Paco Ureña es el tipo de torero a quien se le puede aplicar lo de Belmonte: se torea como se es y el lorquino es transparente, sin pico de muleta, sin la pierna contraria retrasada.
Y no dijo: «Hemos separado nuestros caminos con el apoderado….y esas cosas». No, señores: «No va más José María Garzón conmigo porque si ni siquiera me pone en el Puerto de Santa María en agosto, qué hago yo ahí».
«Finaliza la relación profesional». Y punto.
Como anota Aplausos, la corrida es por el 140 aniversario de la mítica plaza.
El próximo jueves 6 de agosto la plaza de toros de El Puerto de Santa María (Cádiz) conmemorará su 140º aniversario con una corrida de lujo: Enrique Ponce, Morante de la Puebla y Pablo Aguado, con toros de Juan Pedro Domecq.
Conforman el cartel de un espectáculo que dará comienzo a las ocho de la tarde y servirá para que la clásica temporada de verano en la Plaza Real no quede en blanco por la pandemia de Covid-19.
El festejo, organizado por la empresa Lances de Futuro, con José María Garzón al frente, ha sido presentado oficialmente al mediodía de este jueves en el Salón Regio del Ayuntamiento de El Puerto.
El mismo supone el estreno de Garzón como empresario del coso Real y también el primero post-Covid en la provincia de Cádiz. En el acto ha estado presente el alcalde de El Puerto, Germán Beardo, acompañado del concejal de la Plaza Real, Álvaro González, y el empresario.
«Por lo que sé, en el ruedo no se mata por matar, no se mata por deporte o diversión. Se mata precisamente para no diversificar, para que la atención no se vierta fuera sino para que quede retenida en ese punto oscuro, inevitable…».
Raúl Dorra
Son tiempos oscuros y no solo por el coronavirus sino por el intento de un sector de la sociedad por imponer el pensamiento único y dictarnos las reglas de qué debo comer, a dónde ir, qué películas ver, qué libros leer, qué tipo de teatro debo admirar, qué vestimenta debo llevar, a qué Dios o ser supremo debo rezar y a qué culto religioso debo acudir.
La industria animalista procura , como en tiempos dolorosos de regímenes oprobiosos de uno y otro signo. No vamos ahora con medias tintas.
Y el toreo para estos animalistas de nuevo cuño es maltrato, somos asesinos y nos quieren llevar a los estrados judiciales y a ser posible condenar.
Antonio Fernandez Casado apunta: En momentos al menos confusos en torno a la Fiesta de los toros, cuando desde formaciones radicales se insiste una y otra vez en colocar a la Tauromaquia en el punto de mira de sus críticas, resulta muy oportuno recordar a la figura y la obra de José Bergamín.
El autor de la tan leída «La música callada del toreo» fue una personalidad sobre la que no cabe duda alguna acerca de su posicionamiento ideológico.
Pero su ubicación en una izquierda sin sombra alguna no fue óbice para que fuera un amante apasionado de la Tauromaquia, como dejó escrito en su amplia bibliografía, que va de Juan Belmonte a Rafael de Paula.
EL PENSADOR ARGENTINO RAUL DORRA
Raúl Dorra, quien dejó un largo legado en la teoría literaria, y como un argentino universal, abierto, que no era taurino, pero respetaba esta expresión decía que la pasión colectiva, patología que se hace presente en las plazas de toros en los momentos de mayor intensidad «por definición es un exceso, un desborde [que] sigue el llamado de la profundidad del ser. Y en esa profundidad, el sacrificio es un elemento primordial».
«Por lo que sé, en el ruedo no se mata por matar, no se mata por deporte o diversión. Se mata precisamente para no diversificar, para que la atención no se vierta fuera sino para que quede retenida en ese punto oscuro, inevitable.
Se va en pos de la muerte para hacerla el momento de un estremecimiento central. Es una muerte profundamente erótica, de un erotismo espectacular.
El sacrificio ceremonial, en todas las culturas, siempre ha sido un espectáculo, una mostración de lo misterioso en la que se reúnen lo erótico con lo tanático.
Se trata de una muerte por representación. El que se sacrifica, el que es sacrificado, está ahí en lugar de otro, de un colectivo cuya vida se quiere preservar. Una muerte que también es una redención».
«Mentiría si digo que he seguido la polémica entre taurinos y antitaurinos, apenas la conozco de oídas. Pero me asombra el escándalo en torno al sacrificio cuando nuestra cultura, como toda cultura, está fundada sobre el sacrificio.
Seamos o no creyentes, nuestra cultura es cristiana y ella se asienta sobre el sacrificio del Hijo, sacrificio que se renueva en cada misa donde se come y se bebe –es verdad consagrada para el creyente– la carne y la sangre del Cristo.
¿O habrá que prohibir también las ceremonias religiosas? Sería interesante pensar en la posibilidad real de una cultural totalmente laica, pero esa posibilidad –en la que pensó por ejemplo Bertrand Russell– está aún lejos de nosotros».
Así que en este aquí y ahora, amparados en el cambio radical que ha producido la pandemia, donde pensamientos, teorías y reflexiones tendrán que adecuarse a los tiempos por venir.
Mientras tanto, queremos una fiesta viva, entendida hasta por todos aquellos que se opusieron o siguen oponiéndose bajo la ideología antiespecista, la cual considera que el animal es igual al hombre, que en nada ofende el sentido pragmático que detenta, esperando una conciliación de las teorías antropocentrista y biocentrista que son el origen del conflicto, primero.
COELLO Y LA RELECTURA DE BERGAMIN
El historiador mexicano Francisco Coello que tan valiosos aportes hace al conocimiento de la tauromaquia, anota:
El actual episodio que vivimos, nos orilla entre el inmenso tiempo sobrante, a hacer lectura o relectura, a buscar todos aquellos títulos en que quisimos vernos reflejados o incluso, tener la oportunidad de escribirlo.
Nadie de quienes intervienen en un festejo, hasta donde es posible apreciar, lo hace con intenciones deliberadas de maltrato o tortura, pues se sigue un patrón fundado en antiguo ritual en el que se sintetiza el contexto de su desarrollo.
Reprochamos, en todo caso una mala actuación, pero no el despropósito de que quieran contribuir alterando su pureza.
He leído y releído El pozo de la angustia, obra de la primera madurez del célebre José Bergamín, que pareciera haber salido de lo más hondo de un alma franciscana.
Página a página es una delicia y toca las fibras más sensibles, al punto del estado de gracia. Y describe cada tempo con frases o ideas concretas que, por su brevedad dan idea de hacia dónde Bergamín quiso ir en búsqueda de afirmaciones. Una de ella plantea que «Los sentimientos –decía nuestro cristianísimo Unamuno– son pensamientos en conmoción», así, sin más.
Y luego, en afanes de contraste va hacia lo «trágico –también lo cómico– [que] es estar lleno de vacío. La máscara sola no está nunca vacía, sino llena de su vacío. Y en este sentido es el hombre persona o máscara, porque es determinación o definición de un vacío.
Del vacío, de la vanidad del mundo en él. Pues en él y por él existe el mundo. Esta es la tragedia del hombre: ser o parecer máscara expresiva de un total vacío. Mas, entonces, el hombre no será persona dramática, sino trágica. Y también cómica».
Y se pone de lado con la muerte en simple y clara condición al reflexionar que “el tiempo no es la muerte. Ni su medida”. Y aún más: «Hacer tiempo, hacer memoria, hacer historia, es sencillamente vivir. Pero vivir ante la muerte, frente a la muerte, y contra la muerte».
Y en algo que parece la sola razón de aforismos comienza con este que plantea «unas almas se purifican al arder y otras se consumen», al que le sigue este otro:
«El eco de esa voz llega ahora hasta nosotros con la interrogante metafísica del alemán Heidegger, que desde el fondo oscuro de su sima profunda nos la tiende como consecuencia secular de vivas corrientes del pensamiento:
¿Por qué ser, y no más bien nada?» que tiene respuesta con este otro: «¿Hay en la existencia del hombre un temple de ánimo tal, que le coloque inmediatamente ante la nada misma” –pregunta Heidegger.
Para contestarnos que sí, que ese temple del ánimo existe; que se trata de un acontecimiento posible, aunque raramente se dé, aunque solamente se realice por breves momentos: ese temple de ánimo radical es la angustia».
En tal sentido «Por eso la existencia está siempre más allá del ser. Por eso lo trasciende» que se apoya en «Este estar sosteniéndose la existencia en la nada, apoyada en la recóndita angustia, es un sobrepasar el ser en total: es la trascendencia», de ahí que «el ser es, por esencia, finito, y solamente se patentiza en la trascendencia del existir como sobrenadando en la nada».
En concreto, «la verdad no es una razón, es una pasión» y es que «No hay nada menos razonable que la verdad ni más verdadero para el hombre que perder su razón por ella».
Cada idea, cada frase, cada «aforismo» venidos de tan gozosa lectura, parecen describirnos gracias a la afortunada memoria, esos momentos trascendentales que alcanza la maravilla del toreo hasta quedar prendados de lo más emotivo que significa presenciar, tarde a tarde, el milagro de una verónica, o de ocurrir, todavía más, la ya desaparecida pero no por ello recuperada «larga cordobesa», lance de los más apreciados, y que tarde a tarde se quedan en el arcón del recuerdo, con lo que no queda más remedio al evocar a Frascuelo, Gaona o al Calesero, como si se tratara de un episodio imposible de interpretar.
LOS TRES TERCIOS
Él, que venía de una España trágica, la del toreo en su etapa primitiva, y la de un país sumida en el conflicto de la guerra, son suficientes razones para esbozar que la tauromaquia se encuentre en derecho a su preservación.
Al culminar la segunda década del siglo XX, superó aquella circunstancia de unas prácticas en que los caballos fueron víctimas y con esa especie se produjo una matanza inútil, despiadada.
Sin embargo, al poner en funciones el peto protector, el toro enfrentaba un nuevo modo de demostrar su fortaleza acudiendo en mínima proporción, a tres puyazos (los demás, venían por añadidura, en demostración cabal de bravura, casta y fortaleza).
Acudía, como lo sigue haciendo, a tres encuentros (cuando esto es posible, por lo menos en México, a sabiendas de una suerte bien realizada).
A esto sigue el tercio de banderillas, donde como lo ha establecido la costumbre, al ser colocadas, crean un estado donde se crecen al castigo.
Y luego, en culminación a ese proceso, se desarrolla una faena en que el torero aprovecha tales virtudes para rubricar, tal cual lo establece el propósito del sacrificio –junto a los usos y costumbres que conserva la tauromaquia– con una estocada que eleva a niveles heroicos al torero o lo reduce a esa nada que nos ha referido Bergamín mismo si se produce el desacierto.
Ante esa profunda representación efímera, todavía hay voces que se oponen rotundamente a su puesta en escena.
Demasiado existe alrededor de ese misterio como para detenerse y cuestionarlo en la forma en que, al menos ocho naciones conservan un legado con fuerte arraigo cultural y simbólico, de acuerdo a lo que cada una significa en su historia misma.
Desde esa perspectiva, sin más propósito que justificar su presencia, el «quite» de José Bergamín viene muy bien como motivo de defensa.
La fragilidad a que se ha visto sometida la humanidad toda desde que comenzó 2020 de triste memoria, ya provocó, como no lo hicieron guerras ni tampoco ninguna diferencia entre las naciones lo que no imaginábamos.
Superar tal estadio se convertirá en el mayor desafío de esta y las siguientes generaciones hasta recuperar el nivel de equilibrio congruente con los tiempos por venir.
Espiritual o sacrificial después, como auténtica realidad, que sintetiza en una tarde siglos de integración, y nos lleve a entender la lucha por la vida y por la muerte.
Sin ofensa alguna de los contrarios que se enfrentan desde hace muchos siglos, para conseguir gracias a la fortaleza del toro, y gracias también a los ingredientes técnicos y estéticos del torero, apenas la dosis suficiente de emoción o de tragedia surgida en tan sublime combate.
La contribución de Bergamín en favor de la fiesta de los toros es impagable, tal como lo atestiguan algunos escogidos textos de temática tauromáquica que nos dejó en herencia a los aficionados a los toros y la literatura:
El arte del birlibirloque (1930, dedicado a Juan Belmonte); Don Tancredo López. El rey del valor (1934), La claridad del toreo, La música callada del toreo (dedicado a Rafael de Paula), Al toro…
La de Joselito en Madrid, el 3 de julio de 1914, fue un hecho insólito. Pues no ha vuelto a ocurrir que un mozo de 19 años se encierre con una corrida entera, con la plaza de Madrid llena hasta el tejado.
No lo movía el deseo de llamar la atención, o reclamar contratos, que ambas cosas las tenía ya de sobra, sino la mera constatación de una supremacía que ya pocos ponían en duda.
En apenas año y medio de matador, José Gómez Ortega «Gallito» había cumplido su promesa de retirar a Ricardo Torres «Bombita» –gran opositor de su hermano Rafael–, y protagonizado un meteórico ascenso hasta la cima del toreo.
Joselito
Así, de manera casi natural, se urdió la idea de la encerrona, mitad iniciativa de la empresa madrileña y mitad sugerencia directa de Gallito –en lo sucesivo Joselito -, decidido reescribir de su puño y letra –con capote, banderillas, muleta y estoque–
La historia de la Fiesta de toros, a la que desde niño dedicó por entero vida y afanes.
José fue el hijo menor de Fernando Gómez «El Gallo», un torero de la cuerda del arte que habría resonado más de no coincidir en el tiempo con Rafael Molina «Lagartijo», primero, y Rafael Guerra «Guerrita» más tarde, los dos colosos cordobeses que cerraron con gloria la tauromaquia del XIX.
Fernando «El Gallo»
Crió tres hijos toreros, de los que el segundo Fernando, perjudicado por su obesidad, se quedó en subalterno y principal receptor de las teorías paternas sobre el toreo de capa, que tuvo en el viejo Gallo.
Un brillante innovador–a él se debe la invención del cambio de rodillas–.
Casado con una bailaora de tronío –la Señá Gabriela Ortega–, alguno de sus vástagos tenía que heredar la vena gitana de la madre y ése fue Rafael.
El primogénito, prematuramente calvo, famoso lo mismo por sus espantadas que por su alado estilo, pletórico de sal andaluza y giros inesperados.
Rafael «El Gallo»
Le daría la alternativa a su hermano chico en la Maestranza de Sevilla el 28 de septiembre de 1912, cuando Joselito contaba apenas 16 años, cuatro meses y 20 días, pues había nacido en Gelves el 8 de mayo de 1895.
Desbordante de toreo pero también de ambición, este prodigio adolescente no tardaría en convertirse en amo absoluto del tinglado.
Arrebatado por las empresas y mimado por los ganaderos punteros, que tras abrirle las puertas de sus fincas y cerrados, acabaron sometidos a su arbitrio.
Orientado a la obtención de un toro. Hecho más para la fijeza y el arte, que para la pelea sin cuartel, que había sido hasta entonces la corrida.
Juan Belmonte, el verdadero precursor de la nueva escuela, parco e irónico, prefirió acogerse a los buenos oficios y la capacidad negociadora de su amigo José, con el que iba a cubrir seis de las siete temporadas –entre 1914 y la primavera de 1920– que pasarían a la historia como la edad de oro de la Fiesta española.
La elección del ganado
Concertada la encerrona madrileña para el viernes 3 de julio de 1914, Joselito se dispuso a seleccionar personalmente un encierro a su entera satisfacción y gusto.
Pocos días antes de la fecha señalada condujo su Hispano-Suizo por la sierra de Madrid hasta la ganadería de Vicente Martínez,para escoger los más apropiados del hato que el acreditado criador de Colmenar Viejo le había apartado para la ocasión.
Los toros
De la tierra tenían fama de duros, pero Gallito no había dejado de advertir un interesante cambio en su estilo hacia una mayor suavidad y fijeza, inducidas por un nuevo semental, el célebre «Diano», de Ibarra.
De modo que, priorizando las buenas hechuras y la nota de tienta, eligió José un encierro poco aparatoso pero tan fino que pasó sin problemas la temible aduana de los veterinarios madrileños.
Por orden de lidia irían apareciendo los llamados «Comedido», «Descarado», «Barrabás», «Coralino», «Nevadito», «Presumido» y «Mulato», cuatro zainos y dos berrendos en negro.
Formaban un lote precioso, muy parejo –promediaron unos 480 kilos en pie y que, sin ninguno especialmente destacado, le permitió desplegar a Gallito sus amplios talentos, recursos y capacidades.
La plaza estaba llena y el boletaje agotado cuando los clarines convocaron al orgulloso y juvenil espada sevillano, enfundado en un terno celeste y oro;
lo escoltó en el paseíllo el sobresaliente Remigio Frutos «Algeteño» –sobrino de Saturnino Frutos «Ojitos», el mentor de Rodolfo Gaona–, seguidos por los subalternos de a pie y de a caballo.
Cuadrillas
Independientemente de lo numeroso del séquito que partió plaza esa tarde.
Joselito prácticamente limitó como ayudas en la lidia a sus peones y picadores habituales; todo mundo conocía las cualidades para la brega y el tercio de banderillas de El Cuco y El Almendro.
Ambos de nombre Enrique Ortega y parientes de los Gómez Ortega, y sabía de la formidable técnica capotera de Enrique Belenguer «Blanquet».
En quien Gallito depositaba tanta confianza que, al sexto de la tarde, decidió lidiarlo con solamente este excelso peón valenciano en el ruedo:
una especie de homenaje al citado Blanquet a quien, tras prender él mismo dos colosales pares de banderillas, invitó a colocar el tercero.
Y no desmerecían Rafael Saco «Cantimplas» y Francisco González «Chiquilín», cordobeses. Los hombres de a caballo estaban igual de compenetrados con su maestro.
La plantilla titular la constituían Manuel Aguilar «Carriles», Juan Pinto y Antonio Chaves «Camero», que militaba en las filas del mexicano Gaona cuando Joselito lo llamó un día para convencerlo, dicen, con éstas o parecidas palabras:
«Antonio, deja al indio ése y vente conmigo, que no vas a tener mejor patrón que mi menda en toda tu vida».
Por cierto, un incidente afeó la participación del piquero de Camas –que tenía el brazo particularmente pesado–.
Cuando se le fue la garrocha muy abajo y casi mata al segundo toro del puyazo, provocando una bronca tan fuerte que Joselito, en castigo, le prohibió salir al ruedo en los turnos siguientes.
Pero cuando iba a lidiarse el sobrero, que Joselito solicitó en un alarde encaminado a redondear su apoteosis.
Volvió a llamarlo
En ese entonces los picadores esperaban en la arena la salida de los astados, y para darle oportunidad de reivindicarse ordenó que solamente él picara al correoso sobrero de Martínez.
Camero se portó a la altura y al abandonar el ruedo tuvo que saludar las aclamaciones con el castoreño en alto.
Una tarde consagratoria
La encerrona gallista cumplió plenamente su función de jubileo del torero que el alambicado José de la Loma «Don Modesto» iba a coronar nuevo Papa –el anterior fue Ricardo Torres «Bombita» –en su crónica de El Imparcial.
¿Cómo era el toreo de Joselito? ¿Qué y cuántas maravillas lo constituían?
En una época en que el primer tercio era el más largo, y movido de la lidia.
Con sus caballos despanzurrados y la consiguiente abundancia de intervenciones de diestros y cuadrillas, la crítica le contó, a lo largo de la tarde.
159 lances de capa, repartidos entre los de recibo, la brega y 26 variados quites.
Casi cuatro por toro, nueve asombrosos pares de banderillas y solamente 83 muletazos, así como cinco pinchazos, seis estocadas y un golpe de descabello.
Esta enumeración no es ociosa.
Revela con exactitud lo que eran aquellas corridas del cambio de siglo, centradas en laboriosos primeros tercios que, en medio de su dureza, los toreros procuraban animar con exuberancia de quites y ampulosos remates, en lo queGallito fue un as.
Torero completísimo, era también un rehiletero formidable, que solamente cedía ante la templada elegancia de Gaona, ya que José, infalible en medir terrenos y embestidas y colocar los rehiletes en lo alto, hacía todo esto con cierto apresuramiento.
También con la muleta, urgido en dominar a los toros con pocos pases, castigando mucho y yendo siempre hacia adelante,
para evidenciar cuanto antes su superioridad desplantándose, en la propia cara de las sometidas reses.
Ya tocándoles los pitones, o la oreja, e incluso la jeta,
que a los más aplomados solía enjugarle, con el pañuelo que extraían tranquilamente de la casaquilla.
Faenas, en suma, de neto dominio, cuya brevedad se consideraba prenda de poderío.
Con el tiempo, iría alargándolas y llegó a invadir los territorios del arte, producto de su frecuente contacto con Juan Belmonte –verdadero mensajero del futuro–.
Pero esa no fue aún la tónica, aquella tarde crucial del 3 de julio de 1914.
En la que de todos modos se justificó, como el prodigio de la época. Y les cortó una oreja a «Coralino» y «Presumido», cuarto y sexto de la memorable corrida.
A la muerte del complicado séptimo, el gentío invadió el ruedo, rodeo al héroe y llevándolo en peso.
Protagonizó con él un conato de salida en hombros, que tampoco se usaban tal como ahora las conocemos. Palmarés y vanguardia.
En la madrileña plaza de la carretera de Aragón José Gómez Ortega totalizó, en las siete temporadas que duró su magistratura –trágicamente rota por «Bailaor»-.
81 paseíllos, de los cuales éste del 3 de julio de 1914 era el número 24.
Y cortó 19 orejas, cifra entonces desusada.
Sin poseer la fuerza innovadora de Belmonte, marcó una diferencia clara con las figuras que le antecedieron, no solamente por su clarividencialidiadora y el poder demoledor de su muleta;
sino porque su porte novedosamente jovial, esbelto y ágil rompía con la robustez más bien adusta de la gente del XIX.
En el ruedo, los únicos antecedentes habían sido los juncales Antonio Fuentes y Rodolfo Gaona, y el sonriente Ricardo Torres «Bombita»–, y anunciaba la entrada a un mundo nuevo y distinto.
¿Por qué muere el toro de lidia?. Una de las cantinelas de los anti taurinos es que la corrida se puede dar pero sin muerte. Se niegan a ver la muerte, a encararla en toda su dimensión y que muera, sí, agregan pero en un corral, adentro, sin que casi nadie lo vea, «lejos de mi vista».
Sí, en la corrida el toro muere. O no, pues si se indulta será semental.
¿Saben cuántos animales mueren en el mundo? 700 millones. Muchos para consumo de los humanos. Esto significa que cada segundo mueren 26 animales. El toro muere, es verdad. No lo negamos. Pero por ese toro que muere, aunque no lo crean los animalistas, el toro bravo vive.
El problema no es que muera al toro sino que se vea, dice el colega Chapu Apaolaza.
El animalismo es una corriente ideológica que se opone al uso de los animales por el ser humano, vestimenta, investigación, nuestro alimento, o entretenimiento. Y equiparan los derechos entre animales que tienen la capacidad de sentir , es decir entre animales que son humanos y no humanos.
Hoy, los veganos, describen como ética a la carne artificial y denuncian que comer carne no es bueno porque es malo para la salud y dañino para el medio ambiente o porque en realidad está siendo cruel con unos animales sobre los que no tenemos ningún derecho los humanos.
Y California prohibe el Foie y en instagram censuraron un cocido de pulpo gallego por criminal. Tesla prohíbe la piel en los vehículos y piden reemplazarlo por plástico es más destructivo para el medio ambiente.
Y unos animalistas radicales piden separar gallos de gallinas para que no las violen.
Como es sabido, el sacrificio del animal constituye uno de los actos esenciales del culto en numerosas religiones y la corrida consistiría en la realización colectiva de un rito profano cuya.
Finalidad sería el sacrificio del toro.
Señala el filósofo francés Francis Wolff :
El Hombre es siempre el mismo, como el Animal, como el ritual. Pero en cada combate todo vuelve a empezar, todo es nuevo, diferente y singular siguiendo una temporalidad lineal, como la de toda vida singular, como el orden irreversible de toda gesta heroica.
Para que se pueda hablar de sacrificio es necesario por una parte que exista la práctica de un ritual y por otra, que su finalidad sea la inmolación pública de un animal.
Ahora bien, de todos los espectáculos modernos la corrida es, sin duda, el más obsesivamente ritualizado, constituyendo el paseíllo su arquetipo Toro-víctima o toro-luchador, tras estos dos conceptos hay dos maneras de ver el toro: el Otro absoluto del Hombre o el eterno Igual.
Corrida-sacrificio o corrida-combate son dos concepciones eternamente opuestas: de un lado, el gran ritual de la comunión pagana y de otro, el gran espectáculo de la fiesta brava.
O si se prefiere, la tragedia mística de un lado y la epopeya triunfadora del otro. Es decir, en el fondo:Belmonte o Joselito.
Uno de los sucesos clave de la tauromaquia del siglo XXI aconteció en Madrid los días 5 y 15 de junio de 2008, doble presentación de José Tomás precedida por arduas negociaciones en las que intervinieron no sólo la empresa Taurodelta y Salvador Boix, apoderado del diestro, sino incluso –y nunca se sabrá hasta qué punto– la presidenta de la Comunidad madrileña Esperanza Aguirre, que los apremió a arreglarse cuando las pláticas estaban prácticamente rotas. Aun descontando una sustanciosa rebaja, el de Galapagar rompió todas las marcas salariales, y, como se esperaba, las taquillas para ambos festejos se cerraron con mucha anticipación. Pero además, el resultado artístico superó las expectativas más optimistas, y José Tomás Román Martín puso su nombre a la altura de los mayores de la historia de las corridas de toros. De su historia, su leyenda, su mitología…
Jueves 5 de junio. Con el de Galapagar parten plaza Javier Conde y Daniel Luque, al que el primero va a confirmarle la alternativa. El agitanado Conde no se atreve con el mejor lote y redondea una tarde fatal; el toricantano, por el contrario, se enfrenta a lo peor con gran entereza, y su sello y clase cosecharon dos ovaciones macizas. Y José Tomás levanta en vilo a la plaza y al toreo mismo con una actuación prodigiosa, que aúna entrega total, arte personalísimo y un poderío fuera de lo común; corta las dos orejas de “Dakar”, de Toros de Cortés, y las dos de “Comunero”; más noble el primero y más encastado el segundo. Victoriano del Río ha enviado un encierro admirable. Sólo el lote de Luque flojeó.
Unanimidad sin tacha. A tono con una tarde no ya consagratoria sino decisiva para la construcción del mito tomasista, la prensa se volcó con el triunfador como tal vez no lo haya hecho nunca con torero alguno. Los diarios de circulación nacional colocaron el suceso en sus primeras planas, y los cronistas emprendieron involuntario concurso de loas y ditirambos, del que recogemos este breve muestrario: Zabala de la Serna (ABC): “José Tomás es el toreo. José Tomás es el toreo puro y absoluto. José Tomás convirtió su reencuentro con Madrid en una antología, en una página de oro de la tauromaquia… Nada puede igualar la experiencia de 24,000 almas unidas en una sola aclamación: “Torero, torero, torero”. Las Ventas se rindió al torero más grande, a la tarde más redonda y pletórica de las últimas décadas… Las campañas insidiosas se van ahora mismo a la letrina del ridículo: José Tomás salió a torear: ¡Y cómo toreó!… el toreo todo por abajo, vaciarlo hacia atrás, vaciarse con él; el toreo es cruzado, con un toro que pegaba un tornillazo y de entrada le quitó el capote de las manos, unas manos y muñecas que habría que clonar. En un principio el toreo fue Belmonte; hoy es José Tomás…”
Antonio Lorca (El País): “La leyenda se engrandece. Un genio llamado José Tomás bordó el toreo y lo elevó a las más altas cumbres de la belleza. Madrid vivió una de las tardes más apoteósicas de las últimas décadas. La vuelta al ruedo con las dos orejas de su segundo toro fue inenarrable. Sonreía Tomás, siempre tan aparentemente triste. La plaza coreaba “torero, torero”… un momento emocionantísimo, como fue la faena a ese quinto toro, primorosa por ambas manos. Sobrecogió a los tendidos con la más pura concepción de la tauromaquia. Una obra de arte total… Noble y muy blando había sido el segundo, y Tomás se ganó a la plaza cuando prefirió brindar al respetable antes que al Rey… la faena fue un dechado de temple y lentitud… dibujó un natural ceñidísimo y otro que fue sobrenatural por su largura, hondura y despaciosidad. Crujió la plaza… (Pero) La verdadera conmoción llegó en el quinto, con el que realizó un quite por verónicas monumentales. Lo cuidó en los caballos y lo esperó en los medios, el cuerpo erguido, las zapatillas ancladas en la arena, la muleta plana. El toro acudió con presteza y los estatuarios surgieron como borbotones de pasión… aparece el viento y ondea la muleta, pero Tomás ni se inmuta… muletazos largos, poderosos, ligados… un trincherazo de cartel… el toro desafiante, encastado, y los naturales preñados de hermosura y abrochados con un pase de pecho absolutamente genial… se desata por primera vez el “torero, torero”… el toro se da por vencido y huye a las tablas. La estocada, recibiendo, quedó sepultada hasta la empuñadura… El clamor de la perfección… Y tres noticias para los incrédulos: primera, que José Tomás no sufrió ninguna voltereta; segundo, no hubo dramatismo ni corazones encogidos; y tercera, lo que sí hubo fue un genio en plenitud para cantar la auténtica verdad del arte del toreo.”
Carlos Abella (El País): “Enmudecieron los intereses, callaron los mercaderes del falso templo. Triunfó la verdad eterna del valor sereno, consciente y cabal de un torero privilegiado, capaz de asustar al mismo miedo y de imponer sin hablar su desnuda verdad… la de quien además de enfrentarse al toro se enfrenta a los miuras del conservadurismo, al victorino de los mediocres, al pablorromero de los que prefieren vetar que retar, medrar en vez de rivalizar y levantar falsos antes de aceptar que el toreo es y será siempre esto. Valor de verdad, arte para dejarse ver en los cites, en los remates, y dejar en el cielo azul de Madrid el recuerdo de una tarde histórica.”
Hay aquí una alusión nada velada a los panegiristas de Enrique Ponce y su mercenaria campaña para empañar la reciente vuelta a los ruedos de José Tomás.
Joaquín Sabina (El País): “Aunque a los aficionados las estadísticas nos importan, y porque las emociones de hoy se pusieron de acuerdo con las estadísticas, había unanimidad en el 7, en el 9, en el 10, en el 11 y en la madre que los parió… Desde el paseíllo se notó que José Tomás venía a decir algo alto y claro, a tapar bocas, que dicen los taurinos. Desde el primer quite, con un toro que no era el suyo, hasta la clamorosa salida en hombros por la Puerta de Madrid, la tarde fue, más que perfecta, sublime… Hacía cuatro décadas que ningún torero cortaba cuatro orejas en Madrid, en la misma tarde. Fue José Tomás. Yo lo vi. Iba de purísima y oro. Y tuvo una tarde sublime. No lo digo yo, lo dice todo Dios.”
Paladín silencioso de la arena / de vértigo y poesía la tarde impregna // Cerebro, corazón, pulso, muñecas / cadencia de percales y muletas // De torería, de entrega, de fragancia / transformó la escasez en abundancia
Domingo 15 de junio. Ante dos astados indómitos, geniudos, peligrosísimos, José Tomás ofreció la versión opuesta, la del samurái capaz de cambiar la vida por la honra. Y por el arte. Tarde de escalofrío, de insoportable tensión. Cuatro veces entre los cuernos, impertérrito ante las probaturas, los arreones, las embestidas al bulto. A su primero, atrincherado en tablas, violentísimo, le cortó una oreja. Ante el sentido del sobrero de El Torero –“Caribello” de nombre, desmesurado de cuerpo y pitones–, la ofrenda alcanzó caracteres insoportables. Llevaba ya dos cornadas –en el de pecho izquierdista, el animal se le cruzó y lo levantó ¡con el pitón zurdo!—cuando puso a la plaza al borde del infarto con unas manoletinas espeluznantes; no consiguió, ni le importaba, pasar la aduana de las astas en la estocada, lo que le costó una herida más. La imagen del hombre de tabaco y oro que cruzó la plaza rumbo a la enfermería luego de demostrar escuetamente las dos orejas que premiaran su entrega increíble –chorreando sangre, la ropa estropeada, el corbatín desecho, pero sin perder un ápice de dignidad– será inolvidable.
Muy olvidables, en cambio, la actuaciones de El Fundi y Juan Bautista, sin toros ni ánimo para enfrentar el tsunami tomasista. José Pedro Prados, primer espada del cartel, lo reconoció sin ambages: “José Tomás, que ha estado monstruoso, monstruoso…”
Juan Posada (La Razón):“La faena a su primero, manso querencioso y violento, tuvo momentos sublimes… Con el quinto, dio una lección de lo que es torear, con cites a media distancia, cruzado, el engaño en el lugar preciso; como no lo retiraba del hocico al final de cada pase, los ligó de manera magistral…Se la jugó con la izquierda y fue volteado… Siguió con la derecha como si nada, muy cruzado y ceñido. Las manoletinas, ajustadísimas. Los volteos fueron consecuencia de su desmedido arrojo y ganas de triunfar…”
Antonio Lorca (El País). “José Tomás llegó a Madrid dispuesto a superar lo insuperable; es decir, a dejarse matar antes que perder la batalla contra sí mismo… lo demostró con una entrega absoluta, con una heroicidad sobrehumana y un rotundo desprecio a la vida. Salió dispuesto a morir y estuvo a punto de conseguirlo… contoros mansos, rajados, huidizos y de pésima clase…Se le premió la disposición, el desafío, el poder, la gallardía… ¿Por qué lo cornean tanto los toros? Quizás porque se arrima más que ninguno… con las dos orejas concedidas atravesó el redondel, en esa imagen que figura ya en los anales de esta plaza.”
Andrés Sánchez Magro (La Razón):“El héroe ha afianzado su ética del compromiso… Enfrentado a su propio mito y a la historia, que será imposible de superar, el de Galapagar ha acallado voces adversas e interesadas… Madrid volvió a ser fiel a su marchamo de primera plaza del mundo y se rompió en gritos roncos que decían “¡torero, torero, torero!”
Zabala de la Serna (ABC): “El valor de José Tomás no conoce límites, transgrede la razón, la atropella, supera y destroza. Rotos los esquemas, rota la taleguilla, desgajadas las carnes. Ni un paso atrás. Todo hacia adelante, ni siquiera cuando el sobrero de El Torero se lo pasó de pitón a pitón en el remate de una serie zurda. No lo soltaba, y cuando lo hizo, José Tomás volvió a la carga. La sangre caía por los boquetes de seda del dios de piedra de Galapagar… Y el corbatín, ese corbatín que ya perece soga al cuello, suelto otra vez de un pitonazo… José Tomás se enfrontiló por manoletinas, se tiró a matar a topacarnero… La batalla había sido a bayoneta calada desde el anterior, un toro de Puerto de San Lorenzo cinqueño, con mucha cara y manso navajero… sus dentelladas le rozaban las femorales… Tenebrosa la gloria de José Tomás. Patetismo trágico belmontista para una nueva Edad de Oro… Puerta Grande abierta. Puerta Grande cerrada y cambiada por la de la enfermería.”
Las tensiones entre el sector cultural del gobierno español y el toreo se ha ido rebajando tras las declaraciones conciliadoras del ministro de cultura,
Rodríguez Uribes que ha citado en una comparecencia en el Congreso un párrafo de la emblemática obra de Chaves Nogales sobre Juan Belmonte : “En la biografía de Belmonte que escribió Chaves Nogales, el torero, pasando el miedo lógico y normal de un día de corrida, dice en un momento determinado: ‘ojalá los socialistas hubieran prohibido los toros’. Bueno, pues eso no va a suceder. Lo que vamos a hacer es tratar de entendernos con todo el mundo, escuchar a todos y cumplir la ley, que es lo que debe hacer un gobernante en un Estado de Derecho”.
La afición a los toros y perdón por ponerme en primera persona, nos viene del toreo cómico pues nuestros padres nos llevaban a ver El Empastre, El Bombero Torero, a «Cantinflas» que era todo un lujo (torero, ganadero y actor , don Mario Moreno dejó en el toreo cómico una estela imborrable) ; el Chino Torero , y más tarde Kaliman, o Superlandia de los Valencia y esas tandas de risas que nos pegábamos con los enanitos toreros. En La Santamaría íbamos al balcón que, para nosotros, los chicos de la época, era como estar en un trono. Y de ahí pasamos al toreo serio, que digo serio sino hay nada más serio que hacer reír: Pero, bueno, ya fuimos a las novilladas sin caballos, a las picadas y a ver a los grandes toreros que me tocó por generación, hasta hoy.
Lamentablemente muchos consideran al toreo cómico un arte menor y están equivocados. Lo hilarante, lo cómico, lo risible acompaña la fiesta de los toros.
Uno puede datar orígenes de ese toreo en el siglo XX con Rafael Dutrús Zamora, «Llapicera». O Por allá en las épocas de Felipe IV, uno de los últimos Austrias, se representaban las llamadas mojigangas representando escenas del Quijote y de obras de Calderón.
Los espectáculos de Llapicera fueron disfrutados, además de en España, en Francia, Marruecos (cuando fue protectorado español) y América latina. Sus andaduras tuvieron lugar de 1916 a 1959.
Sus presentaciones eran un compendio de toreo trágico-cómico, arte musical apoyado por una banda de música tocando en el ruedo cerca del toro y otros artistas a modo de pantomimas imitando unos a personajes célebres, Carmelo Tusquellas (Charlot) o creando personajes propios, el Bombero Torero, Laurelito, Arévalo (el padre del artista cómico Arévalo). De la seriedad de este arte nadie puede dudar, tanto es así que durante una actuación en Bilbao en junio de 1936, un becerro causó la muerte del banderillero Navarrete, componente de la trupe de Llapisera. Habitualmente en sus espectáculos dedicaba una de sus partes al toreo serio, actuando así en sus comienzos, como becerristas, Rafaelillo, Juanito Belmonte y Luis
Miguel Dominguín. De hecho, Manolete se presentó en BRCELONA M UY JOVENCITO EN UN ESPECTÁCULO CÓMICO y en Colombia, Leónidas Manrique con el Chino Torero y el maestro Rincón con Humberto Martínez (el padre de David ) en una tarde con Kailimán.
Rafael Dutrús, como ‘Llapicera’, dio pruebas de su finura y buen hacer como torero.
Llapicera fue inventor de suertes (la chicuelina, la manoletina) y la invasión de terrenos del torero al novillo y tuvo una gran influencia en toreros como El Cordobés con su salto de la rana.
En 1958, Dutrus sufrió una hemiplejía falleciendo el 16 de febrero de 1960.
La música del himno taurino de Colombia la compuso Juan Mari Asín en la enfermería de la plaza de toros La Santamaría quien ha pedido de las autoridades de la ciudad tuvo que encerrarse allí pues estaban los instrumentos del Empastre que por esos días de gira por Colombia hacía estación en la plaza de toros de Bogotá.
Hoy echo en falta » al Pinilla», a los Valencia, y a esos enanitos, infaltables en nuestro imaginario infantil. Claro que sobreviven cómicos con » El gran Tintin» y otros que intentan que ese toreo para niños de 8 a 80 años no desaparezca.
Gabriel Pinilla convertido hoy en un magnífico fotógrafo, fue torero cómico con don Canuto, Don Rodrigo, con Superlandia, me dice que en los setentas y ochentas del siglo pasado llegó a torear al año hasta 90 festejos que se fueron reduciendo. El cambio fue la inclusión en las corridas cómicas de los cantantes por lo que los toreros que hacían reír fueron alejados de las plazas.
Pinilla asegura que en la provincia las plazas se llenaban 4 y 5 tardes. Les tocó con el llamado » criollo » (novillo que no era de casta) y más tarde algunos empresarios inescrupulosos compraban animales toreados que hacía imposible hacer el toreo y menos el juego de los toreros-artistas en el ruedo.
El mejor recuerdo del muy serio Pinilla de esas épocas fue en Supatá, Cundinamarca, porque salió un toro bravo, de esos soñados que van donde se les cite y la tarde fue redonda. En Soratá, cerca de Tunja, salió un cebú bajito, de 250 kilos, bravísimo, de Polo Pinzón. Fue tan bueno que lo conservaron y lo guardaban en un lote cercano a la plaza » La Pradera » de Sogamoso, pero abusaron de él en muchos espectáculos y terminó por «aprender » hasta latín…
Hago votos porque ese toreo cómico, el más serio de todos, no quede en el olvido y los niños y jóvenes puedan asistir a esas inolvidables jornadas para que se rían que tanta falta nos hace hoy, reír…. Hacen un hueco muy grande las ausencias del Gran Kiki, El Toronto, sus monos toreros y sus enanitos forcados, Toros y Claveles, Córdoba Taurina……
El toreo cómico nos ha regalado personajes de la talla de Dutrus, de Pablo Celis, de Don Rodrigo, de los Valencia en Colombia.
Ya está disponible en la plataforma Kioskoymas (https://www.kioskoymas.com/publicacion/portada/6toros6/) el 4º y último especial “Gallito, Vida y Gloria, 1920-2020”, con el que se cierra el círculo de este homenaje que la revista 6TOROS6 ha querido rendir al Rey de los Toreros.
En este número nos detenemos a analizar su viaje a Perú con el reportaje “Gallito en Lima”, además de “La última temporada de Joselito” y, por supuesto, todos los detalles de “La tarde de Talavera, 16 de mayo: la muerte del ídolo”. También, a modo de resumen, recogemos sus estadísticas completas por corridas de toros, plazas en las que toreó, compañeros y ganaderías.
Pero hay más, la influencia de Gallito traspasó los ruedos, como lo podemos ver en “Las plazas monumentales, una aportación decisiva”, “Gallito en el dibujo y la caricatura en la prensa”, “Música: el pasodoble ‘Gallito’, del maestro Lope” y una completa “Bibliografía escogida de Gallito”. También hay espacio para la anécdota, como un tentadero en “La Aldovea” y el análisis a manera de conclusión, con “El legado de Gallito” y “José y Juan ante las Vanguardias”. Tema que, por cierto, nos abre la puerta a los siguientes dos números que ofrecerá 6TOROS6 dedicados, en esta oportunidad, a la figura de Juan Belmonte.
Joselito «El Gallo», el principe de los toreros, quien junto a su rival y amigo Belmonte le da sentido a la lidia que completará Chicuelo, es el eje de todas las manifestaciones culturales en el marco de la celebración de los cien años de la cornada mortales Talavera el 20 de mayo.
Nacional en Gelves, en la provincia de Sevilla en una familia de toreros y cantaores, murió cuando apenas contaba 25 años pero dejó una estela profunda en el toreo que hoy está vigente espiritualmente, sin duda, pero como concepto de la lidia » moderna».
Vino a la Amèrica India en 1919 y toreò en Acho cn variado éxito y fracaso a su paso por esa plaza limeña en el Rimac.
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