Hace 37 años muriò Paquirri
Hoy se conmemora el XXXVII aniversario de la trágica tarde de Pozoblanco en la que perdió la vida Francisco Rivera «Paquirri». Una cogida mortal que llegó en las postrimerías de la triunfal carrera de la figura de Zahara de los Atunes. Aquella dramática cornada de «Avispado» sesgó la vida de Paquirri y melló en el corazón de una España que aún reconocía a los matadores como un signo inequívoco de su acervo histórico, patriótico y cultural.
«Avispado» hizo caso omiso al capote de Paquirri mientras éste lo intentaba colocar en la suerte de varas. Las imágenes del añorado maestro describiendo las trayectorias de la cornada al doctor Eliseo Morán dieron la vuelta al mundo: «Doctor, yo quiero hablar con usted porque si no, no me voy a quedar tranquilo. La cornada es fuerte. Tiene al menos dos trayectorias: una para allá y otra para acá. Abra todo lo que tenga que abrir y lo demás está en sus manos». Tras una consulta al también recordado doctor Ramón Vila, histórico cirujano jefe de la Maestranza, éste indicó: «Una cura urgente y evacuarlo para Córdoba», donde él les esperaría.
Contaba Rafael Corbelle, banderillero que esa tarde actuó a las órdenes de El Soro, que el médico, «con la tez blanca como el nácar, hizo todo lo que pudo». Y hacía también hincapié en las deficiencias de la enfermería: «Allí no había ni anestesia. Estaba llena de telarañas, muy sucia». Tuvo que pasar aquella tragedia para que se concienciaran de la importancia de mejores las instalaciones sanitarias de las plazas de toros.
La ambulancia emprendió el fatídico camino hacia Córdoba. Aún quedaba alguna esperanza de salvarlo. Y ese camino fue eterno, tanto que ahí se eternizó el recuerdo de Paquirri. En aquellas exhalaciones pronunció sus últimas palabras: «¿Cuánto queda?». El corazón se apagaba por la conocida zona de La Alegría de la Sierra. Aunque el doctor Funes pidió que parasen para reanimarlo, ya nada se podía hacer. Llegados al hospital Militar, sólo se escuchaba los llantos de su mozo de espadas, Ramón Alvarado: «¡Se me ha muerto, se me ha muerto!».
En tan solo un año pasó Francisco Rivera del idilio con la plaza cordobesa de Pozoblanco a la tragedia. El 26 de septiembre de 1983 se impuso a sus compañeros de cartel de aquella ocasión, Julio Robles y Tomás Campuzano, cortando cuatro orejas y un rabo a un encierro de Carlos Núñez.
Tenía treinta y seis años. En su mente barruntaba la retirada, aunque los números dijeran lo contrario: había toreado cuarenta y ocho corridas esa temporada, y llevaba un total setenta y tres orejas y dos rabos; y tras Pozoblanco se marchaba a torear a Caracas, donde tenía previsto despedirse de la afición americana. Después de aquella gira, quería disfrutar de sus hijos, de sus fincas… de la vida. Y hasta ya se planteaba apoderar al único superviviente de aquella funesta tarde: Vicente Ruiz «El Soro». Pero todo se truncó por encontrarse en su camino con aquel fatídico toro de Sayalero y Bandrés.