Cómo era una faena hace 100 años? Alcalino desvela el tema del toreo como una de las artes

Cómo era una faena hace 100 años? Alcalino desvela el tema del toreo como una de las artes

¿Cómo era una gran faena en 1924? No es una pregunta retórica ni simple curiosidad
arqueológica. En el centro de la interrogante está la cuestión de si el toreo es o no un arte,
asunto crucial en las adversas circunstancias actuales. Sabemos que el arte es, con la
ciencia, la expresión más alta del genio humano. También nos consta que la vida actual es
arrastrada por un avance tecnológico cargado de instantáneas novedades capaces de
disfrazar la realidad y crear falsas ilusiones. Así el cine, que depende en gran medida de
los recursos tecnológicos disponibles, es capaz, gracias a éstos, de mejorar la sensación de
verdad, lo que no significa que una superproducción de Hollywood sea por ello una obra
de arte, condición que, en cambio, sí puede alcanzar un filme elaborado con los medios
más austeros. Y lo mismo vale para el novelón, basado en tremendismos postmodernos,
que no por convertirse en best seller será arte; o para el precoz pianista, obsesivamente
entrenado desde su tierna infancia y presto a interpretar todas las sonatas de Beethoven
en un frenético fin de semana, sin que semejante alarde guarde la menor relación con el
arte del genio de Bonn o la creatividad innata de un Mozart o un Shostakovich. O, para el
caso, de Gardel, María Greever, Louis Armstrong o John Lennon.


El quid de la cuestión. Una obra de arte auténtica forma parte de un proceso evolutivo
que puede rastrearse y reconocerse como tal. Pone en relación activa a un emisor y un
receptor: dos sensibilidades, dos historias, dos momentos y dos percepciones. La distingue
su cualidad de cosa única, inédita, compartida así por ambos, quien la crea y quien la
disfruta, gracias a su propio poder de comunicación y a una fuerza espiritual indefinible y
única. Para ser genuinamente arte, la obra tiene que ser una experiencia abisal,
súbitamente reveladora, irrepetible.


¿Nos proporciona la tauromaquia este tipo de experiencia? Creo que cualquier buen
aficionado puede dar fe de ello, y la prueba es que al acercarnos a la taquilla lo hacemos
siempre con la esperanza de volver a vivir esa rara conjunción de un toro y un torero
tocados por la gracia. La gracia del arte, que tanto tiene de magia como de milagro.
Gaona y “Revenido”. Ya puestos en situación, tomemos como ejemplo la faena de
Rodolfo Gaona al cuarto toro de Piedras Negras del 17 de febrero de 1924, en El Toreo de

la Condesa. Corrida a beneficio del baturro Juan Anlló “Nacional II” con Gaona y José
Roger “Valencia I” como alternantes, para dar cuenta del encierro tlaxcalteca de don Lubín
González. Una tarde histórica. Lo de menos es que el beneficiado haya desorejado al
primero que le soltaron, y Pepe Valencia levantara al público de sus asientos con un
volapié modélico que le valió la oreja del segundo piedreño. Lo de más, que el Indio
Grande, previo altercado con Nacional y su cuadrilla durante el tercio de varas del tercero,
cuajase con “Revenido” una de sus faenas estelares. Acaso la mejor de todas.


Para nuestra decepción no será posible diseccionar el formato de la faena. Y la razón es
que los revisteros de la época practicaban una crónica impresionista, ahorrándose la
claridad descriptiva en aras de la alabanza o la diatriba. Pero sí es posible comprobar si esa
sacudida emocional propia del arte alcanzó a manifestarse tanto en el espada leonés
como en los 25 mil receptores directos que llenaban El Toreo.


Habla el autor.

En su biografía Mis veinte años de torero, dictada a Carlos Quirós
“Monosabio”, Gaona expone su punto de vista: “La mayoría de los aficionados ha dicho
que la faena a “Revenido” es la mejor que tengo hecha aquí. Creo lo mismo. Y por esto:
Hubo dominio completo y cuanto arte puede echarse a un toro (…) Cuando de un toro se
hace lo que se quiere y se le obliga a pasar, a ir de aquí para allá, y se le hace acometer o
detenerse cuando uno quiere, entonces es el torero el que manda y el toro quien obedece.
Y es el hombre el que lo ha dominado por su arte, por su inteligencia. Esto es lo más que
puede pedirse a un torero.”

Otra mención específica de dicha faena está incluida en el escrito que Rodolfo le entregó
a Rafael Solana “Verduguillo”, el periodista que creó el gran semanario El Universal
Taurino. Hasta la redacción del mismo llevó el leonés unas cuartillas con sus impresiones
sobre la temporada 1923-24. Con buena vena de relator y redactor, sin falsas modestias
–que nunca las tuvo–, el Califa apunta: “No hubo una corrida en que por lo menos no
hiciera una faena grande, hasta que llegó la tarde del 17 de febrero, beneficio de Nacional.
Alternamos con Valencia (Pepe) lidiando reses de Piedras Negras. El cuarto se llamó
“Revenido”. Yo, que estaba picado por lo que me habían hecho Nacional y su cuadrilla al
rematar un quite, comprendí que había llegado el momento de dar la nota. Y vaya si la di.
Al principio temí que “Revenido” no me durara todo lo que yo quería. Pero a medida que lo
consentía se fue creciendo, hasta que se convirtió en un toro bravo (…) ¿Lo que le hice?
Todos los aficionados deben recordarlo. Yo sólo digo que a “Revenido” lo toreé a mi gusto,
gozando la faena que estaba ejecutando, aprovechando en todo momento las condiciones
del toro para el adorno. Arte, gracia y no poco valor puse en todos los muletazos que le di
a ese toro. Pero mi satisfacción fue aún mayor al ver que el público había comprendido la
faena y me ovacionaba calurosamente.” (El Ruedo, Núm. Extraordinario dedicado al Califa
de León. México. Primer trimestre de 1965).


Ahí está condensado, por el propio artista, su modo de procesar las sensaciones que lo
invadían mientras toreaba a “Revenido”. Su relato rezuma naturalidad y podemos decir

que evidencia la primera condición del arte genuino: que el autor haya experimentado el
vértigo de la creación, expresada ante el toro de un modo personalísimo. Sobre lo otro, las
sensaciones del receptor, el mismo Gaona da una buena pista al mencionar una respuesta
del público acorde con la magnitud de su faena. Pero veamos cómo juzgó la obra ese
receptor especializado que es, idealmente, el cronista taurino. Tres de ellos: el neutral
(Varetazo), el gaonista (Rascarrabias) y el antigaonista (Roque Solares Tacubaq).
“Varetazo” (neutral). “El cuarto fue el más pequeño, cárdeno oscuro, con bragas, vuelto
de cuerna, número 14 y responde al nombre de “Revenido” (…) Rodolfo sale con ganas de
comerse al toro y le sopla un par de capotazos para fijar. Viene luego una verónica fea,
una navarra que no es gran cosa y más capotazos con tendencia a verónicas (…) En
banderillas, Gaona clava un par malo, medio par igual de malo y un tercero en que un palo
queda en la paletilla.”.


Quien así escribe no puede ser sospechoso de parcialidad en favor del torero. De modo
que su cambio de talante al referirse a la faena de muleta hay que leerlo bajo ese mismo
prisma. Me ahorro la descripción completa –reiterativa pero vaga–, para fijar atención en
las expresiones entusiásticas del cronista: “Gaona brinda la muerte de “Revenido” al
general Arnulfo Gómez (…) El toro no es gran cosa, bravo y codicioso a veces pero con
defectillos, uno de ellos que no toma con franqueza el engaño (…) Rodolfo ya está
arrodillado y citándolo (…) Se arranca “Revenido” y se produce un ayudado por alto
magistral (…) y valiente, pues el burel no entró con franqueza sino que gazapeó. Un alarido
de entusiasmo lanzó la multitud. Ya de pie, con la derecha, un pase de pecho soberbio, los
píes quietos, jugando sobriamente el brazo, sin ninguna afectación. Esto es canela. Y lo
que vendrá es algo de ensueño, como de las Mil y una Noches (…) Gaona sigue
desgranando su arte (…). Cada muletazo es más lento, más elegante (…) Puro mando de
brazos, el toro obedece como un faldero (…) Más valentía, nadie. Más arte, nadie. Más
dominio, nadie. Más gracia, nadie (…) Gaona está hoy desconocido ¿Pero éste es el señor
que toreaba encorvado, patiabierto y con el pico de la muleta? (…) De pronto, “Revenido”
da un arrancón tremendo, y Rodolfo, quieto, lo espera, lo empapa y lo despide con
facilidad asombrosa. En otro tercio, toma un sombrero, y con él en la mano y la muleta en
la otra sigue haciendo monerías. Y en cada pase coloca el sombrero en un pitón. Una y
otra vez, hasta hartarse. La ovación es la más grande que he oído en mi vida (…) El toro
comienza a ponerse incierto (…) Un tercer molinete, tan ceñido que salió tropezado por los
puñales. Entonces hinca las rodillas para esperar así la fiera acometida (…) El “Patatero”,
viendo en peligro a su jefe, se lleva a “Revenido”. Y vino escena chusca, porque el Indio,
hecho un energúmeno, corrió tras el diminuto “Patatero” amagando con darle una tunda
con el estoque (…) Rodolfo aprovecha el momento para, recostado indolentemente contra
la barrera, tomar un vaso de agua mientras el toro se repone (…) con los terrenos
cambiados, señala a volapié un pinchazo despampanante. El pinchazo del año. ovación
grande, aunque no tanto como la merecía el pinchazo. Momentos después el volapié
clásico, preciso (…) El toro no dobla, y sirviéndose de la toalla a guisa de muleta, intenta el

descabello y lo logra al tercer sopapo (…) Es el delirio. Las dos orejas y el rabo e incontables
vueltas al ruedo.” (El Universal Taurino. 19 de febrero de 1924)


“Rascarrabias” (gaonista).

“Ahora sabréis el porqué de mi gaonismo, querido lector:


porque siendo Rodolfo Gaona el más grande de los toreros artistas que han conocido los
tiempos, necesariamente tengo que ser uno de sus más decididos partidarios (…) La faena
que realizó con el cuarto toro de Piedras Negras es inenarrable (…) Fue algo asombroso,
inolvidable, único: el arte purísimo quitaesenciado por la maestría máxima de un lidiador
(…) al cuarto muletazo el ruedo estaba alfombrado por sombreros y prendas de vestir (..)
toda la larguísima faena fue objeto de una aclamación interminable (…) duró más de
veinte minutos (…) ¿A qué otro torero, desde que el toreo existe, se le ha tributado un
homenaje igual?” (Jueves de Excélsior, 21 de febrero de 1924)
“Roque Solares Tacubaq” (antigaonista). “Toro de escaso respeto, aunque no
precisamente una mona (…) Toro que no fue lucidamente banderilleado por el Señor
Gaona (…) Último tercio, teniendo el toro todas las condiciones que requiere el Señor
Gaona: bravura, parsimonia en el acometer, sencillez para tomar cumplidamente el
engaño: el “toro ideal” (…) El Señor Gaona hizo trasteo profuso en pinturería, que no en
arte clásico, el que podría proporcionar la mano izquierda, en corto terreno y teniendo
quietud en los pies (…) Hubo pases de pitón a pitón. Hubo adorno empleando un sombrero
(…) en toda la faena, el Señor Gaona y el toro recorrieron media circunferencia (…)


Llegaron jadeantes ante un burladero. El Señor Gaona recostóse indolentemente sobre las
tablas y solicitó una toalla para enjugar el copioso sudor (…) y dar un trago de agua.
¿Verdad que no tan fatigoso debió ser aquello si el Señor Gaona lo efectúa toreando tal y
como debe ser? (…) Pero estas son observaciones de vejete rancio. Yo, prescindiendo de
mis ranciedades, digo que la faena del Señor Gaona a “Revenido” fue estupenda, colosal,
piramidal y todos los adjetivos que deseen darle, que merece la placa que para
conmemorarla se está solicitando (…) Pero sólo considerándola dentro del “modernismo”.
Hago la distinción para que no vengan a decirnos que fue en el clasicismo que le enseñó
“Ojitos”. Una gran faena del “Gaona de ahora”, no del Gaona que sabía torear con la
mano izquierda y los pies quietos.” (El Universal Taurino, 19 de febrero de 1924).


Conclusiones.

Dejando de lado el hecho de que el moderno toreo en redondo no entraba
en los hábitos del Indio Grande –por eso está ausente de las tres crónicas–, lo leído arroja
luz sobre algunas revelaciones fundamentales: 1) La de “Revenido” fue una faena larga
para los usos de entonces –Pepe Valencia cortó la oreja de su primero gracias a un gran
volapié, luego de apenas siete u ocho muletazos (Varetazo), el tipo de faena que
encomiaba como “clásica”, al estilo antiguo, Roque Solares Tacubaq; 2) Gaona, muleta en
mano, prescindió de la ayuda y cercanía del peonaje, hasta el punto de reprimir al
Patatero cuando quiso intervenir; 3) Hay en el tono de los tres cronistas diferencias muy
marcadas, pero también unanimidad en lo esencial: que la de Gaona a “Revenido” fue una
faena extraordinaria, y acorde con ella el entusiasmo del público; 4) Los talentos de Gaona

iban mucho más allá de su elegancia natural y gracia torera: él mismo señala como el
summum del arte el dominio del lidiador sobre la bestia. Y sin embargo, esta sola virtud no
habría provocado el cataclismo que sacudió al Toreo aquel 17 de febrero de 1924.


El arte, cualquiera que sea su género, ha de inscribirse en un continuum histórico
claramente verificable –la historia y evolución del toreo—, y al mismo tiempo condensarse
en cada obra singular, expresión de la sensibilidad y el poder creativo del autor. Y contar
con una interiorización genuina en el espíritu del receptor, multitudinario en este caso.

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