Homenaje de Alcalino a Rafael Ortega
Cuesta trabajo pensar en Rafael Ortega en tiempo pasado. Tan súbitamente llenos de pasado ante su irremediable ausencia. Porque con Rafael Ortega Blancas (Apizaco, 10.03.70-Utha, EU, 08.05.23) se ha un magnífico torero y una persona buena. Y porque por azares de la vida nos tocó de cerca asistir a sus prometedores comienzos, su lucha por hacerse de un lugar entre la torería de su tiempo y su triunfo definitivo con la Plaza México como testigo. Siempre con Puebla como eje de su trayectoria, desde la placita D´Coca al despuntar los años ochenta y la alternativa que le confirió Manolo Arruza con el toro “Brillantito” de Reyes Huerta (23.12.90, en El Relicario y con David Silveti de testigo), sus tres manos a mano con El Zotoluco y su posicionamiento como figura importante. Se puede decir que de aquí salió para convertirse en el último torero que ha cortado apéndices en la Plaza México en diez actuaciones consecutivas –se dice fácil–, entre el 7 de enero de 1996 y el 21 de diciembre del 97. Hazaña que merece pormenorizarse.
Plaza México: 50 orejas y dos rabos. Dominador capaz de los tres tercios, de corte clásico y técnica impecable, nunca contó Rafael con el favor de las empresas, según lo prueba que su confirmación capitalina se anunciara en un cartel para meritorios y en noche de jueves (23.09.93, con El Geno de padrino y José Luis Herros como testigo), lo que no fue obstáculo para que desorejara a “Azuceno”, el de la ceremonia. De momento esa oreja no le redituó gran cosa, y fue hasta dos años más tarde cuando consiguió que lo pusieran delante de una respetable corrida de Huichapan –ganadería no apta para figurines–: con el trofeo auricular que le arrancó al complicado “Monarca”, tercero de esa tarde, comenzaba la seguidilla de triunfos que lo colocó en figura. Figura para aficionados de verdad más que para público volubles y superficiales. En provincia, donde esta circunstancia se acentúa, aprendió a hacer concesiones a las galerías conforme le iban creciendo los colmillos y se volvía más filoso su estoque. Pero en la capital, ya entrados sus tendidos en franca decadencia, su tauromaquia siguió siendo la más cabal. Iba a redituarle esas diez tardes sin dejar de tocar pelo que ya están en la historia.
10 tardes, 17 orejas. Citados uno a uno, los diez triunfos consecutivos de Rafael Ortega en la Plaza México se desglosan así: 07.01.96, “Monarca” de Huichapan: una oreja; 21.01.96, “Concho”, de Fernando de la Mora: dos orejas; 24.03.96, “Martincho” de Martínez Ancira: dos orejas y la Oreja de Oro, disputada por seis matadores; 17.01.96, “Lazador” de La Soledad: oreja; 19.01.97, una oreja de Toledano” y dos de “Azafrán”, dos tíos cinqueños de Javier Garfias; 23.02.97, Herrerito” de De la Mora: dos orejas; 16.03.97, dos orejas de “Rumboso” y vuelta al ruedo con “Azafrán” de Huichapan, tarde en la que perdió la vida el rejoneador Eduardo Funtanet; 23.03.97, “Chiquirrín” de Armilla Hermanos: una oreja y su segunda Oreja de Oro; 02.11.97, a oreja por toro, llamados “Sospechoso” y “Cariñoso” de Martínez Ancira; 21.12.97, oreja de “Paño Fino”, de La Venta del Refugio.
En conjunto, Rafael hizo cuarenta y tres paseíllos en el coso de Insurgentes y cobró 50 orejas y dos rabos. El primero, en su mano a mano con El Zotoluco (28.11.04, del toro “Fandango” de Fernando de la Mora), que marcaría un prolongado alejamiento de la México decretado por aquel empresario de amarga memoria que se atrevió a insultar a Rafael llamándolo “indio acomplejado” porque se atrevió a reclamar un trato menos injusto por parte del mencionado. Ese año, por excepción, lo había encartelado el 5 de febrero con Pablo Hermoso de Mendoza, El Zotoluco y Enrique Ponce, que paseó tres orejas pero, en lo estricto, tuvo que ceder ante el torerismo del tlaxcalteca, que le cortó una oreja a ”Regalito” de Julio Delgado y las dos a “Cachorrito” de Teófilo Gómez. Digna de buen recuerdo es también la presentación en la México del encastado hierro de Barralva (03.03.02), con otras tres orejas para el torero de Apizaco (“Clavelillo” y “Cara Sucia”).
Rafael Ortega se despidió en la México el 15 de diciembre de 2014 con otra gran faena, que el juez premió, con exceso, con el rabo de “Ferruco” de Los Cues. Rafel tuvo el rasgo de rechazar el rabo, antes de salir de la plaza en hombros.
Torero de Puebla. Lo fue desde novillero, triunfador absoluto de dos temporadas novilleriles organizadas por Raúl Coca y Popo Tamburrino en la simpática portátil que instalaron en las afueras de la ciudad, por rumbos de Chilotzingo. En su alborada apuntaba maneras muy clásicas y llamaba la atención su claridad mental y suficiencia técnica. Luego de la alternativa se encontró con que el Ortega apoyado a fondo por la empresa López Lima era su hermano Alberto. Hasta que, apelando a una mezcla de torerismo innato y ocasional populismo, Rafael consiguió situarse en el ánimo de los poblanos. Y nos regaló con varias faenas de perdurable recuerdo, entre las que destaco las dos –templadas, redondas, dominadoras, torerísimas—del día de la alternativa de Jerónimo, muy por encima de los toros de Lebrija que le correspondieron –“Revistero” y “Jacarandoso”—a los cortó una y dos legítimas orejas, por una de Enrique Ponce, cuya presencia parecía motivarlo, en Puebla y en México, donde sólo lo tuvo dos veces de alternante. Aunque para mí, su faena cumbre en El Relicario –donde paseó varios rabos e indultó dos ejemplares—se la cuajó, por naturales de gran clase en series largas y templadas, al toro “Arete” de Mariano Ramírez (13.10.01), encartelado con Hermoso de Mendoza y Jerónimo.
En Puebla y Tlaxcala pudo montarse una rivalidad de lo más interesante entre Rafael y El Zapata, pero empresas y apoderados no lo vieron así. Como asimismo rehuyeron cualquier asomo de competencia, perfectamente factible, entre Rafael Ortega y cualquiera de las figuras hispanas de su tiempo, ellos sabrán por qué.
Pero no toquemos lo irremediable. Desgraciadamente, Rafael Ortega Blancas no pertenece más a la dimensión por la que mientras tanto transitamos. Deja un hueco grande y un hermoso recuerdo.
San Isidro en marcha. Son unos cuantos días de feria y ya pasó de todo en Madrid. Desde la pesadez del arranque, porque el encierro de La Quinta no le gustó al “7” y la tomó con Roca Rey hasta conseguir desconcentrarlo y desconcertarlo, en tanto El Juli solventaba con holgura la papeleta y se doctoraba sin estruendo un valeroso Álvaro Alarcón, hasta las emociones fuertes que los saltillos de José Escolar siempre deparan, ayer, a plaza casi llena y en la despedida madrileña de Domingo López Chávez, cuya veteranía y suficiencia torera fue puesta a prueba por el lote más correoso de una corrida que trajo un ejemplar de vuelta al ruedo, “Cartelero”, el tercero, que lo tuvo todo: clase y casta, humillación y emotividad, y fue aprovechado sólo a medias por Gómez del Pilar, premiado con generosa oreja mientras Fernando Robleño hacía lo mejor de la tarde con dos toros de alto calado a los que hubiera podido desorejar si su estoque no se atasca en el camino.
Lo de las faenas no redondeadas le importó poco al cónclave en la corrida del jueves 11, segunda de feria, con buen ganado de Hernández-Garcigrande (excepto el infame lote de Morante, que no se dignó dar un pase ni un muletazo). Tanto Emilio de Justo como Tomás Rufo anduvieron por debajo de las prestaciones del magnífico y coloradito “Cuarenta y Tres” (3º: Rufo, una oreja) y el espléndido “Valentón” (5º: De Justo, dos orejas y puerta grande); los dos torean bien, incluso muy bien a ratos –más rígido Emilio, más flexible Tomás el toledano–, pero sus faenas dejaron la sensación de cosa inacabada. Para el estupendo “Valentón” hubo vuelta al ruedo, pues el triunfalismo estaba desatado ese día, siendo de destacar que tanto éste de Justo Hernández como el de Escolar premiado ayer no hicieron temblar la báscula ni mucho menos: 523 kilos “Valentón” y 509 “Cartelero”. Para mi gusto lo mejor ha sido la calmosa faena de Ginés Marín al cierraplaza del sábado, de Montalvo, animal soso y distraído hasta que la muleta del rubio torero de Jerez lo persuadió y no le quedó otra que embestir. Oreja bien ganada, como lo fue también la de Diego Ventura por su magistral actuación con su segundo de María Giomar Cortés de Moura, “Giraldito” de nombre y alegre, buen toro sin duda.
Mexicanos. Andan diciendo por ahí que la empresa encabezada por Simón Casas nos está haciendo el gran favor de poner a cuatro mexicanos en la cartelera isidril de este año. No les haga usted el menor caso. Ser trata de la misma probada de atole con el dedo que tradicionalmente se les depara allí de vez en cuando a unos cuantos desclasados e ignotos aztecas, el primero de los cuales, Isaac Fonseca, confirma hoy la alternativa de manos de un Miguel Ángel Perera en descenso y de testigo Ángel Téllez, que nada dijo el viernes ante un magnífico toro de Juan Pedro Domecq. Seguramente bajará la entrada y no hay para el moreliano una segunda oportunidad, de manera que saldrá a colgarse de los pitones, él, que había sido el novillero más interesante y constante en el éxito de 2022. Y así lo retribuyen.
Qué podían esperar los otros tres paisanos baratamente contratados por Casas: Leo Valadez , triunfador de Madrid y otras plazas de España y Francia el año pasado, está anunciado para el domingo 21 con los segundones Fandi y Juan Leal y toros de Fuente Ymbro; el miércoles 24 le toca pechar a Octavio García “El Payo” con una gambuyada de Luis Algarra en compañía de Román y Francisco José Espada, y el miércoles 31 es Arturo Saldívar el elegido de los dioses para algún día platicarles a sus nietos que partió plaza en Las Ventas con otro par de desconocidos –Fernando Adrián y Álvaro Lorenzo—para despachar torazos pasados de peso y moda de Santiago Domecq. Claro que, por modestos que sean, los mencionados alternantes de la representación azteca en la isidrada están anunciados casi todos en dos corridas, por rabonas que sean. Los nuestros, una sola y de vuelta a casa. Aunque alguno se quede por allá a pueblear.