Dolores Abril, viuda de Juanito Valderrama y una de las artistas más queridas de nuestro país, falleció este domingo 25 de octubre en su domicilio de Espartinas, Sevilla, a los 85 años.
Alejada del foco mediático desde hace varios años, la folclórica luchaba contra una larga enfermedad que, desgraciadamente no ha podido superar.
Nacida en Hellín (Albacete, España), hija de un carabinero de origen andaluz, y la menor de ocho hermanos, su verdadero nombre es Dolores Caballero Abril.
Por los sucesivos cambios de destino de su padre, residió en varias ciudades, en las que realizó hasta el cuarto curso de bachillerato. Fue alumna en Madrid de Luisa Pericet y Regla Ortega.
Carrera Artística
Especializada en el género de la copla. Estuvo unida sentimental y profesionalmente al cantaor Juanito Valderrama desde 1954.
Juntos editaron numerosos discos, entre los que destacan sus Peleas en broma y recorrieron España con diversos espectáculos como Voces de España (1962), Mano a mano (1963), Su Majestad la alegría (1967) o Revolera en el Price (1968).
Entre su discografía en solitario, puede destacarse los singles Al primer derrote (1959), Tú te casaste (1961), Gloria a Chicuelo II (1962), Miguel de la Cruz Romero (1963) y Qué bonita está la Reina (1963).
Al comienzo de los años 70, en pleno esplendor del género andaluz, con un despliegue de grandes figuras al frente de una cartelera popular, Valderrama y Dolores compiten sin bajar la guardia, situándose entre los mejores.
El triunfo lleva aparejado el discográfico, donde se publican las canciones del repertorio de ambos, especialmente la copla de vanguardia, ‘Pelea en broma’, que es arrolladora, sin que puedan olvidarse los números que ha popularizado Juanito en la radio, y entre ellos, como referente imprescindible, ‘El emigrante’, con una difusión extraordinaria y una venta espectacular.
Accidente
La buena racha la frena el destino, cuando la pareja, en octubre del 81, sufre un gravísimo accidente de tráfico, en un choque frontal del coche en que viajaban con otro vehículo.
Dolores padece una luxación cervical y lesiones en ambas piernas que exigen seis intervenciones quirúrgicas cuyas secuelas todavía le afectan. Juanito Valderrama resulta con daños en el tórax y en el esternón.
Es un parón artístico que soportan con la ilusión de reanudar el trabajo de inmediato, pero la convalecencia se prolonga y en el caso de Dolores se acentúa por la inmovilidad.
La historia reciente nos deja a la pareja, después de una intensa convivencia artística y sentimental, con apariciones en la televisión.
Quedan atrás siete películas con Juan como protagonista y otras compartidas con Dolores.
‘El rey de la carretera’, ‘Gitana’ ‘La niña del patio’ y ‘El Padre Coplillas’ entre ellas. La muerte de Juan en Espartinas, en abril del 2004, es un desenlace que afecta profundamente a Dolores, que pierde a su gran amor. ‘
La muerte de Valderrama enmudece el mundo de la copla’, titula la prensa. Tenía 87 años cuando un infarto se lo llevó por delante. Nos queda su leyenda y la historia de su amor con la estrella hellinera de la copla, Dolores Abril.
Junto a él, Abril interpretó también su primera película, El emigrante (1959, Sebastián Almeida), y luego rodó Gitana (1965), cinta a la que seguirían otras como El Padre Coplillas (1968), de Ramón Comas.
Entre otros discos grabó con Valderrama Un chaval o Fandangos de Despedida. Abril y Valderrama fueron padres de tres hijos: Juan, María y José María.
El Festival «Olé al Hambre», festival inolvidable. Fue un éxito artístico, de solidaridad con los mas necesitados, de reafirmación de la tauromaquia y con una impecable presentación de los novillos-toros que se lidiaron en la plaza de tientas de La Holanda.
Con 5 matadores y un aspirante a novillero de nuestra tierra que con el magnífico concurso de los ganaderos.
Mondoñedo, Juan Bernardo, Achury, Las Ventas, Vistahermosa, Santa Bárbara (para el joven «Negret»).
A los criadores, a los toreros, a los picadores Cayetano Romero y Clovis Velasquez, a Manolito Castañeda que banderilleó con eficacia y discreción, siempre atento al quite.
A los colaboradores de la ganadería de Mondoñedo que se entregaron sin medida, al Dr. José María Serna.
Nunca mejor expresado, detrás de cámaras, a quienes se encargaron de la filmación.
Y como no puede ser menos al empeño sin límites de don Gonzalo Sanz de Santamaría director-gerente de este buen suceso taurino y humanitario.
Lo recaudado se destina a la Fundación «Pazífico» y a gentes de la familia taurina que pasan fatigas como consecuencia de la pandemia que de una u otra forma nos ha golpeado a todos.
Gracias a los donantes, entre otros El Juli, Roca Rey, Luis Bolívar, el escultor Manuel Riveros, que no escatimaron su mejor esfuerzo para que su aporte se rifara entre los aficionados que compraron el derecho a ver el festejo por las redes sociales.
Sin titubear se puede decir que «hay guardián en la heredad» tanto en el campo ganadero con un esfuerzo titánico por mantener al toro bravo aun en medio de esta tempestad que nos arrolló en los 5 continentes y conocida como Covid 19.
Así como entre la torería andante con esas disimiles expresiones de casta, nobleza, bravura, hondura en los ejemplares y expresiones estilísticas variadas, sugerentes, ilusionantes de los matadores y el becerrista… El Festival «Olé al Hambre», festival inolvidable.
EL FESTEJO
El toro de don Juan Bernardo fue un dechado de calidad y clase, por las embestidas de bravo, por la nobleza, por la regularidad de sus enclasadas acometidas, por ese morro, por el suelo, y eso tan vital en el toreo que es la emoción.
Por la durabilidad a la que se acopló perfectamente Cristóbal PARDO.
TORERO MADURO, de oficio, que ha sabido pulir su toreo con el paso de los años dejando sabor en el trasteo y fundamental: supo catar el manjar que tuvo como compañero de viaje.
Es siempre grato que los toros tengan suerte en el sorteo o, como en este caso, la escogencia de ganadería y torero.
Buena racha de esta divisa que ha conquistado numerosos premios.
Manuel Libardo está en vena.
Su toreo de dulce, de suavidad, de refinadas maneras va hilvanando una verdadera sinfonía, rítmica, entonada, a más, el toreo al compás nunca exento de la técnica necesaria para crear belleza.
Pues sin ella caemos en torear bonito pero no bien y el ubeteño torea bonito y bien.
Obviamente todo ello fue posible gracias a las embestidas «santacolomeñas» del Vistahermosa que le da ese punto de diferencia a la rica gama de encastes que llegaron de España desde que Mondoñedo se creó a fines de los veintes del siglo pasado.
Y ese picantito del «Santa» que cuando embiste da esas sensaciones a quien está en el tendido de «yo no puedo hacerlo» pero el torero sí.
Y uno entiende porque el maestro Camino toreó y triunfó con esa divisa cuya simiente trajo don Francisco García y que prolongaron su hijo y ahora sus nietos.
Santiago Naranjo se hizo matador de toros tras un largo paso por el escalafón novilleril tanto en Colombia como en España.
Por motivos personales que solo él conoce lo dejó, estudió una carrera universitaria pero «el gusanillo» estaba ahí y retornó con pasión que la desató en la larga faena al bravo, entipado, serio y hondo de Las Ventas del maestro Rincón.
El toro cumplió con aquello que un día me dijo don Fernando Domecq, el creador de Zalduendo, lamentablemente fallecido:
«los toros buenos deben tener buenos finales, no me vale el comienzo».
Un toro que aquilata las esencias de Naranjo. Hubo suerte en el sorteo para el toro.
Al toro le dieron la vuelta al ruedo.
Fue interesante observar las claras embestidas a lo largo de la lidia en la que se volcó el manizaleño que a veces parecía abandonarse al ensueño de torear.
Toreó sin duda para sí en ese misterioso pero elocuente diálogo que los artistas entablan con el toro en ese peregrinaje que solo y exclusivamente ellos nos brindan: El toreo límpido y diamantino, que nosotros, los mortales, apenas nos acercamos respetuosos para admirarlo y disfrutarlo con el toro de Las Ventas y el joven universitario que volvió a ver el sol deslumbrante del toreo.
Un gran toro.
Los rayos de sol alumbran la mitad del antiquísimo ruedo.
Sale el de Achury para otro brillante torero, el antioqueño Luis Miguel Castrillón.
Gran toro de la familia Rocha (un recuerdo al » viejo» Benjamin que trajo en buena hora el encaste Conde de la Corte), precioso de hechuras y de juego y que le vino como anillo al dedo para que se desataran los duendes.
Emoción a raudales con la filigrana de quien vimos debutar en Bogotá en ese añorado «Festival de Verano» en La Santamaría y con los días se nota la evolución, el poso, y reposo ya no solo de la finura sino de las cercanías, de la medida, del temple, de la colocación y el trazo del muletazo, largo, sentido, que en él resulta admirable.
Un toro «de la casa». Con la enseña de «Contreras», esos toros que están para ser descubiertos, para encontrarles el fondo que llevan. No hubo fortuna esta vez pues paradote, complejo en sus medias embestidas , reservón.
¡Ah!, pero hubo torero, decidido, firme, sin enmendar terrenos, con valor consciente, sin arredarse ante las complicaciones (el toro, proclama el maestro Andrés Vázquez, está para incordiar, para molestar) y el joven de Choachi nos legó su corazón, puso los muslos y al descubierto su entregado corazón.
¡Qué gusto ver a un torero con esos mimbres!.
El toro, como dicen los viejos aficionados «no se comió a nadie» y como ocurre con frecuencia con «El Contreras» se fue a mas a final.
Por fortuna estaba un torero «con hambre» de ovaciones de ser un grande y jamás declinó en buscarle «las vueltas» al Mondoñedo. Esa firmeza tiene premio.
El jóven Cáqueza está para grandes emprendimientos y en carteles de fuste en nuestras grandes ferias. Un torero para tener en cuenta. No olvidarlo.
Cerró el aspirante Felipe Miguel «Negret» con un novillo, bien presentado, de gran juego, aparejados la calidad con el trapio que es tan importante por su seriedad.
Estaba «en tipo» el de don Carlos Barbero. El jabonero fue bravo y noble y duró mucho. Un novillo con mucha calidad.
Enhorabuena. Aun recordamos la gran corrida en conjunto de la última feria de Manizales
Está crudo el joven, lógico y natural, pues lleva apenas un festejo vestido de luces en «Toros y Ciudad» en Manizales hace dos semanas y el Festival de este domingo. El Festival «Olé al Hambre», festival inolvidable.
Empezó con los trastos hace menos de 6 meses a la par de su carrera como aspirante a Dr. en Derecho. Se hace camino al andar.
Tiene que corregir muchas cosas, desde luego, carencias de quien empieza pero virtudes, muchas y quizás la más importante para mi, LA ACTITUD adosada de un valor innato.
Pegó buenos muletazos y es preciso decir: tiempo al tiempo. Le vi muchos detalles ilusionantes en Toros y Ciudad. Buena tarjeta de visita entonces.
Démosle la oportunidad, abramos el necesario compas de espera y no le neguemos el pan y la sal solo por ser el hijo de quien es. Quitarle méritos solo por eso es mezquino. Y en ese delito grave de anti taurinidad no voy a caer. Faltaría más.
Una oreja que le entregó Carlitos Rodríguez su banderillero.
El Festival «Olé al Hambre», festival inolvidable.
Enhorabuena a los organizadores, a los desprendidos aficionados que compraron su derecho a ver este festejo del que, seguro, quedan muy motivados y agradecidos al verlo a través de las redes sociales.
A nuestros ganaderos, a los toreros, a las cuadrillas, a los mozos de cuadra.
Una ovación grande a los seis ganaderos y a los cinco toreros y al joven Felipe que quiere ser novillero pues vocación tiene.
Cristóbal Pardo, dos orejas y ovacionado el de Juan Bernardo.
Manuel Libardo, una oreja con el gran Vista Hermosa.
Vuelta al ruedo al de Las Ventas y dos orejas a Santiago Naranjo.
Una oreja a Luis Miguel Castrillón y palmas agradecidas al comportamiento del de Achury.
Silencio para el de Mondoñedo y una oreja a esta revelación que es Sebastián Cáqueza.
Ovación de gala para el jabonero de don Carlos Barbero y una oreja a Felipe Miguel «Negret».
Las fotos son autoría de Farley Betancourt, y Diego Caballero a quienes Tendido7 agradece su valioso concurso. El Festival «Olé al Hambre», festival inolvidable.
Historia de un cartel con Manolete de fondo en la mirada de «Alcalino». En Córdoba, donde nació, existe una escultura de cuerpo entero que representa a “Manolete”, histórica figura y el más eminente califa taurino cordobés.
Se trata en realidad de un grupo escultórico de dimensión estatuaria.
El personaje central, vestido de torero y con el capote de brega en las manos, flanqueado por dos equinos con sus respectivos caballerangos a pie, obra de Manuel Álvarez Laviada.
Está ubicado en la plaza del Conde de Priego, no lejos de la parroquia de Santa Marina, donde se bautizó a Manuel Rodríguez Sánchez, nacido el 4 de julio de 1917.
Mucho ha cambiado desde entonces la austera ciudad andaluza que fuera sede del antiguo califato mozárabe.
Una iniciativa de Carlos Arruza
El monumento es producto de una amistad entrañable y de la corrida destinada a reunir los fondos que hicieron posible la obra.
Festejo que organizó quien fuera en los ruedos el más enconado rival del inmenso torero al que “Islero” de Miura hirió mortalmente en Linares (28.08.47). Ese rival, llegado del otro lado del Atlántico, fue el mexicano Carlos Arruza.
Manolete y Arruza alternaron juntos en 58 ocasiones, la mayoría en España (51) y ninguna en México.
Ya que Carlos no participó en las dos temporadas que convertirían al cordobés en uno de los mayores ídolos de la afición mexicana.
Oscuras y nunca aclaradas razones impidieron que la pareja de moda en España tuviera ocasión de manifestarse en México.
Pero la rumorología atribuyó la inhibición arrucista a componendas entre el empresario Antonio Algara y José Flores “Camará”, el astuto apoderado del cordobés.
Manolete y Arruza torearon mano a mano diez corridas, repartiéndose equitativamente trofeos y victorias.
Su rivalidad fue breve pero intensa y sus hechos forman parte de la historia grande del toreo.
Como grandeza humana hubo en el gesto de Carlos al concertar con buena parte del taurinismo hispano de principios de los años 50.
Toreros, ganaderos, prensa en general, gobierno municipal de Córdoba inclusive, todo lo necesario para la organización de una corrida.
Monstruo que provocó un lleno histórico en el coso de Los Tejares y transcurrió dentro del ambiente festivo y triunfal que la magna ocasión ameritaba.
La fecha: domingo 21 de octubre de 1951. Un cartel con Manolete
Así fue la corrida
Naturalmente, antes de que partieran plaza los diestros actuantes hubo desfile de reinas y discursos a tutiplén.
Y más allá del número de apéndices otorgados, condicionado sin duda por las especiales circunstancias del festejo.
Se trató de un evento que los cordobeses tardarían muchos años en olvidar.
Para empezar, Carlos Pérez-Seoane y Cullén “Duque de Pinohermoso”, que por cierto había nacido en Roma.
Rejoneó un burel de su ganadería, estuvo acertado en general y cosechó fuertes aplausos.
Rafael Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana”, el espada más antiguo, compadre de Manolete y asimismo cabeza de cartel la tarde trágica en Linares.
Se encontró con un ejemplar de José de la Cova tan áspero que lo cogió dos veces en el transcurso de su sobresaltada faena.
Pero estuvo valiente, mató bien y se llevó la primera oreja de la tarde. El gitano sustituía al cordobés Manuel Calero “Calerito”, anunciado inicialmente.
Rabo para Carlos
Arruza estuvo imponente con el suyo –“Mirlito”, de Felipe Bartolomé—al que saludó con emotivos faroles de rodillas, veroniqueó con elegante quietud, quitó por gaoneras ceñidísimas.
Y tras juguetear en banderillas con el noble animal, al que le colgó tres pares colosales, cuajó una larga, ceñida y magistral faena de muleta, vertical y templado en los redondo y naturales.
Variado y original en los remates de las tandas y haciendo honor al sobrenombre de “Ciclón Mexicano”, que le adjudicó el cronista español K-Hito al cerrar faena con molinetes y las ernistas de hinojos que levantaron clamores.
Cuando concluyó, de formidable volapié, las orejas y el rabo estaban cantados.
También para “Parrita”, Capetillo y Aparicio
Agustín Parra, que brindó la muerte de su toro a sus diez compañeros de cartel, hizo honor a su reputación de seguidor fiel del estilo estatuario y vertical del Monstruo de Córdoba.
Aprovechando la buena condición de “Tontuelo”, de Galache. Sólo cesó la música cuando cuadró al bicho para estoquearlo por todo lo alto.
Volvería a sonar mientras paseaba “Parrita” los máximos apéndices.
Más mérito aún tuvo el rabo que Manuel Capetillo le cortó a “Cuchareto”, de Arturo Sánchez Cobaleda, un toro viejo, gordo y con buenos pitones, resabiado y geniudo por añadidura, al que se empeñó en meter en su muleta hasta obligarlo a seguirla en una emocionante faena a base de muletazos largos y templados.
El público, entregado y feliz.
Los tres apéndices máximos premiaron también el desempeño de Julio Aparicio, a quien correspondió el más pequeño del encierro, un “Torero” de Marceliano Rodríguez que respondió con alegre transmisión a la muleta del madrileño, muy puesto y dispuesto a lo largo de su triunfal actuación.
Discretos los demás
Aunque a José María Martorell se le concedió la oreja del complicado quinto –manso y geniudo, con el hierro de Alipio Pérez Tabernero Sanchón–, el honesto cordobés la rechazó, considerando que su faena no había pasado de valerosos intentos.
Antes, sus lances de recibo habían causado sensación por su estatuaria belleza. Y en la estocada dio la cara e hirió arriba.
Los otros dos mexicanos anduvieron sin suerte con el ganado.
Jorge Medina –llamado a sustituir a Juanito Silveti, que estaba lesionado—pasó por momentos de peligro ante el nervio de un correoso “Barquero”, del Conde de la Corte, y Anselmo Liceaga –recién alternativado en Granada por Pepe Luis Vázquez (29.09.51)—tampoco encontró colaboración en el de Juan Belmonte, “Vicario” de nombre, que despachó en décimo lugar.
Su fría labor fue silenciada.
Por último, al joven diestro local Rafaelito “Lagartijo”, último eslabón de la legendaria dinastía de los Molina, se le notó poco placeado y algo movido, pero no dejó de derrochar alegre pinturería a favor del buen estilo de “Quinquillero” de Carlos Arruza, el toro que cerraba el festejo y al que pinchó antes de acertar con la estocada definitiva.
Estocada que ponía punto final a una corrida auténticamente extraordinaria. Un cartel con Manolete
Por su dimensión temporal, su inusitado lucimiento y, sobre todo, porque cerró de manera perdurable la historia compartida por Manuel Rodríguez “Manolete” y Carlos Arruza, pareja de época y dos colosales toreros, que hermanaron en el arte a España y México.
74 años de la feria del Señor de los Milagros en Acho, inaugurada en 1766, es mas que bicentenaria y por ese coso han pasado «casi» todas las figuras, desde Joselito y Belmonte.
Que se dice pronto.
Pero este octubre marca otro gran aniversario.
Es la inauguración de la feria del «señor de los milagros», que lamentablemente este año no se verificará por la pandemia.
El 12 de octubre se dio la primera corrida de lo que con el tiempo será una de las ferias de mas tronío en América. El cartel, nada despreciable: Manolete, Montani, Procuna y toros mexicanos de La Punta.
Estamos reproduciendo para todos los aficionados el artículo publicado en el diario “El Comercio”:
“Pocas manifestaciones públicas tan ceñidas a la tradición, como la fiesta brava. Aunque la manera de torear haya evolucionado.
Si, ayer se prefirió el lance con las manos altas.
Hoy al aficionado le gusta mejor cuando es ejecutado con las manos bajas, no puede decirse que el toreo haya cambiado sustancialmente.
Se mantiene, a pesar de los años la rígida estructura de este rito popular. Continúa permanente y depurado el clásico corte de la lidia. Tres tercios. No hay quien destruya el gallardo tríptico.
La verónica, la media verónica, los puyazos, los quites, las faena de muleta y la estocada. Algunos quites y pases han sido creados. Se ha enriquecido el repertorio y se ha dado un matiz más de plasticidad al arte incomparable, pero en esencia, medularmente, sigue siendo lo mismo.
La verónica, el pase natural y el de pecho y el volapié siguen siendo la base y el auténtico sustento de la torería.
Los trajes, brevemente aligerados, con esa su plástica reminiscencia goyesca, finos y luminosos, en contraste con la violencia de la fiera.
Una nueva paradoja en el espíritu ibérico.
Han dejado que todas las vestimentas se ciñan a las cambiantes modas, permaneciendo ellos como una pincelada de oro, en este mundillo de billetes.
El brindis, la vuelta al anillo, el cortar orejas, las rechiflas y broncas, se suceden en la Historia del Toreo, sin alterar su peculiar emoción, sin salirse de los firmes cánones tauromáquicos.
Y tal vez por ser el toreo tan hondamente tradicional, sus mejores tardes armonizan en España y México – también en ciudades y pueblos del interior de nuestro país – con los días en los que brilla más nítidamente el sentimiento católico de los vecinos que conmemoran las festividades de sus santos patronos.
En los antedichos países, ibérico y azteca, existen las llamadas Corridas de Feria. Al júbilo católico, que lleva en hombros la imagen de su veneración se suma el regocijo popular de las corridas de toros. La Semana Santa en Sevilla, la Pilarica en Aragón, la Guadalupana en México.
Suenan las campanas de los templos y suenan las ovaciones y los ¡olés! en los críticos taurinos.
Esto me ha hecho pensar muchas veces en la posibilidad de crear en Lima, en esta devota y castiza Ciudad de los Reyes, las corridas de Feria del Señor de los Milagros, la milagrosa y popular imagen.
Patrón de la ciudad, a la que siguen miles y miles de hombres y mujeres, con sus trajes y sus capas moradas, en un místico peregrinaje.
Además de una palpable demostración de fe popular, es una imponente romería de exaltación a la tradición limeña, al sabor peculiar, a la gracia de lo autentico, a aquella emoción permanente que sólo canta una copla.
La de la verdad.
La festividad del Nazareno de los Milagros, – su nombre de por sí un romance sonoro y hondo, que bien merecería afilarse y quebrarse en los angustiados labios de un “cantor flamenco” – se celebra en Octubre.
El 28 de Octubre y el día de Cristo Rey – primer domingo de noviembre.
El crucificado recorre las calles melancólicas y nostálgicas de la encantadora ciudad.
Estas fechas coinciden con la primavera limeña, de días templados y soleados en los que, cogiendo el último domingo de octubre y los dos o tres primeros de noviembre, podrían realizarse corridas de postín.
Iniciaran la temporada grande y en las cuales, sumándose a la mística manifestación y teniendo en cuenta las gentes que vienen del interior y las que seguramente vendrán con el tiempo del extranjero.
Para presenciar la bellísima procesión – como acontece en otro lugares – se podría intentar un acento limeñísimo que les diera peculiaridad y gracia.
Sería hermoso, por ejemplo, y esto es sólo una sugerencia, que, desde luego, consideramos factible.
En estas Corridas de la Feria del Señor de los Milagros, salieran a pedir la llave dos lujosos chalanes.
Ataviados a la usanza criolla, en primorosos caballos de paso.
Después de muerto el quinto toro – ello es ya casi una costumbre – una pareja debidamente trajeada, podría bailar una marinera.
La Plaza, en estos días de Feria, podría engalanarse con colgaduras, como se hace en otras partes, en las corridas de fuste.
Y los diestros lucirían traje morado y oro.
Y el público gozaría, no sólo con las faenas de los coletas sino, para ver revivir, siquiera unas tres o cuatro veces al año, un incomparable retazo de aquella personalidad de nuestra Ciudad de los Reyes
Viajeros de todos los tiempos y países, han colocado y mantienen en la historia y cuyo sólo nombre sugiere el fino acompañamiento de un rasgueo de guitarras, la sonrisa de los piropos, el tintineo de sus campanarios y el silencioso poema de las primorosas mantillas.
Que se colgaran de las ventanas para dar un encanto del misterio al clásico perfil de la villa, que es cuna y madre de la tradición hispanoamericana.”
La Feria Taurina del Señor de los Milagros se inauguró el sábado 12 de octubre de 1946 (Día conmemorativo al descubrimiento de América).
Constituyéndose desde entonces una de las ferias taurinas más importantes de América.
Categoría que obtiene por las ganaderías que se lidian, por los diestros que intervienen, y por la solera de su afición.
En la tarde inaugural partieron plaza tres jinetes, vestidos: uno de campero andaluz, otro de charro mexicano y el tercero de chalán peruano, representando a los tres países más taurinos del mundo.
Detrás de ellos las cuadrillas encabezadas por el matador español Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete”, el mexicano Luis Porcuna y el peruano Alejandro Montani “El Sol del Perú”.
Quienes lidiaron y estoquearon toros mexicanos de “La Punta”.
Esa tarde la plaza registró un lleno de bandera y asistió el entonces Presidente de la República, don José Luis Bustamante y Rivero.
Eso sí salpicada de gravísimos percances incluida la pérdida de un ojo en la plaza de Zaragoza.
Se vestirá de corto por un día para una tienta de machos entre el 22 y el 24 de marzo
A las 3:10 de la mañana, hora colombiana, se tentarán diez toros de Robert Margé a cargo de Juan José Padilla, Manuel Escribano, Daniel Luque y Carlos Olsina.
Será entrada gratuita.
Entre otros actos, habrá una exposición sobre la figura del torero jerezano.
Así como una conferencia sobre su trayectoria en la que el diestro participará junto a Fernández Meca y Christian Chalvet.
Juan David Manjarrés, sin exageraciones, salió del túnel, creyó que se moría, padeció lo indecible, persistió, se tomó los medicamentos, se hizo ver de varios médicos, se sometió a varias endoscopias hasta que al analizar la helicobacter pylori le dio positivo.
Helicobacter Pylori es una bacteria que coloniza el estómago, y es la culpable en un gran porcentaje de las úlceras pépticas.
Alrededor de un 50% de la población mundial lo padece y puede estar subdiagnosticado.
A la fecha no se conoce el mecanismo exacto a través del cual el Helicobacter genera un proceso infeccioso.
Lo que sí se sabe es que esta indeseable y peligrosa bacteria puede transmitirse entre una persona y otra por contacto directo con saliva, vómito o materia fecal.
También el H. Pylori puede transmitirse a través de alimentos o agua contaminada.
Juan David Manjarrés pensó que el tratamiento sería algo sencillo y se encontró con una muralla, pues en 10 días debía ingerir 140 pastillas… Un calvario.
Quien me relata este viacrucis es el joven novillero vallecaucano Juan David Manjarrés, postrado en una cama, noches sin dormir, llorando, pidiéndole a Dios que mejor se acordara de él para que cesara ese sufrimiento.
El Dios en que este aspirante a torero cree le dio el alivio… HACE UNAS HORAS ha vuelto a la vida, ha conciliado el sueño, tiene nuevas ilusiones y prefiere volver a Colombia para pasar una temporada.
Aliviar las angustias, quitarse ese peso de encima, que son los dolores del cuerpo y del alma, reanimarse en este país que le vio nacer y crecer para retornar a España el próximo año y cumplir el sueño que de niño fue amasando como se acarician todos los sueños a esa edad: ser matador de toros, en su caso.
«Retornaré a España y al toreo a lo grande, quiero ir a Las Ventas y decir con capote, muleta y espada quién soy pues tengo mucha fe en mis posibilidades».
Según me han dicho mis mentores aquí, en España, don Luis Alvarez y ese forjador de disciplina el gran Currito Alvarez, modelo de disciplina y saber pues el toreo es arete pero también físico, disciplina, fervor, sacrificio y humildad y esos atributos los atesora este joven novillero colombiano que volvió del frío.
José Tomás que de toreo nada de nada, se separa de su compañera tras 20 años de relación y un hijo en común. Estas son las «noticias» (por tratarse de un personaje público lo hacemos) que no quisiéramos dar pero como la realidad es lo que es pues la ofrezco desde el respeto, sin zaherir, sin meter el dedo en la llaga.
La vida no es como uno se la imagina sino que está salpicada de contradicciones, altas y bajas. Y el torro ha optado por separar su camino de la antigua dependienta de la que se enamoró hace dos décadas…
El torero José Tomás (45 años) y su pareja Isabel se han separado. Todo apunta a que el diestro, como ya se comenta en Estepona, -ciudad en la que vive la pareja-, podría haber seguido los pasos de su compañero Enrique Ponce(48).
En la ciudad costasoleña ya es de dominio público que ambos no están juntos, según os cuenta Amparo de la Gama en El Español.
Según ha sabido JALEOS, la pareja se ha distanciado. «En nuestro círculo todo el mundo lo sabe», asegura una compañera de instituto de Isabel, y añade:
«Nos ha dado pena, porque era una historia de amor muy bonita, como esas de las novelas que a todas nos hubiera gustado vivir».
Al torero se le ve ahora asiduamente desayunando solo, en un conocido bar del pueblo en la calle central. Siempre sin su familia.
La pareja en un acto público en 2018. Gtres
Hay quien apunta en su círculo más cercano que en más de una ocasión «se ha dejado ver en esta cafetería con una misma mujer, también de la localidad esteponera«. Pero nadie sabe más. La noticia ha caído como una bomba en el pueblo.
El torero, que continúa viviendo en la Hacienda Beach, sufrió un buen susto hace un mes cuando se inició el fuego en el centro comercial de Laguna, muy cercano a su domicilio.
Isabel continúa su vida en Estepona junto al pequeño José Tomás, un niño de 11 años que es la viva imagen de su padre.
Todos rememoran ahora el flechazo que sacudió a la ciudad, el día que José Tomás llegó a Estepona a revelar un carrete de fotos en un laboratorio de Foto Lab, en Carrefour, y quedó prendado de Isabel, la dependienta «que parecía sacada de un cuadro de Romero de Torres», y que le sonreía al otro lado del mostrador.
Él tenía 27 años, y ella unos pocos menos. Desde entonces, el chico del traje de luces no se ha separado de su «morena de tronío» y han pasado juntos casi veinte años.
José Tomás se forjó una nueva vida lejos de su Galapagar natal tras una de sus retiradas de los ruedos. Poco se sabía de su día a día, salvo alguna foto que otra con su querida amiga Sara Baras(49), Vicente Amigo (53) o Joselito (77).
Poco a poco fue introduciéndose en la vida cotidiana del pueblo malagueño, e Isabel fue la mejor llave.
La conexión con la esteponera fue inmediata.
Isabel estaba casada por aquel entonces, dejó a su marido, y unos meses después del primer encuentro con José Tomás se mudaba a la casa del torero en la urbanización Lunymar.
La pareja siempre ha sido muy discreta en apariciones. Solo en actos oficiales contados se han dejado ver, tipo la plaza que le pusieron al torero en Estepona, en alguna corrida en Latino América, o cuando el diestro recogió la Medalla de Oro a las Bellas Artes en La Coruña de manos de Juan Carlos I(82).
Isabel siempre ha intentado estar lejos de los focos que han buscado otras parejas de toreros. Siempre ha huido de la popularidad.
Naturaleza y privacidad
Isabel paseando al pequeño José Tomás en una imagen tomada en 2011. Gtres
Isabel, dependienta de una tienda de fotografía, sintió un gran flechazo por José Tomás. Hasta conocerlo, Isabel estaba muy vinculada a la ciudad de Estepona.
Había contraído matrimonio con el hijo de un sevillano de pro de la ciudad, Manuel Hernáez, fundador de la Hermandad del Amor, y ambos estaban muy ligados a las tradiciones del pueblo.
Con el matador de toros todo cambió.
A los dos les gustaban las mismas cosas: la naturaleza, la discreción y su privacidad. La pareja caminaba por los alrededores de su casa con su perrito, un schnauzer, o el carrito de su niño.
De pocas salidas, José Tomás es aficionado al Atlético de Madrid y recibía a sus amigos en casa. Y de en vez se lo veía en algún concierto de Serrat (76) en Málaga camuflado con una gorra.
Ninguno de los dos era de ocio nocturno, pero sí podía vérseles paseando por la playa del Cristo y la zona del puerto deportivo. La pareja pasaba la mayor parte del año en Estepona, aunque José Tomás retornaba de vez en cuando a su Galapagar, donde creció.
Todos en el pueblo conocen a su abuela Victoria, que siempre echaba la partidita de cartas con las amigas de la panadería, y a sus hermanos, Marcelo, Antonio y Andrés, asiduos al mítico bar London, y mucho más «zascandiles» que el diestro.
Los más cercanos a José Tomás en el pueblo coinciden en afirmar que Isabel ha sido siempre su apoyo y su aliento. Y nadie se olvida de la pregunta del matador tras despertar de la fuerte cogida en Aguascalientes: «¿Dónde está Isabel? Llamad a Isabel y decidle que estoy bien».
Retirado de los toros en 2020
Tomás durante una corrida en 2018. Gtres
En reiteradas ocasiones, José Tomas ha anunciado que se retiraría este año 2020. La historia que inició en los ruedos en 1995 con su alternativa en México no pararía de devolverle éxitos a lo largo de los años, y situarle en un caché en torno al millón de euros por tarde.
Los galardones no dejaron de sucederse hasta el año 2002, cuando anunció su primera retirada. Este fue el año donde colgó el estoque y dejó que su corazón se enamorara, y formó una familia.
Había conseguido el título de figura del toreo cortando orejas y rabos en todas las plazas, hasta el rey emérito le seguía a pesar de las ideas republicanas del diestro, que siempre ha dejado manifiestas.
José Tomas es uno de los ejemplos más reivindicativos del mundo del toro.
A finales de los años 90, junto a otros matadores, encabezó una lucha para que fueran ellos quienes negociaran sus derechos de imagen con las televisiones, y no los empresarios.
Desde el año 2011 que nació su hijo José Tomas, las actuaciones del diestro fueron muy escasas en los cosos taurinos. Se centró solo su vida familiar.
Y ha sido en esa escasez en sus presentaciones donde se ha fraguado un misterio que pocas personas, fuera del círculo más cercano de José Tomás, logran descifrar.
En su época más boyante, José Tomás fue todo un mito, el diestro más aclamado, uno de los mejores, cuando no el mejor.
No en vano, cabe recordar, como dato curioso, que Joaquín Sabina (71) se desplazaba, desde el punto geográfico en que estuviera, expresamente a México para verlo torear. Allí es una leyenda viva.
Claro está, esta imagen de estrella del toreo se ha traducido en dinero, magnos emolumentos: Tomás ha sido siempre el mejor pagado.
Tal es su proyección internacional que en muchos medios aztecas se lo denomina como «el divo del millón de dólares» o «el príncipe de Galapagar». Su caché nunca descendió del millón de euros por tarde.
Sus ingresos en taquilla han llegado a superar a lo largo de estos años los 100 millones de euros, sobre todo en La Monumental de México.
Joselito había muerto en Talavera el 20 de mayo de 1920. El rotundo luto por la desaparición del coloso de Gelves había caído como una losa sobre el mundillo taurino y toda la sociedad de aquella España de comienzos del siglo XX. Había muerto el rey de los toreros pero la vida y el toreo seguían. La función, una vez más, debía continuar y José más que crear escuela había dado un nuevo rumbo al oficio de torear en simbiosis con Juan Belmonte. El toreo había cambiado, sí, y los aficionados más encopetados ya habían señalado a un mocito valenciano –que también despuntaba como violinista- como digno sucesor de José. Se llamaba Manuel Granero y se había currado el oficio en los campos de Salamanca junto a una baraja de aspirantes –el sevillano Chicuelo, el jerezano Juan Luis de la Rosa o el madrileño Eladio Amorós- que también rondaban la gloria. Eso sí: el destino quiso que el definitivo heredero de los postulados gallistas fuera el menudo diestro de la Alameda de Hércules, que sobrevivió taurinamente a todos ellos y se convirtió en caja de cambios del toreo que estaba por llegar.
Chicuelo, Granero y Juan Luis de la Rosa cuando compartían andanzas novilleriles en los campos de Salamanca.
La carrera de Granero, nacido en Valencia el 4 de abril de 1902, fue tan breve como fulgurante. El 29 de junio de 1919, con diecisiete años cumplidos, ya se había presentado en la vieja plaza de Goya ante la cátedra madrileña confirmando sus cualidades para ocupar la primera fila del toreo. Para entonces, la fiebre taurina ya había ganado la mano a su formación musical. El capote se había impuesto al violín; el destino del jovencísimo lidiador había quedado escrito…
Al año siguiente llegó el debut como novillero en la plaza de la Maestranza. Fue el 5 de septiembre de aquel lejano 1920, anunciado para estoquear una novillada de Carmen de Federico –los actuales ‘murubes’- en unión del primer Andaluz –tío del matador del mismo apodo que hizo fama en los 40- y Joseíto de Málaga. Una semana después volvió a hacer el paseíllo en el coso el Baratillo en medio de Hipólito y Correa Montes. Los novillos pertenecían en esta ocasión al hierro de Santacoloma. Sólo quedaban poco más de dos semanas para su alternativa, preparada para la Feria de San Miguel.
El nuevo matador recibe los trastos de manos de Rafael El Gallo, de riguroso luto por la muerte de su hermano Joselito.
El doctorado
La Feria de San Miguel de aquel año había vuelto a desdoblarse entre las plazas de la Maestranza y laMonumental. Pero ambos cosos compartían ya la misma empresa gestora después de haber competido en el tiempo y en el espacio hasta el punto de solapar por completo las respectivas programaciones de la temporada de 1919. En esa tesitura se habían llegado a celebrar dos alternativas paralelas, las de los dos compañeros de las primeras andanzas de Granero en Salamanca. Juan Luis de la Rosa se hizo matador en la Monumental el 28 de septiembre de aquel año de manos de Joselito. Media hora más tarde, en la plaza de la Maestranza, fue el turno de Manuel Jiménez ‘Chicuelo’ que recibió los trastos de manos de Juan Belmonte.
Pero la memoria de Gallito volvía a planear sobre el doctorado de Granero. José y sólo José podía ser el padrino natural de esa alternativa que acabaría dando, vestido de riguroso luto, su hermano Rafael. El cartel lo completaba su compañero ‘Chicuelo’, que ese mismo día cumplía su primer aniversario de alternativa. Los toros escogidos para la ocasión pertenecían al hierro de Concha y Sierra. El ‘Divino Calvo’ cedió al toricantano un espectacular berrendo y capirote llamado ‘Doradito’ al que, según la reseña telegráfica publicada en ‘La Crónica Meridional’ toreó de capote mejor que manejó la espada. Parece que no fue la tarde del padrino y aunque el testigo sí salvó los muebles. “Rafael El Gallo realizó faenas miedosas y muy distanciado de los toros…dando origen a una bronca descomunal”, señala el mismo medio que resume la actuación de Chicuelo con un lacónico y conciso “deficiente” aunque hay que consignar que al sevillano le llegaron a pedir la oreja del primero.
Granero pasa de capote al toro ‘Doradito’ el ejemplar de Concha y Sierra con el que tomó la alternativa.
Sin solución de continuidad, Granero actuó al día siguiente en la efímera Monumental, el embudo pionero construido en hormigón armado que había soñado Joselito. Ese 29 de septiembre –ventoso y desapacible- Granero cerraba un cartel de cuatro espadas que completaban Rafael El Gallo, Manolo Belmonte y Chicuelo para despachar ocho ejemplares de Pérez de la Concha. Al día siguiente –día 30 de septiembre de 1920- se había anunciado una novillada más o menos intrascendente en el mismo coso. Maera, Facultades y Joseíto de Málaga hicieron el paseíllo en esa tarde otoñalpara tumbar seis ejemplares de Rincón. Entonces no podían saberlo pero ése iba ser el último festejo que se celebraría en ese recinto, que quedó clausurado para siempre unos meses después.
El infortunado diestro sevillano Varelito estuvo más de un mes agonizando.
Epílogo trágico
Granero ya era una joven figura en la temporada de 1922. El año anterior, fue un 22 de abril, había confirmado su alternativa de manos de un jovencísimo padrino. No era otro que Chicuelo, con el que alternó en numerosas tardes en esos primeros compases de la era pos gallista. Los sucesivos triunfos en la plaza de Madrid, además, iban a confirmar la ascensión del flamante matador valenciano que logró la absoluta unanimidad del público y la crítica en esa primera -y única- temporada completa como matador. ¿Era Granero el ‘hombre’?
La temporada de 1922 no podía comenzar con mejores augurios. Manolo Granero pasó por Valencia, Barcelona, Castellón… Estaba anunciado tres tardes en la Feria de Abril. En la tercera de ellas, el día 21, hizo el paseíllo en la plaza de la Maestranza junto a Varelito, Chicuelo y Marcial Lalanda para estoquear una corrida de Guadalest. El quinto, llamado ‘Bombito’, alcanzó y persiguió a Varelito, propinándole una tremenda cornada que penetró por el recto. Aquel desgraciado percance se produjo en medio del ambiente enrarecido de una Feria de Abril empobrecida por la ausencia de Belmonte y huérfana de Joselito, que permanecía aún muy presente. Cuando le llevaban a la enfermería exclamó: “¡ya me la pegao, estaréis contentos!”…Estaba herido de muerte pero al infortunado diestro sevillano aún le quedaba una larga agonía…
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Varelito, atormentado por un impresionante sufrimiento, aún vivía el 7 de mayo de 1922. Granero tenía ese día una cita con la plaza de toros de Madrid. El cartel anunciaba toros de dos hierros: tres del duque de Veragua y otros tres del marqués de Albaserrada que tenían que tumbar tres jovencísimos matadores: Juan Luis de la Rosa, Manolo Granero y Marcial Lalanda, que confirmaba su alternativa. El quinto, marcado con el hierro ducal, se llamaba ‘Pocapena’. Era un ejemplar cárdeno y bragado, seguramente burriciego, y de aire manso al que Granero –vestido con un estilizado terno negro y oro de delanteras bordadas- toreó a la verónica delante del tendido 2 del viejo coso de Goya.
Sin cambiar de terrenos se dispuso a entrarle a matar, muy cerca de las tablas. En ese terreno, lógicamente, le apretó el animal, hasta alcanzarle en una tremenda voltereta de la que salió maltrecho y con la ropa rota. Granero había quedado prácticamente sentado, dando la espalda a la barrera. ‘Pocapena’ volvió a cornearle, metiendo el pitón por su ojo derecho y destrozándole el cráneo contra las tablas. Su rostro era una masa sanguinolenta que logró fotografiar Pepito Fernández Aguayo aunque nunca desveló aquellas placas.
Mientras se lo llevaban a puñados a la enfermería –donde sólo se pudo certificar su muerte irremediable- Blanquet, horrorizado, se cubría la cara con las manos. Dos años antes, el gran banderillero valenciano había sido testigo directo de la muerte de Joselito en Talavera. Como entonces, había olido a cera. La misma cera que olería cuatro años después mientras toreaba en la plaza de la Maestranza a las órdenes de Ignacio Sánchez Mejías. No sabía que estaba venteando su propia muerte, que le sorprendió en el tren aquella misma noche, volviendo de sevilla. Dos semanas después de la cogida y muerte de Granero fallecía Varelito. El ocaso del diestro sevillano –como el del propio matador valenciano- formaba parte del impresionante tributo de sangre que pagó aquella maravillosa generación de toreros que protagonizó la fecunda, dura y luminosa Edad de Plata.
Alcalino nos recuerda la obra de Guillermo H Cantú. Es difícil celebrar algo cuando el personaje que lo motiva acaba de morir. No hablo, naturalmente, de panegíricos oportunistas sino a una celebración plena.
Y es que hoy, esta columna quiere exaltar la obra de Guillermo H. Cantú y su pasión analítica. La vida perenne de cuatro libros cruciales para entender la tauromaquia mexicana, en medio del vacío de literatura alusiva de que adolece nuestro país, con aisladas y esporádicas excepciones.
Un vacío tan sensible y palpable que hasta pudiera servir para explicar en parte la triste situación de la Fiesta en México. Porque sin lectores y escritores taurinos competentes, la decadencia de nuestras corridas de toros se robustece. Con o sin pandemia.
Guillermo Héctor Cantú Charles (Monterrey, 23.01.1933-CDMX, 19.09.2020)
Estudió administración en el Tecnológico de su ciudad natal y se dedicó a los negocios con éxito singular. Pero sus talentos empresariales no estorbaron nunca su fervor por la fiesta de toros ni la perspicacia connatural a su carácter.
Si aquél lo prendió para siempre al acontecer de los redondeles, ésta le permitiría escudriñar la realidad profunda del toreo a través de los artistas de su predilección, como Carmelo y Silverio Pérez, como Manolo Martínez. Hasta descubrir rasgos muy particulares en el toreo que se practica y degusta en México.
De donde resulta que el famoso axioma belmontiano –“se torea como se es”–, explica al individuo que torea, pero también la matriz cultural de la cual procede.
Estas son algunas de las principales tesis, sin duda atrevidas, con frecuencia originales y afortunadamente controversiales, que Cantú formula a través de su obra:
Toreo lúdico frente a toreo lúgubre
El autor regiomontano señala una diferencia fundamental entre el toreo mexicano y el español, lúdico el nuestro y lúgubre el hispano. Tal aserto puede discutirse pero no ignorarse, pues se trata de un hallazgo sobre el que vale la pena reflexionar.
Y es precisamente la reflexión –la propia y la que suscita con la mayoría de sus afirmaciones—lo que Cantú busca provocar en sus lectores.
Observa en nuestros toreros “una necesidad de jugar –en el sentido de funcionar, aun a costa de arriesgar–, más imperiosa que la necesidad de creer. Ahí residirá la primera gran diferencia del mexicano con relación al mundo europeo… Enfrascado en una búsqueda de placer, más que de poder, el hombre de México entenderá el espectáculo taurino simplemente como una fiesta más –quemar “judas”, “morirse en la raya”, “jugársela”. Una raza que nace de la muerte no tiene por qué temerle… (contra) la tradición de la España adalid de la cristiandad…”
Guillermo H. Cantú distingue una diferencia entre la lentitud con que tiende a mover los engaños el torero mexicano, en oposición a la rapidez privativa de los españoles, inclusive aquellos que, para triunfar en México, tuvieron que adoptar al torear aquí unos modos más templados.
De paso, se anticipa a quienes podrían atribuir esta pauta espaciotemporal a la embestida considerablemente más suave del toro mexicano en comparación con el español, recordando que dicha suavidad fue lograda mediante un complejo, peculiar y talentoso manejo zootécnico en las primeras tres décadas del siglo XX, con el deliberado propósito de acoplar el estilo del toro a los peculiares gustos de un público procedente de una cultura de tiempo lento, en contraste con otra de tiempo rápido.
Y todo esto sin menoscabo de la casta, pecado en el que incurrirían los torpes sucedáneos de aquellos próceres de la cría del toro bravo mexicano.
“Frente a los toros –apunta Cantú—no se puede jugar, a menos que se posea un temperamento juguetón o se pertenezca a una “raza inmadura”, lúdica, traviesa, que carga, además, con las cualidades y defectos de sus antecesoras.
De otra manera no es posible entender cómo el mexicano, dependiente también en lo taurino, a partir de la segunda mitad de este siglo (escrito en el s. XX) exprese un toreo propio, un sentimiento en el ruedo completamente diferente al de los toreros españoles».
(Op. Cit. p 57)
Hablando de Silverio
A lo largo de su obra, el autor regiomontano explora una y otra vez las personalidades de los texcocanos Carmelo (Armando) y Silverio Pérez Gutiérrez.
Notorias diferencias de temperamento y carácter entre ambos no le impiden hermanarlos en lo esencial:
“Un desdeñoso estar frente al peligro como misión vital, sin preocuparse por acumular fechas, triunfos y medallas, que son símbolos del pensamiento utilitario de occidente, no del hombre empeñado en ofrecer un poco de su ser, de su sentir y de su alma al expresarse.”
(Visiones y fantasmas del toreo, Edit. Ediciones 2000. México. 2000).
El mandón de mandones
Además de Silverio, el torero de Cantú es Manolo Martínez. Y le interesa resaltar, por encima de su maestría y arte, virtudes estrictamente taurinas, la obsesión de controlarlo todo que caracterizó al torero de Monterrey.
Y que lo elevaría no sólo a la cumbre del toreo de su tiempo, sino a mandar sobre los destinos de la Fiesta en México como acaso ningún otro matador en la historia.
De hecho, el libro que Cantú le dedicó a Manolo es una larga entrevista con el diestro, que va desgranando sus convicciones con marcado desdén hacia sus muchos impugnadores y cobradores de agravios.
Me detengo en la explicación del temple que hace el reinero:
“El uso del pico… persigue el objetivo de tocar al toro dándole en el primer pase pequeños calambres al pitón, o más bien, al ojo contrario… En el segundo pase ya no es necesario ese toque… la inclinación de la muleta marcará el ajuste necesario para obligarlo a repetir la embestida sin que el torero tenga que recolocarse…
El esfuerzo se realiza a base de tensión dinámica, sin moverse, aguantando las acometidas del toro mientras músculos, tendones y ligamentos se estiran y tuercen sin que tus piernas se desplacen, sino únicamente giren.
Lo mismo pasa con la franela cuando le permites al toro acariciarla con el testuz o los pitones… El temple se pierde si el toro testerea o engancha la muleta. Si sólo dejas que la toque sin que pueda moverla se vuelve un estímulo, el toro se encela…”
(Manolo Martínez, un demonio de pasión. Edit. Diana. México. 1990, pp 179-180)
Sobre los tiempos felices de la Plaza México
La lúcida definición que formula nuestro autor de la Plaza México, alma y núcleo de la afición mexicana, hace tiempo dejó de operar. Al progresivo menoscabo de su sensibilidad y saber taurinos contribuyeron numerosos factores y actores, pero sobre todo la autorregulación empresarial, en complicidad con la autoridad competente.
Lo cual no altera la validez que en su tiempo tuvieron los conceptos así expresados por Guillermo H. Cantú:
“Recinto de mixturizadas culturas, decantadas trabajosamente en el tiempo con fuerzas disgregantes y a la vez extrañamente unidas… Solamente la esperanza de que acontezca el milagro en el ruedo conjura la dispersión amenazante, integrando la fuerza multitudinaria alrededor de un núcleo inconfundible; el arte… Pero cruel, como cualquier monstruo colectivo y efímero, tan pronto acomoda su humanidad en la grada se apresta a sacrificar la vida de sus víctimas propiciatorias y el ímpetu de sus héroes.
Un espacio donde es más fácil blandir el pañuelo del indulto que perdonar la impreparación de los oficiantes: la ausencia de clase, los brillos opacos del oficio, la valentía por sí sola, la vulgaridad en sus variados tonos, o los contoneos aparentemente feminoides en banderillas.
El valor y el oficio como medio, nunca como fin. Pero tiene su clave, y cuando se da con ella es capaz de entregarse fuera del matrimonio. Una fémina veleidosa e incomprensible, atractiva y vibrante, disponible y deseosa, pero sólo con unos cuantos, los que puedan animar los ritmos de su secreto.”
(Visiones y fantasmas del toreo. Edit. Ediciones 2000. México. 2000, p. 89)
Evidentemente, tan complicada definición no corresponde ya al público actual de la plaza mayor del mundo. Que es, a menudo, la más desolada y villamelona.
Sobre lo que hace único al arte de torear
En cambio, Guillermo H. Cantú acierta plenamente al explicar qué es lo que hace a la tauromaquia un caso especialísimo entre las artes de representación –teatro, música, ópera, danza…–:
“Ciertas características únicas e irrepetibles con respecto al resto de los espectáculos y actividades relacionadas con la creación: el resultado final es desconocido por el público y, sobre todo, por los actores; se alcanzan niveles de improvisación aún mayores a los obtenidos en la danza o en el jazz, sólo que el piano y los demás instrumentos ceden su sitio a un par de pitones; se plantean soluciones cuyo acierto o torpeza al aplicarlas tiene inmediatas consecuencias; y son remotas las posibilidades de adecuación entre los protagonistas –toro, torero y público–, no así las de un percance.”
(Muerte de azúcar. Edit. Diana. México. 1984, p. 98)
Epígrafes
Hombre culto, además de agudo analista, Guillermo H. Cantú encabeza sus disquisiciones con algunos elegantes y oportunos epígrafes que la inteligencia con mayúsculas ha ido obsequiando a la humanidad a través del tiempo. He aquí algunos de ellos:
“El enemigo más peligroso de la alegría es la prisa” (H. Hesse).
“Lo serio trata de excluir el juego, mientras que el juego puede muy bien incluir en sí lo serio” (J. Huitzinga).
“Sobre el placer del poder, el poder del placer” (H. Von Saltza).
“El hombre es la sombra de un dios en el cuerpo de un animal” (W. Goethe).
“Me gusta que todo sea real y que todo esté cierto; y me gusta porque así sería, incluso aunque no me gustase” (F. Pessoa).
“En los escudos estuvo nuestro resguardo, pero los escudos no detienen la desolación” (Poesía náhuatl).
”El arte no es una respuesta, es una pregunta” (O. Paz).
Marco Pérez, un genio del toreo, tiene 12 años y ya se habla de él desde hace 4. Es una de esas mágicas irrupciones en el toreo de providencialidad, de genialidad que se atisba en Joselito El Gallo, en Luis Miguel Dominguín, en Camino, en El Juli, en Morante, en Roca Rey.
En la imagen, El Juli que fue antes de los 16 años otro monstruo y tuvo que irse a México porque en España no le permitían torear, le brinda al pequeño Marco en una tarde campera el ejemplar que va a lidiar.
Lo acaba de ratificar un curtido empresario y apoderado Manuel Martínez Erice:
Impresionado por haber comprobado en persona que todo lo que contaban sobre Marco Perez no solo era verdad, sino que se quedaban cortos. Ojala él y JuanBautista tengan la suerte necesaria para conseguirlo.
Estamos ante un niño que conoce como pocos los secretos del toreo cuando apenas empieza a balbucear los primeros signos de una profesión tan difícil, tan compleja, tan errática pero tan bella.
En la foto, con Juan Bautista su mentor, apoderado y guía. Está en buenas manos este niño prodigio del toreo.
El acuerdo de acoderamiento nació con ilusión por ambas partes y buscando favorecer la eclosión del joven torero salmantino que continuará asistiendo a las clases de la Escuela Taurina.
De la mano de su nuevo apoderado, Marco Pérez perfeccionará su preparación en el campo bravo y en los entrenamientos hasta que pueda debutar en público.
Juan Bautista –que se ha mostrado muy ilusionado con este nuevo proyecto- dirige con éxito la plaza de toros de Arles, escenario donde se despidió de los ruedos en una Corrida Goyesca y ahora se dedica por completo a su faceta empresarial (fue todo un éxito la feria del arroz de Arles) y a hora a lograr que pueda germinar en un futuro no lejano las grandes condiciones que atesora Marco Pérez.
Como lo cuenta Paco Cañamero :
No se habla de otra en el planeta de los toros –así bautizó el genial Cañabete a este mundillo- que del alboroto organizado en Ávila por el pequeño Marco Pérez.
Por el nuevo niño prodigio que enamoró con su naturalidad y desparpajo. Con el toreo tan asimilado que fue capaz de provocar tal éxtasis a los tendidos hasta acabar bajo los gritos de ‘torero, torero! para tributar tanto como se había ganado Marco.
Ese Marco que está en boca de todos y con su nombre sin parar en las redes sociales donde hasta lo han convertido en la ¡máxima esperanza del futuro a sus 9 años!
No es fácil llevar las riendas de quien está empezando a vivir, es solamente un niño y, sin ser él consciente de ello, en su inocencia infantil ya carga sobre sus espaldas con tal alta responsabilidad.
Marco, al menos ahora, no es un niño normal que va al cole y tiene sus aficiones, no. Él sale en la televisión, las figuras del toreo lo idolatran, la gente se saca ‘selfies’ a su lado al reconocerlo por la calle y ello lo ha conducido a ser un fenómeno social.
Por esas razones se antoja complicado llevar con tacto las riendas de su carrera. Además de triunfar, algo que deseamos, se sumarán un montón de advenedizos e interesados al carro de los elogios.
Sin embargo, ¿qué ocurriría si es al revés y como ha ocurrido con tantos otros queda en el camino? En eso también hay que pensar para alguien de tan corta edad.
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