Historia de un cartel con Manolete de fondo en la mirada de «Alcalino». En Córdoba, donde nació, existe una escultura de cuerpo entero que representa a “Manolete”, histórica figura y el más eminente califa taurino cordobés.
Se trata en realidad de un grupo escultórico de dimensión estatuaria.
El personaje central, vestido de torero y con el capote de brega en las manos, flanqueado por dos equinos con sus respectivos caballerangos a pie, obra de Manuel Álvarez Laviada.
Está ubicado en la plaza del Conde de Priego, no lejos de la parroquia de Santa Marina, donde se bautizó a Manuel Rodríguez Sánchez, nacido el 4 de julio de 1917.
Mucho ha cambiado desde entonces la austera ciudad andaluza que fuera sede del antiguo califato mozárabe.
Una iniciativa de Carlos Arruza
El monumento es producto de una amistad entrañable y de la corrida destinada a reunir los fondos que hicieron posible la obra.
Festejo que organizó quien fuera en los ruedos el más enconado rival del inmenso torero al que “Islero” de Miura hirió mortalmente en Linares (28.08.47). Ese rival, llegado del otro lado del Atlántico, fue el mexicano Carlos Arruza.
Manolete y Arruza alternaron juntos en 58 ocasiones, la mayoría en España (51) y ninguna en México.
Ya que Carlos no participó en las dos temporadas que convertirían al cordobés en uno de los mayores ídolos de la afición mexicana.
Oscuras y nunca aclaradas razones impidieron que la pareja de moda en España tuviera ocasión de manifestarse en México.
Pero la rumorología atribuyó la inhibición arrucista a componendas entre el empresario Antonio Algara y José Flores “Camará”, el astuto apoderado del cordobés.
Manolete y Arruza torearon mano a mano diez corridas, repartiéndose equitativamente trofeos y victorias.
Su rivalidad fue breve pero intensa y sus hechos forman parte de la historia grande del toreo.
Como grandeza humana hubo en el gesto de Carlos al concertar con buena parte del taurinismo hispano de principios de los años 50.
Toreros, ganaderos, prensa en general, gobierno municipal de Córdoba inclusive, todo lo necesario para la organización de una corrida.
Monstruo que provocó un lleno histórico en el coso de Los Tejares y transcurrió dentro del ambiente festivo y triunfal que la magna ocasión ameritaba.
La fecha: domingo 21 de octubre de 1951. Un cartel con Manolete
Así fue la corrida
Naturalmente, antes de que partieran plaza los diestros actuantes hubo desfile de reinas y discursos a tutiplén.
Y más allá del número de apéndices otorgados, condicionado sin duda por las especiales circunstancias del festejo.
Se trató de un evento que los cordobeses tardarían muchos años en olvidar.
Para empezar, Carlos Pérez-Seoane y Cullén “Duque de Pinohermoso”, que por cierto había nacido en Roma.
Rejoneó un burel de su ganadería, estuvo acertado en general y cosechó fuertes aplausos.
Rafael Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana”, el espada más antiguo, compadre de Manolete y asimismo cabeza de cartel la tarde trágica en Linares.
Se encontró con un ejemplar de José de la Cova tan áspero que lo cogió dos veces en el transcurso de su sobresaltada faena.
Pero estuvo valiente, mató bien y se llevó la primera oreja de la tarde. El gitano sustituía al cordobés Manuel Calero “Calerito”, anunciado inicialmente.
Rabo para Carlos
Arruza estuvo imponente con el suyo –“Mirlito”, de Felipe Bartolomé—al que saludó con emotivos faroles de rodillas, veroniqueó con elegante quietud, quitó por gaoneras ceñidísimas.
Y tras juguetear en banderillas con el noble animal, al que le colgó tres pares colosales, cuajó una larga, ceñida y magistral faena de muleta, vertical y templado en los redondo y naturales.
Variado y original en los remates de las tandas y haciendo honor al sobrenombre de “Ciclón Mexicano”, que le adjudicó el cronista español K-Hito al cerrar faena con molinetes y las ernistas de hinojos que levantaron clamores.
Cuando concluyó, de formidable volapié, las orejas y el rabo estaban cantados.
También para “Parrita”, Capetillo y Aparicio
Agustín Parra, que brindó la muerte de su toro a sus diez compañeros de cartel, hizo honor a su reputación de seguidor fiel del estilo estatuario y vertical del Monstruo de Córdoba.
Aprovechando la buena condición de “Tontuelo”, de Galache. Sólo cesó la música cuando cuadró al bicho para estoquearlo por todo lo alto.
Volvería a sonar mientras paseaba “Parrita” los máximos apéndices.
Más mérito aún tuvo el rabo que Manuel Capetillo le cortó a “Cuchareto”, de Arturo Sánchez Cobaleda, un toro viejo, gordo y con buenos pitones, resabiado y geniudo por añadidura, al que se empeñó en meter en su muleta hasta obligarlo a seguirla en una emocionante faena a base de muletazos largos y templados.
El público, entregado y feliz.
Los tres apéndices máximos premiaron también el desempeño de Julio Aparicio, a quien correspondió el más pequeño del encierro, un “Torero” de Marceliano Rodríguez que respondió con alegre transmisión a la muleta del madrileño, muy puesto y dispuesto a lo largo de su triunfal actuación.
Discretos los demás
Aunque a José María Martorell se le concedió la oreja del complicado quinto –manso y geniudo, con el hierro de Alipio Pérez Tabernero Sanchón–, el honesto cordobés la rechazó, considerando que su faena no había pasado de valerosos intentos.
Antes, sus lances de recibo habían causado sensación por su estatuaria belleza. Y en la estocada dio la cara e hirió arriba.
Los otros dos mexicanos anduvieron sin suerte con el ganado.
Jorge Medina –llamado a sustituir a Juanito Silveti, que estaba lesionado—pasó por momentos de peligro ante el nervio de un correoso “Barquero”, del Conde de la Corte, y Anselmo Liceaga –recién alternativado en Granada por Pepe Luis Vázquez (29.09.51)—tampoco encontró colaboración en el de Juan Belmonte, “Vicario” de nombre, que despachó en décimo lugar.
Su fría labor fue silenciada.
Por último, al joven diestro local Rafaelito “Lagartijo”, último eslabón de la legendaria dinastía de los Molina, se le notó poco placeado y algo movido, pero no dejó de derrochar alegre pinturería a favor del buen estilo de “Quinquillero” de Carlos Arruza, el toro que cerraba el festejo y al que pinchó antes de acertar con la estocada definitiva.
Estocada que ponía punto final a una corrida auténticamente extraordinaria. Un cartel con Manolete
Por su dimensión temporal, su inusitado lucimiento y, sobre todo, porque cerró de manera perdurable la historia compartida por Manuel Rodríguez “Manolete” y Carlos Arruza, pareja de época y dos colosales toreros, que hermanaron en el arte a España y México.
Una imagen poética y enternecedora del niño-torero. La foto que abre la nota es elocuente, arrobadora, ensoñadora. El pequeño duerme plácidamente.
El padre nuestro está escrito en una hoja de cuaderno, adosada a la mesita de noche dejando la videncia de lo sacramental que atesora ese antiguo arte mediterráneo.
Hoy se vive en América con peculiaridades rituales.
Con esa religiosidad en las advocaciones de Jesús, de la virgen y de santos patronos de muchas comunidades.
Como vigías (creo que duermen… me parece que «hacen que duermen») pues velan el dormir recostaditas en la pared del cuarto del niño.
Un capotillo y un espadín que cuando despierte estarán prestas para crear esculturas efímeras y eternas.
Arabescos y grandiosas bellezas, desde verónicas a tafalleras, gaoneras y chicuelinas…
¡Ah, el toreo de capa! al que los mexicanos le han dado tanto lustre.
El niño ama el toreo, eso sin dubitaciones.
En sus utopías busca encontrar la magia de Joselito y de Belmonte, esa eternidad de don Rafael de Paula, esa graciosa entonación de Juan Ortega, y la explosión de arte de Morante.
Tan único, distinto, barroco, sevillano, clásico e inspirador de sueños como el del pequeño que duerme a placer acompañado de dos guías…
74 años de la feria del Señor de los Milagros en Acho, inaugurada en 1766, es mas que bicentenaria y por ese coso han pasado «casi» todas las figuras, desde Joselito y Belmonte.
Que se dice pronto.
Pero este octubre marca otro gran aniversario.
Es la inauguración de la feria del «señor de los milagros», que lamentablemente este año no se verificará por la pandemia.
El 12 de octubre se dio la primera corrida de lo que con el tiempo será una de las ferias de mas tronío en América. El cartel, nada despreciable: Manolete, Montani, Procuna y toros mexicanos de La Punta.
Estamos reproduciendo para todos los aficionados el artículo publicado en el diario “El Comercio”:
“Pocas manifestaciones públicas tan ceñidas a la tradición, como la fiesta brava. Aunque la manera de torear haya evolucionado.
Si, ayer se prefirió el lance con las manos altas.
Hoy al aficionado le gusta mejor cuando es ejecutado con las manos bajas, no puede decirse que el toreo haya cambiado sustancialmente.
Se mantiene, a pesar de los años la rígida estructura de este rito popular. Continúa permanente y depurado el clásico corte de la lidia. Tres tercios. No hay quien destruya el gallardo tríptico.
La verónica, la media verónica, los puyazos, los quites, las faena de muleta y la estocada. Algunos quites y pases han sido creados. Se ha enriquecido el repertorio y se ha dado un matiz más de plasticidad al arte incomparable, pero en esencia, medularmente, sigue siendo lo mismo.
La verónica, el pase natural y el de pecho y el volapié siguen siendo la base y el auténtico sustento de la torería.
Los trajes, brevemente aligerados, con esa su plástica reminiscencia goyesca, finos y luminosos, en contraste con la violencia de la fiera.
Una nueva paradoja en el espíritu ibérico.
Han dejado que todas las vestimentas se ciñan a las cambiantes modas, permaneciendo ellos como una pincelada de oro, en este mundillo de billetes.
El brindis, la vuelta al anillo, el cortar orejas, las rechiflas y broncas, se suceden en la Historia del Toreo, sin alterar su peculiar emoción, sin salirse de los firmes cánones tauromáquicos.
Y tal vez por ser el toreo tan hondamente tradicional, sus mejores tardes armonizan en España y México – también en ciudades y pueblos del interior de nuestro país – con los días en los que brilla más nítidamente el sentimiento católico de los vecinos que conmemoran las festividades de sus santos patronos.
En los antedichos países, ibérico y azteca, existen las llamadas Corridas de Feria. Al júbilo católico, que lleva en hombros la imagen de su veneración se suma el regocijo popular de las corridas de toros. La Semana Santa en Sevilla, la Pilarica en Aragón, la Guadalupana en México.
Suenan las campanas de los templos y suenan las ovaciones y los ¡olés! en los críticos taurinos.
Esto me ha hecho pensar muchas veces en la posibilidad de crear en Lima, en esta devota y castiza Ciudad de los Reyes, las corridas de Feria del Señor de los Milagros, la milagrosa y popular imagen.
Patrón de la ciudad, a la que siguen miles y miles de hombres y mujeres, con sus trajes y sus capas moradas, en un místico peregrinaje.
Además de una palpable demostración de fe popular, es una imponente romería de exaltación a la tradición limeña, al sabor peculiar, a la gracia de lo autentico, a aquella emoción permanente que sólo canta una copla.
La de la verdad.
La festividad del Nazareno de los Milagros, – su nombre de por sí un romance sonoro y hondo, que bien merecería afilarse y quebrarse en los angustiados labios de un “cantor flamenco” – se celebra en Octubre.
El 28 de Octubre y el día de Cristo Rey – primer domingo de noviembre.
El crucificado recorre las calles melancólicas y nostálgicas de la encantadora ciudad.
Estas fechas coinciden con la primavera limeña, de días templados y soleados en los que, cogiendo el último domingo de octubre y los dos o tres primeros de noviembre, podrían realizarse corridas de postín.
Iniciaran la temporada grande y en las cuales, sumándose a la mística manifestación y teniendo en cuenta las gentes que vienen del interior y las que seguramente vendrán con el tiempo del extranjero.
Para presenciar la bellísima procesión – como acontece en otro lugares – se podría intentar un acento limeñísimo que les diera peculiaridad y gracia.
Sería hermoso, por ejemplo, y esto es sólo una sugerencia, que, desde luego, consideramos factible.
En estas Corridas de la Feria del Señor de los Milagros, salieran a pedir la llave dos lujosos chalanes.
Ataviados a la usanza criolla, en primorosos caballos de paso.
Después de muerto el quinto toro – ello es ya casi una costumbre – una pareja debidamente trajeada, podría bailar una marinera.
La Plaza, en estos días de Feria, podría engalanarse con colgaduras, como se hace en otras partes, en las corridas de fuste.
Y los diestros lucirían traje morado y oro.
Y el público gozaría, no sólo con las faenas de los coletas sino, para ver revivir, siquiera unas tres o cuatro veces al año, un incomparable retazo de aquella personalidad de nuestra Ciudad de los Reyes
Viajeros de todos los tiempos y países, han colocado y mantienen en la historia y cuyo sólo nombre sugiere el fino acompañamiento de un rasgueo de guitarras, la sonrisa de los piropos, el tintineo de sus campanarios y el silencioso poema de las primorosas mantillas.
Que se colgaran de las ventanas para dar un encanto del misterio al clásico perfil de la villa, que es cuna y madre de la tradición hispanoamericana.”
La Feria Taurina del Señor de los Milagros se inauguró el sábado 12 de octubre de 1946 (Día conmemorativo al descubrimiento de América).
Constituyéndose desde entonces una de las ferias taurinas más importantes de América.
Categoría que obtiene por las ganaderías que se lidian, por los diestros que intervienen, y por la solera de su afición.
En la tarde inaugural partieron plaza tres jinetes, vestidos: uno de campero andaluz, otro de charro mexicano y el tercero de chalán peruano, representando a los tres países más taurinos del mundo.
Detrás de ellos las cuadrillas encabezadas por el matador español Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete”, el mexicano Luis Porcuna y el peruano Alejandro Montani “El Sol del Perú”.
Quienes lidiaron y estoquearon toros mexicanos de “La Punta”.
Esa tarde la plaza registró un lleno de bandera y asistió el entonces Presidente de la República, don José Luis Bustamante y Rivero.
Conrado Abad está camino a los 100 años y es el último vestigio de esa cara oculta del toreo, el maletilla, que tuvo su momento de gloria con Palomo Linares con su gorrita, una camisa grande anudada a la cintura, el hatillo donde iban pocas cosas (incluida la muleta y el estaquillador, un pedazo de pan y poco mas) asido a un palo.
Pues dieron a Conrado por muerto y él mismo se encargó de comunicar que estaba vivo.
Difícil será que «le maten su afición» a este joven de 94 años que aun da muletazos y de buena factura.
Me acurdo de aquella canción «El muerto vivo» del compositor y director de orquesta colombiano Guillermo González Arenas en 1965. Su letra está basada en un acontecimiento real sucedido en Antioquia.
González Arenas compuso la obra para el Trío Venezuela, pero la pieza fue grabada por otros artistas, el cubano Rolando Laserie «el Guapachoso».
«El muerto vivo» fue adaptada por Peret, uno de los máximos exponentes de la rumba catalana, tras descubrirla en un disco de Laserie.
El artista español la incluyó en una de sus primeras grabaciones.
En Colombia se levantó un grupo escultórico en Mosquera en honor a esos románticos que son los muchachos que viajan arriba, en los trenes, «colados», claro, o realizan largas caminatas para cumplir sus sueños.
Llegan a los tentaderos a «la tapia» para dar un par de muletazos si es que el ganadero y el torero lo permiten… O como lo relata Chávez Nogales, ese Belmonte toreando a la luz de la luna, o el atrevimiento (bendito sea) de los chicos que se la juegan dándole muletazos a un novillote o toro, lo que haga falta, sin el permiso del dueño de la finca.
Como tantas cosas del toreo, el maletilla es una rara avis, entre otras cosas porque , por lo menos en Colombia, el tren ya no transita de Bogotá a Santa Marta y cada es hay menos opciones para esos aspirantes a la gloria… El tren como los maletillas van siendo temas de novela y de recuerdo.
EL MUERTO VIVO
El caso de Conrado lo cuenta La Tribuna de Salamanca desde Ciudad Rodrigo,
Al bueno de Conrado Abad lo han querido ‘matar’ matar más de una vez en los últimos meses.
La última, el lunes. Por la tarde empezó a circular el rumor en redes sociales (¡como para fiarse de “lo que dicen las redes”!) que apuntaba a que el eterno maletilla de Ciudad Rodrigo había fallecido.
Incluso algunos ‘medios’ se hicieron eco del bulo, para mas tarde tener que eliminar la noticia.
El trabajo de verificación era sencillo: llamar al hotel donde habitualmente pernocta para preguntar si efectivamente Conrado había muerto o no.
Afortunadamente, uno de los personajes más queridos de Miróbriga, sigue escribiendo capítulos en su larga y apasionante vida, algunos tan rocambolescos como éste.
Para disipar cualquier duda, Conrado Abad ha grabado su particular “prueba de vida”.
“Según las noticias, anoche en Ciudad Rodrigo mis amigos se han interesado porque han corrido ciertos rumores de que había desaparecido al otro mundo. Pues no, estoy entre todos ustedes. Gracias a todos aquellos que se han interesado por mi estado y por mi salud”,
Joselito había muerto en Talavera el 20 de mayo de 1920. El rotundo luto por la desaparición del coloso de Gelves había caído como una losa sobre el mundillo taurino y toda la sociedad de aquella España de comienzos del siglo XX. Había muerto el rey de los toreros pero la vida y el toreo seguían. La función, una vez más, debía continuar y José más que crear escuela había dado un nuevo rumbo al oficio de torear en simbiosis con Juan Belmonte. El toreo había cambiado, sí, y los aficionados más encopetados ya habían señalado a un mocito valenciano –que también despuntaba como violinista- como digno sucesor de José. Se llamaba Manuel Granero y se había currado el oficio en los campos de Salamanca junto a una baraja de aspirantes –el sevillano Chicuelo, el jerezano Juan Luis de la Rosa o el madrileño Eladio Amorós- que también rondaban la gloria. Eso sí: el destino quiso que el definitivo heredero de los postulados gallistas fuera el menudo diestro de la Alameda de Hércules, que sobrevivió taurinamente a todos ellos y se convirtió en caja de cambios del toreo que estaba por llegar.
Chicuelo, Granero y Juan Luis de la Rosa cuando compartían andanzas novilleriles en los campos de Salamanca.
La carrera de Granero, nacido en Valencia el 4 de abril de 1902, fue tan breve como fulgurante. El 29 de junio de 1919, con diecisiete años cumplidos, ya se había presentado en la vieja plaza de Goya ante la cátedra madrileña confirmando sus cualidades para ocupar la primera fila del toreo. Para entonces, la fiebre taurina ya había ganado la mano a su formación musical. El capote se había impuesto al violín; el destino del jovencísimo lidiador había quedado escrito…
Al año siguiente llegó el debut como novillero en la plaza de la Maestranza. Fue el 5 de septiembre de aquel lejano 1920, anunciado para estoquear una novillada de Carmen de Federico –los actuales ‘murubes’- en unión del primer Andaluz –tío del matador del mismo apodo que hizo fama en los 40- y Joseíto de Málaga. Una semana después volvió a hacer el paseíllo en el coso el Baratillo en medio de Hipólito y Correa Montes. Los novillos pertenecían en esta ocasión al hierro de Santacoloma. Sólo quedaban poco más de dos semanas para su alternativa, preparada para la Feria de San Miguel.
El nuevo matador recibe los trastos de manos de Rafael El Gallo, de riguroso luto por la muerte de su hermano Joselito.
El doctorado
La Feria de San Miguel de aquel año había vuelto a desdoblarse entre las plazas de la Maestranza y laMonumental. Pero ambos cosos compartían ya la misma empresa gestora después de haber competido en el tiempo y en el espacio hasta el punto de solapar por completo las respectivas programaciones de la temporada de 1919. En esa tesitura se habían llegado a celebrar dos alternativas paralelas, las de los dos compañeros de las primeras andanzas de Granero en Salamanca. Juan Luis de la Rosa se hizo matador en la Monumental el 28 de septiembre de aquel año de manos de Joselito. Media hora más tarde, en la plaza de la Maestranza, fue el turno de Manuel Jiménez ‘Chicuelo’ que recibió los trastos de manos de Juan Belmonte.
Pero la memoria de Gallito volvía a planear sobre el doctorado de Granero. José y sólo José podía ser el padrino natural de esa alternativa que acabaría dando, vestido de riguroso luto, su hermano Rafael. El cartel lo completaba su compañero ‘Chicuelo’, que ese mismo día cumplía su primer aniversario de alternativa. Los toros escogidos para la ocasión pertenecían al hierro de Concha y Sierra. El ‘Divino Calvo’ cedió al toricantano un espectacular berrendo y capirote llamado ‘Doradito’ al que, según la reseña telegráfica publicada en ‘La Crónica Meridional’ toreó de capote mejor que manejó la espada. Parece que no fue la tarde del padrino y aunque el testigo sí salvó los muebles. “Rafael El Gallo realizó faenas miedosas y muy distanciado de los toros…dando origen a una bronca descomunal”, señala el mismo medio que resume la actuación de Chicuelo con un lacónico y conciso “deficiente” aunque hay que consignar que al sevillano le llegaron a pedir la oreja del primero.
Granero pasa de capote al toro ‘Doradito’ el ejemplar de Concha y Sierra con el que tomó la alternativa.
Sin solución de continuidad, Granero actuó al día siguiente en la efímera Monumental, el embudo pionero construido en hormigón armado que había soñado Joselito. Ese 29 de septiembre –ventoso y desapacible- Granero cerraba un cartel de cuatro espadas que completaban Rafael El Gallo, Manolo Belmonte y Chicuelo para despachar ocho ejemplares de Pérez de la Concha. Al día siguiente –día 30 de septiembre de 1920- se había anunciado una novillada más o menos intrascendente en el mismo coso. Maera, Facultades y Joseíto de Málaga hicieron el paseíllo en esa tarde otoñalpara tumbar seis ejemplares de Rincón. Entonces no podían saberlo pero ése iba ser el último festejo que se celebraría en ese recinto, que quedó clausurado para siempre unos meses después.
El infortunado diestro sevillano Varelito estuvo más de un mes agonizando.
Epílogo trágico
Granero ya era una joven figura en la temporada de 1922. El año anterior, fue un 22 de abril, había confirmado su alternativa de manos de un jovencísimo padrino. No era otro que Chicuelo, con el que alternó en numerosas tardes en esos primeros compases de la era pos gallista. Los sucesivos triunfos en la plaza de Madrid, además, iban a confirmar la ascensión del flamante matador valenciano que logró la absoluta unanimidad del público y la crítica en esa primera -y única- temporada completa como matador. ¿Era Granero el ‘hombre’?
La temporada de 1922 no podía comenzar con mejores augurios. Manolo Granero pasó por Valencia, Barcelona, Castellón… Estaba anunciado tres tardes en la Feria de Abril. En la tercera de ellas, el día 21, hizo el paseíllo en la plaza de la Maestranza junto a Varelito, Chicuelo y Marcial Lalanda para estoquear una corrida de Guadalest. El quinto, llamado ‘Bombito’, alcanzó y persiguió a Varelito, propinándole una tremenda cornada que penetró por el recto. Aquel desgraciado percance se produjo en medio del ambiente enrarecido de una Feria de Abril empobrecida por la ausencia de Belmonte y huérfana de Joselito, que permanecía aún muy presente. Cuando le llevaban a la enfermería exclamó: “¡ya me la pegao, estaréis contentos!”…Estaba herido de muerte pero al infortunado diestro sevillano aún le quedaba una larga agonía…
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Varelito, atormentado por un impresionante sufrimiento, aún vivía el 7 de mayo de 1922. Granero tenía ese día una cita con la plaza de toros de Madrid. El cartel anunciaba toros de dos hierros: tres del duque de Veragua y otros tres del marqués de Albaserrada que tenían que tumbar tres jovencísimos matadores: Juan Luis de la Rosa, Manolo Granero y Marcial Lalanda, que confirmaba su alternativa. El quinto, marcado con el hierro ducal, se llamaba ‘Pocapena’. Era un ejemplar cárdeno y bragado, seguramente burriciego, y de aire manso al que Granero –vestido con un estilizado terno negro y oro de delanteras bordadas- toreó a la verónica delante del tendido 2 del viejo coso de Goya.
Sin cambiar de terrenos se dispuso a entrarle a matar, muy cerca de las tablas. En ese terreno, lógicamente, le apretó el animal, hasta alcanzarle en una tremenda voltereta de la que salió maltrecho y con la ropa rota. Granero había quedado prácticamente sentado, dando la espalda a la barrera. ‘Pocapena’ volvió a cornearle, metiendo el pitón por su ojo derecho y destrozándole el cráneo contra las tablas. Su rostro era una masa sanguinolenta que logró fotografiar Pepito Fernández Aguayo aunque nunca desveló aquellas placas.
Mientras se lo llevaban a puñados a la enfermería –donde sólo se pudo certificar su muerte irremediable- Blanquet, horrorizado, se cubría la cara con las manos. Dos años antes, el gran banderillero valenciano había sido testigo directo de la muerte de Joselito en Talavera. Como entonces, había olido a cera. La misma cera que olería cuatro años después mientras toreaba en la plaza de la Maestranza a las órdenes de Ignacio Sánchez Mejías. No sabía que estaba venteando su propia muerte, que le sorprendió en el tren aquella misma noche, volviendo de sevilla. Dos semanas después de la cogida y muerte de Granero fallecía Varelito. El ocaso del diestro sevillano –como el del propio matador valenciano- formaba parte del impresionante tributo de sangre que pagó aquella maravillosa generación de toreros que protagonizó la fecunda, dura y luminosa Edad de Plata.
Se abre una ventana para que vuelvan los toros a Ecuador en todo su esplendor al admitir la demanda de inconstitucionalidad la Corte de ese país la prohibición en varios cantones.
En Quito, por ejemplo, con una larga tradición no se puede ejecutar el último tercio lo que hizo que se cerrara «Iñaquito» al desfigurarse el ritual taurino.
La Corte pidió a la Presidencia de la República así como al Alcalde y al Consejo Metropolitano de Quito, los informes sobre aquella consulta popular para prohibir los toros.
Según la Asociación de Toreros, “la consulta popular arrojó resultados inconstitucionales, puesto que se consultó sobre una materia que no era susceptible de ser sometida a deliberación ni decisión de una mayoría…”, una consulta que “implicó la restricción injustificada de múltiples derechos constitucionales de la comunidad taurina, al prohibir la celebración de la tauromaquia en toda su manifestación”.
UN POCO DE HISTORIA DE LA PLAZA DE TOROS DE IÑAQUITO
El coso de Iñaquito fue el sueño de la década de los cincuenta que desde el 5 de marzo de 1960 pudo romper las expectativas de una ciudad continuamente taurófia.
La ciudad de Quito tuvo como primer escenario taurino su plaza mayor. Aunque por aquella época ya existía la plaza Belmonte y La Arenas.
A medida que la fiesta de los toros se fue acogiendo como propia, se vio la necesidad de crear un recinto taurino más amplio, que permita contar con las máximas figuras del momento.
Las obras comenzaron en agosto de 1959, y en el tiempo récord de seis meses, estuvo terminada la primera fase, apta para que se pudieran ver espectáculos taurinos.
La otra fase se iba a realizar cuando la plaza produzca.
Pero fachada y cerramiento acordes con la categoría de la plaza y su entorno, llegaron con el señor Pablo Martín Berrocal y su gerente José Luis Bruzone.
Su inauguración tuvo lugar el día 5 de marzo de 1960.
En el cartel se anunciaban los diestros Luis Miguel Dominguín, Pepe Cáceres y Manolo Segura, quienes lidiaron toros de Santa Mónica de Luis de Ascázubi.
La primera oreja en el nuevo coso fue paseada por Pepe Cáceres.
Al día siguiente, 6 de marzo, hicieron el paseíllo Juan Silveti, Antonio Ordoñez y Manolo Segura frente a toros de La Punta.
Mientras que el día 13 de marzo se anunció un mano a mano entre Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordoñez, que finalmente no se produjo.
Un año más tarde, en 1961, empieza a denominarse a la feria taurina de Quito como “Jesús del Gran Poder”, en agradecimiento al apoyo de los franciscanos a las corridas de toros.
La actual plaza de toros Quito cuenta con 15.000 localidades y todas las grandes figuras del toreo han pisado su albero.
Santiago Martín “El Viti”, José María Manzanares, Manuel Benítez “El Cordobés”, Luis Miguel Dominguín, o más reciente matadores como Enrique Ponce, “El Fandi”, Julián López “El Juli” y José Tomás han cuajado soberbias tardes en la plaza de Iñaquito, que con el paso de los años y en su aniversario 50 se ha convertido en la mejor feria de América.
Uno piensa y es muy triste que no se sepa dónde enterraron al poeta Federico García Lorca aún. Sí, ya se que lo fusilaron en Viznar pero de sus restos, nada. Ejecutado en agosto de 1936 junto a un maestro cojo y dos banderilleros anarquistas.
Y jamás dudo en elogiar al toreo, a sus actores a lo que representa este ceremonial :
“Creo que hay en el mundo hechos y cosas que son dignos de eternidad y por su belleza y transcendencia, modelos absolutos para un orden permanente.”
Arte clásico, eterno. Pero del pueblo y desde el pueblo precisamente por clásico. Gallito y Belmonte, Manolete… Todos en medio del pueblo, para ser tocados por la gente a diario.
Jesús de Blas ha recogido un muy buen análisis de la obra del irlandés Ian Gibson el investigador mas eminente del poeta granadino.
Ian Gibson, basándose en su trabajo sobre la muerte de Lorca editado por Ruedo Ibérico en 1971, prohibido en la España franquista, actualiza una de sus obras clave a la luz de nuevas investigaciones, tanto propias como de otros autores que se han ido sucediendo en las últimas décadas.
Comienza con una profusa relación de manifiestos, que recoge íntegros en un extenso apéndice, con los que desmonta de forma categórica la idea que algunos autores han querido transmitir de un Lorca apolítico, con la intención torticera de que su asesinato no fue un crimen político perpetrado por los sublevados contra la República,
sino fruto de conflictos más propios del ámbito privado como rencillas familiares, envidias o venganzas relacionadas con su conocida orientación homosexual.
Esta presentación ya marca con firmeza la tesis que el autor va a mantener en su obra sobre el carácter político del crimen cometido contra Lorca, víctima de los sublevados franquistas.
El autor nos ilustra con toda una serie de manifiestos publicados en los años 30 (contamos hasta diez y seis), previos al golpe militar fascista de los que Lorca es firmante, y a veces incluso primer firmante.
Donde ser vislumbra un claro compromiso con la causa antifascista, las libertades amenazadas, la solidaridad internacionalista y el decidido apoyo al Frente Popular.
Todo ello desde una posición de estricta independencia política al no estar adscrito a partido alguno.
Pese a los requerimientos e insistencia de sus amigos del Partido Comunista de España (que a veces le llegaron incluso a incomodar).
Momentos previos a la sublevación
El autor nos traza un magnífico contexto histórico de la ciudad de Granada en los meses anteriores a la sublevación.
Durante la campaña electoral las derechas granadinas boicotearon la campaña del Frente Popular.
Utilizar todo tipo de triquiñuelas, llevó a que los diputados electos del Frente Popular anularan los comicios, pidiendo su repetición, que fue aprobada por las nuevas Cortes (al igual que para Cuenca).
La presión social de las izquierdas a favor de la repetición expresada a través de grandes manifestaciones populares llevó a duros choques con comandos falangistas.
Al atacar con fuego real una reunión obrera, desencadenaron el llamamiento a una huelga general por parte de las organizaciones obreras el día 10 de marzo, en la que se pedía la disolución de las organizaciones fascistas y la detención de sus cómplices militares.
Los locales de la Falange, del partido Acción Popular y la CEDA (de Gil Robles), del periódico católico y de derechas Ideal de Granada, fueron saqueados e incendiados, así como algunas iglesias y conventos.
Aunque la rabia popular fuera muy intensa, las organizaciones del Frente Popular llamarían la atención de la presencia de elementos provocadores, que pudieron incitar a estos actos violentos.
Pero el hecho indudable fue, que los acontecimientos de Granada del 10 de marzo, tuvieron como consecuencia una profunda radicalización en la ciudad y además con repercusión nacional.
De hecho, la Falange fue proscrita poco después, pero cuando las elecciones se repitieron, algunos falangistas encarcelados figuraron en la coalición del Frente Nacional junto con la CEDA y muchos jóvenes de las JAP (Juventudes de Acción Popular) se fueron dirigiendo hacia la Falange.
La abstención masiva de las derechas dio la totalidad de los escaños al Frente Popular en Granada.
Esta derrota de las derechas, contribuiría aún más a empujar a los sectores conservadores hacia la radicalización falangista.
La Falange iba así poder contar con varias decenas de nuevos militantes de primera línea que iban a constituir la base civil de la sublevación.
Dos de ellos, militares y falangistas, José Valdés Guzmán y José Nestares, asumirían respectivamente el Gobierno Civil y el mando del Orden Público tras el triunfo de la sublevación en la ciudad.
Triunfo de la sublevación
Sorprende y llama la atención la escasa fuerza numérica de las tropas militares acuarteladas en Granada, (unos doscientos soldados) y más aún lo reducido de las fuerzas militantes falangistas (unos sesenta) dispuestos para controlar la ciudad.
Frente a ello, las organizaciones obreras, con efectivos muchos más numerosos, se enfrentaron a la total negativa del gobernador civil.
Torres Martínez, de distribuir armas, siguiendo órdenes tajantes del Gobierno de Casares Quiroga (gobierno monocolor de la Izquierda Republicana y, por lo tanto, ajeno a la presión de las organizaciones obreras del Frente Popular ya que no participaban en él).
Esta combinación de hechos explicaría la cautela de los conspiradores golpistas para sacar sus tropas a la calle.
No lo harían hasta el día 20 de julio y además de forma engañosa mediante un bando firmado bajo presión por el Comandante militar Campins.
Leal a la República y luego fusilado por Queipo de Llano, que finalizaba con un enigmático «¡Viva España y viva la República!»
El desconcierto de las fuerzas de izquierda fue mayúsculo y, de hecho, saludaron a las tropas de la guarnición que desfilaban por la ciudad, hasta que los reprimieron brutalmente y tuvieron que refugiarse en las intrincadas calles del barrio del Albaicín.
Resistieron hasta el día 23 de julio, cuando se les agotaron las escasas municiones con que contaban y tras sufrir bombardeos incluso de la aviación.
Cazados como alimañas, según la prensa local adepta a los sublevados, cayendo sobre ellos el peso de una durísima represión. Muchos fusilados.
La maquinaria del terror se pone en marcha
Las circunstancias de la toma de Granada por los sublevados a través del engaño, la resistencia casi numantina del Albaicín y la proximidad de zonas bajo control republicano, contribuyeron a desencadenar una feroz represión desde el primer momento.
Para dirigirla con mano firme, Queipo de Llano, jefe militar de la Andalucía sublevada, envió al coronel González Espinosa, quien actuaría en la línea de dureza que Queipo venía aplicando en Sevilla.
Al principio se juzgaba y condenaba a través de juicios militares que tenían que proceder mediante unas ciertas reglas (declaraciones, testigos, emisión de sentencias, etc.), pero finalmente se impuso el fusilamiento sin simular siquiera un juicio formal.
A lo que se sumaba la acción paralela de los escuadrones de la muerte (las escuadras negras).
Desde la cárcel provincial de Granada, donde estaban hacinados varios miles de presos, cada noche realizaban paseos hacia el cementerio de San José, próximo a la Alhambra, donde fusilaban en las tapias exteriores.
Casualmente, algunos viajeros norteamericanos que se encontraban en Granada y se alojaban en hoteles situados en las calles del camino de paso al cementerio.
Relataron en los meses siguientes, ya de vuelta en su país, las dramáticas madrugadas de camiones que iban cargados con presos y que regresaban sólo con sus verdugos (pelotones de fusilamiento).
Una escritora norteamericana de ideas conservadoras y simpatizante con los sublevados, Helen Nicholson, en su Muerte al Amanecer (1937), relata estos hechos y señala cómo al propio guardián del cementerio, con hijos pequeños se le hacía insoportable aquella situación de gritos, súplicas y ráfagas que se repetían madrugada tras madrugada.
Testimonio estremecedor aportado por alguien cercano a los golpistas, como otros muchos que va a recoger Gibson a lo largo de su obra, dando aún mayor verosimilitud al relato, al estar corroborado por fuentes procedentes de simpatizantes franquistas, lo que representa un gran mérito del autor.
Años después, el guardián del cementerio señaló a Gibson, que además de estos envíos regulares que hacían desde las cárceles, las escuadras negras también actuaban en las tapias del mismo cementerio, pero en este caso a cualquier hora del día sin poder ser identificados los así ejecutados.
¿Cuántos pudieron ser?
En los tres años de Guerra Civil, no menos de 2.000 fueron registrados oficialmente en el cementerio bajo el eufemismo de muerto por arma de fuego, pero otros muchos no los registraron.
Gibson calcula una cifra entre 5.000 y 6.000 tras contrastar diversas fuentes. Sólo en el mes de agosto de 1936, medio millar de obreros, profesores, médicos, catedráticos, abogados, escritores, etc. fueron víctimas de la saña de los sublevados.
La familia García Lorca
La represión organizada por los sublevados pronto afectó a la familia de Lorca.
Su cuñado, Manuel Fernández Montesinos, casado con su hermana Concha y alcalde socialista de Granada, lo detuvieron en los primeros días de la sublevación y encarcelado.
En esos días, la Huerta de San Vicente, el domicilio familiar, la visitaron de forma abrupta grupos de falangistas, en busca de amigos o personas cercanas a la familia a los que creían allí escondidos.
En una de estas visitas, la violencia y las amenazas fueron tan brutales que Lorca pidió ayuda a su amigo el poeta Luis Rosales.
Hermano de falangistas destacados de Granada y él mismo recientemente afiliado también a Falange.
Rosales ofreció alojar a Lorca en el domicilio familiar y ponerlo a salvo de estas acciones incontroladas.
Pues nadie podía imaginar que el poeta sería considerado un peligroso enemigo de los sublevados y marcado como objetivo de su acción represiva.
Gibson deja entrever que aunque Granada estaba rodeada por territorio republicano, no hubo jamás un plan serio de recuperar la ciudad por parte de los republicanos.
Así, las incursiones y bombardeos que puntualmente realizaba la aviación republicana, lejos de infundir ánimo a la población más próxima a la causa republicana, la dejaba aún más atemorizada y a merced de la brutalidad de los sublevados que llegaron a emitir un bando.
Auspiciado por Queipo de Llano que imponía represalias (ejecuciones) tras cada bombardeo de la aviación y de los que la prensa y la radio hacían ostentosa publicidad.
La familia Rosales
La casa familiar de los Rosales podría parecer a primera vista un refugio seguro para Lorca, pues de los cinco hermanos, de mayor a menor edad: Miguel, Antonio, Luis, José y Gerardo, todos, salvo el pequeño, pertenecían a Falange.
Parece que además de Lorca, esa casa sirvió también de refugio temporal para algunas personas de convicciones republicanas, en general, amigos del también poeta Luis Rosales y, al parecer, con el consentimiento del padre, hombre de convicciones liberales.
Pero el cerco sobre la casa se iba a ir estrechando cada vez más.
Las visitas de grupos de falangistas o incontrolados a la Huerta de San Vicente aterrorizando a la familia iban a ser continuas, ahora también en busca de Lorca, de lo que informaban por diferentes conductos al poeta refugiado en casa de los Rosales.
En una de esas visitas, ya con una orden de detención contra Federico García Lorca, amenazaron con llevarse al padre sino les decían el lugar donde se encontraba el poeta.
Ante esta presión, la hermana, Concha, mujer del alcalde socialista depuesto y detenido por los sublevados, Fernández Montesinos, explicó que su hermano no estaba huido sino que se encontraba en la casa de su amigo falangista y poeta como él, Luis Rosales.
El día 16 de agosto, el día que fusilaron a su cuñado y ex alcalde socialista, García Lorca fue detenido en la casa de los Rosales con una orden emitida por el Gobierno Civil.
La detención en el Gobierno Civil
Una pieza clave para la formulación de la denuncia y la orden de detención de Lorca había sido el ex diputado de la CEDA de 1933-1936 por Granada, Ramón Ruiz Alonso, hombre al que se consideraba cercano a Gil Robles.
De hecho, en los medios falangistas se le llamaba despectivamente el obrero amaestrado de Gil Robles, por su condición de tipógrafo.
Gracias a ello había llegado a Granada para trabajar en el diario Ideal, periódico católico vinculado a la CEDA, llegando luego a ser diputado durante el Bienio Radical-Cedista.
Como muchos jóvenes del partido de Gil Robles (Acción Popular), fue dirigiéndose hacia posiciones abiertamente fascistas. Su acercamiento a Falange no estuvo exento de algunos roces, dadas sus altas pretensiones de ascender políticamente.
Cabe pensar que estas tensiones entre Ruiz Alonso y la Falange, pudieran haberle impulsado a tomar la iniciativa en la delación y detención del poeta.
Alojado en casa de los Rosales, familia en la que varios de los hermanos ocupaban cargos de responsabilidad en Falange desde antes de la sublevación.
Esta percepción, explicitada por uno de los hermanos Rosales, José, que fue el que alcanzó el nivel más elevado en la jerarquía falangista.
Aunque pudiera tener un cierto fundamento, no sería óbice para también tener en cuenta que Ruiz Alonso odiaba a García Lorca.
Lo tenía en su punto de mira por sus vínculos con el Frente Popular y cercanía a personajes como Fernando de los Ríos.
Desde el Ministerio de Instrucción Pública le había nombrado durante el Bienio Progresista, director del grupo de teatro universitario conocido como La Barracay que fue elegido diputado del Frente Popular por Granada tras la repetición de los comicios.
Pero también por diferentes manifiestos suscritos por el poeta en los años 30.
En particular el de la fundación de la Asociación de amigos de la Unión Soviética (pues una de las acusaciones esgrimidas contra él para su detención fue ser agente soviético).
Sin poder dejar de señalar el rechazo que le tenía por su condición homosexual.
La detención de Lorca en casa de los Rosales reavivará el conflicto entre los camisas viejas falangistas y los sectores procedentes de la CEDA.
Como Ruiz Alonso y otros compañeros de partido que pasaron a trabajar al servicio del gobernador civil nombrado por los sublevados, Valdés Guzmán.
Pero todas las circunstancias señaladas, como la fama del detenido, la protección por parte de los Rosales.
Eran varios hermanos, responsables de Falange, que llevaron al gobernador, Valdés Guzmán, a consultar ¿qué hacer con Lorca?.
Al jefe de los sublevados para Andalucía, Quipo de Llano, sin miramientos planteó que Lorca sería ejecutado, bajo el eufemismo habitual de que «había que darle café, mucho café».
La madrugada del 17 al 18 de agosto (3 de la madrugada), García Lorca salió del Gobierno Civil, junto con otro detenido, para conducirlos hacia su dramático final.
El asesinato
Tras sacarlos del Gobierno Civil los conducieron hacia la localidad de Víznar, cercana a Granada.
En un edificio arzobispal, la Falange contaba con un centro operativo donde desarrollaban la represión no pública, la supuestamente no oficial y que no quedaba registrada.
Los presos eran confinados en un viejo caserón cerca, a la espera de su fusilamiento.
El jefe de la unidad, el falangista y militar capitán Nestares, tenía a su servicio a un grupo de masones.
Trabajaban como enterradores (librándose de esta manera de su propia ejecución), al igual que un joven comunista amigo de la familia del capitán.
Había también dos chicas jóvenes de izquierdas que se encargaban de las tareas de limpieza.
El 18 de agostoal amanecer, García Lorca, en compañía de un profesor que padecía de cojera y dos banderilleros anarquistas, fueron sacados para fusilarlos.
Durante los últimos años se han realizado en la zona diferentes excavaciones (en 2009, 2013 y 2016) sin resultados.
Una de sus posibles causas, es que no se han tomado en consideración las señalizaciones de sitios realizadas por los investigadores.
También con motivo de la inauguración de un parque dedicado a Lorca se encontraron huesos y un bastón.
Posiblemente del maestro, y cuatro cráneos, y que, al parecer, sobre la marcha, se decidió enterrarlos en otro lugar cercano.
En la Granada bajo dominio de los sublevados, la noticia de la ejecución de Lorca circuló rápidamente.
Alguno de sus participantes, como Trescastro Medina, próximo al círculo de Ruiz Alonso, se vanagloriaba públicamente en los bares de Granada, de haberle metido
«dos tiros en el culo por maricón».
Dos falangistas llevaron a la casa familiar un manuscrito del poeta que pedía les dieran 1.000 pesetas de la época.
Creando así la ilusión de que de esta manera podría salvarse, pero Federico García Lorca ya había sido fusilado.
Prueba de la catadura moral de los que ejercían la represión a cuenta del bando sublevado.
También es de señalar una intervención in extremis del músico Manuel de Falla, que había colaborado en alguna obra con García Lorca. Cuando se enteró de la detención acudió al Gobierno Militar, pero a punto estuvo de costarle a él mismo un disgusto.
El lugar donde asesinaron al poeta, lo bautizaron los musulmanes hace siglos como Fuente de las Lágrimas.
Título también de un bello y emocionante poema de Dámaso Alonso dedicado al poeta asesinado en 1940 que recoge Gibson:
Ay, fuente de las lágrimas,
Ay, campos de Alfacar, tierras de Víznar.
El viento de la noche,
¿por qué os lleva la arena, y no la sangre?
¿Por qué entrecorta el agua cual mi llanto?
No le digáis al alba vuestro luto,
No le quebréis al día su esperanza
De nardo y verde sombra;
Pero en la noche aguda,
Sesgada por el dalle de los vientos
Que no olvidan, llorad, llorad conmigo.
Llora tú, fuente grande,
Ay, fuente de las lágrimas.
Y sed ya para siempre mar salobre,
Oh campos de Alfacar, tierras de Víznar.
Sesenta y dos años después de su asesinato, García Lorca sigue siendo un desaparecido.
Como bien señala Gibson, el mando franquista percibió rápidamente la torpeza cometida con la ejecución de García Lorca, un poeta internacionalmente conocido.
Para contrarrestarlo, la radio franquista emitió noticias de ejecuciones de personas relevantes de la cultura, a manos de los rojos como:
Benavente, los hermanos Quintero, Zuloaga, etc., pero todas eran falsas.
La ejecución de Lorca ocasionó conflictos en el seno de las fuerzas sublevadas, conflictos que se mantendrían décadas después.
Camisas viejas relevantes tuvieron que salir en defensa de los Rosales, amenazados por haber protegido a García Lorca hasta su detención.
Entre los falangistas, se extendió la idea de que el asesinato de García Lorca fue obra de escuadras negras, vinculadas al partido clerical de Acción Popular.
Integrado en la CEDA, que a través del exdiputado Ruiz Alonso quiso establecer una milicia propia a partir de las Juventudes de Acción Popular.
El conflicto llegó hasta Burgos, donde Franco tenía su cuartel general. Allí, Dionisio Ridruejo, amigo de Luis Rosales se encaró con Ruiz Alonso.
En la prensa republicana rápidamente se extendió el rumor del asesinato de Lorca, aunque en general se debatía entre la sorpresa y la incredulidad.
Las informaciones no eran muy precisas. Se basaban en declaraciones de personas que habían escapado de Granada.
La prensa franquista contraatacó vilmente anunciando que Lorca fue asesinado por los rojos en Madrid o Barcelona.
Sea como fuere, el rumor iba tomando cuerpo y se extendía internacionalmente. H. G. Wells escritor y presidente del Pen Club, con sede en Londres.
Solicitó ante los mandos franquistas conocer la situación del poeta, a lo que el gobernador de Granada contestó que desconocía el paradero de Lorca.
Lo que, de facto, suponía un reconocimiento indirecto de su fallecimiento.
No es tan raro como podría suponerse que toreros de mediana calidad se conviertan en figuras consagradas. Y nadie tan singular, en este sentido, como Ignacio Sánchez Mejías (Sevilla, 1891-Madrid, 1934), el “valiente literato y culto banderillero”.
De vitalidad desbordante, inteligencia muy despierta y carácter fuerte y provocador, habría descollado en cualquier actividad.
Pero la vida lo condujo por la senda del toreo, que ejerció con total desprecio del riesgo, sobrada soberbia y teatral temeridad.
De hecho, su paso por la Fiesta fue apenas el segmento más visible de una existencia trepidante, propia de un hombre.
Lo mismo capaz de desafiar con las banderillas en alto a los tremendos morlacos de su tiempo, que de escalar osadamente hasta la alcoba de una duquesa o llevar a los escenarios una obra dramática de su autoría.
Ignacio Sánchez Mejías, aventurero nato.
Cuando su padre, médico de prestigio, quiso obligarlo a estudiar medicina, su respuesta fue fugarse de polizón rumbo a México, donde su hermano Aurelio administraba una hacienda en el estado de Michoacán.
Y cuando decidió hacerse matador, había debutado como peón en Morelia, y regresó a España colocado en la cuadrilla de Fermín Muñoz “Corchaíto”, no dudó en cambiar capote y banderillas por muleta y estoque.
Ni paró hasta verse doctorado por su cuñado Joselito (Barcelona, 16.03.19) aunque contara ya 28 años, y casi 29 la tarde en que el propio “Gallito” lo confirmó en Madrid (05.04.20).
Con Ignacio Sánchez Mejías alternaba José el día de su trágico encuentro con “Bailaor” (Talavera, 16.05.20): a ese nivel se había propuesto estar Ignacio Sánchez Mejías y poco tardó en codearse con Joselito y Belmonte.
Fiel a sí mismo, al retornar a México, en el invierno de 1920-21, compartía cartel con Gaona a pesar del abismo de calidad existente entre sus toscas y arriesgadas maneras y al arte maduro y quintaesenciado de Rodolfo.
Para salvar la distancia aceitó convenientemente a la prensa adversa al Indio, y acertó a convencer a fuerza de brutales alardes de valentía a una importante fracción del tendido de sombra, que acabaría por constituirse en Contraporra, opuesta a la Porra gaonista.
Las habilidades de Ignacio Sánchez Mejías trascendieron con mucho el círculo cerrado del redondel.
Lo mismo podía hacer de gentleman que de Casanova, de deportista que de mecenas. Rico y acaso aburrido de jugarse la vida tarde a tarde, se cortó la coleta a principios de 1927, de regreso de una última campaña mexicana.
Trágica resolución. En 1934 dos veteranos ilustres, Rafael Gómez “El Gallo” y Juan Belmonte, decidieron volver a vestirse de luces.
Fue como una llamada secreta para Ignacio Sánchez Mejías, quien, sin embargo, sufrió para eliminar el exceso de peso y sólo consiguió reaparecer con la temporada ya avanzada, el 5 de julio, en Cádiz.
Estaba casi tan calvo como Rafael, pero su toreo había ganado en seguridad y aplomo, según atestiguanlas entusiastas crónicas de sus presentaciones en San Sebastián, Santander, La Coruña y Huesca.
Con tal acopio de apéndices de parte suya que hasta una pata cortó en el Chofre donostiarra.
La excepción fue La Coruña, la tarde premonitoria del 6 de agosto en que un estoque, al volar hacia el tendido en fallido descabello de Belmonte, mató a un espectador.
Y Domingo Ortega, el tercer espada, sufrió un serio accidente vial al viajar apresuradamente hacia Toledo, donde un hermano suyo acababa de fallecer.
Ignacio Sánchez Mejías toreó el 10 de agosto en Huesca y desde ahí tenía que viajar a Pontevedra, donde estaba anunciado el día 12; pero Dominguín padre, su apoderado, le avisó a última hora que torearía el sábado 11 en Manzanares, en sustitución del lesionado Domingo Ortega, por lo que debía apresurar su retorno a Madrid.
A cambio le aseguraba un buen dinero y la cuadrilla completa de Ortega, cosa que no llegó a cumplirse.
Con gran contrariedad del veterano lidiador, que había despachado anticipadamente a sus hombres con destino a Pontevedra.
El cartel de la villa manchega, dentro de su feria de San Lorenzo, quedó integrado de esta manera:
Simao da Veiga, rejoneando los dos primeros toros, y a pie Ignacio Sánchez Mejías, Fermín Espinosa “Armillita” y Alfredo Corrochano, hijo de don Gregorio.
Toros de los hermanos Demetrio y Ricardo Ayala, divisa procedente de la ganadería de Luis Melgarejo, con simiente del Conde la Corte en cruza con hembras del Duque de Veragua.
Manzanares, 11 de agosto de 1934.
Un bistec término medio y un aromático café almorzó Ignacio en el parador en cuya habitación número 13 acababa de instalarse. Compartió mesa con Alfredito Corrochano, a quien conocía desde niño.
Más tarde se dirigió a la plaza, donde por primera vez él mismo sortearía; luego de echarle un vistazo a la enfermería, instruyó así a Antonio Conde, su mozo de espadas:
“si algo malo me pasa, que me lleven a operar a Madrid”.
Oscuros presentimientos lo asechaban.
Sacó del sombrero un papelillo con los números 16 y 32, y decidió echar por delante al 16, “el bonito” de la corrida. Un negro meano armónico y bien puesto, algo bizco del pitón derecho.
Prolegómenos.
Mientras enfundaba a su matador en un terno obispo y oro, Conde lo notó más nervioso de lo habitual.
Preocupado por el largo recorrido Manzanares-Madrid- Pontevedra, Ignacio le pediría a Simao que dejara para el final su segundo toro.
Pero el portugués se excusó, explicándole que tenía que embarcar su cuadra de inmediato para viajar a su siguiente destino.
Desconfiaba del empresario, mas su paga llegó puntual al hotel, así que, a las cinco en punto, partían plaza las cuadrillas encabezadas por el rejoneador lusitano, quien se lució a placer con los dos primeros ejemplares de Ayala.
La cornada.
“Granadino”, el 16, hizo salida de bravo, tomó cuatro varas y acusó marcada tendencia a tablas. Mejías, una vez cubierto el segundo tercio por el peonaje, ordenó que se lo cerraran para iniciar la faena sentado en el estribo.
Fermín “Armilla” recordaría que, contrariando su querencia, “Granadino” se resistió a llegar hasta la valla y tomó el primer muletazo, por el pitón izquierdo, inconveniente sesgado, se revolvió raudo tras el segundo y enganchó al diestro por la ingle para, sin cabecear, dejarlo caer en el tercio, que quedó manchado de sangre.
En la enfermería, Ignacio Sánchez Mejías pidió a los azorados médicos locales que le taponaran la herida y lo embarcaran a Madrid. Para peor, la ambulancia se averió en el camino y la llegada a la capital se retrasó hasta bien avanzada la madrugada.
Fermín, en coloso.
“Armillita”, en el apogeo de su arte magistral, cortó esa tarde las orejas y los rabos de “Conejito”, berrendo en negro, y “Calderillo”, el quinto. Contaba Fermín que también “Granadino” era bueno, pero abrevió por respeto al compañero herido.
El joven Corrochano tuvo una actuación discreta. Y Ricardo Ayala fue llamado a saludar en reconocimiento a su magnífico encierro.
El deceso.
En el sanatorio de toreros, el doctor Jacinto Segovia, tras operarlo la mañana del 12, firmó un parte donde señalaba ya riesgo de infección y complicaciones graves.
Estas se fueron confirmando y finalmente, a las diez horas del lunes 13, Ignacio Sánchez Mejías dejaba de existir. España entera acogió con estupor la triste nueva, y tanto el velorio en Madrid como el sepelio en Sevilla constituyeron dos sucesos dolorosamente memorables.
Mecenas de la generación del 27. Hasta aquí lo relativo al episodio que puso trágico fin a aquella vida en muchos sentidos excepcional pero pasajera y corruptible, como toda existencia humana.
Sin embargo, el diestro victimado por “Granadino” iba a acceder a la inmortalidad gracias a su amigo Federico García Lorca, que le dedicó una elegía que ocupa lugar prominente en las antologías más rigurosas dedicadas a la poesía en castellano.
El famoso espada había conocido a Federico unos años atrás, cuando éste y otros poetas jóvenes preparaban un homenaje reivindicatorio a don Luis de Góngora y Argote.
Lector voraz de todos los géneros literarios, Mejías había escrito dos piezas dramáticas — “Sinrazón” y “Zayas”–, cuando topó con aquel grupo de universitarios llenos de vitalidad e ideas nuevas, empeñados en desempolvar al poeta del Siglo de Oro más críptico y desdeñado.
De inmediato apoyó el proyecto, con su prestigio social y de su propio peculio.
Seguramente, la generación del 27 habría destacado por sí misma, pero no con la presteza ni la resonancia que le brindó el desinteresado mecenazgo de Ignacio Sánchez Mejías.
Con García Lorca tuvo Ignacio Sánchez Mejías una relación particularmente entrañable.
Cuando el poeta granadino se vio solo y sin recursos en Nueva York, había acudido prestamente en su auxilio en una verdadera operación de rescate, que aprovecharía Ignacio para proponer y dictar una conferencia sobre Tauromaquia en la Universidad de Columbia, que se dio a auditorio lleno y despertó el interés de la prensa cultural neoyorquina.
Tampoco le costó mayor esfuerzo convencer a Encarnación López “La Argentinita” –bailarina de flamenco de primerísimo nivel, con quien el torero mantenía una relación extramarital— para que se integrara al grupo “La Barraca”, creado por Lorca para el rescate y difusión del folklore vernáculo, y que habría de recorrer España en tiempos de la República.
Tales muestras de afecto no fueron en vano.
García Lorca, que como la mayoría de sus amigos poetas se había manifestado contrario a la vuelta a los ruedos de Ignacio, con 43 años.
Encima, desentrenado y con sobrepeso, sintió de tal manera la muerte del amigo que, transido de dolor, terminaría por legar a la posteridad su “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, pieza cumbre de la poesía elegíaca en castellano, sólo comparable a las “Coplas” dedicadas por Jorge Manrique a la muerte de su padre cinco siglos atrás.
No repetiré aquí los versos más conocidos de la elegía lorquiana, a la que el lector puede acceder fácilmente, con tiempo para leerla, releerla y saborearla a su entero gusto, como la genial obra de arte que es.
Todavía hay quien asegura que si Ignacio hubiera seguido vivo cuando el estallido de la guerra civil española, su poderosa influencia entre altos mandos del ejército rebelde habría salvado a Federico de ser asesinado por los fascistas en las cercanías de su Granada.
Con el poeta fueron sacrificados un maestro de escuela, Dióscoro Galindo, y dos modestos banderilleros, Francisco Galadí y Joaquín Arcollas. Era la noche del 17 de agosto de 1936, dos años y cuatro días después de la tragedia de Manzanares.
En un paso más para dejar a Lima sin toros, el Concejo metropolitano pretende darle otro uso a la plaza de toros de Acho, la más antigua de América con mas de 250 años de historia.
Un grupo de concejales busca darle pupitrazo a la medida. Asi que a la pandemia conocida como Covid19 se suma este intento prohibicionista.
La plaza de toros de Acho celebra por octubre, noviembre y diciembre, cada domingo la feria en honor del «Señor Morao» y entrega un trofeo muy codiciado entre los toreros, «El Escapulario de Oro».
La Asociación de Abonados de la Feria del Señor de los Milagros alerta de que:
‘Esta estrategia persigue la desaparición de las corridas de toros principalmente en las capitales emblemáticas de los países taurinos.
Pretendiendo aprovecharse de la emergencia sanitaria por la pandemia mundial Covid19, y en contra de la inmensa afición local demostrada en las multitudinarias manifestaciones pacíficas y en el Tribunal constitucional que determinó recientemente la legalidad de las corridas de toros en el Perú’.
Científico y político peruano. Hipólito Unanue, la figura más importante de la Ilustración peruana, se graduó en medicina alrededor de 1784, bajo la dirección de Gabriel Moreno, y fue profesor de anatomía en la Universidad de San Marcos durante el año 1789.
El fue el que entregó los derechos de la plaza para que se dieran mínimo 8 festejos al año con destino a los más desválidos de Lima.
La beneficencia limeña es la encargada de manejar el coso situado en el viejo sector del Rimac. En esa plaza se presentaron dos de los toreros fundamentales de la tauromaquia, Joselito y Belmonte.
La plaza de toros de Acho, además, es patrimonio de la UNESCO.
De Rodolfo Gaona Jiménez (León, Gto. 22/01/1888 – México DF, 20/05/1975) puede decirse que, como Julio César en las Galias, a España llegó, vio y venció.
Y eso que no había encontrado un acceso fácil, al grado que “Ojitos”, su mentor (Saturnino Frutos, notable banderillero de “Frascuelo”, llegado a México con el atenqueño Ponciano Díaz), tuvo que organizar la alternativa de Rodolfo en la placita de Tetuán de las Victorias (31/05/1908), tras convocar a la crítica madrileña en pleno a un peculiar examen a título de suficiencia en Puerta de Hierro, otro coso, como el de Tetuán, medio perdido en un suburbio de la capital española.
A lo largo de trece temporadas consecutivas y una breve coda (1908 a 1920 y 1923), Gaona toreó en la Península 645 corridas.
Para 1915 estaba en el cenit de su carrera, y sin embargo quedó fuera de la feria de Sevilla, del abono madrileño y de otras plazas señeras.
La paradoja tenía nombre, apellido y dinastía: José Gómez Ortega “Gallito”.
El todopoderoso José
Contaba “Gallito” con solamente 16 años y 141 días cuando tomó la alternativa de manos de su hermano Rafael, «el divino calvo» (Sevilla, 28/09/1912).
Auténtico superdotado, había causado sensación desde becerrista, y al arribar al escalafón mayor le declaró una guerra sin cuartel a Ricardo Torres “Bombita”, a quien culpaba de obstaculizar sistemáticamente a Rafael “El Gallo”.
En realidad, el ímpetu de Joselito barrió con toda la generación saliente y en medio de ese empeño quedó Rodolfo Gaona, justo cuando apuntaba a lo más alto,
al contrario de los declinantes “Bombita”, “Machaquito” y Vicente Pastor, representantes de una tauromaquia ya en desuso.
Los dos primeros se cortaban la coleta a finales de la temporada de 1913, en la que el mexicano participó en 53 funciones, para subir a 64 al año siguiente.
Despuntaba la edad de oro, protagonizada centralmente por “Gallito” y el recién doctorado (16/10/13) Juan Belmonte.
Un contexto complicado
Inocultablemente, Gaona era tan completo como Joselito en los tres tercios, tan templado como Belmonte en el manejo de las telas,
y pese a su ánimo desigual, más elegante y cadencioso que ambos.
José, que no dejó de captarlo, en la temporada del 15 impuso a las empresas una condición que excluía al Indio sin necesidad de mencionarlo:
sólo aceptaría como alternante más antiguo que él a su hermano Rafael.
Indirectamente boicoteado, Gaona sólo actuó ese año en 35 festejos, lejos de los 102 de “Gallito” y los 79 de Belmonte. La imposición de José relegó también a Vicente Pastor, y hasta segundones como Curro Posada y Saleri II sumaban más corridas que el mexicano.
Sin embargo, José tuvo que alternar con Gaona en nueve ocasiones, dos de ellas en la feria de Pamplona, que constó ese año de tres festejos y, aún sin el atractivo de los encierros mañaneros que posteriormente le darían fama universal, era la llave de acceso al norte y revestía indudable importancia.
Así que el jueves ocho de julio de 1915 partían plaza en el antiguo coso pamplonica las cuadrillas encabezadas por:
Rodolfo Gaona, Serafín Vigiola “Torquito” y José Gómez “Gallito”, para lidiar toros de Concha y Sierra.
La tarde del par de Pamplona
Los revisteros de renombre no viajaban entonces de feria en feria, y los diarios de Madrid sólo incluían breves reseñas de los festejos foráneos, en forma de relatos cronológicos poco explícitos y no demasiado confiables.
Reproduzco completa la lidia del abreplaza “Cigarrito”, al que corresponde el célebre par de Pamplona, captado con maestría por el fotógrafo Aurelio Rodero, y segundo de los que le colgó Gaona al concha y sierra en alarde de clase, precisión y señorío. Al final le cortó el leonés la única oreja de la tarde.
Reseña publicada por el diario ABC del 9 de julio, sin firma.
PAMPLONA 8, 7 tarde. Con la misma animación de ayer se celebró la segunda corrida de feria.
El toro que rompe plaza, apodado “Cigarrito”,es negro y acomete con bravura cinco veces a los piqueros, proporcionándoles dos tumbos.
Uno de los varilargueros pasa a la enfermería contusionado. Los maestros se lucen en quites y oyen muchas palmas.
Gaona toma las banderillas y clava un buen par de frente; repite con otro superior y cierra el tercio con otro de dentro a fuera (palmas).
Después realiza una buena faena de muleta, dando pases por alto, por bajo y de trinchera, saliendo achuchado al dar uno de rodillas.
Continúa con valentía y deja una estocada delantera, repite y da una gran estocada, entrando bien (ovación y oreja).
El resto de la reseña, sin mayor compromiso con la fase artística de la lidia, se centra en contabilizar los numerosos encuentros de cada toro con los caballos (sin aclarar si se trató de puyazos en regla, refilonazos o encontronazos con caída, que todo eso menudeaba).
Consigna que para Torquito hubo palmas y pitos a la muerte de su primero y ovación en el otro, en tanto que la cosecha de Joselito fue de pitos al acabar con el toro tercero y aplausos en el cierraplaza, al que había banderilleado.
Gaona no repitió en el cuarto su éxito con el primero. El encierro de Concha y Sierra, se deduce, resultó deslucido.
Discordias y aclaración
Los pormenores de la placa obtenida por Aurelio Rodero del segundo par de Gaona a “Cigarrito” él mismo los hizo públicos, molesto ante insinuaciones de que, dada su modélica perfección, podría tratarse de un montaje trucado y no de una foto auténtica.
El semanario El Fenómeno había atizado la duda desde su filiación conocidamente gallista. Aquí el texto aclaratorio de Rodero:
“Señor Director de El Fenómeno: Leo con gran sorpresa unas líneas que aparecen en el semanario de su digna dirección, referentes a un par de banderillas de Gaona…
El texto de su pregunta dice: “¿Se puede saber en qué corrida de feria del año actual y en qué toro y en qué lugar de lidia salió el toro ése, en el que Rodolfo Gaona está clavando un par de banderillas por el lado izquierdo en la plaza de Pamplona?”… Si no está conforme y quiere saber todos los datos referentes a esa instantánea se los diré bien clarito para que los entienda:
Población: Pamplona; corrida, segunda de feria; toro de Concha y Sierra, negro, No. 28; lugar en que se lidió, primero, y fecha de todo ello, 8 de julio de 1915.
Y si quiere saber más, Gaona vestía de plomo y oro, y la máquina que hizo dicha fotografía es Nette, seis y medio por nueve, con objetivo Zeiss f.1.4.5 de 120 milímetros, placa Guilleminot, revelada en mi casa particular, Quintana 21, 3º izq., Madrid, con revelador metol hidroquinona, hecho exclusivamente para mí; y revelé, tanto esa placa como las 68 que obtuve de aquella feria, el día 12 de julio del presente año, de diez y media a doce de la noche…
¿Queda satisfecho el señor de la preguntita… ?”
La muy precisa aclaración en realidad relanzó a la fama al par de Pamplona como ejemplo de maestría, precisión y belleza, lo mismo por parte de quién captó el instante con su cámara como de quien lo propició con su insuperable arte banderillero.
Escuela y secuela
Aunque de acuerdo con su propio autor el par de Pamplona no tuvo nada de especial –“habré clavado cientos como ése”–, lo que pone de relieve es el dominio del temple como la mejor característica de Gaona en el segundo tercio:
la conversión de una suerte básicamente atlética en un lance del más puro toreo, desde el cite hasta la consumación del par.
No se trataba ya de superar por piernas la embestida, lo cual sin duda demanda dominio de los terrenos y tino al clavar, sino de irla consintiendo y graduando a lo largo de la suerte, marcada la cadencia por el torero hasta convertirla no ya en alarde de exacta geometría sino en un lance de suprema categoría estética.
Sobre ese inmejorable modelo florecería la aristocracia banderillera mexicana de generaciones subsecuentes, los Armilla, Balderas, Solórzano, Carnicerito de México, Luis Castro, Ricardo Torres, David Liceaga, Carlos Arruza, Calesero, Cañitas, Gregorio, Procuna, y más contemporáneamente Raúl García, Mauro Liceaga, Antonio Lomelín, Chucho hijo, Manolo Arruza, además de subalternos tan destacados con los palos como Juan “Armilla”, Pepe López, los Felipe González padre e hijo, Alfredo Acosta, Christian Sánchez…
San Sebastián
Y en eso mismo, en el temple, radicó la superioridad banderillera de Gaona sobre Joselito, de lo cual es ejemplo la anécdota de San Sebastián al año siguiente, cuando ya fue inevitable la incorporación del Indio Grande como partícipe de la terna clásica de la edad de oro del toreo.
En el Chofre –la plaza y afición favoritas de Rodolfo–, durante un mano a mano entre ambos (15/08/16), el mexicano tomó los palos e invitó a su alternante a compartir el segundo tercio.
Salió por delante “Gallito” y puso un gran par, pero al disponerse a colocar el suyo, Gaona lo retó –“Así no… andándole al toro”–, dado que José lo hacía todo a gran velocidad. Y le puso la muestra, con la reposada indolencia india que lo caracterizaba.
Era el turno de Joselito que, efectivamente, antes de apretar a correr y clavar en lo alto, le anduvo un buen trecho al de Santa Coloma.
Pero no tanto ni con tanta sangre fría como Rodolfo, que acentuó estas cualidades al cerrar el tercio, de modo que la gente, notándolo, prolongó la ovación mientras lanzaba censuras a “Gallito”: “José, hay que andarles, como Gaona”. “Esa tarde –recordaría el mexicano– la única oreja me la llevé a la fonda yo”.
(Mis veinte años de torero. Edición particular. México, 1925)
En 1916, la terna Gaona-Joselito-Belmonte se anunció hasta tres veces en la plaza de Madrid.
Y dos más al año siguiente, incluida la célebre corrida del Montepío de Toreros, la de “los dos solos” (21/06/17), que admiró y aclamó a Rodolfo y a José pero consagró para los restos al Pasmo de Triana.
La escultura (H. PERAZA), la fotografía (A. RODERO), la pintura y hasta la numismática le han rendido honores al PAR DE PAMPLONA, modelo de precisión y belleza toreras.
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