Category Archive : Recuerdos de faenas

Aquellos inolvidables 14 muletazos de Juan Mora en Madrid, y la puerta grande en la pluma de Alcalino. » La faena de mi vida», dijo el torero

El 2 de octubre de 2010, la plaza de Las Ventas vivió una de las tardes más bellas de su
existencia. De una belleza genuina, profunda, inefable. Formaban cartel tres artistas
paradójicamente rescatados del fondo del escalafón, y que una vez consumadas sus
respectivas proezas iban a permanecer confinados allí mismo. Misterios de la política
taurina, dominada por el cortoplacismo y las componendas empresariales, el veto de
ciertas figuras –¿la mayoría?– a los alternantes incómodos y a la bravura auténtica, la
dejadez y superficialidad de públicos menguantes e incultos. Y razón de que la
tauromaquia del siglo XXI, incomprendida, vejada y atacada desde tantos frentes, navegue
sin brújula entre la zozobra y la incertidumbre por aguas infestadas de pirañas y tiburones.
Que Onetoro, ese canal tan pretencioso con sede en Miami, esté ahora mismo tirando la
toalla porque a sus dueños no les cuadran los números, es apenas la última raya en la piel
de un tigre famélico, con los colmillos y las garras convenientemente afeitados.


Vamos ahí. Era la tercera fecha de la madrileña Feria de Otoño y a la empresa se le ocurrió
anunciar juntos a Juan Mora, Curro Díaz y Morenito de Aranda con toros de Torrealta
(Paloma Eulate), de buen cartel en tiempos no lejanos. Y era una corrida con los años y los
pitones muy bien puestos. Por algún motivo, esa terna de toreros de arte pero escasos de
contratos prácticamente llenó la plaza, como si la gente hubiera tenido el presentimiento
de que algo importante se avecinaba. Y allá iban ya, ruedo adentro, las cuadrillas
encabezadas por el plasentino Mora (oliva y oro), el linarense Díaz (verde botella y oro) y
el arandino Jesús Martínez (añil y oro). El primero de la tarde, “Retaco”, 615 kilos, negro,
levantado de púas y con más morrillo que cuello, ya está en la arena.


Juan Mora se sublima. Seguro y firme, ajeno al duro castigo que a partes iguales le habían
infligido los toros y las empresas, el de Plasencia se plantó en el tercio, juntó los talones y
meció la verónica en lances amandilados de palpables suavidad y sabor, hermoso
preámbulo de la memorable tarde. Juan Mora había tomado la alternativa en Sevilla un

lejano 3 de abril de 1983 de manos de Manolo Vázquez, Curro Romero de testigo. Y,
torero de hábitos añejos, usaba capotes y muletas sin apresto y no recurrió nunca a la
espadita simulada, detalle que este día habría de resultarle capital. Porque sus faenas de
muleta, iniciadas ambas con muletazos de rodilla flexionada tendientes a explorar y
moldear la embestida, se desarrollaron siempre en ese mismo tercio con base en series
circulares por ambos pitones que fueron bellamente a más en lentitud, mando y redondez
hasta culminar con ajustados pases de pecho, levemente abierto el compás. A “Retaco” lo
mató por todo lo alto a la salida de uno de estos remates desatando tal alboroto que las
orejas estaban cantadas. Pero el jabonero “Abatido” se resistía a doblar, Juan se desplantó
a centímetros de la ancha cuna y el animal, en una ciega arremetida de agonía, lo volteó
feamente y le pegó un puntazo. Cayeron toro y torero casi al mismo tiempo, y la tercera
oreja de la soñada tarde del plasentino le abrió de par en par la Puerta de Madrid.
Curro y Morenito. Pero no fue todo. En una tarde bendecida por los dioses, los otros dos
alternantes también tenían mucho que decir. Poco le importó a Curro Díaz que sus toros
se le resistieran, él insistió, con decisión de valiente pero sin olvidar ni por un momento
sus dotes de artista hondo y fino. Se la jugó con el incómodo quinto –“Trajesucio” sería
despedido con pitos– lo estoqueó por todo lo alto y le cortó la oreja.
Morenito de Aranda, parco con un flojo sobrero de Martín Lorca, reemplazo del tercero,
iba a cuajarle a “Coral“, el sexto, un auténtico faenón. Toro supremo y espléndida la obra,
rica en naturales de trazo larguísimo en series generosas en cantidad y calidad, parecía
destinada a la puerta grande cuando el bajonazo final refrenó los entusiasmos. Pero sólo
un poco, porque el intenso pañoleo obligó al presidente a sacar el suyo. Una oreja que
pudieron ser dos.


Brindis y crónica. Juan Mora le brindó su primer toro a Barquerito con palabras de afecto
y reconocimiento. Y don Ignacio Álvarez Vara correspondió con una crónica de las suyas,
sobria, sabia y sabrosa, sin asomos de alcahuetería a cambio de la justa distinción que le
había dispensado el torero. Entresaco lo básico de la misma: “Abrió corrida una mole
inmensa de 615 kilos: “Retaco”, número 18, negro, muy cabezón, finas las puntas y aire
deslavazado, como su trote de salida, perezoso e incierto. Venía sin emplearse ni
descolgar, al paso y cruzado. Se acostó por las dos manos (…) Se llevó por delante al
banderillero Javier Palomeque, que cayó de espaldas y a plomo, inconsciente. Juan Mora
lidió con cabeza y estilo: lances de buen dibujo pero de sujetar al toro, que tardó en fijarse
y estuvo haciendo hilo (…) Joya de la lidia fueron unos lances a una mano por delante, con
cambio de mano de uno en otro, para meter al toro casi bajo el caballo (…) Hubo sustos y
apretones en banderillas.
Luego iba a llegar, sin dudas ni prisas ni pausas, una muy notable faena de Juan Mora.
Notable por todo. Por la resolución: con tres muletazos de tanteo ya estuvo en marcha la
cosa, puesto y gobernado el toro. Por la firmeza: encajado, vertical el torero, pero suelto
de brazos. Por la autoridad que confiere el torear con los vuelos del engaño a la manera

clásica, sobre el espejo de tauromaquias como las de Antoñete o Manolo Vázquez. Por la
muy sencilla fluidez. Fue faena breve y grande, no mucho más de los veinte muletazos del
dicho famoso (…) A medida que corría el tiempo, ganaba en ritmo y fuerza.
Primero la mano derecha, sin que el toro rompiera en serio, sólo que seguía el engaño bien
templado; y luego, la que fue, casi de sorpresa, la mano buena, la otra. Se aplomó el toro
un poco, pero, dócil, humilló y, embebido en los vuelos, hizo el semicírculo enroscado. Muy
despacio entonces Juan. Sencillo empaque al componer, perfectos los remates cambiados.
Inteligente la solución de torear en un solo terreno, entre rayas y tablas. Ni un metro más.
Detalle privativo de los maestros. En el momento justo, una estocada hasta la bola
cobrada con fe ciega. Como siempre, Juan había salido a faenar con la espada de acero. Y
rodó sin puntilla el toro. Dos orejas. Gran triunfo.


Saltó de cuarto un jabonero de amplísimo balcón, que hizo, de salida, cosas de toro corrido
en el campo: saltarse de engaños sin atenderlos, irse sin barbear, ganas de correr. Una
lidia precisa de Juan Mora, un quite por delantales clásicos –de perder el paso en la
reunión y de golpear con las muñecas y no con los brazos- y un remate a punta de capote
precioso (…) No un calco de la primera faena, pues fueron toros distintos, pero muy pareja
la estrategia: de torear sin violencia ni castigar, de convencer al toro con un caramelo, de
irse Juan enroscando con él más cada vez, de saber tocarlo, engancharlo y soltarlo. Faena
de inteligencia, en un solo terreno, cuya única pausa en serio se resolvió con una reolina
trazada por encima del flequillo pelirrojo de ese toro jabonero tan bien tenido. A la salida
de un pase de pecho, igualado el toro en la suerte natural, volvió Juan a volcarse con la
espada. Entera, pero un punto trasera. Lenta la agonía. Metido entre pitones para verlo
rodar, Juan salió volteado y con un puntazo en el muslo. ¡Nada! Una oreja, la tercera. Juan
le anudó al toro en el cuerno derecho la toalla de su mozo de estoques. Tarde redonda.
Curro Díaz, en tarde feliz, seguro y puesto, anduvo torero y fácil con un segundo muy
astifino de bellas hechuras, el más bonito de todos, sólo que se rajó antes de tiempo (…)
Con un quinto de imponente remate, Curro Díaz acertó con la tecla de torear de frente por
abajo y despacito, en faena paciente y de aguante indesmayable, y remató con una de
esas estocadas suyas, en que la espada entra en parábola por el hoyo de las agujas.
(…) El sexto, 600 kilos pero baja la cruz, fue el toro de mejor impulso, sobre todo por la
mano izquierda, y Morenito de Aranda no lo dejó ir sino que, con majeza, ajuste y temple,
lo ligó en tres tandas de mano baja que llegaron de verdad a la gente. Adornos clásicos de
toreo de pastel. Con todo en la mano –la puerta grande, la plaza embalada- se le fue la
espada a los bajos. A él, que lleva matados este año por arriba tantos toros.


(Entre paréntesis, Juan Mora tuvo la gentileza de brindar la muerte del primer toro a
este cronista, que hace diez años vivió en un hospital de Jaén junto a su familia una noche
casi trágica: esa cornada estuvo a punto de costarle a Juan a vida. Una de las más graves
de los últimos tiempos. De modo que parecía un milagro no sólo verlo torear tan

sabiamente sino saberlo a hombros por la Puerta de Madrid y con la vida por delante. La
gente del tendido me ha felicitado como si las orejas las hubiera cortado yo y no Juan. Se
me ha llenado el buzón de enhorabuenas. Ahora empiezo a entender de toros. ¡Ya era
hora!) (Colpisa, portal de Internet. 2 de octubre de 2010)
Unanimidad mediática. Acorde con el acontecimiento. Breve pero significativa muestra:
“Hace veinticuatro horas nadie se acordaba de él, pero ahora Juan Mora es el triunfador
de la temporada en Las Ventas. Con la torería y el concepto que siempre le distinguió,
trayendo y reivindicando unas formas y una filosofía en desuso, Juan Mora rompió tópicos,
arrebató, sugestionó y volvió a poner de manifiesto que con quince muletazos se cortan
dos orejas en Madrid. Tarde grande, más allá de los trofeos, que vuelve a poner de
actualidad a un torero injustamente postergado durante demasiado tiempo. En la mejor
corrida del año en Madrid, Curro Díaz y Morenito de Aranda también cortaron una oreja.”
(Íñigo Crespo. Mundotoro, portal de Internet. 2 de octubre de 2010).


“El otoño dorado de Juan Mora (…) Al borde de los cincuenta años, cautiva al público
madrileño con el aroma añejo de su estilo, corta tres orejas, pedidas unánimemente, y
sale, feliz, por la Puerta Grande. Después de tanta grisura, ¡qué alegría disfrutar con la
belleza del buen toreo!” (Andrés Amorós. ABC, 3 de octubre de 2010)
“Bolero de otoño y torería de Juan Mora (…) Dos orejas con el toreo de siempre: 25
muletazos y una estocada. Toreó con la espada de verdad y después de cuajar dos series
portentosas de temple al natural, estocada en todo lo alto que tumbó al toro sin
puntilla. Puerta Grande de las de antes para un matador con casi 50 años y el clasicismo
en la cabeza.” (Zabala de la Serna. El Mundo. ídem).


“Juan Mora (48 años y 27 de alternativa) se abrió de capa y muleta con serenidad, sin
prisas, como quien no quiere la cosa, se sintió torero de los pies a la cabeza y en poco más
de seis minutos entusiasmó a la plaza y cortó las dos orejas (…) Y volvió a deleitar en el
cuarto. Curro Díaz se armó de valor y se aupó al triunfo; y Morenito, enrabietado, con el
toro más claro de la tarde, el sexto, ofreció un recital por naturales. Tarde de gloria en Las
Ventas, el toreo resucitado y corrida inolvidable.” (Antonio Lorca. El País. Ídem)
“Por vez primera en mi vida, y creo que la de todos los aficionados, vimos cortar un doble
trofeo por un torero que, apenas con quince muletazos y, tras un pase de pecho
espléndido, tizona en mano, le enjaretó una estocada en todo lo alto rodando el toro en el
acto. El éxtasis, clamor, delirio y pasión, algo que hacía años que no veníamos, todo ello se
desató tras la muerte de aquel bravo ejemplar (Pero) El primer pago que tuvo en la
temporada siguiente fue no contratarle para San Isidro y, a partir de aquel momento,
silencio sepulcral para el torero de Plasencia (…) Injusticias, en el toreo, se cometen a
diario, pero la cometida contra Juan Mora no tiene nombre.” (Pla Ventura. Opinión y
Toros. Portal de Internet. 4 de agosto de 2023)

2 de octubre no se olvida. Injusticias aparte, la hazaña de Juan José Gutiérrez Mora y sus
alternantes Curro Díaz y Morenito de Aranda pertenece a la historia grande de la plaza de
Las Ventas. Y del toreo por cuanto pueda tener de arte, de historia y de cultura. A través
del tiempo, el 2 de octubre de 2010 es y será una de sus efemérides clave.

RESULTADO DEL FESTEJO

Juan Mora, de verde oliva y oro. Estocada (dos orejas). En el cuarto, estocada contraria (oreja).

Curro Díaz, de verde botella y oro. Media estocada (saludos). En el quinto, estocada (oreja).

Morenito de Aranda, de azul pavo y oro. Media estocada (silencio). en el sexto, estcoada baja, (oreja).

Recuerdo de Alcalino de la memorable faena de Morante en Bilbao a Cacareo de Núñez del Cuvillo

Una plaza (Bilbao), un hierro (Núñez del Cuvillo), un toro (“Cacareo”, castaño rebarbo, ojo
de perdiz), un torero (Morante de la Puebla). Bastaron estos ingredientes para hacer del
martes 23 de agosto de 2011 una fecha única en la historia del Bocho, del de la Puebla, del
arte de torear. Porque José Antonio Morante Camacho tiene la virtud de no repetirse
nunca. Su tauromaquia, en días como éste, resume la gloria complicada y fugaz de un siglo
áureo de toreo. Donde nada que sea genuino resulta gratuito y todo depende del toro que
se tenga delante. Y el tal “Cacareo” se las traía. Del toril salió al trote y no paró en todo el
primer tercio. Embestía pero se iba. Recargó en el peto y al salir de ahí, lo mismo. Como
en banderillas. Y Morante, ojo avizor. Hasta que dijo esta muleta es mía. Y este toro. Los
doblones ayudados con la espada me recordaron el poema de Gerardo Diego sobre Juan
Belmonte, precisamente en Bilbao y con un Murube. Forzando el cuerpo, despertando
suspicacias (pititos) porque, claro, no estamos en 1917 sino casi un siglo y muchísimo
toreo después. Pero fue así como consiguió retener al Cuvillo en el ovillo rojo de su
engaño. Y fue así como el castaño reveló bravura y celo, siempre con un punto de
brusquedad. Lo demás fue pan comido.


Vi esa faena por televisión. Y la repito cuando algo aquí dentro me dice que necesito
reverla. Y es la misma fascinación. El mismo hechizo. Y sigo estando muy de acuerdo con
lo que escribí entonces, con la obra fresca y el ánima en vilo. Va por ustedes:
“Hubo una tarde cenital. La cerró, justamente, el grito que encabeza esta columna, un
¡Viva el toreo! encendido y espontáneo para acompañar la salida en hombros de Morante
de la Puebla, compendio vivo de cien años de tauromaquia. Acababa de cuajar el sevillano
una de sus obras cumbres con el toro “Cacareo”, el cuarto de un interesantísimo encierro
de Núñez del Cuvillo. Aupado sobre sus seguidores, sosegado de faz y de espíritu,
saboreaba el enorme artista uno de los momentos estelares de su contrastante
trayectoria.


La faena. “Cacareo” (542 kg.), un castaño claro bocirrubio y ojo de perdiz, calcetero
trasero y de pitones abiertos y acucharados había sido protestado de salida por algo que la
gente advirtió como incipiente cojera. Y se había movido con gran desorden en los dos

primeros tercios cuando Morante lo recibió de muleta con una tanda de ayudados por
bajo, doblándose vigorosamente con el colorado de las tablas a los medios, algo que
mucho público silbó por suponerlo anuncio de un trasteo de mero trámite. Pero el
propósito del torero era parar al bicho y fijarlo en el engaño, que ya había deslizado con
gusto y parsimonia ante el primero de la tarde, toro noble pero débil con el que trazó el de
la Puebla aisladas pero hermosísimas pinceladas, preámbulo de lo que estaba por venir (…)
Ya en los medios, Morante tomó distancia de “Cacareo”, lo citó sin aspavientos y empezó a
guiar con delicadeza la codiciosa embestida en largas series sobre el pitón derecho,
muletazos cada vez más bajos y lentos, que el toro tomaba con cierta aspereza, al grado
de puntear esporádicamente la mandona flámula. La plaza, que contemplaba en silencio,
poco a poco empezó a sacudirse con ese rugido sordo, precursor de los grandes
acontecimientos.


Larga fue la faena del de la Puebla, verdadero muestrario de cien años de toreo macizo y
sentido, arriesgado y señorial, ora sometiendo por bajo con acompasado quejío, ora
librando con un molinete de emergencia una oleada inesperada del bravo cuvillo. Y
siempre el torero como eje y centro de una obra interesantísima, distinta, fuente dinámica
de luz y de encontradas emociones. Viendo a Morante cambiándose la muleta de mano,
después de más de cincuenta pases que habían sido otras tantas ráfagas de torería, para
ligar los naturales más bellamente naturales de los últimos tiempos, o saboreando el
portentoso kikiriquí que remató los ayudados por alto finales, barriendo lomos como
pudieran haberlo hecho centuria de por medio Juan Belmonte o El Niño de la Palma, Bilbao
y el toreo todo pasaron del éxtasis conmovido a una especie de sereno letargo, intensa
comunión con el cosmos que solamente éste que Lorca llamó el arte más culto suele ser
capaz de provocar. El martes 23 de agosto de 2011, en el Bocho, tuvo lugar una de esas
privilegiadas ocasiones.

DAVID S. BUSTAMANTE 25/07/2016 SANTANDER/ CANTABRIA FERIA TAURINA DE SANTIAGO/ Morante de la Puebla en la Feria Taurina de Santiago 2016 en Santander celebrada en la plaza de toros de Cuatro Caminos


Nos despertó el perfecto estoconazo que fulminaría a “Cacareo” y lo haría pasar a la
historia grande de la fiesta, al lado del nombre de su genial autor. La vuelta al ruedo de
Morante con las orejas del incansable castaño de Cuvillo fueron como un remanso tras la
borrasca luminosa de su increíble faena.” (La Jornada de Oriente, 29 de agosto de 2011)
Ni qué decir que las reacciones mediáticas tuvieron todas un cariz parecido. Los titulares
no dejan lugar a dudas: “Faena histórica de Morante de la Puebla” (Carlos Ilián, Marca);
“El arte de Morante inunda Bilbao” (Juan Antonio de Labra, portal altoromexico.com);
“Bilbao ‘arde’ con el fuego de la pasión torera de Morante” (Luis Nieto, Diario de Sevilla);
“Puerta grande para Morante de la Puebla” (Zabala de la Serna, El Mundo); “Una faena
fantástica de Morante” (Ignacio Álvarez Vara “Barquerito”, portal COLPISA); “Morante,
algo más que a hombros”, Antonio Lorca, El País)… Y así por el estilo.
Barquerito. Tomo de este auténtico maestro de la crónica taurina el relato en extenso de
lo que fue, según la entrada de su nota,“Una exhibición por todo antológica: la belleza
formal, la inspiración, la improvisación, el temple, el genio sencillo. Obra maestra.”

Y a continuación lo desglosa así: “Dentro de la variedad de pintas y hechuras, el cuarto
(fue) el raro. Corto de manos, y por eso se trompicaría al aparecer; mucha caja pero
vareado. No fue toro de gran expresión. Pero en manos de un Morante desatado y en
faena de sin par ebriedad, iba a ser el toro de la feria (…) “Cacareo”, número 150.


Lo recibieron de uñas solo por perder las manos (…) Se vino al retrote, se frenaba un poco,
no se fijaba, se salió suelto de dos picotazos –el segundo, en la puerta y sin emplearse–, no
dio opción sino para bregar. Estaba por sangrarse y por saberse cómo era el toro cuando el
palco cambió el tercio. Morante, por su cuenta, hizo gesto visible a Cristóbal Cruz para que
le pegara al toro un tercer puyazo, que fue el de verdad. Medicinal.


El segundo y el tercero de Cuvillo se habían cambiado con dos puyazos (…) y se habían
venido arriba en la muleta con bravo temperamento (…) Morante habría tomado nota. Se
le echó encima la gente, pero Morante sabría lo que hacía (…) Los banderilleros
cumplieron enseguida, en los dos galopes por la mano derecha el toro se vino con buen
aire, pero no por la izquierda. Morante se puso a trajinar sin perder un segundo. Seis
muletazos a dos manos por abajo, muy trabajosos, como si la muleta pesara el doble de lo
normal (…) toro metido y sometido. La tanda acabó al borde de la segunda raya. Los que
entendieron que eso era el arranque de una faena de mero castigo erraron el cálculo. Iba a
empezar el festín en la tanda siguiente, que fue de nuevo por abajo, de ahormar y
aquilatar; de enganchar y torear por delante, no solo tocar. Fue una tanda de seis: en el
cambio de mano por detrás la muleta cobró un vuelo que nunca se ve.


Ya estaba encajado Morante y empezó a fluir el torear como un juego. La faena fue entera
en un terreno solo (…) Morante empezó fuera de rayas, entre las rayas dibujó no pocas
maravillas y acabó toreando casi en las tablas. Y, sin embargo, todo fue en tan pocos
palmos pura improvisación. Sobre la base del canon clásico: el toreo en redondo,
ligeramente traído hacia dentro el viaje del toro para abrirlo sin ahogarlo, las plantas
posadas; en aspa el brazo que no blandía la muleta pero equilibraba el peso del cuerpo
como en filigrana; la suerte cargada en todas las bazas. Ni un tirón. Todo caricias.
Uno por alto casi en reolina ligado con el molinete, la trinchera y el de pecho. Estalló un
júbilo inenarrable. Coros de olés porque no hubo ni pausas, sino brevísimos respiros dentro
de un hilo continuo. Veinte, treinta muletazos de los que solo se ven en rancias fotos.
Cuando todo parecía hecho, llegó la sorpresa mayor. A Morante le faltaba ponerse en serio
con la mano izquierda, por donde el toro había protestado, y por ella se puso cuando y
como mejor quiso. El encanto de la faena era su derroche de fantasía: muletazos como
juegos de luces en la tarde de más cerrado cielo de todo el verano en Bilbao, sueltas y
tomas del toro cuando menos se esperaba que brotaran a borbotones los malabarismos
(…) El natural, el molinete y el de pecho; el de las flores ligado con el natural y un recorte; y
un final inesperado: una tanda de ayudados por alto cargando la suerte como si se fuera
todo Morante detrás de los brazos, que templaron los viajes del toro como si lo hicieran
levitar. Fue, por todo eso, un prodigio (…) Hubo catarsis general: poder embaucador de

esta clase de faenas sin fin. Sonó un aviso antes de haber montado Morante la espada.
Entró delanterita la estocada (…) Y ahí habría cabido la gracia sevillana: lo de “¡No ze pué
aguantá…!”  Pero se aguantó.” (Barquerito, COLPISA. Bilbao, 23 de agosto de 2011)
Pasada la emoción del momento, escritas más en frío, encontré estas reflexiones de
Fernando Bermejo: “Morante no necesita unos ojos especiales de aficionado. Él sirve un
menú distinto (…) Y a él acudimos siempre con los sentidos muy abiertos. En Bilbao, como
ha reconocido el propio torero, consiguió lo que estaba soñando. Quizá por eso no era muy
difícil que irrumpieran los dos pañuelos al tiempo en el palco, recompensa de una obra que
por supuesto no volveremos a ver. Obras hay que se parecen mucho entre sí, como si ya las
hubiéramos observado en otras ocasiones. ¿Alguien ha visto algo parecido a lo que hizo,
largo tiempo, Morante con el cuarto de Núñez del Cuvillo? (…)
Este torero es patrimonio de todos los tiempos. Es torero de épocas porque no hacemos
más que desentrañar sus resquicios gallistas, belmontistas, pepeluisistas (…) Aúna tanto,
que lo que le sale, cuando le sale, es una joya. Entre los que le pitaron ignorantes en su
inicio todopoderoso por bajo y quienes le hubiéramos dado en ese mismísimo instante las
dos orejas hay un término medio, pero el torero no estaba para términos medios. Y se le
notó, y lo celebramos. Su repertorio rebosó de adornos, cierto es, pero también del toreo
más firme que exista, así la tanda de naturales de la victoria final. Luego vinieron,
obnubilados, los besos de felicitación de sus peones, o de El Juli en el callejón. Y, muy
mecida, la salida entre dos hombros por la Puerta Grande.” (El Mundo, 24 de agosto de
2011)
Buena corrida. Sería injusto dejar sin una justa mención al buen encierro de Núñez del
Cuvillo y al desempeño de los otros dos alternantes. José María Manzanares se llevó un
lote notable, y aunque lo desbordó la casta de su primero, con el otro estuvo poderoso y
templado y le cortó la oreja. David Mora, que se presentaba en Bilbao, gustó mucho con la
capa y pudo desorejar al tercero, bien acoplado con la zurda antes de pincharlo; luego se
le vio valiente y cumplidor con el sexto, que fue el malo del sexteto, así como el primero
había sido el más flojo, pese a lo cual Morante mostró que estaba de vena en aislados
pero preciosos detalles.


Han pasado los años, pero la faena de José Antonio Morante de la Puebla al cuvillo
“Cacareo”, en Bilbao, es de aquellas que nunca terminan de pasar.

Cómo pasa el tiempo pero no la gloria. Recuerdos de una tarde en Ambato con el maestro Rincón y el indulto de «Sobrecito»

29 de febrero de 1992 se celebró una corrida de toros en Ambato (Ecuador). El ganado llevó el hierro de “Dehesa de Atillo” y el cartel lo formaron los españoles Roberto Domínguez y Ortega Cano ( hoy en su función de apoderados ) y el colombiano César Rincón, propietario de las Ventas del Espíritu Santo que indultó a Sobrecito , me recuerda Gonzalo Ruiz el director de «Torerias»

GANADERIA DE ATILLO

Esta Ganadería data de mucha antigüedad, ya que en la Historia de Ambato, escrita por el cronista Isaías Toro Ruiz, escribe que en la primera corrida que se realiza en Ambato, se lidian toros de la ganadería Atillo cuya propietaria era la Sra. Doña Mercedes Holguín viuda de Barona.

Don Alfredo Barona Holguín lleva los destinos de la ganadería desde 1920 hasta 1972, tiempo en el cual lidia en distintas plazas de la provincia, a partir de 1972 Atillo lidia sus productos a nombre de Alfredo barona Sevilla, debutando en Quito en el año de 1976 en las llamadas novilladas de la oportunidad. En 1978 luego que el ganadero titular importa vacas y sementales de Atanasio Fernández Iglesias, pasa la ganadería a nombre de los Hnos. Barona Terán.

Esta ganadería es remozada con sementales de Atanasio Fernández a partir de este año, consiguiendo logros importantes, por ejemplo, los indultos de los toros Campanero Nº 79, lidiado por el matador César Rincón en el año 1992 en la Monumental Plaza de Toros Ambato, ejemplar que consta en el “Libro de Toros Célebres” de Cossio, y el toro Nº 4 Machaquito, lidiado en el Perú en la ciudad de Santa Cruz por el matador Alvaro Barona en el año 1993.

Imagenes de la tarde de Castella en Madrid

( Las fotos captadas por la lente de Diego Alais )

Castella ha atravesado en hombros por sexta vez la puerta grande de Madrid.

No hay consenso sobre si fue rotunda o no la faena del francés. El dice que no busca a estas alturas el triunfo sino la esencia del toreo y que la tarde con los Jandilla lo está alcanzando.

No falta el critico severo que dice que solo hubo una tanda por naturales pero que el toro merecía más.

Otros valoran en sumo grado lo que hizo con ese cuarto toro y justifican sin peros el triunfo y las dos orejas.

Diego Alais nos deja estas fotos


Hace 28 años César Rincón unió su gloria torera a » Bastonito» de Baltasar Ibán en Madrid

La grandeza de César Rincón es historia viva de la tauromaquia. Vivo con la historia y no de la historia pero lo ocurrido hace 28 años en Madrid con el toro de Baltasar Ibán, «Bastonito» , está en los anales de la épica por la fiereza , la casta, y esa faena colmada de matices que surcó la tragedia.

No falta el desaprensivo que intente , sin conseguirlo, restarle méritos al maestro colombiano pero los enanos de pensamiento son los menos y no merece detenerse en su mezquindad. A esos, los pocos, se les olvida la gesta del maestro, su aporte cuando más se le necesitó y vinieron, gracias a él 10 figuras del toreo cuando estaba cerrada La Santamaría y un grupo de novilleros ( loor a ellos) se plantó a las puertas de la plaza para reclamar su reapertura lo que se logró. Mantiene con mucho sacrificio una ganadería en Colombia, Las Ventas, de éxitos sonoros en muchas plazas de Colombia y América. Y discretamente ha tocado las puertas de funcionarios, expresidentes, ministros para mostrarles la importancia de una fiesta que no es solo congregar aficionados en un coso sino el circuito social y económico que representa una corrida en una ciudad o un pueblo.

Volvamos a la grandeza de una corrida en Madrid. Se cumplen 28 años de la lidia de uno de los toros más bravos y fieros que recuerda la afición venteña. 

«Bastonito» nº25 de Baltasar Ibán, negro de capa, con 501 kilogramos y nacido en agosto de 1989. Su lidia y muerte correspondió al torero César Rincón, cortando una oreja y el toro premiado con la vuelta al ruedo. Sin duda, una de las batallas más épicas que se recuerdan entre un toro y torero. «Bastonito» representa y es uno de los máximos exponentes de lo que debe de ser el toro bravo y como dijo Joaquín Vidal en su crónica de El País, ”Bastonito fue el resultado que todo ganadero debe buscar en la crianza del toro de lidia: un animal que venda cara su vida”.

Al día siguiente , el maestro JOaquín Vidal reseñó en El País lo ocurrido ese 7 de junio, un día como hoy

Salió un toro de casta brava a eso de las siete y media de la tarde, y eran las tantas de la madrugada cuando aún discutía la afición si mereció la vuelta al ruedo que le dieron las mulillas con todos los honores, bajo una cerrada ovación del público puesto en pie. A ese toro, César Rincón le había cortado una oreja, cuyos merecimientos asimismo se discutían de madrugada, aunque el toro le pegó previamente un volteretón al torero en justa correspondencia, dejándolo herido, maltrecho y sin posibilidad de continuar la lidia. Un toro de casta brava: ¡menudo acontecimiento! Un toro de casta brava como el que saltó al ruedo venteño a eso de las siete y media de la tarde, es la sensación, el acabose, un valor del que apenas quedaba memoria, un tesoro recuperado de lo recóndito, un vendaval de sensaciones llegado de la noche de los tiempos. Embestir el toro de casta brava tan pronto plantó su pezuña en el redondel, y ya vibraba la plaza entera, reviviendo aquel estremecimiento singular y aquella emoción intensa que conformaban el ambiente habitual de las corridas de toros en todas las épocas, creando una afición numerosa, fiel y apasionada por esta fiesta exclusiva llamada del arte y del valor.

El toro de casta necesitaba, naturalmente, un torero en plaza, y lo hubo en la corrida ferial. Fue César Rincón, que le presentó pelea con el ardor y la entrega propios de un novillero principiante. Tiene mérito: quien ha cimentado fama y fortuna y está catalogado figura indiscutible del toreo, peleando corajudo con el toro de casta indómita, afanándose en la cercanía de sus pitones, intentando embarcarlo en la muleta del arte con serio riesgo de cogida, trastabillando cuando la fiera codicia del toro desbordaba el arte, la muleta y hasta el artista muletero.

Tiene mérito la entrega novilleril del diestro maduro. Aunque cabía esperar también de su oficio, de su experiencia y de su condición de figura del toreo, que poseyera la serenidad y los recursos suficientes para ordenar, encauzar, dominar aquel torrente de embestidas. Y ahí es donde falló César Rincón pues, pese a su valentía y pundonor, se vio superado por el toro en todas las series, en todos los pases y en todos los frentes. Sencillamente, no pudo con él. Sólo la suprema entrega en la estocada entrando a toma y daca, que le costó un  voleteretón y luego un terrible menudeo de pitonazos, le redimió de sus anteriores limitaciones y fatigas, y validó el premio de la oreja, que le fue concedido a petición mayoritaria de un público conmocionado por los desgarradores lances que acababa de presenciar.

Al toro de casta se le dio la vuelta al ruedo en medio de un clamor. Ahora bien, ¿fue bravo en realidad? Nunca se podrá saber, desde luego, pues ya está muerto y seguramente comido en estofado. Pero la duda permanece y eso es lo que discutían acaloradamente los aficionados aún de madrugada, sin llegar a ningún acuerdo. Porque la bravura del toro se mide en el tercio de varas, y este se cerró incompleto. El picador tapó la salida del toro en el primer puyazo; el segundo consistió en un picotazo leve y el tercero ni existió, ya que el presidente se apresuró a cambiar el tercio, dejando en el aire la incógnita del toro y su bravura.

Reacción al castigo

Cierto que el toro estuvo recargando fijo sobre el peto varios minutos sin atender a los quites, mas el picador no picaba y el celo embestidor carecía de la medida que únicamente puede dar su reacción al castigo. Dos varas, además, no bastan para probar la bravura. Muchos toros se han visto recargar entregados en los dos primeros puyazos y, en cambio, al sentir el tercero, cantaban la gallina, escapaban despavoridos a la querencia de chiqueros.

No se dice que el toro encastado de Ibán se hubiera comportado así, ni mucho menos, e incluso su comportamiento posterior permite suponerle una bravura excepcional. Pero como no se le picó por derecho, ni recibió las varas en regla, ya todo pertenece al terreno de la hipótesis.

O sea, la cuadratura del círculo. La afición pasó la noche en vela resolviendo problemas de trigonometría con este proceloso asunto de la bravura del segundo toro de Ibán y su trascendencia inmanente cabe la brumosa inmensidad del piélago que le valió el premio de la vuelta al ruedo, y más valdrá dejarlo para no sumirse en la discusión interminable y acabar cazando moscas. Da más gusto la vida cuando únicamente exige distinguir entre verano e invierno, sol y lluvia, noche y día, blanco y negro; dulce o amargo, bueno o malo, en definitiva.

Y así, otras facetas de la corrida, lo aficionados no necesitaron someterlas a discusión, ni nada.

¿Emilio Muñoz? No me hable. ¿Juan Mora? No me diga. Invierno, lluvia, noche, negro, amargo, malo, duelos y quebrantos, rayos y centellas, carros de demonios; pues habiéndoles correspondido toros nobles (no el que abrió plaza, de condición incierto), el primero de los mencionados diestros los toreó crispado, el segundo relamido, y ninguno de los dos acertó a construir una faenita somera, aunque fuese medianamente aparente.

Hubo suerte, de todos modos, porque si en lugar de tener delante aquellos toros nobletones les sale el de casta brava e indómita, ni se sabe lo que hubiera podido ocurrir allí. Sólo de pensarlo, a la afición se le abrían las carnes. Y ya rompía el alba. Y las miserias del cuerpo no necesitaban a esa hora más quebraderos de cabeza, sino café calentito y buena cama.

Los 50 años del rabo de Sevilla en la memoria del «Pollo» Pallares

Sin exclusiones y sin gravitar en el toreo de ayer, queremos rendir homenaje a un amigo, a un querido y admirado torero, Francisco Ruiz Miguel, quién el día 25 de abril de 1971, hace la bicoca de 50 años, le cortó las dos orejas y el rabo al toro «Gallero» de Miura, después de una inconmensurable faena en el albero de la Real Maestranza de Sevilla.


Dicen que Hesíodo plasmó la belleza, que deriva de la estética a la que Platón le dio una valoración manifiesta, que aún así, a pesar del tiempo, esa belleza adereza al toreo constituyendo una armonía, que es la que se conjuga en la expresión de toro y torero,  y que fue lo que el maestro Ruíz Miguel, alrededor de la piscina de su finca Algarrobo, comentando la alabada bravura del toro miureño, cuya cabeza el torero tiene exhibida en su cortijo como presidiendo el estrado con un hito silencioso. Ese estrado donde los visitantes se acercan con evidente admiración, a la encornadura de «Gallero», al cual paradójicamente el diestro gaditano le rindió honor posteriormente, pues tiene en su finca una cuerda de gallos finos.


Todo ello, me permite afirmar que Ruíz Miguel, el torero que más ha lidiado toros de Miura y Victorino en la historia de la tauromaquia, es un verdadero prototipo del toreo. Allí en su cortijo me expresó : «Pollo, el toro fue muy bravo, lo toree en medio de la algarabía y mira que ése público ruge, cuando la cosa está bien. Y no sé qué pasó, pero lo maté recibiendo, le di un puñetazo y vino el delirio».


Y es que el toreo es agradecido a los sentidos. Y además tiene una dinámica humana, que une a los aficionados. Ruiz Miguel estuvo conmigo en España en alrededor de veinte días, donde disfrute de sus conocimientos de maestro, del brindis de una vaquilla en faena de tienta; y recuerdo claramente de esa visita cuando estuvimos en el pesebresco pueblo gaditano, Alcalá de los Gazules, vecino de su finca, almorzando en el restaurante que frecuentaba don Marcos Núñez. En su finca también admiramos la monumental escultura que le hicieron cuando finiquitó al último toro de Victorino Martín.


Así de ésta manera rendimos homenaje a un amigo de siempre, por los 5O años del rabo en Sevilla, y, cómo el astado fue de Miura, solo me faltaba consultarle sobre éstos animales miureños, a lo cual me respondió :»son como la oscuridad de la noche». 


Aquella tarde de «Finito» en Antequera

Aquella tarde de «Finito» en Antequera. Hay momentos que nos dejan recuerdos (de los maravillosos porque los que dan pena en estas horas de pandemia para qué referirnos a ellos), instantes emocionantes que nos conmueven las mas intimas fibras.

La primera salida del maestro Rincón aquella tarde de mayo en Las Ventas tras desorejar a «Santanerito» de Baltasar Ibán , un recorte «gallista » de Morante en Latacunga, un cambio de mano exquisito de Ponce, esos regalos del temple de Manzanares (los dos, padre e hijo).

La lidia de poder a poder a poder de Rafaelillo, esas cacerinas del maestro Pepe (¿hace falta decir que José Eslava Cáceres ?), una vara en todo lo alto y recargando el toro en el peto, con la cara abajo, con casta, con clase, del «viejo» Anderson Murillo o ese electrizante par de Montoliú en su última visita a Cali , o ver un toro embistiendo de Achury, de Barbero, del maestro Rincón, de Gutiérrez, de Salento, de Guachicono, de Ambaló , de Ernesto Gonzalez, o de Vistahermosa… O ese olé de Arciniegas, potente, sonoro desde «La Barra5» en el momento justo, oportuno.

La imagen captada por «Estilo Taurino» de integrantes de La Barra5 como homenaje a todas las peñas que tanta afición hacen en las plazas y fuera de ellas

Me he ido por los cerros de Ubeda. De esas remembranzas que da gusto volver a ellas, la faena de Finito al toro «Doctor» de Zalduendo en Antequera, modélica, templada, repleta de detalles toreros, mágica por momentos ( el toreo es efímero pero se eterniza en la memoria, en el corazón). Así la recuerda el propio torero en «Avance Taurino» :

Cuentan y no hablan de Antequera…

La tarde de Antequera fue emotiva. Me hizo sentirme muy feliz. El toro Dorado de Zalduendo me hizo vivir sensaciones muy bonitas. En un año tan extraño como este, tan atípico para nosotros y con tantas desgracias que están pasado en el mundo, fue como una bocanada de aire fresco.

Aquella tarde de «Finito» en Antequera

Y qué curioso que el toro se llamase precisamente Doctor. Por eso, aquello va por todos los médicos y toda la gente de la medicina y la sanidad que se están todos están entregando, sufriendo y padeciendo por sus semejantes todos estos meses.

Un toro de gran clase…

Lo cierto es que con el capote el toro no me gustó, hizo cosas extrañas de salida. Pero luego mi banderillero Lipi le dio una buena lidia. El toro, a pesar de su deficiente salida, tuvo de entrada dos virtudes, ya que humillaba y obedecía mucho.

Luego, el toro escarbó, pero no como defecto sino, por así decirlo, para coger velocidad para embestir con más entrega. Porque tuvo ritmo, se atemperaba mucho en el embroque, colocaba bien la cara, tenía flexibilidad en el cuello, y bondad en la mirada.

Fue un gran toro y el indulto lo pidieron todos los espectadores, aquella tarde de «Finito» en Antequera

El tema de los indultos no deja de generar polémicas.

Yo soy consciente que los indultos están levantando debates, pero pienso que la fiesta gana con cosas como ésta. El toro ya está en casa y
se está curando bien. En todos los indultos, a los ganaderos les corresponde aceptarlos, pero esta vez también lo pidieron todos los espectadores.

Y todos salimos ganando.

Dicen que la mirada del toro dice mucho.

A mí me impresiona más la mirada de un toro que el trapío, que los pitones. Por encima de todo, es lo primero en lo que me fijo en un astado. Qué es lo que en realidad me asusta y me puede llegar a agobiar.

El trapío es relativo. El volumen y los pitones no me imponen tanto. No me da miedo el tamaño o las puntas de un toro, sino que le temo a su mirada y a sus ideas. Y es que a mí me gusta comunicarme con él, estudiar e intuir sus reacciones. En 33 años que llevo en la procesión, esto me ha ayudado a estudiar sus reacciones, a corregir y a mejorar”.

Sigo creyendo que gracias a momentos tan sublimes como ese (lo vimos por televisión, gracias a Dios), es que podemos aliviar las penas de una fiesta en mínimos en estos tiempos oscuros.

Joselito y Belmonte en la pluma de Alcalino en su Tauromaquia

En la pluma de Alcalino empezamos a ver como en la tarde en que Joselito El Gallo murió, Juan Belmonte permaneció en su casa de Madrid.

Lluvioso y gris se presentó aquel 16 de mayo de 1920, y Juan mataba el tiempo jugando a las cartas con algunos amigos cuando, ya anochecido, el teléfono empezó a sonar con insistencia.

Tal como puede leerse en “Juan Belmonte (Matador de toros)”, una de las biografías de mayor hondura literaria y humana que se han escrito en castellano, obra de su paisano Manuel Chaves Nogales y producto de meses de conversaciones entre ambos.


Rememora […] Belmonte: “Se puso al aparato no sé quién y nos dijo: “–Me han dado la noticia de que a Joselito lo ha matado un toro en Talavera—“. “—Anda, anda, cuelga el teléfono—“, le dije […] sin soltar las cartas ni levantar la cabeza. Seguimos jugando.

Al rato llegó jadeante Antoñito, mi mozo de estoques, y repitió: “—En Teléfonos corre el rumor de que a Joselito le ha matado un toro en la corrida de Talavera.“

“–¡No traes más que infundios!”—le repliqué malhumorado.

Era frecuente entonces que los domingos por la tarde circularan noticiones que luego no se confirmaban. Estaba reciente la implantación del descanso dominical para los periódicos, y la falta de noticias ciertas sobre las corridas poblaba el mundillo taurino de falsos rumores.

Al rato volvió a sonar el teléfono. Esta vez era ya una persona de crédito, un conocido ganadero, quien daba la terrible noticia.

“–¡Es verdad! ¡Es verdad!—“, decía con acento estremecido….Aquella espantosa certeza nos hizo mirarnos unos a otros con espanto. Dejamos caer los naipes sobre el tapete… nadie dijo nada… Mis amigos fueron levantándose uno a uno y, sin pronunciar una sílaba, se marcharon… En soledad, estuve repitiéndome mil veces aquellas palabras que me golpeaban el cráneo como martillazos:

“¡A Joselito le ha matado un toro!¡A Joselito le ha matado un toro!” Poco a poco fue invadiéndome una espantosa congoja.

Miré a mi alrededor y tuve miedo. ¿De qué? No lo sé… hasta que no pude contenerme por más tiempo y estallé en sollozos. Lloré como no he llorado nunca en mi vida… la extraña onmoción del llanto me libraba de aquel martilleo seco que repetía en mi cerebro:

“¡A Joselito le ha matado un toro!”.

(Chaves Nogales, M. Juan Belmonte (Matador de toros). Alianza Editorial-6 Toros 6, tomo 2. pp 265-266.

Interregno para el estupor. Pocas veces, la sociedad española habrá experimentado un pasmo emocional como el que provocó la muerte del gran José Gómez Ortega. La vida mantuvo su pulso, seguían celebrándose corridas, pero el país tardaba en reaccionar.

Naturalmente, para el medio taurino el golpe fue devastador, todo se pobló de augurios sombríos y manifestaciones espasmódicas.

Don Pío (Alejandro Pérez Lugín)

El paladín más radical del gallismo entre quienes escribían de toros, creyó ver en esa tragedia inaudita una conspiración en toda forma y, más por desesperación que por otra cosa, embistió ciegamente contra todo lo que oliera a Belmonte.

La tauromaquia de Juan no valía nada, comparada con la de su ídolo. Y su violentísima campaña golpeó cuanta cosa representara el trianero. Por supuesto, el gallismo más recalcitrante lo secundó sin miramientos.


Historia de un cartel

La corrida del 15 de mayo en Madrid –última en la que alternaron
Joselito y Belmonte, y que constituyó un fracaso total—empezó a torcerse cuando los veterinarios rechazaron el anunciado encierro de Albaserrada –ganadería famosa por la casta y poderío de sus astados–, y el terciado sexteto de reemplazo, de doña Carmen de Federico, irritó por su invalidez.

De modo que cuando la empresa anunció la reaparición del trianero precisamente con albaserradas, el solo anuncio alborotó al cotarro. Aquel
domingo 20 de junio de 1920 Juan iba a alternar con Curro Martín Vázquez y Fortuna, dos segundones; sería que, rota la pareja más célebre del toreo, no había más de quién echar mano.

Como Belmonte era Belmonte, el papel se agotó rápidamente. Con tal de ver si era capaz de sobreponerse al vacío que se abría ante él y la Fiesta toda. Y de comprobar si les podría a los temibles albaserradas. O si se confirmaban las punzantes diatribas de Don Pío.

Apoteosis.

De tabaco y oro, contrito y adusto, partió plaza el trianero. El primero de Albaserrada mandó a la enfermería a Curro Martín Vázquez –gran estoqueador a la antigua, ya muy desgastado a esas alturas—y Juan, como segundo espada, tendría que despachar cuatro bureles.

Al heridor lo pasaportó de un espadazo fácil. Con los otros tres iba a protagonizar la tarde más redonda de su vida. La vieja plaza de la carretera de Aragón vivió una de sus jornadas más gloriosas, y la leyenda de Belmonte creció hasta al infinito.

Como es natural, la crítica se volcó en loas al trianero. En medio de la apoteosis, la plaza en pleno se había alzado contra Don Pío, reprochándole su injusta y ruin campaña.

Versión de Barbadillo:

“Cuando soltó Belmonte el trapo milagroso que fue ayer en sus manos una bandera de gloria y de triunfo… era la gente quien cogía imaginariamente un capote fantástico, una ilusoria muleta de grana y se ponía a torear… por la calle de Alcalá, un mozo del tropel alegre y bullicioso marcaba una lenta verónica, el cuello doblado, el gesto gentil y despacioso del torero genial… un poco más allá se veía al señor don Paco… tendiendo al aire el brazo izquierdo en el pausado semicírculo de un pase natural… y en todas partes gestos, voces, corrillos, algarabía, contagios del entusiasmo popular… Siempre que se quiera poner una corrida de toros como ejemplo será necesario mentar ésta de Albaserrada».

¡Qué reses, que finura, qué tipos, qué temple, que codicia, que poder, qué estilo en los tres tercios, sin discrepancias, con leves variantes en la bravura y la nobleza!.

Cuanto hizo (Belmonte) fue cosa de pasmo y maravilla. Cada lance un milagro, cada quite un prodigio, cada pase de la muleta mágica un deslumbramiento de asombro, cada momento una ovación frenética… Verónicas, faroles, medias verónicas.

¡Ah, las medias verónicas de Juan Belmonte!

(Don Pío había escrito el día antes: “Estamos de medias verónicas hasta más arriba del cimborrio de San Francisco”).

Faenas ligadas, magnas, inverosímiles… tenía el toro que pararse ante el hombre triunfante, como si le dijera –Hombre, apártese un poco, que no tengo sitio para moverme. Y entonces, el hombre se acercaba más y más. Y no a un toro sino a tres, porque a los tres los toreó así: soberbios naturales, molinetes de farol… gracia, arte enorme, y un dominio y un temple de tal índole que, así que se iba agotando el empuje de las reses, iba el torero tirando de ellas, obligándolas y toreándolas más.

Y todo con la izquierda (Don Pío había escrito el día antes):

“Señor Belmonte, ¿quiere usted hacerme el favor de no dejarse olvidada en casa la mano izquierda? Porque es ya excesivo su abuso de la derecha”)…

De una estocada en los rubios el segundo albaserrada murió sin puntilla. Un pinchazo y una entera caída, atacando con idéntico brío, al cuarto de la tarde, que murió sin puntilla; y media en las agujas al quinto, que quedó muerto sin puntilla también. Por cada hazaña dio la vuelta al ruedo. Cortó la oreja del segundo bicho. Cortó las dos y el rabo, que se cortaba por primera vez en Madrid, de su último cornúpeto.

Cayeron a sus pies sombreros, ropa, flores; fue y vino tantas veces del estribo al centro del ruedo que, al final, ya no podía ni andar; y entonces fue cuando entró en el burladero y, como un hombre valiente, modesto y generoso, rompió a llorar de emoción y gratitud.”

(El Imparcial, 22 de junio de 1920) Versión de Corrochano:

“Precisamente cuando se hablaba de la decadencia de Belmonte, ha dado Belmonte su tarde más completa… y cuánto no se ensañaría el público aplaudiendo, que le hicieron llorar de emoción. Váyase por las veces en que su toreo hizo llorar al público.

No desaprovechó Belmonte ni un toro, ni un momento, ni una ocasión para torear maravillosamente.

Sus lances de capa, sus quites, su media verónica, fueron impecables; esa media verónica que es hija legítima de Belmonte y uno de los momentos más sublimes del toreo, y que acaba de ser censurada por una pluma chabacana con gustos de feriante….

Belmonte estuvo superior como torero y superior como matador… es un torero tan completo que toro que torea bien lo mata bien. Y estuvo tan sobrado que mató cuatro toros sin fatiga, y hubiera matado seis».

Versión de Clarito:

“Rodó el quinto toro de Albaserrada. Continuaba de pie el público y los pañuelos salieron a flote. El puntillero, por mandato del presidente, cortó a la res una oreja, luego otra, después el rabo… Terminó Juan su vuelta ritual, y cuando iba a retirarse al estribo, de súbito, la multitud rompió a aplaudir más y más fuerte.

Ovación larga, rotunda como no recuerdo otra, y que tenía un significado tan especial que, comprendiéndolo, este diestro, todo arte y todo corazón, la agradeció con firmeza desde los medios y en seguida fue a refugiarse en el burladero… para llorar, escondido en los hospitalarios tableros…

De nuevo estaba en pie la muchedumbre, pero ahora en actitud airada; por sobre las cabezas no albeaban los pañuelos, sino que enarbolábanse los bastones.

Y sonaba el nombre de un revistero que, según unos por ignorancia, y según otros por mala intención, y a mi juicio por las dos cosas, ha sostenido contra Belmonte una de las campañas más vocingleras e inicuas que se recuerden.”

“Don Pío” se retracta. Aludido en las tres crónicas de referencia, Pérez Lugín no tuvo más remedio que reconocer la grandeza de Belmonte y el carácter histórico de su gesta:

“¡Ha resucitado Juan Belmonte! ¡Aleluya!… Ahora que ya no vive el pobre y admirado Gallito, el torero de las grandes series de grandes naturales, –¡Con la izquierda!, había que gritarle a Juan. Y anteayer, toreando con la izquierda, tuvo Juan la tarde más grande de su vida torera… ¡Viva Belmonte… la izquierda… La Libertad!«.

La pugna sin cuartel entre cronistas es reflejo fiel de lo que se vivía en la calle, por algo España identificaría ese tiempo como la época de oro del toreo. Puede afirmarse que esta histórica corrida del 20 de junio de 1920 clausura una era de esplendor sin precedentes.

Muerto José y repatriado Gaona, que ofrecerá en México los mejores frutos de su madurez torera, Belmonte se quedó dramáticamente solo.

Aún resistió, sin llegar a emular ya su memorable triunfo con los albaserradas, las campañas completas del año 20 y del 21, antes de dar por clausurada la etapa más apasionante de su carrera, fundamental para la construcción del mito belmontino.

Porque en sus idas y vueltas posteriores circularía por las plazas en calidad de pieza única y aparte, objeto más de veneración que de escrutinio, y sin la pretensión de dirimir con nadie la supremacía que su puro nombre le otorgaba.


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