Hace 20 años partió Julio Robles
Julio Robles cumpliría este año 70 de nacido en ese pequeño pueblo de Fontiveros, pero un toro lo dejó en silla de ruedas. Hace 20 años partió y su huella está ahí.
En América dejó una impronta pues triunfó en todas nuestras plazas incluso en casa su familia debe conservar una replica de la catedral de Manizales.
Torero exquisito, de bellas formas, muy castellano logró entrar en Sevilla.
Álvaro Rodríguez del Moral nos recuerda momentos puntuales de un torero que perteneció a esa ilustre generación de los Manzanares, Capea, Ángel Teruel, Roberto Domínguez, Curro Vázquez, los Campuzano.
El 13 de agosto de 1990 llevaba 40 corridas de toros toreadas. Aquel día se anunciaba en Beziers, uno de los escenarios fundamentales de la muy taurina Camarga francesa.
La de aquel día era, sobre el papel, una corrida más dentro del nutrido calendario veraniego del diestro charro que surcaba el mar del toreo disfrutando de su plenitud profesional.
En su agenda agosteña se habían anotado 23 contratos. Robles ya había pasado ese mes por Soria, Trujillo, Vitoria, Huesca, Palma de Mallorca y Gijón, donde llegó después de un complejo viaje y con el tiempo justo para vestirse de torero y marchar de nuevo a la plaza de El Bibio.
Alternó con El Fundi –sustituto de El Soro- y Celso Ortega para despachar una corrida de Javier Pérez Tabernero. El periodista salmantino Javier Lorenzo reconstruyó en su momento con meticulosa exactitud todo ese periplo veraniego que sentenciaría la vida del torero y sacudiría como un mazazo toda la profesión.
Robles y su tropa tuvieron que afrontar un largo viaje de mil kilómetros entre el Cantábrico y el Mediterráneo para alcanzar Beziers.
Había escogido el mismo terno pavo y oro que le había encumbrado en Sevilla en abril del 89 en otro día 13 del penúltimo mes de abril. Su nombre encabezaba un cartel que completaban Joselito y Fernando Lozano y los toros pertenecían a la divisa de Cayetano Muñoz… El primero de la tarde se llamaba ‘Timador’.
Era también el primero del lote de Robles, que acertó a darle tres o cuatro lances antes de ser cogido aparatosamente, girando sobre el pitón del animal. Cayó al suelo de mala manera, sobre las vértebras cervicales. Quedó tirado como un fardo.
Aquel tremendo golpe no podía ser una voltereta más. “Salvadme, salvadme, no me dejéis morir…” susurraba Julio en el interminable traslado a la enfermería. No podía mover ni sentir los brazos y las piernas…
Los peores pronósticos…
Los peores pronósticos se confirmaron en el hospital de Montpellier al que Julio Robles llegó a última hora de la tarde a golpe de helicóptero.
Era el mismo centro hospitalario en el que había sido atendido Nimeño II un año antes por una lesión muy similar.
Las imágenes del percance del diestro salmantino empezaban a dar la vuelta a los telediarios mientras comenzaba una lucha muy distinta. Los trajes de luces iban a quedar atrás pero llegó la reivindicación del hombre y su legado y hasta una tímida y tenaz recuperación de los miembros superiores.
Julio Robles había quedado impedido, condenado a una silla de ruedas pero desde el primer momento sintió el calor sincero de los suyos, los hombres del toro, y encontró una comunicación especial con uno de sus más jóvenes compañeros: Enrique Ponce.