizaciones de toreros en el ya lejano 1969.

Pero es evidente que tal actitud debiera revertirse, para lo cual será precisa la participación de los profesionales.

Autoridades.

En principio, su apego al reglamento taurino vigente debe ser irrestricto, especialmente en lo relacionado con la integridad y condiciones del ganado a lidiar.

Toreo, toreros, ganaderos, empresarios; hasta conseguir que se rompa el círculo vicioso.

Porque si nuestro tema no recobra su antigua presencia social, sus días están contados.

Colofón.

Como el paciente lector apreciará nos aguarda un trabajo de fondo si de verdad queremos que la fiesta de toros permanezca entre nosotros.

Y no como un despojo de lo que fue sino con todo su señorío.

Toda una prueba, cuyos buenos o malos resultados van a depender de si somos o no capaces de entender el reto en toda su dimensión.

Y de trabajar todos de manera efectiva –inteligente, informada, imaginativa y sobre todo colaborativa— para superarlo. Si queremos que la fiesta de toros permanezca entre nosotros

Alcalino desmonta mentiras y prejuicios sobre la corrida

Es sabido que la propaganda, política o comercial, persigue distorsionar el significado de las palabras, y que la víctima primera de la demagogia y la publicidad es la semántica. Acudamos, pues, en su auxilio, para empezar a desmontar las falacias que la taurofobia esparce. Se trata de un paso indispensable para entablar cualquier discusión honesta en defensa de la tauromaquia.


Deshumanizar
Una de las tácticas de uso universal encaminadas a desacreditar a alguien consiste en poner en duda su condición humana o de plano despojarlo de ella, sobre todo en lo que tiene de categoría moral. No es de extrañar, entonces, que los calificativos que el activismo taurófobo nos aplica con mayor asiduidad sean los reservados a seres sin escrúpulos, violentos, sádicos e insensibles a la compasión. Naturalmente sin aportar la menor prueba al respecto y en el exacto tono –ése sí violento, agresivo y descalificador– que mejor y más pronto consiga sorprender incautos y enrolarlos a su causa.
Tortura
Asistir a una corrida, dicen los antis, es regocijarse con la tortura a un animal indefenso, arteramente atacado por desalmados maltratadores. ¿Ocurre esto realmente? El diccionario de la Real Academia Española define tortura como «grave dolor físico o psicológico infligido a alguien, con métodos y utensilios diversos, con el fin de obtener de él una confesión o como castigo».
Aunque esta definición se refiere evidentemente a la tortura aplicada a seres humanos, se puede extender a cualquier acto de crueldad contra aves o mamíferos… pero condicionado a la indefensión de la víctima, situación que no cabe imaginar en el toro de lidia, cuya bravura y armamento ofensivo están presentes y actuantes en todo momento, amén de que el toreo se basa en una serie de reglas claramente orientadas a equilibrar el duelo entre el animal y el hombre, contándose además para ello con la inmediata sanción del público y de la autoridad de la plaza.
Encuesta
El presunto interés de la sociedad por abolir prácticas anacrónicas es el principal caballo de batalla que esgrime la taurofobia profesional. Pero al asumir como ciertos, de cara al público, los resultados de sus oficiosas encuestas demostrativas de tal «voluntad ciudadana», invariablemente omiten detallar el método seguido para obtenerlas así como las preguntas formuladas. Sin esa información esencial, no hay “encuesta” que valga. Lo que hay es la franca intención de mentir, tomando por sorpresa a la opinión pública.
Y algo similar ocurre con la recogida de firmas que acostumbran publicitar con propósitos abolicionistas, firmas nunca autentificadas y, por lo tanto, susceptibles de manipularse e inclusive inventarse sin el menor recato.
Supremacismo
Término de moda sin registro en el diccionario pero inequívocamente ligado a la idea de que existen dentro del sistema sociocultural grupos humanos superiores al resto de la población y merecedores, por lo tanto, de trato privilegiado y poderes de acción y decisión exclusivos e irrebatibles.
El supremacismo está en la base de las discriminaciones de todo tipo que, a partir de este espurio derecho natural, tales privilegiados reclaman para sí y en detrimento del resto de la sociedad o de minorías elegidas por ellos para su sometimiento en razón de una supuesta inferioridad intelectual, racial, sexual, religiosa, etc. La descalificación extrema atañe al terreno moral, de modo que el blanco de sus iras sea aquella gente cuyas insensibilidad, malignidad y perversidad están fuera de duda sin necesidad de demostración alguna.
Censura y democracia
Son términos antagónicos, ya que la censura es un acto de autoridad que suprime la libertad de expresión en alguna de sus manifestaciones concretas –que puede ser oral, escrita, artística, religiosa, laboral, etc.–, en detrimento tanto del emisor como del receptor de la misma. Históricamente ha sido un arma de control ejercida por regímenes absolutistas o totalitarios –la Inquisición y el nazifascismo son ejemplos paradigmáticos–, y, salvo casos de gravedad extrema, es repudiada por las democracias liberales modernas porque atenta contra los derechos humanos. Pretender ejercerla contra la tauromaquia es un acto supremacista que pone por encima de las preferencias  culturales de ciertas personas unos hipotéticos derechos de los animales. Tan absurdo como suena.
El debate legal
Reclama la obvia y decisiva participación de expertos en derecho, pero admite, en principio, el recurso al sentido común y a la información debidamente contrastada. En este sentido, deben denunciarse algunas afirmaciones temerarias de la contraparte antitaurina, que habría que sumar al uso que usualmente hacen de «encuestas» y «firmas» como factores de la «voluntad ciudadana».
Por ejemplo, está la afirmación, recientemente escuchada en Puebla, de que “la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) ha reconocido que la tauromaquia es inconstitucional”. La realidad es que la SCJN no se ha pronunciado sobre la constitucionalidad de las corridas de toros, luego de que, en 2018, taurinos del estado de Coahuila se desistieron de ampararse legalmente contra la prohibición decretada por el Congreso de dicha entidad federativa.
Y hay una prueba fundamental en contra de la falacia esparcida por las taurófobos: en noviembre de 2020, en respuesta un amparo interpuesto en Tijuana, la SCJN declaró inconstitucional prohibir que menores de edad asistan o participen en festejos taurinos.
Ecología
Tremolar la bandera del ambientalismo en contra de las corridas es otra sinrazón fácil de rebatir. Basta recordar la variada gama de ecosistemas que el toro de lidia tiene por hábitat, de acuerdo con la ubicación de cada ganadería, para reconocer las bondades ecológicas implicadas en su crianza. Y eso sin contar que la calidad de vida, a lo largo de cuatro años o más, de esos toros supuestamente torturados en el transcurso del rito sacrificial taurino, es más alta que para cualquier otro animal bajo custodia humana.
Por otro lado, no hay ningún tratado internacional de tema ambiental que el Estado mexicano haya dejado de suscribir, y eso lo compromete a proteger la raza «toro de lidia», que la ciencia ha demostrado contiene un genoma exclusivo y endémico de este país, el cual se perdería irremediablemente con la supresión de la tauromaquia.
Sobre Tauromaquia y sacrificio
Vienen al caso las lúcidas palabras que el ilustre humanista y literato Raúl Dorra Zach, profesor e investigador emérito de la BUAP, escribió al respecto:
«Esa polémica es, como señala también Antonio Caballero en ese artículo verdaderamente antológico… producto de un desconocimiento que va de lo más superficial a lo más hondo. Por lo que sé, en el ruedo no se mata por matar, no se mata por deporte o diversión. Se mata precisamente para no diversificar, para que la atención no se vierta fuera sino para que quede retenida en ese punto oscuro, inevitable. Se va en pos de la muerte para hacerla el momento de un  estremecimiento central. Es una muerte profundamente erótica, de un erotismo espectacular. El sacrificio ceremonial, en todas las culturas, siempre ha sido un espectáculo, una mostración de lo misterioso en la que se reúnen lo erótico con lo tanático. Se trata de una muerte por representación. El que se sacrifica, el que es sacrificado, está ahí en lugar de un otro, de un colectivo cuya vida se quiere preservar. Una muerte que también es una redención.
Sólo que en el caso del toreo hay algo que me llama la atención porque, hasta donde sé, me parece un rasgo peculiar, sólo en él presente: la distancia entre el sacrificador y el sacrificado se acorta y aun se adelgaza al punto de que los roles pueden invertirse. El torero nunca está seguro de que matará al toro. Yo he leído relatos literarios que enfatizan el miedo del torero. El torero puede ser herido o puede morir en el ruedo, y éste es un detalle no menor que alimenta la tensión del espectáculo y que, al menos para mí, conduce a un punto oscuro. ¿Por qué se ha abolido la garantía de supervivencia del sacrificador, de ése que, en principio, está ahí para sacrificar y no para ser sacrificado? ¿Por qué se ha operado este desplazamiento? El toreo, digo yo, nos podría plantear esa enorme, esa radical pregunta.         Por otra parte, ignorante como soy de estas cosas, a menudo me ha llamado la atención que cuando se habla de ese evento cultural al que nunca se sabe si encasillarlo en el género de los deportes o el de los espectáculos, se habla de «los toros», «el toreo», «la fiesta brava», siempre acordándole el protagonismo esencial al toro, no al torero; ni siquiera repartiéndolo entre ambos… Los toreros tienen nombre y apellido, los toros un apodo efímero. Y sin embargo son los toros, es el toro con su fuerza tremenda y su tremenda belleza, es el toro con su turbulenta pasión, un toro que llega desde una remota antigüedad representado en la piedra o en el hierro, el que conmueve y se lleva la Fiesta.
… El hombre frente al toro, el hombre frente a la fuerza, la belleza y aun la pasión de la naturaleza que quiere permanecer. El torero sale a matar pero teme, teme equivocarse, pone en riesgo su vida. ¿Algo en ese temor del torero no nos hará preguntarnos si en el comienzo de los comienzos hubo quizá un equívoco, si el hombre no será un ser equivocado? Todo lo pienso, claro, desde mi escritorio, porque desgraciadamente yo no soy un aficionado a la fiesta brava. Pero mucho hay que aprender de ella».
Así habló –palpitó, pensó, escribió– Raúl Dorra, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, humanista ejemplar, poeta de las letras y de la vida, amigo y maestro inolvidable.

El maestro Alcalino.- Escenarios después de la batalla de Puebla que garantiza las corridas de toros

Escenarios después de la batalla de Puebla que garantiza las corridas de toros. En buena lógica ocurrió lo justo: que luego de una votación democrática la propuesta por abolir la fiesta brava en Puebla quedara en vana pretensión.

No prosperó la celada minuciosamente preparada desde Palacio y los taurinos estamos de enhorabuena.

Y no tanto en cuanto taurinos como en cuanto poblanos preocupados por la defensa de nuestro patrimonio cultural, atacado desde fuera con saña unas veces sorda y otras, como la presente, en uso de misiles de largo alcance.

Persuasivos desde lo sensiblero y convenientemente.

Alineados con lo políticamente correcto y con la ética utilitaria y mercantil que trajo la globalización, corriente neoliberal y anglosajona por antonomasia.


Hasta aquí, todo claro.

Pero no ocurre lo mismo si se vuelven los ojos al porvenir y los oídos a la promesa de nuevas y más furiosas ofensivas en contra de la tauromaquia.

Tal como lo prometen los animalistas, con artero revanchismo y obsesivos sentimientos de odio hacia las tres comunidades.

Han sostenido tradicionalmente a la fiesta de toros.

Una comunidad laboral –directamente relacionada con las corridas y su organización, la ganadería brava y su mantenimiento–, una comunidad artística –que envuelve a todos los profesionales del toreo pero también a infinidad de creadores de obra de arte y artesanías inspiradas en motivos taurinos–, y, la más numerosa, la comunidad de cofrades que integramos la afición, hacia quienes la taurofobia profesional y sus fanatizados seguidores no se ahorran insultos y descalificaciones impregnadas de violencia y odio.

Por no hablar de su visceralidad elemental y su palmaria ignorancia acerca del objeto de sus diatribas.


Tienen ellos, sin embargo, esta ventaja fundamental: se trata de un pequeño ejército de activistas perfectamente nutrido de pertrechos y consignas por los centros de poder donde se cuece el mercado global.

Con su pensamiento único y su evidente intención de menoscabar las culturas y valores de la periferia para mejor someterlos a su hegemonía.

Todo lo cual forma parte de un plan muy bien orquestado y dotado de medios económicos y propagandísticos muy vastos.

No es casual que su puesta en marcha –que, por supuesto apunta más allá de la supresión de la tauromaquia– haya coincidido con la explosión tecnológica que desde la implantación formal del Consenso de Washington estamos viviendo.

Que nos están haciendo vivir.

¿Qué hacer frente a esto?

Ante lo inevitable, reconocer que todo mal tiene su antídoto. Y descubrir éste cuanto antes para ponerlo en práctica sin demora. A condición de que, efectivamente, sirva para desnudar y contrarrestar el envite del adversario de manera adecuada y duradera.

Y con un objetivo primario: desarmar los argumentos del adversario no ante sus incondicionales, que no están para razonar sino para agredir, sino ante una opinión pública debidamente informada y enfocada de manera consciente.

Decidida al reconocimiento y defensa de su propia visión del mundo, que eso y no otra cosa es lo que tiende a reflejar todo acto cultural vivo y legítimo.

Ante la negación, la reafirmación. Contra la tentación de replegarse, la firme resolución del paso al frente.

¿Qué se requiere?

Como no estamos en condiciones de competir con la taurofobia organizada en poderío económico ni propagandístico, habrá que enfocar nuestros recursos con mucha mayor precisión y sutileza.

Esto último no ofrece, en apariencia, mayor dificultad, pues nada tiene de sutil la prédica de ellos, monocorde y machacante en su monótona repetición de consignas al mejor estilo Goebbels, cuyo jefe, Adolf Hitler, por cierto, amaba tiernamente a sus mascotas.

Empero, el apuntalamiento de la tauromaquia en estos tiempos de franca retirada de sus actores y factores de la escena pública –gravísimo error del que casi nadie supo percatarse a tiempo–, convierte esta tarea en un desafío formidable.


Y sin embargo, ¿no es verdad que el mito que sustenta la corrida reúne en su ética valores como el arrojo, el coraje, el pundonor, el sentido de alerta, la serenidad y la creatividad indispensables para dominar la animalidad interna y externa al ser humano?

Pues llegó el momento de demostrar que esta ética alienta no sólo en aquellos que buscan hacer arte al filo de la muerte, sino asimismo en quienes, desde el otro lado de la barrera, estamos dispuestos a defender nuestra fiesta de una amenaza potencialmente terminal utilizando sus mismos atributos, única forma de honrar, en horas extremas, nuestro amor por la fiesta y su permanencia entre nosotros.

Porque somos cultura y sin la cultura no seríamos sino la sombra en que sueñan convertirnos nuestros verdaderos adversarios, que no son los taurófobos –todo lo agresivos que se quiera pero ingenuos en el fondo– sino los poderes dominantes que, desde la opacidad, los están azuzando, abasteciendo y utilizando como meros proyectiles.

Hay mucho por hacer

Una vez superada en Puebla una batalla vital para la supervivencia de las corridas, el reto que la contraparte propone nos obliga a trabajar en y por la unidad del taurinismo responsable y auténtico.

Y hacerlo en cuando menos tres frentes: el cultural, el legal y el propiamente taurino. Ellos cubrirán la temática de esta columna en las siguientes semanas.

Bajo la advertencia de no precipitar juicios y dominar cualquier impulso visceral, así como descalificaciones y salidas de tono centradas en personas o en hechos coyunturales.

En eso consiste la tauromaquia: para poder parar, templar, mandar y dar su espacio y extensión al toreo se requieren juicio sereno y técnica precisa: cerebro, corazón y algo más.

Y que al análisis realista y a la coherencia mental se una la resolución de alcanzar un objetivo concreto sin titubeos ni desviaciones.

Historias de La México del 53 con Arruza, Procuna y Dos Santos en la pluma de Alcalino

Historias de La México del 53 con Arruza, Procuna y Dos Santos en la pluma de Alcalino. La faena de Luis Procuna con “Polvorito” de Zacatepec ha sido vista por millones de aficionados y no aficionados a través de la película de Carlos Velo “¡Torero!”, presentada en la mostra de Venecia de 1956 y que luego le dio la vuelta al mundo.

Pero presenciarla fue privilegio de unos cuantos, apenas los 50 mil que colmaban los tendidos de la Plaza México aquel 15 de febrero de 1953.

Casi al final de una temporada cuya singularidad se debió a que, como nunca, Alfonso Gaona consiguió reunir en su elenco a la crema y nata de la torería global, milagro por el que ninguna feria española o sudamericana ha mostrado jamás interés.

Y es que no sólo participaron en ella todas las figuras mexicanas del momento, encabezadas por Carlos Arruza, sino los ases más cimeros de España –Luis Miguel Dominguín, Antonio Ordóñez, Manolo González, Martorell…

Y por añadidura dos grandes toreros que eran los primeros no nacidos en ninguno de esos dos países que alcanzaron el estrellato: el portugués Manolo dos Santos y el venezolano César Girón.

En consonancia con semejante reparto, la cosecha de grandes faenas fue cuantiosa salvo para Procuna, que pasaba por una de sus etapas más grises y no dio señales de despertar en su única presentación anterior.

Como acababa de reconciliarse con Arruza luego de un período de distanciamiento, parece probable que fuese el propio Ciclón quien promoviese su presencia en el cartel número 16, que portaba el sello de la Casa Gago al coincidir en Carlos y Manolo Dos Santos.

Y los toros de Zacatepec, la ganadería de “Bardobián”, al que hacía poco Arruza le había cortado el rabo en la Monumental (16.11.52).

Si las orejas paseadas por el Ciclón mexicano (una del cuarto astado) y el Lobo portugués (las dos del tercero) no constituyeron sorpresa, tampoco la causó la pésima actuación del Berrendo de San Juan, cuyas desdichas culminaron con la multa que le impuso el juez Lázaro Martínez por haber descabellado, sin entrar antes a matar, a un toro moribundo.

Y precisamente esa multa fue el detonante de la reacción del completo derrotado que era hasta ese momento Luis Procuna, reacción traducida en el anuncio de un toro de obsequio. Cuya faena, por cierto, le brindaría al propio Lázaro Martínez con gesto agresivamente retador.

Referencia de Carlos León.

El trasteo cumbre de su vida, la mejor faena de la temporada, salió ayer milagrosamente de la muleta de Luis Procuna.

Cuando llevaba mucho tiempo de estar hundido, cuando ya era una ruina viviente, cuando tarde a tarde –y ayer mismo—se derrumbaba más y más, resurgió de pronto y realizó el faenón excepcional, el más Verdad y el más torero de cuantos hayamos visto en los últimos tiempos.

Hazaña increíble, aunque no imposible.

Porque los artistas geniales no tendrán ni es lógico que tengan consistencia, pero, el día que se encuentran con un toro a la medida de su estilo y de sus posibilidades, son capace1s de eso que vimos ayer: la creación perdurable, la obra de arte que deja huella y que hace historia en los anales del toreo.” (Novedades, 16 de febrero de 1953).

Relato de Manuel García Santos.

Al principio la cosa fue mediocre. El toro, bueno sin estridencia. Un remate en tablas de toro bravo y, luego, buena pelea con los caballos. Y el torero, así, así… Banderillas a cargo de Procuna.

Un par corriente, otro al cambio, al abrigo de las tablas. Un cuarteo muy bueno después. El torero está yendo a más. Y el toro se está viniendo arriba. ¿Qué va a pasar aquí…?… Lo que pasó fue que se montó Procuna sobre el reloj de la plaza, y desde aquella altura dio rienda suelta a su inspiración.

¡Y surgió el portento!

Con los pies enterrados en la arena, muy derecho, toreando al toro con media muleta en algunos lances, y con los cabos negros de su vestido perla y plata en otros, le ligó al toro una faena tan sentida, tan torera, tan llena de emoción dramática y de emoción estética, que la plaza entera se puso en pie y vibró de entusiasmo…

Brotaban rosas del rosal de aquella muleta embrujada, y el aire de la plaza se llenó de color y de luz, mientras la arena se llenaba de sombreros y los tendidos de brazos que se levantaban al cielo como para ponerlo de testigo del alarde torero que estaba haciendo el artista de más personalidad y de inspiración más rica en formas que ha dado México.

En aquel manicomio suelto que era la Plaza México, las series de naturales rematadas con el pase de pecho iban trazando la teoría más bella del arte de torear.

La masa negra del toro se fundía con la silueta plateada del torero, y al deshacerse el grupo, el torero giraba sobre sí mismo –en aquel palmo de terreno—y de nuevo la embestida del bravísimo toro reconstruía la armonía escultórica, una y otra vez…

Si alguna vez ha estado patente la médula y la esencia de la fiesta, y su razón de ser como juego bello de la gracia y del arte con la bestialidad y la rudeza de la fiera, ha sido en la inenarrable faena de Luis Procuna, que ligaba ahora los pases afarolados como se enlazan las estrellas para formar las constelaciones…

El toro era muy bravo.

Tanto que a cada muletazo le embestía al torero con mayor celo, con mejor son y con mejor estilo.

Pero los toros son lo que los toreros los hacen, y si la muleta prodigiosa no hubiera estado movida por una inspiración tan grande, el toro no hubiera podido coger aquella borrachera que cogió, que lo hacía buscar el trapo rojo para seguirlo con afán ciego…

Toda aquella emoción era tan del público como de Luis.

Saltaba la gente en los tendidos de tal modo que ya no se sabía si el torero toreaba así impulsado por las vibraciones de la multitud, o si la multitud rugía de entusiasmo porque el torero le transmitía la intensidad de lo que estaba sintiendo…

Con el toro todavía en pie, sin poder resistir ya más tiempo la tensión brutal de los nervios…

Se echó el público al ruedo, sembrado de sombreros, y elevó al gran torero sobre sus hombros, y lo paseó en triunfo una y otra vez, en olor de multitudes, por el ruedo testigo de su hazaña.” (El Ruedo de México, No. 108. 19 de febrero de 1953).

El dato es exacto: la gente invade el ruedo y aúpa tumultuosamente a Procuna con “Polvorito” tambaleante y herido de muerte pero todavía en pie.

Esa escena la captó, en todo su dramatismo, la ya mencionada “¡Torero!”, donde brilla también buena parte de la célebre faena. “Polvorito” pesaba 425 kilos –el mínimo reglamentario– y tal vez por eso se le relegó a reserva; debe la inmortalidad a su clase inagotable y a que tuvo delante a un artista iluminado en uno de los momentos estelares de su desigual –pero incomparable– trayectoria.

Corrida memorable.

Por lo demás, la tarde tuvo todos los ingredientes necesarios para quedar inscrita en la historia grande de la Monumental de Insurgentes. Cimas y simas se sucedieron vertiginosamente, como en cualquier obra cumbre del expresionismo.

Procuna había fracasado en sus dos toros. Fue a su segundo, “Flechador”, al que descabelló sin intentar antes la estocada.

Se lo había brindado a Carlos Arruza, mas cuando se llegó hasta el de Zacatepec muleta en mano el animal prácticamente agonizaba por efecto de algún puyazo mal dado; dobló el bicho, con trabajos lo levantó “Tabaquito” para que su jefe de cuadrilla, con la espada de cruceta, lo pudiera abatir.

Y vino la multa — mil pesos de los de entonces–, anunciada por los altavoces de la plaza.

Media hora después, el propio juez Lázaro Martínez le otorgaba a Luis las orejas y el rabo de “Polvorito” luego de un pinchazo y media estocada delantera y caída.

Lo habrían linchado si no lo hace.

Controversial Arruza.

Era la figura máxima y el torero más cotizado del orbe, pero ese año atravesó una extraña racha de sustos y volteretas poco acordes con su reconocida madurez y maestría.

Con el telón de fondo de una sorda campaña en pro y en contra suya.

Carlos León, su más acerbo detractor, lo vio así: “Junto a la resurrección de Procuna, al lado del bien torear de Dos Santos, se acentuó aún más la decadencia de Arruza…

¿No decían que era el sol, que nadie podía tapar con un dedo? Pues a diferencia de Carlos V, en cuyos dominios no se ponía el sol, aquí el sol se ha puesto por falta de dominio…

Con el cuarto, un pastejeño que sustituyó a un cegatón de Zacatepec, tampoco se salvó de hacer el pelele, pues ha perdido el sitio y anda a merced de sus enemigos.

Fuera de hacer el loco como cualquier “chalao” y de andar a bofetadas con las reses en ese macheteo de pitón a pitón completamente pueblerino, lo único que hizo bien fue tirarse a matar y agarrar un sopapo formidable.

Y aunque ustedes no lo crean, ¡le dieron la oreja!” (Novedades, íbid)

Muy otro fue el punto de vista de García Santos:

El caso de Arruza excede ya los límites de lo normal.

Con trece años de alternativa, rico, en plenitud de su vigor y su juventud, Arruza se juega la vida con los toros una tarde y otra, como si fuera un novillero sediento de gloria…

Con ese poder que todos los públicos le reconocen, con la inteligencia que ya nadie pone en duda, con la elasticidad de su cuerpo de atleta perfecto y con su dominio de todas las suertes, Carlos Arruza ha sido volteado peligrosamente varias tardes esta temporada…

Se ha dicho, para justificar la paradoja, que ello se debe a que el toro es siempre eso, toro, y que nadie que ande entre ellos puede sentar plaza de invulnerable.

Es verdad, pero no es el caso de Carlos.

Al principio todo va bien. Sale el toro y Arruza lo recibe con esa verónica suya en la que desmaya el capote y juega los brazos sin mover el cuerpo.

Luego, en alarde de dominio absoluto, suavemente y con sólo dos lances, lo pone en el sitio justo para que tome la vara… Y en el quite está preciso, torero, justo.

El toro sale de su capote ahormado, porque no le da capotazos superfluos ni chicotazos de los que descomponen a las reses.

Y la lidia lleva un orden magnífico.

Tocan a banderillas, y el enorme rehiletero juega con el animal a su placer, y se lo pone él solo en suerte, y con un dominio maravilloso de ese tercio clava en cualquier terreno, y le da al toro todas las ventajas, y le acumula dificultades al par para darse el gusto de vencerlas con sus poderosas facultades y su enorme clase de banderillero.

Así el domingo con “Guardabosque”, al que banderilleó con tanto arte que los sombreros rodaron por la arena en honor al coloso del segundo tercio.

Y toma la muleta, y en buen terreno y con ese dominio que tiene comienza la faena. A cada pase, Arruza va recortando la distancia que lo separa del toro. Todavía le parece que está lejos, un paso más.

Otro. Ya no cabe entre él y el toro más que el sitio justo para que el animal pase. Pero Carlos no está conforme.

Y como en esa zona donde todos los toreros se “ahogan” y tienen que cortar la faena para “salir a respirar” él está absolutamente tranquilo.

Su sed de emociones le hace buscar la distancia donde a él también pudiera “faltarle el aire”.

Y acorta todavía más. Ya quien no tiene aire es el público. Él respira aún a pulmón pleno.

Cuando parece que no queda ningún centímetro que acortar, Carlos encuentra uno todavía, o medio…

Si el toro se asusta, y retrocede ante el desafío, Arruza avanza y le da en el hocico con la espada, o con el pie, o con la rodilla…

Entonces es cuando él mismo se coge, como sucedió este domingo con “Temblador” de Pastejé, al que estaba toreando con lances largos y templados, que ligaba perfectamente, pero en un terreno tan comprometido que el más insignificante error, la más pequeña desviación en el viaje del toro hizo inevitable la cogida.” (El Ruedo de México, íbid).

El artista portugués.

Con Manolo dos Santos, en cambio, no hubo discusión.

Toda la lidia del noble “Lusitano”, tercero de la tarde, fue un remanso de suavidad y arte a través de tres tercios en elegante, perfecto engarce.

No estando ya Dos Santos con el sitio y el celo colosales de la temporada de su revelación, tres años atrás, le vino como guante la buena clase y la suma docilidad de “Lusitano”.

Al que toreó con delicado sabor a la verónica, banderilleó con su prestancia y finura habituales, y muleteó, por naturales sobre todo, con ese gusto por la despaciosidad y el temple lento que lo encumbrara como un favorito de la afición mexicana.

Mató con total acierto y se pidieron y otorgaron las dos orejas del bravo toro de Zacatepec. A poco, los altavoces anunciaban su participación en la Corrida Guadalupana del domingo siguiente, 22 de febrero.

Anuncio acogido con júbilo porque se había anunciado que esta del día 15 iba a ser su despedida definitiva de la Plaza México.

A ARRUZA (gran par, natural, voltereta y rodilla en tierra) no lo amilanan los contratiempos y cobra la oreja de “TEMBLADOR”, cuando ya DOS SANTOS (verónica y pase de pecho zurdo) tenía en la espuerta dos apéndices de “LUSITANO”

Y PROCUNA se aprestaba a inmortalizar al célebre “POLVORITO”, brindado por LUIS al juez de plaza

TAUROMAQUIA. Alcalino.- Breve glosario para activistas despistados

Breve glosario para activistas despistados. A partir de que la continuidad de la fiesta brava en Puebla se vio amenazada por antitaurinos profesionales ajenos a la ciudad pero con influencias muy poderosas sobre miembros del ayuntamiento local.

Esta columna, recogiendo la preocupación de numerosos poblanos, publicó sucesivas entregas que intentaban persuadir a quien corresponda de la genuina importancia de la tauromaquia para la cultura nacional.

Sus títulos y fechas:

Nubarrones abolicionistas sobre Puebla (23 nov 2020), De nuevo la espada de Damocles de la censura (4 ene 2021), Valor patrimonial de la tauromaquia (18 ene 2021)y, premonitoriamente, Los toros a la hoguera (11 ago 2020).

Desde luego, la pieza maestra de mi alegato tenía que venir de una pluma como la de Francis Wolff, quien, al enterarse del brote abolicionista surgido en nuestra ciudad, reaccionó sin demora con la generosidad y sabiduría que lo caracterizan para enviarme un texto dirigido a la Presidenta Municipal que esta columna publicó como carta abierta (La Jornada de Oriente, 30 nov 2020).

Bastaría una relectura imparcial, inteligente y sensible de dicha carta

Para disipar cualquier duda acerca del despropósito que supondría la cancelación de un bien patrimonial como las corridas de toros.

Acto de censura que, de paso, atentaría contra la crianza de toros bravos y probablemente conduciría a su extinción como raza endémica de México, acto éste de lesa biodiversidad.

Que además atenta contra las tres comunidades que el último de mis citados artículos identifica plenamente: una comunidad laboral, una comunidad artística y una comunidad taurófila.

Agregaría breve glosario para activistas despistados a la entrevista que me hizo la reportera Eréndira Solís (La Jornada de Oriente, 18 ene 2021), así como diversas intervenciones en radio y televisión.

Dado que el Cabildo local está por reunirse para votar la moción abolicionista férreamente defendida por una fracción dominante del ayuntamiento, me permito agregar a lo mencionado el presente breve glosario.

Un último llamado a la sensatez, y a las responsabilidades democráticas de quienes habrán de ejercer ese derecho que les cedimos los ciudadanos y que es de esperar sepan honrar “a la hora de la verdad”.

Que como todo mundo sabe es una de tantas frases afortunadas con que la tauromaquia ha contribuido a enriquecer la capacidad expresiva de la lengua que hablamos.

Y que, como el toreo mismo, forma parte, nos guste o no, de la herencia cultural de los mexicanos. Un Breve glosario para activistas despistados.

Toreo. Arte tradicional, al mismo tiempo popular y culto (F. Wolff dixit), que para actualizarse requiere la unión indisociable y dinámica de ética, técnica y estética.

La ausencia de uno de estos elementos lo malogra irremediablemente.

Por tanto, su rigor y exigencia son mayores a las de cualquier otra forma de expresión artística.

Ética. Parte de la filosofía que trata sobre el bien y del mal.

Está relacionada con conductas y actitudes sustentadas en valores de carácter moral, exclusivamente intrínsecos a la condición humana.                                                

Técnica. Prácticas, conocimientos, habilidades y competencias que, dialéctica y activamente integrados, le permiten al oficiante ejercer una actividad profesional dada. 

Estética. Disciplina abocada al estudio de la belleza en cualquiera de sus formas; muy relacionada con las bellas artes y su perfeccionamiento conceptual, técnico y estilístico.

Comunidad laboral. Conjunto de personas cuyas actividades de profesión u oficio, están relacionadas entre sí por un lazo temático, que en este caso son las corridas de toros.

Comunidad artística. Creadores en cualquier tipo de expresiones plásticas, literarias, musicales, dancísticas o arquitectónicas que a través del tiempo se han inspirado en la tauromaquia como tema para producir obra artística o artesanal.

Incluye a la profesión taurina en cualquiera de sus especialidades.

Comunidad taurófila.  Conjunto muy peculiar de aficionados a los toros que no solamente asisten a las corridas sino integran una especie de cofradía de contertulios, lectores y memoristas en perpetuo diálogo entre sí y con todo lo relacionado con la tauromaquia.

Se reconoce a sí mismos como la afición y están esparcidos por todo el mundo. Aunque el núcleo mayoritario habita países donde existen tradición y festejos taurinos.

Biodiversidad. Suma de especies animales y vegetales que alojan los ecosistemas del planeta.

Si determinado ecosistema sufre alteraciones profundas, algunas de las especies que lo conforman, o el ecosistema en su conjunto, están abocado a la extinción.

El mismo peligro corren las especies bajo custodia humana cuando por cualquier causa dejaran de criarse.

Toro bravo mexicano. Variedad del toro de lidia de origen español desarrollada en México a partir de 1521, cuando arribó al país el primer hato.

Desde 2016, la raza tipificada como toro bravo mexicano está científicamente reconocida como endémica del país, por lo cual, en virtud de convenios internacionales, los tres niveles de gobierno están obligados a tomar todas las medidas a su alcance para protegerlo contra cualquier riesgo de extinción.

Animalista. Persona empeñada en que las especies animales que pueblan la Tierra sean sujetos de una serie de derechos que, en su opinión, deberían quedar consagrados jurídicamente.

Su evidente hipersensibilidad suele desaparecer cuando se trata de la defensa y promoción de los derechos humanos… o de rechazar el maltrato de animales para abasto de carne, experimentos clínicos o simple diversión sin riesgo humano. 

Taurofobia. Pulsión psicológica contraria a las corridas de toros. Como todas las fobias es un impulso irracional.

Juicio temerario. Conclusión condenatoria hacia alguien o algo basada no en la razón –aunque a menudo la invoque—sino en impulsos emocionales, prejuicios no percibidos o mero gregarismo (adopción acrítica de la opinión dominante).

Aunque todos estamos expuestos a la trampa del juicio temerario, lo están más las personas con bajo nivel educativo, escasa práctica intelectual o información tergiversada, deficiente o nula.

Integrista. Individuos que han decidido imponer al resto de la población su propia ideología y visión del mundo, o una parte fundamental de la misma.

Abolicionista. Animalista cuya mentalidad, claramente integrista, lo ha convertido en militante activo en favor de la supresión de las corridas de toros.

Corrección política. Disolución del criterio personal en corrientes de pensamiento mayoritarias, particularmente en asuntos “sensibles” a determinados grupos o personas. Persecución automática de lo señalado como “incorrecto” por los censores.

Oportunismo político. Actitudes y acciones de personajes de la política cuya finalidad es distraer la atención del ciudadano ingenuo o desinformado de temas socialmente relevantes para hacerla recaer en causas menores pero de apariencia progresista y buena.

Censura. Acto de autoridad encaminado a prohibir al resto de la población o a una parte significativa de ella el libre acceso a determinados, bienes, servicios, actividades o preferencias estéticas.

Prohibición. Veda total al ejercicio o inclusive la existencia de una cosa determinada.    

Supremacismo. Postura irreductible de segmentos de la población –sean mayoritarios o minoritarios– que se pretenden superiores al resto bajo argumentos de índole racial, asociativa, educativa, cultural, histórica o incluso moral, como ocurre con las fuerzas militantes de la taurofobia, para quienes los taurófilos deben ser vistos como seres despreciables, primitivos y violentos.

Globalizados. Ciudadanos que no se han enterado que la llamada globalización es una estrategia dictada desde los centros que concentran el poder económico y político mundial, tendientes a expandir el mercado con exclusivos fines de lucro y concentración de la riqueza.

Bien saben los globalizadores que culturas ajenas a la anglosajona son obstáculos que conviene eliminar, para lo cual utilizan argumentos teñidos de corrección política y supremacismo moral.

Un buen ejemplo está en la sincronizada embestida contra la tauromaquia, llevada  a cabo por sus agentes en todos los países taurinos.

Buenismo. Sensación mojigata de estar participando en algún movimiento inmaculado, civilizatorio y progresista que nos hace “buenos” por definición, sin comprometernos con algo moral ni socioculturalmente trascendente.

Breve glosario para activistas despistados.

Los dos rabos a Dos Santos en La México en la pluma de Alcalino

Los dos rabos a Dos Santos en La México en la pluma de Alcalino. En la historia de la plaza México, ha sido la única tarde en que un matador de toros cortó todos los apéndices a los dos toros de su lote: las cuatro orejas y los dos rabos de  “Goloso” y “Chato”, de Pastejé.

El histórico portador de este privilegio es Manolo dos Santos, un joven nacido en la provincia portuguesa de Golegá 24 años atrás.

Sus alternantes: Luis Castro “El Soldado” y Silverio Pérez, dos glorias del toreo mexicano.

Y el marco, la quinta corrida de la tardía temporada grande de 1950, con una Rosa Guadalupana en juego y la plaza colmada hasta el reloj.

En ese entonces, las relaciones taurinas entre México y España estaban rotas, producto del segundo boicot de la historia, a principios de 1947, enderezado principalmente contra Carlos Arruza, invasor indeseable, pero también, extrañamente, contra su pareja y rival español Manuel Rodríguez “Manolete”.

Dos Santos cumplía su cuarta actuación consecutiva en la México. Había irrumpido por sorpresa, pero desde la triunfal confirmación doctoral (08.01.50) no se cayó ya del cartel, llevaba cortadas cuatro orejas y, sobre todo, se hizo completamente del público mexicano gracias a un fabuloso quite por gaoneras a “Muchacho”, de Torrecilla (22.01.50), que le valió inmediata y clamorosa vuelta al ruedo.

En nuestro país, la fiesta estaba saliendo de la conmoción del encimismo –que sucediera al adiós de los grandes veteranos de la Época de Oro–, y el toreo suave y rítmico de Dos Santos, citando y aguantando a los toros desde largo y pródigo en templado toreo izquierdista, provocó, desde el primer momento, una explosión de júbilo.

Fueron dos faenones

Este 29 de enero de 1950, con dos excelentes toros de Pastejé –bravos y nobles a la vez— el artista lusitano mantuvo, mejorada, esa tesitura, incluso con más ahondado temple y ligando más que nunca.

Con ambos, Dos Santos lució y emocionó hasta el delirio, se consagró como un genuino artífice del pase natural y provocó tal conmoción que cuando se perfiló para estoquear a sus dos toros estaba el ruedo cuajado de sombreros.

Y como las cosas, cuando ruedan bien, suelen salir redondas, ambas estocadas, volcándose Manolo sobre el morrillo y apuntando a la cruz, hicieron pupa a los de Pastejé.

De modo que el juez Lázaro Martínez no dudaría en agitar el pañuelo verde, y todo mundo, sin la menor discordancia, aclamó el otorgamiento de los máximos apéndices en interminables vueltas al anillo, preludio de la tumultuosa salida en hombros reservada para estos casos.

Versión de Carlos León

El agudo cronista de Novedades, lo vio así:

Torero completísimo, lo mismo abrió su capote en la sobria solera de pausadas verónicas, en las lentas gaoneras o en el ritmo pinturero del quite de Chicuelo, que tomó los garapullos en sus dos enemigos para brindarnos su alegría como rehiletero, buscando en todo momento la arrancada recia y desde largo para impregnar de emotividad el arte de adornar las péndolas…

Pero donde culminaría su afirmación como el mejor torero de los últimos tiempos, sería en el perfecto manejo de la muleta…

La faena al tercero, brindada a Carlos Arruza… se inició con cinco altos hieráticos, los primeros de absoluto quietismo; los tres siguientes, recreándose en la suerte con el sello de Belmonte.

Y se quedó en los medios, con la franela pendiendo de la mano torera, para dibujar la trayectoria de cinco naturales de asombro, que habría de culminar con el forzado de pecho, lento, torerísimo, incopiable…

y siguió Manolo recreándose en dibujar naturales, con tanta lentitud y tal ajuste, que llegó un instante en que el pitón de “Goloso” tropezó con el muslo del lidiador y le desgarró la taleguilla…

sin inmutarse, continuó toreando en redondo y por abajo, ahora con la diestra, hasta girar, como postrer adorno, en los muletazos lasernistas.

Conseguida la escandalera… se fue recto tras la espada y la sepultó hasta la empuñadura, haciendo que el de Pastejé rodara sin puntilla. Las dos orejas y el rabo y tres jubilosas vueltas al ruedo…

Con el sexto…llevó el toro a los medios con suaves muletazos por delante…

y en el centro del ruedo, dibujaría un trincherazo magno, para plantarse con la sarga en la izquierda y volver a asombrarnos con cuatro naturales soberbios que eran como “toreo de salón”, como si el toro no existiera, con una tranquilidad y una hondura de excepcional artífice….

Derechazos inmejorables, con un juego de muñeca que acompañaba y despedía lentamente la embestida del burel… nuevos naturales que fueron un portento de buen gusto.

Conseguida la igualada, Manolo volvió a entregarse con fe a la hora de hundir la tizona, haciendo polvo al pastejeño con certero estoconazo. Y aquello fue el delirio.

La confirmación irrefutable y unánime de que nos encontrábamos ante el milagro taurino de la época.

Otra vez las orejas y el rabo, amén del otorgamiento de la Rosa Guadalupana, trofeo en disputa de una “disputa” que nunca llegó a existir.” (Novedades, 30 de enero de 1950)

Efectivamente, ni Luis Castro, que cumplió decorosamente, ni Silverio Pérez, en franca decadencia, fueron oponentes serios para el lusitano.

No les tocó lo mejor del encastado encierro de Pastejé y ambos estaban ya lejos de parecerse a las figuras señeras, ellos mismos.

Que habían marcado a fuego la década que se cerraba.

El mejor torero luso

Para Dos Santos, no hay que decirlo, fue su tarde cumbre en México y acaso la más completa de su vida.

Ese año quedó líder del escalafón español con 80 corridas toreadas.

Fue un favorito del público de Sevilla –donde tomó su segunda y definitiva alternativa de manos de Chicuelo, 15.08.48.

Mas una serie de percances frenaron su marcha y determinarían su prematuro alejamiento de los redondeles.

Cuando quiso recuperar el tiempo perdido, a principios de los 60, ya era tarde.

Radicado en su país, dirigía los destinos del coso lisboeta de Campo Pequeno cuando, joven aún, un brutal accidente vial se lo llevó para siempre (18.02.73).

Un final inesperado y doloroso, semejante al de su gran amigo y rival Carlos Arruza, y al de César Girón, Curro Caro, Rafael Gitanillo, Jaime Bravo, Finito, Chema Luévano y tantas víctimas del volante más.

Al ocurrir su eclosión triunfal en la México pocos pudieron relacionarlo con el desconocido y aniñado joven al que Armillita le había cedido muleta y estoque en El Toreo hacía apenas dos años (14.12.47), sólo para que “Vanidoso” –otro pastejeño—le seccionara la femoral al dar un pase de pecho zurdo.

Desgracia que lo llevó a renunciar a dicho doctorado, antes de rehacerse y reescribir su historia torera.

Lo que hizo con una fortaleza de carácter no denunciada por su rostro aniñado, pero que ya había estado presente aquella tarde de Cuatro Caminos, cuando con el muslo bañado en sangre recuperó su muleta y quiso volver a la cara de “Vanidoso”.

Evidentemente, algo más que finura y clase debía albergar en su interior el único espada que ha logrado cortar cuatro orejas y dos rabos en los más de 70 años de vida del coso de Insurgentes.

Con GARZA, ha sido DOS SANTOS el único matador premiado con los rabos de sus dos toros en la México Sólo testimonial la presencia de LUIS CASTRO y SILVERIO PÉREZ en la corrida Guadalupana de 1950                                      

Aquella faena a «Jarocho» de Manolo Martínez. Crónica del maestro Alcalino.

Desde el momento de producirse, aquel 16 de enero de 1972, la faena de Manuel Martínez Ancira a “Jarocho” de San Mateo ganó el derecho a figurar en ese cuadro de honor al que sólo acceden gestas cuya grandeza las sitúa por encima de toda ponderación.

Algunas más habrá de similar jerarquía. No muchas.

Y a la altura de las mejores que haya presenciado la Plaza México, ésta de Martínez con “Jarocho”.

Por las condiciones del burel –enrazado pero manso, fuerte pero áspero y probón, huidizo, sin fijeza y con mucho sentido–.

Y con semejante galafate, el torero de Monterrey terminó bordando el toreo, aunque sin abandonar, por supuesto, ese estado de alerta al que obligaba la condición del bovino.

Acentuando un mando basado en la largura y el temple para obligarlo a entregarse al poderío de su muleta.

Con media estocada en la cruz tuvo “Jarocho” una prolongada agonía. La plaza, puesta en pie, estaba reventada.

Y es que lo visto, sufrido y saboreado en los minutos interminables que duró la faena no parecía cosa de este mundo.

¿Excesivos los elogios? Veamos cómo lo describió la prensa de la época. Desde el antimartinista número uno –Carlos León, el agudo crítico de Novedades, que llamaba al diestro Manolo Telones— hasta su panegirista confeso, apasionado pero inteligente –Renato Leduc–, pasando por un seguidor puntual del torero –Jarameño, un crítico relativamente imparcial –José Alameda—y uno reticente con el regiomontano –Manuel García Santos–.

Buen abanico como para ir situando las cosas en los términos debidos.

García Santos: “De novillero a matador de toros”

Una cabeza de crónica con jiribilla ésta de don Manuel.

Luego de lamentar la decadencia de la prócer divisa rosa y blanco, juzgó así el comportamiento de “Jarocho”:

No pudo ser toreado con el capote. Se creció en el hierro en la primera vara, y tomó otra cuando venía suelto a la querencia y se encontró con el caballo. Tardo en la muleta, atropellaba al huir de ella”.

Sobre la actuación de Martínez fue lo más parco posible pero tuvo que reconocerle méritos:

Abandonó el torero su abulia. Se entregó al placer de torear, y realizó el milagro de convertir a un manso en toro de faena.

Toda ella fue un dechado de valor, de afición, de dominio y de arte.

En uno de los muletazos, “Jarocho” le tiró un gañafón capaz de amilanar al torero más valiente. Martínez continuó dibujando los muletazos ante una plaza absorta.

Con la izquierda, con la derecha… ya el toro iba por donde Martínez lo llevaba.

Una estocada caída (fue el único que la vio así) –causa de la no concesión del rabo–, y una agonía larga del toro dieron fin a la actuación de Martínez, que derrochó entrega, amor propio y arte.

Cortó dos orejas y dio dos vueltas al ruedo”.  (El Sol de México, 17 de enero de 1972)

Carlos León: “Manolo, a toda orquesta

A este “Jarocho”, que ni para La Bamba servía (la crónica epistolar de León estaba dirigida a la compositora Consuelo Velázquez), el reinero acabó por acorralarlo entre el farallón del burladero de matadores y el velamen de carabela colombina de su muleta.

Y ya no hubo escapatoria posible.

Puesto a elegir el toro entre estrellarse contra los tableros o aceptar tragarse tal cantidad de trapo, en su derrota optó por lo segundo, y reconoció –como no tengo empacho en reconocerlo yo—que la machacona tenacidad del reinero pudo más que la huidiza cobardía del toro.

Y esa maestría y ese dominio, ese poderío de lidiador tienen más importancia que las chirimías y los teponaxtles del congestionado toreo “a la xochimilca” (alusión a la campaña de Francisco Lazo, cronista áulico de Manolo, en pro de reconocerlo como la expresión máxima de una supuesta “escuela mexicana” del toreo).

Mató de magnífico estoconazo y le concedieron dos orejas, ganándose una bronca el juez que negó la concesión del rabo.

Pero un par de vueltas al ruedo entre unánimes aclamaciones valen más que los apéndices que con tanta frecuencia se regalan.”  (Novedades, ídem).

Alameda: “Casta contra casta, venció la del torero”

Desde principios de temporada veníamos advirtiendo que Manolo Martínez, quien había pasado por un bache indudable durante las dos últimas temporadas, se estaba “yendo para arriba”…

Ahí queda su faena a “Jarocho” de San Mateo, número 31, con 442 kilos y de pelaje cárdeno (datos para la historia).

Pero no sólo hubo ayer esa faena. Hubo también la de su primero, “Chaparrón”, número 41… (pero) el quinto tuvo tanta casta como el anterior y, desde luego, más sentido.

Manolo advirtió desde el principio que estaba ante uno de esos toros con los que uno no puede descuidarse.

Lo probó con el capote. No quiso saber nada de él. Y pidió que salieran los picadores… eso sí, cuidó la lidia, como quien toma sus medidas ante un peligro notorio… Al iniciar la faena, Manolo siguió tomando medidas, como un sastre que prepara el traje adecuado… faltaba, claro, que le toro se dejara. Y no se dejaba.

Con mucho sentido, “Jarocho” adelantaba un paso, y sólo se arrancaba cuando creía segura la presa… Pero lo burló el torero una y otra vez… Y cuando se dio cuenta de que el encastado sanmateíno empezaba a destantearse, entonces dio un paso más… Enganchó al enemigo en la muleta y le corrió la mano en los derechazos, para rematar con el de pecho.

Luego lo hizo con la izquierda. Y poco a poco, después de haberle cortado el traje a la medida, mientras el toro, áspero por su casta al principio, se iba sometiendo al imperio del torero… Al final, cerca de tablas (donde se refugió el bicho), ya no había dos poderes sino uno solo, el de Manolo, que se recreó al torear con verticalidad absoluta y a cada pase con más temple, mientras el grito de ¡torero! ¡torero! rebotaba por el graderío… Entró a matar por derecho y dejó la estocada. Se amorcilló el toro.

Pero el torero y el público esperaron… y la plaza se puso blanca de pañuelos en demanda de los trofeos. Concedió la autoridad dos orejas. Surgió el clamor –¡Rabo, rabo!–, cada vez más fuerte. Pero el juez no quiso oírlo…  Habrá que defender al pueblo de sus defensores.” (El Heraldo de México, ídem)

Jarameño: “La Faena sin Rabo

“También el mundo de los toros ha tenido sus profetas mayores y menores… Ayer, la gran faena de Manolo Martínez al segundo –encastado, desarrollando genio y con mucho sentido–, fue superada con creces por su trasteo de época al quinto, “Jarocho”, cárdeno oscuro de pinta, cornalón y cornivuelto…

Faena que se rememorará para explicar cómo se le ha de poder a un toro que prueba; cómo desengañar al que tiene sentido; el mando, fundado en el valor sereno, va domeñando aquella embestida… cómo el torerismo va midiendo, sin una duda, el instante en que la fiera levanta el hocico para iniciar el derrote, y éste se pierde, mágicamente, en la tersa suavidad del engaño. Suavidad imperial.

Guante de raso, que cubre con elegancia el guantelete de acero: acerada reciedumbre y sedeña suavidad…

Y cómo cuando la fiera dominada intenta rehuir la pelea, el hombre sigue siendo el señor del ruedo, metido con el astado en el terreno en el que tiene que embestir, en que ha de embestir, y en que ayer, asombrosamente, embistió… y vimos entonces la adiamantada luminosidad del natural, el cabrilleo del derechazo, la pincelada eufórica del martinete, la severidad solemne del de pecho…

Ejemplar faena. Realización de viejas profecías… Una estocada que tarda en hacer efecto y la entrega absoluta y total de la gente, volcada de entusiasmo ante el arte de excepción de Manolo Martínez… (pero) había en el palco de la autoridad, un hombre impasible, que presidía la corrida fumando displicente.

¡El hombre que ha permitido que bauticemos esta croniquilla como “La Faena sin Rabo.” (Ovaciones, ídem).          

Renato Leduc: “Los mariachis callaron…”

En esta memorable corrida el extraordinario lidiador y artífice regiomontano se ha consagrado TORERO NON por unanimidad… menos uno.

Ese uno ha sido el juez de plaza, quien hizo cuanto estuvo en su mano para menoscabar la victoria absoluta del triunfador.

A su primer enemigo, “Chaparrón”, revoltoso y probón, sobre todo por el lado izquierdo, lo pasó apresuradamente por sus pistolas con una sola vara (Nota del autor: MM entrevistado después de la corrida dio más importancia a esta  actitud del juez Juan Pellicer López que a la negativa a concederle el rabo “porque tuvo mucho malaje al haber cambiado el tercio en mi primer toro a sabiendas de que le faltaba castigo”).

Esta rigidez antirreglamentaria con el toro de Manolo –prosigue Leduc–, contrastó feamente con el trato a “Estrellito”, lidiado en sexto lugar por el joven Palomo, que no lo quería ni ver… El segundo enemigo de Manolo, “Jarocho”, fue manso y probón, no solamente huidizo sino descaradamente cobarde y fugitivo.

Una de esas bestias que –como dice muy bien el colega Jarameño—“no pasarán a la historia por sus cualidades sino por sus defectos”.

Pero ahí estaba la muleta prodigiosa del regiomontano para transformar en cualidades los defectos y realizar esa obra de poderío, sabiduría y elegancia que fue su faena del domingo dieciséis de enero.

Pues bien, a semejante galafate, el juez de plaza le otorgó el honor del “arrastre lento”, en tanto que a su matador, el artista que había hecho de esa chiva un toro, le negó el rabo que por aclamación pedía la enloquecida multitud. Manolo, después de dar dos vueltas al ruedo en medio de ensordecedora ovación, depositó las orejas a medio ruedo y con cortés ademán se las ofreció al juez… había salido de la plaza por la puerta grande mientras el juez se escabullía subrepticiamente entre gendarmes…” (Esto, 20 de enero de 1972).

La corrida

Se resume en dos líneas: Manolo Martínez toreó muy bien a su primero, “Chaparrón”, al que había que poderle, pero lo mató mal, de espadazo caído y entera, y lo llamaron a dar la vuelta al ruedo.

Sus alternantes, Manolo “Armilla” y Sebastián Palomo Linares, tuvieron un desempeño deplorable con la mansada de San Mateo, que incluyó un impresentable becerrote, el primero de Palomo, ruidosamente protestado pero mantenido en el ruedo por el juez Juan Pellicer López.

El subalterno de a pie Javier Cerrillo, al cubrir el segundo tercio, fue empitonado por el cierraplaza “Estrellito” y herido en la mejilla derecha, cornada de unos 12 centímetros complicada por la diabetes del obeso banderillero.

La plaza registró un lleno absoluto, y la faena de MM a “Jarocho” está conceptuada desde ese memorable 16 de enero del año 72 como una de las de mayor trascendencia artística en los anales de la gran cazuela de la colonia Nochebuena.

Aquellos tiempos de Camino en México… Por HORACIO REIBA “ALCALINO”

Aquellos tiempos de Camino en México… Por HORACIO REIBA “ALCALINO”. Cuando Manolo Martínez tomó la resolución de alejarse de la Plaza México, intricadas razones mediaron.

Iba a convertir a la Santa María de Querétaro en el coso sucedáneo, capaz de convocar a lo más granado de la afición capitalina.

Tres años duró tal ausencia, y cuando por fin retornó al coso máximo (13.03.77) no por ello se apartó de un hábito vuelto ya costumbre.

A la distancia, es evidente que el momento estelar del lustro y medio en que los queretanos disfrutaron de ese privilegio. Llegaría con el fin de semana que nos ocupa, 17 y 18 de diciembre de 1977.

Durante la segunda temporada consecutiva de Paco Camino, el prodigioso artista sevillano.

Camino no había vuelto a nuestro país desde 1964 y sin duda lo hizo por iniciativa del propio Martínez, empeñado en hacer de la  Santa María escenario de lujo del toreo.

Y de mantener en auge su propia carrera.

El cartel original del sábado 17 lo integraban, con Camino en México y Martínez, Eloy Cavazos y José Mari Manzanares.

Con ocho toros de San Martín.

Pero tuvo algún impedimento el alicantino y hubo que sustituirlo por El Niño de la Capea, lo que no implicaba pérdida alguna.

Al día siguiente, el de Sevilla y el de Monterrey sostendrían un mano a mano más.

Con una corrida de Javier Garfias armoniosa de hechuras, nada exagerada de peso y pitones, según correspondía a una plaza sin grandes exigencias en ese sentido.

Sí las tenía bien aquilatadas, en cambio, para medir y catalogar el toreo.

Al grado de abroncar con dureza algunos otorgamientos de apéndices recientes que le costaron el puesto al anterior juez de plaza.

Removido por la autoridad y reemplazado por Salvador Maciel, cuya sobresaliente participación en el fin de semana de referencia sólo tuvo el lunar de un cambio de tercio algo precipitado que desoyó el picador Juan Carlos Contreras, a las órdenes de Manolo Martínez, por lo que fue multado.

Vale señalar que ese puyazo al cuarto toro de Garfias redundaría en beneficio de la asombrosa faena de muleta de Martínez a “Aviador”, cuya huidiza cobardía sólo había permitido leves refilonazos.  

Sábado 17 de diciembre

De los ocho toros de San Martín para esta Corrida de Covadonga, que se dio a plaza llena, hubo cuando menos un astado propicio para cada matador, mejores los cuatro últimos que los cuatro primeros.

El de Camino en México, que apenas y lo intentó con el flojo abreplaza, fue tal vez el toro de la corrida, un “Queretano” realmente precioso, que llegó alegre y pronto al tercio final.

Desde los doblones iniciales hasta el soberbio volapié, el de Camas ofreció una breve cátedra del mejor y más artístico toreo, demasiado breve quizá para lo que el zaino de Chafik aún tenía dentro.

De ahí que la petición fuera desoída por el palco, un acierto del juez Maciel, porque durante la ovacionada vuelta al ruedo no dejaron de escucharse algunos pitos, y voces de “toro… toro! en reproche al apresurado final de faena.

Eloy Cavazos, como sus alternantes, tuvo una buena tarde.

Buena a secas, pues poco lució con el anovillado tercero –protestado por chico–, y inusualmente seria y muy torera faena al excelente “Asturiano” la cerró con un pinchazo y estocada entera.

Como en el caso de Camino en México, la petición no se juzgó suficiente desde el palco y todo quedó en vuelta al ruedo.

Un trasteo de mérito enorme fue el primero del Capea, pues el burriciego “Hidalguense” probaba mucho y al embestir tendía a arrollar y quedarse corto.

Lo que lejos de amilanar al salmantino dio lugar a una emocionante demostración de valor y ciencia por parte de Pedro, que terminó ligándole al incómodo bicho tandas de acentuado temple por ambos pitones.

Tuvo que descabellar y sólo lo llamaron al tercio, mal comprendida por el pópulo tan notable lección de torerismo.

Con el magnífico sexto, en cambio, la larga faena del Capea, buena sin más, registró ciertos altibajos. De nuevo tardó en matar y aún así lo ovacionaron.

Cátedra martinista

La tarde fue de Manolo, puestísimo con el toro, celoso de su sitio y en plena posesión de su arte más personal.

Poco le importó la sosería de su primero, “Sevillano”, porque se centró enseguida con él y lo hizo repetir sobre una flámula movida con ritmo y temple pasmosos.

Tres veces tuvo que descabellar y se negó a saludar la fortísima ovación. Nada, en cambio, enturbiaría su apoteosis con “Andaluz”, más toro y más emotivo; le bordó un quitazo por chicuelinas y una faena de dominio absoluto, cadencioso temple y absoluta redondez.

El grito de “¡Torero!” resonaba a todo volumen cuando utilizó el acero y con media en lo alto hizo doblar al astado, cuyas oreja pasearía entre el júbilo general.

Al final no había la menor duda: el trofeo Covadonga era suyo.

CAMINO en México (doblón y natural) cuajó con QUERETANO una excelente faena, como fueron también las de ELOY (vitolina) y CAPEA (pase de pecho). Pero la tarde se la llevó MARTÍNEZ (dos orejas tras memorable cátedra)

Domingo 18: Camino en México, “Navideño” y el éxtasis

En su Caracterización del espectador taurino, Fernando Savater postula la existencia de un lastre inevitable en el bagaje emocional de todo buen aficionado a toros: lo llamó La Faena Eterna.

Aquella que iluminó a modo de revelación su historia personal, esa faena contra la cual compara, aun sin querer, todo el toreo posterior que a tal taurófilo le sea dado presenciar.

Una especie de sentencia anticipada, capaz de convertirse en muro infranqueable para toda faena futura.

La iluminación irrepetible que llevamos en lo profundo del sentimiento y la memoria.

No concuerdo del todo: el filósofo vascuence sitúa dicha faena eterna como el origen mismo de nuestra afición.

Cuando asistí, maravillado, a la poética conjunción que se produjo entre Francisco Camino Sánchez y el toro “Navideño” de Javier Garfias.

Plaza Santa María de Querétaro, domingo 18 de diciembre de 1977.

Quinto del mano a mano entre el sevillano y Manolo Martínez, que también estuvo genial esa tarde.

Ya llevaba andado buen trecho como adicto a las corridas y lector voraz de todo lo concerniente al tema.

En consecuencia, guardaba en mi archivo mental cierta cantidad de toros, toreros y faenas que podía considerar inolvidables.

Pero si la capacidad del toreo para suscitar dentro de mí sensaciones inefables no ha cesado.

Debo reconocer que ”Navideño” representa un más allá dentro de mis vivencias más entrañables.

La representación del sueño mayor al que puedan haber aspirado mi  mente y sentir de aficionado, la razón última para seguir yendo a las plazas y escribiendo de toros aun a sabiendas de que se trata de un gusto poco compartido en estos tiempos procelosos.

Martínez, doma y estética magistrales

“Aviador” fue el cuarto toro de un candente mano a mano cuyos protagonistas ya habían paseado una oreja cada cual por cada toro estoqueado, perfectamente ajustados los otorgamientos al rigor impuesto por un juez de plaza comprometido con el rescate de la seriedad del coso queretano.

Abanto y huidizo de salida fue el cárdeno de Garfias, y tan manso que en el primer tercio provocó tal caos de refilonazos, acosos y persecuciones que nadie hubiera esperado lucimiento alguno en la faena de Manolo Martínez.

Craso error, porque el regiomontano, resuelto a prolongar su cátedra de la víspera, sujetó la huida del bicho con mano maestra, lo centró sabiamente en el trapo.

Aguantando parones y gañafonazos, terminó por convencerlo de quién mandaba en el ruedo, e imponiéndole un temple absoluto y un valor tapado por la estética, acabó endilgándole un auténtico faenón, templado y cadencioso en los pasajes culminantes, además de estoquearlo con idéntica decisión para cobrar dos orejas de ley.

Maravilla de maravillas

De verde botella y oro vestía Paco Camino en México, y de grana y oro su alternante: hasta el mínimo detalle es esencial.

Las dos primeras faenas del camero no tuvieron tacha y sí arte y finura para dar y regalar.

“Navideño”, el quinto, era un animal negro, terciado y de preciosas hechuras que así que salió al ruedo no haría otra cosa que embestir y embestir, con un ritmo que el artista de Camas fue graduando desde el momento en que abrió el capote para veroniquear suavemente, sin prisas ni apreturas, las manos un poco altas todavía.

Vuelven a mí, como un compendio de perfección desde su ajuste, cadencia y explosiva hermosura, las chicuelinas citando de largo –Camino en México, fue el verdadero creador de ese quite–, y luego su brindis a Lorenzo Garza, el torero favorito de su padre.

Lo demás es un poco borroso, como los sueños, por más que he repasado muchas veces las principales crónicas –incluida la mía– y hasta una desvaída película del suceso.

Podría hablar de la fluida concatenación de pases de trincheras y de la firma hasta dejar a “Navideño” en los medios, y del crescendo como de sonata de una faena compuesta por series hondas e intensas por ambos lados sin que el pitón tocara jamás la muleta, que prolongaba las nobles embestidas con lentitud y redondez que no parecían de este mundo.

O de lo distintos que resultaban en Camino un solitario molinete, el lentísimo kikirikí, la trincherilla acariciante o los rotundos de pecho para rematar cada tanda.

Ese día comprendí que el toreo es algo que rebasa nuestra consciencia y que, cuando se apodera de ella, la transporta a confines inexplicables.

Lo había sentido ya, mas ni antes ni después lo experimenté tan plenamente como la tarde en que coincidieron en el bello coso queretano el arte de Paco camino y la alegría y la clase de “Navideño”, de Garfias. Camino en México

Lo que se dijo después

Repaso crónicas y otros textos: “Camino: la faena de su vida… rigurosa de forma pero no fríamente académica, sino traspasada por una emoción visible, bellamente contenida… ” (José Alameda, El Heraldo de México).

“Ha sido una de las faenas más perfectas, más toreras y emotivas de cuantas se hayan logrado en plaza alguna” (Macharnudo, Esto).

“Cuarenta y cuatro pases: cada uno un lienzo clásico de toreo eterno” (Luis Soleares, libro Dos Colosos,  de Rafael Loret de Mola).

“De la Santa María hemos salido conmovidos y saturados de arte divino… a la vez pensativos y meditando si el toreo no ha llegado ayer a su fin” (Tapabocas, Ovaciones).

“Manolo Chopera –su apoderado desde novillero—me confesó que “es la tarde más grande que ha tenido Camino”, hasta el extremo que al volver a La Mansión, el hotel donde se vestía en Querétaro, le oyó decirle a su esposa, que allí le esperaba: “Es el día que mejor he toreado en mi vida.

Hoy he inventado el toreo”. (Carlos Abella, biógrafo; volumen 11 de El Cossío). 

Manolete y Silverio. Historia de un cartel por HORACIO REIBA “ALCALINO”

Manolete y Silverio. Historia de un cartel por HORACIO REIBA “ALCALINO”. A finales de 1945, el panorama de la fiesta en México era el siguiente:

Una baraja de figuras cuya diversidad, personalidad y clase no tenía precedentes ni ha vuelto a encontrar sucesión, el antecedente inmediato de una primera temporada visitada por la nueva ola hispana –luego de ocho años sin intercambio taurino entre ambos países a raíz del boicot de 1936.

En que la torería local barrió sin contemplaciones con una representación ibera corta de alcances y de ánimo, y una expectación inmensa por conocer al fin al verdadero mandón de la baraja española, un enjuto cordobés, Manuel Rodríguez “Manolete”, del que se contaban maravillas capaces de agotar la fantasía más delirante.

Pocos notaron la ausencia en el derecho de apartado de Carlos Arruza, pareja del Monstruo en los propios cosos ibéricos donde el Ciclón Mexicano cerró el año con 108 corridas, que añadidas a cuatro más en nuestro país sumaron 112, cifra sin precedentes en la historia de la fiesta.

Manuel Rodríguez Sánchez «Manolete», había nacido en Córdoba (04.07.1917) y era hijo del modesto matador del mismo nombre y procedencia y de doña Angustias Sánchez, viuda a su vez de otro torero, Lagartijo Chico, de escasa nombradía.

Un antecedente curioso tenía al lado de Silverio Pérez, su padrino de confirmación en El Toreo: la novillada de principiantes en la que alternaron en Tetuán las Victorias (01.05.35), donde la poca prensa presente vio en Silverio a un chico valentón y descalificó a Manolete por codillero y soso, aun ponderada la derechura con que se tiraba a matar.

No se sabe cómo reaccionarían tales críticos cuando, a partir de su alternativa (Sevilla, 02.07.39), se convirtió en el torero que redimiría a España del marasmo y privaciones de la posguerra, provocando una conmoción no vista desde la llamada edad de oro, con Joselito, Belmonte y Rodolfo Gaona.

La corrida

Antonio Algara, el empresario de El Toreo, no mostró prisa para echar mano de su carta fuerte, y la presentación de Manolete no llegó hasta la sexta de la temporada.

Antes, el cordobés estuvo en Torrecilla, la ganadería zacatecana de la que procedía el encierro que despacharían, con el debutante cordobés, Silverio Pérez y Eduardo Solórzano. 

El llenazo se daba por descontado, largas colas de aficionados habían hecho guardia nocturna en torno a las taquillas y el papel se agotó días antes del festejo. Al sonar el clarín, no cabía nadie más en la plaza y se palpaba una tensa ansiedad en el ambiente.

Manolete vestía de celeste y oro, Silverio de rosa y oro y Eduardo un terno verde oscuro recamado del amarillo y reluciente metal. Las ovaciones los llamaron al tercio a saludar, primero Manolete y, a invitación de éste, sus alternantes mexicanos.

Se abrió el toril y apareció “Gitano”, un cárdeno oscuro muy fino y nada aparatoso.

Relato del Tio Carlos

 “Manolete –enjuto, erguido, tipo de torero de la cabeza a los pies—lanceó en varios terrenos pasándose cerca la bicho en los del lado izquierdo. Cerró con media imperiosa y precisa.

Y en quites hubo de dedicarse a la brega en vista de lo abanto del de Torrecilla. Parearon el español David y el mexicano Aguilar, y en el tercio se realizó la esperada confirmación de alternativa del hispano a manos de Silverio.

Manolete pidió la venia de la autoridad y fue a brindar al público. Ordenó que le pusieran al toro en sombra, en el tercio de contraporra…

Citó para el ayudado por alto… Y cuajó el pase sin mover ni una pestaña, repitiéndolo por el lado izquierdo. Intentó el natural, pero inmediatamente se cambió la muleta a la derecha para arrancar dos derechazos a la mínima distancia y agregar dos altos.

Y entonces puso su firma, un pase formidable por el mando y la cercanía de los pitones. Y cerró la serie con dos molinetes. Había llegado a la propia querencia natural del toro. En ese terreno, Manolete trazó tres derechazos, se echó la muleta a la izquierda y…  aquellos cuatro naturales fueron un prodigio.

Largos, mandones, suavísimos, toreando a la perfección en todo el tramo del pase, haciendo al animal revolver sobre la muleta para trazar el siguiente arco: fueron como un solo natural. Manolete liga con la izquierda como Silverio con la derecha.

El toro arrancó de pronto y Manolete, torero en todo momento… se lo llevó jugueteando hasta los medios en abaniqueo medido, pausado, preciso. Lo que en otros es un subterfugio de mala ley para eludir la faena, en Manolete fue recurso de gran torero para resolver un instante comprometido.

Momentos antes, con el toro en tablas, le había arrancado dos pases de los suyos (manoletinas) a distancia espeluznante, y se había sacado dos embestidas descompuestas con un par de molinetes –uno de ellos por detrás—verdaderamente de maestro.

Con el toro afuera ya, Manolete cambió el estoque (esto se veía en México por primera vez), citó a corta distancia, dobló la pierna izquierda y se dejó ir sobre el morrillo para media estocada que mató sin remedio.

Aquello fue el delirio, Manolete cortó las orejas y el rabo de “Gitano”, dio la vuelta al ruedo entre sombreros y prendas de vestir—que habían inundado el ruedo desde los naturales—y saludó en los medios.” (El Universal, 10 de diciembre de 1945)

Impresiones de Don Tancredo y de Roque Solares Tacubac

“Devoción litúrgica, solemnes ademanes rituales hay en el toreo de Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete”.

¡Y qué hondura emotiva, realzada por solemnidad inconmovible, aguante prodigioso y elegancia señorial! Lidiador de asombro, artista cuya personalidad amerita los más encendidos y apasionados elogios, justificó plenamente la fama de que vino precedido.

¡Por algo está en la cumbre de la celebridad y es el califa actual de la tauromaquia española!… Jamás la presentación de torero alguno tuvo este ambiente de frenesí… cuando se abrieron las puertas del coso, a las dos de la tarde, se precipitó la muchedumbre a los tendidos y en un instante llenó el graderío…” (La Fiesta, núm. 64. 12 de diciembre de 1945)

Don Tancredo (Roque Armando Sosa Ferreyro), era director-fundador del semanario La Fiesta, una de las mejores revistas taurinas editadas en México.

En su crónica consideró que “la media verónica con que Manolete remató sus primeros lances fue prodigiosa, monumental..”, y confirmó asimismo que ligó cinco naturales estupendos “que hicieron alfombrarse el ruedo de abrigos y sombreros”.

También invitó a “Roque Solares Tacubac” (anagrama del doctor Carlos Cuesta Baquero) a estampar su “Impresión manoletista”, como el ilustre galeno tituló un texto del cual cito algunos fragmentos:

“Manolete es la resurrección casi integral del inolvidable Antonio Fuentes (aunque) no tiene relieve en las suertes de banderillear… mas por la suficiencia para estar en el ruedo, el cordobés nos hace ver de nuevo en la arena al inmortal diestro sevillano, con igual señorío natural, ajeno a toda afectación… en lo referente a la postura que adopta para practicar los lances de capa y los pases con la muleta, no es la enteramente clásica de frente (pero) la quietud de los pies, el ritmo del movimiento de brazos y el llevar al toro bien centrado, dan a su toreo belleza escultórica y majestad… (para) la suerte de estoquear… se coloca cerca y en rectitud al cuerno derecho del toro –ayer, en el único que estoqueó no estuvo cruzado; su colocación fue enhilado y presentando el pecho.

Hizo el viaje con rectitud y sin excesiva rapidez… conforme a la manera clásica… (como) ya dije, analicé la actuación de Manolete empleando mi lupa de investigación taurina limpia y exento de prejuicios.”

“Espontáneamente agrego algo para ovacionar a Silverio. Estuvo en plan de hondo dramatismo y excelente torerismo.

Tuvo la rareza de emplear la mano izquierda para torear por naturales… En los derechazos, su especialidad, estuvo incomparable: se superó a sí mismo. Eduardo Solórzano: torerísimo en la faena de muleta al tercer toro y discreto con el quinto y el sexto” (La Fiesta, ídem).

Silverio con “Cantaclaro”

Como Solares Tacubac señala, Manolete sólo estoqueó un toro, pues su segundo, “Cachorro”, lo hirió cuando, aguantando mucho una embestida vencida, le marcaba la salida en el primer lance de capa: cornada grave de dos trayectorias en el muslo derecho.

Y el menor de los Solórzano, en la penúltima tarde de su vida torera, dio merecida vuelta al ruedo tras estoquear a “Llanero”, su primero.

Pero el otro gran suceso del día lo protagonizó Silverio Pérez que, dispuesto a vencer o morir, bordó antológico faenón con el cuarto de la tarde, “Cantaclaro”, cárdeno claro, antes de marcharse, también él, a la enfermería, con un puntazo infligido por su primero, que de “Exquisito” no tenía nada.

El Tío Carlos lo relató así:

“Es difícil de narrar… Silverio brindó a dos particulares y allá se fue, al tercio. Juntó los pies, se quedó muy quieto y ejecutó un ayudado por alto. Y uno de pecho maravillosamente iniciado en el que por desgracia perdió el trapo… Reanudó la cosa con un doblón y original adorno.

Y echándose la muleta a la izquierda, comenzó a torear por naturales. Fueron tres muy buenos, pero lo mejor del conjunto fue el pase de pecho… Siguió con un costadillo  saboreado y tres derechazos metido en el terreno del toro, citando a mínima distancia, más uno de costado aguantando la gazapeada.

Más derechazos, y tres pases de trinchera que fueron como uno solo, girando en el sentido del viaje del toro con una suavidad, una lentitud y un temple de sueño.

El cambio de muleta de una mano a la otra con que en la cara misma del socio cerró este capítulo fue de una belleza inenarrable. Continuó adornándose con medios pases y por la cara.

Y consiguió la igualada con un cambio en los propios hocicos. Y con mucha mayor rectitud de la acostumbrada tumbó a “Cantaclaro” de una estocada algo caída. Oreja, rabo, dos vueltas al ruedo. Ovación inacabable, indescriptible.

Una de las más grandes ovaciones escuchadas en El Toreo. ¡Vaya un monstruo tenemos acá! ¡Vaya un monstruo que tienen allá!” (El Universal, ídem)

Dicho por Manolete

Cuando, postrado aún en el sanatorio, alguien preguntó a Manolete sobre su cornada, el Monstruo contestó: “No fue el toro, fue Silverio.

Y en la última entrevista de su vida, publicada por el semanario valenciano “Triunfo” cinco días antes de la trágica tarde de Linares, el cuarto califa cordobés se refirió así a la tarde de su debut en El Toreo: “¿Cuál ha sido, para usted, el  momento más feliz de su vida profesional?… ¿Y el más desagradable?

Tras un instante de duda, Manolo respondió:

El día de mi presentación en México. Mi primer toro puede ser el momento agradable. Y el segundo el desagradable. En aquél corté oreja y me hice con el público mexicano. En el otro, una cornada grave me hizo pasar muy malos ratos, allí, lejos de los míos…”. (Triunfo. 23 de agosto de 1947).

Historia de un cartel por HORACIO REIBA “ALCALINO”

La quiteña, quite ideado por Alfredo Leal y Manolo Martínez

Historia de un cartel por HORACIO REIBA “ALCALINO”. Hacia finales de la década del 60, la feria anual del Señor del Gran Poder, en Quito, era organizada, en sociedad con el empresario ecuatoriano Fausto Torres, por Dominguito Dominguín, primogénito de la saga encabezada por el viejo Domingo González.

Luis Miguel, su hijo más célebre, había estoqueado el primer toro en la inauguración de plaza de Iñaquito, en 1960, y a partir de entonces, la feria anual, celebrada entre finales de noviembre y principios de diciembre, fue adquiriendo cada vez mayor fuste, siempre bajo la fórmula, habitual en la América del Sur, de plazas manejadas por casas taurinas españolas, aliadas a algún empresario local a fin de tener con quién compartir gastos aunque sin dejar por ello de controlar los elencos de toros y toreros de acuerdo con sus propios y españolísimos intereses. Historia de un cartel.

El acceso a espadas nacionales quedaba relegado a los carteles más modestos, y el de diestros de otros países sólo se daba como excepción a la regla. En la práctica, una expresión cabal del antiguo coloniaje hispano.

Séptimo cajón

Sin embargo, tal situación dio un vuelco inesperado cuando ciertas reglamentaciones locales empezaron a vedar el ingreso de reses iberas a sus territorios por razones sanitarias, y las empresas tuvieron que volver sus ojos y sus dólares hacia México en busca de una tabla de salvación.

Los ganaderos aztecas, por su parte, decidieron condicionar el envío de encierros al anuncio de cuando menos un matador azteca en los carteles en que sus astados figuraran.

El andamiaje de las ferias seguía en manos hispanas, pero la necesidad de ganado mexicano los obligó a transigir. Historia de un cartel.

Una razón añadida radicaba en el tradicional gusto con que los públicos sureños acogían a los paisanos de Rodolfo Gaona, Armillita o Carlos Arruza, circunstancia reforzada por el advenimiento de la joven generación que tuvo en Manolo Martínez a su principal pero no exclusivo representante.

Pues incluía a figuras de la talla de Eloy Cavazos, Curro Rivera y muy pronto también Mariano Ramos, destinados todos ellos de dejar honda huella al sur del continente, especialmente en Venezuela, Colombia y Ecuador, cuya feria capitalina contó ese año 68 con el regiomontano Martínez y el distritense Alfredo Leal.

Más veterano en comparación, pero en plena madurez artística, según había evidenciado la corta pero fructífera campaña española recién coronada por Alfredo con sendas puertas grandes en Sevilla y Zaragoza, nada menos. Historia de un cartel.

Aun así, su contratación llegó a última hora, como reemplazo del ausente Palomo Linares. Influyó, claro está, el anuncio de astados mexicanos con los hierros de Campo Alegre, Las Huertas y Mimiahuápam.

A esa exigencia de un torero mexicano por cada encierro de su nacionalidad que viajara a América del sur se le llamó entonces, no sin ironía, “el séptimo cajón”.

Una feria memorable

Historia de un cartel. Aunque la cartelería de la plaza de Iñaquito acusó, según costumbre, una proporción muy superior de presencia española, fueron los mexicanos los que cortaron el bacalao.

Leal, en tres comparecencias, cortó cuatro orejas. Paco Camino, El Cordobés, Dámaso Gómez y Miguelín también cosecharon apéndices, y el ecuatoriano Armando Conde  se erigiría triunfador en la corrida de seis espadas que puso fin al ciclo.

Esa tarde, el afán de Manolo Martínez por ratificarse amo absoluto de la feria lo llevó a exponer sin medida ante un bronco burel de Chalupas, vacada nacional, que lo prendió de lleno en un derechazo y le propinó una paliza que iba a provocarle tal conmoción que lo mantuvieron por varios días hospitalizado y en observación.

La quiteña

Justamente la víspera, en la sexta de feria, historia de un cartel, Leal y Martínez habían conmocionado a la afición no sólo con sus antológicas faenas de muleta.

Sino con el asombro de un quite, por chicuelinas al alimón, ante el primer toro y también en el último, provocando el delirio de los aficionados y el inmediato bautismo de su innovación como “la quiteña”.

Nombre con el que persiste hasta la fecha, al menos en la nación andina.

No ha habido en Ecuador cronista taurino más popular que Héctor Resines, quien firmaba como “Don Chicho” sus escritos y fungió como corresponsal de diversas publicaciones del exterior, incluidos periódicos y revistas de México y España.

Ante la sorpresiva intervención simultánea de Leal y Martínez aquel sábado 7 de diciembre de 1968, Don Chicho se desbordó:

La sexta corrida de la temporada ha sido un colosal triunfo para el toreo mexicano, pues Manolo Martínez cortó cuatro orejas y un rabo y Alfredo Leal dos orejas…

la emoción y el arte llevó a nuevos quites a los diestros aztecas, ante un público delirante que les gritó: ¡Toreros… Toreros… Viva México… Viva México!, al son de las notas de “Jalisco”… y al final los sacó en hombros. Tarde memorable.”  (Ovaciones, 10 de diciembre de 1968)

La crónica de “Don Chicho”

“Ante un público que abarrotó las aposentadurías del coso de Iñaquito, a las 12:30 hicieron el paseíllo Alfredo Leal, de celeste y oro, Paco Camino, de azul y oro, y Manolo Martínez, de grana y oro, cruzando el albero en medio de atronadora ovación.

Alfredo Leal, a su primero, de El Pedregal, lo saludó con verónicas y chicuelinas que se jalearon.

Luego del primer puyazo vino un quite entre Leal y Martínez, quienes simultáneamente citaron al burel para ejecutar “unas chicuelinas rematadas con revoleras” que fueron de escandalera y manicomio entre los aficionados.

La faena fue torera y alegre, con tela por alto seguida de derechazos inmensos ruidosamente coreados y adornos a base de pases de costado, lasernistas, manoletinas, abaniqueos y desplantes, torero y majestuoso siempre, entre olés y música, para matar de estoconazo.

Dos orejas, vueltas al ruedo y saludos reiterados. Su segunda faena, a un ejemplar de Mimiahuápam con 450 kilos, fue muy torera.

No colaboró el burel, que salió de varas con un palo enhebrado, pero Alfredo lo obligó a tomar derechazos y naturales para dejar media estocada efectiva.

Vuelta al ruedo devolviendo prendas.

Paco Camino… hizo a su primero faena de enorme calidad. Con el percal saludó al de Mimiahuápam con majestuosas verónicas.

La faena la brindó al embajador de España… doblones muy toreros para en seguida bajar la mano en series de naturales rubricadas con el forzado de pecho, molinetes, derechazos, otra serie de naturales, de pecho, molinetes y lasernistas, para dejar una estocada hasta la bola y cortar dos orejas y rabo, devolviendo en sendas vueltas al ruedo prendas de los aficionados…

En su segundo, de El Pedregal, la gente no comprendió las dificultades del burel, bronco y reservón, y no apreció la torera faena de aliño del torero de Camas.

Colosal Martínez

“Manolo Martínez es capítulo aparte. No hay palabras para describir lo que ha hecho esta tarde… A su primero, de El Pedregal, tan manso y huido que murió en el callejón, lo toreó con el percal por verónicas y chicuelinas inmensas. Un quite por las afueras hace perder la cabeza al más cuerdo (posiblemente tapatías, nota del autor).

Su labor con la muleta transcurrió en medio de olés, música y gritos de ¡Torero… Torero! y ¡Viva México…! Faena bordada, sacando gran partido de un manso que huía de su arte y saltó dos veces al callejón.

Lo toreó como los ángeles y luego de un estoconazo cortó las dos orejas y el rabo entre el delirio del público; dio vueltas al ruedo con el empresario Fausto Torres y saludó desde el tercio con sus alternantes… Igual característica tuvo su faena al sexto de la tarde, de Mimiahuápam, al que descompuso de salida un espontáneo… Nuevo quite con Alfredo Leal y Manolo Martínez toreando al alimón que puso la plaza en delirio.

El viento molestó su labor de muleta, pero con casta y valor Manolo cuajó otra faena inmensa por naturales, derechazos, molinetes y regiomontanas para, luego de otro estoconazo, cortar dos orejas en medio de gran frenesí.

Para Martínez y Leal hubo gran ovación y salida en hombros…

Una corrida para la historia. Los mexicanos han apretado los machos a sus alternantes hispanos y al final, Quito ha gozado la mejor temporada que aquí se recuerde. (ídem). Historia de un cartel.

El Jesús del Gran Poder para Manolo

La entrega del trofeo al triunfador máximo demoró algunos días, hasta que el pletórico regiomontano fue dado de alta tras su conmoción del domingo 8; sólo entonces pudo comparecer en el convento franciscano donde anualmente se celebra dicha ceremonia.

En la capital de Ecuador Manolo Martínez toreó 12 veces a lo largo de su carrera.

Y cortaría otro rabo, a un toro de San Martín, en corrida de la Prensa en que alternó con Luis Miguel Dominguín y Santiago Martín “El Viti” (10.06.72).


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