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Murió Juan Carlos Beca, nieto de Juan Belmonte

El torero y empresario, nieto del mítico diestro Juan Belmonte, alcanzó cierta notoriedad por su matrimonio con Belén Ordóñez, hija del maestro rondeño que le otorgó la alternativa en 1968.

Nos informa Alvaro Rodríguez del Moral :

El matador de toros y empresario Juan Carlos Beca Belmonte ha fallecido este sábado en una clínica madrileña a la edad de 76 años víctima de una larga enfermedad que no ha podido superar según han confirmado a EFE fuentes muy cercanas a la familia. Beca Belmonte, que nació en Sanlúcar de Barrameda, era nieto del mítico diestro trianero Juan Belmonte y estuvo casado con Belén Ordóñez, hija del torero rondeño Antonio Ordóñez lo que le otorgó cierta fama mediática a mediados de la década de los 70 del pasado siglo.

BECA ERA EL HOMBRE DE CONFIANZA DEL TORERO DE BARBATE CUANDO LLEGÓ LA TRAGEDIA DE POZOBLANCO EL 26 DE SEPTIEMBRE DE 1984.

El diestro fallecido, venciendo la resistencia familiar, logró iniciarse en el toreo hasta presentarse en público en el coso alicantino de Ondara el 10 de julio de 1966. El debut con picadores llegaría al año siguiente, el día 10 de marzo, en la plaza de Valencia alternando con Fernando Tortosa y Adolfo Rojas en la lidia de novillos de Branco Nuncio. Sin solución de continuidad, la alternativa se produjo en Santander el 26 de agosto de 1968. El padrino de la ceremonia sería su futuro suegro, Antonio Ordóñez, que le cedió un toro de Urquijo en presencia de Miguel Mateo Miguelín. Menos de un año más tarde, el 14 de mayo del 69, confirmaría su doctorado en Las Ventas de manos de Antoñete con José Fuentes de testigo en la lidia de una corrida de Moreno Yangüe.

Su trayectoria en los ruedos fue declinante y su retirada, sin ser anunciada, era un hecho a mediados de la década de los 70, contrayendo matrimonio con Belén Ordóñez a comienzos de 1975 lo que le confirió una añadida notoriedad pública completada con el matrimonio de Carmen Ordóñez, hermana de Belén, con el diestro Francisco Rivera ‘Paquirri’, máxima figura del momento hasta comienzos de los 80. Esos lazos matrimoniales le hicieron estrechar su relación con Paquirri, del que era hombre de confianza en la temporada de 1984, la última de la vida del diestro de Barbate al que acompañó en la trágica tarde de Pozoblanco en la que fue mortalmente herido por el toro Avispado del hierro de Sayalero y Bandrés en una jornada que permanece grabada en la memoria doméstica de toda una generación.

Beca Belmonte, que descendía por la parte paterna de una familia vinculada al cultivo del arroz en las antiguas marismas del Guadalquivir, rehízo su vida después de divorciarse de Belén Ordóñez, fallecida en 2012, yorientó su vida a labores empresariales sin desvincularse nunca del mundo del toro aunque siempre rehuyó cualquier notoriedad pública.

Presentan libro sobre Manuel Chaves Nogales que dejó la más bella 0bra literaria sobre Juan Belmonte

«Los últimos años de vida en el exilio de Manuel Chaves Nogales (Sevilla, 1897-Londres, 1944) son, fundamentalmente por razones de índole histórica, una de las partes esenciales de su biografía. Sin embargo, a lo largo de estas décadas de revitalización de su legado periodístico ha habido cierta tendencia a despacharlos con ligereza y poco rigor. La mayor parte de la investigación sobre su labor se ha centrado, en realidad, en su etapa española, pues había documentación suficiente en las hemerotecas para antologar y reconstruir las décadas de su primera juventud. No era complicado acceder a sus obras, se vendían en la España de los setenta y los ochenta a precios muy económicos en librerías de segunda mano y de viejo. Contábamos, por tanto, con un nutrido conjunto de fuentes para poner en pie su trayectoria durante buena parte de su vida. Los testimonios generosos de su hija mayor, Pilar Chaves (1920-2021), permitieron conocer en detalle sus andanzas justo hasta su destino final, Londres, 1940-1944, periodo del que poco y mal se sabe.

A partir de la etapa en París, las páginas dedicadas a la vida del periodista en el extranjero comienzan a ser menos abundantes y, sobre todo, más generales y especulativas.

Manuel Chaves, un extraordinario periodista nos legó el más bello fresco sobre uno de los grandes de la tauromaquia del siglo XX, don Juan Belmonte.

Juan Belmonte, matador de toros es la mejor biografía escrita en España durante el siglo XX. Escrita por el gran periodista sevillano Manuel Chaves Nogales y publicada por entregas en la revista Estampa en 1934, esta admiradísima biografía novelada no ha perdido ni un ápice de su frescura y de su fuerza originales. Toda la vida del torero desfila por estas páginas contada por él mismo: su infancia en los barrios sevillanos de Macarena y Triana, sus sueños adolescentes, sus triunfos y sus fracasos, la tristeza y la miseria de las capeas en los pueblos de Andalucía y Castilla, el pintoresquismo de los círculos taurinos y literarios del Madrid de los años veinte, los grandes viajes a América… Juan Belmonte, matador de toros es el testimonio agudísimo y fiel de una época, un verdadero trozo de vida fruto del encuentro entre Belmonte, y uno de los mejores periodistas españoles de la época, que pocos meses antes había publicado otra obra maestra, El maestro Juan Martínez que estaba allí.

Si Pilar Chaves nos permitió tener acceso a la vida que llevó su padre durante su periodo galo, todo lo que sucedió después se ha venido justificando hasta ahora a partir de conjeturas y testimonios parciales, fruto de conversaciones con un escaso número de personas de un círculo pequeño e insuficiente. Todo ello ha acabado por comprometer el rigor de la investigación en torno a su figura y su legado en esta última etapa, dejándonos con enormes lagunas en parcelas fundamentales de su obra durante los últimos años y, por qué no decirlo, con un buen número de disparates.

📖Fragmento del prefacio de ‘Manuel Chaves Nogales. Los años perdidos’, de Yolanda Morató que aparece en esta imagen

Morante parte la historia del toreo y evoca las glorias : De Pedro Romero a Joselito y Belmonte, de Chicuelo a Curro Romero

El toreo es una larga historia de arte, belleza, valor , paciencia, grandeza, espiritualidad en la que un torero es capaz de entender los misterios del toro de lidia que deviene de los Urales, penetra al mediterráneo y por la vía de la colonización ( no de la imposición pues ese crisol de emociones o se percibe, como un poema de Lorca, o no se entiende o se rechaza como es el caso de los mal llamados animalistas que persisten en llamarnos torturadores ) nos llega a América.

JOSÉ LEÓN,POETA, DESCRIBE ASI LO QUE SE VIVIÓ EN LA MAESTRANZA

«Morante, punto y aparte»

Morante lleva en su alma

el capricho de los duendes

que pasean por la plaza-

La bohemia de los ruedos,

es habano que al dar fuego

embriaga de incienso el alma.

Es un cristo del toreo

con un costado que mana

gracia pura sevillana

a ese río cascabelero

que da compás por Triana

y lo suelta por su pueblo.

Es un corpus de romeros,

cinco zahones de nácar

que a un faraón marismeño

le cantan por sevillanas.

Es la verónica santa

donde el toro de los sueños,

en su vuelo es más pastueño

acunando a la templanza.

Pues morante es la balanza

junto a sus dos condimentos,

valor de torear lento

y en la arena se afianza

abandonando su cuerpo.

No es un baile, es un lamento,

pura manzanilla en rama,

que por sus poros derrama

huyendo de lo perfecto.

Es aroma y es fragancia

en el paseo la elegancia,

que se viste de torero

la gracia de cuerpo entero

lo mismo que la Giralda

si luciera de oro un terno.

Morante, punto y aparte.

Su capa sabe a romero

a yunque de fragüeros

y a tonás de cante grande

de los puyas heredero

más hondo que pinturero

cuando en él aflora el arte.

Cintura de caramelo,

giraldillas de chicuelos,

un amarte y un dejarte

cuando se oscurece el cielo,

cuesta arriba de la tarde

es amor y desamor

cuando el genio de La Puebla

le dice a un toro que no.

Un quejío de mimbre y sal,

su lance es un desperezo

de un perezoso genial.

Capote de vueltas verdes,

como la mata que crece

en el inmenso arrozal

¿Y quién es este Morante,

de la pureza estandarte

y su muleta es mantilla

que se la robó una torre

pa lucirla por Sevilla?

Ay, príncipe de azabache,

que la marisma te acuna,

enamorá de tu arte

la muerte se hace dulzura

contigo, Morante”

-José León-

El poeta JoséLeón dedica este emotivo poema a su buen amigo MorantedeLaPuebla, que hizo historia en Sevilla al cortar dos orejas y rabo.

Morante ha esculpido una obra incomparable, de trazos vertiginosamente maravillosos, de una hondura inmensa desde el capote hasta la suerte suprema. Ya se sabe que hay reglas, normas, maneras para justipreciar una faena pero el arte las quiebra como una Obra de Bernini o del Dante, de Alberti o de Sarasate. En el caso de Morante fue un derroche de imaginación, de portento del cuerpo acompasando el latido del corazón con la bravura del toro de Domingo Hernández, que como pedía Belmonte, estaba abandonado a la embriaguez de las verónicas, de las tafalleras, de las gaoneras para poner en evidencia el mestizaje con ese acento mexicano la universalidad de este arte incomparable , de esos naturales largos, macizos, y las trincherillas de cartel.

Esa Obra del hijo de Puebla del Río rompe todos los esquemas, se encumbra al olimpo y un hombre ungido por los dioses que le entregan el fuego, hace posible que también nosotros, como espectadores, nos elevemos a ese olimpo.

En la penúltima presentación los devotos le dieron la espalda, casi llegaron al escarnio, y hoy se rinden a su magisterio. Morante es de otro tiempo y su faena queda como espejo de grandeza

MORANTE , REUNIDO AL TERMINO DEL FESTEJO ENTRE OTROS CON DIEGO RAMOS, EL PRIMERO POR LA IZQUIERDA

Rafael Peralta nos cuenta de los rabos cortados en Sevilla a propósito del último cortado por Morante


Otros rabos en Sevilla Juan Belmonte, El Algabeño, Pascual Márquez -Pepe Bienvenida 9-4-39 Escudero Calvo -Gitanillo de Triana 8-6-39 Escudero Calvo -Domingo Ortega 12-10-42 Juan Pedro Domecq -Armillita 3-6- 45 González Martín -Rafael Ortega 12-10-52 Guardiola y 20-4-54 E. Miura

Como dato curioso. El 18 de octubre de 1936, en una corrida homenaje al Ejército Nacional a la que asistió el general Queipo de Llano, se cortaron hasta cuatro rabos por Juan Belmonte, Manuel Bienvenida, Domingo Ortega y Pascual Márquez. También Marcial Lalanda consiguió un rabo.

El 1 de Mayo de 1919, Juan Belmonte cortó el primer Rabo concedido en la Plaza de Toros de la Real Maestranza de Sevilla a un toro de Concha y Sierra. «El Pasmo de Triana» pasará a la historia como el torero con más rabos cortados en Sevilla hasta el día de hoy.

Rabos concedidos en la Real Maestranza de Sevilla. Novilleros con picadores, S XX: Luis Mata, Pepe Luis Vázquez , Ramón Ortega, El Andaluz (2 veces, 1940), Manolo Martín Vázquez (2 veces, 1941), Pepín Martín Vázquez, Cayetano Ordóñez y Antonio Cobo.

1,136

Festivales (1) Rafael Ortega “Gallito” 1942 Alvaro Domecq y Díez (rejoneador) 1945 Carlos Arruza 1945 Antonio Bienvenida 46 Manolo González 48 Juan de Dios Pareja-Obregón 49, Luis Miguel Dominguín 50 Manolo González 50 Salvador Távora (novillero) 1952

Belmonte, Joselito, Gaona, España y América en la pluma de Alcalino.

Cuando se pone al siglo como parámetro de la historia se da por sentada cierta liberalidad en el uso del concepto, sin buscar un ajuste a cien años exactos sino tan solo su aproximación. Baste recordar que, para la historiografía, el siglo XVI comienza en 1492, con la llegada de Cristóbal Colón a lo que se conocería después como continente americano; o que, bajo parecido criterio, el siglo XX no habría comenzado sino cuando estalló la I Guerra Mundial, en 1914, para concluir prematuramente con la caída del Muro de Berlín. 


Y hay un Siglo de Oro de la literatura en castellano –fechado entre 1550 y 1650– y también, a propósito de la Grecia clásica, un Siglo de Pericles, relacionado con el esplendor político y social del estado ateniense durante el s. V previo a nuestra era. Por citar algunos casos.


El Siglo de Oro del Toreo}


Se habla mucho en España de la edad de oro del toreo, y México tuvo también su propia época de oro. Pero si extendemos la vista a un horizonte más vasto, es perfectamente verificable la existencia de un Siglo de Oro en versión taurina. Digamos que rompe con la aparición en los ruedos de Juan Belmonte García (Sevilla, 1892–1962), potenciada su buena nueva al converger con la hegemonía de José Gómez Ortega «Gallito» (Gelves, Sevilla, 1895 – Talavera de la Reina, 1920), su pareja en el arte, y con la peculiar estética de Rodolfo Gaona (León de los Aldama, 1888 – Ciudad de México, 1975), tributaria esta última del tempo lento propio de la cultura mexicana, en contraste con la mayor vivacidad y apresuramiento de la española, constable incluso en la expresión verbal.


El punto de arranque simbólico de esta propuesta me he permitido situarlo en la tercera semana de octubre de 1913, en Madrid, cuando dos sucesos emblemáticos quedaron enlazados para siempre: la alternativa de Juan Belmonte (16-10-13) y la despedida de Ricardo Torres “Bombita” (19-10-13). Dos corridas –una fallida y otra esplendorosa– que hicieron de bisagra entre dos épocas e ilustran ese pasaje de un mundo antiguo a otro en el que, artística y evolutivamente hablando, ya nada sería como antes. Con apenas tres días de diferencia, son dos efemérides dignas de la mayor atención.


Madrid, jueves 16 de octubre de 1913
A pesar de que se incrementó abusivamente el precio de las localidades hay un gran lleno y mucha expectación, no en balde Juanito Belmonte, cuya alternativa está anunciada, llega a esta tarde cargada de futuro con prestigios de «Fenómeno»,  «Pasmo» o «Terremoto», que de esas y otras hiperbólicas maneras le llamaron, con tal de ilustrar la sensación sin precedentes causada por su sorprendente concepción del toreo. El cartel: Rafael González «Machaquito» como padrino (Córdoba, 1880 – 1955), y Rafael Gómez «El Gallo» de segundo espada.


El primero había dominado el decenio anterior con Ricardo Torres «Bombita» (Sevilla, 1879 – 1936), aunque  nada nuevo agregaron a la tauromaquia del ochocientos; además, ambos quedaron menoscabados por el famoso pleito de los miuras que hacia 1909 emprendieron. Paradójicamente, durante la hegemonía del Bomba Machaco, el mayor valimiento artístico caerá del lado de Antonio Fuentes, primero, y más tarde en Rafael Gómez «El Gallo», cuando formaba ya, con el recio madrileño Vicente Pastor, el dúo opositor a la pareja dominante.


La deslumbrante aparición de Belmonte –Pepe Alameda habla de aparición en sentido casi religioso–, encuentra a Joselito, al hermano chico de El Gallo, convertido en el amo del tinglado a favor de un genio torero tan extraordinario como su indómito celo profesional. José tiene en la mira precisamente a Bombita, a quien acusa de interferir con argucias de baja ley en la carrera de su hermano Rafael. Cierto o no (la realidad es que El Gallo es un artista sumamente desigual, de tan etéreo y fino), es factor que le añade picante a un final de temporada de por sí cargado de dinamita. Como decía, El Gallo será segundo espada –no existe aún de la figura del testigo– de la alternativa de Juan Belmonte.
Escándalo
Con ese trasfondo, una densa multitud ocupa el graderío de la plaza de la carretera de Aragón. Va a encontrarse con el acaso mayor escándalo jamás suscitado en el viejo coso. A última hora, el anunciado encierro de Guadalest fue rechazado por los veterinarios y en su reemplazo se sorteó un hato de Bañuelos, tan manso y mal presentado que fueron once las veces que se tuvo que abrir la puerta de chiqueros porque las devoluciones se sucedían una tras otra, entre reses protestadas por su falta de trapío, animales de invalidez manifiesta o mansos fogueados y finalmente devueltos al corral para evitar que la enardecida protesta degenera en desórdenes incontrolables.


Por algo parecido a un milagro no llegó a ocurrir una desgracia mayor cuando una masa de aficionados invadió de pronto la arena estando aun en ella el indigno choto que ocupaba el tercer lugar –era el sexto que salía– y Machaquito se aprestaba a despacharlo. Alguien abrió la puerta de toriles y quiso la fortuna que el torillo la tomara presto sin atender a la turba de valientes, civiles procedentes del tendido que compartían el ruedo con el torete y los desesperados intentos de las cuadrillas por mantenerlo alejado de los invasores. Al día siguiente, una fotografía de tan insólita escena fue portada del ABC.


Antes, para que Machaquito pudiera ceder muleta y estoque al trianero, tuvieron que abandonar el toril y desandar enseguida la misma ruta nada menos que tres esmirriados ejemplares. «Larguito» –si es así como se llamaba el del doctorado y era de Bañuelos, lo cual nadie estuvo seguro– resultó tan manso que bastante hizo Juan, ataviado de rosa y oro, con quitárselo pronto de delante. En su descargo debe señalarse que con el sexto –u onceavo, según se cuente y considere–, consiguió acallar la bronca fajándose bravamente con otro bicho cuya presencia también se protestó, sin demasiado ardor ya porque los madrileños estaban medio afónicos como resultado de sucesivas griterías previas.


De tan aciaga tarde apenas merece destacarse, además de la alternativa de Belmonte, que fue la última en la vida torera de Machaquito, quien sin haber anunciado formalmente su retirada se hizo cortar en silencio la coleta, delante de su esposa y en la intimidad.


Domingo 19 de octubre de 1913
En cambio, para esta tarde sí estaba anunciado el adiós definitivo de Ricardo Torres «Bombita», el antiguo rival y compañero de Machaquito. Y nada menos que encartelado con los dos Gallos –Rafael y José–, además del madrileño Antonio Boto «Regaterín», pues fue corrida de ocho toros, cuatro de Concha y Sierra y cuatro de García Lama. Regaterín entró aleatoriamente en el cartel porque Belmonte, que estaba anunciado, se lesionó una mano el día de su alternativa y envió el parte médico correspondiente. La corrida era a beneficio del Montepío de Toreros, obra debida a la iniciativa y altruismo del propio Ricardo Torres, quien al final sería paseado en andas por una nube de toreros, retirados unos y otros en activo, en emocionado reconocimiento a su condición de fundador de tan benemérita institución.


Pero, gratitudes gremiales al margen, Bombita, de celeste y oro, hizo méritos suficientes para salir en hombros. Lidió por delante a «Calderero» de Concha y Sierra –faena breve y ovación al terminar–, y como último de su vida al llamado «Cigarrón», de García Lama. Tomó éste cinco varas, a cargo todas de Ángel Sánchez «Arriero», a quien su matador quiso reconocer de esa manera, y en quites rivalizaron entre ovaciones Ricardo y Joselito. No fue fácil el toro sino receloso, probón y con tendencia a la huida, lo que le deslució al Bomba un voluntarioso tercio de banderillas: pero tras brindar al público se creció el de Tomares, metiéndose en los terrenos del manso para dominar la situación y adornarse con pases de pie y de rodillas, molinetes, cambios de mano y algún desplante que puso al público de pie mientras la música, por única vez en Madrid, sonaba en su honor. De media estocada y un descabello se quitó de enfrente a «Cigarrón», con cuya oreja en alto recorrió el anillo entre ovaciones sin cuento y cataratas de canotiers, puros y bastones.


Además de los parabienes de sus alternantes y la plantilla completa de picadores y banderilleros que actuaron esa tarde, numerosos socios del Montepío pasearon en hombros al homenajeado, mostrando una pancarta con la leyenda «Los socios agradecidos, a su presidente».


Luego subiría al palco real, donde Alfonso XIII lo felicitó y le hizo entrega de un presente personal. Eso sí, entre la prensa gallista –con Don Pío a la cabeza– prevaleció la consigna, difícil de rebatir, de que había sido Joselito, con su ímpetu reivindicador, quien forzó el adiós de Ricardo Torres, con 34 años de edad (Tomares, Sevilla, 1879 – 1936) y catorce de alternativa (Sevilla, 29-09-99). Había dominado la primera década del siglo con un poderío sobre los astados convincente pero claramente decimonónico, pues se basaba en torear sobre piernas a contrapelo con los nuevos tiempos anunciados por Gaona, reafirmados por el magisterio de Joselito y que Belmonte se aprestaba a coronar, así lo hayamos visto doctorarse de manera tan desairada.


Gallito, imponente. Pese a los desbordes de sincero afecto que suscitó la retirada de Bombita –diestro caballeroso donde los haya—, la tarde, mientras Rafael y Regaterín simplemente cumplían, fue sin duda del menor de los Gallos, que estaba por culminar una impresionante campaña, primera suya como matador. De entrada contendió José con un astado de García Lama y desde en el tercio inicial se esmeró  en superar a Bombita, con quien le tocaba alternar en quites; puso cátedra en el segundo tercio, que cubrió con banderillas de lujo, y su faena no tuvo desperdicio, incluidos cuatro naturales ligados y varios pases rodilla en tierra en los que exhibió su completo dominio de la situación. Estocada trasera que fue suficiente y gran ovación.


Y con el octavo y último del festejo –»Relojero», de Concha y Sierra, cárdeno salpicado y levantado de velas– José llevó la tarde al pináculo. Empeñado en retar a Bombita, estuvo desbordante en los quites y, aun contra la expresa voluntad de Ricardo, lo invitó a banderillear para darse el gusto de superarlo, si bien las ovaciones fueron para ambos. Brindó al homenajeado –aunque sin entregarle la montera, que lanzó a la arena– y dominó al cárdeno en un santiamén, haciéndolo pasar rodilla en tierra y prodigando desplantes y alegrías antes de citarlo a recibir. Se produjo un pinchazo y, finalmente, el volapié definitivo. Y mientras Bombita era objeto de los homenajes propios de la ocasión, los gallistas más entusiastas se lanzaron al ruedo para pasear sobre sus hombros al nuevo ídolo, el mismo que había obligado a retirarse a Ricardo Torres. Y con él, al siglo XIX.

Belmonte en la pluma de Alcalino

¿Quién era Juan Belmonte en la primavera de 1914? Un torerito sevillano idolatrado por pandillas de mozos trianeros que de la Maestranza sólo conocían la fachada; un extraño y desgarbado novillero inflado por la crítica de Madrid, que más tardó en denominarlo fenómeno que en tener que tragarse el fiasco de su tarde de alternativa, en la que se vieron desfilar por el ruedo capitalino nada menos que once astados, la mayoría impresentables, entre protestas y broncas sin cuento (16.10.13). Lo siguiente que del tal Belmonte se supo fue que se había embarcado a México para alternar con Rodolfo Gaona. Y que allí, según las vagas reseñas de la época, su innovador estilo causó sensación.

España lo recibió de vuelta con marcado escepticismo. Es verdad que lo promovían con furor los seguidores de Ricardo Torres “Bombita”, al que, según vox populi, había retirado de los ruedos el bárbaro empuje de José Gómez “Gallito”, quien lo odiaba cordialmente como vengador que se sentía de su hermano Rafael, postergado, de acuerdo a consejas que corrían, por las politiquerías del “Bomba”. Se les había metido en la cabeza que Belmonte era el más indicado para hacerle sombra a Joselito –como la gente llamaba a “Gallito”–, idea que movía a risa a los partidarios del todopoderoso José y su precoz y prodigiosa maestría. Él sí, pregonaban sus huestes, un auténtico fenómeno, no el pelele de Triana, que más tardaba en abrir el capote que en salir achuchado y por los aires. Si Don Modesto (José de la Loma, popular crítico de El Liberal y capitán general del bombismo) había bendecido a Juan, nada más presentarse como novillero en Madrid (26.03.13), con su famosa crónica titulada “¡Cinco verónicas sin enmendarse!”, cuando a Rafael Guerra “Guerrita” le preguntaron por Belmonte, el retirado Califa cordobés enlazó dos escuetas y contundentes sentencias: “Así no se pue toreá” y “El que quiera verlo, que se apresure”. O sea: “lo que no puede ser no puede ser y además es imposible”, otra de las frases célebres del viejo patriarca.

Y sin embargo, se mueve…  Pero el emparejamiento, desde el punto de vista empresarial, era muy apetecible, y Joselito y Belmonte abrieron la temporada del 14 compartiendo cartel en Barcelona, Castellón y Valencia. Nadie ignoraba, sin embargo, que la prueba de fuego para la viabilidad de la pareja radicaba en Madrid y Sevilla. El 12 de abril, domingo de Resurrección, Belmonte compareció en la Maestranza al lado de Gaona y Vázquez II, ganado de Surga, sin que pasara nada. Y otro tanto ocurrió al día siguiente en Madrid con mansos de Benjumea para el fenómeno, Vicente Pastor y “Cocherito de Bilbao”.

El siguiente paseíllo de Juan fue el día 15 en Murcia al lado del “Cochero”, Paco Madrid y su compañero de andanzas novilleriles Curro Posada. Al entrar a matar a su primer Veragua el toro lo cogió de mala manera y le produjo una dolorosa distensión en un pie que lo imposibilitaba para cumplir con dos citas clave en la feria sevillana, anunciado para alternar en ambas con los Gallos –Rafael y José—el 18 y el 20 de abril. A nadie sorprendió que los gallistas más apasionados juraran que lo de Murcia era un camelo aprovechado por Belmonte para eludir la confrontación. Enterado Juan del rumor mandó avisar que llegaría por tren desde Madrid la mañana del martes 21 a fin de torear la corrida de Miura con Gaona y Gallito, tal como estaba anunciado. Pero no todos lo creyeron y menos aún los seguidores de José. Como quiera, esa mañana la estación hervía de curiosos, ansiosos por comprobar si era cierto que el de Triana realmente arribaría. Y causó conmoción su lento descenso por la escalerilla del expreso: a sus partidarios les preocupó verlo cojear lastimosamente, apoyado en su banderillero Calderón, mientras los gallistas hacían correr la voz de que el taimado trianero planeaba un golpe de efecto: partir plaza y enseguida retirarse poniendo como pretexto su incapacidad física. En todo caso, nadie lo notó con la fuerza requerida para entenderse con esos miuras cuyo respetable trapío e imponentes pitones habían causado admiración en la cercana Venta de Antequera donde se exponían al público los encierros de la feria.

La tarde del Pasmo. Con Rodolfo Gaona a su izquierda (azul y oro) y Joselito a su derecha (rosa y negro) partió plaza Juan Belmonte (plomo y oro), pálido el semblante y tan cojitranco como de costumbre. La Maestranza había agotado el papel y la hermosa tarde abrileña zumbaba de comentarios, con los gallistas apostando a que la presencia del trianero era una farsa, agravada por la indelicadeza de, seguramente, dejarles el encierro completo a sus alternantes mientras él se iba pa´dentro con tal de no dar la cara ante los miuras.

Pero Belmonte no se fue. Economizó su presencia todo lo posible durante la lidia de los dos primeros astados, cuya aspereza poco o nada permitió hacer al mexicano ni al de Gelves. Juan contendió por delante con “Lentejo”, berrendo en negro capirote, y luego con “Rabicano”, el negro bragado que cerró la corrida. Y mantuvo a la multitud en permanente tensión con su manera de invadir constantemente la línea de fuego con valor espartano y pleno dominio de los terríficos astados. La cojera ni mermó su decisión ni afectó la estética de sus recias y personalísimas faenas, y cuando, una vez superada la aspereza del berrendo, le retiró la muleta de la cara, interpuso tranquilamente el cuerpo y acarició los acaramelados pitones del miureño, la plaza se quería caer, subrayando su admiración y alborozo con una lluvia de puros y sombreros.

El escritor y cronista andaluz Enrique Vila resumió así la histórica tarde: “Aquello fue la consagración definitiva del belmontismo como teoría y práctica de un nuevo modo de torear. La reválida absoluta de que el toreo es, de verdad, “una fuerza del espíritu”. Fue aquella tarde cuando Belmonte inició la vuelta al ruedo al revés (¡Como que acababa de estar en México!, añadido del autor). Muy pocos se dieron cuenta de esa anomalía hasta que el torero, acabado el triunfal paseo, entró en el burladero con la cara lívida y una contracción de dolor. Todavía reservaba Juan otra sorpresa. La de torear a su segundo toro de la misma impresionante manera. Pero el mismo me dijo, años más tarde:                                                                                                                                                       –El segundo toro era francamente bueno. El primero, no… –”   (Vila, Enrique. Miuras. Más de cien años de gloria y de tragedia. Edit. Escelicer, S. A. Madrid, 1968. pp 110-111).

Crónica de “Don Criterio”. La apoteosis belmontista fue vista de esta manera por “Don Criterio”, serio, conciso y bien reputado crítico del diario sevillano El Liberal: “En donde más se destacó ayer el torero de Triana fue en las faenas de muleta que practicó con los bichos tercero y sexto, mansurrones los dos. En ambos derrochó Belmonte verdadera valentía hasta convertir a aquellos dos miureños, dos toros con pitones y kilos, no monas, en verdaderas babosas, y jugar materialmente con ellos. Si enorme fue la valentía de su primera faena, no menos estupenda resultó la segunda, pues si en aquella se cogía a cada momento a los afilados pitones del enemigo, apoderándose de ellos y consintiéndole de manera brutal, con el sexto fue el descacharren. Más valentía, más guapeza, mayor exposición no caben; pues aparte de permanecer entre los mismos pitones con una tranquilidad pasmosa, sobresalieron en una y otra faena buen número de pases magníficos, entre ellos algunos molinetes y de pecho que causaron verdadero entusiasmo en el público, que no dejaba de aclamar al de Triana.” (El Liberal, 22 de abril de 1914).

Gaona, también triunfador. La leyenda se centra en la gesta de Belmonte y su rivalidad con Joselito pero pasa por alto lo realizado por el mexicano, a quien algún historiógrafo reciente consideró mero “convidado de piedra” en la histórica tarde; pero la verdad es que el emparedado por sus alternantes resultó ser Joselito, enfrentado a un par de bichos de cuidado. La crónica anónima del ABC reporta pitos y palmas para José tras liquidar a su primer toro y palmas a la muerte del quinto, con el que se mantuvo “cerca y valiente”.

La misma reseña se refiere a la actuación de Gaona en el cuarto toro en los términos siguientes: “Cuarto, “Jabato”, negro y grande –continúa la ovación a Belmonte–. “Jabato”, de salida, destroza un caballo. Gaona veroniquea, perdiendo terreno en algunos lances. El toro toma cuatro varas y mata dos jacos. Los matadores se lucen en quites. En los tendidos se registran varias broncas entre los apasionados de uno y otro bando.

Segurita y Palomino parean pronto y bien. Gaona muletea cerca y valiente, dando un pase de molinete muy ceñido y uno por bajo con la rodilla en tierra (muchas palmas). El toro tarda en cuadrar, pero el espada se mantiene cerca y adornado. Entrando bien deja Rodolfo media estocada desprendida; descabella, rompiéndole el estoque la postrer tarascada de “Jabato”. Gran ovación y vuelta al anillo.”  (ABC, 22 de abril de 1914).  

No sobra aclarar que en 1914 aún no se rompía la costumbre, tenida a gala por los sevillanos, de que no se cortaran apéndices en la Real Maestranza. La primera oreja allí concedida sería para Joselito durante la feria de San Miguel del año siguiente (30.09.15, de “Cantinero” de Santa Coloma); de modo que los triunfos de Belmonte y Gaona con los miuras del 21 de abril de 1914 sólo se tradujeron en aclamaciones, vueltas al ruedo y, para Juan, en una tumultuosa salida en hombros por la puerta del Príncipe que se prolongaría hasta que lo depositaron a la entrada de su domicilio, al otro lado del puente de Triana.

La cólera de don Eduardo. Por razones de salud Eduardo Miura, el patriarca de la temible divisa verde y grana, no pudo asistir a la Maestranza aquel año. Se cuenta que cuando Antonio, el conocedor de la vacada, llegó agitado al cortijo después de la corrida para dar cuenta a su patrón de lo ocurrido, al oírle hablar de las tocaduras de pitón de Juan con el berrendo, don Eduardo lo atajó bruscamente:                                                                                                                                         –¡Estás aquí para informarme cómo se portaron mis toros, no para venir con mentiras!¡Lo que dices es falso! ¡Rotundamente falso! ¡Que Belmonte le tocó los pitones al berrendo… imposible… imposible!…—

El último viaje de Juan Belmonte

( Álvaro del Moral en el Correoweb )

Fue un 8 de abril de 1962; este viernes hace 60 años. Estallaba la primavera plena en los campos de Gómez-Cardeña y Juan Belmonte había salido, una tarde más, a repasar la tropa de reses de los cerrados de su finca utrerana antes de volver a cobijarse en aquella casa campera en la que se fajaría por última vez con la muerte. Nadie volvió a verle con vida. No era un domingo cualquiera: la ciudad ya andaba inmersa en los preparativos de la inminente Semana Santa, a sólo siete días del Domingo de Ramos. En el teatro San Fernando, Sebastián García Díaz había pronunciado el pregón aunque el viejo torero, ajeno a toda esa parafernalia, se había encaminado por la mañana al incipiente barrio de Los Remedios para visitar a Enriqueta, el último amor de su vida.

Llevaba consigo un sobre con dinero, una caja con varios objetos personales –unos curiosos portacalcetines, un bolígrafo de oro y una pitillera – y algunas fotos dedicadas. Toda Sevilla conocía aquel amor crepuscular del viejo matador que vivía, en la práctica, separado de su mujer, Julia Cossío. Enriqueta Pérez Lora –su vida merecería una novela- había llegado a la vida de Belmonte por una serie de peripecias vitales. Huyendo de un matrimonio desgraciado, ayudada por las monjas adoratrices, había recalado en el servicio del cortijo de Gómez Cardeña en 1942. Allí la conoció Juan. Ella sólo tenía 22 años… Comenzó una relación que no siempre fue continua pero sí larga en el tiempo. Aquel Domingo de Pasión de 1962, Enriqueta ya había cumplido 42 años y mantenía intacta su belleza. Aquella iba a ser la última visita del torero…

De Sevilla a Utrera: el último viaje de Juan Belmonte
Enriqueta, el último amor de Belmonte, vestida de mantilla en los aledaños de la Maestranza.

El torero y la muerte

Juan Belmonte aún tuvo tiempo de escuchar misa antes de emprender el viaje a su finca utrerana serpenteando por las carreteras de entonces. No dejó de charlar con las sirvientas que le prepararon un almuerzo que consumió, una vez más, en solitario. Dicen que volvió a salir al campo a repasar el ganado antes de poner en marcha el grupo electrógeno que daba luz al cortijo. Se encerró en su despacho, prácticamente entre dos luces. No tardaría en oírse una sorda detonación. “Que no se culpe a nadie de mi muerte”, rezaba un papelito junto al cadáver, que aferraba una pistolita que el matador conservaba desde sus tiempos de novillero. Un leve agujero en la sien era toda la señal de violencia; apenas se advertían rastros de sangre. Belmonte se había disparado en la cabeza bajo aquel cuadro que le había pintado Zuloaga vestido de grana y azabache. Asunción, su fiel ama de llaves, fue la que encontró su cuerpo.

Don Ramón del Valle Inclán de paseo

“Sólo te faltaría morir en la plaza”, le había espetado en sus comienzos Ramón del Valle Inclán, a la cabeza de ese grupo de intelectuales del 98, enamorados de la leyenda del quincallero de Triana que se había curtido en el oficio echando la capa a las reses encerradas en la dehesa de Tablada. Pero la muerte no tenía prisa y estaba esperando en los campos de Utrera a ese labrador rico, prematuramente envejecido y encerrado en sí mismo aquella tarde primaveral de 1962. A esas alturas, poco quedaba de aquel anarquista de la Cava, convertido en propietario y en un personaje más del rico universo humano de la Sevilla de mitad del siglo XX.

La noticia empezó a correr como la pólvora y muy pronto, a pesar del silencio oficial, se supo que en su muerte no había causas naturales. En el palacio arzobispal reinaba aquel príncipe de la iglesia, el cardenal Pedro Segura, que -según la versión más extendida- exigió a la familia del diestro una declaración jurada de muerte natural para poder enterrarlo en la tierra sagrada que estaba vedada a los suicidas por la iglesia preconciliar. Salvador de Quinta, ya fallecido, y José Rodríguez Méndez, en esa joya impagable que se titula ‘Campos de Utrera, la cuna del toro bravo’, relatan algunos detalles de aquel lance luctuoso: “la noticia, que habría de dar pronto la vuelta al mundo, llegó primero a Utrera. Carlos Navarro, que había sido administrador de ese cortijo, fue el primero en enterarse por boca de Asunción. Avisó a don Miguel Román Castellano, párroco de Santa María, lo recogió, y se fueron a Gómez Cardeña”.

Con la túnica del Cachorro

La finca pronto se llenó de amigos y curiosos. A Belmonte le amortajaron con una túnica del Cachorro después de llevárselo a Sevilla. De Quinta y Rodríguez Méndez evocan la conmoción del momento: “Era martes y toda Sevilla estaba en el entierro. Dolor, caras largas, miles de curiosos, muchos sombreros… La comitiva fúnebre se detuvo delante de la Maestranza. Luego quisieron llevar el cadáver a la Cava de Triana donde se había criado el torero. Llegaron a cruzar el puente, pero se convenció a los entusiastas de que no era conveniente seguir dando tantas vueltas, se rezó un responso en la Capillita del Carmen, y se encaminaron ya, decididamente, hacia el cementerio de San Fernando donde, no sin cierta polémica fue enterrado en sagrado”. Una figura inconfundible del paisaje humano de Sevilla acababa de entrar en la historia: se agigantaba su leyenda y nacía ese mito que ya había cimentado el gran periodista Manuel Chaves Nogales en su ‘Juan Belmonte, matador de toros’, que trazaba la biografía novelada sin saber que aquel final de libro se le había quedado por escribir.

De Sevilla a Utrera: el último viaje de Juan Belmonte

Juan Belmonte, amortajado con la túnica de la cofradía del Cachorro.

La muerte de Juan hizo viajar en el tiempo a los aficionados y seguidores más veteranos. Medio siglo antes, la Parca sí se había llevado la vida de Joselito -el rey de los toreros- en el ruedo de Talavera en plena juventud y en la cúspide de ese trono absoluto sobre la fiesta que tuvo su contrapunto en la genial irregularidad de Belmonte. Pero la muerte había respetado al trianero a pesar de las imnumerables cogidas que sufrió a lo largo de su carrera. Juan siempre dijo que José, rival y amigo, le había ganado la partida en el pequeño ruedo toledano y aunque el gran Guerrita había pontificado desde su trono de Córdoba que había que darse prisa para verlo torear -el califa apostaba que lo mataría pronto un toro- había llegado al umbral de siete décadas de vida que reventaron en la punta del cañón de una pequeña pistola.

Pero, ¿por qué se quitó la vida Juan Belmonte? Se llegó a hablar de novelones que nadie ha puesto en pie. César Jalón, el imprescindible crítico taurino que firmaba sus crónicas como Clarito, apunta en sus memorias otras hipótesis mucho más realistas: “la angustiosa enfermedad de Julio Camba y del marqués de Villabrágima le parecía inhumana: ¡Eso se debía de cortar! ¡Eso se… se… corta! Y él vivía preocupado por un amago de parálisis facial”. Clarito también alude a la especial personalidad del grandioso matador, “hermético, de constante introversión, fue siempre en medio de su familia y de su mundo un solitario”, sin que sepamos a ciencia cierta que podría estar rumiando ese genio en su ancho universo interior. Son muchas dudas y una sola certeza: Belmonte se quitó la vida sólo una semana antes de cumplir 70 años. Retirado de la profesión, ganadero de reses bravas, figura inconfundible del callejero sevillano, hermano de la muerte y dueño absoluto de su destino, se marchó para siempre una tarde de primavera por los campos de Utrera…

Ha muerto Pilar , hija de Chaves Nogales, el autor de «Juan Belmonte, matador de toros»

Carlos Colón, Diario de Sevilla

A pocos días de cumplir 101 años -nació en Córdoba el 27 de julio de 1920- ha fallecido Pilar Chaves Pérez, hija de Manuel Chaves Nogales. Pocas personas he conocido tan vitales, alegres, generosas y simpáticas como esta señora tan alegremente andaluza y tan educadamente inglesa (con un punto británico deliciosamente libre y extravagante, como si en ella se fundieran la canosa informalidad de Doris Lessing y la ironía socarrona de Margaret Rutherfod), a la que tanto divirtió que en un artículo la llamara la sevillana inglesa bromeando con la novela cervantina.

Quien no haya tenido la suerte de conocerla no puede hacerse una idea del brillo joven de sus ojos de octogenaria, nonagenaria y hasta centenaria, y del sonido niño de su risa. Son las dos cosas que más recordaré de ella. Qué bien la retrata esta frase de Cicerón que ella tanto amaba: «Si cerca de la biblioteca tenéis un jardín, ya no os faltará de nada». Lo cumplió en su casa de Marbella donde, como buena medio inglesa jubilada, pasó muchos años de su larga y juvenil ancianidad añadiendo al jardín ciceroniano el huerto del que tan orgullosa estaba.

Vino con sus hermanos para apadrinar el nacimiento de Diario de Sevilla hace 22 años. Porque hay que recordar que este periódico nació invocando a Chaves Nogales como patrono laico del mejor quehacer periodístico, obsequiando con su primer número una edición facsímil de La ciudad, el maravilloso «pecado de juventud» de Chaves Nogales que precisamente este año cumple un siglo y el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Sevilla reeditó por vez primera en 1977 iniciando la recuperación del maestro del que solo conocíamos su Juan Belmonte, matador de toros, único libro suyo que el franquismo no prohibió. Una recuperación que alcanzó su primera plenitud cuando en 1993 la Diputación Provincial, por iniciativa de Alberto Marina López, posterior coordinador del suplemento Culturas de Diario de Sevilla, inició la publicación de los tomos de las obras completas narrativas y periodísticas de Chaves Nogales con edición de María Isabel Cintas. Plenitud alcanzada del todo con la publicación definitiva de su Obra Completa por Libros del Asteroide en coedición con la Diputación y edición de Ignacio F. Garmendia, crítico literario de Diario de Sevilla desde su fundación en 1999. Están unidos, sí, este periódico y Chaves Nogales desde su fundación. Y estamos orgullosos de ello. Como también estuvo unida a él Pilar, que visitó Sevilla muchas veces con emoción agradecida por cada recuerdo u homenaje que diera vida a su padre y fue correspondida por las visitas de Alberto Marina y nuestra jefa de cultura, Charo Ramos, a su casa de Marbella.

Tuvo Pilar una infancia y adolescencia felices, y una juventud muy difícil. Tenía 17 años cuando, de su cómoda y privilegiada situación en Madrid, dejando atrás los años de esplendor profesional de su padre y las tertulias que reunían en su casa de la Cuesta de San Vicente a Valle-Inclán, Pío Baroja, Azaña, Belmonte o Marañón, la familia huyó a Francia en 1937 para ponerse a salvo, como escribió Chaves, tanto de «la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de Falange” como “de los analfabetos anarquistas o comunistas». Tenía 20 años cuando vio entrar a los nazis en París tras la caída de Francia y su padre tuvo que huir a Londres ­-«la última vez que vi a mi padre fue vez a través de la ventana, huyendo a Inglaterra solo con una gabardina y un maletín»- porque estaba en la lista negra de Goebbels, dejando a su familia en París para no exponerla a los bombardeos que sufría la capital inglesa. Tenía entre 20 y 21 años cuando, siguiendo el consejo del padre, regresaron a España atravesando la Francia invadida con su madre embarazada y sus hermanos Josefina y Pablo; cuando la madre dio a luz a Juncal en un campo de refugiados (Chaves, que no la conoció, la llamaba con humor y ternura «esa señorita a la que no he sido presentado» en las cartas -sin firmar para burlar la censura franquista- que lograba hacerles llegar desde Londres); y cuando sus familiares sevillanos lograron, pese a la condena que pesaba sobre el padre, que las autoridades franquistas les permitieran llegar a Sevilla y establecerse en El Ronquillo.

Tenía 24 años cuando murió su padre. Así lo recordaba en una entrevista concedida a El Español hace un año, con motivo de su centenario cumpleaños: «Mi tío Pepe, que vivía en Sevilla, apareció en El Ronquillo. Mis hermanas y yo estábamos fuera de casa; y mi madre, dentro. Entró Pepe. Cerró la puerta y las ventanas. Le contó lo que había pasado. Cuando me enteré, no pude llorar. No lloré en toda la semana. Toda nuestra vida giraba en torno al final de la guerra, a volver a vernos».

He oído estas historias de su boca en sus visitas sevillanas. Y les aseguro que las contaba con una pena honda pero también limpia, como agua de pozo, libre de rencor y de amargura, que en ninguna otra persona que haya vivido cosas tan duras he conocido. Nada parecía capaz de ensombrecer su alegría por así decir biológica, quizás heredada de su madre, Ana Pérez Ruiz, a la que Chaves le escribió desde Londres: «Sin tenerte a mi lado no sé vivir; soy una desdicha. Esto es lo único que me interesa y lo único que me hace desgraciado. Lo demás, por duro que sea, no tiene ninguna importancia».

Quiero recordar a esta querida sevillana inglesa evocando una de las historias que me contó. Era 1940. Su padre había huido del París ocupado por los nazis a Londres, aconsejándoles que dejaran pasar unas semanas antes de regresar a España en busca de la protección de su familia sevillana y así evitar la avalancha de quienes huían de París, la tragedia que tan conmovedoramente narró Irene Némirovsky en Suite francesa. No tenían recursos y debían muchas semanas de alquiler. Decidieron dejar la casa de madrugada para que la portera -las terribles cancerberas parisinas- no les exigiera el pago e incluso les denunciara. Al pasar ante la portería procurando no hacer ruido, allí les aguardaba. Se sintieron perdidos. Pero lo que hizo fue darles un rollo de billetes con sus ahorros para ayudarles en su huida. Cuando Pilar nos lo contó se le humedecieron los ojos. 81 años -que en la eternidad son menos que un suspiro- después de verlo por última vez, Pilar ha vuelto a abrazar a su padre.

La última corrida de Juan Belmonte

Juan Belmonte

El investigador Luis Rufino ha descubierto que fue en Córdoba en 1936 en plena guerra civil española y no en Sevilla, la última corrida que toreó Juan Belmonte.

Quien se suicidó en 1962 tras una brillante carrera unida a la figura de Joselito y entre medias un americano, Rodolfo Gaona.

Según revela ABC, había permanecido prácticamente oculto el dato de una corrida más, celebrada en Córdoba el 15 de noviembre del mismo año, que se puede considerar la última actuación de la vida profesional de uno de los toreros más determinantes de la historia (1936).

Aquella corrida organizada en el antiguo coso de Los Tejares había seguido el mismo guión que la celebrada un mes antes en La Maestranza.

Luis Rufino ha logrado desempolvar el cartel oficial de aquel evento anunciado como «corrida» y no como festival, tal y como venía recogido en el libro «Córdoba en la historia del toreo» del periodista José Luis de Córdoba.

Dicho cartel anunciaba a Cañero y Algabeño a caballo y a Juan Belmonte, Antonio Márquez, Pepe Amorós, Domingo Ortega, Laine y Venturita como toreros a pie.

Como en Sevilla, también se buscaron los correspondientes asesores honorarios para la ocasión, con la figura totémica de Rafael Guerra «Guerrita» al frente y la repetición de Antonio Fuentes, Machaquito, Bombita y Algabeño padre.

En dicho cartel también figuraban los ocho toros a lidiar, pero Luis Rufino también ha aportado un pequeño pero revelador recorte de prensa.

Posiblemente publicado en la revista «Sol y Sombra», que reafirma que se trató de una corrida de toros; la última corrida de la vida profesional de Juan Belmonte.

El cronista del Diario de Córdoba reseña aquella postrera lidia, con un toro del marqués de Guadalest.

«Berrendo, grandote y bien puesto de defensas» al que el mítico diestro trianero paró

«con tres verónicas magníficas, marca de la casa, que remató con una media superior…».

La crónica recoge escuetamente otro quite por verónicas, y después de advertir que el torero encontró «al bicho muy agotado» señala que Belmonte

«se limitó a dar unos pases muy buenos para un pinchazo y media estocada en su sitio».

Una ovación y la consiguiente vuelta al ruedo cerraron.

Definitivamente, la vida profesional de uno de los toreros más determinantes de la historia en esa olvidada tarde otoñal de 1936.

LA ÚLTIMA ETAPA PROFESIONAL DE UN GENIO

El llamado ‘Pasmo de Triana‘ había reaparecido en 1934 en maridaje profesional con Eduardo Pagés.

El célebre empresario catalán se había apoyado en el aura del genio, para levantar una exclusiva en la que ya pesaba más lo comercial que lo taurino.

Pero las cosas no se podían estirar más: en 1935 cumplió su última temporada formal y en 1936, antes de estallar la contienda civil, se le podía dar por retirado, aunque el 18 de octubre de 1936 aceptó torear de forma excepcional en la corrida coral celebrada en Sevilla.

Joselito y Belmonte en la pluma de Alcalino en su Tauromaquia

En la pluma de Alcalino empezamos a ver como en la tarde en que Joselito El Gallo murió, Juan Belmonte permaneció en su casa de Madrid.

Lluvioso y gris se presentó aquel 16 de mayo de 1920, y Juan mataba el tiempo jugando a las cartas con algunos amigos cuando, ya anochecido, el teléfono empezó a sonar con insistencia.

Tal como puede leerse en “Juan Belmonte (Matador de toros)”, una de las biografías de mayor hondura literaria y humana que se han escrito en castellano, obra de su paisano Manuel Chaves Nogales y producto de meses de conversaciones entre ambos.


Rememora […] Belmonte: “Se puso al aparato no sé quién y nos dijo: “–Me han dado la noticia de que a Joselito lo ha matado un toro en Talavera—“. “—Anda, anda, cuelga el teléfono—“, le dije […] sin soltar las cartas ni levantar la cabeza. Seguimos jugando.

Al rato llegó jadeante Antoñito, mi mozo de estoques, y repitió: “—En Teléfonos corre el rumor de que a Joselito le ha matado un toro en la corrida de Talavera.“

“–¡No traes más que infundios!”—le repliqué malhumorado.

Era frecuente entonces que los domingos por la tarde circularan noticiones que luego no se confirmaban. Estaba reciente la implantación del descanso dominical para los periódicos, y la falta de noticias ciertas sobre las corridas poblaba el mundillo taurino de falsos rumores.

Al rato volvió a sonar el teléfono. Esta vez era ya una persona de crédito, un conocido ganadero, quien daba la terrible noticia.

“–¡Es verdad! ¡Es verdad!—“, decía con acento estremecido….Aquella espantosa certeza nos hizo mirarnos unos a otros con espanto. Dejamos caer los naipes sobre el tapete… nadie dijo nada… Mis amigos fueron levantándose uno a uno y, sin pronunciar una sílaba, se marcharon… En soledad, estuve repitiéndome mil veces aquellas palabras que me golpeaban el cráneo como martillazos:

“¡A Joselito le ha matado un toro!¡A Joselito le ha matado un toro!” Poco a poco fue invadiéndome una espantosa congoja.

Miré a mi alrededor y tuve miedo. ¿De qué? No lo sé… hasta que no pude contenerme por más tiempo y estallé en sollozos. Lloré como no he llorado nunca en mi vida… la extraña onmoción del llanto me libraba de aquel martilleo seco que repetía en mi cerebro:

“¡A Joselito le ha matado un toro!”.

(Chaves Nogales, M. Juan Belmonte (Matador de toros). Alianza Editorial-6 Toros 6, tomo 2. pp 265-266.

Interregno para el estupor. Pocas veces, la sociedad española habrá experimentado un pasmo emocional como el que provocó la muerte del gran José Gómez Ortega. La vida mantuvo su pulso, seguían celebrándose corridas, pero el país tardaba en reaccionar.

Naturalmente, para el medio taurino el golpe fue devastador, todo se pobló de augurios sombríos y manifestaciones espasmódicas.

Don Pío (Alejandro Pérez Lugín)

El paladín más radical del gallismo entre quienes escribían de toros, creyó ver en esa tragedia inaudita una conspiración en toda forma y, más por desesperación que por otra cosa, embistió ciegamente contra todo lo que oliera a Belmonte.

La tauromaquia de Juan no valía nada, comparada con la de su ídolo. Y su violentísima campaña golpeó cuanta cosa representara el trianero. Por supuesto, el gallismo más recalcitrante lo secundó sin miramientos.


Historia de un cartel

La corrida del 15 de mayo en Madrid –última en la que alternaron
Joselito y Belmonte, y que constituyó un fracaso total—empezó a torcerse cuando los veterinarios rechazaron el anunciado encierro de Albaserrada –ganadería famosa por la casta y poderío de sus astados–, y el terciado sexteto de reemplazo, de doña Carmen de Federico, irritó por su invalidez.

De modo que cuando la empresa anunció la reaparición del trianero precisamente con albaserradas, el solo anuncio alborotó al cotarro. Aquel
domingo 20 de junio de 1920 Juan iba a alternar con Curro Martín Vázquez y Fortuna, dos segundones; sería que, rota la pareja más célebre del toreo, no había más de quién echar mano.

Como Belmonte era Belmonte, el papel se agotó rápidamente. Con tal de ver si era capaz de sobreponerse al vacío que se abría ante él y la Fiesta toda. Y de comprobar si les podría a los temibles albaserradas. O si se confirmaban las punzantes diatribas de Don Pío.

Apoteosis.

De tabaco y oro, contrito y adusto, partió plaza el trianero. El primero de Albaserrada mandó a la enfermería a Curro Martín Vázquez –gran estoqueador a la antigua, ya muy desgastado a esas alturas—y Juan, como segundo espada, tendría que despachar cuatro bureles.

Al heridor lo pasaportó de un espadazo fácil. Con los otros tres iba a protagonizar la tarde más redonda de su vida. La vieja plaza de la carretera de Aragón vivió una de sus jornadas más gloriosas, y la leyenda de Belmonte creció hasta al infinito.

Como es natural, la crítica se volcó en loas al trianero. En medio de la apoteosis, la plaza en pleno se había alzado contra Don Pío, reprochándole su injusta y ruin campaña.

Versión de Barbadillo:

“Cuando soltó Belmonte el trapo milagroso que fue ayer en sus manos una bandera de gloria y de triunfo… era la gente quien cogía imaginariamente un capote fantástico, una ilusoria muleta de grana y se ponía a torear… por la calle de Alcalá, un mozo del tropel alegre y bullicioso marcaba una lenta verónica, el cuello doblado, el gesto gentil y despacioso del torero genial… un poco más allá se veía al señor don Paco… tendiendo al aire el brazo izquierdo en el pausado semicírculo de un pase natural… y en todas partes gestos, voces, corrillos, algarabía, contagios del entusiasmo popular… Siempre que se quiera poner una corrida de toros como ejemplo será necesario mentar ésta de Albaserrada».

¡Qué reses, que finura, qué tipos, qué temple, que codicia, que poder, qué estilo en los tres tercios, sin discrepancias, con leves variantes en la bravura y la nobleza!.

Cuanto hizo (Belmonte) fue cosa de pasmo y maravilla. Cada lance un milagro, cada quite un prodigio, cada pase de la muleta mágica un deslumbramiento de asombro, cada momento una ovación frenética… Verónicas, faroles, medias verónicas.

¡Ah, las medias verónicas de Juan Belmonte!

(Don Pío había escrito el día antes: “Estamos de medias verónicas hasta más arriba del cimborrio de San Francisco”).

Faenas ligadas, magnas, inverosímiles… tenía el toro que pararse ante el hombre triunfante, como si le dijera –Hombre, apártese un poco, que no tengo sitio para moverme. Y entonces, el hombre se acercaba más y más. Y no a un toro sino a tres, porque a los tres los toreó así: soberbios naturales, molinetes de farol… gracia, arte enorme, y un dominio y un temple de tal índole que, así que se iba agotando el empuje de las reses, iba el torero tirando de ellas, obligándolas y toreándolas más.

Y todo con la izquierda (Don Pío había escrito el día antes):

“Señor Belmonte, ¿quiere usted hacerme el favor de no dejarse olvidada en casa la mano izquierda? Porque es ya excesivo su abuso de la derecha”)…

De una estocada en los rubios el segundo albaserrada murió sin puntilla. Un pinchazo y una entera caída, atacando con idéntico brío, al cuarto de la tarde, que murió sin puntilla; y media en las agujas al quinto, que quedó muerto sin puntilla también. Por cada hazaña dio la vuelta al ruedo. Cortó la oreja del segundo bicho. Cortó las dos y el rabo, que se cortaba por primera vez en Madrid, de su último cornúpeto.

Cayeron a sus pies sombreros, ropa, flores; fue y vino tantas veces del estribo al centro del ruedo que, al final, ya no podía ni andar; y entonces fue cuando entró en el burladero y, como un hombre valiente, modesto y generoso, rompió a llorar de emoción y gratitud.”

(El Imparcial, 22 de junio de 1920) Versión de Corrochano:

“Precisamente cuando se hablaba de la decadencia de Belmonte, ha dado Belmonte su tarde más completa… y cuánto no se ensañaría el público aplaudiendo, que le hicieron llorar de emoción. Váyase por las veces en que su toreo hizo llorar al público.

No desaprovechó Belmonte ni un toro, ni un momento, ni una ocasión para torear maravillosamente.

Sus lances de capa, sus quites, su media verónica, fueron impecables; esa media verónica que es hija legítima de Belmonte y uno de los momentos más sublimes del toreo, y que acaba de ser censurada por una pluma chabacana con gustos de feriante….

Belmonte estuvo superior como torero y superior como matador… es un torero tan completo que toro que torea bien lo mata bien. Y estuvo tan sobrado que mató cuatro toros sin fatiga, y hubiera matado seis».

Versión de Clarito:

“Rodó el quinto toro de Albaserrada. Continuaba de pie el público y los pañuelos salieron a flote. El puntillero, por mandato del presidente, cortó a la res una oreja, luego otra, después el rabo… Terminó Juan su vuelta ritual, y cuando iba a retirarse al estribo, de súbito, la multitud rompió a aplaudir más y más fuerte.

Ovación larga, rotunda como no recuerdo otra, y que tenía un significado tan especial que, comprendiéndolo, este diestro, todo arte y todo corazón, la agradeció con firmeza desde los medios y en seguida fue a refugiarse en el burladero… para llorar, escondido en los hospitalarios tableros…

De nuevo estaba en pie la muchedumbre, pero ahora en actitud airada; por sobre las cabezas no albeaban los pañuelos, sino que enarbolábanse los bastones.

Y sonaba el nombre de un revistero que, según unos por ignorancia, y según otros por mala intención, y a mi juicio por las dos cosas, ha sostenido contra Belmonte una de las campañas más vocingleras e inicuas que se recuerden.”

“Don Pío” se retracta. Aludido en las tres crónicas de referencia, Pérez Lugín no tuvo más remedio que reconocer la grandeza de Belmonte y el carácter histórico de su gesta:

“¡Ha resucitado Juan Belmonte! ¡Aleluya!… Ahora que ya no vive el pobre y admirado Gallito, el torero de las grandes series de grandes naturales, –¡Con la izquierda!, había que gritarle a Juan. Y anteayer, toreando con la izquierda, tuvo Juan la tarde más grande de su vida torera… ¡Viva Belmonte… la izquierda… La Libertad!«.

La pugna sin cuartel entre cronistas es reflejo fiel de lo que se vivía en la calle, por algo España identificaría ese tiempo como la época de oro del toreo. Puede afirmarse que esta histórica corrida del 20 de junio de 1920 clausura una era de esplendor sin precedentes.

Muerto José y repatriado Gaona, que ofrecerá en México los mejores frutos de su madurez torera, Belmonte se quedó dramáticamente solo.

Aún resistió, sin llegar a emular ya su memorable triunfo con los albaserradas, las campañas completas del año 20 y del 21, antes de dar por clausurada la etapa más apasionante de su carrera, fundamental para la construcción del mito belmontino.

Porque en sus idas y vueltas posteriores circularía por las plazas en calidad de pieza única y aparte, objeto más de veneración que de escrutinio, y sin la pretensión de dirimir con nadie la supremacía que su puro nombre le otorgaba.

6toros6 . Belmonte, la revolución esencial

Ya está disponible el 2º Especial que la Revista 6TOROS6 ha dedicado a Juan Belmonte, que puede descargarse en la plataforma Kioscoymas (https://www.kioskoymas.com/publicacion/portada/6toros6/).

En este número analizamos su paso por las plazas de Madrid, Sevilla, Barcelona, Valencia, México y Perú; además, entregamos el más completo y pormenorizado resumen estadístico de toda su trayectoria; recordamos los integrantes de la Dinastía Belmonte; recogemos su impacto en la cultura, su legado y una completa recopilación de la bibliografía dedicada a su figura.

Como siempre, las opiniones y las noticias de actualidad completan un número con más de 100 páginas para guardar y coleccionar.

Gracias por la difusión,

Un saludo,

David Jaramillo


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