El torero valenciano Manuel Granero murió un 7 de mayo de 1922 . Fue el objetivo del gran historiador taurino José Luis Cantos Torres que nos regaló un maravilloso fresco de Joselito El Gallo con ocasión de los cien años ( ya 123 años ) de la trágica tarde en la que un toro acabó con la vida del rey de los toreros.
El año pasado se conmemoró el centenario de esa otra trágica muerte, la de Granero por el toro «Pocapena».
Sin duda es una obra llena de datos, de recuerdos, de perfiles que no conocemos que el maestro Cantos supo llevarnos por esos meandros para sorprendernos de uno de los grandes toreros de comienzos del siglo XX y cuya vida se cortó prematuramente.
Hijo de una familia de la burguesía valenciana acomodada, Manuel Granero aprendió a tocar con destreza el violín. La afición a los toros se le despertó prácticamente de golpe un día de 1914, presenciando una novillada en el coso de la calle de Játiva. Tan grande fue el impulso, que incluso se tiró como espontáneo ese mismo día al ruedo. Más adelante permaneció un tiempo en Salamanca, participando en diversas tientas en las ganaderías del campo charro.
Allí coincidió con los ya novilleros Manuel Jiménez Chicuelo, Juan Luis de la Rosa y Eladio Amorós, entonces más aventajados que él. Durante los años 1918 y 1919 toreó diversas becerradas y novilladas sin picadores (catorce en 1919), antes de debutar con caballos el 4 de abril de 1920 en Barcelona. Desde ese momento, su carrera fue meteórica, basada en su única y arrolladora temporada como novillero. Tanto fue así, que a finales de ese mismo año 1920 tomó la alternativa en Sevilla.
Tras el debut con picadores en Barcelona, repitió en esa plaza, y acudió luego a las de Zaragoza y Santander, cada vez con más cartel entre los aficionados que estaban descubriendo a un torero de una valía excepcional. En Santander, el día 3 de junio de 1920, festividad del Corpus Christi, torearon con Granero en el coso de Cuatro Caminos Bernardo Muñoz Carnicerito y Ángel Pérez Angelillo de Triana.
Según Fragua Pando, “el triunfador de la jornada fue el valenciano Manolo Granero, del que se dijo que recordaba al gran Joselito. Ésta fue, sin duda, una de las grandes características de la presencia de Granero en la Fiesta, que muchos aficionados vieron en él al inmediato sucesor de Gallito, muerto en Talavera de la Reina sólo dieciocho días antes de que el valenciano torease en Santander. Pocos días después, el 29 de junio, se presentó en la plaza de Madrid, alternando con Valencia II y José Carralafuente, con novillos de Esteban Hernández. Cortó Granero una oreja en su primer novillo, trofeo que, llevado de su amor propio, rechazó. Repitió en Madrid diez días después, y actuó luego en muchas plazas de importancia, como Bilbao, Sevilla, Palma de Mallorca, Salamanca y, entre otras, Sevilla, hasta sumar un total de treinta y una novilladas. La última tuvo lugar en La Línea de la Concepción dos días antes del doctorado.
Tanta expectación había levantado Granero, y tantos éxitos había cosechado en apenas seis meses, que el 28 de septiembre tomó la alternativa en la Real Maestranza de Sevilla, con un cartel de auténtico lujo: Rafael El Gallo y Chicuelo (su antiguo compañero de tentaderos en Salamanca) hicieron de padrino y testigo, respectivamente, de la ceremonia. El toro se llamó Doradito, era sardo de capa y pertenecía a la ganadería de Concha y Sierra. Toreó Granero de nuevo en Sevilla al día siguiente, aunque en esta ocasión en la plaza Monumental, un coso (un sueño, en realidad) de vida efímera que nació proyectado e impulsado por Gallito. Muerto éste, el sueño acabó sucumbiendo ante el empuje, la historia y la solera de la Maestranza. En la Monumental toreó con El Gallo, Juan Belmonte y Chicuelo. Ese año de 1920, Granero tuvo tiempo aún de torear seis corridas de toros más (tres de ellas en Zaragoza), quedando situado al final de temporada en la primerísima fila del toreo.
En 1921 Granero siguió en la misma línea que había estado el año anterior. Los contratos se acumularon (toreó noventa y cuatro corridas de las ciento quince que había firmado) y los éxitos se sucedieron.
Chicuelo quedó en segundo lugar del escalafón, con veinticinco corridas menos que el valenciano.
Granero hizo catorce paseíllos en Valencia, su ciudad, nueve en Madrid y cinco en Sevilla. Comenzó la temporada toreando el 23 de enero en Málaga, y en Castellón lidió seis toros en solitario debido a que sus compañeros, que no atendieron los aumentos salariales que pedían los picadores y banderilleros, se quitaron del cartel. Acudió luego a Barcelona y el 19 de marzo, día de san José, a Valencia, en una corrida que, según Vicente Sobrino, “fue la primera piedra de lo que luego sería la feria de Fallas”. Entonces, en Valencia, la feria se celebró en julio, en la festividad de san Jaime, y no fue hasta la llegada de Granero al toreo cuando comenzaron a programarse corridas en marzo. Confirmó la alternativa en Madrid el 22 de abril, de manos de Chicuelo y en presencia de Carnicerito.
El toro de la ceremonia se llamó Pastoro, y llevaba el hierro de González Gallardo. Ese año cortó dos orejas en Madrid, “algo desconocido en la historia de los toros”, puntualiza Cossío, los días 17 de mayo (al toro Rondeño, de Santa Coloma) y 17 de septiembre (ese día concedió la alternativa a Nacional II, la única que pudo dar en su vida).
Durante la temporada los éxitos se sucedieron, y cada vez parecía más claro que la afición había encontrado al sucesor de Gallito. Entre los triunfos más importantes están, además de las corridas de Madrid, la tarde del 5 de mayo en Valencia, cuando cortó dos orejas y rabo a un toro del duque de Veragua.
Y también en la Feria de Julio de esa misma ciudad, en la que participó en seis de las siete corridas que se programaron. Entre otras buenas tardes, el día 27 cortó los máximos trofeos a un toro de Miura. En Bilbao, además, creó el pase de la firma, una suerte de muleta de su invención, y que tiene plena vigencia en el toreo contemporáneo. En ese clima de lógica y justa euforia finalizó Granero su primera y única temporada completa como matador de toros.
Para 1922 las perspectivas eran idénticas en número de contratos, “sin embargo, algo había cambiado —ha escrito Sobrino—. La gran esperanza de una Fiesta desesperanzada es objeto de un juicio muy estricto por parte de casi todos los públicos.
También es verdad que Granero inició la temporada con el ánimo apagado. Esta circunstancia no pasó desapercibida para nadie, ni para sus propios allegados ni para los públicos”. Antes de anunciarse el 7 de mayo en Madrid, toreó trece corridas, aunque, dice Sobrino, “algún cronista tachó de gran fracaso el comienzo de aquella temporada. Y en Bilbao, donde toreó sus últimas dos corridas antes del 7 de mayo, dijeron que había pasado una sombra del torero de tan sólo un año atrás”. El cronista Latiguillo lo contó así en el diario Las Provincias: “Aquel artista cumbre, orgullo de sus paisanos, que en cien corridas cimentó su fama, poniendo su nombre a una altura a la que sólo es dado a los genios llegar, quien fue proclamado heredero de Gallito por públicos tan severos como los de Madrid y Sevilla, se nos presentaba ahora, sin razón aparente que lo justificase, sin entusiasmos, sin habilidad y sin arrestos. Nadie se explicaba aquella tan completa transformación y sobre todo aquel retroceso tan persistente. Tanto, que muchos de sus incondicionales comenzaron a vacilar, y algunos se pasaron a las filas enemigas”.
Severo juicio, que se antoja excesivo, escrito desde la terrible certeza de que el torero, ya muerto, no va a poder desdecir con sus hechos las palabras del periodista.
No obstante, es cierto que no cortó ni una sola oreja en esas trece primeras corridas de toros. Pero su fuerza de figura seguía intacta. Según Sobrino, en 1922 Granero “cobra 10.000 pesetas por corrida, 3.000 más que Joselito y Belmonte en el año 20. Toda una fortuna para aquel tiempo”.
El 7 de mayo de 1922, Granero alternó en Madrid con Juan Luis de la Rosa (el otro compañero de tentaderos en Salamanca) y Marcial Lalanda, que confirmaba la alternativa. Se lidiaron tres toros de Veragua y tres de José Bueno, antes Albaserrada. En su primer toro, de Albaserrada, Granero dio la vuelta al ruedo, y en quinto lugar se dispuso a lidiar a Pocapena, de Veragua, un astado cárdeno que tiene, como muchos toros de trágica leyenda, una anécdota anterior. Se da la circunstancia de que ese mismo Pocapena le había correspondido a Granero el año anterior en Ciudad Real, en una corrida que se suspendió porque los matadores se negaron a torear al enterarse de que el empresario había huido con la recaudación íntegra de la taquilla. Granero supo que le había tocado el mismo toro en la mañana del 7 de mayo, y dicen que dijo: “Pues en ese toro la voy a armar”.
Maximiliano Clavo, Corinto y Oro, narró con detalle la cogida y muerte de Granero: “A banderillas ‘Pocapena’ llegó mansurrón, incierto y bronco, y entre Alpargaterito y Rodas le pusieron los pares reglamentarios, superior el de Rodas […]. Tras dos o tres capotazos de Blanquet, Manolo (que vestía de azul marino y oro), con los trastos de matar, dirigióse al cárdeno, al que el peón había dejado en el tercio del 2. Manolo intentó comenzar la faena con un pase cambiado, o con uno alto —porque no pasó de iniciación—, llevando la muleta cogida con ambas manos y dando al toro la salida hacia el tendido 3. En el centro de la suerte, el toro ‘se le puso por delante’; es decir: en la arrancada se le metió dentro de su terreno y le volteó aparatosamente, lanzándole a más de un metro de distancia a favor de tablas. Cuando el infortunado maestro intentó levantarse, el toro, que se dirigió rapidísimamente hacia el diestro, le metió nuevamente la cabeza dos veces seguidas, en la primera de las cuales le enganchó por el lado derecho de la cara, forcejeando con él hasta arrimarle a la barrera, y con la cabeza pegada al estribo, el pitón profundizó en la brecha e hizo en rara trayectoria un horrible destrozo en el lateral derecho del cráneo del pobre Manolo, que fue rápidamente conducido por las asistencias a la enfermería con la cara cubierta de sangre —pues la hemorragia fue enorme—; los huesos maxilar, de la órbita del ojo, el parietal y el temporal habían sido brutalmente partidos, y llevaba un sangriento fleco de la piel seccionada en irregulares colgajos. El espanto se esparció instantáneamente por toda la plaza…”.
Minutos después de resultar fatalmente cogido, Granero moría en la enfermería de la plaza. Pocapena, aquel toro que estaba escrito que debía lidiar Granero, quitó la vida al torero que estaba llamado a suceder a Gallito, a un diestro dominador y elegante, poderoso en todos los tercios, en todos los toros y en todas las suertes, un excelente torero que apenas tuvo tiempo de saborear la gloria que ya rozaba con la mano.