Ante el golpe bajo y con visos de definitividad que la política sin brújula le asestó a la Fiesta en la capital las reacciones han sido de tres tipos: furia desencadenada (aunque de corta duración), pasmo y resignación, o, por último, búsqueda de alternativas viables para tratar de revertir la cancelación arbitraria de cinco siglos de tauromaquia en México.
Lo que sigue es una conversación sobre todo eso que involucra a tres leales aficionados:
Taurino 1 (T 1), Taurino 2 (T 2) y Taurina (Ta). Escuchémoslos con atención.
T 1: Bueno, ya nos metieron todo el estoque.
T 2: Hasta la empuñadura… Nada más falta la puntilla: que se haga ley federal la muerte del toreo, del toro de lidia, de lo que queda de la afición mexicana…
Ta: No estoy para nada de acuerdo. Que falta de casta, por Dios. Y se dicen aficionados…
T 1: Momento, yo voy a los toros desde niño. Pregúntenme a qué toreros vi: mexicanos,
españoles, franceses, portugueses, sudamericanos… de Manolo para acá…
T 2: Yo empecé a ir cuando estudiaba en el Poli, me engancharon unos compañeros. Luego me sumé a la Porra de Ingenieros, éramos docenas, con lugar propio en la México y toda la cosa. Varios, los más lanudos, viajaban cada San Isidro a apoyar a nuestros toreros.
Ta: ¿Y con todo ese bagaje se están dando por muertos? ¿Pues qué clase de afición es la suya? Yo me hice aficionada por un novio que tuve y que no se perdía una. Me llevó casi a la fuerza y desde el primer día quedé deslumbrada, enferma perdida. Nuestro noviazgo no duró mucho, pero mi afición era para siempre. Convertí sin problemas a mi esposo, aunque de mis dos hijos solamente al más chico le prendió la vacuna. A sus diez años se la pasa dibujando toritos en sus cuadernos.
T 2: Tú eres sicóloga, dinos: ¿qué tan perjudicial para la mente de un niño es llevarlo a los toros? Porque ese es uno de los argumentos de los antis, muchos de ellos insisten en que se debe prohibir la asistencia a las corridas de menores de edad.
Ta: Esas son monsergas sin ninguna base científica. Nada más véanse ustedes mismos, o pregúntense cuantos aficionados que conozcan pueden ser acusados de crueles o violentos. Alguno habrá con pulsiones de ese tipo, pero yo les puedo asegurar que sicópatas, sociópatas, narcisistas, mitómanos y sádicos se encuentran a montones en los estadios deportivos, en los centros laborales, hasta en las congregaciones religiosas, por no hablar de funcionarios gubernamentales. A más de uno lo traté profesionalmente…
T 2: Lo que pasa es que se está usando la ciencia como instrumento para atacar a la Fiesta.
Ta: Es puro oportunismo. Porque la ciencia indaga por sistema sobre porciones concretas de la realidad, y la incomprensión –la característica más destacada de los taurófobos– jamás sirvió para revelar la verdad acerca de nada. Al contrario: la oculta, la distorsiona.
T 2: Y cuando se les menciona el tema de los toros en el arte pasa lo mismo. El otro día, un caricaturista alegaba que Goya pintó tauromaquias pero también escenas de la guerra, queriendo dar a entender que tan horrible una cosa como la otra. Y nadie se atrevió a aclararle lo obvio: que la pintura –como la literatura, la escultura, la música, la danza, la poesía…– han abordado ambos temas pero desde perspectivas completamente opuestas. La guerra, para abominar de ella como el flagelo de la humanidad que es; el toreo, para exaltar su belleza, honrar a sus protagonistas, mostrarlo como una más de las bellas artes.
T 1: Hablando de moneros, hubo otro que se burló del rechazo que el engendro ese de corrida incruenta ha suscitado entre los taurinos. “Lo que les gusta a esos degenerados es ver correr la sangre –decía–… Pues que les pongan gradas en los rastros y listo”.
T 2: Lo chistosito no quita lo tontuelo.
Ta: Es que la falta de empatía ciega. Y el odio ciego engendra fanatismos, que son el camino más directo para distorsionar la realidad y deshumanizar al diferente. Actitudes así anulan toda posibilidad de diálogo.
T 2: A la jefa de gobierno le encanta fotografiarse apapachando perros y gatos. Pero más grave fue que se erigiera en jueza de cinco siglos de tauromaquia en México para salir con su decreto de corridas libres de violencia, y encima piense que creó el invento del siglo ¿Tú como calificarías a una persona que firma un reglamento tan absurdo como ese?
Ta: Cuando se tiene tanto poder hay que poner mucha atención para no dejar de tocar piso ni ceder a la tentación de la omnipotencia; no creerse que, puesto que mucho se puede, de todo se sabe. Puede ser un caso de autoengaño no patológico, aunque habría que explorarlo más de cerca. La soberbia, la arrogancia, son muy malas consejeras.
T 1: ¿O sea que…?
Ta: Creo que se dejó ganar por la prepotencia y quiso ponerse creativa: visualizó la cultura taurina como algo muy menor, un juguete viejo, y creyó que podía meterle mano impunemente, que la ley sobre bienestar animal le daba la cobertura necesaria. Pero la verdad es que su decreto es una muestra de ignorancia e irresponsabilidad. La señora está evidenciado supremacismo moral y un extraño gusto por la censura, lo cual es muy grave. Agréguenle que, en política, cuando se enfrentan tantos problemas reales sin encontrarles solución conviene inventarse uno que por decreto, mágicamente, se resuelva solo.
T 2: Dices que hay que luchar por nuestra Fiesta. ¿Cómo? ¿Qué sugieres al respecto? Porque los taurinos estamos en minoría y tenemos encima una avalancha de censores.
Ta: Toca actuar a cada quien desde su trinchera con más ardor que nunca. Los toreros como gremio –¿todavía existen sus uniones y asociaciones o las exterminó por completo Herrerías?… Habría que revivirlas…–; los aficionados desde peñas y grupos para entrarle sin miedo a la autocrítica y dedicarnos a la divulgación de la cultura taurina, tan olvidada,
programando mesas redondas, conferencias, exposiciones, exhibiciones de películas y videos. La prensa volviendo a difundir no sólo las notas del día sino la historia del toreo –la de nuestro país es riquísima–, la de cada época, plaza, región, con sus corridas memorables y sus anécdotas, tragedias, héroes y figuras ¿Qué sabe el público de hoy de siglos de tauromaquia? Es hora de que la historia y la cultura taurina vuelvan a ser tema. T 1: Se abandonó también la televisión. Otro error garrafal…
Ta: Pues habrá que agarrar a ese toro por los cuernos. Comprar espacios en horarios adecuados, no de madrugada. Pero eso ya no nos toca a nosotros, ojalá aflojaran su lana algunos de esos magnates que se la gastan recorriendo mundo y presentándose cada año en la feria de Sevilla, en San Isidro, por aquí y por allá. Es hora de que demuestren su amor por la Fiesta y hagan algo por los aficionados de su país.
T 2: ¡Uy! Pero esas finísimas personas muy generosas no son y, en el fondo, México es lo que menos les importa, con o sin fiesta de toros… Y hablando de gente así, se nos están olvidando los ganaderos y los empresarios, dos actores fundamentales.
T 1: Si la afición se fue alejando de las plazas fue porque cojearon, sobre todo, esas dos patas de la mesa. Yo no recuerdo haber oído a un solo ganadero que haya reconocido la pérdida de casta y bravura del toro mexicano, siendo que precisamente a eso se debió el alejamiento del público, cansado de la monotonía y la falta de interés de las corridas. Y de los empresarios mejor ni hablar.
T 2: Las empresas monopólicas son las que descuidaron el cultivo del talento nacional para refugiarse en unos cuantos figurines extranjeros, centrando en ellos su publicidad y reservándoles toritos a modo que son la negación de la emoción y la bravura.
T 1: Pero fuera del circuito “grande” todavía sobreviven empresarios provincianos que exponen su dinerito y hacen lo que pueden por mantener vivas sus ferias regionales.
T 2: Tú sabes mejor que yo que en esos festejos el reglamento es letra muerta y la fiesta con mucha frecuencia deriva en pachanga. Mucho alcohol y poca seriedad.
T 1: Estoy de acuerdo. Pero, en este mundo al revés ¿qué papel nos toca jugar a los simples aficionados? ¿Ir a esas novilladas afeitadas pagando precios de corrida de lujo?
T 2: ¿O agarrarnos a los catorrazos con la policía en marchas de protesta que, para funcionar, tendrían que ir acompañadas con docenas de pancartas con frases laudatorias al toreo de intelectuales y artistas de todas las épocas, cosa que a nadie se le ha ocurrido?
Ta: Todo menos rendirnos. Aprender a defender la cultura taurina ante cualquiera. No dejarnos ahogar por la corriente de moda cuando que tenemos razones de sobra para salir adelante en una discusión…
T 1: Hablando de reaccionar con casta e imaginación me acabo de acordar que, cuando cerró la México durante mucho tiempo por un pleito entre el doctor Gaona y el entonces regente de la ciudad, Jaime Rojas Palacios se las ingenió para organizar unas corridas fingidas en la explanada de entrada del coso; unos aficionados hacían de toros y otros de matadores con sus cuadrillas completas; llevó una buena banda de música y no faltaban ni el alguacil ni el juez de plaza ni monosabios, mulilleros y demás. Y aquello se atascaba de gente, tanto era el deseo de no dejar que la fiesta se perdiera. Fue a finales de los ochenta, la década con menos festejos en la tormentosa vida de la Monumental.
Ta: Yo me apuntaría de monosabia…
T 2: Sabia eres y acabas de demostrarlo. Y en cuanto a mona yo diría que mucho, dicho sea con el debido respeto.
En eso, nuestros amigos son casi arrollados por un tropel de perros cuyas elásticas traíllas son diestramente sujetadas por una sola persona, que sin embargo no pudo impedir que el más enorme, con tipo de mastín, soltara su contenido intestinal en mitad del camellón. Aun así alcanzaron a distinguir, en el vidrio trasero de un carrazo que dejaba escapar a todo volumen las notas de un corrido tumbado, la conocida leyenda “La tortura no es arte ni es cultura”. Tres ruidosas motocicletas competían en zigzag, sus mochilas a bordo decían Fud o algo así; un camión cargado de cascajo soltaba gruesas bocanadas de humo negro… Pero la calidad de vida de la ciudad está a salvo, gracias a Dios y al progreso que trajo el siglo XXI con su inteligencia artificial, su compasiva protección de seres sintientes, sus benditas redes sociales…
Alcalino ha compuesto una formidable pieza literaria , y taurina y ha puesto en la escena a un taurino que polemiza con un legislador tras la decisiòn del Concejo de la Ciudad de Mèxico de deformar la corrida eliminando los tres tercios lo que harà inviable cualquier festejo en la capital federal.
Este debate es muy esclarecedor sobre nuestros argumentos y desmonta el infundio, la mentira y nunca mejor expresado la deformaciòn de este ritual, la tauromaquia.
EL DEBATE :
Taurino: Con la improcedente alcaldada del día 18 se están liquidando cinco siglos de uno de los acontecimientos más singulares de la historia y la cultura popular de la ciudad de México.
Legislador: En absoluto. México votó por la paz y lo que hemos hecho es eliminar desde un gobierno y una legislatura sensibles el último vestigio de la barbarie en su forma más anacrónica y sangrienta: las corridas de toros.
Taurino: La fiesta de toros podrá ser cruda pero no cruel, dicho esto, entre muchos otros y de muchas maneras, por filósofos como José Ortega y Gasset y Fernando Savater, y por autores como Camilo José Cela, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, tres premios Nobel de literatura, como lo fue Ernest Hemingway, también taurófilo declarado.
Legislador: Hablas de otros tiempos y de mentalidades ya superadas, propias de generaciones menos conscientes y compasivas que las actuales.
Taurino: Eso que dices es algo muy difícil de sostener a la vista de lo que está ocurriendo en Gaza, Ucrania, Estados Unidos o… Teuchitlán.
Legislador: Mencionar eso ahora es jugar sucio. Es apostar a la politización con fines perversos de una medida de salud pública que va a contribuir a mejorar la calidad de vida en nuestro país, empezando por su capital.
Taurino: Habría que demostrarlo.
Legislador: Todo mundo sabe que mantener como estaba un espectáculo donde se tortura y se da muerte de seres sintientes sólo puede contribuir a envenenar el ambiente social, sembrando semillas de violencia y corrompiendo la compasión entre los aficionados a ese espectáculo salvaje y absurdo.
Taurino: Tus palabras son duras pero sobre todo gratuitas. Insultas no sólo a la fiesta brava sino a quienes viven de ella y a cuantos disfrutamos de la cultura del toro. Incurrir en semejante falta de respeto exige una explicación. Y para que ésta sea válida, pedimos que, si así se nos maltrata, cuando menos sea sobre las bases de un mínimo conocimiento de lo que ustedes han juzgado, condenado y suprimido.
Legislador: ¡Pero si es así, no hay aquí exageración ni insultos! Como la jefa de gobierno declaró ante los medios, nos respalda un 85 por ciento de la ciudadanía consultada, contraria a las corridas de toros.
Taurino: Sabemos de tu ciega confianza en las encuestas, que no compartimos; pero a ver: ¿se preocuparon ustedes y sus encuestadores en hacer pública su metodología, el campo de aplicación, el rango de confiabilidad? ¿Serían capaces de dar a conocer las preguntas del cuestionario para que podamos conocer si estaban redactadas equilibradamente o
inducían a las respuestas esperadas? ¿Y hubo modo de averiguar si los encuestados sabían de qué se hablaba o respondían de oídas, en consonancia con la corrección política en boga? Porque la demoscopía se supone que es una ciencia. Inexacta, pero que aun así requiere manejarse con rigor y cuidado.
Legislador: Una mayoría tan aplastante no necesita de más explicaciones. Y la votación en el Congreso de la ciudad tampoco: 61 votos a favor de la tauromaquia sin sangre, un solo voto en contra. Por única vez, la oposición votó con Morena en apoyo a la propuesta de la jefa de gobierno.
Taurino: Para nosotros, lo único que eso demuestra es hasta qué punto se ha venido trabajando durante décadas para invisibilizar la cultura taurina, que alguna vez fue pasión nacional. Y también, si me permites agregarlo, la irresponsabilidad con que se legisla en México.
Legislador: Lo primero sería, en todo caso, responsabilidad de ustedes, dicho sea sin conceder eso de pasión nacional, tal vez válido para la España franquista solamente.
Taurino: Es verdad que la fiesta brava se descuidó en México durante décadas y lo pagó con un notable descenso en su fuerza de penetración popular. Pero lo que dices a continuación solamente revela tu ignorancia absoluta sobre el tema y la historia.
Legislador: Más ignorante es quien no sea capaz de respetar la vida y el bienestar de seres sintientes, como la ciencia ha demostrado que son los toros y otros mamíferos. Y si las corridas ya estaban en decadencia en México como lo acabas de reconocer, entonces nuestra propuesta de una tauromaquia sin derramamiento de sangre deberían verla los taurinos no como un agravio sino como su última oportunidad de supervivencia. A salvo la tradición que dicen amar, pero ahora sin violencia.
Taurino: El concepto de sintiencia significó en un principio percepción del sufrimiento, y para sufrir se requiere conciencia racional del dolor y certeza anticipada de la muerte; la sintiencia es, por lo tanto, un complejo temblor existencial exclusivo de la psique humana, no dolor a secas. En todo caso, más sintientes que los bóvidos pueden ser las hormigas, las abejas, ciertas aves, los castores… y se sabe que las moscas comparten más del ADN humano que los toros. Pero ninguna de estas especies ha merecido la conmiseración y activismo de los antitaurinos. Esas contradicciones los reducen a ustedes en la categoría de politiqueros oportunistas.
Legislador: De politiqueros es no reconocer el gran paso hacia la cultura de la paz que ha dado la ciudad de México, no sólo su Congreso sino la inmensa mayoría de sus ciudadanos. Y además estamos siendo generosos: en vez de
suprimir la tauromaquia le damos la oportunidad de subsistir en una versión digna del siglo XXI, sin sangre ni violencia.
Taurino: Además de repetitivo tu discurso suena, con perdón, muy demagógico. Legislador: Lo que pasa es que la derecha sólo sabe defender sus privilegios y eso incluye los trasnochados gustos de tantos conservadores deseosos de seguirse exhibiendo con puro, mujer y alcohol en las plazas de toros. La tauromaquia es machista y misógina por naturaleza. Y este es un tiempo de mujeres.
Taurino: Más demagogia barata, mi amigo. Para tu conocimiento, en su época de oro el toreo en México fue confluencia masiva en las plazas de toros de todos los estratos sociales, un gozoso ejercicio familiar de democracia en libertad. Pero no eludamos la pregunta, ¿se fueron ustedes por la libre con su disparate taurómaco convertido en ley o fue resultado de un consenso entre todas las partes involucradas, como por obligación debe corresponder a cualquier decisión legítimamente democrática?.
Legislador: Somos un Congreso respetuoso de las leyes, y la ley sobre bienestar animal y en contra del maltrato está consagrada en la Constitución General de los Estados Unidos Mexicanos.
Taurino: Eso suena a sermón rancio; además no estás contestando lo que te pregunté.
Legislador: Claro que hubo una amplia consulta previa. La propuesta de la jefa de gobierno nace de la voluntad de compaginar la preservación de las tradiciones con la modernización de las costumbres y el respeto absoluto a los seres sintientes.
Taurino: ¿Hablas de derechos humanos para los animales? ¿En eso consiste poner al día la tradición y las costumbres, que son cosas distintas por si ustedes no lo saben? ¿Y el camino para lograrlo es la censura, un recurso tradicional de los poderes dogmáticos y los gobiernos autoritarios?.
Legislador: Nunca como hoy hubo tanta democracia en México.
Taurino: Pero déjeme terminar la idea: dices que el engendro llamado tauromaquia sin violencia fue consensuado –¿por qué Comisión? ¿quiénes la integraron?–, que tuvieron participación representantes de quienes viven económicamente del toreo –nombres, nombres–. Yo –nosotros— denunciamos la absoluta falsedad de esa afirmación. Porque ninguna persona medianamente informada en materia taurina aceptaría disparates como una lidia de diez minutos sin el castigo en varas, ni el desahogo que el tercio de banderillas se le permite al toro antes de la faena de muleta, y mucho menos el retorno de ese hipotético bicorne con sus astas forradas para hacerlo incapaz de herir a su paraíso campirano, que lo es verdaderamente, y más si comparamos su crianza como
amo y señor de la dehesa con el hacinamientos en que se mantiene a otras especies comestibles antes de convertirlas en picadillo mediante métodos, esos sí, atroces en la práctica y para nada atentos a si se trata o no de seres sintientes. Legislador: Bueno, pero su muerte no es pública ni se hace por diversión.
Taurino: Lo cual si algo denota es la hipocresía, de la sociedad en general y de ustedes — políticos y legisladores– en este asunto particular. Pero además está el daño económico que se inflige al comprometer el futuro de quienes se ganan la vida a través de profesiones y oficios ligados a la tauromaquia y cuanto la rodea. Por cierto, son menos los toreros, ganaderos, apoderados, empresarios y periodistas a los que automáticamente se les está suprimiendo su derecho al trabajo que los miles de familias ligadas en alguna forma a la economía de la corrida, desde vaqueros, caporales, veterinarios y agricultores hasta transportistas, comerciantes, hoteleros, restauranteros, artesanos, impresores, cartelistas, carniceros, empleados de las plazas y quien sabe cuántos afectados más. Por lo visto, todas esas personas y quienes de ellas dependen no deben ser tan sintientes ni dignos de atención como lo es el toro de lidia. Una variedad animal a la que de paso están condenando a desaparecer sin que les importe que forma parte de la fauna endémica de nuestro país. Esto, la defensa de la biodiversidad nacional, también está consagrada en la Constitución, cosa que ustedes callan. Ya sea por ignorancia —una más—o porque vende menos imagen que la supresión de las corridas, tan aplaudida por las mayorías con mayor fuerza y entusiasmo conforme menos sepan y conozcan de historia y cultura taurinas. Legislador: Si ya terminaste yo me marcho. Mis altas responsabilidades me llaman a atender otros asuntos igual de importantes o más que este de los toros.
Con permiso.
Y nuestro legislador se levantó y se fue, como la firmeza de quien parte plaza pero acusando ya cierta tendencia a rajarse y barbear las tablas, como ser sintiente al fin y al cabo.
Mientras tanto, el desolado taurino mexicano se quedó pensando que, a pesar de los pesares, existen argumentos más que suficientes para revertir los efectos del ramalazo legaloide, pero sólo a condición de que quienes dicen amar la Fiesta sepan unir inteligencias y recursos, y demostrar ese amor presentando buenas razones ante los tribunales en vez de seguirse lamentando.
El documento expuesto en el foro de las culturas taurinas en las Azores bien puede ser la mejor guía con sólidos argumentos en defensa de la tauromaquia ante la arremetida del antitaurinismo.
El documento lo elaboró don Lorenzo Clemente.
Y responde a cuestiones vitales como si es legítimo prohibir , o ceder en aspectos fundamentales como el rito de la muerte?
Y sostiene con absoluta contundencia : prohibir manifestaciones culturales y artísticas porque resulten deleznables para algunos es inadmisible en cualquier régimen que respete los derechos humanos
Y afirma sin dubitaciones : La tauromaquia es un rito minoritario pero deben respetarnos porque hace parte de la esencia de la democracia.
El animalismo, en todo caso, va tratando de imponer su absurda e hipócrita ideología toda la vida social.
En primer lugar quiero felicitar a los organizadores de este nuevo Foro de la Cultura Taurina por la organización de este encuentro y, por supuesto, porque hayan contado conmigo para compartir con ustedes algunas reflexiones sobre los fundamentos legales para la protección y la defensa jurídica de la tauromaquia.
Unas reflexiones que realizaré no desde la perspectiva de la normativa de un país concreto (aunque a veces sí cite alguna), sino teniendo en cuenta principios jurídicos generales que informan todas las legislaciones y lo que establecen algunos tratados y declaraciones de organismos internacionales.
REFLEXIONES PRELIMINARES Como todos ustedes saben perfectamente, el antitaurinismo forma parte de la tauromaquia. Siempre ha habido antitaurinos. Sin embargo, sus fundamentos y formas de actuación han variado mucho a lo largo del tiempo.
Durante siglos las prohibiciones estaban basadas en razones religiosas y vinculadas con la salvación física y moral de los que intervenían en las corridas de toros. Más tarde, los ilustrados alegaron razones económicas y, a caballo entre los siglos XIX y XX los noventayochistas en España condenaban los toros y el flamenco porque eran tradiciones bárbaras que nos alejaban de Europa.
Sin embargo, en los últimos años, tanto los fundamentos en los que se basan los antitaurinos como el entorno político en el que nos movemos hacen que su ataque sea mucho más peligroso.
En la actualidad, en primer lugar, la prohibición se fundamenta principalmente en el animalismo. Luego volveremos sobre él, pero digamos ahora que es una corriente de pensamiento que sostiene que todos los animales con capacidad de sentir deben tener una misma consideración, lo que significa que el ser humano no tiene una posición de preeminencia frente a ellos.
Pero, además, esto se amplifica en una política dominada en todos los países por el populismo. Los grupos populistas se autoerigen en los únicos representantes legítimos del “pueblo”. Para ellos las opiniones mayoritarias (o las que ellos consideran como tales) deben convertirse automáticamente en normas legalmente vinculantes.
Aunque ello suponga vulnerar derechos individuales, acabar con el debido respeto a las minorías o eliminar los contrapesos propios de cualquier Estado de Derecho. El problema aquí es que estamos hablando de algo que va mucho más allá de la tauromaquia. De lo que estamos hablando es de la propia esencia de la democracia. Ahora parece que democracia es que quien tiene una mayoría de votos, directamente o sumando a cambio de concesiones los votos de partidos con tendencias de lo más variopintas, pueda arrasar con todo. Se olvida que la democracia es, por supuesto, que gobierne quien tiene la mayoría de los votos. Pero que lo haga respetando los derechos y libertades fundamentales de todos y en un escenario de una rotunda división de poderes y de equilibrios y contrapesos que limiten la actuación de los gobernantes. Sin esto, hablar de democracia es sencillamente una burla.
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Pero además del populismo, en la actuación política comienza a abrirse paso una tendencia en la que las leyes ya no atienden a la realidad de las cosas o a la racionalidad, sino a reconocer y proteger determinados sentimientos. De este modo, si la existencia de la tauromaquia atenta a la sensibilidad o los sentimientos de algunos a quienes les duele el sufrimiento de los toros de lidia ello es motivo suficiente para su prohibición. Este pensamiento “woke”, que pretende informar todo el ordenamiento jurídico, exige no sólo la prohibición sino incluso la eliminación del discurso público de aquello que se considera ofensivo. Y, para muchos, la tauromaquia lo es. Por eso no sólo es que haya que prohibirla, es que es necesario que desaparezca de todos los ámbitos públicos, incluyendo los medios de comunicación, llevando a la tauromaquia a esa espiral del silencio de lo que no es aceptable en sociedad.
En las últimas semanas algunas de las principales empresas propietarias de redes sociales (el caso de Meta es paradigmático) está replanteando su política de control de contenidos para favorecer la libertad de expresión. Veremos si es así y si esto llega también a la posibilidad de mostrar imágenes y discursos taurinos en estas plataformas o si se queda en un debate centrado exclusivamente en la posibilidad de lanzar o no ciertos mensajes políticos.
Finalmente, los nuevos grupos políticos que tratan de prohibir la tauromaquia tienen una característica común en todos los países taurinos, incluyendo España (salvo probablemente Portugal y Francia): su aversión a los elementos que han conformado la identidad y la cultura española a través de los siglos. Reivindican lo diverso, lo distinto de cada territorio y de cada grupo social, lo indígena, lo autóctono, pero tratan de reescribir, demonizar, prohibir y ocultar lo que permite construir una historia común secular de España, o vinculada con España. Y para alcanzar este objetivo prohibir la tauromaquia es un objetivo ineludible porque es uno de los principales símbolos de lo español en el mundo.
En este escenario, la defensa jurídica de la tauromaquia se hace extraordinariamente compleja. Porque entran en juego una serie de cuestiones (apelación a los sentimientos, amor a los animales, odio a lo español en muchos casos,…) que hacen casi imposible un debate racional, jurídicamente racional, sobre la legitimidad de la tauromaquia o si es lícita su prohibición.
Por eso, la defensa de la tauromaquia no puede ser sólo jurídica, sino que tiene que venir acompañada de la elaboración de un discurso y una estrategia que integre otros elementos (defensa del entorno rural, de oficios tradicionales, de la biodiversidad,…). Sobre todo, porque cada vez más, se convierte en jurídico lo que decide quien tiene el poder, sea razonable o no, sea justo o no lo sea.
Pero ahora, aquí, se trata de exponer cuáles son los fundamentos para defender y proteger la tauromaquia desde un punto de vista legal. Y estos fundamentos son su carácter cultural, el modo en que supone un elemento de diversidad cultural y su relevancia como actividad de creación artística. Valores que son más relevantes jurídicamente que la apelación al daño que se infringe al toro durante la lidia o durante la celebración de los festejos de tauromaquia popular. Y desde luego mucho más relevante que los sentimientos de quienes no le gustan o incluso sienten repugnancia por la tauromaquia.
Resumen de la situación legal de la tauromaquia
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Pero antes de determinar por qué las razones para proteger la tauromaquia son más poderosas que para prohibirla vamos a hacer un repaso muy somero sobre la situación jurídica en la que se encuentra la tauromaquia en cada uno de los países taurinos. Me perdonarán ustedes las imprecisiones que supone una exposición tan sintética (y mi desconocimiento de las particularidades de los sistemas jurídicos de cada uno de los países), pero creo que nos ayudará a enfocar cuáles son las características de los ataques y también cómo se ha conseguido una mejor protección y defensa jurídica.
EMPECEMOS POR LOS PAISES AMERICANOS
: ● En Perú, el pasado mes de diciembre se aprobó el reconocimiento de la tauromaquia y de la “gallística” como manifestaciones culturales. El objeto de la iniciativa, como explica la propia página web del Congreso peruano, “es reconocer las prácticas tradicionales de la tauromaquia y de la pelea de gallos como manifestaciones culturales y expresiones del pluriculturalismo nacional, así como promover su salvaguarda y desarrollo sostenible en el marco del derecho fundamental de acceso a la cultura.”.
● En Ecuador la situación es mucho más compleja. En 2011 se realizó un referéndum en el que se consultó si cada municipio debería poder prohibir, si así lo decidía, los espectáculos que tuvieran como finalidad dar muerte al animal. Su resultado global fue afirmativo, aunque en muchas zonas, sobre todo rurales, se votó mayoritariamente en contra de que fuera posible esta prohibición. Pero, por ejemplo, en Quito El referéndum está impugnado en la Corte Constitucional, que aún no se ha pronunciado, y el asunto se ha complicado con una sentencia de la Corte Constitucional de 2022 que declara a los animales sujetos de derecho, algo que no se sabe muy bien cómo puede acabar impactando en los festejos que se siguen celebrando en distintas localidades.
● Hablar de la situación de Venezuela resulta ahora especialmente doloroso. No por la tauromaquia, sino por la democracia, la libertad y los derechos humanos. En el ámbito taurino la situación política ha incidido de un modo más práctico que jurídico. La dura situación social y económica ha hecho que la tauromaquia haya dejado de tener la pujanza que siempre tuvo. Jurídicamente no está prohibido, la competencia en relación con los festejos taurinos es de ámbito municipal y esperemos que la vuelta de la democracia y las libertades venga acompaña de una recuperación de la actividad taurina.
COLOMBIA
● En Colombia el pasado año 2024 se aprobó una ley que prohíbe la celebración de corridas de toros, prohibición que entrará en vigor a mediados del año 2027.
El acoso contra la tauromaquia empezó en 2010. Poco después la Corte Constitucional analizó la necesidad de equilibrar el carácter constitucional de la protección animal con el derecho y promoción pluricultural de la nación, ordenando al legislador regular las diversas manifestaciones culturales en las que se utilizaban animales, entre ellos las corridas de toros, dejando la puerta abierta a la prohibición si se consideraba que existía maltrato animal. En este debate se planteó también que el poder legislativo regulara y “morigerara” las practicas tradicionales con animales para compatibilizar el derecho a la protección animal y el derecho a mantener las manifestaciones culturales (“morigerar” es reducir el posible maltrato animal, lo que abre un debate tremendamente complejo).
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● Y por acabar con los países americanos, en Méjico la competencia en materia taurina es de cada una de las entidades federativas, o incluso de los municipios, lo cual da lugar a que en algunos territorios exista la prohibición de celebrar festejos taurinos y en otros, sin embargo, se sigan celebrando. Los ataques no han cesado, y la inclusión en la Constitución del reconocimiento del bienestar animal hace que algunos grupos traten de conseguir una prohibición generalizada. Por su parte, en su momento un estado (Nayarit) declaró las corridas de toros patrimonio cultural, decisión que fue recurrida y en relación con la cual la Suprema Corte de Justicia de la Nación declaró que esa declaración debería efectuarse, en su caso, por la Federación. Algo que no ha ocurrido. En el ámbito europeo, la situación también tiene particularidades en cada uno de los países: ● En Portugal, la ley que actualmente regula la tauromaquia es de 2002 y prohíbe dar muerte a los toros en público, salvo en municipios con más de 50 años de práctica ininterrumpida, lo cual se pudo probar en dos localidades. Además, se prohibió la “suerte de varas”, que en ese momento se practicaba con regularidad en algunas plazas. En los últimos años ha habido iniciativas legislativas de distinto tipo que trataban de atacar la tauromaquia. Algunas han tenido escaso recorrido, como las que trataban de lograr su prohibición o impedir la asistencia de menores o la retransmisión por televisión de festejos taurinos. Otras sí han tenido éxito como es la que aprobó un incremento del IVA (Impuesto sobre el Valor Añadido) de las entradas de festejos taurinos superior al de otras actividades culturales. En todo caso, la situación parece razonablemente estable en este momento. ● En Francia, el debate se resolvió hace muchos años a través de la denominada “excepción cultural” que autoriza la celebración de festejos taurinos en municipios que hayan mantenido esta tradición. Al final de la exposición nos referiremos de forma más detenida a ente enfoque, que creo que es bastante interesante. ● Y en España, una Ley de 2013 reconoció a la tauromaquia como patrimonio cultural, lo cual ha sido fundamental para frenar los ataques que se han venido produciendo en los últimos años. Con base en esa ley el Tribunal Constitucional declaró nula la prohibición de los toros en Cataluña y la desfiguración que se trató de hacer en las Islas Baleares (se prohibía la suerte de varas, la muerte del toro, se establecía que sólo podían lidiarse toros de la ganadería más cercana a cada plaza, que había que hacer controles antidoping a toros y toreros, un máximo de tres toros por corrida y de 10 minutos por faena…). También con base en esa ley, el Tribunal Supremo prohibió que se celebraran consultas en municipios para determinar si debían destinar recursos o las propias plazas de toros para celebrar festejos taurinos estableciendo que la protección y promoción de la tauromaquia es algo que obliga a todas las administraciones públicas y que cumplir la ley no se somete a votación. Y se declaró nula la exclusión de la tauromaquia del bono cultural, que es una cantidad que es Estado concede a los jóvenes que cumplen 18 años para destinar a actividades culturales. En definitiva, con todo lo anterior podemos observar que el debate en todos los países consiste en determinar si la tauromaquia es o no una manifestación cultural y si debe prevalecer este carácter frente al bienestar animal que se va reconociendo cada vez con mayor amplitud en las legislaciones de todos los países.
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Vamos a trata, entonces, de analizar con cierto detalle esta cuestión exponiendo los argumentos desde la normativa internacional. Aunque esto no sirva a menudo para decidir el contenido de las normas de cada país, porque quien tiene el poder puede dictar leyes disparatadas. Y los tribunales, en especial los de carácter constitucional, difícilmente ponen freno a esto, porque su forma de nombramiento implica unos sesgos que dificultan tremendamente el control de quien en cada momento ostenta el poder. Decía Montesquieu que “una cosa no es justa por el hecho de ser ley, debe ser ley porque es justa”. Todos tenemos sobradas muestras de que muchas veces no es así. El que haya normas injustas, sin embargo, no nos debe impedir exponer las razones por las que la tauromaquia es legítima y por las que su prohibición no lo es.
LA TAUNROMAQUIA ES CULTURA
La tauromaquia es un hecho cultural incuestionable. Se podrá discutir su legitimidad o sus valores, pero cualquier análisis objetivo concluye que la tauromaquia cumple todos los requisitos que en la normativa internacional y en el consenso de los expertos sirven para definir la expresión cultural de un pueblo. Definir qué es cultura con precisión no es sencillo. Pero, en general, para antropólogos o sociólogos, cultura es el conjunto de elementos y características propias de una determinada comunidad humana que incluye aspectos como las costumbres, las tradiciones, las normas y el modo de un grupo de pensarse a sí mismo, de comunicarse y de construir una sociedad. Y el diccionario de la RAE dice que cultura es el “Conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo.” ¿No es exactamente eso la tauromaquia? La tauromaquia, los festejos taurinos, reúnen todos estos requisitos. Por eso, creo que es indudable que es cultura. Dentro de la cultura, la tauromaquia forma parte del patrimonio cultural inmaterial, porque el patrimonio cultural no se limita a monumentos o colecciones de objetos, sino que comprende tradiciones o expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados y transmitidas a nuestros descendientes, entre ellas artes del espectáculo, usos sociales, rituales, actos festivos, conocimientos y prácticas relativos a la naturaleza y el universo, y saberes y técnicas vinculados a la artesanía tradicional. Así lo manifiesta la UNESCO. Y la tauromaquia incluye todas estas características. Siendo una manifestación cultural, la tauromaquia es un derecho humano fundamental. El artículo 27.1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece que “Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad [y] a gozar de las artes”. Y el artículo 15 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU establece que “2. Entre las medidas que los Estados Partes en el presente Pacto deberán adoptar para asegurar el pleno ejercicio de este derecho, figurarán las necesarias para la conservación, el desarrollo y la difusión de la ciencia y de la cultura.”
La tauromaquia es una cultura minoritaria
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Pero debemos ir todavía un paso más allá, siguiendo también lo establecido por la UNESCO: a nivel global, universal, la tauromaquia es una cultura minoritaria, porque si bien es un hecho cultural arraigado para millones de personas, su número es relativamente reducido respecto a la población global del planeta. Este hecho hace que la tauromaquia deba ser objeto de una especial protección, apoyo y difusión. Porque el mantenimiento de la diversidad cultural es un objetivo prioritario en las políticas culturales de los organismos internacionales. Frente a las tendencias uniformadoras de las culturas mayoritarias tenemos que reivindicar la grandeza de lo diverso.
Entre otras cuestiones, porque mantener fenómenos culturales singulares ayudan a los pueblos a conformar su identidad y dotan a sus miembros de un especial arraigo y fortaleza. En un documental sobre Manolo Sanlúcar, autor de la memorable “Tauromagia” y uno de los dos grandes genios de la guitarra flamenca del siglo XX junto con Paco de Lucía, se recogían unas declaraciones suyas que creo que son profundamente esclarecedoras sobre est
CADA PUEBLO LLORA A SU MANERA, RÍE A SU MANERA , CANTA A SU MANERA
“La cultura se empobrece cuando es uniforme. Lo que pasa es que eso [la uniformidad] da una ventaja a los que quieren dominar a los pueblos.” La diversidad cultural nos hace más libres frente a formas de vida y tendencias de pensamiento cada vez más uniformes. Y esto está reconocido en la normativa internacional. En la Unión Europea, por ejemplo, donde el artículo 22 de su Carta de los Derechos Fundamentales de 7 de diciembre de 2000, establece que “La Unión respeta la diversidad cultural, religiosa y lingüística”. Y el artículo 13 de su Tratado de Funcionamiento señala que “Al formular y aplicar las políticas de la Unión (…), la Unión y los Estados miembros tendrán plenamente en cuenta las exigencias en materia de bienestar de los animales como seres sensibles, respetando al mismo tiempo las disposiciones legales o administrativas y las costumbres de los Estados miembros relativas, en particular, a ritos religiosos, tradiciones culturales y patrimonio regional.” Por su parte, la UNESCO aprobó en 2001 una Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural. Su artículo señala que los derechos humanos son los garantes de la diversidad cultural. Textualmente dice lo siguiente: “La defensa de la diversidad cultural es un imperativo ético, inseparable del respeto de la dignidad de la persona humana. Ella supone el compromiso de respetar los derechos humanos y las libertades fundamentales, en particular los derechos de las personas que pertenecen a minorías y los de los pueblos indígenas. Nadie puede invocar la diversidad cultural para vulnerar los derechos humanos garantizados por el derecho internacional, ni para limitar su alcance.”
La tauromaquia es creación artística
Pero además de una manifestación cultural la tauromaquia es una labor de creación artística.
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Si sobre el concepto de cultura los enfoques son tremendamente variados, sobre la definición de arte y qué obras pueden ser consideradas artísticas y cuáles no los debates son aún mayores. Seguro que ustedes conocen el revuelo que se produjo en el año 1917 cuando el artista Marcel Duchamp presentó a un concurso artístico un urinario que había comprado poniéndole como título “Fuente”. La obra fue rechazada y retirada porque la mayoría del jurado de la exposición no consideró que un urinario, fabricado además industrialmente como tantos otros, pudiera ser considerado una obra de arte. Pero a partir de ahí se generó un debate bastante amplio sobre lo que es el arte; y, de hecho, para muchos esa obra es la que inaugura el arte de vanguardia en el siglo XX.
Si artistas y críticos de arte no se han puesto de acuerdo en qué puede ser considerado como tal que los juristas pretendiéramos hacerlo sería absolutamente pretencioso. La conclusión sobre esto que a mí me parece más certera es la que opina que, jurídicamente, arte es todo lo que cualquier artista considera que lo es. O siendo algo más preciso: arte sería cualquier obra que una persona crea, interpreta o ejecuta con la pretensión de que sea apreciada o considerada como una obra de arte. Ir más allá desde el derecho es entrar en un análisis que no nos corresponde.
Y con este enfoque es evidente que la tauromaquia, al menos la tauromaquia reglada en la plaza, es una creación artística. Porque el torero realiza su labor desde su propia consideración como artista, tratando de que lo que hace sea considerado una obra de arte, con mayor o menor fortuna en cada faena, eso sí.
Esta consideración de obra de arte (y repito aquí lo que dije de la cultura) es previa a la de si es lícita o legítima o de si es moral o inmoral la obra. Lo único que quiero destacar ahora es que la labor del torero, objetivamente, es una labor de creación artística. Y la creación artística, igual que la cultura, son objeto de una especial protección jurídica.
El mismo artículo 15 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU al que antes nos referíamos establece que: “3. Los Estados Partes en el presente Pacto se comprometen a respetar la indispensable libertad para la investigación científica y para la actividad creadora.”
Las razones para la protección de la cultura y del arte tienen elementos en común, pero también tienen aspectos que las diferencian y que conviene resaltar. Muy resumidamente, la cultura como manifestación de rasgos, tradiciones, ritos, espectáculos… propios de una sociedad, de un grupo de personas, tiene que respetarse y protegerse porque es el ámbito en el que los miembros de ese grupo reconocen su identidad colectiva, sus valores compartidos, su forma de vida. En el caso de la creación artística es, sin embargo, una expresión de la personalidad del artista, una manifestación del “yo” del creador, el modo en el que el artista se proyecta, en que “es” en el mundo. En un caso, la protección está vinculada al respeto al grupo, a lo colectivo, a las formas y rituales de lo común. Y en el otro el fundamento es el respeto a lo más íntimo de cada uno, al modo en que cada individuo se expresa, a como uno “es”.
AL PROTEGER LA CULTURA SE PROTEGE LA IDENTIDAD DE LOS PUEBLOS
Protegiendo la creación artística se reconoce la individualidad del artista, la posibilidad de que se muestre como es, de que nadie mutile su “yo” más hondo, que es el que se muestra en su obra creadora.
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LOS LÍMITES DE LA CULTURA Y DEL ARTE : DERECHOS HUMANOS, LIBERTADES FUNDAMENTALES Y «MORAL PÚBLICA»
Sin embargo, la especial protección que merecen todas las manifestaciones culturales, y de un modo muy especial las manifestaciones culturales minoritarias, y la que merece también la creación artística no es absoluta. Ningún derecho es absoluto. Todos están limitados. Y el de mantener una expresión cultural (y una expresión cultural minoritaria) o el de poder crear arte también. Pero ¿cuáles son esos límites? Los artículos a los que hemos hecho referencia de la declaración Universal sobre la Diversidad Cultural de la UNESCO ya lo explicitan: cualquier manifestación cultural está limitada por el respeto a los derechos humanos, a la dignidad de todos los seres humanos, y a las libertades fundamentales. No cabe invocar la diversidad cultural para vulnerar los derechos humanos, ni para limitar su alcance. Y en el caso de la creación artística, como es obvio, estos límites también son aplicables. Pero hay otro límite, más difuso, que no está explicitado en estos textos, pero que no podemos desconocer. La “moral pública”, los valores compartidos en una sociedad, son también un límite al mantenimiento de tradiciones culturales y a la libertad de creación artística. Ningún país admite manifestaciones culturales o artísticas contrarias al sentir mayoritario de la sociedad.
Pero ¿por qué la moral pública puede limitar la cultura o la creación artística? ¿No es eso un modo de censura?
Por un lado, la vida en sociedad requiere el respeto de unos valores compartidos. Y estos valores van más allá de los derechos humanos. Destrozar una estatua o pintar como gesto reivindicativo en la fachada de una catedral gótica o sobre un cuadro que está expuesto en un museo no atenta contra los derechos humanos. Provocar un incendio en un monte para grabar cómo se quema, tampoco. Pero la libertad artística no ampara estos hechos. Hay otros derechos y otros valores en juego. Y deben ser respetados. La cultura o la creación artística no son una patente de corso para poder hacer cualquier cosa que no vulnere los derechos humanos.
Pero, además, hay otra serie de debates que van adoptando distinta intensidad a lo largo del tiempo y de forma diferente en cada uno de los países sobre si pueden prohibirse obras de arte porque ofendan al buen gusto, a las creencias religiosas, a los derechos de las minorías, a personas especialmente indefensas…
Y también se han planteado otras cuestiones más complejas: por ejemplo, si pueden prohibirse creaciones artísticas que creen pánico en la sociedad (como el que se generó con la emisión de Orson Welles en la radio de “La guerra de los mundos”), si para crear arte se puede utilizar el cuerpo de una persona a la que se le infringe un daño (aunque ésta lo acepte) o si pueden utilizarse los animales para algún tipo de creación artística. Sobre esta última cuestión volveremos extensamente más adelante. No es posible entrar ni siquiera someramente a analizar ahora cada una de estas cuestiones. Pero creo que evidencian que hay valores compartidos y derechos de distinto tipo que sí pueden limitar las manifestaciones culturales o la creación artística: el conjunto de valores sobre los que se asienta la sociedad constituye también una frontera que ni la tradición cultural ni la creación artística pueden sobrepasar. Lo que sucede es que, a diferencia de los derechos humanos, establecer esta frontera debe hacerse con sumo cuidado para que los sentimientos o la forma de pensar
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mayoritaria no sea un freno injustificado. En democracia, gobiernan las mayorías, pero el respeto a las minorías es ineludible.
Junto a esto, está la dificultad de determinar qué elementos conforman esta moral pública, quién los determina. El filósofo español Javier Gomá afirmaba recientemente, utilizando el ejemplo de la igualdad, que: “Tenemos que asumir algo que requiere una cierta madurez intelectual y es que las verdades morales dependen enteramente del consenso sentimental y que la educación del corazón está en el origen, mantenimiento y futuro de la civilización.
¿Por qué pensamos hoy que los hombres y las mujeres son iguales? Porque nos produce asco quien lo niegue. El asco es el motor de la civilización.”
Pues bien, el problema es que a veces uno no tiene claro que los consensos se realicen desde parámetros racionales, o que conlleven un avance civilizatorio… Es verdad que el “asco” puede hacer más digna la civilización. Pero a veces lo que sucede es que se oculta aquello que nos da asco porque si se hace visible evidencia la inconsistencia del discurso, la hipocresía… Y esto es lo que sucede en muchos casos en nuestros días con la muerte, con la sangre, con los ancianos… En una sociedad mayoritariamente urbana resulta repulsivo ver que para comer un chuletón es necesario matar a un animal. Pero esto no es un avance civilizatorio, sino una absoluta hipocresía.
Aún así, lo que es evidente es que hoy en día para la mayoría de la gente resulta inadmisible ver la muerte de un animal causada por un ser humano. Y este es para mí el nudo gordiano del problema que afronta la tauromaquia en este momento. Habitualmente los aficionados y profesionales taurinos tratamos de evitar este debate, quedándonos en la proclamación de que los derechos humanos es el único límite a una expresión cultural. Lo cual es sustancialmente verdad: a eso es a lo único a lo que se refiere la normativa de la ONU y de la UNESCO. Pero, repito, hay creencias, grandes valores compartidos, que también son un límite para la cultura y para el arte. La cuestión es determinar hasta qué punto esos valores compartidos, o cuáles de ellos, pueden realmente limitar la cultura y el arte. Como en tantas otras ocasiones en el ámbito jurídico se trata de un ejercicio en el que hay que determinar qué derechos tienen más relevancia, cuáles deben primar. Y es imprescindible que sepamos explicar que la ponderación entre la necesidad de respetar el consenso moral de la sociedad y la de no censurar la cultura y el arte es un ejercicio en el que, como sociedad, nos jugamos mucho.
Vamos a ello en unos minutos cuando nos refiramos a las razones que tratan de argüirse para prohibir la tauromaquia, pero antes hay que hacer dos reflexiones que son imprescindibles para poder seguir abordando este análisis de un modo riguroso. Por un lado, cuál es la tendencia regulatoria actual en materia de bienestar animal y, en particular, en qué consiste y cuáles son los fundamentos del animalismo. Y, por otro lado, algunas reflexiones generales sobre el uso de animales en la cultura y en la creación artística.
La regulación del bienestar animal: del antropocentrismo al animalismo
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Desde la filosofía griega y el derecho romano se ha estudiado cuál debe ser la relación del hombre con los animales. Lo que está sucediendo en los últimos años es un cambio de enfoque muy profundo basado en el “animalismo”, al que he aludido al comienzo de esta intervención.
El animalismo tiene su origen en un libro publicado hace exactamente 50 años: “Liberación animal” de Peter Singer. En él, el autor australiano plantea que en el trato a los animales hay que superar lo que denomina “especismo”, es decir, la idea de que el trato que merecen las distintas especies es distinto, de que el dolor que se infringe a un animal humano o no humano (como él los denomina) tiene distinta relevancia moral. Desde una concepción moral utilitarista que considera que las acciones son buenas o malas en función de que eliminen o causen dolor, la consecuencia es obvia: deben eliminarse las acciones que causen dolor (a personas o a animales) y si por algún motivo hay que causarlo, el criterio para decidir no puede ser que el hombre es superior a los otros animales sino a quién se causa un menor dolor (sea a una persona o a un animal). El pone un ejemplo claro: si hay que probar un nuevo medicamento no debe hacerse en animales que puedan tener una amplia esperanza de vida, sino en personas con una menor esperanza vital.
La cuestión es que de este planteamiento ni siquiera los propios animalistas han sacado todas sus consecuencias. Se han quedado en el “buenismo” que supone aludir al bienestar animal y, por supuesto, en que no se vea a ningún animal sangrar ni sufrir. Aunque algunos sí las han planteado… En la actualidad, resumiendo mucho, hay dos grandes tendencias en el animalismo: los “abolicionistas” y los “regulacionistas”. Los abolicionistas son los únicos consecuentes. Ellos plantean que “no es posible que exista una relación sana entre el ser humano y el animal; el primero, lo quiera o no, siempre terminará explotando, cosificando o amputando la libertad del segundo. La solución a este dilema moral, (…) es eliminar nuestra relación con [los animales]; respetar sus ecosistemas, impedir la explotación y destrucción de los mismos, prohibir la captura y la reproducción de los animales domésticos hasta su extinción. En ese mundo ya no tendríamos que preocuparnos por el trato que damos a los animales porque ya no existiría trato. Cada uno viviríamos en nuestro ámbito; el de los animales de acuerdo con las normas de la vida salvaje; el de los humanos de acuerdo con nuestras reglas morales y jurídicas donde el veganismo sería de obligado cumplimiento.” Lo otro, regular la relación con los animales, dicen los abolicionistas, es perpetuar el sufrimiento animal.
Los regulacionistas, sin embargo, lo que hacen es proponer reformas legislativas que mejoren las condiciones de vida de los animales, en particular de aquellos que sufren más, como los que viven en los entornos de la ganadería industrial. Este es el animalismo que vivimos en casi todos los países. Un animalismo sentimental e hipócrita. Completamente incoherente y falso.
Los animalistas, si son serios, sólo pueden ser abolicionistas. Pero claro, eso es bastante incómodo para ellos. Primero, por algo obvio, porque eso llevaría inexorablemente a la extinción de la especie humana, que estaría primero confinada en espacios donde no pudiera tratar con ningún animal y eso le impediría alimentarse, producir vestidos, fármacos… Vamos, vivir. Pero es que, además, les impediría tener mascotas, que es en la mayoría de los casos el origen de su animalismo. Además, gran parte de las organizaciones animalistas están financiadas por el inmenso conglomerado industrial que ha surgido en torno a las mascotas. Y todo esto se derrumbaría.
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Lo que no podemos olvidar es que ésta es una tendencia cada vez mayor en todas las sociedades occidentales. Y por eso constituye parte de la “moral pública”, del conjunto de creencias de la sociedad que trata de limitar la creación cultural y la expresión artística. Y para todos ellos la tauromaquia se presenta como un primer objetivo a batir. Primero porque la tauromaquia es un eslabón más “débil” social y económicamente que, por ejemplo, la industria cárnica; pero también porque la muerte del toro es la única que se produce de forma pública, es algo evidente, y acabar con eso es acabar con acabar con cualquier forma en la que se evidencia que para poder sobrevivir, el hombre tiene que matar animales, utilizarlos. Lo que no se ve no existe. Un último apunte sobre esta cuestión: el animalismo no es una doctrina que se preocupe de los animales. Es un cambio absoluto de paradigma en la antropología de la sociedad occidental. Porque a lo que conduce es a negar que el ser humano tenga dignidad, tenga un valor superior a los animales. Algo que ha estado presente en nuestra cultura desde hace miles de años, bien sea por razones religiosas (el hombre, de entre todos los seres creados, es el único que lo ha sido “a imagen y semejanza” de Dios), o bien por razones filosóficas, como se propone desde la Grecia clásica por su capacidad de pensar, de autoafirmarse, siendo “el hombre la medida de todas las cosas” en expresión de Protágoras.
Sobre esto, si no lo han visto, les recomiendo que busquen en YouTube la respuesta que da Albert Serra en la presentación del documental que veremos esta tarde, “Tardes de Soledad”, en la Filmoteca Española a un asistente que dice que no hay diferencias entre animales y seres humanos. Es divertidísima y absolutamente desinhibida. Albert Serra demostró que no tiene los complejos que a veces parece que tenemos los que estamos continuamente reivindicando la tauromaquia. Para él es muy claro: los animales son animales y las personas, personas. Y a partir de ahí dialogar con quien pretende cualquier tipo de equiparación es estúpido.
ANIMALES EN LA CULTURA Y EL ARTE
El animalismo, en todo caso, va tratando de imponer su absurda e hipócrita ideología toda la vida social. Y también en el de la creación artística. Y plantea si es lícito utilizar en ellos a los animales y conforme a qué reglas. No voy a entrar en el debate teórico, sólo darle tres ejemplos de cosas muy diversas.
El primero es cuando un artista costarricense conocido como Habacuc en el año 2007 muestra en una Galería de Nicaragua, entre otras “performances” provocadoras, un perro callejero atado a una pared por una cuerda con «Eres Lo Que Lees» escrito en la pared con comida de perro. La obra produjo enorme controversia, sobre todo cuando se anunció que el perro había muerto de hambre como parte de la obra.
Otro ejemplo es el continuo debate que hay en la industria audiovisual sobre la legitimidad para utilizar animales en rodajes cinematográficos, algo que se recrudece cuando muere algún animal, como sucedió en la película “El Hobbit” o en la serie “Los anillos del poder”, por hablar sólo de casos recientes de amplia difusión mediática. Y el tercer ejemplo, en el que me voy a detener algo más, es una exposición de 2018 en el Museo Guggenheim de Bilbao titulada “Arte y China después de 1989: El teatro del mundo”, de Huang Yong Ping, que mostraba un terrario donde convivían, luchaban y se devoraban insectos y reptiles. La sede del museo en Nueva York retiró estas obras por las protestas de los activistas por los derechos de los animales, pero sí se
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expuso en Bilbao, El artista explicaba que estos terrarios eran una metáfora de la globalización.
Frente a las protestas animalistas el museo explicó que “no hay ningún tipo de maltrato ni sufrimiento” para los animales porque contaban con informes veterinarios y permisos. y, además, se había contratado a un “equipo de especialistas” que se encargaba diariamente de la alimentación, limpieza y cuidados sanitarios de los insectos y reptiles. (Me ahorro la opinión sobre que un Museo contrate especialistas en cuidados sanitarios de insectos y reptiles en vez de para acabar con las termitas). Para la Asociación para un Trato Ético con los Animales (Atea), sin embargo, la exposición era “un gran terrario donde numerosos animales (reptiles e insectos) se irán devorando a diario ante el público” y eso supone que estos animales serán tratados como “meros elementos de atrezzo, obviando su naturaleza sensible”.
Y es en esto en lo que quería detenerme volviendo nuevamente a la hipocresía que existe en esta materia. Que en la vida natural los reptiles cazan y devoran insectos es algo que sucede diariamente en cientos de millones de ocasiones. En esta exposición el artista no hacía nada a ningún animal: sólo creaba un espacio físico en el que podía verse lo que sucede en la realidad, porque a eso quería otorgarle un determinado significado. La reacción del grupo animalista refleja que lo que les inquietaba es que pudiera verse lo que sucede en la naturaleza. Decir que aquello obvia la naturaleza sensible de los insectos es una estupidez. El mundo animal está basado en que hay animales se comen a otros. Y parece que eso es lícito para todos menos para los seres humanos.
La razón para tratar de prohibir esa exposición no es, obviamente, que una serpiente se coma unos miles de insectos de entre los miles de millones de insectos que son devorados diariamente en el planeta. La razón es que les resulta inadmisible que los seres humanos podamos comprobar que la naturaleza funciona así. Se trata de ocultar lo que sucede. Es pura hipocresía.
LS LIMITES LEGALES DE LA TAUROMAQUIA
Con todo esto ¿es legítimo prohibir la tauromaquia o regular su liturgia hasta desnaturalizarla, eliminando, por ejemplo, la muerte del toro en el ruedo? Como hemos dicho, la tauromaquia es una manifestación cultural minoritaria y un ejercicio de creación artística. Las manifestaciones culturales, y de forma especial las minoritarias, y la creación artística merecen el máximo respeto y protección. Sólo pueden prohibirse si afectan a derechos humanos o a libertades fundamentales. Y también si son contrarios a la “moral pública”, pero en este caso hay que ponderar muy bien los derechos en juego para poder valorar cuáles de ellos prevalece o cómo deben equilibrarse.
Lo primero que hay que afirmar es que la tauromaquia no afecta a los derechos humanos ni a la dignidad de los seres humanos y, por tanto, esta limitación no puede afectar a la tauromaquia. En consecuencia, la tauromaquia no vulnera ninguno de los límites que establece la UNESCO para que las manifestaciones de la diversidad cultural sean reconocidas y respetadas. En relación con la “moral pública”, sin embargo, la tauromaquia se enfrenta al sentimiento de una gran parte de la población respecto al modo en que debe tratarse a
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los animales. A muchos la tauromaquia les produce asco, repulsa, les resulta absolutamente inadmisible. Pero ¿qué es lo que no es aceptable para ellos? Podrían ser tres cosas: que se mate al toro, que se vea cómo se mata al toro y haya quien disfrute con ello o el modo en que se lidia y mata al toro, haciéndolo sangrar y generando (a sus ojos) sufrimiento. Analicemos cada una de estas cuestiones para ver si alguna de ellas es tan poderosa como para que deba imponerse a la protección que las normas internacionales dan a la diversidad cultural y a la creación artística. Salvo en Portugal, al toro se le da muerte en la plaza. Pero el hecho de que un animal muera a manos de un hombre no puede ser algo que se considere contrario a la “moral pública”. Cada día se matan en cada uno de los países taurinos millones de animales para que nos sirvan de alimento. El toro que muere en la plaza es uno más. No parece, por tanto, que esta pueda ser una razón válida para prohibir la tauromaquia o para imponer que al toro no se le dé muerte en la plaza.
Una segunda posible razón es que no es admisible que esta muerte se vea y que haya quien disfrute viendo cómo se da muerte a un animal. En este caso, la razón de la prohibición no estaría en la muerte del toro, sino en la “salud moral” de los espectadores. Los que vamos a la plaza seríamos una especie de degenerados con unos gustos tan abyectos que el Estado, por nuestro bien y el del conjunto de la sociedad, debería prohibirnos disfrutar con eso.
Como he escuchado alguna vez al periodista Chapu Apaolaza (no sé si la expresión es originariamente suya): si los aficionados fuéramos a la plaza por el placer de ver morir a un animal se pondrían graderíos en los mataderos. Es evidente que lo que vamos a presenciar no es la muerte del toro, sino un ritual que incluye la muerte del toro. Un ritual cruento, sin duda. Y que es comprensible que a muchos no le guste o les parezca deleznable. Pero esto no es razón suficiente para imponer sus gustos a nadie.
Hay que ser absolutamente claros: prohibir manifestaciones culturales y artísticas porque resulten deleznables para algunos es inadmisible en cualquier régimen que respete los derechos humanos. La mera repulsa a una forma de cultura o de arte, si no hay otras razones, no legitima para prohibirlo o limitarlo. La existencia de una determinada sensibilidad es muy respetable. Pero utilizarla para prohibir o limitar la cultura o el arte que no se acomode a ella es absolutamente totalitario.
Si la muerte o su contemplación no legitiman la prohibición de la tauromaquia, ¿podría legitimarla el modo en que se produce esa muerte -la lidia del toro-? ¿Se somete al toro durante la lidia a un sufrimiento que no es razonable? Los animales que se matan en un matadero se aturden antes. Para algunos, una sociedad civilizada no puede aceptar que se cause un sufrimiento innecesario al toro sólo por diversión.
Como podrán comprender, no estoy en absoluto de acuerdo con esta conclusión, pero creo que esta es la razón más poderosa que puede oponerse desde un punto de vista jurídico a los festejos taurinos. Por eso creo que hay que ser capaces de afrontarla. Para ello lo primero es reconocer que el toro al que se lidia es un animal al que se le causa un daño que conduce a su muerte. Pero se hace siguiendo unas reglas, que impiden que pueda ser considerado maltrato animal. Para entenderlo es útil recordar que en Francia a la lidia se le denomina en ocasiones “combate”. Me parece que la expresión es muy acertada. Con el toro se lucha, oponiendo a su poder la inteligencia humana. Durante la lidia al toro se le da un trato conforme a su naturaleza. El toro embiste y lucha porque es a lo que le conduce su instinto. Por tanto, la lidia es conforme a su naturaleza y no puede ser considerada en modo alguno ilícita.
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En el año 2014 D. Luis Alberto Centenera Rozas presentó en la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid una tesis doctoral titulada “Concentraciones de hormonas opiáceas y su relación con la respuesta al dolor en el toro de lidia”. Les leo textualmente la tercera conclusión de la misma: “todos los toros lidiados inician una respuesta al dolor, con un aumento progresivo en las concentraciones de beta-endorfinas y meta-encefalinas a medida que se va desarrollando la lidia. Esta elevación se mantiene en el tiempo, por lo que en el toro de lidia, la analgesia que se produce en las distintas suertes de la lidia es de tal magnitud que es capaz de mitigar el dolor provocado, contribuyendo a que el toro de lidia se adapte al dolor.”
Es decir, conforme a estudios científicos, el toro “sufre” menos durante la lidia, que, por ejemplo, lo que sufre durante el transporte. Esto no quiere decir que al toro no se le dañe. Esto es evidente. Lo que quiero decir es que no es un daño que, desde el punto de vista físico, sea superior al que se le causa en otras actividades que la mayoría de los humanos en la cultura occidental consideramos que es un trato legítimo a los animales. Y, por tanto, no es razón suficiente para prohibir la tauromaquia. Si la sociedad acepta ese nivel de “sufrimiento” en los animales en otras actividades, más aún debe aceptarse en una manifestación cultural y una actividad de creación artística.
Conclusiones Acabo ya exponiendo las conclusiones de este análisis que venimos realizando. La defensa jurídica de la tauromaquia parte de su consideración como una tradición cultural (minoritaria a escala global) y un ejercicio de creación artística. Las tradiciones culturales minoritarias y la creación artística son derechos humanos básicos y deben ser respetados. Sólo cabe prohibirlos o limitarlos si afectan a los derechos humanos o a las libertades fundamentales, lo cual en ningún caso sucede con la tauromaquia. Es verdad que también cabría limitar las manifestaciones culturales o las creaciones artísticas si entran en contradicción con la “moral pública”, con el conjunto de valores compartidos de la sociedad. Pero en este caso hay que ser mucho más cuidadosos. Existe una línea muy fina entre la apelación a estos valores comunes, a la moral pública, y la censura que trata de limitar estas tradiciones o la creación artística porque molesta o incomoda a quien tiene el poder. Como puede entenderse fácilmente, la defensa estricta de la necesidad de respetar los valores compartidos conduce inevitablemente a la uniformidad e impide cualquier tipo de disidencia o de crítica. Hace inviable una creación artística rompedora o una manifestación cultural que remueva conciencias. Apelando a la “moral pública” para limitar la creación cultural se impide de forma absoluta la diversidad cultural que pregona la UNESCO. Si los valores comunes compartidos pueden ser un freno a la creación cultural es imposible una cultura diversa. Por eso es por lo que esta “moral pública” debe ser interpretada de forma muy estricta, restringida, y limitarse a aquello que puede poner en riesgo la vida en común, a valores absolutamente sustanciales, pero en modo alguno puede servir para imponer la visión mayoritaria de una sociedad eliminando la posibilidad de creación artística o cultural de una minoría. Eso no es aceptable en una sociedad democrática. Eso se llama censura. Y es inadmisible.
Y el bienestar animal no es necesario para la convivencia en paz, por lo que su apelación no es un argumento legítimo para prohibir o alterar los elementos sustanciales del rito taurino en aquellas comunidades en los que éste está presente.
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En la medida en que la cultura es una manifestación colectiva propia de un grupo de personas, el que este grupo a lo largo de generaciones haya mantenido una determinada tradición supone ya en sí mismo que hay una serie de valores compartidos para ese grupo que deben ser respetados. Y por supuesto que existen límites, pero aquí los derechos humanos, las libertades fundamentales, deben ser prácticamente los únicos límites. Un grupo que vive en una sociedad concreta se autoregula y va adaptando sus tradiciones al conjunto de los valores compartidos de la “moral pública” o estableciendo con ésta un equilibrio que permita convivir de forma armónica a quienes tienen distintas sensibilidades. No es lícito que nadie imponga a ninguno de estos grupos sociales con su propia cultura y tradición cómo y a qué deben adaptarse, cuál es la moral que deben acoger (ya digo, salvo que se esté afectando a otros derechos humanos o a otras colectividades -a las colectividades, no a sus sentimientos-). La tauromaquia configura un modo de relacionarse con el entorno, también con la naturaleza, con los toros. Este proceso cristaliza en una celebración festiva, ritual, simbólica. No afectando a ningún derecho humano, a ninguna libertad fundamental, ni a ningún elemento de la moral pública que sea imprescindible para la vida en comunidad, su carácter colectivo e histórico le dota de legitimidad y hace que cualquier acto de prohibición sea una forma de injerencia ilegítima de la autoridad. Si desde el poder se impide a los aficionados a los toros celebrar sus festividades porque la visión moral de quien tiene el poder sobre el trato que se le debe dar a los toros difiere de la de quienes participan en la celebración, lo que se está haciendo es hurtar a esta comunidad su identidad, impedirles el arraigo, el ser como son. Y esta desposesión de algo tan esencial, para que sea legítima, sólo puede basarse en que su tradición afecta a algo imprescindible para la convivencia, no en una diferente visión moral del trato a los animales. Porque si no, cualquier mayoría (o cualquier poder, por el mero hecho de serlo) podría imponer la uniformidad. La uniformidad moral, la uniformidad de las costumbres… Y eso es una aterradora forma de dominación. Además, la propia UNESCO reconoce implícitamente que el uso, la muerte o el sacrificio de los animales no es un límite al mantenimiento de tradiciones culturales diversas. En su lista de elementos del patrimonio cultural inmaterial se incluyen entre otras muchas actividades que involucran a los animales algunas como la cetrería, el arte ecuestre de Portugal, la equitación tradicional francesa, la dieta mediterránea (incluyendo dentro de ella la correspondiente pesca y cría de animales) o el sanké mon, un rito de pesca colectiva en Mali que dura quince horas y que está precedido de sacrificios de gallos y cabras. Mantener esta diversidad de manifestaciones culturales es mucho más relevante que el trato que se le da a los animales, un trato resultado de la destilación de los valores y sensibilidades de los grupos correspondientes a lo largo del tiempo. Pero de los grupos que mantienen la tradición, no de quienes los juzgan desde fuera. Este enfoque sobre la diversidad cultural es el que existe desde hace mucho tiempo en Francia. Como ustedes saben, en Francia matar toros sería un delito conforme a su código penal. Pero tienen (lo indico muy resumidamente) lo que se denomina la “excepción cultural” que hace que en las zonas de tradición taurina pueda mantenerse la celebración de corridas de toros y de otros festejos tradicionales. ¿Qué es lo que subyace a esta “excepción cultural”? El sentimiento de la tradición democrática francesa de que, a pesar de ser un país bastante centralista y que, por supuesto, comparte símbolos y valores muy profundos, hay elementos en los que se expresa la identidad de una determinada comunidad que no pueden ser juzgados con los ojos y los valores del parisino. Y de esto son conscientes tanto los que viven en territorios taurinos como los que no. Y por eso en los últimos meses no han podido
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salir adelante dos iniciativas legislativas que trataban, una, de prohibir la tauromaquia y, otra, de impedir que los menores fueran a los toros. Obviamente, los representantes políticos de las zonas taurinas son una minoría en la Asamblea francesa. Ellos no hubieran podido impedir que esto siguiera adelante si el resto de los parlamentarios hubieran tratado de imponer sus valores, sus costumbres, su “asco” a la tradición taurina. Lo que sucede es que la mayoría de esos parlamentarios consideraban que el respeto a la identidad cultural de las localidades de tradición taurina era un valor mucho más relevante que lo que ellos sintieran al ver una corrida de toros (si la llegaran a ver). En eso es en lo que consiste la verdadera democracia. Pero es que además de este enfoque cultural, si observamos las corridas de toros como un acto de creación artística la lidia del toro bravo por parte del torero es la expresión del “yo” más íntimo del artista. Y limitar esta creación es limitar el desarrollo de su personalidad. Por supuesto, hay valores que permiten a una sociedad limitar este desarrollo (por ejemplo, para que la propia sociedad, sus individuos y sus bienes no resulten dañados). Pero hay que tener mucho cuidado. Lo explica de forma magistral el profesor de derecho constitucional de la Universidad de Sevilla Víctor J. Vázquez, en un libro imprescindible “La libertad del artista”. Señala que la tauromaquia constituye una proyección de la personalidad artística del torero y por eso “prohibir el arte de torear afecta, en definitiva, a la libertad artística”; además la tauromaquia supone una cultura dentro de la cual se soporta una concreta vida artística que es la del torero: el torero, viviendo en torero, vive una vida artística concreta y, por tanto, la prohibición de la tauromaquia supondría restringir “en términos orteguianos, el lugar donde él está, donde él es”. La libertad artística es una expresión de la personalidad del artista. Y, por tanto, su limitación supone limitar el “yo” del creador, supone incidir en lo más íntimo de una persona, algo para lo que debe existir una razón muy cualificada en una sociedad democrática. Y la supuesta defensa de los animales, esto lo añado yo, no tiene esta cualificación. Además, en los festejos taurinos (en particular, en la corrida de toros reglada) la lidia y muerte del toro se realiza de un modo compatible con su naturaleza. El toro, que no es consciente de su muerte, lucha, que es aquello que resulta conforme a su ser. Por tanto, esta forma de darle muerte es mucho más justificable que el tratamiento que se le da a otros muchos animales (incluyendo a la mayoría de las mascotas) a los que se trata de un modo absolutamente contrario a lo que resulta de su naturaleza e instinto. La lidia es cruenta, pero no cruel. Porque el toro está combatiendo, que es aquello que le pide su naturaleza. Y, sin conciencia de muerte, el que muera luchando conforme a lo que le dicta su naturaleza es mucho menos invasivo en su “bienestar” que la muerte de cualquier otro modo. Podemos plantearnos si los seres humanos estamos legitimados o no a matar animales, pero si convenimos que sí podemos matarlos, este modo de matar al toro de lidia podrá hacer sufrir a sensibilidades humanas, pero no será el más conforme a la naturaleza del toro. La tauromaquia es legítima. La pretensión de prohibirla está basada en presupuestos animalistas, populistas y demagógicos. Prohibir la tauromaquia es abusar del poder de la fuerza de la mayoría para imponer su visión moral frente al derecho de las comunidades a mantener su identidad, sus tradiciones culturales y el derecho a una creación artística libre. Por eso, en tiempos en los que la verdadera democracia liberal sufre tantos ataques, en los que para algunos democracia es imponer los criterios de las mayorías sin respeto alguno a los derechos de las minorías, para otros es eliminar la separación de poderes o los controles básicos del poder… En estos tiempos, defendamos con más
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fuerza que nunca la tauromaquia. Porque en ella nos sentimos arraigados y libres. Y porque con su defensa estamos también defendiendo valores básicos para una convivencia que reconozca la preeminencia del ser humano y DE SU LIBERTAD
Pablo Alvarez, «Palillo» uno de los empresarios que se sumò a la quijotada de hacer viable la feria de Cali que abre sus fastos este 26 de diciembre, en diàlogo con Mundotoro tiene la seguridad de que nuestra fiesta la defendemos llenando, por ejemplo, Cañaveralejo.
‘Lo primero de lo que hay que hablar es de que sí hay toros en Colombia. Sí hay toros en Cali. Y sí hay toros en Manizales y otras plazas del país. Esta feria ha sido un gran reto por todo lo que ha vivido la tauromaquia en Colombia en los últimos meses. Estamos contentos de haber podido organizar una feria de tal categoría por la vía legal. Como ya se sabe, existe un decreto en Colombia con el que los toros estaban prácticamente terminados, y como empresa, hemos podido otorgarle a la afición caleña una feria de gran categoría’, afirma el empresario.
‘La situación la veo como en México. Estamos en tiempos difíciles. Es una avalancha política contra al toreo. Creo que si la gente le da a esto el golpe que hace falta e impulsa la tauromaquia, este debate está zanjado. La mayor defensa que podemos tener los taurinos ante los ataques es llenar las plazas. Tenemos que llenarlas y demostrar lo que somos’, afirma el empresario mexicano.
El objetivo que tiene esta feria es ese sin duda. Que los aficionados acudan en masa a la plaza de Cañaveralejo y llenen el coso caleño. Los carteles han tenido una buena acogida entre la sociedad colombiana, y se espera que se puedan consolidar grandes entradas cada tarde. ‘En la venta vamos bien. Salimos a la venta hace tres meses teniendo en cuenta la situación económica del país. La devaluación del peso colombiano afecta y hace que la gente tenga que programarse todo, por lo que apostamos mucho por los abonos’ asegura el empresario. ‘Nosotros buscamos darle a la gente la certeza de que va a comprar un boleto y que va a ver un festejo taurino. Yo creo que una vez que se dé la corrida el 26 de diciembre, y que la gente vea salir toros por los toriles de la plaza de Cañaveralejo, aumentarán las entradas en las siguientes corridas. Esperamos poder defender la tauromaquia en Colombia y mostrar que la mejor forma que tenemos los taurinos de defender la fiesta es llenando las plazas de toros’.
Para finalizar la charla, le preguntamos por el futuro de la plaza de Cañaveralejo. Un futuro al que se afilia Pablo Álvarez, con la esperanza de mantenerse en Cali muchos años como empresario. ‘El decreto permite que haya toros hasta 2027. Esperamos que la situación en estos años venideros pueda cambiar. Empezamos con buen pie nuestra andadura en Cali. Solo hay que ver el cartel del 28 de diciembre, que fue muy complicado, pero se ha conseguido. Estoy muy orgulloso. Para 2025 ya tenemos cosas habladas y negociadas, pero lo primero es sacar adelante la feria de este año, que se aventura muy emocionante’, concluye Pablo Álvarez ‘Palillo’.
Juan de Castilla no se ha ido por las ramas y se ha dirigido al mundo del toro con angustia. En una declaraciòn a Mundotoro denuncia que el toreo en Colombia debe remar solo contra el prohibicionismo.
En Colombia tiene suscritos dos contratos en Manizales y a la espera de que ,por sus mèritos, se le abran este 2025 las puertas en España y Francia.
Se siente en el ambiente taurino que esta noticia no ha tenido el impacto que debía tener en el mundo del toro. Y es que, pese a los primeros días, apenas se ha vuelto a dar bola al tema, algo que no ayuda para nada al pueblo colombiano en su lucha contra los prohibicionistas que pretenden acabar con su tradición. ‘Se puede hacer mucho por el país, pero nos han dejado solos. No tenemos apoyos de ninguna entidad de los otros países que celebran festejos taurinos. Tendremos que salir los aficionados, ganaderos y toreros a remar en una misma dirección. En Colombia, estamos a la deriva y muy solos’ – continúa Juan de Castilla – ‘Se han presentado denuncias contra la ley, que todavía tiene que pasar por la corte constitucional. Si ellos la aprueban, no hay nada que hacer. Si la derogan, hay un rayo de esperanza’.
Y es que si nos paramos a pensarlo, Colombia ha sido una tierra muy taurina. Allí nació César Rincón, el torero que reventó la temporada del 91 con sus cuatro salidas en hombros de Madrid, recibido en su país como un auténtico héroe nacional. Quien sabe si una figura como la suya en estos momentos apaciguaría el debate antitaurino en Colombia.‘Una figura del calibre del maestro Rincón no frenaría el ataque animalista de golpe, pero estoy convencido que ayudaría muchísimo a canalizar la situación. Sobre todo, marcaría una pauta muy importante para la defensa. Pero, en estos momentos, no tenemos figuras, y ninguna figura se ha prestado a tirar hacia delante en la defensa del toreo en Colombia’.
Y sentencia :
Todavía hay tiempo para luchar contra el movimiento antitaurino instalado en Colombia. Pero esto, tiene que ser una lucha de todos. Porque primero empezarán por Colombia, pero quien sabe si después irán a por España, Francia o México. ‘Hay que seguir defendiendo y luchando por el toreo en Colombia. Necesitamos apoyo del mundo del toro. Un apoyo que, en estos momentos, no está llegando’, concluye Juan de Castilla.
El XI Congreso Mundial de Ganaderos de Toros de Lidia en Aguascalientes se cerró con la conferencia del diestro alicantino Luis Francisco Esplá, que llevó por título “La tauromaquia en la actualidad y su posible evolución”.
Por contra ,hay sectores que estiman como el diputado mexicano Pedro Haces :
“Si se tienen que hacer en México corridas de toros sin sangre, las vamos a tener que hacer sin sangre”, expresa el diputado de Morena.
LA POSICIÒN DEL MAESTRO LUIS FRANCISCO ESPLÀ
“La muerte del toro es la consumación del héroe”, enfatizó el maestro Esplá como colofón de un conversatorio que tuvo un gran nivel intelectual, debido a la claridad de ideas del torero alicantino, quien es consciente de no ceder ni un paso atrás en cuanto a cambios en la lidia, debido a que se trata de un ritual en el que el toro es el único animal que muere con la arrogancia propia de su estirpe, así que no es posible banalizar el espectáculo sino tratar de comprenderlo desde su concepto inicial, al tratarse de una puesta en escena con la muerte “a la que las sociedades urbanitas de la actualidad pretenden maquillar. La ecología no puede estar por encima del ser humano, sino en función de un equilibro”.
Y si el toro es el héroe que en el espectáculo taurino representa a la fuerza bruta de la naturaleza, que representa el caos, el torero es el héroe homérico que necesita expresar un sentimiento, sin importar que su vida esté en juego, en este caso también entendido como “un artista que trabaja con una materia prima que muere cuestionando al autor de la obra”.
Para Esplá, la suerte de varas viene a ser ese momento en que el toro afronta su destino de una manera frontal con el picador, y el “juego de las banderillas es donde el hombre e le vuelve esquivo”, en un acto que, en su propia experiencia, le provocaba un gran placer a lo largo de la lidia, donde le gustaba conceder ventajas al toro para motivarlo a embestir.
Se cumplió en La Santamaría, en Manizales, y en Cañaveralejo un velatón por la muerte de las ganaderías ante el proyecto prohibicionista que logró en el Congreso poner fin a las corridas ( claro , es preciso esperar pacientemente el curso que tendrá la demanda ante la Corte Constitucional de la Ley , pues aun el proceso para poder hacer las corridas no está cerrado ).
En Bogotá se congregaron los taurinos en la carpa- protesta donde acampan los valientes novilleros y toreros que aman su cultura, su tradición, su empleo, su sentimiento, su sensibilidad.
El solemne acto que es una muestra de fe en ese antiquísimo ritual. Como lo anota el Dr. Jorge Arango «La tauromaquia es una actividad lúdica que data de la edad de bronce (3300 AC) y tiene que ver con el encuentro del hombre con el animal. En el siglo XII surgen en España las corridas de toros, pero tal como se han venido realizando hasta ahora, datan de 1723, en que se construyeron edificios monumentales adecuados para la faena taurina, a las que llamaron “Plazas de Toros”.
Ninguna autoridad , ni en la Colonia ni en la República impuso el ceremonial porque estos ritos no se puede imponer por la voluntad de un monarca, de un gobernador, de un virrey, de un alcalde. Surgen en el pueblo, se nutre de los mas humildes y las capas altas lo van asumiendo. NO es verdad que las corridas sean un divertimento de ricos o poderosos. Es un sentimiento, una emoción, un ballet, un teatro donde se puede morir, es verdad pero también se puede indultar al toro. El toreo no tiene ideología ni política y en un tendido se sientan el comunista, el conservador, el liberal, el social demócrata, el cristiano, el ateo, el de derechas, el de izquierdas, el agnóstico. Es un patrimonio de todos.
Una señora fundamentalista apoyada, lo digo con todos los respetos, por sus colega ignorantes en estos temas , y fundaciones extranjeras que promueven el mal llamado animalismo lograron los votos en las dos Cámaras y nos prohibieron, Nos quedan tres años es verdad para poder celebrar las corridas y cuando llegue el tiempo , no. Pero tenemos el recurso de la Corte Constitucional. Los expertos han encontrado 32 incosistencias. Ya veremos. La partida no ha terminado y cartas poseemos. Legales, eso sí
El proyecto prohibicionista deja tres años para la realización de los festejos pero una vez entre en vigencia será imposible la supervivencia del toro de lidia que se irá al matadero pues no hay forma de hacer siquiera un tentadero.
Ya se concilió el proyecto en las dos cámaras y pasó a palacio para la firma del presidente y la publicación en el Diario Oficial.
Los animalistas se han movido con distorsionadas expresiones en favor de su consigna de acabar con las corridas de toros en Colombia.
Pagaron una avioneta con una pancarta abogando por su proyecto en Estereopicnic , vehículos con las consignas prohibicionistas, espacios en medios de comunicación. La movilización de sus prosélitos. Se nota que están bien financiados. La senadora proponente del proyecto que está para último debate en la Cámara plena no nos dice de dónde provienen esos recursos.
DICE EL PROFESOR FRANCIS WOLF :
«¿Le gustan las corridas de toros? ¡Sepa defenderlas! ¿No le gustan las corridas de toros? ¡Sepa comprenderlas!».
Francis Wolff presenta este excelente manual de defensa de la fiesta, expuesto en forma de breves textos que tratan, por un lado, de dar respuesta a las acusaciones contra la fiesta, por otro de resaltar los valores que avalan la pertinencia de su continuidad y, finalmente, aporta sobre la actual y esencial controversia sobre la relación entre el animal y el hombre y su respectivo lugar en el mundo.
Frente a la consideración de la fiesta como tortura, el autor replica que las corridas no tienen como objetivo el sufrimiento del animal, a su vez, el argumento del sufrimiento del toro se rebate exponiendo la adaptación fisiológica del toro a la lidia, y si bien no puede discutirse el carácter desigual de la pugna, la justificación se busca en el carácter leal de la lucha y en la permanencia del riesgo para el torero.
La muerte del toro da sentido a la lidia, desde el triple punto de vista simbólico (la lucha heroica y la muerte trágica del animal), ético (la suerte de matar como «instante de la verdad») y estético (la estocada que confiere perfección a la faena, que hace nacer la obra acabada).
Sencillo es el recorrido por el argumentario de la consideración de los toros en la cultura y en la historia: son tantos los escritores y los artistas que se han apasionado por el mundo de los toros y por tanto han defendido la fiesta que el capítulo resulta difícil de cerrar. Interesante será la defensa de los valores humanistas en la corrida: el aficionado comprende al toro en su animalidad, admira las virtudes intelectuales y morales del torero.
Finalmente, la discusión fundamental, la dualidad humanismo-animalismo, ya que las demás razones no pueden sustentar la justificación de la fiesta: la crueldad descalifica la tradición y la estética y cuestiona la ética.
De ahí que ningún argumento pueda convencer a todos y que el rotundo, matizado y brillante alegato de Francis Wolf termine con una conclusión moderada que cierra armoniosamente una de las más sensatas defensas a favor de las corridas de toros: «Tolerancia hacia las opiniones, respeto a las sensibilidades y libertad para hacer todo lo que no atente contra la dignidad de las personas».
Hoy es un día que quedará en la Historia para el Congreso de la República. Se decide entre la libertad cultural y el prohibicionismo, entre el empleo y el hambre; se decide entre defender las familias del campo colombiano o favorecer la falsa agenda animalista.
ANA ROGELIA MONSALVE
Me duele ver que desde la comodidad del privilegio, se legisle en contra de aquellas minorías que dependen su subsistencia y su identidad cultural, de expresiones artísticas y culturales como la tauromaquia. Hoy, necesitamos soluciones regulatorias y equilibradas que respeten nuestra constitución y cultura, incluyendo la economía popular de la Colombia profunda, de la Colombia de la ruralidad. De nuestra Colombia del cambio. Después de todo el despliegue publicitario, el lobby a lo largo y ancho del país contra la tauromaquia me surgen una dudas: ¿Quiénes están realmente detrás de la campaña para prohibir la tauromaquia en Colombia? La publicidad masiva en la discusión legislativa sugiere agendas políticas o económicas bajo el disfraz del bienestar animal. ¿Quiénes financian y qué intereses se ocultan tras el disfraz del bienestar animal? La ética legislativa y cultural están en juego. ¿Buscan presionar al congreso, con un golpe blando de señalamiento mediático? La presión a los representantes de la cámara cada día es mayor, Hoy no hay garantías!
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