Sostiene Alcalino: Nos aguarda un trabajo de fondo si queremos que la fiesta de toros permanezca entre nosotros

Sostiene Alcalino: Nos aguarda un trabajo de fondo si queremos que la fiesta de toros permanezca entre nosotros

Nos aguarda un trabajo de fondo si queremos que la fiesta de toros permanezca entre nosotros. Si el rápido crecimiento de la taurofobia es resultado de un activismo perfectamente orquestado y oscuramente fondeado desde el extranjero, la respuesta del taurinismo tendría que basarse en convicción, oposición a la censura y cariño auténtico por la Fiesta.

Fatal sería darnos por vencidos de antemano.

Y completamente estéril basar la defensa de lo nuestro en meras reacciones emocionales o memes y proclamas para consumo interno y a espaldas de la sociedad.

Pero si de veras buscamos la permanencia de la tauromaquia, no será la de su lánguida versión mexicana de los últimos tiempos –justo lo que la convirtió en una presa fácil, vulnerable y apetecible– sino la búsqueda resuelta del esplendor perdido, la lucha asociada por su retorno urgente.

Tarea que se presenta cuesta arriba pero no es irrealizable.

Y precisamente a eso está dedicada la tercera y última de esta serie de reflexiones.

Ganaderos.

Mucho habrá que hacer para que la casta y la bravura regresen a nuestras plazas. No vale escudarse en la autocomplacencia, soslayando la evidencia del post toro de lidia mexicano que ha echado a la gente de nuestras plazas.

Que aún existe sangre brava en México es evidente, pero es preciso sacarla a la luz haciendo justamente lo opuesto a lo que el empresariado predominante acostumbra en su entreguismo a las exigencias de comodidad de los ases extranjeros.

Se trata de uno de los cuellos de botella de la situación que vive nuestra tauromaquia. Pero hay signos alentadores, aunque vengan de fuera.

Como se sabe, la ganadería española pasó por una crisis de falta de fuerza y pérdida de raza en sus toros a lo largo del último tercio del siglo XX, período comprendido entre las utreradas que despachaba el Cordobés y el boom de corridas –que no de bravura– de los años noventa.

Y justamente cuando el número de festejos decrecía, sobre el cambio de siglo, los criadores se apretaron los machos en pro de recuperar al auténtico toro de lidia.

Años les llevó esa búsqueda, pero lo visto en los cosos hispanos durante el último lustro resulta francamente alentador. Misión cumplida, pueden decir tales señores.

Indudablemente, ahí hay un mensaje positivo que debieran atender nuestros ganaderos.

Empresas.

Para que nuestra fiesta tenga futuro se requiere la profesionalización de su empresariado, tradicionalmente instalado en el medievo.

Que quienes manejan la fiesta desde su trastienda entiendan su función como un proyecto coherente y rentable, con una visión de mediano y largo plazo perfectamente definida.

Como es obvio, se requiere la total seguridad de su permanencia al frente de sus respectivas plazas.

Y un organigrama que incluya veedores expertos.

Al menos uno destinado a revisar constantemente el estado de la cabaña brava y otro para la detección y seguimiento de aspirantes novatos.

Publicistas avezados e innovadores y una fluida relación con el medio, incluidas otras empresas, así como estar al tanto del acontecer taurino global.

Y su presencia en medios debe ser constante, especialmente antes y durante el desarrollo de sus temporadas, que se establecerán sobre una preparación previa de varios meses, tiempos claramente definidos y una difusión amplia, constante e imaginativa.

Además, el empresario del futuro necesitará herramientas para mantenerse en contacto con el sentir del aficionado, sus gustos, opiniones y sugerencias. Desechar el vicioso apego cartelerías armadas de antemano –útiles en ferias, nunca para temporadas—y volver a los carteles a base de triunfadores recientes.

Es recomendable que adopte para sus series de festejos un sistema de abonos pagables a plazos, incluso recurriendo a convenios con empresas de todo tipo –industria, servicios, etc.—para facilitarlas a sus empleados.

Y tomando en cuenta que el auge de la tauromaquia moderna descansó sobre una base democrática, procurará establecer tarifas razonables y promover el acceso de menores y ancianos a precios especiales, además de acordar con medios de difusión programas de concurso sobre conocimientos taurinos a cambio de entradas para sus festejos y libros y utensilios que fomenten la cultura taurina.

Una actividad muy provechosa sería la programación –a título propio o en asociación con organizaciones gubernamentales o privadas– de exposiciones, mesas redondas, conferencias, coloquios y visualizaciones de películas y documentales que contribuyan a extender entre la sociedad en general el conocimiento y afición por la fiesta de toros.

Afición.

El aficionado a toros debe asumirse como tal dentro y fuera de la plaza. Durante la corrida, como un participante interesado y atento a los avatares de la lidia, al mismo tiempo que justo y entusiasta.

Y fuera de ella defendiendo su gusto por la Fiesta cuando las circunstancias lo demanden.

Seguro de sus argumentos y de las razones históricas, culturales, ecológicas y artísticas, que justifican el esplendor y permanencia de la tauromaquia en México, y en todos los países donde hay corridas de toros.

Procurará, además, acrecentar libremente su cultura taurina mediante lecturas, películas y videos.

Charlas y cuanta ocasión, y medio le permita satisfacer su gusto por la Fiesta, su evolución y protagonistas históricos, su anecdotario y su actualidad.

En fin, los aspectos finos de la técnica y la estética taurinas.

Y lo hará por placer pero también para enriquecer sus argumentos en defensa de su fiesta  de toros.

Para lo cual es indispensable la independencia y pericia de los jueces de plaza y los veterinarios a cargo.

Designados entre personas probadamente idóneas.

Debería existir además un consejo o grupo capacitado para vigilar el cumplimiento de la ley taurina vigente y  evaluar posibles cambios o modificaciones a la misma que la actualicen y mejoren su funcionalidad.

Y dadas las amenazas que se ciernen sobre esta tradición centenaria, habría que alentar, tanto al gobierno como a los aficionados de prosapia.

Para que activen las vías legales conducentes al reconocimiento oficial de la tauromaquia como una pieza insustituible del patrimonio cultural de este país.

Sería un paso indispensable para protegerla porque los furiosos ataques de la taurofobia están yendo a más. 

Medios de masas.

Su desapego general de la tauromaquia –como no sea para difundir declaraciones y manifestaciones minoritarias en su contra— ha sido un factor fundamental para sustraer el acontecer taurino de la escena pública, a diferencia de lo  que ocurría en el país hasta finales del siglo XX.

No repetiré mi punto de vista acerca de la gravedad que tuvo el absurdo veto sobre las transmisiones televisivas llevado a cabo por las organizaciones de toreros en el ya lejano 1969.

Pero es evidente que tal actitud debiera revertirse, para lo cual será precisa la participación de los profesionales.

Autoridades.

En principio, su apego al reglamento taurino vigente debe ser irrestricto, especialmente en lo relacionado con la integridad y condiciones del ganado a lidiar.

Toreo, toreros, ganaderos, empresarios; hasta conseguir que se rompa el círculo vicioso.

Porque si nuestro tema no recobra su antigua presencia social, sus días están contados.

Colofón.

Como el paciente lector apreciará nos aguarda un trabajo de fondo si de verdad queremos que la fiesta de toros permanezca entre nosotros.

Y no como un despojo de lo que fue sino con todo su señorío.

Toda una prueba, cuyos buenos o malos resultados van a depender de si somos o no capaces de entender el reto en toda su dimensión.

Y de trabajar todos de manera efectiva –inteligente, informada, imaginativa y sobre todo colaborativa— para superarlo. Si queremos que la fiesta de toros permanezca entre nosotros

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