La historia sentenciará la descalificación de Morante y si lo de José Tomás es torear
Morante ha desatado la polémica . Sostiene que lo de José Tomás no es torear sino ir a la plaza a dejarse coger.
Será la historia cuando cesen elogios y ditirambos, insultos y descalificaciones la que de su veredicto de uno de los toreros más significativos de fines del siglo XX y comienzos del XXI.
Con lo de Morante saltaron las alarmas , las críticas y no faltaron los vociferantes con inusitado descomedimiento que desgranaron su bilis sobre el torero cigarrero.
No se puede torear con más verdad como lo hizo José Tomás aquella mañana luminosa en Nimes en solitario con 6 toros o un día de La Guadalupana en La México, o la tarde de Las Ventas. O ya en el tiempo, muy jóven en Manizales y mas cerca con una corrida del maestro Rincón en Bogotá. O aquella tarde mágica del último festejo en Barcelona donde fue toda una revelación de lo que es torear.
Morante dejó una obra de gran belleza recientemente en Córdoba o mi recuerdo de Ronda la tarde que sentó en una silla como El Gallo más de medio siglo antes ola tarde andina en Latacunga donde bordó con hilos de oro un toreo de espléndida lucidez. Ese mentón sobre el esternón, cómo adelantó la pierna contraria, cómo jugó con los vuelos del capote.
Así como su toreo es impredecible, su verbo lo hace decir cosas que otros callan o no se atreven o prefieren expresarlo en círculos cerrados ;no, él va a una emisora española y desgrana lo que piensa. No siempre estaremos de acuerdo con él pero se agradece la sinceridad , del tono y de pedir la de Miura en Sevilla . Todo un gesto. Ya veremos si hay gesta.
Restarle méritos a estas alturas a José Tomás es necio aunque uno añora que no asume su condición de capitán general con mando en plaza en el toreo en esta hora oscura de la pandemia y de los ataques antitaurinos feroces , irreverentes y sin reflexión. Prefiere dedicar su tiempo a otra pasión, el tenis y está en su derecho a manejar su tiempo y aficiones pero la fiesta lo necesita y él solo responde con el silencio.
En elogio y refutación de la quietud, el ´titulo de un libro aparecido hace 8 años, Antonio José Pradel Rico dio pistas justamente sobre Morante y el torero de Galapagar.
En Taurología.com se dan las claves de este libro que es preciso releer :
Se trata de una reflexión sobre el paradigma de parar en la tauromaquia fijándose en el toreo de dos toreros muy contrapuestos: José Tomás y Morante de la Puebla.
De los tres paradigmas que conforman el canon en Tauromaquia –aquello que desde antiguo se resumía en parar, templar y mandar–, para el autor quizá sea el primero de ellos, el más incierto y enigmático.
Por eso se interroga: ¿qué es exactamente lo que se para?, ¿se para el toro? ¿Se para el torero?, ¿se para el tiempo cuando se torea con temple, mando y arte?
Dos matadores de toros significadamente diferentes como son José Tomás y Morante de la Puebla dan soporte al conjunto de la reflexión estética que en torno a esta cuestión realiza Pradel Rico se a la hora de indagar en ese sugerente concepto de la quietud en Tauromaquia.
Uno, el torero quietista por antonomasia; el otro, el torero de arte por excelencia en el siglo XXI. Sin embargo, a pesar de las diferencias manifiestas, estos dos artistas comparten algo sustancial que el autor va desgranando a lo largo de su libro.
Resulta indudable que estamos ante dos toreros que representan otras formas, diferenciadas y a la vez pero complementarias, de entender el arte del Toreo. Cada representa una forma particular y genuina de vivir y transmitir el arte. José Tomás, el torero de valor con más arte en la reciente historia de la Tauromaquia; Morante, el torero de arte con más valor que recuerdan los aficionados.
En este hipotético “mano a mano”, que en el relato de Antonio J. Pradel está lleno de matices, con sus luces y sus sombras, el autor vislumbra una nueva Tauromaquia para el futuro.
Confiesa el autor ser un ferviente partidario del torero de Galapagar. Pero eso no es óbice para que reconozca que “por regla general, todas las grandes figuras del toreo acaban generando a su alrededor —muy a su pesar, en la mayoría de los casos— toda una corriente de opinión compuesta por esa es- pecie de partidarios o hinchas intransigentes que para resaltar las bondades de su ídolo echan por tierra las cualidades manifiestas de los demás toreros. Esta actitud es, sin duda, de malos aficionados. Por lo que a mí respecta me considero más bien seguidor de esa máxima que dice: «El buen aficionado esaquel al que más toreros le caben en la cabeza».
Y apostilla: “Decantado claramente, en principio, hacia el concepto de toreo expuesto en su día por el de Galapagar, sin embargo, pronto me empezó a rondar por la cabeza (musarañas) y por el estómago (duendes) un extraño gusanillo. Se trataba de una emoción muy particular que yo no sabía entonces a qué obedecía. Esto ocurría siempre que le tocaba el turno al torero sevillano. Desde que, ya de novillero, Morante de la Puebla empezó a despertar el interés de los aficionados partidarios del denominado toreo de arte, tuve la leve sensación primero, y la absoluta convicción después, de que este torero era verdaderamente especial, único, diferente a todos los de- más por muchos motivos que luego iremos señalando. Empecé, por tanto, siendo partidario de José Tomás pero el que me gustaba de verdad (aunque entonces aún no lo sabía, o no quería reconocerlo) era Morante. Hoy me considero partidario de los dos, y es precisamente de esta larga y pausada reconciliación de donde surge el presente ensayo. Memoria o escrito que se pretende presentar con vocación de ser una especie de «armonía de contrarios».
Mantiene Pradel Rico que cuando se iniciaba la irrupción en los ruedos del torero de Galapagar, le emocionó su quietud, -“signo inequívoco de un valor extraordinario —sideral, habría que decir en este caso— para torear de verdad”, pero luego transmutó ese sentimiento por el de su genuina afición: viene a decir el autor que “no competía con sus compañeros de terna, sino con los mitos del toreo que poblaban sus sueños de ser figura”.
Y al acercarse a la figura de Morante, deja constancia, de partida, de que estamos ante “un torero diferente porque no se parece a nadie, o mejor dicho, porque nos recuerda en algún momento a todos los toreros artistas que le han precedido en la historia de la tauromaquia del último siglo”.
Cuando se da la conjunción de ambos toreros, Pradel Rico nos recuerda una gran verdad: “no se puede concebir a un figurón del toreo sin su otra cara, su reverso, su doblez, su sombra. En efecto, no se puede concebir a Lagartijo sin Frascuelo, a Joselito sin Belmonte, a Pepe Luis sin Manolete, a Morante sin José Tomás. Es en el afilado contraste donde se agudizan definitivamente los perfiles, y los estilos de cada cual adquieren entonces mayor nitidez y claridad en su expresión. Y ni siquiera es necesario que entren en competencia directa, como sucedió en su momento con Pepe Luis y Manolete, por ejemplo. Los aficionados tienen ambos estilos en la cabeza y los comparan y contrastan inconscientemente”.