Hoy se conmemora el XXXVII aniversario de la trágica tarde de Pozoblanco en la que perdió la vida Francisco Rivera «Paquirri». Una cogida mortal que llegó en las postrimerías de la triunfal carrera de la figura de Zahara de los Atunes. Aquella dramática cornada de «Avispado» sesgó la vida de Paquirri y melló en el corazón de una España que aún reconocía a los matadores como un signo inequívoco de su acervo histórico, patriótico y cultural.
«Avispado» hizo caso omiso al capote de Paquirri mientras éste lo intentaba colocar en la suerte de varas. Las imágenes del añorado maestro describiendo las trayectorias de la cornada al doctor Eliseo Morán dieron la vuelta al mundo: «Doctor, yo quiero hablar con usted porque si no, no me voy a quedar tranquilo. La cornada es fuerte. Tiene al menos dos trayectorias: una para allá y otra para acá. Abra todo lo que tenga que abrir y lo demás está en sus manos». Tras una consulta al también recordado doctor Ramón Vila, histórico cirujano jefe de la Maestranza, éste indicó: «Una cura urgente y evacuarlo para Córdoba», donde él les esperaría.
Contaba Rafael Corbelle, banderillero que esa tarde actuó a las órdenes de El Soro, que el médico, «con la tez blanca como el nácar, hizo todo lo que pudo». Y hacía también hincapié en las deficiencias de la enfermería: «Allí no había ni anestesia. Estaba llena de telarañas, muy sucia». Tuvo que pasar aquella tragedia para que se concienciaran de la importancia de mejores las instalaciones sanitarias de las plazas de toros.
La ambulancia emprendió el fatídico camino hacia Córdoba. Aún quedaba alguna esperanza de salvarlo. Y ese camino fue eterno, tanto que ahí se eternizó el recuerdo de Paquirri. En aquellas exhalaciones pronunció sus últimas palabras: «¿Cuánto queda?». El corazón se apagaba por la conocida zona de La Alegría de la Sierra. Aunque el doctor Funes pidió que parasen para reanimarlo, ya nada se podía hacer. Llegados al hospital Militar, sólo se escuchaba los llantos de su mozo de espadas, Ramón Alvarado: «¡Se me ha muerto, se me ha muerto!».
En tan solo un año pasó Francisco Rivera del idilio con la plaza cordobesa de Pozoblanco a la tragedia. El 26 de septiembre de 1983 se impuso a sus compañeros de cartel de aquella ocasión, Julio Robles y Tomás Campuzano, cortando cuatro orejas y un rabo a un encierro de Carlos Núñez.
Tenía treinta y seis años. En su mente barruntaba la retirada, aunque los números dijeran lo contrario: había toreado cuarenta y ocho corridas esa temporada, y llevaba un total setenta y tres orejas y dos rabos; y tras Pozoblanco se marchaba a torear a Caracas, donde tenía previsto despedirse de la afición americana. Después de aquella gira, quería disfrutar de sus hijos, de sus fincas… de la vida. Y hasta ya se planteaba apoderar al único superviviente de aquella funesta tarde: Vicente Ruiz «El Soro». Pero todo se truncó por encontrarse en su camino con aquel fatídico toro de Sayalero y Bandrés.
Corría el año 1971 y aun faltaban años para esa explosiòn de Cèsar Rincòn y los viejos taurinos bogotanos añoraban a Enrique Trujillo y gozaban de la calidad del maestro Pepe Càceres , esperando al Puno, a Enrique Calvo «El Cali», Jorge Herrera cuando un joven de Bogotà, Germàn Urueña ,líder de las estadísticas de novillero toma la alternativa ( soñada para la època ) en la feria de Logroño con Diego Puerta de padrino y Paco Camino ( que se dice pronto )
Y s que en esa feria de San Mateo del 71 en la capital de la Rioja, caso insòlito, torearon dos colombianos, German y Jaime Gonzalez «El Puno» que compartiò cartel con El Cordobès y el maestro Andrès Vàzquez
El colega y director de Altormexico Juan Antonio ded Labra le rindiò un gran homenaje a German que hoy a mas de ser el embajador » in pectore» de los colombianos en Mèxico tierra donde vive » hace un jurgo de año «es apoderado de uno que va camino a figura, «El Calita «, que, por cierto, debutarà en Colombia en breve.
Dice el gran De Labra sobre nuestro compatriota :
Nacido en Bogotá, Colombia, el 16 de septiembre de 1946, Urueña es feliz de pensar que en México su cumpleaños es un día feriado en su honor. «¡Viva Germán!», «¡Viva Urueña!», dice con singular alegría, recordando la noche del grito mexicano. Así, en este tenor de camaradería luego de no vernos hacía tiempo, el maestro colombiano poco a poco recuerda sus momentos de infancia y cómo es que empezó a ser torero.
«De niño, mis padres y mis cuatro hermanos, de los cuales solo quedamos tres, vivíamos en una finca en Armero Tolima, pero vino la violencia muy fuerte que hasta nos tenían amenazados de muerte y nos tocó huir a Bogotá, con una mano atrás y otra al frente. Con mi mamá frecuentábamos ir a las fiestas de Venadillo, donde soltaban toros criollos y desde ahí me pareció muy interesante este mundo de los toros», señaló. Ya instalados en Bogotá, estudiando la Primaria le tocó como compañero de salón Julio César Cáceres, sobrino del que fue figura del toreo Pepe Cáceres y quien ya desde niño comenzaba a entrenar.
«Julio César ya entrenaba y toreaba y me pegué con él y al lado suyo me creció más la afición. Debuté en el año de 1965 en Bogotá, en una novillada de seis toreros y toreé 13 novilladas seguidas, pero ya ha pasado mucha agua bajo el puente y ya no recuerdo la fecha», aclaró. Toreaba novilladas con picadores y sin picadores, a todo le iba y así llegó a ser novillero puntero en su tierra.
«Un día recibí correspondencia de España, era Antonio García Maravillas, aquel que fue figura del toreo. Me decía en su carta que había estado en Colombia, con Pedrín Benjumea, y por lo visto le gustó bastante y me escribía preguntándome si quería que él me apoderara. ¡Y para luego es tarde, al año siguiente 1966 ya estaba yo en Madrid!», agregó. Pisó tierra un viernes a la capital española y al siguiente día ya estaba tentando con su paisano
Óscar Cruz y Antonio Bienvenida en la finca de Baltasar Ibán, cerca de Madrid. Tenía entonces 14 años cuando llegó y a los 15 días toreó su primera novillada en San Sebastián de los Reyes ya que “Maravillas” era el empresario y socio en varias plazas con el conocido Diódoro Canorea.
Un 16 de agosto hace 34 años cesaron los signos vitales tras la cornada el 20 de julio de 1987 en Sogamoso de quien es una enseña de nuestro ritual taurino en el siglo XX , el maestro Pepe Cáceres.
Compartió cartel con Antonio José Galán y el rejoneador Dayro Chica.
Nació en Honda en un humilde hogar, se formó en capeas y en el matadero municipal de Manizales, debutó allí como novillero en el 53, toreó en la monumental su última corrida, el toro lo hirió en el primero y salió para lidiar el cuarto en un cartel en el que estaban dos josés, Ortega Cano y Miguel Arroyo » Joselito». Manizales está unida a su vida torera y por eso sus cenizas reposan , por expreso deseo de él, en la catedral de esa ciudad.
José Humberto Eslava, para grandeza del toreo, Pepe Cáceres, fue incinerado en Bogotá, siguiendo sus deseos expresos.
Las cenizas de Cáceres se depositaron en manos de don José Joaquin Quintero , su «hermano» , confidente y amigo, por voluntad expresa del maestro.
Pepe Cáceres murió un domingo de madrugada en la Fundación Santafe de Bogotá por las heridas que le causó el toro » Garrotillo» en la plaza de toros La Pradera, de Sogamoso, el 20 de julio.
Pepe Cáceres, con 52 años, murió tras una agonía de 27 días, durante los cuales se mantuvo gracias a «dosis heroicas» de medicinas, un respirador mecánico y otras ayudas de vida artificial. Varias intervenciones quirúrgicas y toda la asistencia de la unidad de cuidados intensivos de la clínica, no pudieron salvarle de la cornada, que le destrozó un pulmón y le causó fracturas múltiples de esternón y costillas, además de otras graves lesiones internas.
El Dr. Malpica que lo atendió en la plaza de Sogamoso me confesó hace varios años: La cornada era mortal de necesidad. » No había nada qué hacer desde el punto de vista quirúrgico», agregó el galeno.
Sin duda el maestro Pepe con su paso por las plazas de España, Francia y América deja honda huella en el toreo americano que ha nutrido de savia la tauromaquia mediterránea , de Gaona a Armillita, de César Girón a Cácres y mas tarde César Ricón, gloria del toreo.
Y queda esa cacerina ( quizás sea remembranza de otros lances y quites como » la rogerina» pero » la cacerina» tendrá para la eternidad el sello y la impronta del maestro de Honda Pepe Cáceres.
Prefiero recordarlo alegre, participativo y por eso la foto cedida por Aranguito para este portal en un club de Medellín bailando con quien fuera reina de la belleza de Colombia , Doris Gil Santamaría
Yo no sé, dada la severa destaurinización que hoy se vive, si dentro de otro cuarto de siglo Manolo Martínez conservará el aura legendaria que aún rodea los nombres de nuestros más grandes e históricos toreros, a cuya galaxia sin duda pertenece. Pero su época y su influencia sobre ella nos remiten sin la mínima sombra al último mandón indiscutible que ha tenido la tauromaquia de este país. Aquéllos con quienes compartió cartel –desaparecidos casi todos, excepto su paisano Eloy Cavazos–, incluso cortando más apéndices que el torero de la regiomontana colonia Obispado, lo han reconocido sin ambages. Y cuando alguno intentó medir armas con él en los despachos o a través de la prensa –recuerdo la muy transitoria negativa de Curro Rivera a “alternar nunca más con Martínez”, a causa de cierto torito regalado por éste en una plaza provinciana–, siempre terminó por plegar su voluntad al evidente poder de Manolo sobre empresarios y ganaderos, periodistas y públicos.
Curiosamente, lo anterior ha derramado más tinta y movido más bites que el debate sobre las ualidades taurinas de Manolo, sin las cuales su mando absoluto habría sido imposible. Ni siquiera sus notorios desaciertos al estoquear pudieron estorbar la libre fluencia de su arte ni el magnetismo que éste ejercía tanto sobre los toros como sobre las masas. Al don del temple, que le asistía en grado eminente, unía el del ritmo, que dotó de una cadencia especial sus grandes faenas y era el resorte clave para levantar a la gente de sus asientos como después nadie, de ninguna nacionalidad, ha vuelto a conseguirlo en este país. Las discusiones sobre el tamaño de sus engaños y el abuso del pico, argumento utilizado por sus detractores para demeritarlo, fueron de aparición posterior a faenas suyas que habían hechizado al público, o arma para fustigar en son de mofa sus tardes aciagas, que no escasearon, sobre todo en los últimos tiempos. Pero sus fracasos en el ruedo, muchas veces provocados deliberadamente por él mismo, no estorbaron su indiscutible condición de mandón.
La raya.
Hubo en su carrera dos etapas bien indiferenciadas: antes y después de consagrarse como el número uno. En la primera, fue un infatigable luchador en pos de la cima y no se dio tregua hasta conquistarla. Estamos hablando, básicamente, de la segunda mitad de los años sesenta (alternativa en Monterrey el 7 de noviembre de 1965), caracterizada por actuaciones de una constante entrega y triunfos clamorosos, si acaso emborronados por su deficiente espada.
La rara conjunción valor-arte-poderío estaba presente en ese primer Manolo como en muy pocos toreros de la historia. Entre 1967 y 68, su período dorado, las plazas del país se le hicieron pequeñas y se impuso de manera natural la necesidad de extender su condición de figura al resto del planeta Tauro. Su expansión daría lugar, en Sudamérica, a una era en que toros y toreros mexicanos arrebataron a los trusts españoles el control de ese mercado, que entonces pagaba en dólares.
Pero en España, el panorama fue diferente. Cierto es que el mexicano de oro –como lo anunciabasu exclusivista del primer año Manolo Chopera– no viajó a la ventura, sino ventajosamente contratado, en un año –1969– en que El Cordobés, que era quien allá dominaba el tinglado, declaró su famosa guerrilla a las empresas iberas, que para contrarrestar a Benítez y a Palomo Linares, su comparsa de ocasión, necesitaban incorporar novedades al elenco conocido –los Ordóñez, Camino, El Viti, Puerta, Paquirri…–. Entre el debut en Toledo (5 de junio) y la cornada de Cáceres (29 de septiembre) toreó Manolo en España y Francia 48 corridas (58 orejas y 5 rabos sería su cosecha), algo que sólo las más grandes figuras extranjeras han podido permitirse. El problema estuvo en que el toro hispano no brindaba al impetuoso regiomontano las mismas condiciones de seguridad que el mexicano. Ciertamente, durante esa campaña y, sobre todo, en la frustrada del año siguiente, hubo de resentir detalles de trato vejatorio por algunos elementos del aparato taurino de allá, prensa y empresarios incluidos. A esa parte de la realidad iba a asirse Manolo para fundamentar su posterior renuncia a la conquista del cetro global del toreo, que en determinado momento, a fines de 1968, llegó a antojarse inevitable. Mas tengo para mí que las cornadas de Bilbao, Murcia y Cáceres, sufridas en un lapso de 39 días, fueron el factor decisivo.
Las cornadas.
Se ha afirmado por el martinismo oficial –y ha terminado por aceptarse como dogma– que fue la cornada de “Borrachón” (03.04.74) la que puso a cavilar a Manolo, inaugurando esa etapa en que decidió no asumir más riesgos de los indispensables: la etapa de las broncas intencionales, la supresión tajante de su antes frondoso repertorio en quites y, de manera especial, el énfasis en moldear la ganadería brava mexicana según su conveniencia y merma de facultades físicas. Pero en realidad, estos rasgos hicieron su aparición justamente a la vuelta de su primera, y en realidad única, campaña española. A las tres cornadas sufridas allá –muy grave la última—se uniría ese invierno la fractura en una falange sufrida por un astado de Santo Domingo en Caracas (23.09.69). Con ese sufrimiento a cuestas –sufrimiento y dolor son cosas distintas; el primero es mental, el segundo físico—Manolo viajó por segunda vez a la península ibérica. Pero era otro hombre el que se enfundó en las mismas sedas y alamares del año anterior: menos resuelto, más prudente… y titubeante de sitio y claridad de metas. Así le fue.
Para reforzar la afirmación de que no fue “Borrachón” sino las cornadas sufridas den 1969 las que marcan un súbito cambio en la tauromaquia y la actitud de Manolo Martínez basta echar una ojeada a la estadística de sus percances: 76% de ellos –13 de 17– se concentran en los años que van de 1965 a 1969. Y algo fundamental: el 47% del total (8 de ellos) ocurren en el extranjero, mismos cosos de los que decidió alejarse paulatinamente –incluida Sudamérica—a partir de 1970, el año clave para entender la evolución (¿o involución?) martinista. Lo confirma que su promedio de triunfos, sin perder éstos intensidad, a partir de ahí irá descendiendo inexorablemente.
Rey de la México.
Lo que nadie podrá disputarle a Manolo es su condición de torero de la PlazaMéxico. Aunque es indudable que los Armilla, Garza, Manolete, Arruza, Procuna –los ases de la edad de oro– dejaron allí huella, por razones cronológicas no alcanzaron a tener presencia continuada en la Monumental. Y ninguna figura posterior de cuantas tuvieron ocasión de conquistar el ruedo de Insurgentes –mexicana o extranjera– lo ha hecho con la rotundidad ni ha despertado el mismo fervor que suscitó Martínez hasta convertirse, por antonomasia, en el torero de la Plaza México.
En sus 91 corridas y 4 novilladas toreadas en el monumental embudo, Manolo cobró 83 orejas y 10 rabos, cifras sin posible equiparación en la historia, a pesar de que cinco de dichos rabos hayan pertenecido a toros de obsequio, y uno más fuese simbólico tras el indulto de “Amoroso” de
Mimiahuápam (23.12.79). A cambio, sufriría tres cornadas sobre esa misma arena –incluida la gravísima de “Borrachón”— demostrativas a su vez de que ésta fue la plaza donde decidió jugar las bazas decisivas de su carrera, no por nada centro taurino del muy centralista país cuya fiesta de toros aspiró dominar por completo. Conseguido con creces tan ambicioso objetivo, dedicaría su genio artístico y vocación tiránica a acrecentar ese poder y hacerlo sentir incluso con más fuerza al margen que al interior de los ruedos. En resumen, su mando se expresó más en el manejo de los entretelones de la fiesta que en el de las embestidas, cada vez más uniformes e insulsas, de reses cuyas características fue moldeando a su voluntad y conveniencia, ya no a base de talento torero, como en los inicios de su carrera, sino mediante su influencia poderosa sobre los ganaderos mexicanos dispuesto a subirse al tren del mandón.
Ganado a modo.
Esto es básico y no admite discusión: con Martínez el toro mexicano queda reducido a su mínima expresión, al manipularse sus características tanto físicas –reducción de edad y astas– como de comportamiento –nobleza sin casta, repetitividad sin codicia, aptitud más para simplemente pasar que para realmente embestir–. Fue una labor persuasivo-imperativa, centrada en las labores de tienta y selección, cruzas y laboratorio, que, en definitiva, eliminó encastes completos en beneficio de uno solo, derivado de los edulcorados productos de la casa Llaguno.
¿Obstruccionista?
El ejercicio dictatorial del poder implica, en el toreo, la potestad de imponer ganaderías, aceptar o rechazar alternantes y, en suma, influir en la organización de las ferias y temporadas que marcan la marcha de la fiesta. Hay evidencias de vetos puntuales a ciertos toreros –El Pana, Cruz Flores, Jorge Gutiérrez cuando lo apoderaba Ricardo Torres, incluso algunos españoles, involucrados en el sabotaje allá sufrido…–, aunque también las hay de apoyo franco a otros. ¿Que esas actitudes obstruyeron el desarrollo de al menos dos generaciones de toreros en México? Sólo hasta cierto punto. Porque lo fundamental sería la invasión, por Martínez y su troupe, de plazas y ferias menores, cuya función como espacio para el cultivo y desarrollo de nuevos valores era importante. Al acaparar para sí dicho mercado, la aparición de caras y expresiones nuevas se limitó, a cambio de ofrecer a públicos sencillos la versión distorsionada de una tauromaquia presuntamente de alto nivel. Que no lo era, dado el tipo de ganado que allí lidiaban. Y en la que al lado de Martínez participaron sin reparo las figuras que le iban a la zaga.
Balance definitivo.
Con el paso del tiempo, los perfiles del pasado martinista se han ido afinando y definiendo con más claridad como para que el debate acerca de lo bueno y lo malo que Manolo pueda ceder paso a la realidad de su influencia y legado, como torero y como factótum de una larga etapa de nuestra tauromaquia. Todo eso que Manolo Martínez significó para la fiesta en México yo lo sintetizaría así: 1) Como torero, su sentido del temple y del ritmo, así como la capacidad para dotar de unidad argumentativa y creativa a su toreo lo sitúan entre los más grandes de la historia de la tauromaquia universal. En México, esto significa compartir la dimensión de los Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa “Armillita”, Lorenzo Garza, Silverio Pérez y Carlos Arruza. Y nadie más.
2) Sobre su papel como obstructor de nuevas generaciones de toreros ya está dicho cómo operó.
Habría que agregar que, pese a todo, Manolo fue coetáneo de una generación rica en diversificados valores taurinos que, en todo caso, tendrían que compartir con él la responsabilidad de acaparar plazas y ferias mayores y menores en detrimento de valores emergentes, pues lógicamente no podía prescindir de alternantes, que toreaban y aprovechaban el mismo ganado que Martínez.
3) Donde cobra un sentido realmente trágico la influencia de este enorme torero es en la reducción del toro, que se ha seguido profundizando hasta derivar en su subproducto actual, el post-toro de lidia mexicano –como lo he llamado—, un factor que pone en jaque el futuro de la fiesta en sus valores artísticos y éticos más auténticos, sin los cuales, el toreo es un muerto en pie.
Manuel Martínez Ancira murió a los 50 años de edad el 16 de agosto de 1996 en La Jolla, Estados Unidos, donde se encontraba hospitalizado en espera de un trasplante de hígado. Este día se cumple un cuarto de siglo de su sentido deceso.
Le entregó la pluma a Paco Delgado de Avance Taurino y a mi maestro Alcalino para fijar en tendido7 la nota sobre Ignacio Sánchez Mejías el polifacetico torero que murió tras la cornada de un toro de Hermanos Ayala en Manzanares donde se le rinde tributo en un bello museo con objetos , articulos, fotos y relojes ( el número de ellos fijados en las paredes esta tomado de las veces que Lorca en el poema a su amigo menciona en El Llanto por Ignacio Sánchez Mejías ) que la familia del malogrado espada ha entregado a tan noble institución en la ciudad realeña.
Ignacio Sánchez Mejías acudió a torear a Manzanares, el 11 de agosto de 1934, en sustitución de Domingo Ortega. Fue sin cuadrilla y él mismo, en el sorteo, extrajo la bola de “Granadino”, el toro que horas más tarde le daría una cornada a consecuencia de la cual falleció horas más tarde.
Apostó su vida al toreo, su gran vocación y afición, que si le compensó con creces acabó cobrándose todo lo que tenía Ignacio Sánchez Mejías ¿Todo? No. Su legado y recuerdo son imperecederos.
El 11 de agosto de 1934 Ignacio Sánchez Mejías no tendría que haber ido a torear a la plaza manchega de Manzanares. Tras haberse retirado nueve años antes, aquella temporada, como Juan Belmonte (cuyos éxitos tanto escocían a su amor propio), volvió a torear vestido de luces y toreó en Cádiz, San Sebastián, Santander, La Coruña y Murcia, satisfaciendo su ansia por torear y logrando triunfos notables en, por ejemplo, Cádiz, cortando un rabo el día de su reaparición, y en la Corrida de la Prensa de San Sebastián. Había toreado el día anterior en Huesca, donde le aplaude el poeta Jorge Guillén, y un percance automovilístico sufrido por Domingo Ortega hizo que le llamasen para sustituirle aquel día de verano en la localidad ciudarealeña. Y allí se presentó, para torear junto al rejoneador portugués Simao Da Veiga y sus colegas Fermín Espinosa “Armillita” y Alfredo Corro- chano. Acudió con urgencia desde Madrid, sin su cuadrilla, y se alojó en el hotel de Manzanares, en la habitación número 13. También fue personalmente al sorteo, al rechazar el ofrecimiento que le hicieron los banderilleros de las otras cuadrillas de acudir ellos: “Voy por primera vez en mi vida de torero a probar fortuna”. Y sacó una pequeña bola de papel donde figuraba escrito el nombre del toro “Granadino”, de Hermanos Ayala, manso y astifino que pasaría a la historia al acabar con la vida del torero sevillano.
Como en él era habitual, tras banderillear -popularizó el llamado par de la mariposa- comenzó su faena sentado en el estribo, y al levantarse para llevarse el toro a los medios, fue prendido en el muslo, sufriendo una grave cornada en la ingle derecha. Corrochano fue al quite y contaba que cuando le vio ya iba muerto.
Tras la primera cura en la enfermería de la plaza se negó a que le intervi- nieran los cirujanos de Manzanares, a cuyo frente estaba el médico local Fidel Cascón Arroyo.
Quiso que le llevaran a Madrid. Se le trasladó a un sanatorio de la capital pero de nada sirvió la transfusión a la que se prestó Pepe Bienvenida. Sobrevino la gangrena y con ella, el día 13 de agosto, la muerte. El cadáver fue conducido a Sevilla, siendo enterrado en la sepultura de su cuñado Joselito, sobre cuyo cadáver lloró en Talavera tras haber dado muerte a Bailaor, y en cuyo mausoleo sevillano, obra de Mariano Benlliure, figura portando el féretro de Gallito.
Cansado de vivir y de ver mundo, reapareció para morir en los pitones de un toro. No concebía otro tipo de muerte, y tuvo la que él quiso, ha es- crito sobre el particular Domingo Delgado de la Cámara en su obra Revi- sión del toreo.
Federico García Lorca, a quien tanto protegió, le dedicó su elegía más fa- mosa, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, escrito con motivo de su trá- gica muerte y editado un año después por José Bergamín en Cruz y raya e ilustrado por José Caballero.
Torero hecho a golpes de adversidades, de cornadas graves, ahí residió la clave de su triunfo: el éxito de su toreo no se basó en su técnica o en su es- tilo, y menos compitiendo con los considerados como mejores toreros de la historia, como fueron Joselito y Belmonte, sino sobre todo por sus alar- des temerarios.
Fue Sánchez Mejías, según Curro Meloja, “Torero valiente y original escritor, ejemplo vivo de voluntad ante la vida y de pundonor ante los toros”.
Para Néstor Luján fue sin igual como torero y como hombre: “Era un caso patológico de valor, como su cuñado Rafael el Gallo lo era del miedo. Fue Ignacio, el bien nacido, según le llamó su amigo García Lorca, un torero más bien basto, de gesto dionisíaco y de una temeridad desmandada, valeroso e impulsivo, y flojo como estoqueador, si bien se aplicó con su habitual bravura a conseguir buenas estocadas y llegó a matar algunos toros excelentemente. Como banderillero fue muy bueno,
de los mejores de su época. Se metía en terreno peligroso, en el más asus- tante, y allí banderilleaba furiosamente, con una fuerza desquiciada y trá- gica. No fue un torero excepcional, pero tuvo una personalidad tan
Federico García Lorca, amigo y protegido suyo, inmortalizo su figura con su más famosa elegía:
A las cinco de la tarde. Eran las cinco en punto de la
tarde.
Un niño trajo la blanca sábanaa las cinco de la tarde. Una espuerta de cal ya prevenida a las cinco de la tarde. Lo demás era muerte y sólo
muerte a las cinco de la tarde.
Nacido en Sevilla, el 6 de junio de 1891, en el seno de una familia acomodada, su padre, médico cirujano de la Beneficencia Municipal de Sevilla, quiso que siguiese sus pasos, pero su afán aventurero, que le llevó a fugarse de casa siendo apenas un niño, le hizo abrazar finalmente la profesión taurina.
Formó parte de la cuadrilla de Fermín Muñoz, Corchaíto, Coche- rito de Bilbao y de Rafael González Madrid “Machaquito”, pa- sando luego a torear a las órdenes de José Gómez “Gallito”, su amigo de la infancia, con el que había emparentado en 1915 al casarse con Dolores, hermana del torero de Gelves, con quien fue en su cuadrilla durante tres años en los que adquirió la técnica y conocimientos precisos para subir de categoría, convirtiéndose en matador de toros el 16 de marzo de 1919 en Barcelona. Joselito fue, naturalmente, el padrino, cediéndole la muerte del toro el toro “Buñolero” de Vicente Martínez, y Belmonte el testigo, confirmando el 5 de abril de 1920, con los mismos acompañantes más Varelito, que completó aquel cartel de cuatro matadores y también con toros de Vicente Martínez.
Con treinta y ocho años de edad acabó los estudios, examinándose, dicen, en una sola jornada de todas las asignaturas que le faltaban. Fue amigo de poetas y escritores, siendo mecenas de la llamada Generación del 27, nombrada así por iniciativa de Sánchez Mejías para conmemorar el 300 aniversario de la muerte de Góngora.
Influido por estas amistades hizo sus pinitos como autor teatral y estrenó dos comedias con influencias de Sigmund Freud y Luigi Pirandello, Sinrazón y Zaya, y dejó escritas otras dos más que nunca fueron representadas, Ni más ni menos y Soledad, aunque sí fueron editadas posteriormente en la Colección Austral. En 1929, viajó a Nueva York,coincidiendo con La Argentinita, con quien se dice que tuvo una ardiente relación, y Federico García Lorca, planeando las armonizaciones de canciones populares es- pañolas que hizo Federico y cantó Encarna López Júlvez “La Argentinita”. El espectáculo se acabó llamando Las calles de Cádiz, con texto de Jiménez Chávarri (seudónimo del propio Sánchez Mejías) y música de Falla. Se estrenó en junio de 1933 en Cádiz, en el Homenaje a Manuel de Falla, con la Orquesta Bética de Cámara. El espectáculo se repitió, días después, en el Teatro Español de Madrid, con enorme éxito.
Fue, desde luego, un personaje excepcional y de una personalidad extraordinaria.
ALCALINO RECUERDA MOMENTOS DE SANCHEZ MEJIAS EN MEXICO
Cuando decidió hacerse matador, había debutado como peón en Morelia, y regresó a España colocado en la cuadrilla de Fermín Muñoz “Corchaíto”, no dudó en cambiar capote y banderillas por muleta y estoque.
Ni paró hasta verse doctorado por su cuñado Joselito (Barcelona, 16.03.19) aunque contara ya 28 años, y casi 29 la tarde en que el propio “Gallito” lo confirmó en Madrid (05.04.20).
Con Ignacio Sánchez Mejías alternaba José el día de su trágico encuentro con “Bailaor” (Talavera, 16.05.20): a ese nivel se había propuesto estar Ignacio Sánchez Mejías y poco tardó en codearse con Joselito y Belmonte.
Fiel a sí mismo, al retornar a México, en el invierno de 1920-21, compartía cartel con Gaona a pesar del abismo de calidad existente entre sus toscas y arriesgadas maneras y al arte maduro y quintaesenciado de Rodolfo.
Para salvar la distancia aceitó convenientemente a la prensa adversa al Indio, y acertó a convencer a fuerza de brutales alardes de valentía a una importante fracción del tendido de sombra, que acabaría por constituirse en Contraporra, opuesta a la Porra gaonista.
Las habilidades de Ignacio Sánchez Mejías trascendieron con mucho el círculo cerrado del redondel.
Lo mismo podía hacer de gentleman que de Casanova, de deportista que de mecenas. Rico y acaso aburrido de jugarse la vida tarde a tarde, se cortó la coleta a principios de 1927, de regreso de una última campaña mexicana.
Trágica resolución. En 1934 dos veteranos ilustres, Rafael Gómez “El Gallo” y Juan Belmonte, decidieron volver a vestirse de luces.
Fue como una llamada secreta para Ignacio Sánchez Mejías, quien, sin embargo, sufrió para eliminar el exceso de peso y sólo consiguió reaparecer con la temporada ya avanzada, el 5 de julio, en Cádiz.
Durante varios años se realizó en Bogotá el Festival de Verano en La Santamaría , se dieron corridas de toros y novilladas sin costo para el aficionado pero las dos últimas administraciones cerraron sin explicaciones la posibilidad de hacerlo.
Pero de otra parte la dirección del IDRD no ha abierto la licitación para el operador de cara a la temporada de las corridas de toros del 2022. Y no es graciosa concesión sino una obligación del Instituto que no puede eludir MAS ALLÁ DE QUE A LA ALCALDESA Y A MUCHOS DE SUS FUNCIONARIOS no les guste la tauromaquia. No es cuestión de gustos pues los servidores del Estado están para cumplir la Ley y no para imponer su manera de ver el mundo asi como los taurinos no buscamos imponerle a nadie que vaya a estos festejos y puedan mantener sus posiciones, defendarlas civilizadamente y no con golpizas como hicieron en la reapertura de la plaza de Bogotá los vandalos aquella nefanda tarde.
Me he permitido mediante tutela solicitar a la dirección del IDRD nos dé una respuesta sobre el manejo de la plaza que no es propiedad de una pasajera adminsitración sino de todos los ciudadanos y por eso el coso bogotano ha sido escenario de combates de boxeo, obras de teatro, carnaval en el hielo, conciertos, partidos de tennis, de basket, , manifestaciones de los partidos políticos. Y recordar que fue un adelantado, don Ignacio Sanz de Santamaria que con sus recursos levantó ese monumento cultural de la ciudad de estilo neo mudéjar y que avatares del tsunami por la caida de los valors y acciones del 29 del siglo pasado de la Bolsa de Nueva York desató una profunda crisis en las economías latinoamericanas y don Ignacio perdió el inmueble que pasó al entonces municipio de Bogotá.
En ese festival de verano se formaron varios novilleros que hoy son toreros y los aficionados concurrian sin pagar un centavo…Añoro que hoy justo en una nuevo aniversario de la fundación de Bogotá no podamos asistir a los toros.
Fue en Sogamoso con toros de Guachicono en un festejo en el que Guerrita y Juan Rafael ejercieron de padrino y testigo.
Por eso David Martinez celebrará esa efemérides con la lidia de tres entipados toros de Achury ( procedencia Conde de la Corte ) y estará acompañado en ese festival por tres novilleros , Mateo Gómez, Cristian Gómez y Anderson Sánchez, los dos últimos de Lenguazaque.
Ese día taurino comenzará con un almuerzo y el valor del bono es de 80 mil pesos. Se refirá un juego completo de trastos de torear a quien adquiera el bono.
David se h a ganado un sistio entre la toreria nacional ym ha podido torear en el Perú abriendo nuevos caminos.
Se cumplen dos años del fallecimiento del picador cordobés Anderson Murillo hermano de Melanio otro varilarguero mitico que mucho tiene que ver en la carrera del maestro Pepe Cáceres.
Para la historia quedó el tercio de varas que protagonizó en 2001 con el toro «Bodegón» de Victorino Martín en Las Ventas.
Terminó dando la vuelta al ruedo acompañando a Luis Francisco Esplá.
Fue a las órdenes de Luis Francisco Esplá, el 9 de junio de 2001, con el toro Bodegón, cuando Murillo protagonizó un antológico tercio de varas que puso los tendidos de Las Ventas en pie y, no solo le obligaron a saludar con el castoreño, sino que después de su lidia, el maestro alicantino le sacó nuevamente para que le acompañara en una clamorosa e histórica vuelta al ruedo.
Este fue, sin duda, el episodio más relevante de una trayectoria brillante como picador, que tuvo también momentos importantes durante los años que estuvo en la cuadrilla del maestdro César Rincón, compartiendo con él sus años de esplendor, aquellos que le pusieron en la cúspide del toreo, desde 1991 cuando abrió las cuatro Puertas Grandes en Madrid hasta su primera retirada en 1999.
Cartel de «No hay boletas» en Alicante en 1971 y cartel de ídem hoy, fecha en que se cumplen 50 años de la alternativa de José María Manzanares.
En el coso de la ciudad mediterránea se respiraba aquella tarde un ambiente de lujo. Tanta era la expectación en la segunda corrida de la Feria de San Juan que había equipos de televisión de siete países, según contaba el ABC al día siguiente. «Luis Miguel Dominguín reaparecía en la Península, actuando con El Viti y José María Manzanares, que tomaba la alternativa, con toros de Atanasio Fernández, mansos y huidos, y el tercero, quinto y sexto, ilidiables».
Esta tarde se realizará la corrida -homenaje al maestro en la que interviene su hijo, José María
En el ejemplar de la ceremonia Manzanares en ese 1971 formó un auténtico lío y cortó las dos orejas y el rabo, mientras que el último fue el más difícil del sexteto y el torero «dio la vuelta al ruedo a hombros, en uninó de Dominguín, saliendo así los dos por la puerta grande». Luis Miguel también logró los máximos trofeos en su primero y otra oreja con petición de la segunda en el cuarto. El testigo, Santiago Martín «El Viti», dio una vuelta al ruedo tras aviso en el tercero y paseó una oreja en el quinto.
Aquella fecha hubo festejos en otras muchas plazas. En León salió por la puerta grande El Puno, que compartió terna con Diego Puerta y El Cordobés, quienes cortaron una oreja. En Badajoz fue Dámaso González el triunfador, mientras que en Barcelona se embolsó un trofeo en cada toro Jerezano. En la novillaa de Juan Gallardo Santos de Algeciras, José Luis Galloso arrasó con tres orejas y un rabo.
También un 24 de junio (de 2003) se doctoró en Alicante José María Manzanares hijo, que también conquistó un rabo en su emotiva alternativa, de manos de Ponce y en presencia de Rivera Ordóñez y de su padre (de paisano). Se agotaron las entradas, como este viernes, cuando comparte paseíllo con José Tomás, en su regreso a la Feria de Hogueras -que ha revolucionado la ciudad, con un impacto económico de más de och
Es el día especial en que recordamos a Carlos Gardel. Una vez mas, la fecha encuentra nuestro mundo en una situación complicada. Hay esperanza, es cierto, pero todavía falta.
Por cierto, el cantor interpretó pasodobles y están las grabaciones en esos viejos vinilos. Y existe una versión maravillosa de Valencia del maestro Padilla y En un Pueblito Español
Un fragmento de VALENCIA
Valencia Es la tierra de las flores de la luz y del amor Valencia Tus mujeres todas tienen de las rosas el color
Valencia Al sentir como perfuma en tus huertas el azahar Quisiera En la huerta valenciana mis amores encontrar
La blanca barraca, la flor del naranjo Las huertas floridas, almendros en flor El Turia de plata, el cielo turquesa El sol valenciano que van diciendo amor
Charles Romuald Gardès; Toulouse, Francia, 1890 – Medellín, 1935) Cantante, compositor y actor argentino de origen francés o tal vez uruguayo; según esta segunda hipótesis, habría nacido en 1887 en Tacuarembó. A finales de la década de 1920, la identificación de Gardel con el tango era ya un fenómeno de ámbito universal. Desde entonces nunca ha dejado de reconocerse su papel esencial en el desarrollo y difusión del tango y su condición de mejor intérprete de la historia del género.
Carlos Gardel
Como suele suceder con las figuras de tan enorme dimensión popular, la biografía del «zorzal criollo» está teñida de leyendas, y su fama póstuma apenas ha menguado con el paso de las décadas. Durante muchos años fue habitual ver cómo mucha gente peregrinaba hasta la tumba de Carlos Gardel para pedirle salud y trabajo; en Argentina, la expresión «es Gardel» equivale a «es incomparable».
Carlos Gardel tuvo esa infancia castigada por la adversidad que parece caracterizar a todo héroe arrabalero y triunfador. Su madre, Bèrthe Gardès, nunca llegó a saber con exactitud quién era el padre de aquel hijo nacido el 11 de diciembre de 1890 en el hospital de La Grave (Toulouse) y bautizado con el nombre de Charles Romualdo, si bien una parte importante de los estudiosos sostiene que los datos anteriores son una fabulación encaminada a ocultar su condición de hijo ilegítimo de Carlos Escayola y María Lelia Oliva, y que en realidad nació el 11 de diciembre de 1887 en Tacuarembó (Uruguay).
Más tarde, en los suburbios de la ciudad de Buenos Aires, adonde Bèrthe Gardès huyó en busca de unas migajas de fortuna cuando Gardel aún no había cumplido los tres años, se resignó a ver cómo su vástago o su hijo adoptivo correteaba entre las casuchas de Retiro, Montserrat o Los Corrales, y se buscaba la vida pateando calles destartaladas y sucias, creciendo con resentimiento, congoja e inseguridad.
Charles se convertirá pronto en Carlitos, un muchacho despierto, simpaticón e irascible cuya única ansia consiste en alcanzar el lujo de los ricos y ganar montañas de dinero. Con dieciocho años desempeña toda clase de pequeños trabajos y ya deja oír su aterciopelada voz en esquinas, reuniones familiares y garitos. Detesta el trabajo duro, rinde culto al coraje, santifica la lealtad a los amigos y se esfuerza por imitar a los adinerados acicalándose con un esmero narcisista y casi femenino.
Por aquel entonces, ese «pensamiento triste que se baila» de incierto origen, llamado tango, comenzaba a hacer furor en París. Sus intérpretes más destacados viajaban al continente y regresaban con los bolsillos a rebosar. Carlos, a quien le gusta el canto casi tanto como la «guita», cambia la s final de su apellido por una l y prueba fortuna en algunos cafés de los barrios periféricos bonaerenses, en los que se presenta con el sobrenombre de «El Morocho»; ante la sorpresa de propios y extraños, manifiesta una aguda sensibilidad y un temperamento artístico completamente original.
Su interés y sus aptitudes lo inclinan hacia el tango canción o tango con letra, escasamente cultivado hasta ese momento. En efecto, el tango estaba por entonces culminando su proceso evolutivo que lo había llevado de ser una música alegre (en compás de dos por cuatro y de origen posiblemente cubano) que se bailaba de forma un tanto procaz en las fiestas de las clases populares de Buenos Aires, a convertirse en un lamento cantado, una música nostálgica y desgarrada que los porteños acomodados habían aprendido a admirar y a bailar y que Gardel estaba destinado a dar a conocer en todo el mundo.
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