Situado al centro del llamado triángulo del flamenco –cuyos vértices son Ronda, Triana y
Cádiz según los flamencólogos–, Jerez de la Frontera bien puede considerarse un espacio
aparte dentro de la de por sí ubérrima tierra andaluza. En su territorio se dan con
generosidad la vid y el olivo, pero también una convivencia antigua y milagrosamente
armónica entre las poblaciones morisca y gitana y los amos de los cortijos y el dinero. La
cría caballar es allí milenaria, y los vinos y licores de la tierra ofrecen un aroma y buqué
tan exclusivos que algunas de las firmas modernas de más prestigio siguen en manos de
descendientes de las familias inglesas (Byass, Garvey, Osborne) y francesas (Domecq) que
hace más de dos siglos se establecieron en Jerez sin otra finalidad que su desarrollo
extensivo con fines comerciales. Hoy, a lo que en cualquier sitio ajeno y pretendidamente
cosmopolita se denomina con la voz inglesa sherry, los conocedores le siguen llamando
jerez, amén de extender su veneración a caldos como la manzanilla, el macharnudo o el
fino, otras de las exclusivas delicias enológicas de esta tierra sin par.
Taurinamente hablando, Jerez celebra dos ferias de mucha solera: la del caballo, a
principios de mayo, y la septembrina, en el marco de la vendimia de la uva y sus
derivados; a esta última correspondía la corrida concurso de ganaderías, tema del
presente cartel.
Campo, caballo y toro… ¿y toreros? Como el caballo de raza, el toro de lidia también
sentó sus reales en Jerez de la Frontera. Actualmente, la élite del campo bravo es en
buena parte jerezana, y encastes tan preclaros como los Núñez, los Domecq, los
Bohórquez o los Osborne, así como la mayoría de sus variados ramales y derivaciones,
nacen y pacen en su fértil campiña.
Extrañamente, los diestros jerezanos con real peso específico han sido escasos, por más
que José Lara “Chicorro”, de modesta trayectoria, haya cortado la primera oreja que se
otorgó en Madrid (29.10.1876), en tanto su sobrino Manuel Lara “Jerezano”, tan
insignificante como el tío, alcanzaba el honor de apadrinar la alternativa de Rodolfo Gaona
en Tetuán de las Victorias (31.05.1908), antes de irse a morir al puerto mexicano de
Veracruz como consecuencia de una cogida (06.10.1912). En mera promesa quedó Juan
Luis de la Rosa, que causara furor de becerrista a fginales de la segunda década del siglo
XX, y tampoco rebasaron la medianía matadores como Juan Antonio Romero, por los años
50, e infinidad de novilleros que habiendo apuntao el cante quedaron en agua de borrajas.
Contemporáneamente, los dos jerezanos de mayor fama, pese a sus contrastantes estilos,
han sido el hondo artista gitano Rafael de Paula y el arrojado pirata Juan José Padilla.
11 de septiembre de 1965. El coso se llenó y no era para menos: alternaban mano a mano
los Antonios Bienvenida y Ordóñez –casi nada, casi nadie—y pugnaban por el catavino de
oro seis criadores de alto bordo, entre ellos el mismísimo maestro de Ronda, cuyo
ejemplar iba a lidiar en quinto turno el hijo del Papa Negro. Más no se podía pedir.
“Cubanosito”, indultado. Antonio Bienvenida contendió en primer lugar con “Clavelero”,
de Atanasio Fernández, luego con “Sentenciado”, de Fermín Bohórquez y por último –no
hay quinto malo– con “Cubanosito”, de Antonio Ordóñez. Y fue con éste, que se
adjudicaría el premio del concurso de ganaderías, con el que el veterano triunfó en toda la
línea. Seis veces acometió a los caballos “Cubanosito”, a cambio de cuatro puyazos
recargando con gran estilo y dos más en los que el piquero aplicó el otro extremo del palo
–licencia sólo admisible en corridas de concurso–. Tras semejante prueba de resistencia,
el corpulento y badanudo astado llegó algo flojo de remos al tercio final, obligando a
Bienvenida a extremar el temple para mantener en pie la suave y repetitiva nobleza del
bragado criado en su finca “Valcargado” por el otro espada del cartel. De ese modo, el hijo
del Papa Negro pudo ligar una faena de corte clásico sobre ambos pitones, a base de
tandas cortas cumplida y toreramente rematadas. El tiempo transcurría, toro y torero más
entregados cada vez y la plaza en vilo, de modo que a nadie extrañó que se fuera
extendiendo la petición de indultar a “Cubanosito”, solicitud que la presidencia no tardó
en atender. Y con dos orejas traídas del destazadero, Antonio Bienvenida recorrió el anillo
entre aclamaciones; en una de las vueltas se hizo acompañar por el mayoral de la
ganadería de Antonio Ordóñez, triunfador absoluto del día en su doble condición de
torero y criador.
Seis orejas para el de Ronda. Sin duda, los seis señores del campo bravo andaluz y
salmantino convocados se esmeraron en la elección del ejemplar correspondiente, pues
sólo así se explica la elevada calidad del ganado que en tan feliz ocasión se lidió. Antonio
Ordóñez contendió con “Granjito”, de Antonio Pérez Tabernero, “Cumbreño”, de Carlos
Núñez, y “Gallineto”, del Marqués de Domecq. Sería difícil señalar en cuál de las tres
faenas rayó el rondeño a mayor altura porque tuvo una tarde inconmensurable. Había
reaparecido ese año, luego de dos temporadas alejado de la profesión, y para septiembre
tenía ya suficientes corridas en el cuerpo como para situarse en la cumbre de la madurez
artística y del dominio más magistral sobre los bureles.
Tarde histórica la suya, en la que incluso se dejó coger por su primero de tan confiado y
entregado como estaba; fue en el último tiempo de un derechazo que “Granjito” se
revolvió de súbito a favor de su querencia hacia las afueras y prendió espectacular y
peligrosamente al maestro de Ronda, que lejos de amilanarse volvió a requerir el rojo
engaño para redondear una faena de escándalo. Ni mejor ni peor, tan solo sutilmente
distinta, de las que vendrían después. Y como estuvo certero con la espada, a sus tres
toros les cortó las orejas con sendas peticiones de rabo no atendidas por la presidencia.
Tal vez porque reducir a los trofeos usuales tres obras de arte habría sido caer en la
vulgaridad.
En cualquier caso, fue una corrida absolutamente memorable, en que dos enormes y
veteranos artistas ofrecieron una de las tardes cimeras de sus respectivas trayectorias.
Reparto de premios. Al final, la decisión del jurado designado para discernir las preseas en
disputa fue salomónica: para Antonio Ordóñez fueron el catavino de plata por el conjunto
de su actuación, y el catavino de oro reservado al toro mejor lidiado, así como el toro de
oro adjudicado al ganadero triunfador. Por su parte, Antonio Bienvenida se hizo acreedor
a la oreja de oro en recompensa a la mejor faena.
Difícilmente habrá vivido Jerez, suprema catadora de toreo, jornada más feliz que ésta del
sábado 11 de septiembre de 1965. Y para un Antonio Ordóñez en plena posesión de su
arte armonioso y puro, perfecto de equilibrio y expresión, y además ganadero de tronío,
acaso haya sido la ocasión más soñada de su vida.
ANTONIO BIENVENIDA derrochó clase y maestría con “CUBANOSITO”, el vencedor del certamen ganadero, finalmente