El tuit del presidente del Concejo de Manizales John Hemayr Yepes lo retrata perfectamente.
Ud. Señor presidente del Concejo de Manizales, es quien no nos intimida.
Mire señor, (por ser educado de mi parte): hace 8 siglos Papas, reyes, alcaldes, cabildos, presidentes y ministros nos han perseguido con bulas, decretos, normativas, etc.
Y este antiguo arte, la tauromaquia cabalga, con dificultades, es verdad pero como tiene sus raíces y arraigo en el pueblo donde floreció y aunque no lo crea es un bello arte.
“El toreo es poesía en movimiento”, proclamó el maestro y nobel mexicano Octavio Paz.
Y sabe qué, Ud. no honra a su estirpe, de gente culta , de prosa diáfana, de seres que aman la libertad.
Por su condición de representante de un sector de la ciudad se proclama animalista, sabe: ¿qué es un toro bravo?, ¿por qué se lidia?, ¿por qué muere en el ruedo y no en el matadero?.
Se lo replico con palabras de don Carlos Fuentes, otro ilustre escritor americano en su discurso de apertura de una de las ferias de Sevilla en el teatro Lope de Vega:
Esa mañana, Fuentes reafirmó en la capital hispalense que hay que ver a la muerte como “parte fundamental de la vida”.
“Cada torero debe ir a la plaza a decir su misterio”, y que la tauromaquia “no es lucha de clases sino de castas”.
Recordó el hondo sentimiento que el toreo despertó en literatos tan disímbolos como Valle Inclán y Rilke.
Resaltó “el orgullo y naturaleza de la fiesta de toros desde su doble papel de ofrenda y rito.”
Heymar Yepes nos ha insultado de manera procaz.
Y le digo que los taurinos no estamos muertos de miedo.
Ud., como matón de barrio nos espeta: la tauromaquia la vamos a acabar.
¡¡¡Vaya!!!.
Pensé que expresaría que va a acabar con la miseria de miles de sus coterráneos, que promoverá Acuerdos sobre educación, servicios públicos en esos barrios marginados que se apiñan en las laderas con el peligro de derrumbes como ya ha ocurrido.
Sabe una cosa: Cada año la Feria taurina le aporta mas de 500 millones de pesos al hospital infantil que este año por la pandemia no será posible que esos recursos ingresen para atender a los más desvalidos y a los peques que sufren los rigores de los males del cuerpo.
Sabe Ud, que mientras haya un hombre o una mujer que tengan el valor de lidiar un toro bravo (ud está lejos de ello, claro).
Y un ejemplar, el mas bello de la naturaleza si los hay, a campo abierto, a la luz de la luna como el maestro Juan Belmonte, usara una muleta o un capote para dar unos pases.
O unos lances y la tauromaquia seguirá viva en el corazón de miles de personas, que aman este milenario arte.
Por cierto el último acto sacrificial que pervive en occidente.
La primera foto es una cortesía con tendido7 de mi amigo Cafo Osa. La manía de acabar con símbolos, con la historia, con la memoria de una ciudad, de un país.
Ya no existe (salvo en fotogramas y antiguas películas) la bella iglesia de Santo Domingo contigua al palacio de comunicaciones «Manuel Murillo Toro» en la carrera entre calles 12 y 13.
Derribaron el hotel «Granada» donde se hospedó Gardel en 1935 en su visita a Colombia.
El teatro municipal en el que pronunció encendidos discursos el político Jorge Eliécer Gaitán. La hermosa mansión donde vivió el expresidente Eduardo Santos en la carrera 13 con 67 (chapinero bajo).
Acabaron el tranvía que fue medio de locomoción de los cachacos en los cuarentas del siglo pasado… La manía de ya no enseñar en las escuelas la urbanidad de Carreño.
Se llevaron el «tío vivo» de los caballitos que estaba empotrado en el parque del Centenario.
Y no sigo, para no llorar.
La primera foto de esta nota es expresiva de ese intento de un sector de la sociedad para que la memoria de la plaza de toros «Cañaveralejo» desaparezca para las nuevas generaciones.
Hoy es centro de eventos…
Me explica Oscar Torres que la plaza de toros de Cali arrendó de enero a noviembre a Colboletos las instalaciones y que ellos optaron por lo de Arena Cañaveralejo.
Es cierto, pero se va difuminando el objetivo, la razón histórica de para qué fue creada en los años cincuentas del siglo pasado la plaza, para toros, aunque no lo crean.
Y continuando con mi argumentación, la manía del «olvido que seremos» (título de la novela del gran escritor Héctor Abad Faciolince y que acaba de convertirse en película).
Entonces es la pena que da ver solo en imágenes lo que fue uno de los bellos hoteles de Cali de la primera mitad del siglo XX, el «Alferez Real».
Hoy es olvido…
Igual ocurre con D’groupe que tiene el 51 por ciento de las acciones de la plaza de toros La Macarena de Medellín…
No, ahora es un centro de eventos, mas light, mas posmoderno, La manía del «con los nuevos tiempos», el del veganismo, el de la fast food, el del desprecio por artes antiguas con el toreo que mal que les pese a sus malquerientes (que los hay los haiga, y lo escribo con todas las letras)
Han cantado de Lorca a Botero, cada uno en su campo, el primero el poeta granadino y el otro, uno de los artistas plásticos mas célebre, y es colombiano, don Fernando Botero que en la foto siguiente aparece al lado de don Gabriel García Márquez, que respetó y elogió a la tauromaquia.
A los practicantes de la religión judía y a los hebreos en diferentes épocas de la historia les prohibieron practicar sus ritos, les cercenaron su lengua natural… pero pese a ello, ahí esta como demostración de que prohibir solo consigue afianzar una creencia, un ceremonia, un rito..
EL NAZISMO
En enero de 1933 A. Hitler fue designado canciller del Reich. Con el ascenso al poder del partido nazi se dio impulso a todos los movimientos antisemitas en Europa.
En Alemania y en gran parte de los países de Europa oriental, a excepción de Checoslovaquia, se excluía a los judíos de la vida pública e intelectual y se declaraba un boicot contra los comercios y empresas judías.
En el congreso de Nuremberg de 1935 se decretaron las medidas raciales, que se hacían extensibles a los países anexados como Austria en 1938 o los Sudetes de Checoslovaquia en 1939.
La invasión alemana de Polonia en 1939 provoca el estallido de la segunda guerra mundial.
Durante los años 1940 y 1941 la mayor parte de Europa, desde el Océano Ártico hasta el Mediterráneo y desde los Pirineos hasta el Cáucaso, quedó sometida a Alemania.
En cada zona conquistada, la primera labor de los alemanes era la solución del problema judío, según la concepción nazi.
La manía de la prohibición… No sé, espero pacientemente que no, si las corridas terminarán prohibidas mediante una Ley.
Pero de lo que sí estoy seguro es que ese ceremonial se seguirá practicando en el campo. la luz de la luna como lo hizo Belmonte.
Los abuelos le transmitirán a los nietos el bello arte de la lidia de los toros.
Vendrá otra generación, y otras miradas comprensivas y cercanas a la libertad y a derechos fundamentales.
Pero el toreo seguirá vivo (prohibido, de pronto), pero crecerá entre hombres libres.
Y mientras haya un hombre o una mujer amando el toreo, este seguirá vivo en su corazón y en sus sueños.
La Corte Constitucional del Ecuador, realizó este jueves una audiencia sobre la prohibición de las corridas de toros en Quito, informó el Diario El Comercio.
En la diligencia, que duró cinco horas, se evidenciaron criterios contrapuestos entre abogados de la Procuraduría General del Estado y del Municipio.
La acción es impulsada por la Asociación de Toreros Profesionales del Ecuador, al considerar que la consulta popular de 2011 no tuvo un control constitucional adecuado y restringe los derechos fundamentales de las minorías.
Alí Lozada, uno de los jueces que acompañó a la ponente de esta causa, Carmen Corral, se declaró “perplejo” frente a la postura que tuvieron Camila Trellez y Karola Samaniego, delegadas de la Procuraduría General.
Advertisement Ellas solicitaron que la Corte “realice un control de fondo” sobre dicha prohibición.
Para eso, invocaron a los derechos a la cultura y participación, la seguridad jurídica, el debido proceso y que “se considere a la interculturalidad como parte fundamental del Estado ecuatoriano”.
“Lo que pedimos a la Corte Constitucional del Ecuador, como un ejercicio de tutela oficial efectiva, es que nos de los motivos, las razones si cabe o no la limitación de un derecho y que este fallo nos permita entender cómo se realiza la limitación de los derechos y si son o no válidas las limitaciones inclusive de manifestaciones culturales”, insistió Samaniego.
En cambio, Eduardo Regalado, abogado del Municipio de Quito, demandó a la Corte que desestime y archive las acciones de inconstitucionalidad, que también abarcan a modificaciones en las ordenanzas municipales sobre los espectáculos taurinos.
“Como pretensión, el Municipio de Quito solicita que la Corte declare que en este caso carece de competencia para ejercer el control de constitucionalidad abstracto, material, respecto de los resultados del plebiscito y que las ordenanzas 127 y 11 son constitucionales porque no vulneran ni contravienen ningún derecho”, sostuvo.
Además de activistas y abogados de la Fundación de Protección Animal (PAE) y Diabluma, se presentaron 35 personas.
Con criterios a favor y en contra de la actividad taurina.
Uno de ellos, Felipe Ogaz, emplazó a la jueza Corral a que se excuse de continuar con esta causa.
Pues dijo que tiene familiares dedicados a esta actividad.
La Presidencia de la República, por su lado, defendió las atribuciones que tiene un primer mandatario para convocar a consulta popular.
Después de esta diligencia la jueza Corral dio un plazo de 72 horas a las partes para legitimar sus intervenciones. A las afueras de la Corte se dio una manifestación de aficionados a esta actividad.
Manolete y Silverio. Historia de un cartel por HORACIO REIBA “ALCALINO”. A finales de 1945, el panorama de la fiesta en México era el siguiente:
Una baraja de figuras cuya diversidad, personalidad y clase no tenía precedentes ni ha vuelto a encontrar sucesión, el antecedente inmediato de una primera temporada visitada por la nueva ola hispana –luego de ocho años sin intercambio taurino entre ambos países a raíz del boicot de 1936.
En que la torería local barrió sin contemplaciones con una representación ibera corta de alcances y de ánimo, y una expectación inmensa por conocer al fin al verdadero mandón de la baraja española, un enjuto cordobés, Manuel Rodríguez “Manolete”, del que se contaban maravillas capaces de agotar la fantasía más delirante.
Pocos notaron la ausencia en el derecho de apartado de Carlos Arruza, pareja del Monstruo en los propios cosos ibéricos donde el Ciclón Mexicano cerró el año con 108 corridas, que añadidas a cuatro más en nuestro país sumaron 112, cifra sin precedentes en la historia de la fiesta.
Manuel Rodríguez Sánchez «Manolete», había nacido en Córdoba (04.07.1917) y era hijo del modesto matador del mismo nombre y procedencia y de doña Angustias Sánchez, viuda a su vez de otro torero, Lagartijo Chico, de escasa nombradía.
Un antecedente curioso tenía al lado de Silverio Pérez, su padrino de confirmación en El Toreo: la novillada de principiantes en la que alternaron en Tetuán las Victorias (01.05.35), donde la poca prensa presente vio en Silverio a un chico valentón y descalificó a Manolete por codillero y soso, aun ponderada la derechura con que se tiraba a matar.
No se sabe cómo reaccionarían tales críticos cuando, a partir de su alternativa (Sevilla, 02.07.39), se convirtió en el torero que redimiría a España del marasmo y privaciones de la posguerra, provocando una conmoción no vista desde la llamada edad de oro, con Joselito, Belmonte y Rodolfo Gaona.
La corrida
Antonio Algara, el empresario de El Toreo, no mostró prisa para echar mano de su carta fuerte, y la presentación de Manolete no llegó hasta la sexta de la temporada.
Antes, el cordobés estuvo en Torrecilla, la ganadería zacatecana de la que procedía el encierro que despacharían, con el debutante cordobés, Silverio Pérez y Eduardo Solórzano.
El llenazo se daba por descontado, largas colas de aficionados habían hecho guardia nocturna en torno a las taquillas y el papel se agotó días antes del festejo. Al sonar el clarín, no cabía nadie más en la plaza y se palpaba una tensa ansiedad en el ambiente.
Manolete vestía de celeste y oro, Silverio de rosa y oro y Eduardo un terno verde oscuro recamado del amarillo y reluciente metal. Las ovaciones los llamaron al tercio a saludar, primero Manolete y, a invitación de éste, sus alternantes mexicanos.
Se abrió el toril y apareció “Gitano”, un cárdeno oscuro muy fino y nada aparatoso.
Relato del Tio Carlos
“Manolete –enjuto, erguido, tipo de torero de la cabeza a los pies—lanceó en varios terrenos pasándose cerca la bicho en los del lado izquierdo. Cerró con media imperiosa y precisa.
Y en quites hubo de dedicarse a la brega en vista de lo abanto del de Torrecilla. Parearon el español David y el mexicano Aguilar, y en el tercio se realizó la esperada confirmación de alternativa del hispano a manos de Silverio.
Manolete pidió la venia de la autoridad y fue a brindar al público. Ordenó que le pusieran al toro en sombra, en el tercio de contraporra…
Citó para el ayudado por alto… Y cuajó el pase sin mover ni una pestaña, repitiéndolo por el lado izquierdo. Intentó el natural, pero inmediatamente se cambió la muleta a la derecha para arrancar dos derechazos a la mínima distancia y agregar dos altos.
Y entonces puso su firma, un pase formidable por el mando y la cercanía de los pitones. Y cerró la serie con dos molinetes. Había llegado a la propia querencia natural del toro. En ese terreno, Manolete trazó tres derechazos, se echó la muleta a la izquierda y… aquellos cuatro naturales fueron un prodigio.
Largos, mandones, suavísimos, toreando a la perfección en todo el tramo del pase, haciendo al animal revolver sobre la muletapara trazar el siguiente arco: fueron como un solo natural. Manolete liga con la izquierda como Silverio con la derecha.
El toro arrancó de pronto y Manolete, torero en todo momento… se lo llevó jugueteando hasta los medios en abaniqueo medido, pausado, preciso.Lo que en otros es un subterfugio de mala ley para eludir la faena, en Manolete fue recurso de gran torero para resolver un instante comprometido.
Momentos antes, con el toro en tablas, le había arrancado dos pases de los suyos (manoletinas) a distancia espeluznante, y se había sacado dos embestidas descompuestas con un par de molinetes –uno de ellos por detrás—verdaderamente de maestro.
Con el toro afuera ya, Manolete cambió el estoque (esto se veía en México por primera vez), citó a corta distancia, dobló la pierna izquierda y se dejó ir sobre el morrillo para media estocada que mató sin remedio.
Aquello fue el delirio, Manolete cortó las orejas y el rabo de “Gitano”, dio la vuelta al ruedo entre sombreros y prendas de vestir—que habían inundado el ruedo desde los naturales—y saludó en los medios.” (El Universal, 10 de diciembre de 1945)
Impresiones de Don Tancredo y de Roque Solares Tacubac
“Devoción litúrgica, solemnes ademanes rituales hay en el toreo de Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete”.
¡Y qué hondura emotiva, realzada por solemnidad inconmovible, aguante prodigioso y elegancia señorial! Lidiador de asombro, artista cuya personalidad amerita los más encendidos y apasionados elogios, justificó plenamente la fama de que vino precedido.
¡Por algo está en la cumbre de la celebridad y es el califa actual de la tauromaquia española!… Jamás la presentación de torero alguno tuvo este ambiente de frenesí… cuando se abrieron las puertas del coso, a las dos de la tarde, se precipitó la muchedumbre a los tendidos y en un instante llenó el graderío…” (La Fiesta, núm. 64. 12 de diciembre de 1945)
Don Tancredo (Roque Armando Sosa Ferreyro), era director-fundador del semanario La Fiesta, una de las mejores revistas taurinas editadas en México.
En su crónica consideró que “la media verónica con que Manolete remató sus primeros lances fue prodigiosa, monumental..”, y confirmó asimismo que ligó cinco naturales estupendos “que hicieron alfombrarse el ruedo de abrigos y sombreros”.
También invitó a “Roque Solares Tacubac” (anagrama del doctor Carlos Cuesta Baquero) a estampar su “Impresión manoletista”, como el ilustre galeno tituló un texto del cual cito algunos fragmentos:
“Manolete es la resurrección casi integral del inolvidable Antonio Fuentes (aunque) no tiene relieve en las suertes de banderillear… mas por la suficiencia para estar en el ruedo, el cordobés nos hace ver de nuevo en la arena al inmortal diestro sevillano, con igual señorío natural, ajeno a toda afectación… en lo referente a la postura que adopta para practicar los lances de capa y los pases con la muleta, no es la enteramente clásica de frente(pero) la quietud de los pies, el ritmo del movimiento de brazos y el llevar al toro bien centrado, dan a su toreo belleza escultórica y majestad… (para) la suerte de estoquear… se coloca cerca y en rectitud al cuerno derecho del toro –ayer, en el único que estoqueó no estuvo cruzado; su colocación fue enhilado y presentando el pecho.
Hizo el viaje con rectitud y sin excesiva rapidez… conforme a la manera clásica… (como) ya dije, analicé la actuación de Manolete empleando mi lupa de investigación taurina limpia y exento de prejuicios.”
“Espontáneamente agrego algo para ovacionar a Silverio. Estuvo en plan de hondo dramatismo y excelente torerismo.
Tuvo la rareza de emplear la mano izquierda para torear por naturales… En los derechazos, su especialidad, estuvo incomparable: se superó a sí mismo. Eduardo Solórzano: torerísimo en la faena de muleta al tercer toro y discreto con el quinto y el sexto” (La Fiesta, ídem).
Silverio con “Cantaclaro”
Como Solares Tacubac señala, Manolete sólo estoqueó un toro, pues su segundo, “Cachorro”, lo hirió cuando, aguantando mucho una embestida vencida, le marcaba la salida en el primer lance de capa: cornada grave de dos trayectorias en el muslo derecho.
Y el menor de los Solórzano, en la penúltima tarde de su vida torera, dio merecida vuelta al ruedo tras estoquear a “Llanero”, su primero.
Pero el otro gran suceso del día lo protagonizó Silverio Pérez que, dispuesto a vencer o morir, bordó antológico faenón con el cuarto de la tarde, “Cantaclaro”, cárdeno claro, antes de marcharse, también él, a la enfermería, con un puntazo infligido por su primero, que de “Exquisito” no tenía nada.
El Tío Carlos lo relató así:
“Es difícil de narrar… Silverio brindó a dos particulares y allá se fue, al tercio. Juntó los pies, se quedó muy quieto y ejecutó un ayudado por alto. Y uno de pecho maravillosamente iniciado en el que por desgracia perdió el trapo… Reanudó la cosa con un doblón y original adorno.
Y echándose la muleta a la izquierda, comenzó a torear por naturales. Fueron tres muy buenos, pero lo mejor del conjunto fue el pase de pecho… Siguió con un costadillo saboreado y tres derechazos metido en el terreno del toro, citando a mínima distancia, más uno de costado aguantando la gazapeada.
Más derechazos, y tres pases de trinchera que fueron como uno solo, girando en el sentido del viaje del toro con una suavidad, una lentitud y un temple de sueño.
El cambio de muleta de una mano a la otra con que en la cara misma del socio cerró este capítulo fue de una belleza inenarrable. Continuó adornándose con medios pases y por la cara.
Y consiguió la igualada con un cambio en los propios hocicos. Y con mucha mayor rectitud de la acostumbrada tumbó a “Cantaclaro” de una estocada algo caída. Oreja, rabo, dos vueltas al ruedo. Ovación inacabable, indescriptible.
Una de las más grandes ovaciones escuchadas en El Toreo. ¡Vaya un monstruo tenemos acá! ¡Vaya un monstruo que tienen allá!” (El Universal, ídem)
Dicho por Manolete
Cuando, postrado aún en el sanatorio, alguien preguntó a Manolete sobre su cornada, el Monstruo contestó: “No fue el toro, fue Silverio.”
Y en la última entrevista de su vida, publicada por el semanario valenciano “Triunfo” cinco días antes de la trágica tarde de Linares, el cuarto califa cordobés se refirió así a la tarde de su debut en El Toreo: “¿Cuál ha sido, para usted, el momento más feliz de su vida profesional?… ¿Y el más desagradable?
Tras un instante de duda, Manolo respondió:
“El día de mi presentación en México. Mi primer toro puede ser el momento agradable. Y el segundo el desagradable. En aquél corté oreja y me hice con el público mexicano. En el otro, una cornada grave me hizo pasar muy malos ratos, allí, lejos de los míos…”. (Triunfo. 23 de agosto de 1947).
José Diaz en el Diario El Comercio apunta sobre el declive de las fiestas aniversarias de la capital ecuatoriana al perderse la feria taurina en Iñaquito.
Las luces del derroche por estas fiestas de Quito no suplen la tradición de un festejo mortecino al que pusieron la puntilla cuando acabaron con las corridas de toros completas en nuestra ciudad.
Durante 50 años las fiestas de la capital, los desfiles, las bandas en los barrios y la presencia de las grandes figuras taurinas de España y México ,con toros españoles y nacionales atraían a turistas de todo el mundo.
Llegaban de Perú, Colombia, México. Venían de Estados Unidos y de Francia.
Los canales de televisión competían de manera legítima por la sintonía con los mejores comentaristas nacionales e invitados españoles. Los slogans decían, por ejemplo: ‘Los mejores toros y toreros del mundo para la mejor Feria de América’.
Esa era el ‘Lindo Quito de mi vida’, el del ‘Toro barroso’ y el ‘Chulla Quiteño’. Fiesta, tradición, cultura y alegría.
El ingreso en restaurantes y venta de comidas, colas, cervezas y sombreros de paja toquilla, era importante y permitía a miles de familias juntar dinero para la Navidad.
Hoy todo se ha perdido ahogado entre la moda y nuevas corrientes que no respetan la libertad ni las tradiciones.
Hoy la fiesta de los toros emigró a Latacunga, Ambato y Riobamba y los quiteños perdimos un tesoro.
Y José Jácome se refiere a las perdidas económicas:
De tradición taurina centenaria, Quito pierde cada año entre 87 y 125 millones de dólares en ingresos turísticos generados por la fiesta taurina, casi apagada tras el referendo nacional que, en 2011, suprimió el tercio de espadas y, como consecuencia, el adiós a la feria taurina.
Lo asegura el concejal del Distrito Metropolitano, Marco Ponce, también presidente de la comisión taurina de la ciudad, con dos plazas históricas, una de ellas, la Monumental, ya casi en desuso.
«Hay diestros que no quieren venir a torear a la usanza portuguesa. Para ellos es muy importante el tercio de muerte, es como si a Messi le pidieran jugar sin goles…¡Se negaría!», afirma tajante en una entrevista con Efe.
Construida en 1960 con un aforo de 15.000 espectadores, la Monumental es la principal de las dos plazas de Quito, fue inaugurada por Luis Miguel Dominguín y hasta 2011 se jactaba de tener los mejores carteles de toda Sudamérica.
«El aforo se incrementó y con ello llegaron las grandes figuras», recuerda Héctor Racines, histórico comentarista taurino de Quito.
Aguado presentó «Joselito, el rey de los toreros», el niño sabio de Gelves. En el Ayuntamiento de Sevilla en un magnifico acto en la mañana de este martes donde brotó el sentimiento, la buena palabra y el recuerdo.
Paco Aguado presentó su obra «Joselito el Gallo, el rey de los toreros» que recoge la breve pero fantástica vida del hijo de la «seña Gabriela» que se truncó a los 25 años en Talavera porque un toro de la viuda de Ortega puso fin a sus días.
Joselito llega a Talavera después de “una corrida remendada” el día 15 en Madrid, donde cosechó pitos e incluso una voz le deseó la muerte en el coso talaverano.
La ganadería Viuda de Ortega, criada en los pastos de Prado del Arca y Santa Apolonia, fue la protagonista del 16 de mayo, fecha luctuosa que marcaría un halo trágico también para sus reses durante los años siguientes.
El torero Pablo Aguado en una breve intervención, como una media verónica dijo que Joselito y Belmonte construyeron el toreo moderno pues sentaron las bases de lo que hoy ejecutamos como la ligazón y cada vez que aparece el toreo con mayúscula reluce Joselito.
Joselito, dijo el autor fue moderno porque hizo mas cosas que torear muy bien y, como tenìa el toreo en la cabeza pudo darle un giro copernicano a la manera de torear y concebir la lidia.
No se trata de quitarle nada a Juan Belmonte sino devolverle a José lo suyo pues por esas «cosas» de la historia su nombre, su legado se ocultó, se habló casi nada de su grandeza.
Entre otras cosas, añadió porque la biografía de Chaves Nogales puso en el pedestal a Belmonte y dejó por fuera, sin quererlo, a José el compañero de viaje de esa revolución taurina que no es solo belmontina sino también y por derecho propio, joselitista.
Cuando Corrochano publicó su libro en los cincuentas, todo como que se estancó y desde entonces con relación a lo que significa Gallito queda en la sombra. Y es curioso, dijo Aguado, en Sevilla no apareció durante muchos años la figura del torero de Gelves, se eclipsó.
Joselito representa todos los avances, creó el caldo de cultivo de lo que es hoy el toreo.
Así que en el Ayuntamiento de la capital hispalense Joselito ha vuelto a Sevilla y Sevilla se ha reencontrado con su torero mayor.
Paco Aguado, periodista y autor del libro ‘Joselito El Gallo, el rey de los toreros’, ha reseñado que las figuras de Joselito ‘El Gallo’ y Belmonte marcan la edad de oro del toreo.
“Detrás de la tragedia, que echó un velo negro sobre su figura, había mucho más que el último gran torero del siglo XIX”, recalcó sobre el diestro.
Aguado definió a Joselito como “un niño sabio, repelente y algo redicho del toreo”, que con 12 años ya lo sabía todo y con 19 acaba echando del toreo a figuras como Bombita o Machaquito. Una figura en ciernes que también intenta hacer sombra a Belmonte, con el que finalmente llega “a un pacto no escrito para repartirse el poder de la púrpura durante toda la década”.
El periodista recalcó que, además de adoptar las técnicas del toreo de Belmonte, aportó las suyas.
“Era un obseso de la profesión, vivía para el toro, tanto en la ciudad como en el campo”.
Por eso, era el torero predilecto de los ganaderos, “que le escuchaban todo lo que él decía; con su consejo, los ganaderos empiezan a variar muchos de los conceptos decimonónicos y la forma del comportamiento del toro”. Y éste, apuntó Aguado, fue uno de los grandes logros de Joselito, el de buscar un toro más bravo, de mayor entrega y duración.
La tauromaquia encaja en el concepto universal de cultura. PABLO J. GÓMEZ DEBARBIERI dialoga con el filósofo y catedrático francés François Zumbiehl
El antropólogo galo explica por qué la tauromaquia es una manifestación cultural según los principios de Unesco y expone la base filosófica del rito taurino.
–¿Por qué debería considerarse que la tauromaquia es una manifestación cultural y una expresión de la diversidad cultural?
Con el concepto del término cultura nos tenemos que referir a lo que la Unesco considera en dos importantes convenciones, la de 2003 acerca de la promoción y protección del patrimonio cultural inmaterial y la de 2005, de la protección de la diversidad de las culturas; ambas convenciones muy influenciadas por los trabajos del gran antropólogo francés Claude Lévi-Strauss, que considera que una cultura es la relación entre una comunidad humana y un objeto cultural, que podría ser un monumento, un patrimonio inmaterial, con el cual esta comunidad se identifica y que refleja sus valores y sentimientos.
Es clarísimo que la tauromaquia refleja los valores con que nosotros, los aficionados de varias comunidades y países, nos identificamos.
Siempre es una relación entre un objeto, material o inmaterial, y los sentimientos de un pueblo o comunidad que se identifica con ellos.
Conocemos el lema de los antitaurinos, que quieren negar esto y dicen “tortura no es cultura”, pero tanto el concepto de cultura como el de tortura no es que sean subjetivos, pero tienen que ser razonados a la luz de los valores y sentimientos de las comunidades donde existe afición a la tauromaquia. La tauromaquia encaja en el concepto universal de cultura.
–Se usa el término “tortura” con mucha ligereza, pero valdría la pena explicar por qué no es tortura.
Decir que la tauromaquia es tortura es un insulto. Me sorprende que las organizaciones que defienden los derechos humanos; aquellos que cultivan la memoria de las víctimas que sufrieron tortura a lo largo de la historia, especialmente en el siglo XX, no se sientan insultados con la relación que algunos hacen entre tauromaquia y tortura.
La tortura supone, primero, un humano consciente lo que está sufriendo; maniatado e impedido de moverse. Además, un verdugo que está a sus anchas y puede infligir daño sin correr el menor riesgo.
Es evidente que en la tauromaquia nada de esto se da. El toro no es un ser consciente pero está luchando y superando, al luchar, el posible dolor con las endorfinas; esto lo explican perfectamente los veterinarios, haciendo una analogía con los atletas –en el box o en el rugby, por ejemplo– que superan el dolor gracias a esas hormonas. Al mismo tiempo, el toro representa un enorme riesgo para el torero, que es el artista que se enfrenta con él.
Por lo tanto, la tauromaquia es una relación entre dos seres, pero ninguno está maniatado ni en actitud de pasividad. Por eso, la noción de tortura en las fiestas de toros es totalmente desquiciada. La tauromaquia encaja en el concepto universal de cultura.
–Hay quien sostiene que Unesco no podría reconocer a la tauromaquia como cultura porque hay un sacrificio ritual.
No solo la Unesco; también los tratados europeos. La Unesco, desde la primera década de este siglo, se atiene al concepto de cultura definido por Lévi-Strauss, que es esa relación entre sentimientos y valores de una comunidad que las comparte y que se refleja en las manifestaciones inmateriales.
Hay dos ejemplos muy claros reconocidos por la Unesco como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Uno es el Sanké Mon, sacrificio ritual de gallos y cabras en Mali, para que los dioses del río permitan una abundante pesca colectiva, en la que se matan miles de peces.
También hay una caza ritual, la cetrería, reconocida por la Unesco, la que fue presentada por países árabes y europeos. En ella, el halcón está al servicio del hombre para matar perdices u otras aves.
–Francia es un fenómeno social notable por el auge de la tauromaquia en las últimas décadas y por el gusto que manifiestan por la pureza de la suerte de varas y por la perfección con el estoque; la cuadra de caballos y las puyas de Alain Bonijol son un ejemplo de ello. ¿A qué lo atribuyes?
Hay consideraciones sociales, antropológicas e históricas. Tienes razón cuando describes la afición francesa. Respecto a Francia, son un grupo minoritario que se reconoce como tal, porque la franja taurina de Francia comprende algunas regiones del sur y del suroeste. Pero esa minoría es muy estructurada y desea manifestar su identidad a través de las fiestas de toros. Fue una larga lucha histórica que se resolvió a mediados del siglo XX.
Por ello, los aficionados franceses que defienden su cultura quieren que la tauromaquia se manifieste en todo su rigor y autenticidad, lo que presupone integridad en todas las fases del ritual y en particular en los tres tercios y especialmente en el primero: la suerte de varas. En Francia se exige el toro íntegro y con toda su capacidad para manifestar toda su bravura en el primer tercio; que no se le castigue en exceso, que se dé todo el espacio para expresar su bravura. Además, que el espectáculo sea completo; que la corrida no se reduzca a las faenas de muleta; que hay espectáculo auténtico en la suerte de varas, en banderillas; luego, por supuesto, después en la muleta y, claro, que la estocada esté bien dada. La afición francesa lo exige así de íntegro y no reducido a la muleta.
–Es lo más acertado, porque la faena empieza con el primer capotazo y termina con la estocada y esa integridad debe estar estructurada y con una arquitectura que satisfaga al aficionado en este rito.
Absolutamente, y en ese sentido, el acierto de Bonijol ha sido adiestrar a sus caballos ligeros, para que sin un peso excesivo se puedan mover y obedecer al picador, que debe ser –ante todo– un buen jinete. Que sus petos tengan poco peso y que el pitón del toro pueda resbalar sobre el peto sin atracarse. Además, que el hierro de la puya no sea excesivo. Lo de la puya es una reforma que está haciendo la Unión de las Ciudades Taurinas de Francia (UVTF) para que en todas sus plazas se utilice esa puya; esa reforma se está estudiando en España, pero eso es otro tema. Lo que se busca es no castigar en exceso al toro para que pueda mantener su acometividad hasta el final de la faena.
–Y para que el caballo no sea una pared inamovible contra la que el toro se rompe aún más que con la puya.
¡Exactamente! Que no sea una muralla, que desmoviliza de alguna manera al toro, al sentir que no podrá con ella, lo que es tremendo, porque la corrida siempre debe ser un equilibrio. El toro tiene el destino de morir en la plaza, pero debe ser un animal respetado. No hay tauromaquia si no hay respeto y admiración por el animal. La tauromaquia encaja en el concepto universal de cultura.
–Hay una frase que sé que te gusta, que me parece es de Pepe Alameda, que dice que la tauromaquia es como la vida misma.
Sí; la tauromaquia es como la vida misma porque, al fin y al cabo, es la representación y una realidad, al mismo tiempo. El término representación debe utilizarse con prudencia, porque lo que se desarrolla en el ruedo es al mismo tiempo una realidad. El toro muere de verdad, pero también el torero puede morir o ser herido de verdad; se lo dijo un torero a un actor que lo silbaba desde el tendido: “Aquí, señor, se muere de verdad”.
Pero también es representación; una metáfora del destino de la vida.
La metáfora consiste en que el torero reproduce el viejo mito esencial de la lucha entre Teseo y el Minotauro; entre el espíritu humano, la habilidad del artista, de la inteligencia humana, frente a un ser instintivo y salvaje que representa la amenaza que pende sobre nuestras cabezas de mortales, que es la propia muerte.
El torero, al matar al toro, de alguna manera vence, en el rito, a la muerte. Pero es un triunfo efímero y absolutamente provisional, porque para todos nosotros, la muerte siempre será el final.
Es, por lo tanto, un ritual de cómo la inteligencia con el arte, dialogando con la naturaleza del toro puede producir belleza y al mismo tiempo vencer a las amenazas y a la muerte misma.
Pero en ese ritual hay una identificación con el toro. De alguna manera, nosotros los aficionados, finalmente nos identificamos con el toro bravo. La prueba es que cuando un toro ha sido de verdad bravo; cuando realmente ha asumido el final de su vida con toda su bravura, nosotros lo respetamos y lo admiramos y cuando muere, los aficionados se levantan, lo aplauden y manifiestan ese respeto, porque de alguna manera, ese destino del toro es el nuestro, pues representa nuestro destino ante la muerte.
Esa ambigüedad, esa ambivalencia de lo que pasa en una corrida es de una profunda riqueza que tiene sus raíces en todos los sentimientos y pensamientos del universo mediterráneo, del cual somos herederos y que atravesó el Atlántico para llegar a Hispanoamérica. Todo eso sucede durante una corrida.
–También se produce la esencia de un drama griego, que es cómo contamos las historias y los relatos. En el primer acto, en el primer tercio, ya conoces a los dos oponentes, pero tú no sabes cuál va a ser desenlace y ese desenlace desconocido nos mantendrá atentos para ver qué sucederá y todo ello, dentro de un marco y una escenografía muy artística.
Tienes toda la razón. Hay mucha semejanza entre la corrida y la tragedia griega, que termina mal. La corrida termina con la muerte del toro, pero la tragedia griega termina con la muerte del héroe. Nosotros, somos –como te dije– tanto el matador como el toro que, al final, muere.
Pero además, en la corrida, que tiene una estructura dramáticamente marcada con los tres tercios, que son como los tres actos de una tragedia, todo está marcado por el código ritual pero también es imprevisible. Nadie sabe qué va a pasar. No sabemos si el torero será cogido; si una suerte se podrá realizar o no.
Es más; toda la belleza del toreo está ligada al sentimiento de lo efímero; que todo está absolutamente sometido al tiempo y que ese es nuestro destino en la vida; nosotros estamos sometidos al tiempo. Por ello, lo que hace un torero nos emociona tanto más porque sabemos que no lo volveremos a ver; sabemos que es para ese momento y para nuestro huidizo recuerdo. Y en ese intento de contrarrestar el destino artístico, el torero necesita templar.
¿Por qué necesita templar? Indudablemente, por razones técnicas de la lidia, en primer lugar; pero también porque necesita lentificar lo que hace; porque, de alguna manera, está dominando el tiempo, esculpiéndolo. Recuerdo que el gran maestro Antonio Bienvenida le explicaba a un señor que le preguntó por qué se esforzaba tanto por templar, por lentificar lo que le hacía a los toros, lo siguiente: “Porque siento que en cada pase se está muriendo mi faena”. Es decir, sabemos que la belleza que vemos está abocada a morir. El torero no solo matar al toro, al estoquear; mata y remata una faena que nunca más se volverá a producir. Eso también es nuestro destino de mortales.
–Gracias François, por tu tiempo. Ha sido muy interesante lo que has dicho. Dejaremos para otra ocasión el tema del antiespecismo, ese movimiento seudofilosófico, que desde que Singer lo creó ha terminado en este animalismo desbocado que vemos en el siglo XXI.
Será muy importante hablar de eso porque es una amenaza a nuestra civilización grecolatina, es decir, a nuestro humanismo.
Pero por otro lado, la pena es que no has visto aún una corrida en Acho. Salvo aquel sábado de hace muchos años, que te llevé temprano a la plaza y la vimos desocupada.
¡Pues sí, claro que me acuerdo! Y tú me enseñaste el museo taurino y había allí un traje de luces de Belmonte.
–Sí, y hay uno de Joselito y otro de un torero al que admiras mucho: de Manolete.
Al que admiro mucho y acerca del cual –como sabes– he escrito.
Espero que haya otra oportunidad y que pueda ver una corrida en Acho.
En cuanto termine la pandemia tendré que programar un viaje a Lima.
La tauromaquia encaja en el concepto universal de cultura.
Javier Martínez Reverte (1944 – 2020), escritor reconocido por sus libros de viajes realizados en todo el mundo, ha fallecido hoy en Madrid.
Reverte fue pregonero del Carnaval del Toro 2010, con un pregón en el que ensalzó el toro bravo desde la perspectiva vivida y la que pudo ver de primera mano en sus viajes, como en la literatura y escritores reconocidos.
“El toro de lidia, no sólo acompaña un buen puñado de fiestas en casi todos los rincones de la geografía española, sino que es fiel camarada de un buen puñado de nuestros intelectuales y artistas. Goya y Picasso han pintado este juego de arte que transcurre entre la vida y la muerte. Y no pocos poetas han celebrado con rimas el misterio hondo del toro. Cito a algunos tan sólo, porque la lista entera se haría casi interminable: José Bergamín, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Jorge Guillén, Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda., Manuel Altolaguirre, Gustavo Adolfo Bécquer, Juan Ramón Jiménez, Fernando Villalón, Jorge Guillén. Alberti, Lorca… Y no puedo dejar de citar dos espléndidas novelas que tratan del mundo del toreo: “Juan Belmonte, matador de toros”, del periodista y novelista sevillano Manuel Chaves Nogales, y “Sangrefría”, del poeta y novelista Antonio Hernández.”
UN ESCRITOR VALORADO POR LA CRITICA
Javier Martínez Reverte, que firmaba sus obras como Javier Reverte, estudió filosofía y periodismo, profesión que ejerció durante casi 30 años, trabajando como corresponsal de prensa en Londres, París y Lisboa y como enviado especial en numerosos países.
También trabajó como articulista, cronista político, entrevistador, editorialista, redactor-jefe de mesa, reportero del programa ‘En Portada’ de TVE y subdirector del diario ‘Pueblo’.
Reverte cosechó un gran éxito de ventas con sus libros de viajes con especial mención para su ‘Trilogía de África’, formada por ‘El sueño de África’, ‘Vagabundo en África’ y ‘Los caminos perdidos de África’.
Esta trilogía permitió a Javier Reverte lograr su vieja aspiración de dedicarse por completo a la literatura, y reservó sus escritos periodísticos a colaboraciones puntuales con diversos medios de comunicación.
Reverte también ha publicado la ‘Trilogía de Centroamérica’, formado por tres novelas que transcurren en Nicaragua, Guatemala y Honduras. Ha escrito más de veinte libros basados en viajes, más de diez novelas, cuatro memorias y biografías y otros tantos poemas.
Obras como Un verano chino, Canta Irlanda, New York New York, La aventura de viajar, La canción de Mbama, Un otoño romano, Asturias, Trilogía de Centroamérica, Madrid, El médico de Ifni, Corazón de Ulises… Una extensa obra que ofrece una visión del mundo, sus gentes, sus particularidades, narradas de forma que el lector está presente en ese viaje.
REFLEXION SOBRE LA TAUROMAQUIA
No es que uno sea un loco aficionado a los toros -suelo ir dos o tres veces al año-, pero sí que estoy seguro de que el día en que desaparezcan lo lamentaré. Decir esto no resulta políticamente correcto en nuestros días y, para mí, no se trata de un problema de crueldad, que es el argumento en donde se sustenta el rechazo a la llamada Fiesta Nacional.
Sé de gente que está en contra de los toros en forma radical y que, sin embargo, aprueban la pena de muerte. El asunto, en mi opinión, es casi una cuestión cultural.
He visto plazas de toros en los lugares más insólitos que el lector pueda imaginar. Por ejemplo, en Maputo, capital de Mozambique, país que fue colonia portuguesa y en donde torearon, en los tiempos coloniales, no pocos diestros españoles. Es un espléndido coso que ahora sirve de mercadillo dominical y en cuyas dependencias hay talleres mecánicos e incluso, en los antiguos toriles, las oficinas de una secta religiosa. No sé qué es peor, si un toro salvaje o una sede evangelista.
Hay otra bonita plaza en Orán, ciudad argelina en donde hubo una importante colonia española durante siglos. Sólidamente alzada en piedra, el ruedo es utilizado hoy por los chiquillos para jugar al fútbol. Debe de ser el único campo de fútbol redondo del mundo.
Hace veinte años, recorriendo las calles viejas de Zanzíbar, di con una tienda en la que se vendían fotos antiguas de la ciudad, casi todas de los años 50 del siglo pasado. Y me quedé pasmado al ver que, en una de ellas, un zanzibarí capeaba toscamente, con una suerte de trapo, a un toro cebú, uno de esos enormes vacunos chepudos que da miedo mirar, en una plaza pública de la Ciudad de Piedra.
Tanto Zanzíbar como Pemba, una isla vecina, fueron colonias portuguesas entre 1505 y 1629. De ahí les venía la práctica del toreo, que había sobrevivido al paso del tiempo tres siglos y medio después de irse los lusos.
No sé si quedarán más plazas por África, en los lugares en donde hubo colonias portuguesas o españolas. Pero produce cierta lástima ver esos espacios en los que, como en los circos romanos, la piedra es ya silencio, en los que las voces de júbilo o pavor de los espectadores se han callado para siempre.
La Historia vuela y ese hecho ineludible produce cierto vértigo. Son como los viejos templos de religiones muertas, de los que los dioses han escapado en busca de su propia eternidad. Que les den.
Imaginen, dentro de doscientos años, qué entenderán los niños cuando alguien les diga, por ejemplo, «no hay que mirar los toros desde la barrera«. O expresiones como «pinchar en hueso» o «coger al toro por los cuernos«. ¿Y desaparecerán del diccionario esos bonitos nombres del pelaje taurino como jabonero o negro zaíno o cárdeno o negro bragado?
¿Y qué decir del arte? ¿Comprenderán las futuras generaciones las pinturas de Francisco de Goya, Pablo Picasso o Joan Miró? Y tantos versos escritos por tantos poetas para la fiesta taurina. Aquello de… «sobre un caballo alazano, cubierto de galas y oro, demanda licencia urbano, para alancear un toro, un caballero cristiano«. O aquello otro de… «como el toro, he nacido para el luto«.
¿Y qué harán en Cataluña con el gran poema de Salvador Espriú La pell del brau?, ¿cambiarle el título?, ¿prohibir su lectura?
Este otoño último asistí a una corrida en Madrid una tarde luminosa de sol. A plaza llena, los colores del albero y de los vestidos toreros alegraban el aire del otoño. Salieron unos toros asesinos y los matadores se jugaron la vida ante ellos. Los espectadores mantuvimos un nudo en la garganta durante las dos horas que duró el festejo.
Y entre la tragedia que se presentía y la belleza plástica de algunas suertes de capote, banderillas y muleta, yo sentí que se revolvía algo muy primitivo en mi interior, como si mis lejanos ancestros clamaran desde algún lugar remoto de mi alma.
He llevado a mis hijos a los toros y les dejan fríos. Mi mujer los detesta y le parecen un espectáculo que raya la barbarie. Lo intentaré con mis nietos en un descuido de sus padres. Y siento pena, la verdad, de que muera algo tan humanamente primitivo, tan bello y tan salvaje al mismo tiempo. ¡Cuán hermosa es la palabra salvaje!
El libro «Joselito y Talavera 100 años». Con motivo de la celebración del centenario de la muerte del mítico torero, acto que ha sido promovido por el Ayuntamiento de Talavera de la Reina y otras asociaciones culturales, como la nuestra.
El Colectivo Arrabal ha elaborado una publicación que ha contado con la colaboración de diversos especialistas que analiza, entre otras cosas, la relación que tuvo este trágico suceso con nuestra ciudad y con algunos personajes talaveranos que auxiliaron a Joselito o fueron testigos de sus últimos momentos de vida.
Es libre se agrega a la abundante bibliografía del torero con ocasión del centenario de su muerte en Talavera de la Reina.
SE LLAMABA «Bailaor»
«Bailaor», o «Bailador», ha pasado a los anales, como el toro que mató a Joselito, el rey de los toreros.
Perteneciente a la ganadería de la Viuda de Ortega, se lidió en quinto lugar en la fatídica tarde de Talavera.
Hijo de «Canastillo» y de la vaca «Bailaora», tenía el pelo negro y, según figura en el Cossío, era un toro de «escaso tamaño, presencia y trapío».
«Le ha matado el toro quinto; se llamaba Bailador, era negro, tenía cinco años, era muy chico, era corto de pitones y pesaba sólo 260 kilos; pertenecía a la ganadería de la viuda de Ortega, una cruza de Veragua y Santa Coloma», contaba Gregorio Corrochano en la crónica de ABC.
Manuel Jiménez Moreno ha sido uno de los artistas más finos que ha dado el toreo. Le apodaron “Chicuelo” porque así nombraban al padre, que también fue matador y falleció en la flor de la edad de muerte natural.
Quedó el pequeño Manuel al cuidado de un tío suyo, Carlos Borrego “Zocato”, asimismo torero aunque tan modesto como el primer “Chicuelo”.
De suerte que el pequeño, que había nacido en la sevillana Alameda de Hércules (15.04.1902), estaba abocado casi irremediablemente a la profesión taurina.
Hacia los años finales de la segunda década del siglo, empezó a circular el rumor de que tres promesas del arte estaban haciendo pininos por las ganaderías, y que en sus manos, la herencia de la edad de oro –Gaona, Joselito, Belmonte– estaba asegurada; sus nombres: Manuel Jiménez, Manuel Granero y José Amorós: andaluz, valenciano y salmantino.
A poco se les unía Juan Luis de la Rosa.
A “Chicuelo” le dio la alternativa Juan Belmonte en la Maestranza y a La Rosa Joselito en la Monumental de Sevilla casi a la misma hora (28.09.19).
Pronto se advirtió que Manolito Jiménez albergaba tanta clase como escasa decisión.
Y Granero, prodigio de buena técnica envuelta en excelente calidad, se les fue por delante al contar con lo que a les faltaba a los otros. Hasta que se cruzó en su camino un toro mulato de Veragua, el trágico “Pocapena”, y acabó con la vida del levantino y las ilusiones de su cuantioso partido.
La Rosa, de vida desordenada, pronto quedó a la vera del camino. Amorós no daba la talla. Y el que continuó en la brecha, más como promesa de eventuales pero armoniosos acordes fue el callado chaval de la Alameda.
Sin más defensa que su arte ante los toros más depredadores de la historia (entre 1920 y 1936 murieron por cornada 101 toreros, entre ellos doce matadores).
México lo descubre
“Chicuelo” se presentó en El Toreo el 7 de diciembre de 1924: no pasó nada. Y siguió sin pasar en sus siguientes actuaciones de ese año, salvo alguna vuelta al ruedo en obsequio a impagables destellos de un arte muy particular.
La primera oreja la cortó hasta su quinta corrida –a “Toledano” de Atenco (25.01.25)–, avalado por Rodolfo Gaona, que estaba por retirarse y se pintaba solo como catador de toreo caro.
Para Chicuelo, la tarde de su revelación fue la del 1 de febrero, luego que Rodolfo resultara herido por el abreplaza, por lo que el sevillano se quedó solo con la corrida de San Mateo; lejos de achicarse, bordó con “Lapicero” su primera gran faena mexicana.
Estaba claro que nunca sería un diestro machaconamente cumplidor sino todo lo contrario: un artista exquisito, al que valía la pena soportarle las tardes grises a cambio de que diese la nota alta el día menos esperado.
Para sudar la ropa y sumar apéndices sin parar estaban los hermanos Valencia, Sánchez Mejías, Mariano Montes, “El Algabeño”… Pero cuando Manolo Jiménez embarcó de regreso a sus lares, llevaba en la bolsa el contrato para la temporada siguiente.
Una tarde complicada
Igual que el año anterior, la presentación de Chicuelo resultó un pequeño fiasco, y la gente, que lo esperaba con ilusión, lo abroncó sin contemplaciones.
Para el domingo siguiente –25 de octubre de 1925—estaba anunciada una corrida de San Mateo, ganadería zacatecana en alza desde que sus toros dieran lugar a la tarde memorable en que Rodolfo Gaona ligó el toreo al natural por vez primera en la capital, lo mismo con el berrendo alunarado “Quitasol” que con el negro bragado “Cocinero” (24.03.24).
Al Califa lo entusiasmó la clase y fijeza de los toros de don Antonio Llaguno aunque no sobresalieran por su alzada.
La semana que siguió al fracaso de “Chicuelo” y su anunciada repetición trajo mucho jaleo. Circuló el rumor de que los sanmateínos carecían de trapío, y la afición llegó a la plaza bastante mosqueada.
Y si hubo lleno fue gracias al nombre del artista sevillano, no a los de sus alternantes, emparentados ambos por la publicidad con la fiereza indómita, sin duda para eludir las asperezas de su estilo: se trataba de “El Tigre de Guanajuato” Juan Silveti, y un valenciano de poco renombre, Manolo Martínez, anunciado como “El Tigre de Ruzafa” por el nombre del barrio donde se crió.
Cartel no del gusto del señor Llaguno, que al menos tuvo el consuelo de que su toro de mejor nota le tocara en el sorteo a Manuel Jiménez. El banderillero Luis Suárez “Magritas”, en su representación, decidió que sería el quinto de la tarde.
Mucha tensión
Como era de esperar, ni el de Guanajuato ni el de Valencia estuvieron a la altura de los bichos sanmateínos. Peor aun, el público no dudó en repudiar la presencia del ganado y dos de los bureles zacatecanos tuvieron que ser devueltos para apaciguar los ánimos, expresados en tupidas cojinizas.
Los remplazaron sendos sobreros de San Diego de los Padres, que no se comieron a nadie pero al tuvieron mejor apariencia.
Total, que hasta la muerte del cuarto, la frustración campaba en todos los ámbitos del amplio coliseo.
Al sonar nuevamente el clarín, en la parte superior de toriles se podía leer sobre el fondo oscuro de la pizarra este nombre premonitorio: “Dentista”.
En el palco de ganaderos y en el burladero de matadores, el señor Llaguno y el joven “Chicuelo” se abran santiguado, rogando porque el bicho así apodado mereciera la aprobación del respetable.
Faenón de otro planeta
“Dentista”, fino y agradable pero decentemente presentado, hizo salida de bravo y le sacó astillas a la parte inferior del primer burladero.
Chicuelo meció su capote con ritmo desusado, cosechando la primera ovación real de la tarde.
Cuatro varas aceptó el bicho, y los dos quites del chico de la Alameda, por chicuelinas y por lances de delantal, borraron la valentía derrochada en los suyos por sus alternantes.
“Magritas” y Pepe Rodas, dos formidables banderilleros, cubrieron con presteza el segundo tercio; Manuel Jiménez llevaba prisa por desplegar la muleta y comprobar la prometedora embestida de “Dentista”.
Lo que probó fue que era portador de un mensaje hasta entonces punto menos que desconocido: el del toreo al natural ligado fluidamente en redondo. Dejemos que sea Rafael Solana “Verduguillo” quien nos relate la lidia toda de “Dentista”, que culminaría en un colosal trasteo muleteril:
“Desde que salió “Dentista”, que tal era el pintoresco nombre que don Antonio Llaguno había puesto a su bravo pupilo, todos dijimos: Ahora va lo bueno.
¡Qué lances a la verónica! Erguido el torero, majestuoso el conjunto, grandioso el momento en que la fiera pujante y el artista se reunían.
En los lances por el lado derecho, el diestro abría un tanto el compás; cargando la suerte porque notó que el toro ceñíase por ese lado; en cambio, en las verónicas por el izquierdo, “Chicuelo” conservaba los pies juntos clavados en la arena, despegándose al enemigo con un ligero movimiento de muñeca que bastaba para imprimir al capote ondulaciones vistosísimas y graciosas.
Fueron ocho verónicas que provocaron otros tantos alaridos de la multitud, ¡”Chicuelo”, eres inmenso!…
Cuando “Chicuelo” sin brindar a nadie, salió a contender con “Dentista”, reinaba en la plaza un alboroto tremendo.
Todos sabíamos que el maestro iba a hacer una faena de las grandes, pero ni por la mente nos pasaba que llegara a ser lo que nuestros ojos tuvieron la dicha de ver.
El muletazo inicial fue un natural con la zurda, siguió otro natural imponente por el temple y valor derrochado, y luego otro más enredándose el toro a la cintura. Ya estamos todos de pie.
Imposible resulta seguir paso a paso la faena, porque el cronista se olvida de la obligación que tiene de anotar en su carnet los detalles, y arrojando papel y lápiz se dedica a gozar del espectáculo en toda su grandiosidad.
Confórmese el lector que tuvo la desgracia de no presenciar esa faena con una ligera impresión de ella, condensada en cuatro adjetivos
VALIENTE, ELEGANTE, SOBRIA, CLÁSICA.
No hubo en el maravilloso muleteo un solo detalle de chabacanería ni un desplante de relumbrón, ni siquiera un tocamiento de testuz, ni tampoco vueltecitas de espaldas y sonrisas con el público.
No. Lo que hubo fue mucho arte, mucho valor, mucha esencia torera.
Lo que hubo fueron VEINTICINCO PASES NATURALES, todos clásicamente engendrados y rematados, provocando con la pierna contraria, dejando llegar la cabeza hasta casi tocar los pitones la barriga del lidiador y en ese momento, ¿me entienden señores? en ese momento desviar la cabezada mientras el resto del cuerpo del toro seguía su viaje natural y pasaba rozando los alamares de la chaquetilla…
Y para qué decir más. Imagínese el lector la faena más meritoria, la más artística, la más apegada a las reglas del toreo, la más completa en todos los sentidos… Yo juro que en los veinte años, jamás me había entusiasmado como ahora… Tres pinchazos y un estoconazo hasta la pelota rubricaron la gloriosa hazaña.
El ruedo se alfombró materialmente con sombreros, abrigos y otras prendas. Millares de pañuelos ondeaban en las diestras de los espectadores y el Presidente concedió las dos orejas y el rabo… ¡Qué grande eres “Chicuelo”!…” (Toros y deportes, 29 de octubre de 1925).
Lenguajes
En más de una ocasión he destacado la dificultad que tenemos los lectores de hoy de hacernos una idea precisa del toreo de ayer a través de las crónicas de la época.
Poca claridad aporta la costumbre antigua de reseñar pase por pase cada faena. Y la ampulosa adjetivación tampoco ayuda.
Para desentrañar la clave de lo que Chicuelo trajo al toreo tendrían que pasar años y sobrevenir interpretaciones más justas, centradas en la evolución del toreo ligado en redondo.
Ese fue, sin duda, el hecho distintivo de la inmensa faena de Manuel Jiménez con “Dentista” de San Mateo, como lo sería, años después, la que cuajó en Madrid con “Corchaíto” de Graciliano Pérez Tabernero (21.05.28).
Lo raro es que hayan hecho falta décadas para que empezara a reconocerse en Chicuelo a un artista personalísimo y un verdadero innovador. Pero es así como se escribe –y muchas veces se oculta– la verdadera historia del toreo.
“Se torea como se es”
Así lo aseveró don Juan Belmonte y quedó como sentencia inapelable.
Que se cumplió con “Chicuelo”, luminoso en la plaza y en la intimidad taciturno y callado, muy poco dado a llamar la atención del vocinglero medio taurino.
Y sin embargo, el público mexicano captó perfectamente que allí había un artista excepcional.
Sin necesidad de amontonar tardes y temporadas en nuestro país, alternando triunfos y descalabros de acuerdo con su carácter tímido y dispar, es de los poquísimos diestros hispanos que han conquistado la admiración y el cariño de nuestros aficionados.
Una lista en la que apenas caben, al lado de Manuel Jiménez, artistas de la talla de Joaquín Rodríguez “Cagancho”, Manuel Rodríguez “Manolete”, Paco Camino y Pedro Moya “El Niño de la Capea”.
Y más contemporáneamente Enrique Ponce.
Un viaje a través del tiempo revelador de perniciosas mudanzas en la sensibilidad del aficionado mexicano, que va del gusto espontáneo por el arte puro hasta su encandilamiento por manierismos de dudosa calidad.
En materia de preferencias expresadas desde el tendido también “se elige como se es”. Que diría Belmonte.
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