Nuevo libro sobre don Antonio Ordóñez

Nuevo libro sobre don Antonio Ordóñez

“Era un hombre muy recto, difícil de tratar por su intransigencia y su voluntad de mando”: Antonio Ordóñez vuelve a la palestra en un libro que analiza su personalidad (humana y taurina).

Por Álex Ander.

Aquel mes de febrero de 1932 en que vino al mundo Antonio Ordóñez, su familia vivía en la finca Recreo de San Cayetano. Este lugar con aspecto exterior de fortaleza era propiedad de su padre, Cayetano Ordóñez Aguilera, el famoso Niño de la Palma, quien ya era un respetado matador cuando se casó con la actriz Consuelo Reyes. Por lo visto, Ordóñez no tardó en decidirse a seguir los pasos taurinos de su progenitor y de sus dos hermanos mayores, Cayetano y Juan. “Mientras me iba haciendo mayor cuidaba pavos”, contó a Pueblo. “Era el pavero de la casa. Con seis años tenía a mi cargo cuarenta y cinco. No se me ha perdido ni uno”.

Apenas tenía 16 años cuando vistió por primera vez un traje de luces (que alquiló por 50 duros a un sastre de Zaragoza) en la riojana plaza de Haro, anunciándose como Niño de la Palma IV. Solo en su primer año de novillero toreó 65 novilladas. “Cuando Antonio Ordóñez tomó la alternativa [en junio de 1951] ya le apoderaba Domingo Dominguín, que con el tiempo iba a ser su suegro. Era amigo de su padre y le conocía desde niño”, señaló el desaparecido escritor Marino Gómez- Santos en Antonio Ordóñez, torero, un libro sobre la personalidad humana y taurina del maestro rondeño que ahora ve la luz de la mano de la editorial Renacimiento.

Desde el comienzo del ensayo, escrito en 1963, su autor muestra interés en aclarar que no aspira a escribir un libro sobre toros. “Mariano se acerca al mundo de los toros ‘desde fuera’, con una mirada observadora y desprejuiciada sobre el mismo”, comenta a Vanity Fair su editor, José Miguel González Soriano. “Esa perspectiva a la vez cercana y distanciada con la que describe la figura del toreo y su entorno es especialmente atractiva. Los que conozcan el toreo por dentro podrán fijarse en detalles en los que normalmente no reparan, tal vez por estar acostumbrados a los mismos. Los que no, leerán el libro desde el mismo punto de vista que el autor y no solo aprenderán mucho de tauromaquia, sino también de sociología, de psicología popular y de la historia reciente de nuestro país”.

Según apunta en la introducción del libro el también escritor Carlos Abella Martín, Dominguín padre apadrinó a Ordóñez “buscando el amparo de su hijo Luis Miguel que manda en el toreo, hasta el punto de que desde su alternativa a final de temporada le firma 40 corridas de toros, 20 de las cuales encuadrado en los carteles de su hijo Luis Miguel y alternando con el otro torero de la ‘casa’, Rafael Ortega”. Los mano a mano entre Antonio Ordóñez y su cuñado Luis Miguel Dominguín fascinaban a Ernest Hemingway, que se dispuso a relatar aquella rivalidad en sus artículos en la revista Life y en El verano peligroso, publicado por primera vez como libro en 1985.

La amistad de Ordóñez con tipos como Hemingway, el cineasta Orson Welles o el actor Anthony Quinn le concedieron una proyección universal. El diestro toreó más de medio centenar de corridas de toros en la temporada de 1959 y gracias al escritor de Illinois, que fue amigo del Niño de la Palma desde la época en que vino a España por primera vez con Dos Passos, Donald Ogden Stewart y Bob McAlmon, logró convertirse en un héroe moderno. “Yo no era amigo suyo porque se llamara Hemingway, Premio Nobel y hombre famoso en el mundo”, confesó luego Ordóñez. “Creo que no me he caracterizado nunca por oportunista. Hubiera sido igualmente amigo suyo si no fuera famoso. Pero aquella no era una amistad de las que pueden buscarse, sino de las que se encuentran. Decía que yo le recordaba a él mismo cuando era joven. Era una amistad muy sencilla. Algunas veces me decía: la única condición es que tú no escribas nunca un libro ni yo toree una corrida”.

Entre muchas otras cosas, Antonio Ordóñez, torero recuerda al público que el maestro de Ronda estuvo en activo 19 temporadas como matador de toros y tres de novillero. Durante ese tiempo, salió a hombros cinco tardes, resultó herido en varias ocasiones y en 1966 sufrió un aparatoso accidente en la gaditana localidad de Puerto Real, en el que falleció uno de los ocupantes (al ser la persona que conducía el vehículo, el torero fue juzgado y absuelto de un delito de homicidio por imprudencia). Superó el mal trago con el apoyo de su esposa Carmen González Lucas, la hija menor de su apoderado Dominguín, con la que fue padre de dos hijas, Carmina y Belén, a las que educó siguiendo un estilo autoritario.

“Suele suceder que ese carácter tan fuerte llega a producir un efecto contraproducente en los hijos, de rebeldía o de debilidad ante la figura dominante”, apunta González Soriano. “Algo de las dos cosas debió suceder con sus hijas. Ambas se casaron muy jóvenes (17 años tenía Carmina y 18 Belén) con dos toreros. Ambas se separaron en 1979, con tres meses de diferencia, para ser independientes y disfrutar de todo lo que se le podía ofrecer a dos mujeres famosas y adineradas en la década de los ochenta, tanto en Madrid como entre la jet-set marbellí. Pero cayeron en la debilidad de las adicciones. Me consta que nunca dejaron de mantener contacto con su padre, pero la relación era fría y distante entre ellos”.

Debido a sus maltrechas articulaciones, el torero decidió cortarse la coleta en San Sebastián en agosto de 1971. Desde ese momento, se dedicó al desarrollo de su ganadería y a organizar e intervenir en la tradicional corrida goyesca que se celebra en Ronda. “Indudablemente, Ordóñez vivió un retiro feliz, disfrutando del prestigio que como torero había alcanzado entre profesionales y aficionados”, añade González Soriano sobre un hombre que en 1995 sería condecorado con la Legión de Honor francesa, y un año después recibiría la Medalla de Oro de las Bellas Artes concedida por el Gobierno de España.

Para el filólogo, el carácter que Ordóñez mostraba en la plaza funcionaba como “una proyección” de cómo era fuera de ella: “Era un hombre muy recto, difícil de tratar por su intransigencia y su voluntad de mando. Tenía un orgullo y un amor propio que en la faceta profesional eran sus mejores aliados. Esa fama de que las numerosas cornadas que recibió a lo largo de su trayectoria, lejos de mellarle el ánimo o el valor, lo enardecían: volvía a la cara del toro con más ganas aún de triunfo. Esa soberbia profesional y ese coraje ante la adversidad lo caracterizaban también en el terreno personal. Eran una virtud pero lo hacían muy inflexible, de mal genio, muy poco predispuesto a seguir las recomendaciones de los demás”.

Su faceta de empresario de la plaza de Ronda, cuya corrida goyesca toreó anualmente durante varios años, copó titulares en los años de la transición a la democracia. Debió hacerle poca ilusión aquel que rezaba “Ronda contra Antonio Ordóñez. ¡No a la corrida fascista!”, empleado por Interviú en un reportaje donde se criticaba al maestro torero por querer celebrar el evento en una fecha tan conflictiva como el aniversario de la toma de la ciudad por los moros de Franco. Mucha gente se pilló un buen rebote cuando Ordóñez anunció que la goyesca estaría presidida por su hija Carmina y no por la duquesa de Franco. La desaparecida revista aprovechó la ocasión para recordar que la hija mayor del torero era una “destacada” militante de Fuerza Nueva (Carmina llegó a acudir a los mítines con el uniforme de falangista) y estaba “casada con el torero Paquirri, cuyas inclinaciones semejantes no son desconocidas, y que ha brindado uno de sus últimos toros ‘por la unidad de España”.

La muerte de Carmen Dominguín a causa de un cáncer en 1982 supuso un varapalo emocional para Ordóñez y dejó tocadas a sus dos hijas, quienes se mostraron reticentes a que, apenas 14 meses después de aquello, su padre contrajera matrimonio con la funcionaria madrileña Pilar Lezcano. Para colmo de males, en octubre de 1985 el rondeño tuvo que hacer frente al fallecimiento de otro de sus amigos, Orson Welles. Dos años después, una de las hijas del cineasta se puso en contacto con él para comunicarle que Orson había manifestado en su testamento el deseo de que sus cenizas descansaran en la finca malagueña del torero.

“Antonio encajó la noticia con una emoción inesperada y buscó por toda la finca cuál podía ser el mejor lugar para el descanso del director de Ciudadano Kane. Tras darle muchas vueltas, el torero decidió que no esparciría sus cenizas sin más por la finca y que depositarlas en un pozo seco que contenía las palabras ‘Maestro de maestros’ sería la mejor opción”, señala Mario Temiño en su libro Como yo te amo. Las del maestro, que murió de cáncer hepático el 19 de diciembre de 1998 en su casa en Sevilla, a los 66 años, descansan en el albero de la Real Maestranza de Ronda.

Públicado en Vanity Fair

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