Alcalino nos recuerda una faceta del gran torero regiomontano Manolo Martínez, «el mandón».
La trayectoria novilleril de Manuel Martínez Ancira fue tan resonante como breve.
Un año justo separa la famosa novillada de selección en La Aurora (01-11-64) de la fecha de su alternativa en Monterrey (07-11-65), con don Lorenzo Garza Arrambide.
Nada menos, como cabeza de un cartel sugestivamente neoleonés, que, con toros de San Miguel Mimiahuápam, completaba Humberto Moro, el muletero de Linares.
Ese día, más nublado que luminoso, no sólo Monterrey sino todo el México tenía puesta la mirada en lo que ocurriera en el coso regiomontano, fugaz reaparición del Ave de las Tempestades para investir de matador de toros al joven Martínez: el antiguo amo del pase natural, ídolo de legiones, y la mayor promesa mexicana en dos o tres generaciones.
Desde su debut en la modesta placita de Ciudad Neza, Manolo Martínez había causado asombro y despertado ilusiones sin cuento, tan dueño se le vio desde un principio de ese sello tan personal que era, al propio tiempo, inequívocamente clásico.
Rondaba en las conversaciones el nombre de Paco Camino, para los mexicanos el artista non de la época, y cuando nos enteramos de que Leodegario Hernández, empresario de la Monumental de Monterrey, había convencido a Garza para que volviera a ceñir el chispeante a fin de apadrinar la alternativa de su paisano.
La tarde del 7 de noviembre de 1965 quedó marcada por un inesperado rito de continuidad: el viejo rey heredándole su cetro al emergente delfín.
Inesperado porque hacía lustros que nada se sabía de Garza, ni nadie iba a exigirle la reedición de sus antiguos triunfos: simplemente que cumpliera con ese papel doblemente simbólico, bajo el testimonio de un tercer neoleonés de nombre menos sonoro pero seguramente más puesto dispuesto a ofrecer el contrapunto de su sentida y templada muleta.
Si la zurda de Lorenzo había sido la más famosa de su tiempo, a Humberto Moro se le designaba en los carteles “el de la izquierda de oro».
Y Manuel Martínez ya había acreditado acendrado gusto por darle juego a es misma mano que, en frase ya en desuso, era «la de cobrar» billetes grandes. Repaso lo escrito y caigo en la cuenta de cuánto nos escamotean hoy el pase natural lo mismo los ases que los maletillas.
Primer triunfo
A las cuatro en punto suena el clarín y a poco parten plaza las cuadrillas encabezadas por Garza (verde pálido y oro), Moro (corinto y oro) y Martínez (negro y oro).
Los saludo un clamor estentóreo, que da paso en seguida a espeso silencio de expectación, roto por una ovación que los llama a los tres a saludar desde el tercio.
Y ya asoma «Traficante», con 450 kilos y la promesa de develar los alcances del nuevo fenómeno. Y
Manolo Martínez no se hace esperar, desafía al de Mimiahuápam desde los medios y, muy parado, da suave vuelo a su capote en verónicas de corte clásico, que clausura con media muy torera.
Bravo se comporta el de Barroso Barona con los caballos, y bravíamente regiomontano el catecúmeno, que en las meras barbas de Lorenzo Garza se echa el capote a la espalda a la manera del Ave de las Tempestades y carga la suerte en gaoneras de alcurnia, con ganancia de terreno y opulenta revolera como remate.
Tiene prisa el joven porque el segundo tercio se cubra con toda presteza, pero no su padrino, que calmosamente recoge muleta y espada, cumplimente al juez y dedica a Manolo un largo parlamento en el que se adivina particular cordialidad.
Ya tiene México un nuevo matador, que manda cerrar a tablas al burel y lo saluda con varios ayudados por alto echando la pierna adelante y haciendo saborear al suerte.
Y en los medios, qué manera de correr la derecha para trazar la curva amplia del derechazo en varias tandas de amplio y templado discurrir, rematadas con largos pases de pecho igualmente derechistas.
El toro es muy noble, y no faltará la teoría de toreo izquierdista, rematado asimismo sin cambiar la muleta de mano.
El chico está a gusto, la gente feliz y «Traficante» no da muestras de agotamiento y continúa embistiendo de maravilla, confirmación de que los toros mejoran y van a más cuando se les trata con tan cuidadoso mimo.
La duda estriba en la capacidad de Manolo para honrar la categoría de matador que acaba de tomar, pues como novillero han sido más sus faenas malogradas con la espada que las que coronó dignamente.
El pinchazo confirma temores, pero, enseguida, tres cuartos de acero bien arriba dan por tierra con el mimiahuapense y hacen que el tendidos se vistan de blanco y la autoridad conceda la oreja.
¿Será presagio de un futuro abundante en dianas y trofeos? El padrino sonríe satisfecho mientras el ahijado, emocionado, da la vuelta al ruedo mostrando el apéndice obtenido bajo una cálida, inacabable ovación.
La cornada
Aunque Manolo ya había sido calado, precisamente en la ejecución de la suerte suprema y por un novillo de Santo Domingo con el que estaba repitiendo el triunfo de su presentación en la Plaza México (27-06-65), la que le asestó el sexto de la tarde de su alternativa fue más fuerte e inesperada.
Mimiahuápam, que envió un encierro de alta nota para la ocasión –don Luis Barroso había acogido a Martínez con gran generosidad, en una época en que los ganaderos de tronío no desdeñaban tutelar los primeros pasos de un prospecto prometedor.
Se encontró como sexto con otro ejemplar estupendo, al que el recién doctorado estaba muleteando a placer cuando, en el primer pase de una tanda con la diestra citando desde largo al bravo ejemplar tlaxcalteca, un parpadeo, una pequeña duda de ésas que no perdonan los toros de buena casta, hizo que el astado lo sintiera, estirara el cuello y lo ensartara por el muslo izquierdo, asestándole una cornada de 30 centímetros que, sin lesionar vasos importantes, dejó el fémur al descubierto.
Se truncaba así una tarde que pudo ser de triunfo definitivo para el nuevo doctor, que pálido de dolor pasó a la enfermería, mientras Garza despenaba a su heridor tras unos cuantos muletazos.
Una tarde para el recuerdo
Lorenzo acreditó su clase y hasta fresco se vio, conquistando a cambio la oreja de su primer adversario con el que, con capa y muleta, había tenido mucho más que destellos de su legendaria solera.
Estuvo diligente y cumplidor toda la tarde, sorprendiendo a quienes ya nada esperaban de sus muchos años y una larga vigilia sin torear.
Y Humberto Moro, a quien correspondió el peor lote, luego de provocar olés estentóreos y hasta sombreros rodando por la arena al quitar por dormidas chicuelinas en el primer toro de Garza, obsequió un séptimo, también de Mimiahuápam y de magnífico estilo, que le permitió correr su templadísima mano diestra con sabor desmayo, y cobrar, tras eficaz estocada, el tercer apéndice de la histórica corrida.
Hermoso final para una tarde con guiños luminosos al presente, el pasado y el futuro. El cual, más allá del inoportuno percance, no podía ser más promisorio para el nuevo matador.
Reveladora entrevista
Desde México, se la hizo a Manolo Manuel García Santos. Fue breve iba a mostrar tanto la clase de torero que ya era el regiomontano como las razones por las que la corrida no tuvo la cobertura esperada por los principales medios capitalinos.
García Santos: «–Siempre que en la plaza hay una cornada, el torero ha cometido un error»–expresó Domingo Ortega… –Los toros no cogen a los toreros.
Somos nosotros los que cogemos a los toros–, afirmó Antonio Márquez… Dos cosas quedaron de manifiesto: a) El toro avisa siempre antes de coger… b) Si el torero no sabe por qué lo ha cogido el toro, entra en su espíritu la duda y hace su aparición el miedo…
Estuve con Manolo Martínez en la ganadería de Mimiahuapan (sic) viendo, antes de que la embarcaran, la corrida que iba a ir a Monterrey… Una corrida con trapío, muy igualada, graneada a su tiempo y con esa encornadura que los toreros califican de cómoda.
Yo escrutaba a Manolo Martínez mientras él miraba y remiraba a los toros y sólo pude verle satisfacción en el gesto…
Decidimos un grupo de amigos asistir a la corrida y adquirimos los boletos de avión.
Pero el domingo en la mañana, después de tres aplazamientos en la salida de la aeronave, por el mal estado del tiempo en Monterrey. Decidimos no efectuar el viaje.
¡No había seguridad ni en el aterrizaje ni en que el tiempo permitiera la celebración de la corrida! ¡A qué emprender un vuelo que podía ser inútil!
Fuimos a la corrida-concurso de ganaderías a Tlaxcala.
Y por la noche, en México nos enteramos de que Manolo, que había cortado la oreja al toro de la alternativa, había sufrido una cornada en el sexto. Telefónicamente nos comunicamos con el sanatorio donde lo habían operado.
–¿Qué pasó, Manolo?… –Nada. La corrida salió muy buena. Garza cortó la oreja a un toro y Humberto Moro a otro. Los dos salieron a hombros de la plaza. Yo le corté una oreja al toro de la alternativa y el otro me cogió. Una cornada limpia. Estaré bueno pronto.
–¿Por qué te cogió el toro?–… –No me cogió. Me cogí yo solo…
–¿Qué pasó?… –El toro era muy bueno, estaba haciéndole cosas, me engolosiné y lo cité de muy largo, lo aguanté y le di un gran muletazo. Repetí más de largo, no lo aguanté lo necesario y el toro me vio y me la pegó… Cuando reaparezca repetiré ese lance.
Lo que no repetiré será el dudarle ni un segundo. ¡A los toros la menor duda les muestra la diferencia entre el engaño y el cuerpo!…
Ya está tratado, por Manolo Martínez, el tema que tanto me interesaba desarrollar. Ojalá sirva para evitar algunas cornadas de ésas que no dan los toros… (sino) que se dan a sí mismos los toreros. (Lunes de Excélsior, 13 de noviembre de 1965).
Manolo Martínez sufriría, a lo largo de su carrera, 15 cornadas de diversa gravedad. Seguramente no lo traicionó la cabeza de torero que revela este breve diálogo sino el compromiso de defender su sitio de primera figura.
Lo que el regiomontano ya pintaba para ser desde que tomó la alternativa.