Category Archive : Recuerdos de faenas

Cómo pasa el tiempo pero no la gloria. Recuerdos de una tarde en Ambato con el maestro Rincón y el indulto de «Sobrecito»

29 de febrero de 1992 se celebró una corrida de toros en Ambato (Ecuador). El ganado llevó el hierro de “Dehesa de Atillo” y el cartel lo formaron los españoles Roberto Domínguez y Ortega Cano ( hoy en su función de apoderados ) y el colombiano César Rincón, propietario de las Ventas del Espíritu Santo que indultó a Sobrecito , me recuerda Gonzalo Ruiz el director de «Torerias»

GANADERIA DE ATILLO

Esta Ganadería data de mucha antigüedad, ya que en la Historia de Ambato, escrita por el cronista Isaías Toro Ruiz, escribe que en la primera corrida que se realiza en Ambato, se lidian toros de la ganadería Atillo cuya propietaria era la Sra. Doña Mercedes Holguín viuda de Barona.

Don Alfredo Barona Holguín lleva los destinos de la ganadería desde 1920 hasta 1972, tiempo en el cual lidia en distintas plazas de la provincia, a partir de 1972 Atillo lidia sus productos a nombre de Alfredo barona Sevilla, debutando en Quito en el año de 1976 en las llamadas novilladas de la oportunidad. En 1978 luego que el ganadero titular importa vacas y sementales de Atanasio Fernández Iglesias, pasa la ganadería a nombre de los Hnos. Barona Terán.

Esta ganadería es remozada con sementales de Atanasio Fernández a partir de este año, consiguiendo logros importantes, por ejemplo, los indultos de los toros Campanero Nº 79, lidiado por el matador César Rincón en el año 1992 en la Monumental Plaza de Toros Ambato, ejemplar que consta en el “Libro de Toros Célebres” de Cossio, y el toro Nº 4 Machaquito, lidiado en el Perú en la ciudad de Santa Cruz por el matador Alvaro Barona en el año 1993.

Imagenes de la tarde de Castella en Madrid

( Las fotos captadas por la lente de Diego Alais )

Castella ha atravesado en hombros por sexta vez la puerta grande de Madrid.

No hay consenso sobre si fue rotunda o no la faena del francés. El dice que no busca a estas alturas el triunfo sino la esencia del toreo y que la tarde con los Jandilla lo está alcanzando.

No falta el critico severo que dice que solo hubo una tanda por naturales pero que el toro merecía más.

Otros valoran en sumo grado lo que hizo con ese cuarto toro y justifican sin peros el triunfo y las dos orejas.

Diego Alais nos deja estas fotos


Hace 28 años César Rincón unió su gloria torera a » Bastonito» de Baltasar Ibán en Madrid

La grandeza de César Rincón es historia viva de la tauromaquia. Vivo con la historia y no de la historia pero lo ocurrido hace 28 años en Madrid con el toro de Baltasar Ibán, «Bastonito» , está en los anales de la épica por la fiereza , la casta, y esa faena colmada de matices que surcó la tragedia.

No falta el desaprensivo que intente , sin conseguirlo, restarle méritos al maestro colombiano pero los enanos de pensamiento son los menos y no merece detenerse en su mezquindad. A esos, los pocos, se les olvida la gesta del maestro, su aporte cuando más se le necesitó y vinieron, gracias a él 10 figuras del toreo cuando estaba cerrada La Santamaría y un grupo de novilleros ( loor a ellos) se plantó a las puertas de la plaza para reclamar su reapertura lo que se logró. Mantiene con mucho sacrificio una ganadería en Colombia, Las Ventas, de éxitos sonoros en muchas plazas de Colombia y América. Y discretamente ha tocado las puertas de funcionarios, expresidentes, ministros para mostrarles la importancia de una fiesta que no es solo congregar aficionados en un coso sino el circuito social y económico que representa una corrida en una ciudad o un pueblo.

Volvamos a la grandeza de una corrida en Madrid. Se cumplen 28 años de la lidia de uno de los toros más bravos y fieros que recuerda la afición venteña. 

«Bastonito» nº25 de Baltasar Ibán, negro de capa, con 501 kilogramos y nacido en agosto de 1989. Su lidia y muerte correspondió al torero César Rincón, cortando una oreja y el toro premiado con la vuelta al ruedo. Sin duda, una de las batallas más épicas que se recuerdan entre un toro y torero. «Bastonito» representa y es uno de los máximos exponentes de lo que debe de ser el toro bravo y como dijo Joaquín Vidal en su crónica de El País, ”Bastonito fue el resultado que todo ganadero debe buscar en la crianza del toro de lidia: un animal que venda cara su vida”.

Al día siguiente , el maestro JOaquín Vidal reseñó en El País lo ocurrido ese 7 de junio, un día como hoy

Salió un toro de casta brava a eso de las siete y media de la tarde, y eran las tantas de la madrugada cuando aún discutía la afición si mereció la vuelta al ruedo que le dieron las mulillas con todos los honores, bajo una cerrada ovación del público puesto en pie. A ese toro, César Rincón le había cortado una oreja, cuyos merecimientos asimismo se discutían de madrugada, aunque el toro le pegó previamente un volteretón al torero en justa correspondencia, dejándolo herido, maltrecho y sin posibilidad de continuar la lidia. Un toro de casta brava: ¡menudo acontecimiento! Un toro de casta brava como el que saltó al ruedo venteño a eso de las siete y media de la tarde, es la sensación, el acabose, un valor del que apenas quedaba memoria, un tesoro recuperado de lo recóndito, un vendaval de sensaciones llegado de la noche de los tiempos. Embestir el toro de casta brava tan pronto plantó su pezuña en el redondel, y ya vibraba la plaza entera, reviviendo aquel estremecimiento singular y aquella emoción intensa que conformaban el ambiente habitual de las corridas de toros en todas las épocas, creando una afición numerosa, fiel y apasionada por esta fiesta exclusiva llamada del arte y del valor.

El toro de casta necesitaba, naturalmente, un torero en plaza, y lo hubo en la corrida ferial. Fue César Rincón, que le presentó pelea con el ardor y la entrega propios de un novillero principiante. Tiene mérito: quien ha cimentado fama y fortuna y está catalogado figura indiscutible del toreo, peleando corajudo con el toro de casta indómita, afanándose en la cercanía de sus pitones, intentando embarcarlo en la muleta del arte con serio riesgo de cogida, trastabillando cuando la fiera codicia del toro desbordaba el arte, la muleta y hasta el artista muletero.

Tiene mérito la entrega novilleril del diestro maduro. Aunque cabía esperar también de su oficio, de su experiencia y de su condición de figura del toreo, que poseyera la serenidad y los recursos suficientes para ordenar, encauzar, dominar aquel torrente de embestidas. Y ahí es donde falló César Rincón pues, pese a su valentía y pundonor, se vio superado por el toro en todas las series, en todos los pases y en todos los frentes. Sencillamente, no pudo con él. Sólo la suprema entrega en la estocada entrando a toma y daca, que le costó un  voleteretón y luego un terrible menudeo de pitonazos, le redimió de sus anteriores limitaciones y fatigas, y validó el premio de la oreja, que le fue concedido a petición mayoritaria de un público conmocionado por los desgarradores lances que acababa de presenciar.

Al toro de casta se le dio la vuelta al ruedo en medio de un clamor. Ahora bien, ¿fue bravo en realidad? Nunca se podrá saber, desde luego, pues ya está muerto y seguramente comido en estofado. Pero la duda permanece y eso es lo que discutían acaloradamente los aficionados aún de madrugada, sin llegar a ningún acuerdo. Porque la bravura del toro se mide en el tercio de varas, y este se cerró incompleto. El picador tapó la salida del toro en el primer puyazo; el segundo consistió en un picotazo leve y el tercero ni existió, ya que el presidente se apresuró a cambiar el tercio, dejando en el aire la incógnita del toro y su bravura.

Reacción al castigo

Cierto que el toro estuvo recargando fijo sobre el peto varios minutos sin atender a los quites, mas el picador no picaba y el celo embestidor carecía de la medida que únicamente puede dar su reacción al castigo. Dos varas, además, no bastan para probar la bravura. Muchos toros se han visto recargar entregados en los dos primeros puyazos y, en cambio, al sentir el tercero, cantaban la gallina, escapaban despavoridos a la querencia de chiqueros.

No se dice que el toro encastado de Ibán se hubiera comportado así, ni mucho menos, e incluso su comportamiento posterior permite suponerle una bravura excepcional. Pero como no se le picó por derecho, ni recibió las varas en regla, ya todo pertenece al terreno de la hipótesis.

O sea, la cuadratura del círculo. La afición pasó la noche en vela resolviendo problemas de trigonometría con este proceloso asunto de la bravura del segundo toro de Ibán y su trascendencia inmanente cabe la brumosa inmensidad del piélago que le valió el premio de la vuelta al ruedo, y más valdrá dejarlo para no sumirse en la discusión interminable y acabar cazando moscas. Da más gusto la vida cuando únicamente exige distinguir entre verano e invierno, sol y lluvia, noche y día, blanco y negro; dulce o amargo, bueno o malo, en definitiva.

Y así, otras facetas de la corrida, lo aficionados no necesitaron someterlas a discusión, ni nada.

¿Emilio Muñoz? No me hable. ¿Juan Mora? No me diga. Invierno, lluvia, noche, negro, amargo, malo, duelos y quebrantos, rayos y centellas, carros de demonios; pues habiéndoles correspondido toros nobles (no el que abrió plaza, de condición incierto), el primero de los mencionados diestros los toreó crispado, el segundo relamido, y ninguno de los dos acertó a construir una faenita somera, aunque fuese medianamente aparente.

Hubo suerte, de todos modos, porque si en lugar de tener delante aquellos toros nobletones les sale el de casta brava e indómita, ni se sabe lo que hubiera podido ocurrir allí. Sólo de pensarlo, a la afición se le abrían las carnes. Y ya rompía el alba. Y las miserias del cuerpo no necesitaban a esa hora más quebraderos de cabeza, sino café calentito y buena cama.

Los 50 años del rabo de Sevilla en la memoria del «Pollo» Pallares

Sin exclusiones y sin gravitar en el toreo de ayer, queremos rendir homenaje a un amigo, a un querido y admirado torero, Francisco Ruiz Miguel, quién el día 25 de abril de 1971, hace la bicoca de 50 años, le cortó las dos orejas y el rabo al toro «Gallero» de Miura, después de una inconmensurable faena en el albero de la Real Maestranza de Sevilla.


Dicen que Hesíodo plasmó la belleza, que deriva de la estética a la que Platón le dio una valoración manifiesta, que aún así, a pesar del tiempo, esa belleza adereza al toreo constituyendo una armonía, que es la que se conjuga en la expresión de toro y torero,  y que fue lo que el maestro Ruíz Miguel, alrededor de la piscina de su finca Algarrobo, comentando la alabada bravura del toro miureño, cuya cabeza el torero tiene exhibida en su cortijo como presidiendo el estrado con un hito silencioso. Ese estrado donde los visitantes se acercan con evidente admiración, a la encornadura de «Gallero», al cual paradójicamente el diestro gaditano le rindió honor posteriormente, pues tiene en su finca una cuerda de gallos finos.


Todo ello, me permite afirmar que Ruíz Miguel, el torero que más ha lidiado toros de Miura y Victorino en la historia de la tauromaquia, es un verdadero prototipo del toreo. Allí en su cortijo me expresó : «Pollo, el toro fue muy bravo, lo toree en medio de la algarabía y mira que ése público ruge, cuando la cosa está bien. Y no sé qué pasó, pero lo maté recibiendo, le di un puñetazo y vino el delirio».


Y es que el toreo es agradecido a los sentidos. Y además tiene una dinámica humana, que une a los aficionados. Ruiz Miguel estuvo conmigo en España en alrededor de veinte días, donde disfrute de sus conocimientos de maestro, del brindis de una vaquilla en faena de tienta; y recuerdo claramente de esa visita cuando estuvimos en el pesebresco pueblo gaditano, Alcalá de los Gazules, vecino de su finca, almorzando en el restaurante que frecuentaba don Marcos Núñez. En su finca también admiramos la monumental escultura que le hicieron cuando finiquitó al último toro de Victorino Martín.


Así de ésta manera rendimos homenaje a un amigo de siempre, por los 5O años del rabo en Sevilla, y, cómo el astado fue de Miura, solo me faltaba consultarle sobre éstos animales miureños, a lo cual me respondió :»son como la oscuridad de la noche». 


Aquella tarde de «Finito» en Antequera

Aquella tarde de «Finito» en Antequera. Hay momentos que nos dejan recuerdos (de los maravillosos porque los que dan pena en estas horas de pandemia para qué referirnos a ellos), instantes emocionantes que nos conmueven las mas intimas fibras.

La primera salida del maestro Rincón aquella tarde de mayo en Las Ventas tras desorejar a «Santanerito» de Baltasar Ibán , un recorte «gallista » de Morante en Latacunga, un cambio de mano exquisito de Ponce, esos regalos del temple de Manzanares (los dos, padre e hijo).

La lidia de poder a poder a poder de Rafaelillo, esas cacerinas del maestro Pepe (¿hace falta decir que José Eslava Cáceres ?), una vara en todo lo alto y recargando el toro en el peto, con la cara abajo, con casta, con clase, del «viejo» Anderson Murillo o ese electrizante par de Montoliú en su última visita a Cali , o ver un toro embistiendo de Achury, de Barbero, del maestro Rincón, de Gutiérrez, de Salento, de Guachicono, de Ambaló , de Ernesto Gonzalez, o de Vistahermosa… O ese olé de Arciniegas, potente, sonoro desde «La Barra5» en el momento justo, oportuno.

La imagen captada por «Estilo Taurino» de integrantes de La Barra5 como homenaje a todas las peñas que tanta afición hacen en las plazas y fuera de ellas

Me he ido por los cerros de Ubeda. De esas remembranzas que da gusto volver a ellas, la faena de Finito al toro «Doctor» de Zalduendo en Antequera, modélica, templada, repleta de detalles toreros, mágica por momentos ( el toreo es efímero pero se eterniza en la memoria, en el corazón). Así la recuerda el propio torero en «Avance Taurino» :

Cuentan y no hablan de Antequera…

La tarde de Antequera fue emotiva. Me hizo sentirme muy feliz. El toro Dorado de Zalduendo me hizo vivir sensaciones muy bonitas. En un año tan extraño como este, tan atípico para nosotros y con tantas desgracias que están pasado en el mundo, fue como una bocanada de aire fresco.

Aquella tarde de «Finito» en Antequera

Y qué curioso que el toro se llamase precisamente Doctor. Por eso, aquello va por todos los médicos y toda la gente de la medicina y la sanidad que se están todos están entregando, sufriendo y padeciendo por sus semejantes todos estos meses.

Un toro de gran clase…

Lo cierto es que con el capote el toro no me gustó, hizo cosas extrañas de salida. Pero luego mi banderillero Lipi le dio una buena lidia. El toro, a pesar de su deficiente salida, tuvo de entrada dos virtudes, ya que humillaba y obedecía mucho.

Luego, el toro escarbó, pero no como defecto sino, por así decirlo, para coger velocidad para embestir con más entrega. Porque tuvo ritmo, se atemperaba mucho en el embroque, colocaba bien la cara, tenía flexibilidad en el cuello, y bondad en la mirada.

Fue un gran toro y el indulto lo pidieron todos los espectadores, aquella tarde de «Finito» en Antequera

El tema de los indultos no deja de generar polémicas.

Yo soy consciente que los indultos están levantando debates, pero pienso que la fiesta gana con cosas como ésta. El toro ya está en casa y
se está curando bien. En todos los indultos, a los ganaderos les corresponde aceptarlos, pero esta vez también lo pidieron todos los espectadores.

Y todos salimos ganando.

Dicen que la mirada del toro dice mucho.

A mí me impresiona más la mirada de un toro que el trapío, que los pitones. Por encima de todo, es lo primero en lo que me fijo en un astado. Qué es lo que en realidad me asusta y me puede llegar a agobiar.

El trapío es relativo. El volumen y los pitones no me imponen tanto. No me da miedo el tamaño o las puntas de un toro, sino que le temo a su mirada y a sus ideas. Y es que a mí me gusta comunicarme con él, estudiar e intuir sus reacciones. En 33 años que llevo en la procesión, esto me ha ayudado a estudiar sus reacciones, a corregir y a mejorar”.

Sigo creyendo que gracias a momentos tan sublimes como ese (lo vimos por televisión, gracias a Dios), es que podemos aliviar las penas de una fiesta en mínimos en estos tiempos oscuros.

Joselito y Belmonte en la pluma de Alcalino en su Tauromaquia

En la pluma de Alcalino empezamos a ver como en la tarde en que Joselito El Gallo murió, Juan Belmonte permaneció en su casa de Madrid.

Lluvioso y gris se presentó aquel 16 de mayo de 1920, y Juan mataba el tiempo jugando a las cartas con algunos amigos cuando, ya anochecido, el teléfono empezó a sonar con insistencia.

Tal como puede leerse en “Juan Belmonte (Matador de toros)”, una de las biografías de mayor hondura literaria y humana que se han escrito en castellano, obra de su paisano Manuel Chaves Nogales y producto de meses de conversaciones entre ambos.


Rememora […] Belmonte: “Se puso al aparato no sé quién y nos dijo: “–Me han dado la noticia de que a Joselito lo ha matado un toro en Talavera—“. “—Anda, anda, cuelga el teléfono—“, le dije […] sin soltar las cartas ni levantar la cabeza. Seguimos jugando.

Al rato llegó jadeante Antoñito, mi mozo de estoques, y repitió: “—En Teléfonos corre el rumor de que a Joselito le ha matado un toro en la corrida de Talavera.“

“–¡No traes más que infundios!”—le repliqué malhumorado.

Era frecuente entonces que los domingos por la tarde circularan noticiones que luego no se confirmaban. Estaba reciente la implantación del descanso dominical para los periódicos, y la falta de noticias ciertas sobre las corridas poblaba el mundillo taurino de falsos rumores.

Al rato volvió a sonar el teléfono. Esta vez era ya una persona de crédito, un conocido ganadero, quien daba la terrible noticia.

“–¡Es verdad! ¡Es verdad!—“, decía con acento estremecido….Aquella espantosa certeza nos hizo mirarnos unos a otros con espanto. Dejamos caer los naipes sobre el tapete… nadie dijo nada… Mis amigos fueron levantándose uno a uno y, sin pronunciar una sílaba, se marcharon… En soledad, estuve repitiéndome mil veces aquellas palabras que me golpeaban el cráneo como martillazos:

“¡A Joselito le ha matado un toro!¡A Joselito le ha matado un toro!” Poco a poco fue invadiéndome una espantosa congoja.

Miré a mi alrededor y tuve miedo. ¿De qué? No lo sé… hasta que no pude contenerme por más tiempo y estallé en sollozos. Lloré como no he llorado nunca en mi vida… la extraña onmoción del llanto me libraba de aquel martilleo seco que repetía en mi cerebro:

“¡A Joselito le ha matado un toro!”.

(Chaves Nogales, M. Juan Belmonte (Matador de toros). Alianza Editorial-6 Toros 6, tomo 2. pp 265-266.

Interregno para el estupor. Pocas veces, la sociedad española habrá experimentado un pasmo emocional como el que provocó la muerte del gran José Gómez Ortega. La vida mantuvo su pulso, seguían celebrándose corridas, pero el país tardaba en reaccionar.

Naturalmente, para el medio taurino el golpe fue devastador, todo se pobló de augurios sombríos y manifestaciones espasmódicas.

Don Pío (Alejandro Pérez Lugín)

El paladín más radical del gallismo entre quienes escribían de toros, creyó ver en esa tragedia inaudita una conspiración en toda forma y, más por desesperación que por otra cosa, embistió ciegamente contra todo lo que oliera a Belmonte.

La tauromaquia de Juan no valía nada, comparada con la de su ídolo. Y su violentísima campaña golpeó cuanta cosa representara el trianero. Por supuesto, el gallismo más recalcitrante lo secundó sin miramientos.


Historia de un cartel

La corrida del 15 de mayo en Madrid –última en la que alternaron
Joselito y Belmonte, y que constituyó un fracaso total—empezó a torcerse cuando los veterinarios rechazaron el anunciado encierro de Albaserrada –ganadería famosa por la casta y poderío de sus astados–, y el terciado sexteto de reemplazo, de doña Carmen de Federico, irritó por su invalidez.

De modo que cuando la empresa anunció la reaparición del trianero precisamente con albaserradas, el solo anuncio alborotó al cotarro. Aquel
domingo 20 de junio de 1920 Juan iba a alternar con Curro Martín Vázquez y Fortuna, dos segundones; sería que, rota la pareja más célebre del toreo, no había más de quién echar mano.

Como Belmonte era Belmonte, el papel se agotó rápidamente. Con tal de ver si era capaz de sobreponerse al vacío que se abría ante él y la Fiesta toda. Y de comprobar si les podría a los temibles albaserradas. O si se confirmaban las punzantes diatribas de Don Pío.

Apoteosis.

De tabaco y oro, contrito y adusto, partió plaza el trianero. El primero de Albaserrada mandó a la enfermería a Curro Martín Vázquez –gran estoqueador a la antigua, ya muy desgastado a esas alturas—y Juan, como segundo espada, tendría que despachar cuatro bureles.

Al heridor lo pasaportó de un espadazo fácil. Con los otros tres iba a protagonizar la tarde más redonda de su vida. La vieja plaza de la carretera de Aragón vivió una de sus jornadas más gloriosas, y la leyenda de Belmonte creció hasta al infinito.

Como es natural, la crítica se volcó en loas al trianero. En medio de la apoteosis, la plaza en pleno se había alzado contra Don Pío, reprochándole su injusta y ruin campaña.

Versión de Barbadillo:

“Cuando soltó Belmonte el trapo milagroso que fue ayer en sus manos una bandera de gloria y de triunfo… era la gente quien cogía imaginariamente un capote fantástico, una ilusoria muleta de grana y se ponía a torear… por la calle de Alcalá, un mozo del tropel alegre y bullicioso marcaba una lenta verónica, el cuello doblado, el gesto gentil y despacioso del torero genial… un poco más allá se veía al señor don Paco… tendiendo al aire el brazo izquierdo en el pausado semicírculo de un pase natural… y en todas partes gestos, voces, corrillos, algarabía, contagios del entusiasmo popular… Siempre que se quiera poner una corrida de toros como ejemplo será necesario mentar ésta de Albaserrada».

¡Qué reses, que finura, qué tipos, qué temple, que codicia, que poder, qué estilo en los tres tercios, sin discrepancias, con leves variantes en la bravura y la nobleza!.

Cuanto hizo (Belmonte) fue cosa de pasmo y maravilla. Cada lance un milagro, cada quite un prodigio, cada pase de la muleta mágica un deslumbramiento de asombro, cada momento una ovación frenética… Verónicas, faroles, medias verónicas.

¡Ah, las medias verónicas de Juan Belmonte!

(Don Pío había escrito el día antes: “Estamos de medias verónicas hasta más arriba del cimborrio de San Francisco”).

Faenas ligadas, magnas, inverosímiles… tenía el toro que pararse ante el hombre triunfante, como si le dijera –Hombre, apártese un poco, que no tengo sitio para moverme. Y entonces, el hombre se acercaba más y más. Y no a un toro sino a tres, porque a los tres los toreó así: soberbios naturales, molinetes de farol… gracia, arte enorme, y un dominio y un temple de tal índole que, así que se iba agotando el empuje de las reses, iba el torero tirando de ellas, obligándolas y toreándolas más.

Y todo con la izquierda (Don Pío había escrito el día antes):

“Señor Belmonte, ¿quiere usted hacerme el favor de no dejarse olvidada en casa la mano izquierda? Porque es ya excesivo su abuso de la derecha”)…

De una estocada en los rubios el segundo albaserrada murió sin puntilla. Un pinchazo y una entera caída, atacando con idéntico brío, al cuarto de la tarde, que murió sin puntilla; y media en las agujas al quinto, que quedó muerto sin puntilla también. Por cada hazaña dio la vuelta al ruedo. Cortó la oreja del segundo bicho. Cortó las dos y el rabo, que se cortaba por primera vez en Madrid, de su último cornúpeto.

Cayeron a sus pies sombreros, ropa, flores; fue y vino tantas veces del estribo al centro del ruedo que, al final, ya no podía ni andar; y entonces fue cuando entró en el burladero y, como un hombre valiente, modesto y generoso, rompió a llorar de emoción y gratitud.”

(El Imparcial, 22 de junio de 1920) Versión de Corrochano:

“Precisamente cuando se hablaba de la decadencia de Belmonte, ha dado Belmonte su tarde más completa… y cuánto no se ensañaría el público aplaudiendo, que le hicieron llorar de emoción. Váyase por las veces en que su toreo hizo llorar al público.

No desaprovechó Belmonte ni un toro, ni un momento, ni una ocasión para torear maravillosamente.

Sus lances de capa, sus quites, su media verónica, fueron impecables; esa media verónica que es hija legítima de Belmonte y uno de los momentos más sublimes del toreo, y que acaba de ser censurada por una pluma chabacana con gustos de feriante….

Belmonte estuvo superior como torero y superior como matador… es un torero tan completo que toro que torea bien lo mata bien. Y estuvo tan sobrado que mató cuatro toros sin fatiga, y hubiera matado seis».

Versión de Clarito:

“Rodó el quinto toro de Albaserrada. Continuaba de pie el público y los pañuelos salieron a flote. El puntillero, por mandato del presidente, cortó a la res una oreja, luego otra, después el rabo… Terminó Juan su vuelta ritual, y cuando iba a retirarse al estribo, de súbito, la multitud rompió a aplaudir más y más fuerte.

Ovación larga, rotunda como no recuerdo otra, y que tenía un significado tan especial que, comprendiéndolo, este diestro, todo arte y todo corazón, la agradeció con firmeza desde los medios y en seguida fue a refugiarse en el burladero… para llorar, escondido en los hospitalarios tableros…

De nuevo estaba en pie la muchedumbre, pero ahora en actitud airada; por sobre las cabezas no albeaban los pañuelos, sino que enarbolábanse los bastones.

Y sonaba el nombre de un revistero que, según unos por ignorancia, y según otros por mala intención, y a mi juicio por las dos cosas, ha sostenido contra Belmonte una de las campañas más vocingleras e inicuas que se recuerden.”

“Don Pío” se retracta. Aludido en las tres crónicas de referencia, Pérez Lugín no tuvo más remedio que reconocer la grandeza de Belmonte y el carácter histórico de su gesta:

“¡Ha resucitado Juan Belmonte! ¡Aleluya!… Ahora que ya no vive el pobre y admirado Gallito, el torero de las grandes series de grandes naturales, –¡Con la izquierda!, había que gritarle a Juan. Y anteayer, toreando con la izquierda, tuvo Juan la tarde más grande de su vida torera… ¡Viva Belmonte… la izquierda… La Libertad!«.

La pugna sin cuartel entre cronistas es reflejo fiel de lo que se vivía en la calle, por algo España identificaría ese tiempo como la época de oro del toreo. Puede afirmarse que esta histórica corrida del 20 de junio de 1920 clausura una era de esplendor sin precedentes.

Muerto José y repatriado Gaona, que ofrecerá en México los mejores frutos de su madurez torera, Belmonte se quedó dramáticamente solo.

Aún resistió, sin llegar a emular ya su memorable triunfo con los albaserradas, las campañas completas del año 20 y del 21, antes de dar por clausurada la etapa más apasionante de su carrera, fundamental para la construcción del mito belmontino.

Porque en sus idas y vueltas posteriores circularía por las plazas en calidad de pieza única y aparte, objeto más de veneración que de escrutinio, y sin la pretensión de dirimir con nadie la supremacía que su puro nombre le otorgaba.


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