Alcalino.Tauromaquia.-Hace medio siglo lo de Camino en Madrid, la corrida de la emoción y el sentimiento

Alcalino.Tauromaquia.-Hace medio siglo lo de Camino en Madrid, la corrida de la emoción y el sentimiento

En Madrid, las corridas de un solo matador son de larga data. Ya en el tercio final del siglo XIX, bajo el reinado de Rafael Molina «Lagartijo» Salvador Sánchez «Frascuelo», cualquiera de ellos y sus partidarios se llamaba a ofensa si el ganado elegido para la encerrona del acérrimo rival presentaba mayor corpulencia y pitones que el que acababa de lidiar su favorito, considerando que echar semejante torada suponía una «ventaja» inadmisible.


Y más acá en el tiempo, la vieja plaza de la carretera de Aragón agotó el papel para no perderse el examen a título de suficiencia del legendario José Gómez «Gallito», que con 19 años a cuestas ofreció una inolvidable lección en siete capítulos (04-07-1914). Pero en la era moderna, el campeón de las encerronas madrileñas, ya en Las Ventas, fue el caraqueño- evillano Antonio Bienvenida, que acometió tal proeza media docena de veces, anunciándose incluso para despachar doce toros, uno tras otro, en funciones vespertina y nocturna, lo que no consiguió por culpa de un calambre muscular cuando apenas llevaba despachados nueve bureles (16-06-60).


Los memoriosos recordaron entonces la frustración de su padre, ElPapa Negro, cuando un cárdeno de Trespalacios, tercero de los seis con que se anunció en solitario, le pegó un cornalón de caballo (10-07-10). Por cierto que, a pocos días de la lesión muscular de Antonio Bienvenida,Gregorio Sánchez, en corrida en pro del Montepío de Toreros que presidía, se entretuvo en cortarle siete apéndices a un pastueño encierro de Barcial. Algo habría dado Luis Miguel Dominguín por alcanzar parecida cosecha luego que su deslucida encerrona (05-07-49) topara con el contrapunto, dos días antes, de la que Raúl Acha «Rovira» saldó con corte de cuatro orejas y la consiguiente puerta grande.


Más contemporáneamente, y entre varias más de diestros mayores y menores, sobresalen la de El Niño de la Capea con Victorinos en corrida de la Prensa (28.6.88) –y sus naturales sobrenaturales a «Cumbrerillo»–, y la de Joselito Arroyo en la goyesca del 2 de mayo de  1996, tarde de seis apéndices y plena culminación artística del maestro madrileño.
Lo de Camino, punto y aparte. En 1970, un Paco Camino en plenitud puso tan alto el listón de su cotización que Sevilla por abril y Madrid por mayo lo dejaron fuera de sus carteles. En respuesta, el de Camas arregló con la Comunidad capitalina su participación en el tradicional festejo de Beneficencia, sin cobrar una peseta y además sin alternantes, solo ante un encierro de toros andaluces entre los que figuraba uno de Miura. Ni qué decir tiene que el «No hay billetes» se puso desde temprano en las taquillas de Las Ventas aquel jueves 4 de junio de 1970 en que Camino, vestido de grana y oro, tuvo que destocarse en mitad del paseíllo para corresponder a la creciente ovación con que se le recibía.


Lo demás es historia grande. Bien es verdad que, como el mismo diestro reconoce, no encontró un solo toro propicio para el arte, y su actuación estuvo basada en un despliegue de esfuerzo permanente y preclara inteligencia torera. Incluyó una cogida sin consecuencias –por «Bocanegra», el arisco abreplaza de Juan Pedro Domecq–; alcanzó para un hermoso muestrario en quites, sin faltar su clásica, musical chicuelina citando de frente y desde largo; incluyó siete faenas en las que el poder rivalizaba con la elegancia y la imaginación con el temple y el aplomo; y concluyó con sendas demostraciones de destreza estoqueadora, aunada la belleza del volapié a la eficacia del espadazo.


Y culminó, como era natural, con varias vueltas al ruedo en hombros sin que nadie se moviera de su localidad ni las aclamaciones dejaran de acrecentarse, seguidas de la salida por la Puerta grande de Madrid y el jubiloso recorrido calle arriba.
Siete toros, ocho orejas. Los seis cornúpetos –que al cabo serían ocho, sustituido por inválido el de Pablo Romero y obsequiado por el matador el que cerró la fiesta– fueron asomando por estricto orden de antigüedad: 1o. de Juan Pedro Domecq, con el hierro del Duque de Veragua, que data de 1790 (primera oreja para Paco); 2º de Carlos Urquijo, los antiguos murubes, 1848 (dos orejas); 3º Miura, 1849 (ovación final para el de Camas); 4o. Pablo Romero, 1888, sustituido por un sobrero de Juan Pedro Domecq (dos orejas); 5o. Joaquín Buendía, antes Santa Coloma, 1908 (ovación); 6o. Manuel Arranz, 1928 (dos orejas); 7o. Buendía-Santa Coloma (oreja).
Incómodo antecedente


Acababa de clausurarse la isidrada –17 corridas, 33 apéndices, todos para toreros de a pie–, que arropó un montón de triunfadores, resultado de incesante dispendio de orejas, entre ellas ocho para Manuel Benítez “El Cordobés”, que sin demasiados méritos las paseó por pares luego de dar cuenta de los cuatro bichos correspondientes a sus dos presentaciones. Y desde México, vía satélite y por televisión, presenciamos con asombro cómo se pedían y otorgaban cuatro más,  a cual más facilonas, la tarde en que Manolo Martínez confirmó su alternativa, repartidas entre el regiomontano, su padrino Santiago Martín «El VIti» (dos) y Palomo Linares. Y ninguna realmente bien ganada (22.05-70). ¿Habría que tomar, pues, prudente distancia de las ocho que Paco Camino les cortó a los siete toros de su célebre encerrona?


Cómo se contó y cantó la hazaña caminista
Antonio Díaz-Cañabate se encontró con una tarde de ecos románticos, reminiscencias de otras épocas del toreo, tan agitado últimamente por la erupción y disrupción de El Cordobés:
«Por la plaza rebosante se extiende un clamor. No es el habitual… No es la bullanga que acompaña siempre a una multitud. Es un rumor sordo, contenido, ancho, dilatado, difuso. Pocos somos los que comprendemos su origen. Sólo los viejales. Es el eco romántico… Clarinea el clarín. Los alguacilillos llegan a la puesta de cuadrillas. Surge Paco Camino. Va vestido de rico carmesí y oro. Una ovación lo acoge. No es la rutinaria. Es una ovación que llega de lejos. De los tiempos en que un suspiro de mujer era una prenda de amor…. Los nervios, en tensión… (pero) los nervios de Paco Camino estaban serenos. Serenidad inalterable, traducida en una regularidad maravillosa. Sólo en dos momentos esta regularidad se altera. La estocada al primer toro, la faena de muleta al sexto. La estocada fue bellísima. La faena de muleta, meritísima. El toro no iba por su voluntad. Era el torero el que le obligaba, de frente, a la distancia precisa, con el temple unido al mando, con la armonía del ritmo y la tersura de la limpieza. Esos dos momentos sobrepasaron la regularidad, alcanzaron lo extraordinario, la pureza y la belleza del arte de torear». (ABC, 5 de junio de 1970).


Vicente Zabala, contundente


«El toreo no ha muerto” tituló su crónica en «Blanco y Negro», el suplemento sabatino del ABC. Era apenas la cabeza de una auténtica declaración de principios, previa introducción pertinente:
«En Madrid, Camino pidió para San Isidro seis toros para él solo. La empresa no accedió, presionada probablemente por determinados toreros, y prefirió las corridas chicas y los escándalos del toro bufo. Por lo que el torero, erre que erre en su ilusión, se ofreció a la Diputación de Madrid para la corrida de Beneficencia, la corrida más importante del año…”
«A las seis en punto estaba en el portón de cuadrillas vestido de grana y oro PacoCamino, el representante más cualificado del toreo imperecedero. En los graderíos, veintitrés mil espectadores en máxima tensión, más los millones de la televisión… Por dos veces tuvo el diestro que salir a saludar al tercio, visiblemente emocionado…


A partir de las seis y diez en que se abrió el portón de los sustos, el profesor empezó a explicar su lección dominando los nervios propios y el nervio de sus enemigos, que no fueron ni fáciles ni propicios para el lucimiento. La hazaña se fue consumando por los senderos de la fácil y señera torería. Todo con pulcritud, finura y elegancia… Vimos la verónica a pies juntos y con el compás abierto, la media verónica, la revolera, la larga cordobesa y la larga afarolada, tres chicuelinas con la rúbrica de lo inolvidable. Toreó por gaoneras y delantales, lanceó rodilla en tierra. Pasamos del pase por abajo al de la firma, del mandón trincherazo al pinturero kikirikí, del molinete al cambiado, del abaniqueo al medio pase, del natural de frente al pectoral pasándose a todo el toro por delante. Tauromaquia variada, rica en matices y colorido. A cada toro su lidia. En cada momento el detalle justo, oportuno, de buen gusto. Maestro, maestro, maestro… Le dieron ocho orejas, tiró a sus pies siete toros…


(Pero) Lo de Camino no se puede valorar con orejas. Tampoco con dinero, que esta vez no lo hubo. Fue la corrida de la emoción y el sentimiento. De la afición en general y del aficionado en particular. Tiene un valor incalculable, y un significado clarísimo y esperanzador: el toreo no ha muerto. Ni la época ni las modas pasajeras han podido llevarse por delante la razón de ser de este espectáculo tan nuestro cuya base inamovible son el toro y el arte… Paco Camino, agradecidos todos. Y más que nadie, la propia fiesta» («Blanco y Negro», semanario. Sábado 13 de junio de 1970).
Leído lo cual todo lo que pudiera agregarse estaría de sobra.

Deja un comentario


  Utilizamos cookies para mejorar tu experiencia en nuestro sitio web. Al seguir navegando, aceptas el uso de cookies. Más información en nuestra política de privacidad.    Más información
Privacidad