Manolete a 75 años de Linares: !!!!Qué disgusto voy a darle a mi madre!!!!!
El cordobés Manuel Rodríguez » Manolete » fue herido mortalmente por «Islero» un toro mediano de Miura en la plaza de Linares. Sobre las 5 de la mañana del 29 de agosto,expiró.
Segundos antes exclamó angustiado : Don Luis, no veo.
Manolete, un icono de la fiesta del siglo XX vino a Bogotá y a Medellín en el 46, dejó estela en la afición de las dos ciudades y quienes contaron aquellas tardes se les iluminaba el rostro narrando lo que vieron apretujados en La Santamaría y La Macarena. Dos tardes históricas en Colombia
ANTONIO ÁLVAREZ BARRIOS recuerda la triste tarde de Linares: El quinto miura que el 28 de agosto de 1947 salió a la plaza de toros de Linares se llamaba Islero y era negro entrepelao, posiblemente tocado en los pitones. La faena de Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, Manolete, con aquel toro estaba muy por encima de las condiciones del animal. Hizo un intento de molinete de rodillas, fuera del repertorio habitual. Manolete se perfiló en corto e hizo la suerte de matar despacio y marcando los tiempos. Se hundía el estoque en el toro y, al tiempo, el pitón en el muslo derecho del torero, la fatídica cornada que le robó la vida. Este es el reportaje que EL PAÍS publicó el 28 de agosto de 1997, en el 50º aniversario de su muerte:
Santa Marina era el barrio torero por excelencia de Córdoba. Allí, en la calle de Tomás Cabrera 2º A, nació el 4 de julio de 1917 Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, con el tiempo apodado Manolete, como antes lo fuera su padre, también matador de toros. Por la rama materna le venía el parentesco con el Bebé, los Lagartijo, Mojino, Manene, Recarcao y Machaquito.Cinco años tenía Manolete cuando murió su padre sin dejar nada acomodada a la familia. Hijo, nieto, primo, sobrino, amigo de toreros, tenía que ser torero. Lo daba la casta, el barrio y la necesidad. El flacucho chaval, serio y triste, acabó jugando al toro como los compañeros de la plaza de la Lagunilla y el campo de la Merced. En un herradero de la finca Lobatón se probó a los 12 años con unas becerras y no anduvo mal. De ahí saldrían los tentaderos, los festivales y algún que otro puntazo. Alternando con su primo Bebé Chico y la torera Juanita Cruz, debutó como novillero en Cabra el domingo de Resurrección de 1931. Durante un tiempo figuró en la parte seria de Los Califas, un espectáculo cómico-taurino-musical cordobés. A la plaza de Tetuán de las Victorias en Madrid acude de novillero el 1 de marzo de 1933 con dos mexicanos y Varelito Chico. La crítica no echa las campanas al vuelo, pero deja ya constancia del sello que le acompañaría toda la vida: el de formidable estoqueador. Torea donde puede y el servicio militar se lo permite, durante la guerra. Ha cuajado en novillero con estilo propio, y José Flores, Camará, se decide a apoderarle en 1939, año de su alternativa en Sevilla de manos de Chicuelo. Le faltan dos días para cumplir 22 años.
Marcial Lalanda le confirma como matador en Madrid en octubre del mismo año y allí comienza una fulgurante y cortísima carrera en la que cobró los más altos honorarios hasta entonces conocidos. Dos campañas hizo en América y llegó a ser el ídolo de México. El año 1946 no toreó en España, salvo una memorable corrida de Beneficencia. Al año siguiente triunfaría también en Madrid a cambio de una cornada.
La plasticidad del toreo vertical de Manolete, unida a su honestidad y su entrega, le convirtieron en un fenómeno de atracción nacional e internacional. Con él se cumplía la gran profecía de Belmonte: «Saldrá un torero que toree bien el 90% de los toros… » Quien llenó esa esperanza no consiguió pasar los 30 años, herido de muerte en Linares hoy hace medio siglo.
El último día
En la habitación grande de la planta baja del hotel Cervantes de Linares hay dos camas, una para Manolete y otra para Camará. Han llegado deshechos del largo viaje de Santander, donde las cosas salieron bien. Manolete está cansado de la temporada y del público, que cada día exige más. Entran a saludar los íntimos de la prensa de Madrid —Bellón y K-Hito— y los punteros del ambiente —Balañá, Colombí, Camacho y algunos otros—. La corrida de Miura escogida para la feria no es grande. Todos tratan de quitarle importancia, menos Manolete, obsesionado con la idea de que hay que darle más al público.
Lleno en la plaza de Linares. Al romper el paseíllo hay una gran ovación para Manolete, que recoge casi desde el centro del ruedo. Luego invita a Gitanillo de Triana y a Luis Miguel Dominguín a compartir los aplausos. En el primero, Gitanillo hace un buen quite y Manolete lo mejora por verónicas. El segundo está justo de fuerzas y el Pimpi no le pega mucho en varas. La faena de Manolete con la derecha se remata con tocaduras de pitón y la testuz acariciada. Con pinchazo y estocada corta, recoge una fuerte ovación.
Luis Miguel ha venido a arrasar. Bien con el capote y tres excelentes pares de banderillas. La faena de muleta es muy jaleada, pero pincha tres veces y da dos descabellos. Conceden una oreja, pero los tramposos banderilleros le llevan’ las dos y el rabo. El gitano Rafael mata al cuarto con dignidad.
El quinto miura se llama Islero y es negro entrepelao, posiblemente tocado en los pitones. Ramón Atienza le mete hasta las cuerdas de la puya, y en banderillas, Cantimplas y Gabriel González pasan apuros. La faena de Manolete está muy por encima de las condiciones del toro. Los derechazos y las cuatro manoletinas ajustadísimas encienden al público. Hay un intento de molinete de rodillas, fuera del repertorio habitual. Manolete se perfila en corto y hace la suerte de matar despacio y marcando los tiempos. Se hundía el estoque en el toro y, al tiempo, el pitón en el muslo derecho del torero. De cabeza cayó después de girar sobre el cuerno. En el traslado a la enfermería, se equivocan de camino las asistencias; en el ruedo quedan dos regueros de sangre.
«Don Luis, no veo»
Cuando, sobre las ocho de la tarde, cesó el efecto de la anestesia, Manolete se quejó a su primo el banderillero Cantimplas: «Pelu, ¡cómo me duele la ingle!». Y pidió un vaso de agua. En la enfermería, llena de gente que no pintaba nada allí, permaneció aún mucho tiempo. Después se le trasladó en camilla llevada a pie hasta el hospital de Linares. Por carretera venía, de refuerzo médico desde El Escorial, el doctor Luis Jiménez Guinea, cirujano jefe de la plaza de Las Ventas.
Declaraciones de un hijo del doctor Garrido atribuyen a un plasma en mal estado el agravamiento y muerte de Manolete. Se sabe de la zozobra del torero al ver que no le operaban de nuevo. Jiménez Guinea se convirtió en receptor de los últimos momentos: «Don Luis, no siento la pierna», le dijo el torero. Y al rato: «Don Luis, no siento la otra». Con la última queja —»Don Luis, no veo»— comenzó la agonía.
Eran las cinco horas y siete minutos de la madrugada del 29 de agosto de 1947 cuando Camará le cerró los ojos al torero de más leyenda de toda la historia.
Capilla de la plaza de Linares
MANOLETE . SUERTE SUPREMA EN LA MIRADA DEL PINTOR DIEGO RAMOS Y EN UN AUTO FIRMA AUTÓGRAFOS
El año 1945 son 71 actuaciones las ejecutadas, muchas con brillantes éxitos, primer año que marcha a América. Entre el final de 1945 y principios de 1946 actúa en 39 corridas en México, Colombia, Perú y Venezuela. La Campaña de 1946 se la dedica especialmente a América, pues tan sólo toreó en Madrid el 19 de septiembre para la Beneficencia. Vuelve en 1947 como segunda temporada a Méjico y Perú toreando 15 corridas; de vuelta a España, cuando está bien entrada la temporada se presenta en 21 cosos.
Cansado de llevar durante todos estos años el peso del liderazgo, le confiesa a su amigo y periodista Matías Prats, la intención de retirarse tras concluir esta temporada. Desgraciadamente, no pudo cumplir su deseo, pues en agosto de ese mismo año sufre la mortal cogida de Linares que le causó la muerte horas después.
Por la suma de todo ello, se le consideró por unanimidad como el IV Califa de la Tauromaquia (y el primero de entre todos ellos), uniéndose así a nombres de la talla de Lagartijo, Machaquito y Guerrita.
UNA TAUROMAQUIA IMITADA PERO NO IGUALADA
Tras Manolete, y aún hoy día, surgieron y continúan saliendo multitud de toreros que siguen claramente los cánones establecidos por el IV Califa de la Tauromaquia, pero si bien lo intentan imitar de la forma más fidedigna posible, ninguno ha conseguido igualarlo. Lo que sí está claro es que la concepción del toreo que adoptó el torero, esa unión de conceptos de las tauromaquias anteriores (siguiendo con mayor ahínco la rama gallista) que adoptó del torero sevillano Chicuelo (como él mismo confirmó en alguna entrevista), supuso una auténtica revolución y quedo fijada para la posteridad, siendo la primordial concepción que seguimos disfrutando hoy día.
Los aspectos fundamentales de su tauromaquia fueron varios destacando la sobriedad y seriedad en su toreo, ejecutando las suertes y manejando los tiempos con gran maestría y finura, destacando en el manejo de la muleta que le imprimía un carácter personal. Contribuyó a divulgar la manoletina, pase de muleta que le dio su nombre. Fue escueto en los adornos, sobre todo con el capote que lo dominaba con elegancia, pero sólo hacía aquello que necesitaba el toro para ser bien lidiado.
Algo en lo que destacó por encima de todo fue en el temple, ese codiciado don con el que la vida premia a algunos elegidos, y la forma estoica y con las zapatillas asentadas que realizaba con una pasmosa naturalidad. Los pases mirando al público eran únicos, aguantando la embestida; y los pases de pecho y por alto espléndidos, siendo pases muy fáciles de inmortalizar por su postura descaradamente mayestática.
Con la suerte suprema, ejecutaba la suerte con inusitada maestría y exponiendo mucho, lo que le permitió llegar a ser uno de los mejores estoqueadores de la historia taurina. La exposición era tal, que tiraba la moneda al aire, jugándose la vida en cada entrada de la espada. Desgraciadamente, al tirarla con “Islero”, salió cruz…
EL AMOR “PROHIBIDO”: LUPE SINO
Una sonrisa sensual, una bonita melena ondulada y morena y unos grandes y vistosos ojos verdes que cautivaban a todo el que le sostenía la mirada. Así era Antonia Bronchalo “Lupe Sino” y con esa semblanza afable cautivó a uno de los hombres más deseados del momento con solo mirarlo. Fue en 1943, cuando en el famoso Bar Chicote y por intercesión de la inigualable Pastora Imperio, se cruzaron por vez primera para ya nunca separarse la actriz mexicana y el diestro cordobés. Desde ese momento, contra viento y marea, esa mujer se convirtió en bandera y patria para Manolete.
Contra viento y marea porque la mexicana, no tenía un pasado que la España del momento podía aceptar para compartir la vida con el ídolo popular. Un pasado en el que se contaba con un matrimonio con un Jefe del Estado Mayor del Ejército Republicano, romances con otros toreros y ambientes nada puritanos. Pero nada le importó al líder taurómaco, pues lo que sentían ambos era mucho mayor que cualquier impedimento u oposición (que tuvo muchas, desde personajes destacados de la sociedad, hasta su querida madre y pasando por los compañeros de la cuadrilla); se amaron sin condiciones.
Los momentos más felices de un hombre que lo había conseguido todo en la vida fueron los periodos que vivió junto a su amada en un pueblo de Gaudalajara, Fuentelencina donde pasaron veranos enteros con la única preocupación de quererse y cuidarse, sin cámaras y sin restricciones (cosa que en España originó más de una polémica).
El día trágico del que se cumplen hoy 75 años, se encontraba Lupe Sino en Lanjarón y con toda la urgencia que pudo, luchando contra el paso inexorable de las manecillas del reloj, llegó la actriz a la plaza de Linares cuando el corazón del diestro todavía bombeaba la sangre justa y necesaria para poder decirle adiós. Sin embargo, se encontró con la negativa de varios personajes importantes (Camará y miembros de la cuadrilla) para dejarle pasar a despedirse. El absurdo argumento que esgrimieron: el médico había pedido descanso para el torero. La realidad es que temían que se casaran en artículo mortis y que parte de la fortuna cosechada con sangre y sudor en los ruedos de España por el torero pasaran a manos de la mexicana.
Solo tuvo acceso a la enfermería tras certificar el doctor la muerte de Manolete. Los amantes no pudieron despedirse y con el sentimiento de culpa y el dolor de sentirse repudiada sobre sus hombros, marchó a México.
Tras la muerte del torero, la muchacha quedó relegada al más triste de los ostracismos, rehízo su vida con Manuel Pedro Rodríguez, pero nunca olvidó a su amado caído y tras su fallecimiento en 1959 y con el paso de los años, la historia le fue colocando en el lugar preferente que le correspondía en la vida del torero. Quién sabe si hoy día, la sociedad hubiera aceptado el romance y el torero pudiera haber disfrutado, sin amargor, del amor verdadero y sin límites que sentían los dos.